sábado, 21 de julio de 2018

POEMAS DE RAFAEL CANSINOS ASSENS


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LA TARDE


El sol, al alejarse, lanzó un cohete señal
que ha prendido en los techos de las casas...
Mil heliógrafos lo recogen
y multiplican sus llamas.
La escuadra está ardiendo en el puerto.
¡Alarma!
En la ciudad todos los coches
son del servicio de incendios.
La gente ser apiña asustada.
Todas las colinas están llenas de estrellas curiosas
¡Anuncios luminosos!
En las cúpulas de los templos han estallado granadas.
¡Pirotecnia peligrosa!
Todas las casas a la vez
empiezan a arder por las ventanas.

Los psalmos de la noche

                                           A Juan Ramón Jiménez,
             que ha llenado la noche como una luna


Bet

     Para esta hora, dulce y pura, en que la ciudad es semejante a un buque que ha
descargado toda su mercancía y reposa; para esta hora, leve y clara como un
turbante nuevo.
     En que las calles no tienen escollos para el caminante y están exhaustos los senos
de los vicios: en que el vicio nocturno y el deseo que ha estado gimiendo todo el día,
rinden su cabeza como un niño cansado de llorar.
     Para esta última hora, dulce como una tregua, en que los leones del deseo se
arrodillan, dóciles como bueyes, ante el próximo día; en que, no hay vino para los
borrachos ni carne para los lascivos y una pureza de Ramadán se introduce en el
corazón de los viciosos.

* * * * *

Dalet

     Y, como los perfumes vertidos en la noche; como el amor encendido en la noche;
semejante a la antorcha que se ha de apagar en el alba, pasaremos fugaces e ignorados,
mientras tú brillas en medio de los cielos serena e impasible, cual una concubina con
tu regazo abierto como una red dorada.


Guimel

     Como un sueño es la noche y como una embriaguez; también como una locura.
     Como el pino destila la resina, así el corazón de la noche destila la locura, porque
la noche es la buena hermana de todos los brebajes que trastornan y exaltan y en
sus opacas galerías se escancian los licores preciosos que dan a los hombres efímeros
reinados.
     Ella marca la hora en que las drogas venenosas, frías y pesadas como ofidios, salen
del  fondo de sus estuches y en que otras drogas, no menos venenosas, la lascivia y el
crimen, se remueven en el corazón de los hombres.
     Y ella misma, la noche, tiene una droga formidable: la luna; la luna, amarillenta como
el cáñamo del hachís; la luna, seductora y hechicera, que dora las fuentes y hace cantar
a los sapos como ruiseñores y hermosea a todas las mujeres.

* * * * *

Lamed

     Del amor que en la noche se muestra libre y sin caretas y sonríe ingenuamente como
un perdonado; del amor que en la noche no necesita esconderse como durante el día.
     Del amor que en la noche halla las vías francas y está perdonado y redimido de todas
las angustias del día.
     Del amor que en la noche es infantil e ingenuo como en la antigüedad y cambia abrazos
tan puros como los de los niños fajados.
     Del amor que en la noche es humilde y contentadizo y tiene los ojos optimistas y las
manos ligeras, prontas a enlazarse.
     Del amor, que en la noche implora con dulces inflexiones y se dobla fácilmente sobre
sus rodillas.
     Del amor, que en la noche es pródigo y generoso y florece como la albahaca, leve y
fresca, en el corazón de los hombres fatigados.

* * * * *

Vav

     La noche tiene espejos profundos y opacos, en los cuales se refleja la verdad como
en un pozo.
     Espejos diáfanos, claros y opacos, a la manera de los valles, en los cuales el más pequeño detalle resalta ante los ojos
y que tienen la inexorable serenidad de la conciencia.
     Espejos claros y tranquilos, semejantes a las lunas que descubren los guijarros del sendero;
y ante los cuales el hombre libertino puede contar todas sus arrugas y la mujer impura todas
sus manchas.
     Espejos lúcidos y diáfanos, en cuyo fondo cárdeno se reflejan frentes pálidas, mejillas descarnadas y ojos verticales
como abismos.
     Espejos de reproches y de remordimientos, cuyos cristales se empañan de suspiros y que son como lunas veladas,
bajo el hálito frío de los infortunados.
 

 

La casa del placer

                                                     A José Iribarne
                                    que ha gustado conmigo
                   el vino insípido y la carne áspera


Alef    

   Como cualquier hijo del hombre, también he entrado un día en la Casa del Placer.
   La Casa del Placer es amplia y hospitalaria: en ella hay grandes toneles para los
bebedores y lechos para los indolentes, En su interior se está a maravilla.
     Pero en la Casa del Placer hay una extraña costumbre, que no vi en parte alguna.
     El que consume el vino, debe apurar también las heces; el que come el racimo,
debe comer también el escobajo, y el que ama a una mujer hasta devorar su carne,
debe cargar después toda la vida ya con su esqueleto.

* * * * *

 
Bet  
     La Casa del Placer es una casa donde reina la mejor armonía y donde los
desconocidos viven más unidos que los hermanos.
     Las más duras tareas se realizan allí sin rebeldía, y se consumen con placer los más
insípidos manjares.
     Nunca resuenan voces irritadas ni restallan los látigos, y sin guardianes se mantiene
un orden más perfecto que el de las cárceles y los camposantos.
     En la Casa del Placer cada uno cumple con gusto su tarea, y los más díscolos caracteres
se convierten en modelos de mansedumbre.
     Los que en las casas de los padres rehusaron los platos sazonados, aquí roen alegremente
los huesos más duros, y los que esquivan el contacto de las castas esposas, aquí besan con
gusto los labios más hediondos; las espaldas más rígidas se curvan aquí llenas de gracia.

* * * * *

Guimel  

     Durante mucho tiempo, yo he ido al mercado de las cortesanas y he aceptado el trato
inicuo que hombres y mujeres hacen sobre su carne.
     Y he saboreado, sin repugnancia, el placer que se me ofrecía y como un hombre que
elige esclavas, así he sido entre las mujeres que se ofrecen.
     Y he amado alegremente y sin temor a las mujeres desconocidas, y anónimas, todas semejantes como sus sexos
emboscados en una misma encrucijada.

* * * * *

Lamed

     ¡Oh amigos! El amor de las cortesanas es triste y peligroso; y deja nuestras almas más hambrientas que antes.
     Para nosotros, ¡oh amigos!, ellas tienen sus cuerpos manifiestos como grandes moles;
pero la puertecita de su ternura está cerrada para nosotros.
     Nuestros brazos pueden ceñir del todo sus cinturas; pero nunca llegarán al hueco
pequeñito en que se esconde su corazón y de sus grandes senos no brotará jamás para
nosotros una gota tan sólo de dulzura.
     En las noches de amor, calladamente, yo las he visto, ¡oh, hombres!, torcer sus ojos
bajo mis besos y espiar astutamente el instante de nuestro desmayo.

* * * * *

Vav    

     Como se cansa uno de revolver los naipes, así yo me he cansado de desnudar cuerpos
de cortesanas.
     Cuerpos de bronce o de mármol, sobre los cuales nuestros labios estaban siempre en la superficie y sobre los que éramos
como los que golpean murallas fortificadas.
     Al fin, ¡oh amigos!, me he cansado de abrazar simulacros y de levantar pesos inertes.

 

Las hogueras del mirto

                                          A Carlos Cerrillo Escobar, a quien
                                              más de una vez he oído suspirar
                                                      tras de las mujeres fugitivas

Alef    

     Como el que se sustrae a la atracción del vaso lleno y a la fascinación de la última
carta y, aun andando hacia adelante, tuerce su cuello hacia detrás, así en la hora del
crepúsculo, me sustraigo al hechizo maligno de las calles.
     Como el que arrastra un fardo inerte, así reuniendo toda mi voluntad, cargo con mi
cuerpo rendido y lo traigo hasta la casa; y bajo la lámpara, en el sitio más cómodo, le
obligo a sentarse, y a gustar la calma del crepúsculo.
     Pero en la calma del crepúsculo y en el silencio de la estancia, mi corazón inquieto
como el de un jugador, trepida sordamente, y un anhelo inextinguible como la sed del
borracho se eleva de él hasta vosotras, ¡oh mujeres desconocidas!

* * * * *

Dalet  
     La mujer es un sueño, es nuestro sueño, ¡oh hombres! Y ha nacido de nuestra ternura
y de nuestra plenitud en la soledad.
     La mujer ha nacido de la profundidad masculina, como las nieblas se elevan del vasto
sueño de la mar; y somos nosotros los que la hemos creado con todos sus atributos.
     Todo en ella es obra nuestra; y hemos creado sus senos manifiestos y su sexo enigmático.
     La mujer es nuestro sueño, ¡oh hombres!, y ha nacido de nuestro sueño como las diosas y como las sirenas;
y ha tomado de nuestro sueño toda la ambigüedad.
     Todo es en ella vago e impreciso; y nada hay en su cuerpo que tenga la medida, cierta y
eficaz, de nuestro puño cerrado, lleno de fuerza y plenitud.
     La mujer es un sueño ante nuestros ojos profundos, y por eso se asemeja a tantas cosas su cuerpo desplegado;
por eso es comparable a las serpientes y a las grandes aves y a las ánforas
y a las liras; y por eso, cuando destrenza su cabellera, nos parece un prodigio.
     Por eso es variable y distinta como un sueño; como un sueño de mediodía y de medianoche,
y también como un sueño matutino que roza ligero las sienes del durmiente; como un sueño
de adolescente distinto del que ciñe la frente de los hombres maduros con la gracia de un poniente sobre un páramo.
     Por eso, ¡oh hombres!, cambia constantemente ante nuestros ojos y nuestro corazón; y por
eso su desnudez nos embriaga tan locamente como un sueño.

* * * * *

Guimel    

     En el silencio del crepúsculo canta así la sirena, la sirena terrible que ruge como un
tigre, y al eco de su canto, mi corazón se agita como un encarcelado.
     Y como en un buque que va a zarpar, así quisiera embarcarse de nuevo en su inquietud
para surcar las calles de la inmensa ciudad.
     En busca del amor de cada día, ¡nuevo y distinto, y prodigioso como un tesoro hallado!

* * * * *

Guimel  
     En busca de la dicha ignorada, que se persigue a través de las calles como se persigue
la fortuna sobre el tablero de un ajedrez; en busca de la dicha ignorada, que hace
describir, a través de las calles, círculos más extraños que los de un beodo.
     Mi alma aguarda de nuevo el nuevo día, para consumirse de ardor y de impaciencia;
para seguir tras de los bell0s pies y echar sus redes sobre los corazones.
     Para buscar de nuevo la huella perdida y girar de nuevo en la rueda de los tahúres y
las cortesanas; para arrojar de nuevo, en la tabla de la suerte, el dado de mi corazón.

* * * * *

He    

     Como un aventurero tras de la fortuna, tras del amor de este día que aún no me ha sido revelado y que acaso todavía
me aguarda.
     Tras la mujer desconocida, cuyas caricias serían mías esta noche y colmarían esta noche
mi nostalgia.
     Y en cuyos brazos reposaría tranquilo un momento, mientras cantaban las codornices
en la madrugada.


Cantos a mi corazón

                                          A Catalina de Burgos

Alef  

     Veo a los amigos que un día hicieron conmigo el prodigioso viaje de la juventud
y los hallo cambiados y desconocidos; la sombra de un cuidado se extiende sobre sus
frentes y, con la vista baja, parecen avergonzados de haber sido jóvenes un día.
     En aquel tiempo, ya lejano, parecían tener alas y exhalaban un hálito de fuego por
sus ávidas bocas; sus frentes resplandecían como altas tiaras.
     Pero hoy son semejantes a viudas que se envuelven entre velos; y con sus frías miradas parecen advertir que han muerto
ya para el amor.

* * * * *

Bet  

     Ciertamente, alma mía, que otro que yo, no podría comprenderte: porque eres enorme
como una gran ciudad.
     Y eres como una nave para los marinos, y como un arado para los trabajadores de la
tierra; y como un velo para las mujeres. También como un vaso para el bebedor.
     Semejante al mercader astuto, que a cada uno muestra lo que ha de agradarle, así sabes
hacer: y así te exhibes, abrumada de dones.
     Pero luego, cuando la turba se dispersa, sabes ser, ¡oh alma!, mi alma, verdaderamente mía.

* * * * *

Dalet  

     Los que no me conocen, se admiran de mi audacia y se duelen de verme hacer lo que
ellos  no osarían con su alma pequeña; pero los que saben, no comparten sus temores.
     Como se ve a un atleta soportar grandes pesos con complacencia y a un juglar caminar
sobre el fuego, así me ven agitarme entre la multitud; sus ojos han visto en mis labios una
sonrisa astuta.
     Y al ver que me abandono a los demás, seguro y diestro como el que se lanza a un abismo, suspendido por la cintura,
dicen admirados: «¡Oh qué alma verdaderamente maravillosa!».

* * * * *

Guimel  

     Como la abeja ama los jardines, así amo yo la multitud: ¿acaso podría hacerse un panal
con una sola flor?
     Como abeja industriosa, así amo yo la multitud y clavo mi aguijón en los corazones;
y de la locura del loco y la necedad del necio, sé hacer un panal maravilloso.
     Y hasta el hombre opaco, que es como un guijarro ennegrecido, sirve a mi alma como
sirve una hoja verde para adornar un fruto.
     Como abeja industriosa, así revuelo entre la multitud; pero, luego, cuando la turba
se retira, este panal prodigioso, sólo a ti te lo ofrezco, ¡oh alma mía maravillosa!
                                 



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