sábado, 14 de julio de 2018

POEMAS DE MARÍA MERCEDES CARRANZA


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(24 de mayo de 1945, Bogotá, Colombia - 11 de julio de 2003, Bogotá, Colombia)

Aquí entre nos


Un día escribiré mis memorias,
¿quién que se irrespete no lo hace?
Y
allí estará todo. Estará el
esmalte de las uñas revuelto
con Pavese y Pavese con las agujas
y una que otra cuenta de mercado.
Donde debieran estar los
pensamientos sublimes pintaré
tus labios a punto de decirme
buenos días todos los días.
Donde haya que anotar lo más
importante recordaré un almuerzo
cualquiera llegando al
corazón de una alcachofa,
hoja por hoja. Y de resto,
llenaré las páginas que me falten
con esa memoria que me espera entre cirios,
muchas flores y descanse en paz.

Babel y usted


Si las palabras no se arrugaran, si
fuera posible ponérselas cada
mañana, como una blusa o una
falda, previo
uso del quitamanchas, el cepillo y la plancha.
Si no se pudieran pronunciar ya
más por lo brilladas y rodillonas.
Si, después de un largo viaje, se
botaran como la maleta, tan
descosida, tan llena de letreros y de
mugre. Si no se cansaran, si fuera
normal y corriente someterlas a
chequeo médico cada año,
con diagnósticos y exámenes de
laboratorio, vitaminas y
reconstituyentes y hasta menjurges para
la anemia. Si las
palabras hicieran sindicato en defensa
de sus fueros más legítimos y
reclamaran indemnizaciones por
abuso de confianza a aquellos que las
tratan como a violín prestado. Si
algún día hicieran huelga,
¿qué opina usted, García?

El oficio de vestirse


De
repente,
cuando despierto en la
mañana me acuerdo de mí,
con sigilo abro los
ojos y procedo a
vestirme.
Lo primero es colocarme mi
gesto de persona decente.
En seguida me pongo las
buenas costumbres, el amor
filial, el decoro, la
moral, la fidelidad
conyugal:
para el final dejo los
recuerdos.
Lavo con
primor
mi cara de buena
ciudadana
visto mi tan deteriorada
esperanza, me meto entre la
boca las palabras, cepillo la
bondad
y me la pongo de
sombrero y en los ojos
esa mirada tan
amable.
Entre el armario selecciono las
ideas que hoy me apetece lucir
y sin perder más
tiempo me las meto en
la cabeza. Finalmente
me calzo los
zapatos
y echo a andar: entre paso
y paso tarareo esta canción que
le canto a mi hija:
“Si a tu ventana
llega el siglo
veinte
trátalo con cariño
que es mi
persona”.



Tengo miedo

“Todo desaparece ante el miedo. El 
miedo, Cesonia; ese bello sentimiento, sin 
aleación, puro y desinteresado; uno de los 
pocos que saca su nobleza del vientre”.

Albert Camus
Miradme: en mí habita el miedo.
Tras estos ojos serenos, en este cuerpo que ama: el miedo.
El miedo al amanecer porque inevitable el sol saldrá y he de
verlo, cuando atardece porque puede no salir mañana.
Vigilo los ruidos misteriosos de esta casa que se
derrumba, ya los fantasmas, las sombras me cercan y
tengo miedo. Procuro dormir con la luz encendida
y me hago como puedo a lanzas, corazas,
ilusiones. Pero basta quizás sólo una mancha
en el mantel para que de nuevo se adueñe
de mí el espanto. Nada me calma ni sosiega:
ni esta palabra inútil, ni esta pasión de
amor, ni el espejo donde veo ya mi rostro
muerto. Oídme bien, lo digo a gritos:
tengo miedo.

De Boyacá en los campos


Allí, sentado, de pie,
a caballo, en bronce, en mármol,
llovido por las gracias de las palomas
y llovido también por la lluvia,
en cada pueblo, en toda plaza,
cabildo y alcaldía estás tú.
Marchas militares con coroneles
que llevan y traen flores.
Discursos, poemas,
y en tus retratos el porte de un general
que más que charreteras
lucía un callo en cada nalga
de tanto cabalgar por estas tierras,
y más que un físico a lo galán de Hollywood
tenía el ademán mestizo de una batalla perdida.
Centenarios de tu primer diente y de tu última sonrisa.
Cofradías de damas adoradoras
y hasta guerras estallan
por disputarse un gesto tuyo.
Los niños te imitan
con el caballo de madera y la espada de mentira.
Te han llenado la boca de paja, Simón,
te han vuelto estatua,
medalla, estampilla
y hasta billete de banco.
Porque no todos los ríos van a dar a la mar,
algunos terminan en las academias,
en los pergaminos, en los marcos dorados:
lo que también es el morir.
Pero y si de pronto, y si quizás, y si a lo mejor,
y si acaso, y si talvez algún día te sacudes la lluvia,
los laureles y tanto polvo, quien quita.

Sobran las palabras

Por traidora decidí hoy,
martes 24 de junio,
asesinar algunas palabras.
Amistad queda condenada
a la hoguera, por hereje;
la horca conviene
a Amor por ilegible;
no estaría mal el garrote vil,
por apóstata, para Solidaridad;
la guillotina como el rayo,
debe fulminar a Fraternidad;
Libertad morirá
lentamente y con dolor;
la tortura es su destino;
Igualdad merece la horca
por ser prostituta
del peor burdel;
Esperanza ha muerto ya;
Fe padecerá la cámara de gas;
el suplicio de Tántalo, por inhumana,
se lo dejo a la palabra Dios.
Fusilaré sin piedad a Civilización
por su barbarie;
cicuta beberá Felicidad.
Queda la palabra Yo. Para esa,
por triste, por su atroz soledad,
decreto la peor de las penas:
vivirá conmigo hasta
el final.

Patas arriba con la vida


Sé que voy a morir porque no amo ya nada.
Manuel Machado

Moriré mortal,
es decir habiendo pasado
por este mundo
sin romperlo ni mancharlo.
No inventé ningún vicio,
pero gocé de todas las virtudes:
arrendé mi alma
a la hipocresía: he traficado
con las palabras,
con los gestos, con el silencio;
cedí a la mentira:
he esperado la esperanza,
he amado el amor,
y hasta algún día pronuncié
la palabra Patria;
acepté el engaño:
he sido madre, ciudadana,
hija de familia, amiga,
compañera, amante.
Creí en la verdad:
dos y dos son cuatro,
María Mercedes debe nacer,
crecer, reproducirse y morir
y en esas estoy.
Soy un dechado del siglo XX.
Y cuando el miedo llega
me voy a ver televisión
para dialogar con mis mentiras.

Canción de domingo

Es inútil escoger otro camino,
decidir entre esta palabra herida y el bostezo,
atravesar la puerta tras la cual te vas a perder
o seguir de largo como cualquier olvido.
Es inútil rociar raíces
que sean quimeras, árboles o cicatrices,
cambiar de papel y de escenario,
ser arco, cuerda, puta o sombra,
nombrar y no nombrar, decidirse por las estrellas.
Es inútil llevar prisa y adivinar
porque no hay tiempo para ver
o demorarse la vida entera
en conocer tu rostro en el espejo.
Los lirios, el cemento, esos ojos zarcos,
las nubes que pasan, el olor de un cuerpo,
la silla que recibe la luz oblicua de la tarde,
todo el aire que bebes, toda risa o domingo,
todo te lleva indiferente y fatal hacia tu muerte.

La patria

Esta casa de espesas paredes coloniales
y un patio de azaleas muy decimonónico
hace varios siglos que se viene abajo.
Como si nada las personas van y vienen
por las habitaciones en ruina,
hacen el amor, bailan, escriben cartas.
A menudo silban balas o es tal vez el viento
que silba a través del techo desfondado.
En esta casa los vivos duermen con los muertos,
imitan sus costumbres, repiten sus gestos
y cuando cantan, cantan sus fracasos.
Todo es ruina en esta casa,
están en ruina el abrazo y la música,
el destino, cada mañana, la risa son ruina;
las lágrimas, el silencio, los sueños.
Las ventanas muestran paisajes destruidos,
carne y ceniza se confunden en las caras,
en las bocas las palabras se revuelven con miedo.
En esta casa todos estamos enterrados vivos.

Cuando la viuda arrancó sus cabellos 




                             "Todos los que se abstuvieron votaron por mí" 
                                                    Gabriel Antonio Goyeneche
                                                    Presidente de la República de Colombia


Debe decirse viuda y gloria inmarsecible.
El colgar los cabellos de un árbol
da el tono de desespero bíblico
indispensable para llorar en coro.

Si se añade espadas cual centellas
puede pensarse en raudo, en fulgurante,
y si se dice esclavos habrá quien crea
que después de cantarlo todos seremos libres.
Pero no sólo eso: debe decir termópilas,
constelación de cíclopes y centauros,
para que nadie entienda, y trompas
victoriosas y pérfida salud. Todo ello
nimbado de lauros y de sangre y de expansivo
empuje y además muy brillante por estar
bajo el palio de un sol de libertad.
Y detrás de todo eso, lo que vemos
a diario, que se debe cantar en un himno
distinto de este, hecho para damas que toman
chocolate y para caballeros que juegan
golf los martes y se comen los mocos.

Métale cabeza


Cuando me paro a contemplar 
su estado y miro su cara 
sucia, pegochenta,
pienso, Palabra, que
ya es tiempo de que no pierda
más la que tanto ha perdido. Si
es cierto que alguien
dijo hágase
la Palabra y usted se hizo
mentirosa, puta, terca, es hora
de que se quite su maquillaje y
empiece a nombrar, no lo que es
de Dios ni lo que es
del César, sino lo que es nuestro
cada día. Hágase mortal
a cada paso, deje las rimas
y solfeos, gorgoritos y
gorjeos, melindres, embadurnes y
barnices y oiga atenta
esta canción: los pollitos dicen
píopíopío cuando tienen 
hambre, cuando tienen frío.

Una rosa para Dylan Thomas

“Murió tan extraña y trágicamente
como había vivido, preso de un caos
de palabras y pasiones sin freno... no
consiguió ser grande, pero fracasó 
genialmente....” 
D.T.  
Se dice: “no quiero salvarme”
y sus palabras tienen la insolencia
del que decide que todo está perdido.
Como guiado por una certeza deslumbrante
camina sin eludir su abismo;
de nada le sirven ya los engaños
para sobrevivir una o dos mañana más:
conocer otro cuerpo entre las sábanas destendidas
y derretirse pálido sobre él
o reencontrarse con las palabras
y hacerlas decir para mentirse
o ser el otro por el tiempo que dura
la lucidez del alcohol en la sangre.
En la oscuridad apretada de su corazón
allí donde todo llega ya sin piel, voz, ni fecha
decide jugar a ser su propio héroe:
nada tocará sus pasiones y sus sueños;
no envejecerá entre cuatro paredes
dócil a las prohibiciones y a los ritos.
Ni el poder ni el dinero ni la gloria
merecen un instante de la inocencia que lo consume;
no cortará la cuerda que lleva atada al cuello.
Le bastó la dosis exacta de alcool
para morir como mueren los grandes: 
por un sueño que sólo ellos se atreven a soñar.  

Maldición

Te perseguiré por los siglos de los siglos.
No dejaré piedra sin remover
Ni mis ojos horizonte sin mirar.
Dondequiera que mi voz hable
Llegará sin perdón a tu oído
Y mis pasos estarán siempre
Dentro del laberinto que tracen los tuyos.
Se sucederán millones de amaneceres y de ocasos,
Resucitarán los muertos y volverán a morir
Y allí donde tú estés: 
Polvo, luna, nada, te he de encontrar.


Poema del desamor

Ahora en la hora del desamor
Y sin la rosada levedad que da el deseo
Flotan sus pasos y sus gestos.
Las sonrisas sonámbulas, casi sin boca,
Aquellas palabras que no fueron posibles,
Las preguntas que sólo zumbaron como moscas
Y sus ojos, frío pedazo de carne azul.
Días perdidos en oficios de la imaginación,
Como las cartas mentales al amanecer
O el recuerdo preciso y casi cierto
De encuentros en duermevela que fueron con nadie.
Los sueños, siempre los sueños.
¡Qué sucia es la luz de esta hora,
Qué turbia la memoria de lo poco que queda 
Y qué mezquino el inminente olvido!

Canto 3Tamborales

         a Mario Rivero
     Bajo
el siseo sedoso
     del platanal
     alguien
sueña que vivió.


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