jueves, 19 de julio de 2018

POEMAS DE JOSÉ ALBI


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(1922, Valencia, España - 7 de junio de 2010, Jávea, España)

Amor lejano


Abro, de par en par, el viento, la ventana
y te contemplo, amor, voy contemplando todo lo que fue mío:
los almendros alegres todavía,
y el mar en los almendros, la luz en los almendros,
y más mar todavía allá a lo lejos.
Quizá piense en tu piel,
quizá vaya pasando la mano por la corteza de los pinos,
quizá los años vayan cayendo como las gotas del grifo;
quizá los siglos.
Y quizá todavía te tenga entre los brazos,
como ayer, como siempre.

¿Oyes los montes? Puede que canten.
Puede que se derrumben,
que se acuerden de ti, que te nombren,
que inventen la palabra burbujeantes, nueva, '
como el agua de los neveros despeñándose,
como mi voz en medio de la noche.
-¿Duermes, amor?
No me contesta nadie. Sé que duermes.
Bernia, como un gran perro bajo la luna,
se acurruca a mis pies.
Oigo su palpitar estremecido.
Ifach, allá a lo lejos, se nos hunde en el mar,
golpea las estrellas con su silencio.
Más cerca, las luces chiquitinas, lentas y fieles de Guadalest.
vuelvo a rozar tu sueño
tu piel con luna,
los dos ríos lejanos de tus piernas.
Tú, montaña también, valle dormido,
mar toda tú.
-¿Duermes, amor?
Gotea el grifo, ladra un perro
infinito, remoto como la eternidad.
Voy a ciegas, tanteo las paredes
y los acantilados y los vientos.
Te amé, te estoy amando, te estoy llamando.
Sólo un eco de piedra me contesta:
Aytana, Chortá, Bernia...
La casa está vacía.
El silencio respira aquí, a mi lado.


Definitiva soledad


¿Oyes el mar?
Eternamente estaremos escuchándolo.
Lo llevaremos dentro como la sangre, como la paz
como te llevo a ti misma.
Todo, todo irá acabando: la tristeza, la vida,
la soledad tan grande en que me has dejado.
Sólo el mar, amor mío, el mar sigue existiendo.
Me asomo: lo contemplo desde esta tarde lenta,
desde esta fría y herrumbrosa baranda
adonde no te asomas.

Amor, no estás conmigo. ¿Ves el silencio en torno?
Baja como las olas,
me roza como el río de tu piel,
se aleja para siempre.
Tú, mar, eterno mar de mi sueño,
sueño ya tú, lejana, irremediable.

El viento te acaricia. Yo soy el viento.
Pero estoy solo.
Y tú, tú estás lejana.
Sólo el mar te recuerda, te vive, te arrebata.
Siento tus labios, que es sentirte entera;
siento tu carne, calladamente mía.
Mis manos en el aire te dan vida,
y la playa, ya inútil sin tu huella,
deshabitada y torpe se aleja como el día.
Sólo la tarde existe;
existe y va muriendo. Unos dedos de espuma
me agitan los cabellos;
unas hojas doradas por el sol van cayendo.
Quizá son tus palabras,
quizá el cerco ya inútil de tus brazos.

Escucha, amor, te voy nombrando
como te nombra el mar. Algún abismo
se quiebra no sé dónde, y este mar que respiro
                                                                no es el mío
con capiteles rotos y con mirto.
Es tu terrible mar, tu ecuatoriana selva,
como tú, tormentosa; como tú, quieta, insospechada, dulce,
y otra vez angustiosa y arrebatada. Amor,
me vas muriendo. Este mar que era nuestro
me mira indiferente. Quisiera levantarme
como un viento tremendo
y sacudir las velas, descerrajar los brazos,
morirme a chorros.
Pero sólo el silencio. Yo, acodado en en el aire,
contemplo tu recuerdo.
No hay más que arena.
La ciudad, a lo lejos, se desdibuja.
Es un humo borroso como el olvido.
Ahora estiro los brazos y te busco.
Aquí están nuestras rocas. El mar se mira en ellas; 
también te busca.
Una estrella de mar va acariciando mi sombra:
mi sombra que, sin la tuya, no es más que un pozo seco.
Esta tarde es como media vida: la media que me falta.
                                                La que tú te has llevado.
No, no has venido.
Eternamente no vendrás. Caerán constelaciones,
se hundirán montes, siglos, tempestades,
y no vendrás. Y yo estaré mirando
lo que nos une todavía: el mar.
Un buque remotísimo buscará el horizonte;
pasará una pescador con sus cañas al hombro.
Sólo tú no vendrás.
No vendrás nunca.


Estrella de alta mar, márcame el rumbo...


Estrella de alta mar, márcame el rumbo.
Puerta del corazón, dame cobijo.
Enamorada miel, tenme en tus labios.
Arrebatada luz, ponme en tus ojos.
Paloma en libertad, cédeme el vuelo.
Palmera, cielo al fin, hazme a tu imagen.
Ámbito de mi fe, cólmame el gozo.
Mujer y nada más, sé toda mía.
Tú, mi dolor, mi sed, mi sobresalto,
mi júbilo y mi luz a manos llenas.
Revelación total, regocijémonos
Llave de mi ansiedad, dame la vida.
Hoguera de cristal, torre encendida, ensimismada
                                                alondra de la tarde,
gloriosa claridad, lirio iniciado, milagro de la
                                                  paz y de la espiga.
Dame la paz, la paz, tú siempre amada.
Para siempre la paz y la esperanza.


 

Soneto de la ausencia

¿Me oyes, amor? Hay un fragor de trenes,
o quizá de batanes o de espigas
que te aleja de mí. No, no me digas
que te irás para siempre. Los andenes

se despoblaron. Yo, regreso. Penes
por donde penes, corazón, no sigas,
no te sigas marchando. Más fatigas
y más amor perdido si no vienes.

Ay, dolor, que yo sé lo que me pasa.
Que mi casa sin ti ya no es mi casa,
y el aire ni respira ni madura.

Que estás dentro de mí, pero no basta
aunque te lleve hasta los huesos, hasta
la misma pena que hasta ti me dura.

Y A TI QUE TE DIRÉ?

¿Y a ti qué te diré, río del alma, cántaro de mi sed, jardín cerrado?

¿Y a ti qué te diré, río del alma, cántaro de mi sed,
       jardín cerrado?
¿Y a ti qué te diré, mujer que dejas tu corazón al borde
      de mi vida?
Hasta ti llegaré y, entre las manos, tomaré viento y agua;
      luz y tierra,
y amasaré nuestros dos nombres juntos.
Qué nuestra es la esperanza, que nos gana y nos pierde
      cada día.
Qué nuestra es la tristeza, que se escurre a lo largo de los
      hombros y nos deja indefensos, solitarios.
Qué nuestro es el recuerdo, que nos une lo mismo que un
      abrazo.
Qué nuestro es nuestro amor. Con él estamos igual que
      un niño con zapatos nuevos.
Qué nuestro es nuestro mundo: isla de guerra y paz,
      isla profunda
hecha a la dimensión de nuestras almas.
Qué nuestro es nuestro amor,
Qué indescifrable, qué remoto, qué mío

Qué mía que eres tú, qué mío el mundo, que mía mi verdad
      cuando te tengo.
Encontrándome en ti, me hallo a mí mismo. Mi vida empieza
      donde tú terminas.
Mi vida es despeñarse, como un toro por las encrucijadas
      del misterio.
Mi vida es caminar, morirse a ratos, y comenzar de nuevo
      la jornada.
Pero tú eres la paz. La paz ganada a pulso, a fuerza de
      huracanes y batallas.
No hay victoria que valga si no arriesgamos nuestra propia
      vida
Y la nuestra aquí está. Sin burladeros, jugando con el mundo
      a cuerpo limpio.
Amor es bello si la herida es honda. Horademos la piedra
      gota a gota.
Hay que aprender la paz de cada día. Yo la aprendí
      en tus ojos.
Aprenderla y vivirla. Yo he aprendido a vivir a tu manera.
No hay paz para quien lleva sus dos manos vacías de
      esperanza
No hay paz para quien niega sombra o luz á su hermano.
No hay paz para quien cierra el corazón, y calla si alguien
      llama a su puerta.
Ni hay paz para la fuente que no mana, para el árbol
      sin fruta,
para el labio sin beso, sin perdón y sin fuego...
No, no hay paz para el hombre vacío de esperanza.

Haya paz para el hombre que te busca, como el campo
       la lluvia de setiembre.
Haya paz para el hombre que está solo, con su destino
       a cuestas
Haya paz y haya amor. Romped los diques de la fe y de los
       besos, y ahogadme en sus dulces huracanes.
Yo te llamo mujer, y te llamo ternura y fortaleza; y alegría
       y dolor a un mismo tiempo.
¡Oh, región fabulosa de tus brazos! Aprenderemos a vivir
       de nuevo.
Dame tú luz, tu cumbre, tu destino. Dame más, mucho más:
       tu propia vida, pues sabes darlo todo a manos llenas.
Eres incalculable como un mundo. Y tiernísima y frágil como
       un niño.
Me sorprendes, me empujas, me acorralas, y entre los labios
       te me mueres dócil.
Eres tú y eres yo. Todo es a un tiempo rabia de destrucción
       y de ternura,
de inexplicable y de gozoso hallazgo, de generoso encono
       de caricia.
Nuestra vida se suma y se desborda. Mi encarnizada
       soledad es tuya.
Tu terquedad dulcísima y el agua de tu mirada triste son ya
       sangre en mi piel, ya son cascada.
Somos un viento que en la vida clama, abriendo puertas,
       derribando muros,
levantando la niebla de los turbios callejones del hombre.
Aquí está nuestra lluvia de esperanza. Somos la vida.
       Detened el brazo que amenaza y conmina. ..
Nada podéis, porque la tierra muere, pero nace otra vez.
Somos la tierra que nos forma, nos une y nos libera.
Tierra de Dios, con fuego en el costado que incendia
        un corazón para dos vidas.

¡Qué terrible esperanza! ¡Qué delirante gozo! ¡Qué vértigo
        en el alma!
¡Qué insumisión, qué cólera, qué fuego...!
Si fuimos dos, ya somos uno mismo.


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