martes, 8 de diciembre de 2020

POEMAS DE MAHFUD MASSIS

(Imagen tomada de internet.)
(Iquique, Chile, 1916 — Caracas, Venezuela, 9 de abril de 1990)​​


Retorno

 

Como el salmón que torna a la grava de la muerte, remonto el río, calvo, seco, desdentado,

roto ya el oro de las ensoñaciones, desdichado, veloz, cabezabajo.

Atrás : la tierra, su macho de furores, la tierra como una esponja negra,

y un collar de sombras y pedradas en los ojos. Tú que bajaste conmigo y eras un castaño claro,

que descendías como la mano blanca sobre la tecla negra, dime, ¿qué fue ? ¿Qué bestia

me apretó la cintura hasta derramarme,

vagabundo, ensimismado, con un hueso en el aire de la cabeza ? Adorabas al sol, evocabas otro lenguaje,

pero yo estaba muerto, mutilado, vivía en Asia, en Oceanía, ostentaba la filosofía redonda de los perros,

pero el mundo era cuadrado, amor mío, ¡era cuadrado !

y tenía un florete de pestaña roja.

Nunca pude explicar. ¡Todo es inexplicable !

Todo tangible, húmedo alrededor, y se escapa como la hembra del camello. Sólo tú tienes forma. ¡Arrójame tu vestido,

ahora que los sueños buscan una extraviada deidad, un presagio encima de la muerte. Esta noche remonto el río, como el salmón maldito que descendió al mar y vuelve díscolo, envuelto en pálidas alucinaciones,

saltando sobre los rápidos, entre duelos y ráfagas verdes, pero con el embrión muerto, el ojo muerto,

buscando para caer la piedra definitiva.

 

 

El rostro caído sobre la tecla

 

Impasible, como una reina de los ratones,

su diminuta cabeza que el sueño ha despojado, se quiebra como un pez en la trama invisible, mostrando la nuca blanca

sobre el algodón y sus dioses egipcios.

De su ojo cuelga el barmellón de las sombras atadas, y la fina

guarida de su sexo es imperceptible temblor de algo fija y tenaz en la tormenta.

Nadie la reconoce en sueño. Nadie llora.

*

Duerme sobre una quijada con el cuello esfumado,

y el negro toro del taller, el toro de las fuertes traslaciones, empuja hacia un cielo de vapor el rostro cándido.

Los que estamos cubiertos de viruelas y mordemos la cruda oreja de Dios, homicidas serenos,

besamos la dulce, navegante cabeza en los nocturnos mares ; apenas una ola hincha su angosto pecho, y en el aire encendido nace un toro nuevo en el ojo

de los toreros.

 

Poema de las manos muertas

 

Toma mi mano, este hueso que estará un día podrido. Apriétala, ponla sobre tu corazón mientras dura la noche.

Con ella escribo esta estrofa muerta, reviento una mariposa cada mañana. Con ella te digo adiós, pájaro viejo.

Mira mis manos. Sólo así comprenderás mi tristeza.

Si te rompieran el corazón, si te comieran el cerebro, tendrías estas mismas manos coronadas de aire invisible, de pámpanos muertos. Con ellas beberías

la sopa enlutada del invierno, rodeado de escarabajos y de hijos. Perro nuestro que estás en los cielos, ¡defiéndeme estas manos ! Que no se cubran de gusanos sino en la hora

en que los hurones levantan sus patas al tardecer, otras manos escriban : “fue un extraño salvaje en la tierra”. Encontrarás mi mano sobre el velador alguna noche, rodeada de carbón, incapaz de abrazar tu cintura, agarrando la sombra, el tabaco

del cigarro funeral en el viento.

En mi rostro -despiadado y distante- hallarás sólo una pagoda de hueso, el resto de una verdad enterrada.

 

 

Océano abierto

 

Abrid la tierra. ¡Sacadle ! Mirad el oro de sus dientes, y ese aire huacho, como de caballo de otro mundo,

las grandes aletas con que se agitaba el pensamiento, invocando a los augures ;

pero aunque fuese la mitad de su espectro, una flor, una mosca de su esqueleto, todo basta

para el velamen de este barco de piedra hacia lo desconocido. Es posible llorar un madrigal, quemarse la cabellera,

caer hacia el oriente como un ramo hechizado ; pero ¡ay ! necesitamos de esa brisa enterrada, como la ola el viento para morir en la orilla.

* Habitante de este lagar, acaso

te quede un pulmón vivo, y tu mano fluya como la lágrima sobre mi rostro en esta hora ;

desciende, cava conmigo, arrastra estos huesos hacia afuera ; después, después el mar, la oscura potestad, las tempestades, el océano abierto de los antepasados,

eternos, sordos en el fondo del Valle,

y junto al fuego que llora al amanecer, el paso de los ratones.

 

Padre mono

 

Hierático, trascendental, antiguo padre terrestre,

yo te saludo con este fragmento de cola que el tiempo ha respetado, con esta carcajada sideral debajo del agua negra,

ululante y feroz, en la Bahía de los Hombres.

 

Yo te pido perdón por tus ojos humanos. (Perdona mis ojos de mono, mi mirada infinita),

y te ofrezco este nenúfar rojo, este hueso raspado, para que tu vieja cara de monje

asirio,

salte desde las edades, por sobre la caña pálida, y estreche la serpiente oscura de mi mano.

*

Raquítico, mordaz, derribando del cráneo de los dioses, haces sonar el arpa sobre la niebla de los terribles días,

y tu frente de mago terrenal es la epopeya de un lirio seco, arrancando del sepulcro de las horas. Padre

Nuestro que estás sobre los árboles,

sobre los promontorios de la razón y los ventisqueros, acércate, bebamos este vermut a solas ;

baja de tu árbol, y hablemos largamente de nuestra hedionda fortuna.

 

 

Panorama del ídolo

 

Gallo muerto en la sacristía, caí en la tinaja del barbero, alucinado, perseguido por hombres de larga cabellera.

¡Cómo veo caer la noche sobre el oprobio y las aguas !

(Infancia de murciélagos, de lúgubres sonatas, de papiros asados). Como un ídolo chino, o un pequeño dios de porcelana,

me arrojaron sobre las coles del cementerio, extraviado, solo,

arrodillado como un delirante en el ágora. ¡Oh !, arrástrame contigo, ave de negro moño,

cuesta abajo hacia los imperios adyacentes, cerca del jadeo de tus tetas, tocando a degüello, mientras me bordas la camisa de anagrama amarillo, y en el lecho rueda mi cabeza asediada por las moscas.

 

Mercado persa

 

Entre pordioseros vestidos de mariposas, y piojos traídos del Himalaya,

contemplo el vuelo del vendedor de ensueños y huevos mágicos. Hay una parca rodeada de flores,

un asesino, una piedra escarlata,

y yo, pobre, cubierto de manchas de resina, compro un pájaro en medio de la tormenta, un ave de pecho seco, como el mío.

Quiero escuchar su trémula voz de difunto,

su quimera en mi habitación, su madrigal de hueso ;

sentir cómo se quema su plumaje, mientras me agito en los escombros del sueño, y levantarme a gritos, como si me hubieran desenterrado,

los ojos puestos al revés, bajo la sepultura.

 

Sesos y orquídeas

 

Angel invasor, en esta y en la otra vida,

dime ¿de qué astro descendí, como un carnero barbado, alado y miserable sobre estas piedras ?

Bajo un ramaje glacial, en una luna que apenas reconozco, al pie de una higuera en que grabé tu terrible nombre,

viví en el fósforo de unos ojos, que amaron la luz de este pobre cielo. Pasé. Ardí como una yesca. Me echaron en una fosa.

La tristeza me siguió como una yegua. Amé una flor,

el esqueleto de una mujer. Escribí en el muro unas palabras negras.

¿Qué más ? La vida se secó como la alfalfa, se quebró como un hongo seco.

¿Qué sueño de fúnebre enano me arrojó sobre estas piedras ?

Se me acabó la cara, como la ropa al mendigo, como la paleta al oso viejo.

¿A dónde vas, joven idiota ? ¿Por qué fumas

tu pipa, y avanzas sobre los fosos, aullando como un demente en la primavera ? Muere el hombre ¡ay ! y su pierna sigue caminando,

buscando un rostro en la lividez del sueño, un hacha en la tormenta,

pero yo te busco más allá, máscara soñada, saltando sobre los huevos y las cruces, y cavo, cavo sin cesar, para encontrar tu cabeza furiosa.

Tomado de:

https://meridiano75.blogspot.com/2009/08/poemas-de-mahfud-massis-del-libro-los.html

 

OTRO TRAJE

 

ESTE traje de perro que llevo,

traje de malhechor

muerto hace siglos en esta tierrra,

y en que los huvos del tiempo dejan su madra trompa,

quiere erguirse como soldado, ir a la sierra

donde mataron al Comandante.

 

Pero

!qué piernas cansadas! ! Si llevo

tres mil años metido en esta pirámide, podrido, glacial,

y América, qué América, exigiendo, siempre exigiendo

machos terribles, y no

un animal cansado como yo, angélico, lúbrico, ensimismado,

haciendo versos huevones que nadie lee,

que ni yo mismo leo,

por que aprendí a escribir sin haber leído el libro del mundo.

 

Madre,

 

vuélveme

 

a parir

 

de nuevo,

 

Tírame al barro,

quiero ser un soldado saliendo de una casa vacía,

lejos de los poetas,

o de las putas con alas de mariposa,

o

por último

déjame en Bolivia, aunque me corten los dedos

con los que intento escribir

esta canción

de loco

derrotado.

 

PERRONUESTRO

 

PERRONUESTRO que estás en los cielos,

petrificado sea tu nombre,

caiga sobre nos el tu reino,

hágase tu voluntad sobre la tierra, debajo del cielo.

El pan negro de cada día arrójanoslo hoy

y perdónanos nuestras deudas,

así como nosotros asesinamos a nuestros deudores;

húndenos en la tentación, más libranos del animal.

Amén.

 

INSURRECCION

 

El Hombre

!qué solo!

y Dios no tiene cojones. !Dios

ya no rompe nada!

Tiene

una papa en la boca: está mudo. Y te puedes

moriri llorando. !Pero

estás solo!

Si no te rascas

con la propia

mano

entumecida,

si no hechas el corazón y dices: "Carajo,

soy un hombre", y entregas

a tu hermano un fémur,

un fusil,

un cuchillo para asaltar juntos el cuartel mas cercano;

si te dejas

llevar de la jeta por los bulevares

como un ángel con los huevos cortados,

no pretendas

ser distinto

a este mono caliente

colgado de su jaula en el invierno de la vida,

y que observa

con el cráneo aplastado,

cómo desciende la lluvia, cómo

cae el maní sobre su rostro de pordiosero,

esperando

que nazca

de él un día

el HOMBRE que tú

miserablemente traicionas.

Tomado de:

http://vozurgente.blogspot.com/2006/02/poemas-de-mahfud-massis.html

 

PENÚLTIMO CARTEL

 

¡Soy el Miserable que se ahogó en la poesía!

Pude ser capitán, degollador de escualos,

pero sólo fui cabeza de perro

en la necrópolis de la Gran Ciudad.

 

Observo mi hígado derretido

mis

poemas

en las letrinas,

en cuyo pórtico me espera una mula negra.

 

Las putas

y los alguaciles de rígida cabeza

me preguntan quién soy.

En las espaldas

cargo un huevo infinito, una

pierna quebrada,

un piano que gime en la inalcanzable profundidad.

 

Lloro, entonces,

por la tarea perdida,

por la sangre coagulada lentamente,

por este poema que escribo sin rencor, sin tener otra cosa que hacer,

en circunstancias –como dicen los periodistas–

que sólo quisiera tenderme junto al mar,

esperar que suba la marea

y estirar

los dedos

como un tornillo

sin fin.

 

Testamentos sobre la piedra, 1971.

Tomado de:

https://poeticas.es/?p=2079

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