miércoles, 7 de febrero de 2024

POEMAS DE ARTHUR SZE


La luz del G i n k g o 

 

I

Un pájaro carpintero abre un hueco en un poste del tendido.

Mientras cortas los tallos de los tulipanes que pondrás en un jarrón,

Yo toco con el arco la cuerda la, para comenzar la «Canción del viento».

Disfrutamos un plato de granos con cilantro y arroz, un pinot noir;

Entre tanto la luz se inclina a través de la ventana en la cocina,

La primavera es la llama de las velas

Frente a la punta de nuestros dedos. En el río el hielo cruje

descongelándose: alguien palea nieve en la entrada de su casa,

Se cae, y, en el hospital, se infecta con estafilococos;

Entre los restos de un avión caído, una mujer

Identifica el anillo de su esposo en un cadáver carbonizado;

Un escritor de viaje cuya esposa está en

Un asilo contempla un eclipse lunar, la luna anaranjada

Con una millonésima parte de su brillo natural.

Una semilla de loto de 1300 años germina; las hojas

De un gingko retoñan con su forma de abanico; cada hora abunda.

 

 

II

Una niña de siete años corta lilas magenta para su madre;

 

«Electrocutado tras grafitear una subestación»;

 

Gotas de lluvia en el tragaluz;

 

Mantarrayas que se alimentan en una ensenada iluminada bajo el agua;

 

Al seducir a un paciente,

No previó terminar hundido en un abismo;

 

Sobre Siberia, explota un meteorito;

 

«¡Soy más feliz aquí, ahora!»

 

Un jilguero con una rama para su nido en el pico;

 

El amor no tiene cerca ni lejos.

 

 

III

Cerca del atolón Bikini, la bomba atómica mutó de hongo

En una bola de fuego que tiñó de obsidiana el azul del cielo,

 

Explayó al viento, en negro iridiscente, las hojas de las palmeras;

Ese momento de la bola de fuego siempre acecha

 

Tras los ojos del piloto retirado, incluso cuando cuenta un chiste,

Se sirve vodka, muestra sus lentes, medallas,

 

La chaqueta de cuero que cuelga de un clavo. Una mujer

Tararea mientras trabaja el mimbre con una cuchilla x-acto,

 

Una lupa para restaurar una cesta jicarilla apache

Empieza a revelar una línea en zigzag

 

Ella no tiene brillo, no se sabe si dentro

De una década se disparará una bala en la boca.

 

 

IV

A través de un portal de la luna, brotan lotos en un estanque;

 

«¡Eres eso!»

 

Él hizo énfasis en una investigación racional

Luego condujo hacia el sur, dentro el bosque, y se puso una pistola en la cabeza;

 

Esfumarse entre las sombras;

 

Árboles de membrillo y durazno sueltan sus hojas por debajo de la zanja;

 

Sucesión y simultaneidad;

 

La forma de las ramas en sus hojas.

 

Pizzicatti:

«up the riv-er we will go.»

 

V

Seis de agosto de 1945: un templo en Hiroshima a 1130 metros

Del hipocentro se desintegra, mientras que su gingko

 

Renace después de la explosión. Cuando el templo fue reconstruido,

Hicieron la salida, la escalera de entrada a izquierda y derecha

 

Se levanta su alrededor. A veces uno mira la aniquilación

Antes de irrumpir en la dicha. Una madre con Alzheimer

 

Reconoce a su hijo, pero no sabe dónde está ni cuándo.

Él la visita. Durante la Revolución Cultural,

 

Xu-mo en trance lavó y contó un millón de platos

En un camión cisterna. Un punto de rocío

 

Es cuando el guía trota junto a los perros de su trineo,

Ahorrándoles llevar su peso sobre el hielo hasta el final.

 

VI

Unas rebanadas de pan sobre una rejilla; un automóvil salpica

A un vendedor de periódicos en una isla de la calle.

En el camino de los días, divisamos la luz zodiacal

Por encima del horizonte. Los astronautas han esparcido

Huellas y estreptococos en la luna.

El azar despierta a la mente preparada:

Un gavilán posado en la rama de un álamo

Precipita nuestras sinapsis. En el huerto,

El sonido de las flores del albaricoque que se abren;

Las larvas de los zancudos se contraen en el agua

De la terraza en forma de v que escurre hacia el estanque.

No creemos caminar con torpeza en torno a un lujoso

Incensario en un camino de muchos años.

Tal y como relucen los cocuyos, anhelamos hacer brillar la oscuridad

Con serpentinas. Una camioneta de repente se desvía

Y luego se aleja, lanzando luz sobre nuestras caras.

 

VII

Mientras la luz cruza nuestras caras, somos

Ciegos, por un momento, y, sin dirección,

 

Podemos ir hacia todos lados. Las lobelias

Florecen en una maceta del patio; un vecino

 

Nos entrega tres lechugas por encima de la cerca.

Un grillo canta afuera de la ventana;

 

Y mientras nos escuchamos exhalando, inhalando,

Lo efímero se vuelve más duradero que lo concreto.

 

Los gingkos brotan. Una hendidura quebrada

Se extiende a lo largo del parabrisas: descubrimos que

 

Hacer retroceder a la oscuridad es alimentarla,

Sufrir en el tiempo es –irrigación dicotómica–

 

La eflorescencia del tiempo. Una mañana fresca

Golpeamos las capas de la superposición

 

De las hojas esparcidas por el viento sobre la acera,

Tocar la cicatriz en la muñeca, la sutura en el abdomen.

Tomado de:

https://poesia.uc.edu.ve/la-luz-del-gingko/

 

 

Canción del liquen 

 

 

–Nieve en el aire has visto la costra en la madera del techo y no has considerado cómo gané humedad cada que salías de la regadera no te importa que yo respire mientras tú también lo hagas por años te has lavado la cara te has visto en el espejo te has rasurado cepillado el pelo te has apurado a salir mientras yo que puedo crecer una pulgada en mil años atrapaba el cosquilleo de la luz solar no entiendes cómo puedo zambullirme en la temperatura del gas licuado y calentarme luego sorber agua empezar a crecer nuevamente sin una cicatriz puedo flotar entumecido en el espacio ser golpeado por rayos cósmicos volver entonces a la Tierra y salir del sueño entrando en calor hasta respirar de nuevo sin un rasguño vienes y vas mientras yo quedo prendido al pino y la dulzura de existir corre en ti corre en mí te astillas con solo irte irte irte si desacelerases podrías descubrir que los mosquitos baten sus alas seiscientas veces por segundo y que antes de aparearse sincronizan su aleteo  podrías sentirlos titilando por el deseo  te estoy lanzando palabras y si absorbieras mi canción en lugar de secarla aprenderías que no estás solo en el dolor ni en la pena  puedes propiciar el atrevimiento y la emoción dichosa si y cuando te detienes a mirar una roca un poste en la cerca pero toses solamente al mirar sí al mirarme ahora porque estás a un parpadeo de marcharte–

 

 

Transfiguraciones

 

 

 

Aunque ni tú ni yo vimos florecer árboles de pistache​​

 

en los Jardines Colgantes de Babilonia, aunque​​

 

ni tú ni yo vimos el río Tigris manchado de tinta,​​

 

aunque nunca hemos oído rajarse la coraza del pistache, ​​

 

tomamos turnos sosteniendo un panda que mascaba​​

 

las hojas de un bambú, y ahora conozco esos crujidos.

 

He despertado junto a ti e inhalado la luz de agosto​​

 

en tu cabello. He escuchado plegarse y desplegarse​​

 

tu respirar –delfines jorobándose sobre la planicie​​

 

entre una ola espumeante y la otra–; aquí, años​​

 

después de tamizar la milenrama y leer el​​ Libro​​

 

de las mutaciones, marco la disolución de tonos al poniente​​

 

cuando el cielo se abrillanta sobre el llanto de los sauces.

 

El panda se retuerce al embutir tallos en su boca. ​​

 

Avanzamos hacia un claro con chantarelas en ciernes​​

 

y, aunque este espacio se contrae y se oscurece​​

 

en el tránsito de un día, ​​ aquí​​ es el ancla que libero​​

 

hacia las profundidades verde azuladas. Miro​​

 

hondamente los parches oscuros de la mirada del panda: ​​

 

¿cómo un carnívoro evolucionó en un comedor de bambú? ​​

 

Hay tantas transfiguraciones que nunca desentrañaré.

 

El arco de nuestras vidas se abrillanta y luego palidece, ​​

 

se abrillanta y luego palidece –una mujer atrapa libélulas​​

 

en un huerto con el silbo de su red–. Tomo un pistache​​

 

sonriente del tazón y termino de rajarlo: un toque​​

 

de Asiria se derrama por el abanico aluvial de la luz​​

 

del sol. Leo la primavera del otoño en el pliego​​

 

de tu respirar; aunque ni tú ni yo hayamos visto​​

 

la Gran Muralla en todo su esplendor, despierto​​

 

al irrepetible contorno de este respirar.

Tomado de:

https://circulodepoesia.com/2024/02/poesia-norteamericana-arthur-sze/

 

 

Las hojas de un sueño son las capas de una cebolla

 

Una tortuga de las Galápagos no tiene nada que ver

con el mundo de los neutrinos.

La ecología de las Islas Galápagos

nada tiene que ver con unas tijeras.

El cactus de la ventana nada tiene que ver

con la invención de la rueda.

Y la invención del telescopio

nada que ver con un jaguar rojo.

No. la invención de las tijeras

tiene mucho que ver con la del telescopio.

Un mapamundi tiene mucho que ver

con el cactus de la ventana.

El mundo del quark tiene mucho que ver

con un jaguar vagando en la noche.

El hombre que se autoimmola y lanza

un cóctel molotov contra un tanque tiene mucho

que ver con un girasol inclinándose hacia la luz.

 

 

Las formas de las hojas

 

Ginko, chopo, roble palustre, liquidámbar, tulipero:

nuestras emociones parecen hojas y atentos

a sus formas nos alimentamos.

¿Has sentido la extensión y el contorno de la aflicción

a lo largo de los bordes de un gran arce de Noruega?

Te has sobresaltado ante el fulgor naranja

abrasando las curvas de un crespo cerezo silvestre?

Yo he visto desde el aire islas de árboles talados

cada una con una red de bifurcantes carreteras de gravilla,

y sentido un momento de pura cólera álamo-dorada.

He visto grullas canadienses moviéndose en un campo abierto,

una sola grulla blanca en la bandada.

Y he viajado a lo largo del contorno

de hojas que no tienen nombre. Aquí

donde el aire es húmedo y la luz es fresca,

Yo percibo lo que otros están pensando y no dicen,

Yo conozco el placer en las venas del arce del azúcar,

estoy viviendo en el borde de una hoja nueva.

Tomado de:

https://establopegaso.wordpress.com/2015/02/11/arthur-sze-poemas/



RECORDANDO LA RESERVACIÓN
MUCKLESHOOT DESDE LA CALLE GALISTEO, SANTA FE

 

La proa de una canoa Muckleshhot, bendita

con plumas de águila y un ramito de ciprés de Nutka,

es echada en la bahía. Una niña mira la forma

como su madre frita lonjas de venado en un sartén­—

las gotas de sangre chisporrotean, se evaporan. Como

es un vecino el que las alimenta, comen sin decir palabra;

el silencio se rompe cuando de vez en cuando la niña

se atora, se mete un dedo en la boca y saca un pelo.

el padre se ha marchado furioso, peleando con su jefe,

que después del trabajo se iba al campo de tiro;

se ha marchado el contador que hizo un desfalco,

y alardadeaba de su camioneta, y de un flux

ganador en el casino. Donas latas de sopa de pollo

y ropa vieja pero nunca te enteras de que llegaron

al distrito sur de la ciudad. Tus pequeños actos

son huellas de zarapito en la arena húmeda.

Periódicos, envases de plástico, botellas de cerveza

llenan los cubos de basura de la empinada calle de sentido único.



UNA PLAZA GRANDE NO TIENE ESQUINAS 

 

“Corten”.

Una actriz que se hace la muerta durante cien segundos jadea.

Un hombre acelera

y a toda velocidad recorre la calle de arriba abajo en un Mustang rojo.

“Corten”.

 

Un alfarero abre un horno en la ladera de una colina;

saca una copa fundida

y, al meterla en

agua helada

sisea, se vuelve negra, se resquebraja.

 

Desesperada, una perla es una esfera.

“Corten”.

En Bombay, una fila de limpiadores de orejas están de pie en la calle.

En una meseta

las ventanas sur de una casa se rompen;

 

mineros subterráneos de uranio

están haciendo explotar cargas.

“Corten”.

Un lazo que empieza a desenredarse en la mente

es, como cornamentas rojas,

 

el eje de un sueño.

“Corten”.

¿Cuál es el secreto para detener el tiempo?

Un calígrafo tuerto

escribe con un trapeador: “Una plaza grande no tiene esquinas”.

 

 

SIZIGIA

 

Noto los faros de autos desde la ventana de la sala

y luego alcanzo a oír el bajo de una camioneta al pasar.

Me escandaliza la noticia de que unos médicos

recogieron la orina de monjas con menopausia para extraer

gonadotropinas. ¿Y es esos lo que se saca,

en dosis infinitesimales de un frasquito?

Recuerdo un filamento de acero en un dedo

y lo difícil que era detectarlo, extraerlo

bajo una lupa; sin embargo —mantillo azul,

manzana cayendo de una rama— es difícil verlo

de cerca cuando, en la periferia, lo inesperado

fácilmente atrae tu mirada. El jueves pasado en la noche

miramos la luna llena con los binoculares,

vimos cómo se oscurecía y oscurecía hasta que, eclipsada,

brillaba rojo ferroso. Relumbrábamos bajo el fulgor de la chimenea;

las puntas de mis dedos brillaron cuando te frotaba la espalda,

y mordía suavemente tu oreja. La mente es un diapasón

que golpeamos, y, al ser golpeada, en la zizigia

de un momento, encontramos que las pasiones sesgadas,

enmarañadas, de un día empiezan a arreglarse, alinearse, hum.

 

 

LA POSADA “EL CIELO DEL CERDO”  

 

Cae la luz del sol sobre los chiles rojos en la cesta ladeada—

pasamos junto a una pila de hojas de morera ardiendo,

hasta una aldea Xidi, entramos a un patio, notamos

un mortero de tinta, grabado con caligrafía, lleno

de agua y pétalos de casia, olemos paneles Ming

de secoya. Mientras un músico lleva a la boca

un xun pequeño y sopla, veo kiwis

colgados de ramas sobre una la luna de un portal:

una abuela, antes la concubina más joven,

recostada en una silla con vendas

en las rodillas, se queja de un dolor constante;

alguien escupe en la calle. Al tañer las cuerdas

de una zítara otro músico, las grapefruits

se ennegrecen en las ramas; una mujer descascara

unas castañas; dos hombres en un bote de fondo plano

recogen lentejas de agua en el río. Las notas salpican,

plateadas, los adoquines, y los dedos

de pronto me duelen: durante la Revolución Cultural

mi tío político se lanzó por una ventana

del tercer piso; al amanecer malinterpreté el llamado

de los pájaros a la lluvia. Cuando los músicos hacen una pausa,

los pinos de la Montaña Amarilla se mecen cerca

de la Cumbre brillante; un cerdo forcejea dentro un cercado;

alguien se suena la nariz. Las huellas del pasado

son girones de humo de morera que se eleva

sobre las tejas; y antes de desaparecer también nosotros,

caminamos hasta donde las tres trochas convergen: cientos

de personas se han detenido frente a nosotros, cientos

vienen a nuestra espalda; formamos un río de gente

encauzado que desciende a través de una sima en el granito.

 

 

EL RÍO INNOMINABLE

 

 

1

 

¿Está en la cara de antracita de un minero del carbón,

cristalizado en las venas y pulmones de un minero

del acero, pulverizado en las manos sucias de un maquinista?

Está en un niño que nombra una estrella, en cocos que la marea

arrastra hasta la playa, inactivo en un volcán a lo largo del Río Grande?

 

Uno puede recorrer las cuatro mil millas del Nilo

hasta la fuente y nunca encontrarlo.

Uno puede trepar los cinco picos más altos de los Himalayas

y nunca reconocerlo.

Uno puede observar por el telescopio más grande

y nunca verlo.

 

Pero está en los capilares de tus pulmones.

Está en el espacio al tajar un limón.

Está en el cadáver ardiendo en el Ganges,

en la lluvia salpicando las hojas de plátano.

 

Tal vez tienes que saber que estás a punto de morir

para ansiarlo. Tal vez tengas que internarte solo

en la selva, armado con una lanza, para verlo

de verdad. Talvez tienes que tener

pulmonía para sentir su presión.

 

Pero también está en las manos de tijera de un reloj.

Están en el movimiento de precesión de una tapa

cuando un torque hace que el eje de rotación describa un cono:

y el cono girando sobre un punto reúne

pasado, presente, futuro.

 

 

2

 

Según una teoría cruda de la percepción, se supone

que la manzana que uno ve es una copia de la manzana real,

¿pero quién puede salir de su cuerpo para compararlas?

¿Quién puede salir de su vida para sentir

la Vía Láctea fluir de sus manos?

 

La manzana que no ha sido recogida muere en la rama;

esto es todo lo que sabemos sobre ella.

Se vuelve negra y dura, un cadáver en el Ganges.

Procede entonces y traza el mapa de tres mil millas del Yangtse;

recorre cada pulgada, siente su oleaje y

flujo al sentir el oleaje y el flujo en tu propio cuerpo.

 

Y el cono giratorio de un trompo en precesión

es una forma de existencia que recoge y hace girar muerte y vida

    juntas.

Es la duración de las palabras, pero más allá de las palabras—

El río el río el río, río río.

Es posible que el minero del carbón no sepa que lo tiene.

Es posible que el trabajador siderúrgico no sepa que lo tiene.

Es posible que el maquinista no sepa que lo tiene.

Pero está ahí. Está en el olor

de una flor de aguacate, y en la verdadera pasión de un beso.

Tomado de:

https://www.festivaldepoesiademedellin.org/es/Revista/ultimas_ediciones/84_85/sze.html

No hay comentarios.:

Publicar un comentario