sábado, 17 de febrero de 2024

POEMAS DE GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER (EN SU NATALICIO)

 



Rima LXXIII

 

Cerraron sus ojos

que aún tenía abiertos,

taparon su cara

con un blanco lienzo,

y unos sollozando,

otros en silencio,

de la triste alcoba

todos se salieron.

 

La luz que en un vaso

ardía en el suelo,

al muro arrojaba

la sombra del lecho;

y entre aquella sombra

veíase a intérvalos

dibujarse rígida

la forma del cuerpo.

 

Despertaba el día,

y, a su albor primero,

con sus mil rüidos

despertaba el pueblo.

Ante aquel contraste

de vida y misterio,

de luz y tinieblas,

yo pensé un momento:

 

¡Dios mío, qué solos

se quedan los muertos!

 

De la casa, en hombros,

lleváronla al templo

y en una capilla

dejaron el féretro.

Allí rodearon

sus pálidos restos

de amarillas velas

y de paños negros.

 

Al dar de las Ánimas

el toque postrero,

acabó una vieja

sus últimos rezos,

cruzó la ancha nave,

las puertas gimieron,

y el santo recinto

quedóse desierto.

 

De un reloj se oía

compasado el péndulo,

y de algunos cirios

el chisporroteo.

Tan medroso y triste,

tan oscuro y yerto

todo se encontraba

que pensé un momento:

 

¡Dios mío, qué solos

se quedan los muertos!

 

De la alta campana

la lengua de hierro

le dio volteando

su adiós lastimero.

El luto en las ropas,

amigos y deudos

cruzaron en fila

formando el cortejo.

 

Del último asilo,

oscuro y estrecho,

abrió la piqueta

el nicho a un extremo.

Allí la acostaron,

tapiáronle luego,

y con un saludo

despidióse el duelo.

 

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La piqueta al hombro

el sepulturero,

cantando entre dientes,

se perdió a lo lejos.

La noche se entraba,

el sol se había puesto:

perdido en las sombras

yo pensé un momento:

 

¡Dios mío, qué solos

se quedan los muertos!

 

En las largas noches

del helado invierno,

cuando las maderas

crujir hace el viento

y azota los vidrios

el fuerte aguacero,

de la pobre niña

a veces me acuerdo.

 

Allí cae la lluvia

con un son eterno;

allí la combate

el soplo del cierzo.

Del húmedo muro

tendida en el hueco,

¡acaso de frío

se hielan sus huesos…!

 

¿Vuelve el polvo al polvo?

¿Vuela el alma al cielo?

¿Todo es sin espíritu,

podredumbre y cieno?

No sé; pero hay algo

que explicar no puedo,

algo que repugna

aunque es fuerza hacerlo,

el dejar tan tristes,

tan solos los muertos.

 

 

Rima LXVI

 

¿De dónde vengo?… el más horrible y áspero

de los senderos busca:

las huellas de unos pies ensangrentados

sobre la roca dura;

los despojos de un alma hecha jirones

en las zarzas agudas

te dirán el camino

que conduce a mi cuna.

 

¿Adónde voy? El más sombrío y triste

de los páramos cruza;

valle de eternas nieves y de eternas

melancólicas brumas.

En donde esté una piedra solitaria

sin inscripción alguna,

donde habite el olvido,

allí estará mi tumba.

Tomado de:

https://poetryalquimia.wordpress.com/2023/02/17/14-poemas-de-gustavo-adolfo-becquer/

 

 

XXI

 

¿Qué es poesía?, dices mientras clavas

en mi pupila tu pupila azul.

¡Qué es poesía!, ¿Y tú me lo preguntas?

Poesía... eres tú.

 

 

XXII

 

Por una mirada, un mundo,

por una sonrisa, un cielo,

por un beso... yo no sé

qué te diera por un beso.

 

 

XXIII

 

¿Será verdad que cuando toca el sueño

con sus dedos de rosa nuestros ojos,

de la cárcel que habita huye el espíritu

en vuelo presuroso?

 

¿Será verdad que, huésped de las nieblas,

de la brisa nocturna al tenue soplo,

alado sube a la región vacía

a encontrarse con otros?

 

¿Y allí desnudo de la humana forma,

allí los lazos terrenales rotos,

breves horas habita de la idea

el mundo silencioso?

 

¿Y ríe y llora y aborrece y ama

y guarda un rastro del dolor y el gozo,

semejante al que deja cuando cruza

el cielo un meteoro?

 

Yo no sé si ese mundo de visiones

vive fuera o va dentro de nosotros:

Pero sé que conozco a muchas gentes

a quienes no conozco.

 

 

XXIV

 

Las ropas desceñidas,

desnudas las espadas,

en el dintel de oro de la puerta

dos ángeles velaban.

 

Me aproximé a los hierros

que defienden la entrada,

y de las dobles rejas en el fondo

la vi confusa y blanca.

 

La vi como la imagen

que en leve ensueño pasa,

como rayo de luz tenue y difuso

que entre tinieblas nada.

 

Me sentí de un ardiente

deseo llena el alma;

como atrae un abismo, aquel misterio

hacia sí me arrastraba.

 

Mas ¡ay! que de los ángeles

parecían decirme las miradas

-El umbral de esta puerta

sólo Dios lo traspasa.

 

 

XXV

 

Cuando miro el azul horizonte

perderse a lo lejos,

al través de una gasa de polvo

dorado e inquieto,

me parece posible arrancarme

del mísero suelo

y flotar con la niebla dorada

¡en átomos leves

cual ella desecho!

 

Cuando miro de noche en el fondo

oscuro del cielo

las estrellas temblar como ardientes

pupilas de fuego,

me parece posible a dó brillan

subir en un vuelo,

y anegarme en su luz, y con ellas

en lumbre encendido

fundirme en un beso.

 

En el mar de la duda en que bogo

ni aún sé lo que creo;

sin embargo estas ansias me dicen

que yo llevo algo

divino aquí dentro.

 

 

XXVI

 

Tú eras el huracán y yo la alta

torre que desafía su poder:

¡tenías que estrellarte o que abatirme!

¡No podía ser!

 

Tú eras el océano y yo la enhiesta

roca que firme aguarda su vaivén:

¡tenías que romperte o que arrancarme!

¡No podía ser!

 

Hermosa tú, yo altivo: acostumbrados

uno a arrollar, el otro a no ceder:

la senda estrecha, inevitable el choque...

¡No podía ser!

 

 

XXVII

 

Besa el aura que gime blandamente

las leves ondas que jugando riza;

el sol besa a la nube en occidente

y de púrpura y oro la matiza;

 

la llama en derredor del tronco ardiente

por besar a otra llama se desliza

y hasta el sauce inclinándose a su peso

al río que le besa, vuelve un beso.

 

 

XXVIII

 

Antes que tú me moriré: escondido

en las entrañas ya

el hierro llevo con que abrió tu mano

la ancha herida mortal.

 

Antes que tú me moriré: y mi espíritu,

en su empeño tenaz

se sentará a las puertas de la Muerte,

esperándote allá.

 

Con las horas los días, con los días

los años volarán,

y a aquella puerta llamarás al cabo...

¿Quién deja de llamar?

 

Entonces, que tu culpa y tus despojos

la tierra guardará,

lavándote en las ondas de la muerte

como en otro Jordán.

 

Allí, donde el murmullo de la vida

temblando a morir va,

como la ola que a la playa viene

silenciosa a expirar.

 

Allí donde el sepulcro que se cierra

abre una eternidad.

Todo cuanto los dos hemos callado

allí lo hemos de hablar.

 

 

XXIX

 

Tu pupila es azul y cuando ríes

su claridad suave me recuerda

el trémulo fulgor de la mañana

que en el mar se refleja.

 

Tu pupila es azul y cuando lloras

las transparentes lágrimas en ella

se me figuran gotas de rocío

sobre una violeta.

 

Tu pupila es azul y si en su fondo

como un punto de luz radia una idea

me parece en el cielo de la tarde

una perdida estrella.

 

 

XXX

 

Nuestra pasión fue un trágico sainete

en cuya absurda fábula

lo cómico y lo grave confundidos

risas y llanto arrancan.

 

Pero fue lo peor de aquella historia

que al fin de la jornada

a ella tocaron lágrimas y risas

y a mí, sólo las lágrimas.

 

 

XXXI

 

Cuando en la noche te envuelven

las alas de tul del sueño

y tus tendidas pestañas

semejan arcos de ébano,

por escuchar los latidos

de tu corazón inquieto

y reclinar tu dormida

cabeza sobre mi pecho,

¡diera, alma mía,

cuanto poseo,

la luz, el aire

y el pensamiento!

 

Cuando se clavan tus ojos

en un invisible objeto

y tus labios ilumina

de una sonrisa el reflejo,

por leer sobre tu frente

el callado pensamiento

que pasa como la nube

del mar sobre el ancho espejo,

¡diera, alma mía,

cuanto deseo,

la fama, el oro,

la gloria, el genio!

 

Cuando enmudece tu lengua

y se apresura tu aliento,

y tus mejillas se encienden

y entornas tus ojos negros,

por ver entre sus pestañas

brillar con húmedo fuego

la ardiente chispa que brota

del volcán de los deseos,

diera, alma mía,

por cuanto espero,

la fe, el espíritu,

la tierra, el cielo.

 

 

XXXII

 

Este armazón de huesos y pellejo

de pasear una cabeza loca

se halla cansado al fin y no lo extraño

pues aunque es la verdad que no soy viejo,

 

de la parte de vida que me toca

en la vida del mundo, por mi daño

he hecho un uso tal, que juraría

que he condensado un siglo en cada día.

 

Así, aunque ahora muriera,

no podría decir que no he vivido;

que el sayo, al parecer nuevo por fuera,

conozco que por dentro ha envejecido.

 

¡Ha envejecido, sí; pese a mi estrella!

harto lo dice ya mi afán doliente;

que hay dolor que al pasar su horrible huella

graba en el corazón, si no en la frente.

 

 

XXXIII

 

Dos rojas lenguas de fuego

que a un mismo tronco enlazadas

se aproximan, y al besarse

forman una sola llama.

 

Dos notas que del laúd

a un tiempo la mano arranca,

y en el espacio se encuentran

y armoniosas se abrazan.

 

Dos olas que vienen juntas

a morir sobre una playa

y que al romper se coronan

con un penacho de plata.

 

Dos jirones de vapor

que del lago se levantan,

y al juntarse allá en el cielo

forman una nube blanca.

 

Dos ideas que al par brotan,

dos besos que a un tiempo estallan,

dos ecos que se confunden,

eso son nuestras dos almas.

 

 

XXXIV

 

Dejé la luz a un lado y en el borde

de la revuelta cama me senté,

mudo, sombrío, la pupila inmóvil

clavada en la pared.

 

¿Qué tiempo estuve así? No sé: al dejarme

la embriaguez horrible de dolor,

expiraba la luz y en mis balcones

reía el sol.

 

Ni sé tampoco en tan terribles horas

en qué pensaba o qué pasó por mí;

sólo recuerdo que lloré y maldije,

y que en aquella noche envejecí.

 

 

XXXV

 

Olas gigantes que os rompéis bramando

en las playas desiertas y remotas,

envuelto entre la sábana de espumas,

¡llevadme con vosotras!

 

Ráfagas de huracán que arrebatáis

del alto bosque las marchitas hojas,

arrastrado en el ciego torbellino,

¡llevadme con vosotras!

 

Nubes de tempestad que rompe el rayo

y en fuego ornáis las desprendidas orlas,

arrebatado entre la niebla oscura,

¡llevadme con vosotras!

 

Llevadme por piedad a donde el vértigo

con la razón me arranque la memoria.

¡Por piedad! ¡tengo miedo de quedarme

con mi dolor a solas!

 

 

XXXVI

 

Cuando volvemos las fugaces horas

del pasado a evocar,

temblando brilla en sus pestañas negras

una lágrima pronta a resbalar.

 

Y al fin resbala y cae como gota

del rocío al pensar

que cual hoy por ayer, por hoy mañana

volveremos los dos a suspirar.

 

 

XXXVII

 

Sabe si alguna vez tus labios rojos

quema invisible atmósfera abrasada,

que el alma que hablar puede con los ojos

también puede besar con la mirada.

 

 

XXXVIII

 

Volverán las oscuras golondrinas

en tu balcón sus nidos a colgar,

y otra vez con el ala a sus cristales

jugando llamarán.

 

Pero aquéllas que el vuelo refrenaban

tu hermosura y mi dicha a contemplar,

aquéllas que aprendieron nuestros nombres...

ésas... ¡no volverán!

 

Volverán las tupidas madreselvas

de tu jardín las tapias a escalar

y otra vez a la tarde aún más hermosas

sus flores se abrirán.

 

Pero aquellas cuajadas de rocío

cuyas gotas mirábamos temblar

y caer como lágrimas del día...

ésas... ¡no volverán!

 

Volverán del amor en tus oídos

las palabras ardientes a sonar,

tu corazón de su profundo sueño

tal vez despertará.

 

Pero mudo y absorto y de rodillas

como se adora a Dios ante su altar,

como yo te he querido... desengáñate,

nadie así te amará.

 

 

XXXIX

 

No digáis que agotado su tesoro,

de asuntos falta, enmudeció la lira;

podrá no haber poetas;

pero siempre habrá poesía.

 

Mientras las ondas de la luz al beso

palpiten encendidas,

mientras el sol las desgarradas nubes

de fuego y oro vista,

 

mientras el aire en su regazo lleve

perfumes y armonías,

mientras haya en el mundo primavera,

¡habrá poesía!

 

Mientras la ciencia a descubrir no alcance

las fuentes de la vida,

y en el mar o en el cielo haya un abismo

que al cálculo resista,

 

mientras la humanidad siempre avanzando

no sepa a dó camina,

mientras haya un misterio para el hombre,

¡habrá poesía!

 

Mientras se sienta que se ríe el alma,

sin que los labios rían;

mientras se llore, sin que el llanto acuda

a nublar la pupila;

 

mientras el corazón y la cabeza

batallando prosigan;

mientras haya esperanzas y recuerdos,

¡habrá poesía!

 

Mientras haya unos ojos que reflejen

los ojos que los miran,

mientras responda el labio suspirando

al labio que suspira,

 

mientras sentirse puedan en un beso

dos almas confundidas,

mientras exista una mujer hermosa

¡habrá poesía!

 

¿A qué me lo decís? Lo sé: es mudable,

es altanera y vana y caprichosa;

antes que el sentimiento de su alma,

brotará el agua de la estéril roca.

 

 

XL

 

Asomaba a sus ojos una lágrima

y a mi labio una frase de perdón;

habló el orgullo y se enjugó su llanto,

y la frase en mis labios expiró.

 

Yo voy por un camino; ella, por otro;

pero al pensar en nuestro mutuo amor,

yo digo aún ¿por qué callé aquel día?

Y ella dirá ¿por qué no lloré yo?

 

 

XLI

 

Mi vida es un erial,

flor que toco se deshoja;

que en mi camino fatal

alguien va sembrando el mal

para que yo lo recoja.

 

 

XLII

 

Sacudimiento extraño

que agita las ideas

como huracán que empuja

las olas en tropel.

 

Murmullo que en el alma

se eleva y va creciendo

como volcán que sordo

anuncia que va a arder.

 

Deformes siluetas

de seres imposibles,

paisajes que aparecen

como al través de un tul.

 

Colores que fundiéndose

remedan en el aire

los átomos del Iris

que nadan en la luz.

 

Ideas sin palabras,

palabras sin sentido;

cadencias que no tienen

ni ritmo ni compás.

 

Memorias y deseos

de cosas que no existen;

accesos de alegría,

impulsos de llorar.

 

Actividad nerviosa

que no halla en qué emplearse;

sin riendas que le guíen,

caballo volador.

 

Locura que el espíritu

exalta y desfallece;

embriaguez divina

del genio creador.

Tal es la inspiración.

 

Gigante voz que el caos

ordena en el cerebro

y entre las sombras hace

la luz aparecer,

brillante rienda de oro

que poderosa enfrena

de la exaltada mente

el volador corcel.

 

Hilo de luz que en haces

los pensamientos ata,

sol que las nubes rompe

y toca en el cenit.

 

Inteligente mano

que en un collar de perlas

consigue las indóciles

palabras reunir.

 

Armonioso ritmo

que con cadencia y número

las fugitivas notas

encierra en el compás.

 

Cincel que el bloque muerde

la estatua modelando,

y la belleza plástica

añade a la ideal.

 

Atmósfera en que giran

con orden las ideas,

cual átomos que agrupa

recóndita atracción.

 

Raudal en cuyas ondas

su sed la fiebre apaga,

descanso en que el espíritu

recobra su vigor.

 

Tal es nuestra razón.

Con ambas siempre en lucha

y de ambas vencedor,

tan sólo al genio es dado

a un yugo atar las dos.

 

 

XLIII

 

Si al mecer las azules campanillas

de tu balcón,

crees que suspirando pasa el viento

murmurador,

sabe que oculto entre las verdes hojas

suspiro yo.

 

Si al resonar confuso a tus espaldas

vago rumor,

crees que por tu nombre te ha llamado

lejana voz,

sabe que entre las sombras que te cercan

te llamo yo.

 

Si se turba medroso en la alta noche

tu corazón,

al sentir en tus labios un aliento

abrasador,

sabe que, aunque invisible, al lado tuyo

respiro yo.

 

 

XLIV

 

Dices que tienes corazón, y sólo

lo dices porque sientes sus latidos;

eso no es corazón... es una máquina

que al compás que se mueve hace ruido.

 

 

XLV

 

Al ver mis horas de fiebre

e insomnio lentas pasar,

a la orilla de mi lecho,

¿quién se sentará?

 

Cuando la trémula mano

tienda próximo a expirar

buscando una mano amiga,

¿quién la estrechará?

 

Cuando la muerte vidrie

de mis ojos el cristal,

mis párpados aún abiertos,

¿quién los cerrará?

 

Cuando la campana suene

(si suena en mi funeral)

una oración al oírla,

¿quién murmurará?

 

Cuando mis pálidos restos

oprima la tierra ya,

sobre la olvidada fosa

¿quién vendrá a llorar?

 

¿Quién en fin al otro día,

cuando el sol vuelva a brillar,

de que pasé por el mundo,

¿quién se acordará?

 

 

XLVI

 

Los invisibles átomos del aire

en derredor palpitan y se inflaman,

el cielo se deshace en rayos de oro,

la tierra se estremece alborozada.

 

Oigo flotando en las olas de armonías

rumor de besos y batir de alas;

mis párpados se cierran... ¿Qué sucede?

¡Es el amor que pasa!

 

 

XLVII

 

Llegó la noche y no encontré un asilo

¡y tuve sed!... mis lágrimas bebí;

¡y tuve hambre! ¡Los hinchados ojos

cerré para morir!

 

¿Estaba en un desierto? Aunque a mi oído

de las turbas llegaba el ronco hervir,

yo era huérfano y pobre... ¡El mundo estaba

desierto... para mí!

 

 

XLVIII

 

Fingiendo realidades

con sombra vana,

delante del Deseo

va la Esperanza.

Y sus mentiras

como el Fénix renacen

de sus cenizas.

 

 

XLIX

 

Al brillar un relámpago nacemos

y aún dura su fulgor cuando morimos;

¡tan corto es el vivir!

La Gloria y el Amor tras que corremos

sombras de un sueño son que perseguimos;

 

 

L

 

Hoy la tierra y los cielos me sonríen,

hoy llega al fondo de mi alma el sol,

hoy la he visto..., la he visto y me ha mirado...

¡hoy creo en Dios!

 

 

LI

 

-Yo soy ardiente, yo soy morena,

yo soy el símbolo de la pasión,

de ansia de goces mi alma está llena.

¿A mí me buscas?

-No es a ti: no.

 

-Mi frente es pálida, mis trenzas de oro,

puedo brindarte dichas sin fin.

Yo de ternura guardo un tesoro.

¿A mi me llamas?

-No: no es a ti.

 

-Yo soy un sueño, un imposible,

vano fantasma de niebla y luz;

soy incorpórea, soy intangible:

no puedo amarte.

- ¡Oh, ven; ven tú!

 

 

LII

 

Cuando sobre el pecho inclinas

la melancólica frente

una azucena tronchada

me pareces.

 

Porque al darte la pureza

de que es símbolo celeste,

como a ella te hizo Dios

de oro y nieve.

 

 

LIII

 

Sobre la falda tenía

el libro abierto,

en mi mejilla tocaban

sus rizos negros:

no veíamos las letras

ninguno, creo,

mas guardábamos ambos

hondo silencio.

 

¿Cuánto duró? Ni aun entonces

pude saberlo.

Sólo sé que no se oía

más que el aliento,

que apresurado escapaba

del labio seco.

Sólo sé que nos volvimos

los dos a un tiempo

y nuestros ojos se hallaron

y sonó un beso.

 

Creación de Dante era el libro,

era su Infierno.

Cuando a él bajamos los ojos

yo dije trémulo:

¿Comprendes ya que un poema

cabe en un verso?

Y ella respondió encendida:

¡Ya lo comprendo!

 

 

LIV

 

Si de nuestros agravios en un libro

se escribiese la historia

y se borrase en nuestras almas cuanto

se borrase en sus hojas;

 

te quiero tanto aún; dejó en mi pecho

tu amor huellas tan hondas,

que sólo con que tú borrases una

¡las borraba yo todas!

 

 

LV

 

Una mujer me ha envenenado el alma,

otra mujer me ha envenenado el cuerpo;

ninguna de las dos vino a buscarme,

yo de ninguna de las dos me quejo.

 

Como el mundo es redondo, el mundo rueda.

Si mañana, rodando, este veneno

envenena a su vez ¿por qué acusarme?

¿Puedo dar más de lo que a mí me dieron?

 

 

LVI

 

Primero es un albor trémulo y vago,

raya de inquieta luz que corta el mar;

luego chispea y crece y se dilata

en ardiente explosión de claridad.

 

La brilladora lumbre es la alegría;

la temerosa sombra es el pesar:

¡Ay! en la oscura noche de mi alma,

¿cuándo amanecerá?

 

 

LVII

 

Como la brisa que la sangre orea

sobre el oscuro campo de batalla,

cargada de perfumes y armonías

en el silencio de la noche vaga.

 

Símbolo del dolor y la ternura,

del bardo inglés en el horrible drama

la dulce Ofelia, la razón perdida,

cogiendo flores y cantando pasa.

 

 

LVIII

 

Cuando entre la sombra oscura

perdida una voz murmura

turbando su triste calma,

si en el fondo de mi alma

la oigo dulce resonar,

dime: ¿es que el viento en sus giros

se queja, o que tus suspiros

me hablan de amor al pasar?

 

Cuando el sol en mi ventana

rojo brilla a la mañana

y mi amor tu sombra evoca,

si en mi boca de otra boca

sentir creo la impresión,

dime: ¿es que ciego deliro,

o que un beso en un suspiro

me envía tu corazón?

 

Y en el luminoso día

y en la alta noche sombría,

si en todo cuanto rodea

al alma que te desea

te creo sentir y ver,

dime: ¿es que toco y respiro

soñando, o que en un suspiro

me das tu aliento a beber?

 

 

LIX

 

¡Cuántas veces al pie de las musgosas

paredes que la guardan

oí la esquila que al mediar la noche

a los maitines llama!

¡Cuántas veces trazó mi silueta

la luna plateada,

junto a la del ciprés, que de su huerto

se asoma por las tapias!

 

Cuando en sombras la iglesia se envolvía

de su ojiva calada,

¡cuántas veces temblar sobre los vidrios

vi el fulgor de la lámpara!

Aunque el viento en los ángulos oscuros

de la torre silbara,

del coro entre las voces percibía

su voz vibrante y clara.

 

En las noches de invierno, si un medroso

por la desierta plaza

se atrevía a cruzar, al divisarme,

el paso aceleraba.

Y no faltó una vieja que en el torno

dijese a la mañana

que de algún sacristán muerto en pecado

acaso era yo el alma.

 

A oscuras conocía los rincones

del atrio y la portada;

de mis pies las ortigas que allí crecen

las huellas tal vez guardan.

Los búhos, que espantados me seguían

con sus ojos de llamas,

llegaron a mirarme con el tiempo

como a un buen camarada.

 

A mi lado sin miedo los reptiles

se movían a rastras;

¡hasta los mudos santos de granito

creo que me saludaban!

 

 

LX

 

Cendal flotante de leve bruma,

rizada cinta de blanca espuma,

rumor sonoro

de arpa de oro,

beso del aura, onda de luz,

eso eres tú.

 

Tú, sombra aérea, que cuantas veces

voy a tocarte te desvaneces.

¡Como la llama, como el sonido,

como la niebla, como el gemido

del lago azul!

 

En mar sin playas onda sonante,

en el vacío cometa errante,

largo lamento

del ronco viento,

ansia perpetua de algo mejor,

eso soy yo.

 

¡Yo, que a tus ojos en mi agonía

los ojos vuelvo de noche y día;

yo, que incansable corro y demente

tras una sombra, tras la hija ardiente

de una visión!

 

 

LXI

 

No sé lo que he soñado

en la noche pasada.

Triste, muy triste debió ser el sueño

pues despierto, la angustia me duraba.

 

Noté al incorporarme

húmeda la almohada

y por primera [vez] sentí, al notarlo,

de un amargo placer henchirse el alma.

 

Triste cosa es el sueño

que llanto nos arranca,

mas tengo en mi tristeza una alegría...

¡Sé que aún me quedan lágrimas!

 

 

LXII

 

Espíritu sin nombre,

indefinible esencia,

yo vivo con la vida

sin formas de la idea.

 

Yo nado en el vacío,

del sol tiemblo en la hoguera,

palpito entre las sombras

y floto con las nieblas.

 

Yo soy el fleco de oro

de la lejana estrella,

yo soy de la alta luna

la luz tibia y serena.

 

Yo soy la ardiente nube

que en el ocaso ondea,

yo soy del astro errante

la luminosa estela.

 

Yo soy nieve en las cumbres,

soy fuego en las arenas,

azul onda en los mares

y espuma en las riberas.

 

En el laúd soy nota,

perfume en la violeta,

fugaz llama en las tumbas

y en las ruinas yedra.

 

Yo atrueno en el torrente

y silbo en la centella

y ciego en el relámpago

y rujo en la tormenta.

 

Yo río en los alcores,

susurro en la alta yerba,

suspiro en la onda pura

y lloro en la hoja seca.

 

Yo ondulo con los átomos

del humo que se eleva

y al cielo lento sube

en espiral inmensa.

 

Yo en los dorados hilos

que los insectos cuelgan,

me mezco entre los árboles

en la ardorosa siesta.

 

Yo corro tras las ninfas

que en la corriente fresca

del cristalino arroyo

desnudas juguetean.

 

Yo en bosques de corales

que alfombran blancas perlas,

persigo en el océano

las náyades ligeras.

 

Yo en las cavernas cóncavas

do el sol nunca penetra,

mezclándome a los gnomos

contemplo sus riquezas.

 

Yo busco de los siglos

las ya borradas huellas

y sé de esos imperios

de que ni el nombre queda.

 

Yo sigo en raudo vértigo

los mundos que voltean,

y mi pupila abarca

la creación entera.

 

Yo sé de esas regiones

a do un rumor no llega,

y donde informes astros

de vida un soplo esperan.

 

Yo soy sobre el abismo

el puente que atraviesa,

yo soy la ignota escala

que el cielo une a la tierra.

 

Yo soy el invisible

anillo que sujeta

el mundo de la forma

al mundo de la idea.

 

Yo en fin soy ese espíritu,

desconocida esencia,

perfume misterioso

de que es vaso el poeta.

 

 

LXIII

 

Despierta tiemblo al mirarte,

dormida me atrevo a verte;

por eso, alma de mi alma,

yo velo mientras tú duermes.

 

Despierta ríes y al reír tus labios

inquietos me parecen

relámpagos de grana que serpean

sobre un cielo de nieve.

 

Dormida, los extremos de tu boca

pliega sonrisa leve,

suave como el rastro luminoso

que deja un sol que muere.

 

¡Duerme!

 

Despierta miras y al mirar, tus ojos

húmedos resplandecen,

como la onda azul en cuya cresta

chispeando el sol hiere.

 

A través de tus párpados dormida,

tranquilo fulgor vierten,

cual derrama de luz templado rayo

lámpara transparente.

 

¡Duerme!

 

Despierta hablas y al hablar, vibrantes

tus palabras parecen

lluvia de perlas que en dorada copa

se derrama a torrentes.

 

Dormida en el murmullo de tu aliento

acompasado y tenue

escucho yo un poema que mi alma

enamorada entiende

 

¡Duerme!

 

Sobre el corazón la mano

me he puesto porque no suene

su latido y de la noche

turbe la calma solemne.

 

De tu balcón las persianas

cerré ya porque no entre

el resplandor enojoso

de la aurora y te despierte.

 

¡Duerme!

 

Como enjambre de abejas irritadas,

de un oscuro rincón de la memoria

salen a perseguirme los recuerdos

de las pasadas horas.

 

Yo los quiero ahuyentar.  ¡Esfuerzo inútil!

Me rodean, me acosan,

y unos tras otros a clavarme vienen

el agudo aguijón que el alma encona.

 

 

LXIV

 

Como guarda el avaro su tesoro

guardaba mi dolor;

le quería probar que hay algo eterno

a la que eterno me juró su amor.

 

Mas hoy le llamo en vano y oigo al tiempo

que le agotó, decir:

¡ah, barro miserable, eternamente

no podrás ni aun sufrir!

 

 

LXV

 

Cruza callada y son sus movimientos

silenciosa armonía:

suenan sus pasos y al sonar recuerdan

del himno alado la cadencia rítmica.

 

Los ojos entreabre, aquellos ojos

tan claros como el día,

y la tierra y el cielo, cuanto abarcan,

arden con nueva luz en sus pupilas.

 

Ríe, y su carcajada tiene notas

del agua fugitiva:

llora, y es cada lágrima un poema

de ternura infinita.

 

Ella tiene la luz, tiene el perfume

el color y la línea,

la forma engendradora de deseos,

la expresión, fuente eterna de poesía.

 

¿Que es estúpida? ¡Bah! Mientras callando

guarde oscuro el enigma,

siempre valdrá lo que yo creo que calla

más que lo que cualquiera otra me diga.

 

 

LXVI

 

Su mano entre mis manos,

sus ojos en mis ojos,

la amorosa cabeza

apoyada en mi hombro,

Dios sabe cuántas veces

con paso perezoso

hemos vagado juntos

bajo los altos olmos

que de su casa prestan

misterio y sombra al pórtico.

 

Y ayer... un año apenas,

pasado como un soplo,

con qué exquisita gracia,

con qué admirable aplomo,

me dijo al presentarnos

un amigo oficioso:

"Creo que en alguna parte

he visto a usted" ¡Ah bobos,

que sois de los salones

comadres de buen tono

y andábais allí a caza

de galantes embrollos;

qué historia habéis perdido,

qué manjar tan sabroso

para ser devorado

sotto voce en un corro

detrás del abanico

de plumas y de oro!

 

¡Discreta y casta luna,

copudos y altos olmos,

paredes de su casa,

umbrales de su pórtico,

callad y que el secreto

no salga de vosotros!

Callad; que por mi parte

yo lo he olvidado todo:

y ella... ella, no hay máscara

semejante a su rostro.

 

 

LXVII

 

¿De dónde vengo?... El más horrible y áspero

de los senderos busca;

las huellas de unos pies ensangrentados

sobre la roca dura,

los despojos de un alma hecha jirones

en las zarzas agudas,

te dirán el camino

que conduce a mi cuna.

 

¿Adónde voy? El más sombrío y triste

de los páramos cruza,

valle de eternas nieves y de eternas

melancólicas brumas.

En donde esté una piedra solitaria

sin inscripción alguna,

donde habite el olvido,

allí estará mi tumba.

 

 

LXVIII

 

Como enjambre de abejas irritadas,

de un oscuro rincón de la memoria

salen a perseguirme los recuerdos

de las pasadas horas.

 

Yo los quiero ahuyentar. ¡Esfuerzo inútil!

Me rodean, me acosan,

y unos tras otros a clavarme vienen

el agudo aguijón que el alma encona.

 

 

LXIX

 

Es cuestión de palabras y no obstante

ni tú ni yo jamás,

después de lo pasado, convendremos

en quién la culpa está.

 

¡Lástima que el Amor un diccionario

no tenga dónde hallar

cuándo el orgullo es simplemente orgullo

y cuándo es dignidad!

 

 

LXX

 

De lo poco de vida que me resta

diera con gusto los mejores años,

por saber lo que a otros

de mí has hablado.

 

Y esta vida mortal y de la eterna

lo que me toque, si me toca algo,

por saber lo que a solas

de mí has pensado.

Tomado de:

http://amediavoz.com/becquer.htm

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