miércoles, 14 de febrero de 2024

POEMAS DE JORGE GAITÁN DURÁN (EN SU CENTENARIO)



EL INFIERNO

 

 

Los hombres ya no viven: como enterradas serpientes

En el otoño, como lunas perezosas en invierno,

En el estío son águilas o tigres, soles sanguinarios

Que arden en el opaco mundo de las cosas,

Guerreros en vigilia como los astros

Para que en inmortales los convierta el cielo mentido.

Nobles o perversos, mas efímeros porque es su obra

Única arrancar un instante al infierno

La misma carne que los delata a los dioses,

Los amantes están solos en la tierra.

Feroces porque el que siempre da recibe injusticia,

Quieren ser como uñas o dientes en el otro,

Como la selva tras la tormenta de verano, quieren

Que nadie vea su debilidad, sino sufra violencia,

Ayuntados como hermosas bestias o en fuga como criminales

La luz los ciega: el hombre no tiene tiempo para reconocerse.

Se abrazan en su miseria hasta encontrar un cuerpo

Impenetrable donde sólo la muerte toca fondo:

Sus bocas están juntas, mas separadas siguen las almas.

 

 

ÉTICA

 

 

Nos olvidamos de la muerte, mas la muerte no nos olvida,

Sino nos cuida, como el padre y la madre después de haber

gozado

El cuerpo se levanta en la noche para velar al hijo que odian,

Nos acaricia la planta de los pies en el lecho donde nos

ayuntamos,

Solícita. En vano propone una eternidad falaz, Celestina

De las almas, afrenta de dioses que no existen al hombre.

En vano se desesperan los amantes por no ser inmortales.

Son ellos su destino, mas se castran. Cambian su obra

Por dos billetes de banco: uno, la fe; otro, la justicia.

En vano siempre. Mueren sin vivir todo lo que humano es

En la tierra o el infierno. La carne que alzarlos debió, los

abaja.

 

 

SE JUNTAN DESNUDOS

 

 

Dos cuerpos que se juntan desnudos

Solos en la ciudad donde habitan los astros

Inventan sin reposo al deseo.

No se ven cuando se aman, bellos

O atroces arden como dos mundos

Que una vez cada mil años se cruzan en el cielo.

Solo en la palabra, luna inútil, miramos

Cómo nuestros cuerpos son cuando se abrazan,

Se penetran, escupen, sangran, rocas que se destrozan,

Estrellas enemigas, imperios que se afrentan.

Se acarician efímeros entre mil soles

Que se despedazan, se besan hasta el fondo,

Saltan como dos delfines blancos en el día,

Pasan como un solo incendio por la noche.

 

 

AMANTES

 

 

Somos como son los que se aman.

Al desnudarnos descubrimos dos monstruosos

Desconocidos que se estrechan a tientas,

Cicatrices con que el rencoroso deseo

Señala a los que sin descanso se aman:

El tedio, la sospecha que invencible nos ata

En su red, como en la falta dos dioses adúlteros.

Enamorados como dos locos,

Dos astros sanguinarios, dos dinastías

Que hambrientas se disputan un reino,

Queremos ser justicia, nos acechamos feroces,

Nos engañamos, nos inferimos las viles injurias

Con que el cielo afrenta a los que se aman.

Sólo para que mil veces nos incendie

El abrazo que en el mundo son los que se aman

Mil veces morimos cada día.

 

 

AMANTES

 

Desnudos afrentamos el cuerpo

Como dos ángeles equivocados,

Como dos soles rojos en un bosque oscuro,

Como dos vampiros al alzarse el día,

Labios que buscan la joya del instante entre dos muslos,

Boca que busca la boca, estatuas erguidas

Que en la piedra inventan el beso

Sólo para que un relámpago de sangres juntas

Cruce la invencible muerte que nos llama.

De pie como perezosos árboles en el estío,

Sentados como dioses ebrios

Para que me abrasen en el polvo tus dos astros,

Tendidos como guerreros de dos patrias que el alba separa,

En tu cuerpo soy el incendio del ser.

 

 

ESTA CIUDAD ES NUESTRA

 

 

Tenemos la tierra, porque al cielo hemos negado

Lo que sólo el hombre merece en su violencia:

El amor levantado como roca en la injuria de toda

Patria, para que dioses o criminales seamos un instante

Cuando la voluptuosidad y el duelo nos habitan.

Tenemos el cuerpo, pues desde el cuarto miserable

Donde nos abrazamos sin reposo erigimos una ciudad que es

sólo nuestra,

Carne cuya obra toca mundo y que el deseo alza a las

estrellas:

No pertenece a los ciegos seres que se despedazan o se

ignoran,

Soledades guerreras unidas por la codicia o el tumulto,

Apegadas a cosas que no son suyas, sino del tiempo,

Mientras nuestro fasto único es incendiar nubes que pasan

Por entre los cerros, ponientes rojos como en otoño el

bosque,

Felicidades extrañas como un lucero en pleno día,

Ojos con que descubrimos los mil soles que arden

Al mirarnos, sangres que al correr juntas atraviesan

El infierno con música que no es de nadie: el alma.

Tenemos toda la vida por delante y también toda la muerte.

 

 

HECHA POLVO

 

 

Tanto te amé ese día que la muerte

Voló por la ciudad como mil soles,

Abeja de mi duelo

En el definitivo verano que te llama.

Fui descubriendo un astro en tu desnudo

Tras de mis pasos ciegos por tu sombra,

Presente, ocio feroz, donde toda sangre

Al hombre exige lo que para el cielo es imposible.

El mundo, espejo de mi mano iba

Como una joya opaca por tus ojos,

Te miraba mirar rostros, reinos, memoria

Súbita, nube que como una desdicha

Pasa por la carne de donde me retiro

Desterrado a la ajena imagen que te asalta.

Te fui quitando abrazos, conquistas, el peso

De una dinastía que ahora habita la noche.

Yo te hice habitar en las estrellas.

A ti, arrogancia, cuerpo impenetrable,

La pena de todos vencedora te ha penetrado.

 

 

EL GUERRERO

 

 

Lleva la muerte en su espada quien por amor debe morir

O matar lo que ama, magnánimo con su pena

Pues no busca olvido sino infierno.

Si el arma hunde en otro pecho, en su pecho la aloja,

Mas la carroña no es suya sino definitivamente ajena.

Vivo queda, es decir, culpable. No sólo arrastra tormento

Para siempre: mil veces repite su delito,

Porque sanguinario es el príncipe con gentes que no odia ni

conoce

Y Dios condena por el mismo mal que es su obra y los jueces

Castigan al que rechaza la injusticia, él por ella pidió ser

condenado.

Castrado, no: aprende a ser hombre quien por serlo sufre,

quien

Entre tierra y cielo sólo quiere ser hombre. No será su existir

fácil

Como respeto de puta: guerrero, sí, o loco pero nunca

inocente.

 

 

LA TIERRA QUE ERA MÍA

 

 

Únicamente por reunirse con Sofía von Kühn,

Amante de trece años, Novalis creyó en el otro mundo;

Mas yo creo en soles, nieves, árboles,

En la mariposa blanca sobre una rosa roja,

En la hierba que ondula y en el día que muere,

Porque sólo aquí como un don fugaz puedo abrazarte,

Al fin como un dios crearme en tus pupilas,

Porque te pierdo, con la tierra que era mía.

 

 

QUIERO APENAS

 

 

Presto cesó la nieve, como música.

Pájaros y verdes cruzan por el frío.

Vas a morir, me dicen. Tu enfermedad

Es incurable. Sólo puede salvarte

El milagro que niegas.

Mas quiero apenas

Arder como un sol rojo en tu cuerpo blanco.

 

 

EL REGRESO

 

 

El regreso para morir es grande.

(Lo dijo con su aventurar el rey de Ítaca).

Mas amo el sol de mi patria,

El venado rojo que corre por los cerros,

Y las nobles voces de la tarde que fueron

Mi familia.

Mejor morir sin que nadie

Lamente glorias matinales, lejos

Del verano querido donde conocí dioses.

Todo para que mi imagen pasada

Sea la última fábula de la casa.

 

 

VERANO UVAS RÍO

 

 

El tiempo pasa por el río

Tan dulcemente como fluye

El agua. Lleva al nadador

Adolescente, enjuto, rojo,

Que bajo el sol de los venados

Come uvas. Las más doradas

Avispas del día lo aturden,

Con zumbidos, destellos, brisas

Rápidas. Cuando siente un aire

De luna, aléjase silbando

Por la orilla.

Se reconoce

El extranjero en ese instante

De demorada luz y fresca

Sombra y vaho entre las frutas.

Mas ya nada es suyo. Verano,

Uvas, río, todo concluye

Con la noche que envuelve y borra

La juvenil cabeza rubia.

Por la ciudad natal en fiesta

Desconocido cruza el hombre.

 

 

VALLE DE CÚCUTA

 

 

Toco con mis labios el frutero del día,

Pongo con las manos un halcón en el cielo.

Con los ojos levanto un incendio en el cerro.

La querencia del sol me devuelve la vida

La verdad es el valle. El azul es azul.

El árbol colorado es la tierra caliente.

Ninguna cosa tiene simulacro ni duda.

 

Aquí aprendí a vivir con el vuelo y el río.

 

 

DE REPENTE LA MÚSICA

 

 

La pura luz que pasa

Por la calle desierta.

Nada humano

Bajo el cielo abolido.

La blancura absoluta

De la ciudad confunde

La muerte y el sigilo.

 

De repente la música,

La sombra de los amantes en el agua.

 

 

CANÍCULA

 

 

El sol abrasa toda

Vida. No mueve el viento

Un árbol. Fuera del tiempo

Está el fasto del día.

La canícula absorbe

Las horas, los colores,

El silencio.

 

De repente óyese una gota

De agua, y otra,

Y otra más, en la tarde.

Es la música.

 

 

FUENTE EN CÚCUTA

 

 

El rumor de la fuente bajo el cielo

Habla como la infancia.

Alrededor

Todo convida a la tórrida calma

De la casa: el mismo patio blanco

Entre los árboles, la misma siesta

Con la oculta cigarra de los días.

 

Nubes que no veía desde entonces

Como la muerte pasan por el agua.

 

 

HACIA EL CADALSO

 

 

Tú no has conseguido nada, me dice el tiempo,

Todo lo has perdido en tu lid imbécil

Contra los dioses. Sólo te quedan palabras,

Tú no has sido nada: ni padre ni guerrero,

Ni súbdito ni príncipe –ni Diógenes el perro;

Y ahora la muerte –cáncer y silencio en tu garganta–

Te hace besar las ruinas que escupiste.

 

Mas yo he sido: vilano, un día; otro, vulnerable

Titán contra su sombra. Yo he vivido:

Árbol de incendios, semen de amo

Que por un instante tiene el mundo con su cuerpo.

 

El idiota repite estas palabras hasta el cadalso

Interminablemente: ¡He vivido!

 

 

SI MAÑANA DESPIERTO

 

 

De súbito respira uno mejor y el aire de la primavera

Llega al fondo. Mas sólo ha sido un plazo

Que el sufrimiento concede para que digamos la palabra.

He ganado un día; he tenido el tiempo

En mi boca como un vino.

Suelo buscarme

En la ciudad que pasa como un barco de locos por la noche.

Sólo encuentro un rostro: hombre viejo y sin dientes

A quien la dinastía, el poder, la riqueza, el genio,

Todo le han dado al cabo, salvo la muerte.

Es un enemigo más temible que Dios,

El sueño que puedo ser si mañana despierto

Y sé que vivo.

Mas de súbito el alba

Me cae entre las manos como una naranja roja.

 

 

¡VENGAN CUMPLIDAS MOSCAS!

 

 

Cuántas veces de niño te vi

Cruzar por mi alcoba de puntillas.

Enhebrabas tu aguja con manos

Más ligeras que los días.

 

Luego te olvidé. No es poca cosa

Vivir. El mundo es bello y el deseo

Vasto. (Que lo diga Ulises,

Cuando nada en el mar y come uvas

Después de la batalla). Mas cada

Año acortabas el hilo, zurcidora

Aplicada.

Como una madre

O Penélope siempre lozana me has

Guardado fidelidad. ¡La única!

 

Empollabas la herencia con tus

Mimos. Solícita, cuidabas huesos,

 

Dientes, toda la ruin materia

Que te ceba.

¿Vale más el alma?

No encontraste nada en la mía

Que me hiciera rey.

Quedaba poco

Cuando destapaste el pudridero.

 

¡Vengan cumplidas moscas! Hoy te pago

El ansia con que viví cada momento.

 

 

SÉ QUE ESTOY VIVO

 

 

Sé que estoy vivo en este bello día

Acostado contigo. Es el verano.

Acaloradas frutas en tu mano

Vierten su espeso olor al mediodía.

 

Antes de aquí tendernos no existía

Este mundo radiante. ¡Nunca en vano

Al deseo arrancamos el humano

Amor que a las estrellas desafía!

 

Hacia el azul del mar corro desnudo.

Vuelvo a ti como al sol y en ti me anudo,

Nazco en el esplendor de conocerte.

 

Siento el sudor ligero de la siesta.

Bebemos vino rojo. Esta es la fiesta

En que más recordamos a la muerte.

 

 

VERÉ ESA CARA

 

 

Voy a vivir contigo y contra ti.

Roma en llamas, la casa de los dos

Tiene un cuarto vacío. Nuestro Dios

Ha partido. Todo cuanto le di

 

Me comenzó a pesar: mi baladí

Fervor de adolescente. Grité: Nos

Reclama cada ser; o: Todos los

Hombres son nuestros hermanos. ¡Mentí!

 

Ahora sé que renegué del cielo

Por nada. Inane César, porto el duelo

De un mundo sin amor ni paz ni fe.

 

Eres cuanto me queda: la postrera

Mirada fiel. ¡El terror persevera,

Cara! Cuando me abraces, te veré.

 

 

Siesta

 

Voy por tu cuerpo como por el mundo

 

Octavio Paz

 

Es la siesta feliz entre los árboles,

Traspasa el sol las hojas, todo arde,

El tiempo corre entre la luz y el cielo

Como un furtivo dios deja las cosas.

El mediodía fluye en tu desnudo

Como el soplo de estío por el aire.

En tus senos trepidan los veranos.

Sientes pasar la tierra por tu cuerpo

Como cruza una estrella el firmamento.

El mar vuela a lo lejos como un pájaro.

Sobre el polvo invencible en que has dormido

Esta sombra ligera marca el peso

De un abrazo solar contra el destino.

Somos dos en lo alto de una vida.

Somos uno en lo alto del instante.

Tu cuerpo es una luna impenetrable

Que el esplendor destruye en esta hora.

Cuando abro tu carne hiero al tiempo,

Cubro con mi aflicción la dinastía,

Basta mi voz para borrar los dioses,

Me hundo en ti para enfrentar la muerte.

El mediodía es vasto como el mundo.

Canta el cuerpo en la luz, la tierra canta,

Danza en el sol de todos los colores,

Cada sabor es único en mi lengua.

Soy un súbito amor por cada cosa.

Miro, palpo sin fin, cada sentido

Es un espejo breve en la delicia.

Te miro envuelta en un sudor espeso.

Bebemos vino rojo. Las naranjas

Dejan su agudo olor entre tus labios.

Son los grandes calores del verano.

El fugitivo sol busca tus plantas,

El mundo huye por el firmamento,

Llenamos esta nada con las nubes,

Hemos hurtado al ser cada momento,

Te desnudé a la par con nuestro duelo.

Sé que voy a morir. Termina el día.

 

 

NO PUDO LA MUERTE VENCERME

 

 

No pudo la muerte vencerme.

Batallé y viví. El cuerpo

Infatigable contra el alma,

Al blanco vuelo del día.

En las ruinas de Troya escribí:

"Todo es muerte o amor",

Y desde entonces no tuve

Descanso. Dije en Roma:

"No hay dioses, sólo tiempo",

Y desde entonces no tuve

Redención. Callé en España

Pues la voz de la ira desafiaba

Al olvido con mis tuétanos,

Mis humores, mi sangre; y

Desde entonces no ha cesado

El incendio.

De reposo

Le sirva tierra extranjera

Al héroe. Cante fresca hierba

Como abeja del polvo por sus

Párpados. Yo no me rindo:

Quiero vivir cada día en

Guerra, como si fuera el último.

 

Mi corazón batalla contra el mar.

 

 

ENVÍO

 

 

No he podido olvidarte. He conseguido

Que este inútil desorden de mis días

Solitarios, concluya en las porfías

De un corazón que da cada latido

 

A tu memoria. En tu mundo abolido,

He luchado por ti contra las pías

Obras de Dios. Cuando ayer le exigías

Será invención del hombre que ha nacido.

 

Tantas razones tuve para amarte

Que en el rigor oscuro de perderte

Quise que le sirviera todo el arte

 

A tu solo esplendor y así envolverte

En fábulas y hallarte y recobrarte

En la larga paciencia de la muerte

 

 

LA ESPERA

 

 

Esta atada pasión, este sigilo

Del alma hacia sus términos oscuros,

Este ajedrez de cuadros inseguros,

Piden jugada, huida, muerte al hilo

 

Sin cabo de la espera, cuerpo en vilo

Por torres, por los sempiternos muros

Blancos, por los escalados conjuros,

Por el límite mismo en que vacilo,

 

Vértigo y posesión en lucha helada

La ascensión sin reposo y la caída,

La sombra y el vacío y la mirada,

 

Y siempre en madrugada detenida,

La voz y el corazón contra la nada

Y la fugaz palabra de la vida.

Tomado de:

https://materialdelectura.unam.mx/poesia-moderna/16-poesia-moderna-cat/161-074-jorge-gaitan-duran?showall=1

 

 

Canto XIII

 

La dulce tolvanera del silencioso otoño

va anegando tu imagen en su vaga humareda,

encendiendo en el tiempo la hoguera del olvido

para borrar la última ceniza de la ausencia.

 

Nadie sabrá que vivo para ti, que defiendo

contra las llamas trémulas tu desnudo recuerdo,

que lucho en el otoño de vientos desolados

y en sus ondas sombrías te reclaman mis sueños.

 

Nadie sabrá que fuiste mía bajo el otoño

de estrellas delirantes y crepúsculos vagos,

que llenaste mis labios con tu fuego de siempre,

que cayó mi tristeza sobre ti como un canto.

 

Porque nada resiste la invasión del olvido

cuando llega a mi alma su humareda de otoño.

Todo se va de mí, se fuga de mi vida,

tú también te me vas y permanezco solo.

 

 

El instante

 

Ardió el día como una rosa.

Y el pájaro de la luna huyó

cantando. Nos miramos desnudos.

Y el sol levantó su árbol rojo

en el valle. Junto al río,

dos cuerpos bellos, siempre

jóvenes. Nos reconocimos.

Habíamos muerto y despertábamos

del tiempo. Nos miramos de nuevo,

con reparo. Y volvió la noche

a cubrir los memoriosos.

Tomado de:

http://amediavoz.com/gaitan.htm

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