viernes, 16 de febrero de 2024

POEMAS DE SERGIO CORAZZINI

 


 

Rimas del corazón muerto

 

Oh mi pequeño corazón, fuiste inmenso

como el corazón de Cristo, ahora muerto

te acoge en no sé cuál más triste huerto

perfumado de violetas y de incienso.

 

¡Hombres, vine a este mundo para amar,

a todos he amado, llorado todos los llantos

vuestros y cantado todos vuestros cantos!

Fui el espejo tan inmenso como el mar.

 

¡Pero amor donde el corazón muerto se hiela

fue vano y desconocido, ignoto y desconocido!

Como una entena así fue mi corazón humano,

una entena que no alcanzó a tener jamás su vela.

 

Fue como un sol inmenso, sin cielo

y sin tierra y sin mar, solo atendido

para sí y tan solo para sí suspendido

en el espacio. Quemaba y parecía hielo.

 

Fue como una pupila abierta y hasta

velada por un parpadear latente;

una hostia enorme e incandescente

entre dos dedos puros en el cielo alta,

 

una hostia despedazada antes de haber

tocado los labios del sacrificante, una

hostia en muy pequeñas partes quebrada

que no encontraron corazón donde yacer.

 

Sergio Corazzini L’amaro calice, 1905

Traducción de Angel Faretta

Tomado de:

https://campodemaniobras.blogspot.com/2013/10/sergio-corazzini-rimas-del-corazon.html

 

 

AFLICCIÓN DEL POBRE POETA SENTIMENTAL

 

I

 

¿Por qué me llamas poeta?

Yo no soy un poeta.

Yo no soy más que un pequeño niño que llora.

Ves: no tengo ya más lágrimas para ofrecer al silencio.

¿Por qué me llamas poeta?

 

II

 

Mis tristezas son pobres tristezas comunes.

Mis alegrías han sido sencillas,

tan sencillas que si yo te las confiara, te ruborizarían.

Hoy pienso en morir.

 

III

 

Quiero morir, simplemente, porque estoy cansado;

solamente porque los grandes ángeles

de las vidrieras de las catedrales

me hacen temblar de amor y de angustia;

solamente porque yo ya soy

resignado como un pobre espejo melancólico.

Ves que yo no soy un poeta:

soy un niño triste que quiere morir.

 

IV

 

¡Oh, no te maravilles de mi tristeza!

Y no me preguntes.

Yo no sabría decirte sino palabras tan vanas,

Dios mío, tan vanas

que me vendrían ganas de llorar como si fuese a morir.

Mis lágrimas parecerían

como un rosario de tristeza que se desgrana

ante mi alma siete veces doliente,

pero yo no seré un poeta.

Seré, simplemente, un niño dulce y pensativo

que se viese obligado a orar como quien canta o duerme.

 

V

 

Yo me comunico a diario, recibo el silencio como si fuese Jesús

y los sacerdotes del silencio fuesen los rumores,

porque sin ellos yo no habría buscado y encontrado a Dios.

 

VI

 

Esta noche he dormido con las manos juntas.

Y me ha parecido que yo era un pequeño y dulce niño

por todos los humanos olvidado,

pobre y tierna presa para el primero que llegue.

Y desearía ser vendido,

ser golpeado,

ser obligado a ayunar

para ponerme a llorar completamente solo,

desesperadamente triste,

en un rincón oscuro.

 

VII

 

Amo la vida sencilla de las cosas.

¡Cuántas pasiones vi deshojarse, poco a poco,

con cada cosa que se alejaba!

Pero tú no me comprendes y sonríes.

Y piensas que estoy enfermo.

 

VIII

 

¡Oh, estoy verdaderamente enfermo!

Y muero un poco cada día.

Ves: como las cosas.

No soy, pues, un poeta:

¡sé que para ser llamado poeta es preciso

vivir otro tipo de vida!

Yo no sé, Dios mío, sino morir.

Amén.

 

Lírica, 1908. Traducción de Antonio Colinas.

Tomado de:

https://poeticas.es/?p=2225

 

 

Soliloquio de las cosas

 

…Je crois que nous sommes à l’ombre

 

Maeterlinck

 

 

 

Les choses ont leur terrible “non possumus”

 

Hugo

 

 

 

Decir las pobres cosas pequeñas: ¡Oh asfixiado de sombras! Nuestro amigo se ha ido por mucho tiempo: no volverá más. Cerrada la ventana, la puerta; su paso que cae en el silencio del largo corredor donde no se acepta más al sol, como en el vano de la campana errática, así la soledad es su tapete verde y todo se ha acabado.

 

Cualquier cosa en nosotros se accidenta, cualquier cosa que nuestro amigo diga: corazón. Somos la vieja virgen; encerrada en la sombra como en su ataúd. Y tendríamos las flores. Él quiso partir, para siempre, dejó sobre su pequeño lecho negro sus violetas agonizantes. Desesperadamente hemos entrado en aquel sutil aliento y hemos pensado en una delgada tumba de la juventud, muerta de amoroso secreto. ¡Oh! cómo fue triste la pérdida cotidiana, inexorable, del pobre perfume. Y se fue como él, con él, para siempre.

 

No somos más que cosas en la cosa: imagen terriblemente perfecta de la Nada.

 

Todo tañido de la campana de la pequeña parroquia suena a muerto. Todo esto es tristísimo para nosotros, pobres pequeñas cosas solas, si él estuviera aquí. Pero se ha alejado y la campana no carcome el silencio por él, pobre querido.

 

Un tiempo lo vimos y lo oímos llorar sin un propósito: queríamos consolarlo, ahora, lo sentimos así tremendamente crucificado. Hoy, oh, ahora es otra cosa: ¿dónde llora? ¿por qué llora?

 

Ahora solloza desoladamente porque su pequeña y blanca hermana no viene, en la tarde,  como en el pasado, a hacerlo sólo un hombre, el más solo. Así él le decía mientras la abrazaba. Agregando: “Nosotros recordamos y nada como el recuerdo es un símbolo de soledad y muerte” Recordábamos muchos sucesos felices y muchos tristes acontecimientos, aunque no todos eran amargos.

 

Una tarde nuestro amigo esperaba inútilmente. Esperaba desde la hora de la primera golondrina hasta la última estrella… Oh, él sí que lo quería: a cada momento hablaba largo rato, como en sueños. En sueños hablaba. Antes de dormir, encendía una pequeña luz amarilla, suspendida en el muro. Quizá tenía miedo. Es algo dulce el miedo, ¡precisamente porque es de los niños!

 

No dormíamos; éramos la eterna vigilia, éramos el silencio que ve y que escucha: el visible silencio.

 

La casa debió ser muy grande. Oíamos el intercambio de voces lejanísimas y que sabíamos no venían de la pequeña plaza. ¡Oh, la ventana, si se entornara y dejara pasar un poco de sol, un poco de viento! Oh, nada se parece al corazón perdido como el sol que quiere entrar y todos los días despierta a todos los seres, triste y blanco, pálido de renuncia.

 

Un convento, una iglesia, un largo muro bajo, interrumpido por dos pequeñas puertas, cuyo umbral siempre era verde. La nieve quedaba intacta, delante de aquel muro, un tiempo interminable. Nuestro amigo decía que la puerta cerrada era la imagen de una gran alegría. Éramos simples, no habíamos comprendido aún esta palabra, quizá, será porque estábamos tan solos y tan desconsolados de tantos años encerrados en este cuarto!

 

¡Oh, los ojos abiertos desmesuradamente en la sombra terrible; se parecía tanto a nosotros! Saber ver pero no poder ver.  ¿Por cuánto tiempo desfallecimos en lo oscuro como la estrella dentro de la nube? ¿Por cuánto tiempo nuestra ceguera aparente se prohibió al sol, o, quizá, un poco de dulce luna?

 

Como tantos pequeños monjes en el claustro, nosotros, pobres cosas, vivimos y morimos. ¡Piedad! ¡Piedad!

 

¡En tanto surgen las arrugas! Estamos viejos, oh, así de viejos temiendo el fin imprevisto. Y el polvo que nosotros pensábamos, empolva, entierra cotidianamente como un sepulturero muy escrupuloso.

 

¡Cómo nos acariciaba la tienda de campaña, llena de viento en primavera! Ella debía acariciar así a nuestro amigo, debía hacerlo morir de espasmos. Ahora, también parece una vela de una decrépita barca inservible, tirada junto al vano de una pequeña puerta solitaria y triste, colgando floja y vieja: hoy su caricia hace pensar en la mano de un agonizante.

 

Un paso. Una mano toca la llave… oh, sin pasmo: es un niño, es el solitario niño de todos los días que pasa a lo largo del corredor para caminar quién sabe a dónde, sin pasmo, es inútil.

 

 

Traducciones del italiano, Mario Bojórquez

Tomado de:

https://circulodepoesia.com/2012/01/desolacion-del-pobre-poeta-sentimental-por-sergio-corazzini/

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