viernes, 15 de enero de 2021

POEMAS DE JAIME TORRES BODET



Octubre

 

Ya empiezas a dorar, octubre mío,

con las cimas del huerto, ésas -distantes-

del pensamiento a cuyas frondas fío

la sombra de mis últimos instantes.

 

Corazón y jardín tuvieron, antes,

cada cual a su modo, su albedrío;

pero deseos y hojas tan brillantes

necesitaban, para arder, tu frío.

 

Aterido el vergel, desierta el alma,

más luz entre los troncos que despojas

a cada instante, envejeciendo, veo.

 

Y en el cielo ulterior, de nuevo en calma,

cuando terminen de caer las hojas

miraré, al fin, desnudo, mi deseo.

 

Orquídea

 

Flor que promete al tacto una caricia

más que el otoño de un perfume, suave

y que, pensada en flor, termina en ave

porque su muerte es vuelo que se inicia.

 

Párpado con que el trópico precave

de su luz interior la ardua delicia,

música inmóvil, flámula en primicia,

aurora vegetal, estrella grave.

 

Remordimiento de la primavera,

conciencia del color, pausa del clima,

gracia que en desmentirse persevera,

 

¿por qué te pido un alma verdadera

si la sola fragancia que te anima

es, orquídea, el temor de ser sincera?

 

 

Regreso

 

1

Vuelvo sin mí; pero al partir llevaba

en mí no sólo cuanto entonces era

sino también, recóndita y ligera,

esa patria interior que en nadie acaba.

 

Oigo gemir la aurora que te alaba,

músico litoral, viento en palmera,

y me asedia la enjuta primavera

que la razón, no el tiempo, presagiaba.

 

Entre el capullo que dejé y la impura

corola que hoy en cada rama advierto

pasaron lustros sin que abrieran rosas.

 

Viví sin ser... Y sólo me asegura,

entre tanta abstención, de que no he muerto

la fatiga de mí que hallo en las cosas.

 

2

¿Quién habitó esta ausencia? ¿Qué suspiro

interrumpo al hablar? ¿A quién despojo

del recobrado cuerpo en que me alojo?

¿Quién mira con mis ojos lo que miro?

 

La luz que palpo, el aire que respiro,

el peso del silencio que recojo,

todo me opone un íntimo cerrojo

y me declara intruso en mi retiro.

 

En vano el pie que avanzo coincide

con la huella del pie que hundió en la arena

el invisible igual que substituyo;

 

pues lo que el alma, al regresar, me pide

no es duplicarse en cuanto me enajena

¡sin ser otra vez lo que destruyo!

 

3

¡Espejo, calla! y tú, que en el furtivo

recuerdo el filo de la voz bisela,

eco, responde sin palabra. Y vela

porque en tu ausencia al menos esté vivo...

 

Del mármol con que el ocio me encarcela

quiero en vano extraer un brazo esquivo

hacia ese blando mundo infinitivo

en que todo está aún y todo vuela.

 

Estatua soy donde caí torrente,

donde canto pasé, silencio duro

y donde llama ardí ceniza esparzo.

 

Nada me afirma y nada me desmiente.

Sólo tu golpe, corazón oscuro,

a fuerza de latir aprieta el cuarzo.

 

4

Por esa fina herida silenciosa

que siquiera da paso a la agonía,

¡ay!, entra, muerte, en mí, como la guía

de la hiedra que el sol prende en la losa.

 

Abre -¡aunque sea así!- la última rosa

en que tu fuerza adulta se extasía,

ansia de ya no ser, llama tan fría

que a su lado la luz parece umbrosa.

 

Rompe la plenitud, la simetría,

el basalto en que acaba toda cosa

que dura más de lo que tarda el día;

 

y, arrancándome al tedio que me acosa,

envuélveme en tu vértigo, alegría,

¡afirmación total, muerte dichosa!

 

Voz

 

Tú me llamaste al íntimo rebaño

-única voz que manda cuando implora-

mientras la burla despreciaba el daño

y florecía, en el cardal, la aurora.

 

Era la intacta juventud del año.

Principiaban el mes, el día, la hora...

Y el corazón, intrépido y huraño,

te oía sin creerte, como ahora.

 

¡Ay!, porque -desde entonces-, ya disperso

sobre la vanidad del universo,

a cada paso, infiel, te abandonaba

 

y con cada promesa te mentía

y con cada recuerdo te olvidaba

¡y con cada victoria te perdía!

 

Canción de las voces serenas

 

Se nos ha ido la tarde

en cantar una canción,

en perseguir una nube

y en deshojar una flor.

 

Se nos ha ido la noche

en decir una oración,

en hablar con una estrella

y en morir con una flor.

 

Y se nos irá la aurora

en volver a esa canción,

en perseguir otra nube

y en deshojar otra flor.

 

Y se nos irá la vida

sin sentir otro rumor

que el del agua de las horas

que se lleva el corazón...


Carta

 

Amada, en las palabras que te escribo

quisiera que encontraras el color

de este pálido cielo pensativo

que estoy mirando, al recordar tu amor.

 

Que sintieras que ya julio se acerca

-el oro está naciendo de la mies-,

y escucharas zumbar ]a mosca terca

que oigo volar en el calor del mes...

 

Y pensaras: "¡Qué año tan ardiente!",

"¡Cuánto sol en las bardas!"... y, quizás,

que un suspiro cerrara blandamente

tus ojos... nada más... ¿Para que más?

 

Civilización

 

Un hombre muere en mí siempre que un hombre

muere en cualquier lugar, asesinado

por el miedo y la prisa de otros hombres.

 

Un hombre como yo; durante meses

en las entrañas de una madre oculto;

nacido, como yo,

entre esperanzas y entre lágrimas,

y -como yo- feliz de haber sufrido,

triste de haber gozado,

hecho de sangre y sal y tiempo y sueño.

 

Un hombre que anheló ser más que un hombre

y que, de pronto, un día comprendió

el valor que tendría la existencia

si todos cuantos viven

fuesen, en realidad, hombres enhiestos,

capaces de legar sin amargura

lo que todos dejamos

a los próximos hombres:

El amor, las mujeres, los crepúsculos,

la luna, el mar, el sol, las sementeras,

el frío de la piña rebanada

sobre el plato de laca de un otoño,

el alba de unos ojos,

el litoral de una sonrisa

y, en todo lo que viene y lo que pasa,

el ansia de encontrar

la dimensión de una verdad completa.

 

Un hombre muere en mí siempre que en Asia,

o en la margen de un río

de África o de América,

o en el jardín de una ciudad de Europa,

una bala de hombre mata a un hombre.

 

Y su muerte deshace

todo lo que pensé haber levantado

en mí sobre sillares permanentes:

La confianza en mis héroes,

mi afición a callar bajo los pinos,

el orgullo que tuve de ser hombre

al oír -en Platón- morir a Sócrates,

y hasta el sabor del agua, y hasta el claro

júbilo de saber

que dos y dos son cuatro...

 

Porque de nuevo todo es puesto en duda,

todo se interroga de nuevo

y deja mil preguntas sin respuesta

en la hora en que el hombre

penetra -a mano armada-

en la vida indefensa de otros hombres.

Súbitamente arteras,

las raíces del ser nos estrangulan.

 

Y nada está seguro de sí mismo

-ni en la semilla en germen,

ni en la aurora la alondra,

ni en la roca el diamante,

ni en la compacta oscuridad la estrella,

¡cuando hay hombres que amasan

el pan de su victoria

con el polvo sangriento de otros hombres!


Confianza

 

Esta noche tu amor me penetra

como llanto de lluvia en negrura,

o, más bien, ese ritmo sin letra

que de un verso olvidado perdura;

 

y me torna profundo y sencillo

como el oro del sol tamizado

que renueva, en hipnótico brillo,

el barniz de algún cuadro apagado.

 

Final

 

Vuelves de andar a solas por la orilla de un río.

Estás llena de música, como un árbol al viento.

Has dejado correr tu pensamiento

viendo en el agua el paso de una nube de estío...

 

Traes tejido al alma el olor de una rosa.

En lo blando del césped te prolonga tu huella...

Has vivido ¡has vivido!... Y vas, como la estrella,

a perderte en el mar de un alba silenciosa.

 

Fuga

 

                                               ¡Huyes, pero es de ti!

                                                               J. R. Jiménez

 

Huías... pero era en mí

y de ti quien huías.

 

¿Cómo? ¿Adónde? ¿Para qué?

Por todo lo que es vial,

ascensor, tragaluz, puerto

para fugarse del hombre

en el hombre: por la voz,

por el pulso, por el sueño,

por los vértigos del cuerpo...

 

Por todo lo que la vida

ha puesto de catarata

-en el alma y en el alba-

huías... Pero era en mí.

 

Invitación al viaje

 

Con las manos juntas,

en la tarde clara,

vámonos al bosque

de la sien de plata.

 

Bajo los pinares,

junto a la cañada,

hay un agua limpia

que hace limpia el alma.

 

Bajaremos juntos,

juntos a mirarla

y a mirarnos juntos

en sus ondas rápidas...

 

Bajo el cielo de oro

hay en la montaña

una encina negra

que hace negra el alma:

 

Subiremos juntos

a tocar sus ramas

y oler el perfume

de sus mieles ásperas...

 

Otoño nos cita

con un son de flautas:

vamos a buscarlo

por la tarde clara.

Tomado de:

http://amediavoz.com/torresbodet.htm

 

Música Oculta

 

Como el bosque tiene

tanta flor oculta,

parece olorosa

la luz de la luna.

 

Como el cielo tiene

tanta estrella oculta,

parece mirarnos

la noche de luna.

 

Como el alma tiene

su música oculta,

(parece que el alma

llora con la luna!...

 

Mediodía

 

Tener, al mediodía, abiertas las ventanas

del patio iluminado que mira al comedor.

Oler un olor tibio de sol y de manzanas.

Decir cosas sencillas: las que inspira el amor...

 

Beber un agua pura, y en el vaso profundo

ver coincidir los ángulos de la estancia cordial.

Palpar, en un durazno, la redondez del mundo.

Saber que todo cambia y que todo es igual.

 

Sentirse, (al fin!, maduro, para ver en las cosas

nada más que las cosas: el pan, el sol, la miel...

Ser nada más el hombre que deshoja unas rosas,

y graba, con la uña, un nombre en el mantel...

 

Paz

 

No nos diremos nada. Cerraremos las puertas.

Deshojaremos rosas sobre el lecho vacío

y besaré, en el hueco de tus manos abiertas.

la dulzura del mundo, que se va, como un río...

 

Agosto

 

Va a llover... Lo ha dicho al césped

el canto fresco del río;

el viento lo ha dicho al bosque

y el bosque al viento y al río.

 

Va a llover... Crujen las ramas

y huele a sombra en los pinos.

 

Naufraga en verde el paisaje.

Pasan pájaros perdidos.

 

Va a llover... Ya el cielo empieza

a madurar en el fondo

de tus ojos pensativos.

 

Río

 

¡Río en el amanecer!

¡Agua en tus ojos claros!

Caer -¡subir!- en lo azul

transparente, casi blanco.

 

Cielo en el río del alba

-mi amor en tus ojos vagos-

oh, naufragar -¡ascender!-

¡siempre más hondo! ¡Más alto!

...Río en el amanecer...

 

El puente

 

¿Cómo se rompió, de pronto,

el puente que nos unía

al deseo por un lado

y por el otro a la dicha?

 

¿Y cómo -en la mitad del puente

que a pedazos se caía-

tu alma rodó al torrente

y al cielo subió la mía?

 

La Colmena

 

Colmena de la tarde, diálogo del vergel:

la palabra es abeja, pero el silencio es miel.

 

Ambición

 

Nada más, Poesía:

la más alta clemencia

está en la flor sombría

que da toda su esencia.

 

No busques otra cosa.

¡Corta, abrevia, resume;

no quieras que la rosa

dé más que su perfume!

 

Dédalo

 

Enterrado vivo

en un infinito

dédalo de espejos,

me oigo, me sigo,

me busco en el liso

muro del silencio.

 

Pero no me encuentro.

 

Palpo, escucho, miro.

Por todos los ecos

de este laberinto,

un acento mío

está pretendiendo

llegar a mi oído.

 

Pero no lo advierto.

 

Alguien está preso

aquí, en este frío

lúcido recinto,

dédalo de espejos...

Alguien, al que imito.

Si se va, me alejo.

Si regresa, vuelvo.

Si se duerme, sueño.

"¿Eres tú?", me digo...

 

Pero no contesto.

 

Perseguido, herido

por el mismo acento

-que no sé si es mío-

contra el eco mismo

del mismo recuerdo

en este infinito

dédalo de espejos

enterrado vivo.

 

Lied

 

La mañana está de fiesta

porque me has besado tú

y al contacto de tu boca

todo el cielo se hace azul.

 

El arroyo está cantando

porque me has mirado tú

y en el sol de tu mirada

toda el agua se hace azul.

 

El pinar está de luto

porque me has dejado tú...

y la noche está llorando,

noche pálida y azul,

 

noche azul de fin de otoño

y de adiós de juventud,

noche en que murió la luna,

(¡noche en que me has dejado tú!)

Tomado de:

http://www.los-poetas.com/b/bodet1.htm

 

Bajamar

Conforme va la vida descendiendo

-bajamar de los últimos ocasos-

se distinguen mejor sombras y pasos

sobre esta playa en que a morir aprendo.

 

Acaba el sol por declinar. Los rasos

de la luz se desgarran sin estruendo

y del azul que ha ido enmudeciendo

afloran ruinas de horas en pedazos.

 

Ese que toco, desmembrado leño,

un día fue timón del barco erguido.

que por piélagos diáfanos conduje.

 

En aquel mástil desplegué un ensueño.

Y en estas velas, ¡ay!, siento que cruje

todavía la sal de lo vivido.

 

Baño

Mujer mirada en el espejo umbrío

del baño que entre pausas te presenta,

con sólo detenerte una tormenta

de colores aplacas en el río…

 

Sales al fin, con el escalofrío

de una piel recobrada sin afrenta,

y gozas de sentirte menos lenta

que en el agua en el aire del estío.

 

Desde la sien hasta el talón de plata

-única línea de tu cuerpo, dura-

tu doncellez en lirios se desata.

 

Pero ¡con qué pudor de veste pura,

recoges del cristal que te retrata

-al salir de tu sombra- tu figura!

 

La Doble

Era de noche tan rubia

como de día morena.

 

Cambiaba, a cada momento

de color y de tristeza,

y en jugar a los reflejos

se le iba la existencia,

como al niño que, en el mar,

quiere pescar una estrella

y no la puede tocar

porque su mano la quiebra.

 

De noche, cuando cantaba,

olía su cabellera

a luz, como un despertar

de pájaros en la selva;

y si cantaba en el sol

se hacía su voz tan lenta,

tan íntima, tan opaca,

que apenas iluminaba

el sitio que, entre la hierba,

alumbra al amanecer

el brillo de una luciérnaga.

 

¡Era de noche tan rubia

y de día tan morena!

 

Suspiraba sin razón

en lo mejor de las fiestas,

y puesta frente a la dicha,

se equivocaba de puerta.

 

No se atrevía a escoger

entre el oro de la mies

y el oro de la hoja seca,

y -tal vez por eso- no

supe jamás entenderla,

 

porque de noche era rubia

y de mañana morena…

Tomado de:

https://www.poemasde.net/poesia/jaime-torres-bodet/

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