lunes, 25 de enero de 2021

POEMAS DE LUIS ALFREDO ARANGO

(1936, Totonicapán, Guatemala / 3 de noviembre de 2001)


Poesía lunática y chingona

              

Guatemala tiene un río Pensativo

y otro que se tiñó de sangre...

Tiene un Volcán de Agua,

otro de Fuego

y una montaña

de huesos y cadáveres.

 

El andalón

         

Conocí pueblos que cabían

en el vidrio de una ventana

Aldeas que copiaban los colores de las horas

-colores de frutero,

de jaula con pericos,

de aguacero pintado en las paredes.

 

¡La hoja de milpa custodiaba siempre los caminos!

 

Conocí viejas iglesias,

calaveras, cúpulas,

hornacinas, ojos huecos,

muelas de oro,

morideros de plegarias y de llantos

… o retablos

 

y a la hora de rezar o de dormirme

conocí el chisporroteo

de candelas apagadas con saliva.

 

En la infancia era posible

llevar en andas a unos ángeles con alas de hojalata,

comulgar,

cortar el pan sobre una mesa apolillada,

orinar

y examinarnos el ombligo

bajo el árbol de la plaza.

En la infancia solamente

y en los pueblos.

 

Detrás del centinela

espiar la noche de calabozos húmedos.

(Las cárceles y las escuelas colindaban,

a veces compartían el mismo corredor).

 

Aulas heladas,

ladrillos que olían a creolina;

nos vestían de soldados y marchábamos

con escopetas de palo;

detrás del pizarrón

medían las arañas

el mapamundi enrrollado…

 

Domingos.

Siempre domingos

porque los domingos eran iguales

a cualquier día;

 

el día de fiesta era un domingo grande.

 

Adornos de papel,

flecos, rositas que

se desteñían en las vigas

y allí permanecían,

años y años,

hasta una nueva muerte,

un nuevo aniversario,

otro bautizo,

otra boda.

Teníamos miedo a los fantasmas,

miedo a lo irreal

y nunca,

jamás nos espantó lo triste,

lo absurdo de la vida en esos pueblos polvorientos,

taciturnos,

que sueñan embriagados

de su propia ingenuidad,

de su pobreza.

¿Fantasmas? Claro que sí:

los niños que no comen,

los que mendigan,

los hombres que tienen que robar,

o matar,

o aceptar indignidades por un mísero centavo.

Los sombreros sin cabeza…

 

Ahora me dan frío

la viejecita gris con su gato, sus tiestos de violetas

y su desamparo;

la muchacha en el balcón -y la azucena-

que esperan impacientes

a quien ha de marchitarlas;

los hombres sin trabajo

y los que trabajan y trabajan

para su compadre rico.

 

Me irritan las frutas que maduran

para quien pueda comprarlas.

 

Viví en pueblos que cabían

en un trozo de cristal

o en el fondo de una botella de aguardiente;

viví sordo, ciego, alucinado,

atento solamente a los colores, a los trapos de anilina,

a las compresas en las sienes de los montes,

a los cofrades y sus mujeres,

azules, verdes, rosados…

 

Ahora no me importan ya las cosas pintorescas.

He crecido. He comprendido.

Sé muchas cosas:

no hubo sólo un Cristo

sino muchos;

no sólo el que acuchilla es asesino

sino el que mata de hambre,

no sólo los ladrones roban,

sé quiénes matan la ilusión,

quiénes aplastan la alegría y la esperanza

en esos pueblos que

caben

en la mira de un fusil.

 

Relieves de memoria

              

En Bonampak la tierra tiene ingravidez de plumas

dibujadas por el sol;

la tarde pinta murales de cadmio anaranjado;

cenizas de volcanes extinguidos se levantan

y en el aire inventan dioses y batallas.

Porque después de todo el sueño es nuestra única heredad,

en Uaxactún me quedo a descifrar la piedra donde duermen

-más que números y fechas- estas huellas de gente que murió,

que amaba, que también cortaba flores y aleteaba

tras el anca del jaguar y las sonoras pisadas de la lluvia.

En Tikal, escalinata prodigiosa,

soy un pobre forastero deslumbrado.

Recuperadas luna de otra edad,

fino envoltorio de polvo que guardo en la memoria,

no quiero más tesoro que estos nombres que descorren cielos

                                                                                      [verdes,

ceremonias emplumadas con fragancia de copal y miel

                                                                                 [silvestre.

Te sitiaron los pumas, Quiriguá,

te devoraron águilas y tigres amarillos

que tenían en los ojos jeroglíficos tallados

de un antiguo calendario.

Beso el barro,

amo el estuco delicado,

me inclino ante los sabios estelares,

ante el pueblo que contaba los luceros y escribió sobre basalto

la única historia verdadera que se ha escrito en esta tierra.

Tomado de:

http://www.poemaspoetas.com/luis-alfredo-arango

 

Sobreviviente

¡Ay de quien pudiendo hablar no emprende vuelo!

No tengo barco ni avión, no tengo nada más que mi palabra.

En vez de Victoria Alada llevo un ángel de Chinautla.

Navego-o sueño que navego-entre archipiélagos

y el mar es un pasaje estrecho entre las islas de palabras.

Papeles, unos pocos libros, heridas incurables

y el miedo de vivir en este siglo son todo mi equipaje.

¿Qué tiempo fue mejor?

He visto los más hermosos lugares

pero sólo me han dejado rastros de luz en la memoria

y tengo los ojos cansados de tanto ver llorar.

Amo la paz, no como tantos que juran amarla

para seguir ordeñándola…

Amo la paz porque llevo la guerra

envuelta en un pedazo de bandera ensangrentada

y estoy quedándome vacío,

desolado.

 

Aunque a ratos el amor descorazona

tengo viva la esperanza de morir amando…

Amando no sé qué…Agradecido de ser hombre;

de haber hecho preguntas desde mi pobre poesía;

de la belleza y el dolor que son, a fin de cuentas,

la cara y el envés de nuestra vida.

 

Oh tiempo de los mitos,

oh lodo submarino,

consuelo de la carne,

abismo donde Dios abandonó

los moldes de todas sus estatuas;

los moldes, los taceles

de las primeras bestias.

 

Las aves vuelan sin carga,

no necesitan maletas y cómo las envidio.

Ellas pueblan la casa del viento

que nunca tuvo casa.

 

Soy el tránsfuga de todas partes,

el inconforme soy,

el penitente que no encontró la iglesia que buscaba

y todo lo he dejado abandonado.

 

Allá los montes,

los pinos que en las tardes

todavía me entristecen;

las aldeas, los caminos

y el rústico sabor de lo vivido.

 

En la ciudad jamás eché raíces.

Aquí es donde menos me he quedado.

Es ella la que pasa contoneándose -¡tan frívola!-

ofreciéndome sus mercancías inútiles

y exhibiendo modas que nunca terminan de vestirla.

 

Entre el mar-a donde nunca fui-

y el viento que corre desnudo en las montañas,

emplumado de palabras invento mi camino.

Sé que sólo me queda ver naufragios

y presentir el rumbo incierto del planeta.

 

Diálogo Donde Me Sincero

Anoche hablé con Homero y le dije

Mire Don

¿ya se fijó qué tragedia?

No hay Ulises que valga porque

no sabemos griego,

no podemos deleitarnos

traduciendo sus hexámetros.

Pero eso no es nada:

¡Ni siquiera podemos entender

al Rey Pascual de Olintepeque!

Somos huérfanos de padre y madre;

nacimos en esta tierra tan linda y

tal vez aquí nos moriremos,

sin ser grecolatinos, ni quichés,

ni gachupines?

¡Qué tragedia Don Homero!

Tomado de:

https://www.poemasde.net/poemas-de-luis-alfredo-arango/

 

Lámpara

 

Ninguno ha dicho la verdad total,

porque no existe.

Tenemos solo pensamientos breves,

ligeros.

De materia que

se consume al arder ...

Tomado de;

http://poesiabreve-briefpoetry.com/luisarango.html

 

 

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