LOS ESTATUTOS DEL HOMBRE
A Carlos Heitor Cony
ARTÍCULO
I. Queda decretado que ahora vale la verdad,
que ahora vale la vida,
y que, tomándonos las manos,
todos trabajaremos por la vida verdadera.
ARTÍCULO
II. Queda decretado que todos los días de la
semana,
incluso los martes más cenicientos,
tienen derecho a convertirse en mañanas de domingo.
ARTÍCULO
III. Queda decretado que, a partir de este
momento,
habrá girasoles en todas las ventanas,
que los girasoles tendrán derecho
a abrirse dentro de la sombra,
y que las ventanas deberán permanecer, todo el día,
abiertas hacia el verde donde crece la esperanza.
ARTÍCULO
IV. Queda decretado que el hombre
nunca más necesitará dudar del hombre.
Que el hombre confiará en el hombre
como la palmera confía en el viento,
como el viento confía en el
aire,
como el aire confía en el espacio azul del cielo.
PARÁGRAFOEl
hombre confiará en el hombre
ÚNICO como
un niño confía en otro niño.
ARTÍCULO
V. Queda decretado que los hombres
están libres del zumo de la mentira.
Nunca más será necesario usar
la coraza del silencio ni la armadura de palabras.
El hombre se sentará a la mesa
con su mirada limpia
porque la verdad se servirá
antes del postre.
ARTÍCULO
VI. Queda establecida, durante los siglos que
dure la vida,
la práctica soñada por el profeta Isaías,
y el lobo y el cordero pastarán juntos
y la comida de ambos gustará como la aurora.
ARTÍCULO
VII. Por decreto irrevocable queda establecido
el reinado permanente de la justicia y de la claridad,
y la alegría será una bandera generosa
para siempre desplegada en el alma del pueblo.
ARTÍCULO
VIII.
Queda decretado que el mayor dolor
siempre fue y será siempre
no poder dar amor a quien se ama,
sabiendo que es el agua
quien ofrece a la planta el milagro de la flor.
ARTÍCULO
IX. Queda permitido que el pan de cada día
tenga en el hombre la señal de su sudor.
Pero que, sobre todo, tenga siempre
el caliente sabor de la ternura.
ARTÍCULO
X. Queda permitido a cualquier persona,
a cualquier hora de la vida,
el uso del traje blanco.
ARTÍCULO
XI. Queda decretado, por definición,
que el hombre es una animal que ama
y que por eso es bello,
mucho más bello que la estrella de la mañana.
ARTÍCULO
XII Se decreta que nada será obligado ni
prohibido.
Todo será permitido,
incluso jugar con los rinocerontes
y pasear al atardecer
con una inmensa begonia en la solapa.
PARÁGRAFOSolo
se prohíbe una cosa:
ÚNICO amar
sin amor
ARTÍCULO XIIIQueda decretado que el dinero
nunca más podrá comprar
el sol de las mañana venideras.
Expulsado del gran baúl del miedo,
el dinero se transformará en una espada fraternal
para defender el derecho de cantar
en la fiesta del día que llegó.
ARTÍCULO Queda prohibido usar la palabra libertad,
la cual será suprimida de los diccionarios
y de la ciénaga engañosa de las bocas.
A partir de este instante
la libertad será algo vivo y transparente,
como un fuego o un río,
y su hogar siempre será
el corazón del hombre.
Quinta Normal,
Santiago de Chile,
abril del 64.
Tomado de:
https://www.crearensalamanca.com/los-estatutos-del-hombre-y-otros-poemas-de-thiago-de-mello/
el oficio de escribir
Para
Tenorio Telles
Leyendo aprendo:
lo que escribi ya cayo
En la vida. no me pertenece
Leo y me pregunto: las palabras
que dispuse con paciencia,
severo de inteligencia,
cuidando mucho la cadencia,
perseverar, elegir,
No me escondo, el más ruidoso
y los que mas me gustan,
dando a cada uno un lugar
merecido en mi verso
(que de esta ciencia los secretos
me dio tiempo para trabajar,
un ejercicio de amor),
porque las palabras comienzan
decir cosas que nunca
me atrevía a pensar o soñar,
pájaros desconocidos
aterrizando en mi huerto.
Ahí es cuando descubro: la rosa
— rosa en carne de palabra,
no la rosa del rosal—
que llamé por mi poema,
hermosa rosa, ven aquí,
ven y decora mi rincón,
cambia, apenas lo leo,
en un sueño que se abrirá,
en la espina que herirá.
Solo en ese momento me doy cuenta
que la rosa, por ser rosa,
en el esplendor de la identidad
con cualquier rosa del mundo
hay que inventarlo
por el milagro del verbo.
CANTIGA DE CLARIDAD
Campesino, plantas el grano
en lo oscuro —y nace un albor.
Quiero llamarte hermano.
De noche, comiendo pan,
siento el gusto de esa aurora
que te despunta en la mano.
Haces de sombras un haz
de luz para multitudes.
Un compañero tan claro
que vive en la oscuridad.
Y mientras no llegue el día
en que la tierra sea un reino
de trabajo y de alegría,
cantando juntos, alcemos
armas de amor activas.
La rosa ya se hace llama
al hilo del corazón.
Campesino, plantas el grano
en lo oscuro —y nace el alba.
Quiero llamarte hermano.
Traducción de Enrique Lihn.
SONETO DE LA PLAZA DESTERRADA
Cierta noche de abril estuve cerca
del pueblo erguido en esperanza y canto.
Antes nunca jamás mi pecho cierto
de la alegría estuvo, pero el llanto
fue el que bajó, arando en el desierto
de la plaza burlada. Fue mi espanto
menos el ver el corazón cubierto
por el miedo feroz, de torvo manto,
que el descubrir que nadie amar sabía,
como se ama la rosa enamorada,
a la patria pronto degradada.
Ver que nadie en la calle una canción
de amor cantó llamando a rebeldía,
a construir con sangre la alegría.
Traduccíon de Enrique Lihn.
MEDITACIÓN EN REINO DE LA PANTERA AZUL
Viene de pronto, nunca viene
cuando se presiente su llegada.
Llega y es tarde ya y en todo es tarde.
Nunca se muestra entera. Pero es hembra.
Es necesario esperar y seguir siendo
hasta que olfatea
lo que guardas al fondo de tu nombre.
Pero no vale su precio, ni la sórdida
moneda que te exige: nada quiere.
Marcha a tu lado, del que no se aparta,
agazapada en pliegues de la ropa,
le encantan la nuca y los cabellos.
Inmóviles sus manos posadas en los hombros
que nada sienten pero saben: sufren
tanto o más que brasas.
Es igual
a lo que fuera antaño, a lo que fue
en tu jardín una semana antigua.
La víspera parece tan remota
que llega a ser penoso recordarla.
La casa se convierte en selva densa,
hay secretos desvanes nunca vistos
que nos llaman con tibios terciopelos
enseñándonos cantos amorosos
que no saben jamás por qué callaron.
Si te llama a la lucha traicionera,
todo se cubre de ceniza y polvo.
No hay nada pegajoso a no ser los contactos
inesperados como mariposas
que bajan devastando soledades.
El sol de la más vieja primavera
quema tu sangre, estalla en la garganta
que, desde hace cien noches, no dominas
y hay sequedad en tus encías.
deslumbradas surgen las rodillas
que van dejando ver colores curvos
casi a los costados de los muslos.
nada más. El cielo es lo que falta.
Toda azul te acecha la pantera
como si no te conociera —y canta.
De súbito las cosas huecas crujen
y en el más trivial acto de la vida
cifras un interés total: el sortilegio
es terrible y fugaz, porque te ofrece
en un brote de luz la certidumbre
de la inutilidad feroz y fría
de la prenda que te iba seduciendo.
Es ahí cuando, cada cosa, y todas,
incluso la pared, el calendario,
y hasta el cuchillo junto al velador,
los grandes sentimientos, las palabras
altisonantes y los compromisos
como agua pasan, pasan como un rio
de aguas espesas que no corren nunca,
de una espuma podrida recubiertas.
Con todo, luce flores en sus flancos
y distracciones que permiten pájaros,
con ese ardor húmedo de macho,
que ella no deja alzarse de los sótanos
en los cuales contigo se oculta
sabiendo que le cabe la tiniebla.
Y en su reino luminoso clavas
tus huecas raíces de silencio
que se hunden cantando en la tierra.
Santiago de Chile, 1963.
Traducción de Enrique Lihn
COMO UN RIO
Ser, como un río, capaz
de llevar por su cuenta
a la canoa que se cansa
de servir de camino
para la esperanza.
Y de lavar al límpido
la pena de la mancha,
como el río que lleva
y lava.
Crecer para entregar
en la distancia callada
un poder de canción,
como el río descifra
el secreto de la tierra.
Sí el tiempo es de descender,
retener el don de la fuerza
sin dejar de seguir.
Desaparecer incluso
para, subterráneo,
aprender a volver
y cumplir en el trayecto
el oficio de amar.
Como un río aceptar
esas súbitas olas
hechas de impuras aguas
que traen a flote la verdad
oculta en las profundidades.
Como un río, que nace
de otros, saber seguir
siendo junto con otros
y en otros prolongándose
y construir el encuentro
con las grandes aguas
del océano infinito.
Barreirinha, Amazonas, 1978.
Traducción de Adán Méndez.
HACE TIEMPO QUE ESCOGÍ
La luz que me abrió los ojos
para los desheredados
y heridos de la injusticia
no me permite cerrarlos
nunca más, en tanto vivo.
Sea por asco o fatiga
me dispongo a no ver más
y aun cuando el miedo acosa
mis ojos, me es imposible
dejar de ver. La verdad
me ha tocado con su lámina
de amor el centro del ser.
No se trata de escoger
entre ceguera y traición.
Pero si entre ver y hacer
de cuenta que nada vi
o hablar del dolor que veo
y ayudarlo a tener fin,
ya hace tiempo que escogí.
Rio de Janeiro, 1981.
Traducción de Mario Benedetti.
LA LUZ QUE ALUCINA
Mi hijo se murió de madrugada.
Él era un girasol, así de rojo,
como un caballo siempre de perfil,
un avestruz con odio hacia la arena,
un tulipán helado en el volcán.
Temía convertirse en compañero,
llena de espinas lilas la garganta
y anochecía con la voluntad
de romper el secreto en los cristales.
Pero era un ruiseñor si la mañana
llegaba en las laderas de la sierra
cubiertas por un musgo imperdonable.
Mi hijo yace muerto aquí a mi lado:
las estrellas que crecen en sus ojos
iluminan mis yerros más antiguos.
Pero de su tobillo se alza un canto
que me apacigua, porque muestra clavos
que le fueron hundidos por las aguas
que navegamos ciegos y abrazados
cual se abrazan los pájaros que huyen.
Ayer crucé con tres rinocerontes.
Con florido unicornio me llamaban
por el nombre que tuve cuando niño.
Mordidos por los pájaros nocturnos,
con pupilas de asombro me pedían
que con ellos me fuera antes del alba
hacia el sitio en que nacen las estrellas,
en tanto iban hundiéndose en el lodo
cubierto de amatistas y de garzas.
Quiero perderme, mas antes que se hundan,
que me dejen la piel, la piel les pido
que en carne viva sigan por el fango,
que me la dejen para que proteja
lo que aún queda en mi pecho de la infancia.
Rio Andirá Amazonas, 1980.
Traducción de Mario Benedetti.
FELIZ, INSOPORTABLEMENTE
De a poco la luz pierde el resplandor.
A sangre sabe el río y no lo sabe nadie.
Esta es la última oportunidad de verme
por primera vez entero: cara a cara.
(Siempre quise morir
antes de verme como soy).
Prefiero simplificar. Entonces ¿por qué dudo
en revelar las oscuras aguas
que me recorren, esas en donde habitan
peces cenicientos, sordos, que me conocen?
El peor pecado del hombre
es no ser feliz. (El juicio es de Borges,
que era ciego pero descubrió la rosa
encendida en el corazón de una mujer).
Pude ver el fondo de un lago de esmeraldas.
Fui insoportablemente feliz.
Las peores desgracias (también la de existir)
que me hirieron, nada significaron comparadas
con los milagros que viví,
con los mágicos momentos que inventé.
No es preciso ir muy lejos. Cierta noche
de ardiente primavera, viajé
abrazado a los cabellos de una mujer
que me enseñaba a amar como ella amaba,
en el mar de los espacios siderales.
Regresé intacto. Al parecer
transcurrieron eternidades.
Ahora estoy solo. Frente a mí
o entre mi soledad y la noche que me llama,
queda un espacio en el que no hay sitio
para lo que escondí.
Y más de medio siglo de fiesta,
de lágrima, de asombro, de ternura,
se resume inútil en la chispa
de ese tiempo fugaz en que mi ser total,
residuo de memorias, ya se adhiere
imperceptiblemente
al silencio nocturno de la floresta.
En el río Amazonas.
Traducción de Mario Benedetti.
LA CREACIÓN DEL MUNDOo
No desfloré a nadie.
La primera mujer que vi desnuda
(era adulta de alma y de cabellos)
fue la primera que me mostro los astros,
pero no fui el primero a quien se los mostró.
Vi el resplandor de sus nalgas
de espaldas a mí: era morena,
mas al darse vuelta fue dorada.
Sonrió porque sus pechos me asombraron,
por mi mirada de adolescente no acostumbrado
a la gloria de la belleza corporal.
Era de mañana en la selva, pero nacían
estrellas de sus brazos y resbalaban
por el cuello, lo recuerdo, era el cuello
Lo que me enseñaba a deletrear secretos
guardados en la clavícula. Pedía,
ya echada de bruces y llamándome,
que posara mis labios por los pétalos
con rocío de la nuca, eran lilas;
que alisara, levemente, con las yemas
las espaldas de espumas y esmeraldas;
quería que mi mano recorriera,
yendo y viniendo, el valle de la columna,
très doucement, porque me cuidaba.
Ella inauguró en mí la alegría
inefable de dar felicidad.
Tanto conocimiento no podía
ser sino innato, pienso ahora.
Pero no.
Era un saber hecho de experiencia,
más que ingenio para transmitirlo.
Ella era de otras aguas, una fuente
de treinta años, que vino desde el Sena
con el destino de darme de beber
— en la aurora de sus ojos, en sus pechos,
en la boca
musical, en el mar del vientre,
en la risa de
azucena, en la voz densa,
en Las cejas y
en el vértice de la piernas—
la miel antigua de la sabiduría,
de saber que el deseo crece cuando entiende
que la chispa se enciende en la ternura,
que las antesalas se prolongan
hasta que uno esté listo para entrar en el cielo.
Traducción de Jorge Enrique Adoum.
LA TERCERA ALA
Traigo una esperanza nueva como la primera claridad
que marca la mañana
de cada ser humano.
Traigo la sabiduría
de los colores que danzan
y ordenados se juntan en el aire
cuando es preciso alumbrar el arco iris.
Traigo el milagro de la vida,
latiendo en el corazón
del recién nacido.
Llego tras el rastro del pájaro
que atravesó el tiempo
y con el trino de su tercera ala
rasga el cielo de la atopía.
Llegas entregándonos, pájaro,
la poesía de tu canto,
certeza de un amanecer
que se posa ya en mi frente,
en la palma de tu mano.
Traducción de Arturo Corcuera.
Tomado de:
https://www.festivaldepoesiademedellin.org/es/Revista/ultimas_ediciones/51_52/thiago.html
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