lunes, 28 de febrero de 2022

POEMAS DE FERNANDO FERREIRA DE LOANDA

 



Luisiada

 

 

 

Soy mitad ancla

fincada en el mar,

mitad guitarra

que puntea el fadista.

 

Arraiga en el corazón

traigo la saudade

de los que fondearon

el lecho del mar

para no volver jamás.

 

Soy la triste caricia

de un fado amargo

perdido en mi memoria,

en el plañir de una guitarra.

 

 

 

 

Poema

 

 

 

Soy anónima arena, piedra, cactus, palabra,

pero amigos —tres o cuatro—, suban las escaleras,

no sean ceremoniosos, abran las puertas,

de par en par las ventanas,

sírvanse vino de Madera y disculpen la sobriedad

de los muebles y los gestos:

muero mañana.

 

Alguno con la muerte, carga secretos

y las manos llenas de sangre, de dinero:

yo no.

Alguno con la muerte, inventa dialectos

que justifican frustraciones:

yo no.

Alguno con la muerte, interrumpe el fabulario:

yo no.

Oh, morir de amor, de amibas, ambarino,

embajador y de amargura,

entre un auto deshecho, de infarto, de ajenjo, esdrújulo,

¡apuñalado por el marido de la amante!

 

Amor, amar, vivir, amar el amor, amar la vida,

y silbar, en el destierro de las madrugadas

fragmentos de melodías que me quedaron de otra

existencia.

 

Desde la terraza miraremos la luna, de bruces, sobre el

mar.

¿Y por cuánto tiempo?

¿Arena de qué playa,

piedra de qué peñasco,

cactus de qué soledad,

palabra de qué vivencia?

 

1956

 

Verano

 

 

 

La naranja madura en silencio,

pende dorada y cae cual poema

definitivo.

 

Hay poemas que jamás nacen:

no fueron flor.

El águila veloz desciende

para permanecer y sobrevivir;

la sombra asusta y esconde el sol

a la víctima. Muerta,

los diminutos la diluirán

inconscientes de tiempo.

Sumados los días,

Homero se fragmentará.

 

Amor maduro, el verano

es la plenitud obsequiosa

a la solicitud;

el camino es el otoño,

después la muerte.

 

Grávidos, los frutos asoleados

dejan entrever, en sus

subterráneos, lagartijas

menudas y repugnantes.

 

 

 

 

Invierno

 

 

 

Nos silban, venidos de un sur

frígido, vientos

que nos queman la boca y las rosas;

el colibrí se paraliza,

el agua se congela e inmoviliza al pez.

Mas el hombre permanece —y es necesario

que sea recordado en una estatua—

desvía ríos, abre canales, construye ciudades,

vuela y nada.

 

Y procrea sin necesitar la primavera.

 

 

 

 

Pastoral

 

 

 

Inmóvil, la amante aguarda,

abierta como un lirio;

 

tonos y palabras escurren

de su cuerpo y su boca;

 

no la toca el polvo, ni

la muerte la sombra violeta;

 

en el suelo, entre margaritas,

la amo, agreste, amanecida.

 

Nova Friburgo,

18 de enero de 1961

 

 

 

 

Poema de los 30 años

 

 

 

Decoloradas por el tiempo

y desfiguradas por la distancia

que me separa de ellas y de tales días,

fruto y motivo de mis meditaciones,

 

palabras que siento

sin la intensidad de entonces,

remotas y latentes

resonando como ecos

de sueños idos y por vivir,

creciendo unas, otras diluyéndose.

 

Vladivostok, Valladolid, Volga,

Guadiana, Guadalquivir, Málaga y Mallorca,

paisajes y emociones no concluidos

y que no serán.

 

Puentes, valles, ríos, litorales,

nada más me aumentan.

Me enraizan en este suelo,

y envejezco, de bruces en una página,

saboreándola, condenado a la vida. ;

 

 

 

 

Elegía de la calle Itaú

 

 

 

Una simiente lanzada a la tierra florece

también en mí, y fructifica.

Planta

un árbol, hace del desierto una floresta.

 

La palabra grita y entorpece, opiada,

flácida, y sus aristas cortan el cuero

de mis zapatos, me flagelan.

Consumirlas

cuando sea necesario, no desperdiciarlas.

El uso las empalidece.

Madrugadas,

oh madrugadas de junio, frías y nebulosas,

¿dónde izar la bandera de mi soledad?

Madrugadas que estallan en sueños,

que anticipan y justifican el momento vivido

y por vivir, astillón de la bola de cristal,

que abruman mi reino y sus caminos.

 

El sol beneficia la mañana, el humus

transforma el tallo en árbol y sombra;

todo crece alrededor del poeta,

los hijos se hacen hombres, dioses.

 

Crece la ciudad y disminuyen los corazones.

 

 

 

 

El espantapájaros

 

 

 

Azada al hombro,

en el centro del mundo,

Juan mira la planicie

y soñando se sueña.

 

Tiene hambre —revuelta—,

gusanos y un deseo,

que lo íntimo que no sabe

traducir, sabrá.

 

El sol cae y refresca;

las sombras del maizal

corren veloces como galgos

encharcados.

Anochece.

 

 

 

 

Poema para los estudiosos y biógrafos

 

 

 

No me expliquen:

prisma de mil caras,

soy insondable, abisal.

 

La poesía no es un espejo,

es un estado momentáneo.

Si me retrato, luego me desdigo,

me transfiguro, horizontalizando

mis emociones e incertidumbres.

 

Amo lo imprevisto,

me duele lo que adivino;

no me ofrezcan banquetes masticados.

 

La claridad no la llevo en la superficie:

es necesario un cuchillo para hacerla brotar;

id a la médula, soy cuarto creciente en la luna llena.

 

No me expliquen por las palabras,

por el bigote o por la pipa.

 

 

 

 

Campo minado

 

 

 

Mi certeza es la más genuina,

más pétrea mi solidez,

pero si me pienso,

mi duda es la más dolorosa.

 

Me duele la evidencia, me oxida.

Murmuren apenas mi nombre

sin la complicidad del eco

que lo deforma.

 

Mi defensa es el silencio

y la soledad.

Soy como el vidrio y el agua,

translúcido, íntegro, potable.

 

 

 

 

Poema de los cuarenta años

 

 

 

Veinte años perdí

para que en el desierto

recogiese rosas.

 

Hoy las tengo en la mano

mas ya no me arrebata

lo encarnado y el perfume.

 

 

 

 

Poema del nudo gordiano

 

 

 

Las grandes ciudades industrializan la soledad.

Frustrada está la búsqueda de amores fragmentados

para justificarse, justificar,

un desajuste o una insuficiencia.

 

Las grandes fábricas de cigarros continúan facturando

sobre la soledad,

y no se declaran en quiebra las fábricas de bebidas.

Los hombres y los autobuses se roznan y se desgastan;

los árboles sin paisaje, se desfiguran, y sus raíces

como ataduras,

bajo el asfalto, agonizan sin un lamento.

 

Se licúa la burguesía y se diluye

en la límpida linfa: la enturbia,

y el áspero paladar estimula mi grito.

Golpea con fuerza el viento los verdes frutos;

maduros, caen.

 

Hay quien procure la vida en las plazas, en la orla

marítima, en los hospitales

—algunos, ya condenados, se pudren, otros vegetan. La muerte —¿quién la dice inverosímil como un

premio de la lotería? —

llega puntual,

por télex o teléfono.

 

Mueren todos los pasajeros de un avión que cae;

un edificio se derrumba y vuelve antorcha humana a la

mujer del corneta.

 

Mil niños, cifra redonda, mueren diariamente de

hambre:

jugamos fútbol, queremos dormir con la aeromoza,

vamos al cine,

restregamos los pies en la playa.

—¿Me dejo el bigote o no?

 

Nuestra tragedia sólo a nosotros llega:

para los demás, es encabezado de periódico.

 

 

 

 

Sobre los andes

 

 

 

La precariedad de la vida me ahoga y halaga.

Precario es el amor, el desamor, medida de la noche y

de la madrugada,

sedosa trama de plena expectativa

ante la aurora.

 

Y la aurora es sólo una palabra: amatista y fría.

Precaria es la muerte, sementera: la cultivo hace

cuarenta años,

y ella crece, sin abono ni poda.

Precaria es la palabra, tangible flor intangible: en mi

solapa no me explica,

roja o diáfana, amuleto sortílego blasón.

Nada me explica.

Soy el resultado de innúmeras contradicciones:

encadenado por el sol y encubierto por la sombra.

 

La noche me sujeta y estorba como un océano para el

cual no dispongo de ganzúas;

el día florece rosáceo, más allá del horizonte desencarnado,

desnudando las tierras sepias y estériles:

busco la sustantivación, conjugaré lo insólito

—mi ventana es la capital del mundo.

 

Fluyen los ríos en declives abruptos, cabalgan hacia el

mar potros indomables,

y los poetas reverencian al Sol y la suerte,

cómplices de las tinieblas y del azar.

Oh mágicas manos —cada araña teje su tela—

que situáis las coordenadas de mi camino, ¿hacia

dónde voy?

Quítense el sombrero poetas de mi tierra frente a la

palabra opalina, asoleda, de alegre brillo:

ella os viste y es vuestro pan: griten.

América, agreste y calcinada, bajo mis pies se explaya

sin esperanza:

crece el hambre y escasea la libertad.

 

 

 

 

Camino de Uxmal

 

 

 

No coseches verde el poema

ni lo madures en la estufa.

Teme los partos prematuros:

como hilo de agua brotará.

 

El héroe es un cobarde arrinconado.

La victoria, obtenida por casualidad,

transforma en estratega

al mediocre general.

 

No enturbies el pozo para que

le adivinemos una profundidad

mayor. Ni finjas. Sé genuino,

el fracaso sale a la superficie mañana o el sábado.

 

No coseches verde el futuro

ni lo madures en la estufa.

Teme los partos prematuros:

un día el día amanecerá.

 

 

 

 

Elegía de la calle Luis Moya

 

 

 

Reitero mi pesar.

Tu cadáver, ante unos ojos de mujer, discurre,

se pierde en meandros.

Aún te abrigas de la lluvia y de la ambigüedad;

bebes y fumas y estudias los pájaros, las hormigas y

las abejas;

como las flores que veo en los jarrones,

tienes los días contados.

 

Saborea el pedazo de pan y la sardina frita.

La revolución tarda, entretente con el vaso de cerveza,

mueres a cada trago; no verás la aurora.

 

El atardecer, la marejada y el oboe son bellos.

Ante la desnudez de la mujer o de la palabra, vive.

No memorices: nadie te argüirá.

 

Cuando tu cuerpo esté rígido, cuando se seque la voz,

y los ojos nada lleven a tu abismo laberíntico,

no te veas tentado a una última frase.

 

Que te digan begonia o mandacaru1 .

 

1Variedad de cactus

 

 

 

 

De mi ventana, en un Domingo

 

 

 

El sol nacía más allá de mi ventana con la ternura de

los girasoles,

en un dúctil cielo de sulfato, de azul y espera.

Hoy sólo el gallo lo festeja, sensorial golpe,

anunciándolo.

 

Los hombres, siempre los hombres, portavoces de la

civilización y del bienestar colectivo,

vinieron y removieron los escombros con pesadas

máquinas,

donde los girasoles reían al viento

—y destruyeron al poeta y al paisaje.

 

Nada temo. Los muros de mi casa y el andamiaje nada

esconden.

Juego con moneda de oro: ¿cara o cruz?

y limitaciones y límites son obstáculos transponibles:

al norte, la hoja desnuda, mapa del tesoro donde

diseños itinerarios;

al este, fragmentos de poemas esparcidos que jamás

realizaré;

me realizo al oeste, llegan cartas de Antofagasta,

Tegucigalpa y Algeciras;

y al extremo sur, mis problemas o la ausencia de ellos.

 

Si hablo de tedio, jamás lo conocí;

la soledad nunca me visitó .ni me telefonea.

Sólo son bloques de piedra que sobrepongo

en un cimiento ficticio.

 

 

 

 

Carta a un joven poeta

 

 

 

Un tigre de paja no es un tigre.

En un espectáculo donde un mago se presenta ante una

platea de magos,

es tedioso ver surgir un conejo de un sombrero de

copa.

De la minucia de un examen depende la constatación

de las diferencias;

los poetas, hoy, tienen la misma boca, vocabulario y

vómito:

no distinguimos a Juan de Juana.

 

El poema, hecho de nadas, es intrínseco,

no depende de la miel o de la lluvia;

poetízalo o no, como quieras, perfuma la flor,

burla al defensa, al toro, o a la señora fulana de tal.

Desconfía de las palabras, te traicionan, y de los

recursos gráficos:

pasa por ellos como por mullidas alfombras.

 

No traspases las inoxidables rejas que te limitan:

palabra, mujer, casa, cachorro, teléfono,

la marca de tu cigarro, la cerveza:

eres un condenado a lo cotidiano,

prisionero de la corbata y del autobús.

La Remington, la máquina de afeitar y los calzones son

tus amigos: ¿para qué más?

 

Cércate de un foso donde edificarás tu soledad y bebe

una cerveza, no más de una:

todas las mujeres son inferiores a las fantasías.

Todo es moneda falsa: quema todos los poetas.

Rompe las cámaras fotográficas, falsean la realidad,

acampa en la fuente.

 

No serás mejor poeta si matas al presidente de la

república:

la evidencia engaña, no la violentes;

manzana madurando o gusano de seda, cuídate,

cultiva la rosa, no la hagas de papel.

 

 

 

 

Para Octavio Paz

 

 

 

En el salitre fatigado de los vencedores hipoteco

mis zapatos andariegos

y la palabra hastío.

 

A los vencidos —nunca magnánimos— queda la

esperanza,

ala de tigre, cactus de fallidas flores.

 

1980

 

Kuala Lumpur

 

 

 

a Álvaro Mutis

 

Arrastrado por la fuerza que lleva a las aves a emigrar,

mudo y estático,

se quedaba mirando los navíos y los aviones que

llegaban y partían dándoles procedencia o itinerarios

coralinos.

 

De tanto soñarse pasajero, humus pretérito, cicatriz de

un deseo

remoto, tripulante o clandestino, cultivaba la

frustración, abonándola

y regándola, para segregar repetidamente el nombre de

las ciudades lejanas

en donde las imaginaba.

 

Envejeció a la sombra cauterizada de la continuidad

obsesiva, con el

imponderable ponderable para fustigarlo, y, opiado,

las manos, fuente de gaviotas,

ya no vibraban cuando nos hablaba de Kuala Lumpur,

los cuernos de la luna.

 

Sabiendo que jamás tendría alas para volar, aletas para

nadar, volvía

todos los sábados, en la tarde, al punto de observación,

donde, subyugado,

moría preferentemente una semana. Ebrio, trazaba

mapas, definía concavidades,

y bajo el peso del malogro levantaba la copa y

brindaba: Kuala Lumpur, Kuala Lumpur,

como algo inasible, más allá de los límites de la razón.

Y a los amigos

hablaba de Bélgica, Trinidad, Hong Kong y Port-Said

con intimidad y colores

tales, del clima y del comercio, de las calles y de las

mujeres, de los prostíbulos

y de los atardeceres, que jamás alguno se mostró

incrédulo, marineros, marginales,

prostitutas.

 

Hablan de su muerte; hace dos meses que no aparece:

si se mutiló, no fue del todo;

vive, fragmentado, en cada uno de nosotros, míseros y

sedentarios, adventicios

firmes en el suelo, maniatados por compromisos, a lo

superfluo.

 

No era humano: pájaro de ala quebrada, pez retenido

en el acuario, o vegetal,

quién sabe?

 

1980

 

 

Para Jorge Guillén

 

 

¿En qué calendario está la fecha de mi muerte,

qué carta de amigo la detalló, imprevista

bajo el impacto del miedo o consciente del fin?

 

Inventamos palabras para justificar emociones

suscitadas y las sentimos y vivimos a través

de las que incorporamos a nuestro vocabulario.

 

El sol no nace ni se pone.

 

1980

 

 

 

Chichicastenango

 

 

 

a Claudia Guillen

 

Cada gota de lluvia tiene un color

y la vegetación explota con violencia.

El tiempo pasa gritando, opaco y pesado,

preñado de sortilegios;

todos los pájaros son quetzales: los escucho,

y las palabras, cajas donde salta una sorpresa.

 

1980

 

J. T. Hopkins, soldado

 

 

 

Sus dudas y temores

con la humedad de su cuerpo,

bajo escombros, en Vietnam,

alimentaron una simiente,

y en un arbusto continuará.

 

Dios es el acaso, la continuidad

de la materia engendrando vida.

 

1980

Tomado de:

http://materialdelectura.unam.mx/index.php/poesia-moderna/16-poesia-moderna-cat/181-081-fernando-ferreira-de-loanda?showall=1

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