sábado, 27 de agosto de 2016

POEMAS DE GONZALO ROJAS

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(20 de diciembre de 1916, Lebu, Chile - 25 de abril de 2011, Santiago de Chile, Chile)


Algo de música


Del cuerpo; se ha dicho que el cuerpo

De tanto arder va haciéndose traslúcido
En su barniz, y eso de las células
Cerebrales es más bien farsa
De acuerdo con el éter del tres mil,
Puede
¿Por qué no? De poder puede
Siempre que no sobre la madre
En esto de la preñez y todo se convierta en botella,
En copa o en botella es lo mismo, y la resurrección
Sea un vidrio distinto, de nueve meses venenosos.

Con otro cielo, claro está, y otra distribución

De lo umbilical donde la fiesta sea de uranio
Con arcángeles de uranio y rosas de uranio,
Una fiesta larga con además desnudas bellísimas
De uranio, a la velocidad
De la mortandad del uranio.

Y algo de música, siempre algo de música,

¿Por qué no? Con trompetas.








Dado lo extremo de la situación


Dado lo extremo de la situación aquí lo único

Muerto es el muerto, su piel
De escarabajo desocupado, sus tercas
Rodillas que hicieron el movimiento, sus
Olfatos perlúcidos, sus
Tactos que tocaron mujer, la oreja
Que anduvo inútilmente en su oreja
Detrás de su oreja.

No la oyó

Y quién va a saber, por enmohecido
No la oyó, pensó
Pero no la oyó, tuvo un sueño
Con mucha música en sus arterias, durmió así
Noventa, vio grandes
A los abedules, salió volando
Como vino el infuso por encima
De la ventolera de las copas
Altas.

Ardió

Hermosura y exceso.




Desocupado lector


Cumplo con informar a usted que últimamente todo es herida:

La muchacha
Es herida, el olor
A su hermosura es herida, las grandes aves negras, la inmediatez
De lo real y lo irreal tramados en el fulgor de un mismo espejo
Gemidor es herida, el siete, el tres, todo, cualquiera de estos números de la danza es
Herida, la barca
Del encantamiento con Maimónides al timón es herida, aquel diciembre 20 que me cortaron de mi
Madre es herida, el Sol
Es herida, Nuestro Señor
Sentado ahí entre los mendigos con esa túnica irreconocible por el cauterio del psicoanálisis es
Herida, el Quijote
A secas es herida, el ventarrón
Abierto del Golfo contra la roca alta es
Herida, serpiente
Horadante del Principio, mar y más mar
De un lado a otro, Kierkegaard y
Más Kierkegaard, taladro
Y por añadidura herida; la
Preñez en cuanto preñez en la preciosidad de su copa es
Herida, el ocio
Del viejo río intacto donde duermen inmóviles los mismos peces
Velocísimos es
Herida, la poesía
Grabada a fuego en los microsurcos de mi cerebro de niño es herida, el hueco
De 1.67 justo en metros de rey es herida, el éxtasis
De estar aquí hablando solo en lo bellísimo de este pensamiento de nieve
Es herida, la evaporación
De la fecha de mármol con el padre adentro
Bajo los claveles es
Herida, el carrusel
Pintarrajeado que fluye y fluye como otro río de polvo y otras
Máscaras
Que vi en Pekín colgando en la vieja calle de Cha Ta-Iá
Cuya identidad comercial de 2.500 años de droga y ataúdes rientes
No se discute, es
Herida; la cama en fin
Que allí compre, con dos espejos para navegar, es herida,
La perversión
De la palabra nadie que sopla desde las galaxias es herida,
El mundo
Antes y después de los Urales es
Herida, la hilera
De líneas sin ocurrencia de esta visión
Sin resurrección es herida. Cumplo
Entonces con informar a usted que últimamente todo es herida.




La sutura


Piedad entonces por la sutura de su vientre:

A usted la conocí bíblicamente
Allá por marzo del 98 en la ventolera
De algún film de antes, ciego y torrencial
A lo Joan Crawford,
Las cejas en arco,
Cierta versión eléctrica de los ojos,
El camouflage del no sé,
El hechizo esquivo,
El sollozo de una mujer llamada usted
Que aún, pasados los meses,
Se parece a usted en cuanto a aullido secreto
Que pide hombre
Conforme a las dos figuraciones
Que es y será siempre usted,
Mi hembra hembra,
Mi Agua Grande
A la que los clínicos libertinos
Llaman con liviandad Melancolía,
Como si el tajo de alto abajo no fuera
Lo más sagrado de ese láser incurable
Que es el amor con aroma de laúd,
Y no le importe que las rosas
Bajo el estrago del verano
Que le anden diciendo por ahí fea
O arruga,
Ríase, huélalas desde su altivez,
Métase con descaro en lo más adúltero
De mis sábanas como está escrito
Y conste que fue usted la que saltó por asalto
El volcán, y no lo niegue,
Ándele airosa entonces pero sin llorar,
Equa mía,
La poesía no le sirve, Lebu mata,
Mi posesa flaca de anca,
Mi esdrújula bellísima de 50 kilos,
Vuélele, no se me emperre en ese inglés metalúrgico
De corral,
Todo entre nosotros no pasó de mísera ráfaga telefónica
Que alguna vez llamamos eternidad:
Usted misma fue esa ráfaga.
Lacán el rey se lo diría igual: ándele,
Vuélele paloma casi en mexicano,
No le transe a la depre,
Báñese en alquimia espontánea,
Tire la fármaca a la basura,
Eso engorda,
Déjese de drogas,
De analistas, de concupiscencia nicotínica,
Y si está loca vuélvase más loca,
Baile en pelotas como la muerte,
Apréndale a la Tierra que baila así,
¡Y eso que el Sol exige la traslación!
Bueno y, para cerrar, si su juego es irse
Váyase a otro seso menos diabólico,
Elija: culebra, por ejemplo,
¿No le da para culebra?
Eva comió culebra como usted dos veces:
Ahí ve cómo va la especie desde entonces,
Cómo se arrastra pendenciera
Pidiéndole perdón a las estrellas
Por haber parido peste,
¡Puro border-line y miedo,
Y rosas, dos rosas venenosas!,
¿No cree usted?
¿Quién tiene la culpa si nunca hubo culpa?
Preferiblemente cuélguese alámbrica
A todo lo larga y lo preciosa de vértebras
Que es usted y,
Baile ahí pendular en el vacío
Unos diez minutos,
A ver qué pasa con el estirón,
Para crecimiento y escarmiento.




La turbina


Unicuique suum tribuere, al pez

Su pavor, a este aciago
Domingo de aluminio en llamas el estruendo
De su pernicie, a
Estos trescientos o más
Musulmanes por el aire aéreo de Esmirna su
Cimitarra alta, su
Alah sin nariz,
¿Quién
De estos quiénes, cuál
De estos cuáles habrá cantado entre las nubes?




Las hermosas


Eléctricas, desnudas en el mármol que pasa

De la piel a los vestidos, turgentes, desafiantes, rápida la marea,
Pisan el mundo, pisan la estrella de la suerte
Con sus finos tacones y germinan,
Germinan como plantas silvestres en la calle,
Y echan su aroma duro verdemente.
Cálidas impalpables de verano que zumba carnicero.
Ni rosas ni arcángeles: muchachas del país,
Adivinas del hombre, y algo más que el calor centelleante,
Algo más, algo más que estas ramas flexibles
Que saben lo que saben como sabe la tierra.

Tan livianas, tan hondas, tan certeras las suaves.

Cacería de ojos azules y otras llamaradas urgentes
En el baile de las calles veloces.
Hembras, hembras en el oleaje ronco
Donde echamos las redes de los cinco sentidos
Para sacar apenas el beso de la espuma.




Mariposas para Juan Rulfo


Cómo fornicarán felices las mariposas

En el césped oliendo
De aquí para allá
A Dios sin que vaca alguna
Muja encima de su transparencia,
Jugando a jugar un juego vertiginoso
A unos pasos blancos
Del cementerio
Con el mar del verano zumbando
Allá abajo ocio y maravilla.

Rulfo habrá soplado en ellas

Tanta locura, Juan Rulfo
Cuyo Logos fue el del Principio;
Les habrá dicho:
-Ahora, hijas, nos vamos de una vez del páramo.
¿Y ellas? Ahora,
¿Qué harán ellas sin Juan, que cortó
Tan lejos más allá de Comala en caballo único
Tan invisible?;
¿Bailarán, seguirán bailando
Para él por si vuelve,
Por si no ha pasado nada
Y de repente estamos todos otra vez?
Por mi parte nadie va a llorar,
Ni mi cabeza que vuela ni la otra que no duerme nunca.
Se ha ido y se acabó,
Nadie corre peligro así acostado
Oyendo los murmullos aleteantes.
-Con tal de que no sea una nueva noche.




Miedo al arcángel, le tuve miedo al arcángel

De no verte, a estos años
Que hemos volado contra la tormenta, tú
En tu nogala, yo
Mío en mi nogal, ni apestados
Por la costumbre de la sombra, ni
Despavoridos por el error
Hermoso de la intemperie, como tanteando
El aire a esta altura,
Soma,
Serna,
Pérdida en la pérdida.



Mnemosyné


Tres meses entré en la mujer aérea, en un servicio

Gozoso, carta a carta, tres
La olfateé desnuda en cada pétalo contra
Los motores, me envicié
De aceite, compuse palomas
Palpitantes en loor
De un ritmo blanco encima
De los diez mil hasta la asfixia -crucero y
Dos pezones, ya se sabe: gran rapto
Por Júpiter, de un Heathcliff
Ya viejo, de una Catherine
A media lozanía,
De qué,
De quién, de cuál hermosura,
Tres
Que no sé meses de qué la bese, la entré
Tartamudeante, la anduve, me hice tobillo
De sus tobillos, todo Buenos Aires.




Oscuridad hermosa


Anoche te he tocado y te he sentido

Sin que mi mano huyera más allá de mi mano,
Sin que mi cuerpo huyera, ni mi oído:
De un modo casi humano te he sentido.

Palpitante,

No sé si como sangre o como nube errante,
Por mi casa, en puntillas, oscuridad que sube,
Oscuridad que baja, corriste centelleante.

Corriste por mi casa de madera

Sus ventanas abriste
Y te sentí latir la noche entera,
Hija de los abismos, silenciosa,
Guerrera, tan terrible, tan hermosa
Que todo cuanto existe,
Para mí, sin tu llama, no existiera.



Pareja acostada en esa cama china largamente remota


I


Hablando de dioptrías, Mafalda era la ciega
Y yo el ciego, compartíamos
La misma música arterial,
Y cerebral, llorábamos de risa
Ante el espectáculo de los dos espejos, el dolor
Nos hace cínicos, este mundo
-Decíamos-, no es yámbico sino oceánico, por comparar
Farsa y frenesí: gozosa entonces mi desnuda me
Empujaba riente como jugando al límite
Del barranco casi fuera de la cama
Alta de Pekín, como apostando
A la peripecia de perder de
Dinastía en dinastía, cada vez
Más y más al borde del camastro
De palo milenario y por lo visto nupcial, cada vez
Más lejos del paraíso de su costado
De hembra larga de tobillo a pelo entre exceso
Y exceso de hermosura y todo ¡claro!, por amor
Y más amor, tigresa ella
En su fijeza de mirarme lúcida, fulgor
Contra fulgor, y yo
Dragón hasta la violación imantante, ¡diez
Minutos sin parar, espiándonos,
Líquidamente fijos, viéndonos por dentro
Como ven los ciegos, de veras, es decir
Nariz contra nariz, soplo contra soplo,
Para inventarnos otro Uno centelleante
Desde el mísero uno de individuo a individua, a tientas,
Costillas abajo! -El que más
Aguanta es el que sabe menos, pudiera acaso
Decir el Tao.

Este Mundo

-Repetíamos y acabamos sin más-,
No es yámbico sino oceánico. Otras veces
Llovía duro, lo que más llovía
Eran lágrimas.

Ma-fal-da, digo ahora entrecortado,

Y esto va en serio,
¿Qué habrá sido de Mafalda?

II

Pues de cuantas amé, amé a Mafalda,
¡Y que me despedacen las estrellas!, la amé
Volandera en la lluvia de la Diagonal, bufanda al viento,
De una concepción que yo no más me sé, la esperé
Ahí anclado y desollado hasta que volviera la Revelación
Cuya encarnación
Se da una sola vez, bajé al Infierno
De la costumbre, a
Mis años de galeote en USA; bajé entre doctos
Y mercaderes, no hubo para mí en el plazo
Más que mi Beatrice Villa sin arcancielo, cumbre
Y cumbre hasta la asfixia,
Ni tersura paridora al itálico modo,
Ni otra ni otra, ni esbeltez comparable,
Ni olorosa a la velocidad de ser,
Ni pensamiento de diamante,
Ni exacta de exactitud de mujer, ¡Frida acaso
Que fue Diego hasta el fin!

III

Otros la amaron pero
Yo la vi,
Otros la amarán sin alcanzar nunca a verla,
Otros y otros dirán que la durmieron
Entre las sábanas del placer, nadadora y libertina
En el oleaje de las tormentas,
Madona de las siete Lunas dirán por despecho,
Cambiantes cada 28
8 de sus días terrestres,
Tornadiza y veloz, déjenla intacta como es,
Que escriba su bitácora de vuelo interminable para mí,
Que arda y arda en
Mi corazón, que dance su danza de danzar,
Libérrima!

IV

Y en cuanto a mí,
¿Cómo lo diría Matta?, consíguete una
Vida de 80 años porque la vida empieza a los 70,
Así al morir ya se sabe
Je m´en fous, Roberto: palabras perdedoras,
Puras palabras, vejeces de palabras malheridas.
No hubo tiempo entre nosotros,
Nunca hay tiempo ni distancia, todo es posible entre dos locos
Que se ven a cada instante.
Relámpago es lo que hubo esa vez de Concepción de Chile
Y nada más que relámpago,
Figura de lo instantáneo hubo de lo que pende
El mundo, y eso está escrito.
La amo, ¿y qué?
Soy el ciego que ama a su ciega.



¿Qué se ama cuando se ama?


¿Qué se ama cuando se ama, mi Dios:

La luz terrible de la vida o la luz de la muerte?
¿Qué se busca, qué se halla, qué es eso?
¿Amor? ¿Quién es? ¿La mujer con su hondura, sus rosas, sus volcanes,
O este sol colorado que es mi sangre furiosa
Cuando entro en ella hasta las últimas raíces?

¿O todo es un gran juego, Dios mío, y no hay mujer

Ni hay hombre sino un solo cuerpo: el tuyo,
Repartido en estrellas de hermosura, en partículas fugaces
De eternidad visible?

Me muero en esto, oh Dios, en esta guerra

De ir y venir entre ellas por las calles, de no poder amar
Trescientas a la vez, porque estoy condenado siempre a una,
A esa una, a esa única que me diste en el viejo paraíso.




Vibraciones acerca de las cuales las estrellas no dan para más


Escrito en Hesíodo: -No hay

Música ni submúsica bajo el firmamento, lo que hay
Es lambada
Desde el Génesis, limpias las estrellas
En el ámbito de lo abierto, un mortal
Y una mortal bellísimos
Bailando.

Y en Guimaraes Rosa: -Un carpo único de baile

Altas las palmeiras más bien
Con olor
A paraíso en la ciencia de la concupiscencia,
Un beso, un casto
Beso en la nuca, que se baila.

Alabemos entonces a la lambada, pienso yo,

Por sagrada.

¿A qué mentirnos?


Vivimos, gran Quevedo, vivimos tiempo que ni se detiene, ni 

tropieza, ni vuelve.


¿A qué mentirnos con la llama del perfume, con la noche moderna

de los cinematógrafos, antesalas terrestres del sepulcro?
Pongamos desde hoy el instrumento en nuestras manos.
Abramos con paciencia nuestro nido para que nadie nos arroje por lástima al reposo.
Cavemos cada tarde el agujero después de haber ganado nuestro pan.


Que en esa tierra hay hueco para todos: los pobres y los ricos.

Porque en la tierra hay un regalo para todos:
los débiles, los fuertes, las madres, las rameras.
Caen de bruces. Caen de cabeza o sentados.
Por donde más les pesa su persona, todos caen y caen.
Aunque el cajón sea lustroso o de cristal. Aunque las tablas
sin cepillar parezcan una cáscara rota con la semilla reventada.


Todos caen y caen, y van perdiendo el bulto en su caída,

¡hasta que son la tierra milenaria y primorosa!

  

A unas muchachas que hacen eso en lo oscuro


Bésense en la boca, lésbicas

baudelerianas, árdanse, aliméntense
o no por el tacto rubio de los pelos, largo 
a largo el hueso gozoso, vívanse
la una a la otra en la sábana 
perversa,
                y
áureas y serpientes ríanse 
del vicio en el
encantamiento flexible, total 
está lloviendo peste por todas partes de una costa 
a otra de la Especie, torrencial 
el semen ciego en su granizo mortuorio
del Este lúgubre 
al Oeste, a juzgar 
por el sonido y la furia del 
espectáculo.
                   Así,
equívocas doncellas, húndanse, acéitense
locas de alto a bajo, jueguen 
a eso, ábranse al abismo, ciérrense
como dos grandes orquídeas, diástole y sístole 
de un mismo espejo.
                                De ustedes
se dirá que amaron la trizadura. 
Nadie va a hablar de belleza.



Acorde clásico



Nace de nadie el ritmo, lo echan desnudo y llorando
como el mar, lo mecen las estrellas, se adelgaza
para pasar por el latido precioso
de la sangre, fluye, fulgura
en el mármol de las muchachas, sube
en la majestad de los templos, arde en el número
aciago de las agujas, dice noviembre
detrás de las cortinas, parpadea
en esta página.



Al silencio



Oh voz, única voz: todo el hueco del mar,
todo el hueco del mar no bastaría,
todo el hueco del cielo,
toda la cavidad de la hermosura
no bastaría para contenerte,
y aunque el hombre callara y este mundo se hundiera
oh majestad, tú nunca,
tú nunca cesarías de estar en todas partes,
porque te sobra el tiempo y el ser, única voz,
porque estás y no estás, y casi eres mi Dios,
y casi eres mi padre cuando estoy más oscuro.

  

Asma es amor

                                                    A Hilda, mi centaura

Más que por la A de amor estoy por la A 

de asma, y me ahogo 
de tu no aire, ábreme 
alta mía única anclada ahí, no es bueno 
el avión de palo en el que yaces con 
vidrio y todo en esas tablas precipicias, adentro 
de las que ya no estás, tu esbeltez 
ya no está, tus grandes 
pies hermosos, tu espinazo 
de yegua de Faraón, y es tan difícil 
este resuello, tú 
me entiendes: asma 
es amor.





Baudeleriana



Astucias que le son y astucias que no le son
dijera Ovidio: los tacones
le son, ojalá altos, lo bestial
visible, los pezones, no importa
lo exiguo del formato, el beso
bien pintado, parisino
el aroma, azulosos
sin exceso los párpados, sigiloso
el zarpazo drogo y longilíneo
de su altivez, visionario
el fulgor, especialmente eso, visionario el fulgor.

Y claro, áureos los centímetros
ciento setenta del encanto
del tobillo a las hebras
torrenciales del pelo. -"Piénsese
irrumpe entonces a esa altura Borges con asfixia, ¿quién
sino el Aleph pudiera entera esquiza y
bestia así olfatear, besarla en el hocico,
durarla, perdurarla en su enigma, airearla,
mancharla por lo hondo hasta serla, al galope
tendido del tedio? ¿Quién,
especialmente eso, la hartara?"

Especialmente nada, muchachos, ¡videntes
de otra edad! ¡Borges,
Publio Ovidio!, nada: lo cierto
es que no hay nada, salvo
cada 28, sangre
de parir y ese es el juego. De ahí vinimos viniendo los
poetas malheridos aullando
mujer, gimiendo
hermosura, Eternidad
que no se ve: especialmente eso, muchachos,
que no se ve.

París, Noviembre 2003



Carbón



Veo un río veloz brillar como un cuchillo, partir
mi Lebú en dos mitades de fragancia, lo escucho,
lo huelo, lo acaricio, lo recorro en un beso de niño como entonces, 
cuando el viento y la lluvia me mecían, lo siento 
como una arteria más entre mis sienes y mi almohada.

Es él. Está lloviendo.
Es él. Mi padre viene mojado. Es un olor
a caballo mojado. Es Juan Antonio
Rojas sobre un caballo atravesando un río.
No hay novedad. La noche torrencial se derrumba
como mina inundada, y un rayo la estremece.

Madre, ya va a llegar: abramos el portón,
dame esa luz, yo quiero recibirlo
antes que mis hermanos. Déjame que le lleve un buen vaso de vino
para que se reponga, y me estreche en un beso,
y me clave las púas de su barba.

Ahí viene el hombre, ahí viene
embarrado, enrabiado contra la desventura, furioso
contra la explotación, muerto de hambre, allí viene
debajo de su poncho de Castilla.

Ah, minero inmortal, ésta es tu casa
de roble, que tú mismo construiste. Adelante:
te he venido a esperar, yo soy el séptimo
de tus hijos. No importa
que hayan pasado tantas estrellas por el cielo de estos años,
que hayamos enterrado a tu mujer en un terrible agosto,
porque tú y ella estáis multiplicados. No
importa que la noche nos haya sido negra
por igual a los dos.
-Pasa, no estés ahí
mirándome, sin verme, debajo de la lluvia.

  

Carmen Cárminis



-Favor, dónde se fabrican por aquí versos con
hélade y lujuria
para que vibren transparentes?
-Dos
casas más allá pasado ese hueco
donde se ve ese otro hueco de aire con
dalias originales de entonces, ahí
justo a la izquierda doblando
detrás del puente
del que no queda vestigio, ahí mismo a un metro
hay una carpintería etrusca: de ahí
-arterias y mármol, alta, los pies
desnudos- salió la muchacha hace tres mil,
que no ha muerto.

Eso me lo dijo personalmente a mí Catulo en Sirmione
el 95, Garda sul Lago.





Carta del suicida



Juro que esta mujer me ha partido los sesos,
Por que ella sale y entra como una bala loca,
Y abre mis parietales y nunca cicatriza,
Así sople el verano o el invierno,
Así viva feliz sentado sobre el triunfo
Y el estomago lleno, como un cóndor saciado,
Así padezca el látigo del hambre,
así me acueste
O me levante, y me hunda de cabeza en el día
Como una piedra bajo la corriente cambiante.

Así toque mi citara para engañarme, así
Se habrá una puerta y entren diez mujeres desnudas,
Marcadas sus espaldas con mi letra, y se arrojen
Unas sobre otras hasta consumirse.

Juro que ella perdura porque ella sale y entra
Como una bala loca,
Me sigue a donde voy y me sirve de hada.

  

Carta para volvernos a ver


Escrita en el mar, el 25-X-58, entre las 2 y las 5 de la mañana, a bordo del "Laennec", 

Navifrance, por la ruta del Atlántico norte. No publicada hasta la fecha.


Lo feo fue quererte, mi Fea, conociendo cuánta víbora

era tu sangre, lo monstruoso
fue oler amor debajo de tu olorcillo a hiena, y olvidar
que eras bestia, y no a besos sino a cruel mordedura
te hubiera, en pocos meses, lo vicioso y confuso
descuerado, y te hubiera en la mujer más bella ¡por Safo! convertido.


Porque, vistas las cosas desde el mar, en el frío de la noche oceánica

y encima de este barco de lujo, con mujeres francesas y espumosas,
y mucha danza, y todo, no hay ninguna
cuyo animal, oh Equívoca, tenga más desenfreno en su fulgor
antes de ti, después de ti. No hay ojos verdes
que se parezcan tanto a la ignominia.


Ignominia es tu sangre, Burguesilla: lo turbio que te azota por dentro,

                remolino viscoso de miedo y de lujuria, corrupción
de todo lo materno que es la mujer. ¡Acuérdate, Malparida, de aquella pesadilla!
No hay trampa que te valga cuando tiritas y entras al gran baile del muro
donde se te aparecen de golpe los pedazos de la muerte.


No te perdono, entiéndeme, porque no me perdono, porque el mar

-por hermoso que sea- no perdona al cadáver: lo rechaza y lo arroja 
                                                                                                             como inútil estiércol.
Muerta estás y aun entonces, cuando dormí contigo, dormí con una máquina
de parir muertos. Nadie podrá lavar mi boca sino el áspero océano,
Mujer y No-mujer, de tu beso vicioso.


Lástima de hermosura. Si hoy te falta de madre justo lo que te sobra 

                         de ramera
y de sábana en sábana, desnuda, vas riendo
y sin embargo empiezas a llorar en lo oscuro cuando no te oye nadie,
es posible, es posible que descubras tu estrella por el viejo ejercicio
del amor, es posible que tanta espuma inútil
pierda su liviandad, se integre en la corriente, vuelva al coro del Ritmo.


Tal vez el largo oleaje de esta carta te aburra, todo este aire solemne,

pero el Ritmo ha de ser océano profundo
que al hombre y la mujer amarra y desamarra
nadie sabe por qué y, es curioso, yo mismo
no sé por qué te escribo con esta mano, y toco
tu rara desnudez terrible todavía.


No hablemos ya de mayo ni de junio, ni hablemos

del gran mes, mi Amorosa, que construyó en diamante tu figura
de amada y sobreamada, por encima del cielo, en el volcán
de aquel Chillán de Chile que vivimos los dos, y eternizamos,
silenciosos, seguros de ser uno en el vuelo.


No. Bajemos de ahí, mi Sangrienta, y entremos al agosto mortuorio:

crucemos los horribles pasadizos
de tus vacilaciones, volvamos al teléfono
que aún estará sonando. Volemos en aviones a salvar
los restos de Algo, de Alguien que va a morir, mi Dios, descuartizado.


Digamos bien las cosas. No es justo que metamos a ningún Dios en esto.

Cínicos y quirúrgicos, los dos, los dos mentimos.
Tú, la más Partidaria de la Verdad, negaste la vida hasta sangrar
contra la Especie (¿Es mucho cinco mil cuatrocientas criaturas por hora...?)
Los dos, los dos cortamos las primeras, las finas
raíces sigilosas del que quiso venir
a vemos, y a besamos, y a juntamos en uno.


Miro el abismo al fondo de este espejo quebrado, me adelanto a lo efímero

de tus días rientes y otra vez no eres nada
sino un color difícil de mujer vuelta al polvo
de la vejez. Adiós. Hueca irás. Vivirás
de lo que fuiste un día quemada por el rayo del vidente.


Mortal contradictorio: cierro esta carta aquí,

este jueves atlántico, sin Júpiter ni estrella.
No estás. No estoy. No estamos. Somos, y nada más.
Y océano,
              y océano,
                           y únicamente océano.




Celia



1
Y nada de lágrimas; esta mujer que cierran hoy
en su transparencia, ésta que guardan
en la litera ciega del muro
de cemento, como loca encadenada
al catre cruel en el dormitorio sin aire, sin
barquero ni barca, entre desconocidos sin rostro, ésta
es
únicamente la
Única
que nos tuvo a todos en el cielo
de su preñez.
                             Alabado
sea su vientre.

2
Y nada, nada más; que me parió y me hizo
hombre, al séptimo parto
de su figura de marfil
y de fuego,
en el rigor
de la pobreza y la tristeza,
y supo
oír en el silencio de mi niñez el signo,
el Signo
sigiloso
sin decirme
nunca
nada.
              Alabado
sea su parto.


3

Que otros vayan por mí ahora
que no puedo, a ponerte
ahí los claveles
colorados de los Rojas míos, tuyos,
                                                                         hoy
trece doloroso de tu martirio,
                                                              los
de mi casta que nacen al alba
y renacen; que vayan a ese muro por nosotros, por Rodrigo
Tomás, por Gonzalo hijo, por Alonso; que vayan
o no, si prefieren,
                                     o que oscura te dejen
sola,
sola con la ceniza
                                     de tu belleza
que es tu resurrección, Celia
Pizarro,
                 hija, nieta de Pizarros
y Pizarros muertos, Madre;
                                                        y vengas tú
al exilio con nosotros, a morar como antes en la gracia
de la fascinación recíproca.
                                                          Alabado
sea tu nombre para siempre.


Cítara mía, hermosa...


Cítara mía, hermosa

muchacha tantas veces gozada en mis festines
carnales y frutales, cantemos hoy para los ángeles,
toquemos para Dios este arrebato velocísimo,
desnudémonos ya, metámonos adentro
del beso más furioso,
porque el cielo nos mira y se complace
en nuestra libertad de animales desnudos.



Dame otra vez tu cuerpo, sus racimos oscuros para que de ellos mane

la luz, deja que muerda tus estrellas, tus nubes olorosas,
único cielo que conozco, permíteme
recorrerte y tocarte como un nuevo David todas la cuerdas,
para que el mismo Dios vaya con mi semilla
como un latido múltiple por tus venas preciosas
y te estalle en los pechos de mármol y destruya
tu armónica cintura, mi cítara, y te baje a la belleza
de la vida mortal.

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