viernes, 26 de agosto de 2016

SERGUÉI YESENIN


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(Rusia,3 de octubre de 1895- 28 de diciembre de 1925)

CARTA A UNA MADRE

1924
(Traducción de José Fernández Sánchez)


¿Vives aún, viejecita mía?
Yo también. Salud tengas, salud.
Derrámese sobre tu casucha
esa luz indecible crepuscular.
Me escriben que tú, alarmada,
pasas mucha pena por mí,
que sales tantas veces al camino
con tu viejo y desusado chaquetón.
En la oscuridad azul crepuscular
se te antoja la misma visión:
que en una gresca tabernaria
me clavaron una navaja en el corazón.
No te preocupes, querida.
Es sólo una penosa pesadilla.
No soy un borracho tan perdido
que vaya a morir sin verte.
Soy tan cariñoso como siempre
y sólo sueño en el día
que, curado de las angustia rebelde,
regrese a nuestra casa bajita.
Volveré cuando en la primavera
esparza las ramas nuestro jardín blanco.
Pero entonces en la madrugada
no no me despiertes como hace ocho años.
No despiertes las ilusiones perdidas,
no remuevas lo que no se cumplió.
En la vida conocí demasiado temprano
las pérdidas y la fatiga.
Y no me enseñes a rezar, ¿para qué?
Lo viejo no volverá más.
Mi única ayuda y consuelo,
mi única luz indecible.
Olvida, pues, tu zozobra,
no pases pena por mí.
Y no salgas tanto al camino
con tu viejo y desusado chaquetón


Adiós, amigo mío, adiós
tú estás en mi corazón.
Una separación predestinada
promete un encuentro futuro.
Adiós, amigo mío,
sin estrechar la mano ni palabra
no te entristezcas y ninguna
melancolía sobre las cejas
morir en esta vida no es nuevo,
pero tampoco es nuevo el vivir.

CONFESION DE UN GOLFO


No todos saben cantar,
No todos saben ser manzana
Y caer a los pies de otro.
Esta es la suprema
Confesión de un granuja.

Ando intencionalmente despeinado,
Con la cabeza como una lámpara a petróleo.
Me gusta alumbrar en las tinieblas
El otoño sin hojas de vuestros espíritus.
Me gusta que las piedras de los insultos
Caigan sobre mí como granizo vomitado por la tormenta.
Entonces es cuando aprieto con más fuerza
El globo oscilante de mi cabezota.

Con qué nitidez recuerdo entonces 
La laguna cubierta de hierba y la voz ronca del aliso
Y que en algún lugar viven mi padre y mi madre.
Mis versos les importan un comino,
Pero me quieren como a un campo, como a la carne de su carne,
Como a la buena lluvia que en primavera ayuda a salir a los brotes.
Ellos les clavarían a ustedes sus horquetas
Cada vez que me lanzan una injuria.

¡Pobres, pobres campesinos!
Seguramente están viejos y feos
Y siguen temiendo a Dios y a los espíritus del pantano.
¡Si sólo pudieran comprender
Que su hijo
Es el mejor poeta de Rusia!
¿Acaso sus corazones no temían por él
Cuando se mojaba los pies en los charcos del otoño?
Ahora anda de sombrero de copa
Y con zapatos de charol.

Pero con el mismo espíritu juguetón de antes.
De aldeano travieso.
Desde lejos saluda con una gran reverencia
A las vacas pintadas en los letreros de las carnicerías.
Y cuando se cruza con los coches de la plaza,
El olor del estiércol lo remonta a los campos de su tierra
Y está dispuesto a sostener en el aire la cola de cada caballo
Como si fuese la cola de un traje de novia.

Amo mi tierra.
¿La amo con locura!
Aunque sobre ella caiga toda la tristeza y el moho de los sauces.
Gozo con los hocicos inmundos de los cerdos
Y con las notas estridentes de los sapos en el silencio nocturno.
Estoy enfermo de los recuerdos de infancia,
Sueño con la niebla y con la humedad de las tardes de abril,
Cuando nuestro arce se puso en cuclillas
Para calentarse los huesos en la hoguera del crepúsculo.
¡Trepando de rama en rama,
Cuántos huevos no robé de los nidos de las cornejas!
¿Seguirá siendo el mismo de antes, con su copa verde?
¿Tendrá todavía la corteza tan dura?

¿Y tú, mi querido perro fiel
Overo?
La vejez te ha puesto gruñón y ciego
Y vas de un lado a otro del patio arrastrando tu cola caída.
Tu nariz no distingue ya el establo de la casa.
Cuánto no significan para mí nuestras pillerías de antaño
Cuando le robaba pan a mi madre
Y lo comíamos entre los dos, mordiéndolo por turno
Sin sentir repugnancia.

Soy siempre el mismo,
Mi corazón es siempre el mismo.
Los ojos florecen en el rostro como los azulíes en el trigo.
Y yo, extiendo las esteras doradas de mis versos
Quiero decirles a ustedes
Mis palabras más tiernas.

¡Buenas noches a todos!
¡Buenas noches!
Rozando por última vez la hierba del crepúsculo
Ha enmudecido la guadaña de la aurora.
Y siento unas ganas locas
De mear a la luna desde la ventana.
¡Luz azul, en este azul profundo
Ni siquiera la muerte me importa!
¡Que importa que yo parezca un cínico
Con un farol colgando del trasero!
Viejo, buen y supercabalgado Pegaso,
¿Qué falta me hace a mí tu trote blandengue?
Yo he venido como un severo maestro
A cantar y a ensalzar a las ratas.
Como agosto, vierte
Mi cabeza el vino espumoso de mis cabellos.

Yo quiero ser ese amarillo
Que nos lleva al país que navegamos.

*****

HASTA PRONTO AMIGO MÍO.... 

Manuscrito escrito con sangre que se encontró
en la habitación donde Sergei Esenin se suicidó


Hasta pronto, amigo mío, hasta pronto, 
querido mío, te llevo en el corazón. 
La separación predestinada 
promete un nuevo encuentro.
Hasta pronto, amigo mío, sin gestos ni palabras, 
no te entristezcas ni frunzas el ceño. 
En esta vida el morir no es nuevo 
y el vivir, por supuesto, no lo es.
*****

ESTOY CANSADO…

Estoy cansado de vivir en mi país natal,con la nostalgia de las extensiones de trigo negro;dejaré mi choza,partiré como un vagabundo y un ladrón…

Volveré a la casa paternaa regocijarme con el júbilo ajeno.Y en una noche verde, bajo la ventana,con la manga de mi camisa me ahorcaré.

Los sauces de plata contiguos a la cercainclinarán sus cabezas con mayor dulzura aún.Y sin lavarme, sin el menor ritual,se me enterrará bajo los aullidos de los perros.

La luna continuará bogando por el cielo,perdiendo sus remos en el agua de los lagos;y Rusia siempre será la misma,danzando y llorando alrededor de las empalizadas.


LAS ESTRELLAS ¡Las pequeñas estrellas de las estrellas, usted está tan alto y tan claro!
¿Qué usted ha conseguido en usted, tan fascinando?
Las estrellas, profundas en pensamiento, así que discretas usted aparece,
¿Qué la energía a que las marcas usted están tentando tan?
¡Las estrellas, pequeñas estrellas, usted es tan denso y tan sólido!
¿Cuál es ese le hace tan grande y fascinando?
Cómo puede usted, los cuerpos divinos, producirlo:
¿Revolvimiento de una sed y de un deseo para aprender?
Porqué, como usted brille, son usted agradable y la invitación
¿En sus brazos abiertos de par en par, el instante?
Satisfaciendo el corazón, tan benigno y tentando,
¡Estrellas divinas, tan telecontrol y tan distante!


*****

EL OTOÑO



Hay calma en el enebral espeso.
El otoño, potro taheño, peina su crin;
sobre la orilla del río suena
el retín azul de sus herraduras.
El viento, ermitaño de paso cauteloso,
aplasta la hojarasca en el camino
y en una mata de serbal besa
las llagas rojas de un Cristo invisible.


*****

SÓLO ME QUEDA UNA DIVERSIÓN...

Sólo me queda una diversión:
los dedos en los labios y un alegre silbido.
Ya se ha esparcido mi mala fama
de peleador y escandaloso.
¡Qué ridícula mala fama!
Hay muchas caídas tontas en la vida.
Me avergüenzo de haber creído en Dios,
y me entristezco de no creer ahora.
¡Remotas lejanías doradas!
Todo arde en la rutina cotidiana.
Si blasfemé y fui escandaloso
fue para arder con mayor fulgor.
Acariciar y fustigar es el don del poeta
lleva sobre sí un signo fatal.
Yo quise enlazar sobre este mundo 
a la rosa blanca y el sapo negro.
¡Qué importa no se hayan realizado
estos designios de los días buenos!
Si los demonios anidaron en mi espíritu
es porque los ángeles vivían en él.
Por estos alegres desvaríos,
yo quisiera en el postrer instante 
antes de partir hacia otras comarcas
pedir a todos los que me acompañen
que por mis pecados mortales, 
por no creer en el paraíso,
con mi camisa rusa me amortajen
y bajo los astros me dejen expiar.


Sólo me queda una diversión... 



Sólo me queda una diversión: 
los dedos en los labios y un alegre silbido. 
Ya se ha espacido mi mala fama 
de peleador y escandaloso. 

¡Qué ridícula mala fama! 
Hay muchas caídas tontas en la vida. 
Me averguenzo de haber creído en Dios, 
y me entristezco de no creer ahora. 

¡Remotas lejanías doradas! 
Todo arde en la rutina cotidiana. 
Si blasfemé y fui escandaloso 
fue para arder con mayor fulgor. 

Acariciar y fustigar es el don del poeta, 
lleva sobre sí un signo fatal. 
Yo quise enlazar sobre este mundo 
a la rosa blanca y el sapo negro. 

¡Qué importa no se haya realizado 
estos designios de los días buenos! 
Si los demonios anidaron en mi espíritu 
es porque los ángeles vivía en él. 

CESÓ DE HABLAR...

Cesó de hablar el bosque rubio 
en su lenguaje alegre de abedul. 
Las grullas que van pasando 
por nadie sienten pesar. 

¿Por quién sentir? Cada uno es un viajero: 
llega, entra y de nuevo deja su hogar. 
El cañamar y la luna sobre la charca azul 
sueñan con los que ya no volverán. 

Estoy solo, de pie ante la desnuda llanura; 
el viento lleva las grullas a lo lejos; 
estoy pensando en mi alegre juventud, 
pero no me lamento de los tiempos idos. 

No me lamento de los años disipados. 
No lamento la blanca flor de mi alma. 
En el jardín arde el fuego del serbal 
sin dar calor a nadie ya. 

No se quemarán los ramos del serbal. 
No perecerá la hierba en la sequía. 
Como un árbol que pierde sus hojas sin quejarse, 
así dejo caer mis nostálgicas palabras. 

Y si el viento de los años las dispersa 
y las rastrilla todas en un montón inútil, 
decid así: que el bosque rubio 
cesó de hablar en su lenguaje tierno.
(1924)





LAS HOJAS CAEN...

Las hojas caen... Las hojas caen... 
El viento gime lento y sordo... 
¿Quién alegrará mi corazón? 
¿Quién lo calmará, amigo mío? 

Con párpados pesados 
miro y miro la luna. 
De nuevo cantan los gallos 
en la quietud sombría. 

El amanecer. Lo azul. Lo matinal. 
Y de las estrellas fugaces la felicidad. 
¿Formularme un deseo cualquiera? 
Pero, no sé que desear. 

Qué desear bajo la carga de la vida 
maldiciendo mi destino y mi hogar. 
Quisiera ver ahora una buena muchacha 
bajo la ventana. 

Muchacha de ojos azules 
—sólo para mí; para nadie más—
que calme mi corazón 
con palabras y sentimientos nuevos. 

Que bajo esta blancura de luna, 
aceptando mi suerte dichosa, 
no sufra yo con la canción ajena, 
y al ver en otros juventud alegre, 
no me lamente de la mía jamás.
(1925)




ARDE, ESTRELLA MÍA...

Arde, estrella mía, no caigas. 
Derrama tus rayos fríos. 
Tras la muralla del cementerio 
ya no late ningún corazón. 

Luces con el agosto y el centeno 
y llenas la quietud de los campos 
con el temblor sollozante 
de las grullas que aún no partieron. 

Me alcanza viniendo de lejos, 
quizás del bosque o del cerro, 
otra vez aquella canción 
de mi país, y de mi casa natal. 

Y el otoño dorado 
reduciendo la savia de los abedules 
llora sus hojas sobre la arena 
por todos los seres que amé. 

Lo sé. Lo sé. Dentro de poco, 
ni por mi culpa ni por la ajena 
tendré que tenderme también 
detrás de la negra muralla. 

Se apagará la llama cariñosa 
y se convertirá en polvo el corazón. 
Los amigos pondrán una piedra gris 
con una alegre inscripción. 

Mas yo, pensando en la triste muerte 
así la compondría para mí: 
“Amó a su patria y a su suelo 
como un borracho a su taberna”. 
(1925)


Sin lamentos, de Serguéi Esenin
Sin quejas, ni lamentos ni llantos
como el humo a través del florido manzano
hasta mí llegó la marchitez dorada
ya no seré más joven y lozano.
Ya no late con la fuerza de antes
mi corazón tocado por el hielo
y caminar descalzo por el bosque
ya no es una ilusión, no es un anhelo.
El deseo de aventura es menor
y el fuego de los labios ya se ha ido
¡oh mi joven y lejano frescor
mis antaños pletóricos sentidos!
Ahora son escasos mis afanes
¿he vivido mi vida o la he soñado?
Es como si en un alba primaveral
galopé sobre un caballo rosado.
Nuestro destino es frágil y finito
el cobre de las hojas lento emana
por todos los siglos sea bendito
lo que florece hoy para morir mañana.


CARTA A UNA MUJER





Usted se acuerda,
usted, claro, de todo se acuerda,
cuando andaba nerviosa
por la estancia
- yo a la pared pegado –
y me reñía
con acerbas palabras.

Decía usted
que había llegado
la hora de separarnos,
que a causa de mis locuras
sufría mucho,
que iba a dedicarse a sus cosas,
y que yo estaba condenado
a rodar por la pendiente.

Querida:
Usted no me amaba.
Ignoraba que entre el gentío
era yo cual caballo espumeante,
espoleado por audaz jinete.
Ignoraba
que entre aquella humareda,
en la fosca tormenta de la vida
sufría yo, sin comprender
lo que se avecinaba.
De cara a cara
no se ve el rostro.
Lo grande se ve a distancia.
Cuando el mar se encrespa,
corren riesgo las naves.
¡Y de pronto
se convirtió la tierra
en una nave!
Alguien
empuñó majestuoso el timón
rumbo a la nueva vida prodigiosa
por entre vendavales y tormentas.
¿Quién no se cayó en la cubierta?
¿Quién no vomitó y no maldijo?
Pocos hubo que no se mareasen,
que venciesen aquel torbellino.
Entonces
entre un clamor salvaje,
sabiendo bien lo que me hacía
bajé a la bodega
para no ver vomitar a la gente.
Aquella bodega
era eso: la taberna.
Yo me entregué al vino
para no padecer pro nadie
y hundirme
en la embriaguez.
Querida:
La hice sufrir, es cierto.
En sus cansados ojos
se asomaba la pena
al ver que yo, ostentosamente,
me consumía en escándalos diarios.
Pero usted ignoraba
que entre aquella humareda,
en la fosca tormenta de la vida,
sufría yo,
sin comprender
lo que se avecinaba…


··············································
Han pasado los años.
Mi edad es ya otra.
Ahora pienso de distinto modo.
Ahora brindo en los días de fiesta
por el gran timonel.
Me embargan hoy
amables sentimientos.
Al recordar su angustia
quiero apresurarme
a decirle
lo que fui antes,
lo que soy ahora.
Querida:
Me complace comunicarle
que no rodé por la pendiente.
Vivo en el Territorio Soviético
como el más entusiasta adherente.
No soy ya
el de antes.
Ahora no la haría sufrir
como entonces.
Tras la bandera de la libertad
y del trabajo luminoso,
estoy dispuesto a ir
al fin del mundo.
Perdóneme…
Sé que usted no es la de ayer.
Ahora vive
con un marido serio, inteligente.
A usted no le hacen falta
nuestros duros quehaceres,
y yo tampoco
le hago la menor falta.
Viva bajo
el signo de su estrella,
bajo su mansión renovada.
La saluda su amigo
que jamás la olvida,
Serguéi Esenin
La luna está muerta
Amanece convertida en una ventana azul.
Oh noche. Noche, ¿qué has dicho?
En cuanto a tu forma que no puedo describir
Y yo soy nadie,
Vengo solo, a mirarme en ti
Y mi espejo se rompe.


En este movimiento siniestros, estrepitoso y alborotado
toda la noche hasta el amanecer
leo mis versos a prostitutas
y cocinando para bandidos
entrego a ellos también mis versos


Yo tengo un sueño. Camino Negro.
Y el caballo blanco. Que no quiere ver.
Silla de montar en el caballo,
Mi amada viniendo hacia mí.
Mi amada que viene a mí,
Y sin embargo, no me gusta.
Ah, ruso abedul nuestras llanuras!
La ruta del camino, apenas ancho.
Eso a ella, es como en un sueño,
Sus ramas se elevan suavemente
Y el brazo mantengo elevado
Como si fuera a la persona que amo.


Estoy cansado de vivir en mi tierra,
añorando los campos de alforfón;
abandonaré mi cabaña
y me haré vagabundo y ladrón.

Por las blancas guedejas del día iré
a buscar una mísera morada.
Mi amigo más querido
afilará contra mí el puñal.

De primavera y de sol en el prado
está ceñido el camino amarillo;
y aquélla, cuyo nombre recuerdo,
me expulsará del umbral.

Retornaré a casa de mis padres
a consolarme con alegrías ajenas
y una tarde verde me ahorcaré con mi manga
al pie de la ventana.

Los canosos sauces del seto
reclinarán sus cabezas.
Me enterrarán sin mortaja
entre ladridos de perros.

La luna seguirá nadando,
clavando remos en los lagos,
y Rusia seguirá viviendo,
bailando y llorando en las cunetas.


• • •


Todo ser viviente recibe su marca
ya en la edad más temprana.
Si yo no fuera poeta
sería ratero y ladrón.

Delgado y bajo de estatura,
entre los niños siempre gallito,
muchas veces regresé a casa
con la nariz sangrando.

Entre los labios sangrantes
mascullaba a mi madre asustada:
“No es nada, tropecé en una piedra,
para mañana se curará.”

Ahora, ya entibiado
el bullir de aquellos días,
esa fuerza inquieta y rebelde
se derramó en mis poemas.

Un montón dorado de palabras,
y cada estrofa, sin falta,
refleja el valor del que fue
un pendenciero y un golfillo.

Soy el de antes, valiente y orgulloso,
aunque es otro mi caminar...
Si antes me daban en los morros,
ahora me sangra el alma.

Y digo, ya no a mi madre,
a la chusma ajena y burlona:
“No es nada, tropecé en una piedra,
pero mañana se curará.”


• • •


No me engañaré a mí mismo,
tengo preocupado el corazón brumoso.
¿Por qué cogí fama de charlatán?
¿Por qué cogí fama de camorrista?

No soy un canalla, no asalté en el camino,
no fusilé a desgraciados en mazmorras.
No soy más que un juerguista callejero
que sonríe a los transeúntes.

Soy un camorrista moscovita.
Por todo el distrito de Tverskaya,
en los callejones, todos los perros
reconocen mi ligero caminar.

Cada caballo matalón
al verme sacude la cabeza.
Soy buen amigo de los animales,
los animales se curan con mis versos.

Me pongo cilindro no para las mujeres,
el corazón no soporta las pasiones tontas;
en el cilindro, para quitarme las penas,
doy avena dorada a las yeguas.

No tengo amistades entre los hombres,
estoy sometido a otro reino.
A cada uno de estos perros
le regalaría mi mejor corbata.

Y no volveré a caer enfermo.
Se disipó el torbellino del corazón brumoso.
Por eso cogí fama de charlatán,
por eso cogí fama de camorrista.


• • •


Hasta luego, querida, hasta luego.
Dulce mía, te llevo en el pecho.
Esta despedida inaplazable
nos promete un encuentro en el futuro.

Hasta luego, querida, sin manos, sin palabras,
no te aflijas, no entristezcas las cejas.
En esta vida no es nuevo morir,
pero vivir tampoco es más nuevo.

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