sábado, 13 de agosto de 2016

POEMAS DE ISMAEL ENRIQUE ARCINIEGAS



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(Colombia, 1865 - 1938)

A Solas

¿Quieres que hablemos?... Está bien... empieza: 
Habla a mi corazón como otros días... 
¡Pero no!... ¿qué dirías? 
¿Qué podrías decir a mi tristeza? 
No intentes disculparte... ¡todo es vano! 
Ya murieron las rosas en el huerto; 
el campo verde lo secó el verano, 
y mi fe en ti, como mi amor, ha muerto. 

Amor arrepentido, 
ave que quieres regresar al nido 
al través de la escarcha y las neblinas; 
amor que vienes aterido y yerto, 
¡donde fuiste feliz... ya todo ha muerto! 
¡No vuelvas... Todo lo hallarás en ruinas! 

¿A qué has venido? ¿Para qué volviste? 
¿Qué buscas?... ¡Nadie habrá de responderte! 
Está sola mi alma, y estoy triste, 
inmensamente triste hasta la muerte. 
Todas las ilusiones que te amaron, 
las que quisieron compartir tu suerte, 
mucho tiempo en la sombra te esperaron, 
y se fueron... ¡cansadas de no verte! 

Cuando por vez primera 
en mi camino te encontré, reía 
en los campos la alegre primavera... 
toda esa luz, aromas y armonía. 

Hoy... ¡todo cuán distinto! Paso a paso 
y solo voy por la desierta vía. 
Nave sin rumbo entre revueltas olas 
pensando en las tristezas del ocaso, 
y en las tristezas de las almas solas. 

En torno la mirada no columbra 
sino aspereza y páramos sombríos; 
los nidos en la nieve están vacíos, 
y la estrella que amamos ya no alumbra 
el azul de tus sueños y los míos. 

Partiste para ignota lontananza 
cuando empezaba a descender la sombra. 
...¿Recuerdas? Te imploraba mi esperanza, 
¡pero ya mi esperanza no te nombra! 

¡No ha de nombrarte!...¿para qué?... Vacía 
está el ara, y la historia yace trunca. 
¡Ya para que esperar que irradie el día! 
¡Ya para que decirnos: Todavía! 
Si una voz grita en nuestras almas: ¡Nunca! 

Dices que eres la misma; que en tu pecho 
la dulce llama de otros tiempos arde; 
que el nido del amor no esta desecho, 
que para amarnos otra vez, no es tarde. 

¡Te engañas!... ¡No lo creas!... Ya la duda 
echó en mi corazón fuertes raíces. 
Ya la fe de otros años no me escuda... 
Quedó de sueños mi ilusión desnuda, 
¡y no puedo creer lo que me dices! 

¡No lo puedo creer!... Mi fe burlada, 
mi fe en tu amor perdida, 
es ansia de una nave destrozada, 
¡ancla en el fondo de la mar caída! 

Anhelos de un amor, castos risueños, 
ya nunca volveréis... Se van... ¡Se esconden! 
¿Los llamas?... ¡Es inútil!... No responden... 
¡Ya los cubre el sudario de mis sueños! 

Hace tiempo se fue la primavera... 
¡Llegó el invierno, fúnebre y sombrío! 
Ave fue nuestro amor, ave viajera, 
¡y las aves se van cuando hace frío!


EN COLONIA

En Colonia
En la vieja Colonia, en el oscuro
rincón de una taberna,
tres estudiantes de Alemania un día
bebíamos cerveza.

Cerca, el Rhin murmuraba entre la bruma,
evocando leyendas,
y sobre el muerto campo y en las almas
flotaba la tristeza.

Hablamos de amor, y Franck, el triste,
el soñador poeta,
de versos enfermizos, cual las hadas
de sus vagos poemas:

«Yo brindo
—dijo— por la amada mía,
la que vive en las nieblas,
en los viejos castillos y en las sombras
de las mudas iglesias;

»Por mi pálida Musa de ojos castos
y rubia cabellera,
que cuando entro de noche en mi buhardilla en la
frente me besa».

Y Karl, el de las rimas aceradas,
el de la lira enérgica,
cantor del Sol, de los azules cielos
y de las hondas selvas,

el poeta del pueblo, el que ha narrado
las campestres faenas,
el de los versos que en las almas vibran
cual músicas guerreras:

«Yo brindo
—dijo— por la Musa mía,
la hermosa lorenesa,
de ojos ardientes, de encendidos labios
y riza cabellera;

»por la mujer de besos ardorosos
que espera ya mi vuelta
en los verdes viñedos donde arrastra
sus aguas el Mosela».

«¡Brinda tú!»
—me dijeron—. Yo callaba
de codos en la mesa,
y ocultando una lágrima, alcé el vaso
y dije con voz trémula:

«¡Brindo por el amor que nunca acaba!»
y apuré la cerveza;
y entre cantos y gritos exclamamos:
«¡Por la pasión eterna!».

Y seguimos risueños, charladores,
en nuestra alegre fiesta...
Y allí mi corazón se me moría,
se moría de frío y de tristeza.

EN EL SILENCIO

Cortina de los pilares
es la enredadera verde.
¡Cuál se amontonan pesares
cuando la ilusión se pierde!

¿Ya olvidaste la canción
que decía penas hondas?
De un violín el grato son
se oía bajo las frondas.

Suspendida del alar
lucía mata de flores.
¿Ya olvidaste aquel cantar,
cantar de viejos amores?

De noche en el corredor
te hablaba siempre en voz baja.
¡Cómo murió nuestro amor!
¡Qué triste la noche baja!

Por el patio van las hojas...
en sombras está el salón...
¡Qué tristes son las congojas
de un herido corazón!



EN MARCHA

Al distinguido poeta mejicano Justo Sierra.

Al porvenir con paso giganteo
Avanza ¡oh Juventud! ¡Sonó la hora!
Potente, de la sombra enervadora,
El pensamiento se alza como Anteo.

Los dioses ya se van, y erguirse veo
La Ciencia en sus altares vencedora.
¡Ya irradia en las tinieblas luz de aurora!
¡Ya rompe sus cadenas Prometeo!

La augusta voz de redención se escucha,
Y la Razón alumbra el limbo oscuro
En donde esclava la conciencia lucha.

¡Adelante! El combate ha comenzado:
¡Entonemos el himno del Futuro
De pie sobre las ruinas del pasado!

EN SUEÑOS

Ya aspiro los aromas de su huerto;
Las brisas gimen y las hojas tiemblan.
Cuán bella ¡oh luna! a nuestra cita vienes...
Sueña, alma mía... ¡sueña!

Herido traigo el corazón... ¿Deliro?
¿Es el canto del ave que se queja?
Es su voz... ¡y me llama! ¿Por qué tardas?
Ven, mis brazos te esperan.

¿Son mentira tus besos?... ¡No me engañes!
Ábreme tu alma y cuéntame tus penas.
¿Lloras?... ¿por qué ?... Si nuestro amor es crimen,
Crimen, bendito seas;

Traigo para tu sien una corona,
Para ensalzarte mi arpa de poeta.
Yo haré en mis cantos, alma de mi alma,
¡Nuestra pasión, eterna!

Jura otra vez que me amas, que eres mía;
Jura... ¡nadie ríos oye! ¡Nada temas!
«¡Tuya! bien mío... ¡para siempre tuya!»
¡Sueña, alma mía... sueña!

ÉXTASIS

Leía y meditaba. Era la hora
En que el alma en la carne se agiganta.
El sol caía en la naciente sombra;
La tarde se apagaba.

Meditaba, y mi espíritu subía,
Subía como al cielo se alza el águila;
Me asomé al infinito, y vi tinieblas,
Y me perdí en la nada.

Sentí hervidero de astros en la sombra,
Y pregunté al vacío ¿dónde se halla
Esa luz creadora que los mundos
De entre el caos levanta?

Y subía, y subía... Lo impalpable
A mis ojos abríase sin vallas;
Y en la sombra, sondando lo infinito,
Mi espíritu flotaba.

De repente la luna alzó su disco.
Brotaron las estrellas a miriadas;
Y la noche me habló con su silencio,
¡Y Dios habló a mi alma!

HOJEANDO UN LIBRO

De láminas un libro yo hojeaba,
Y en un extremo de la sala, Lola,
Junto a su madre
—que también cosía—
Cosía silenciosa.

De pronto «¡Watherloo!» dije en voz alta;
«¡Aquí Napoleón... éstas sus hordas!...
Lola, acércate, ¡ven! que raras veces
Se ven tan bellas cosas».

Dejó la niña su costura al punto,
Juntó a la mía su cabeza blonda,
Y de un beso el calor sintió extenderse
Por su frente marmórea.

Y mirando a su madre de soslayo,
Dijo quedo: ¡qué lámina preciosa!
Y añadió cabizbaja y sonriente:
Oh !muéstramelas todas!

LA FLAUTA DEL PASTOR

Una flauta en la montaña...
es la flauta del pastor...
la luna los campos baña...
¡Vuelve el antiguo dolor!

Esa música que viene
un recuerdo a despertar,
¡cuán honda tristeza tiene!
¡cómo hace a solas llorar!

Cogiendo en el huerto
flores una mañana la vi.
La misma canción de amores,
cogiendo flores, le oí.

Tocando, en la noche en calma,
su flauta sigue el pastor.
Llora el recuerdo en el alma...
¡Volvió el antiguo dolor!

LUBRICA NOX

Miré, airado, tus ojos, cual mira agua un sediento
mordí tus labios como muerde un reptil la flor;
posé mi boca inquieta, como un pájaro hambriento,
en tus desnudas fromas ya trémulas de amor.

Cruel fue mi caricia como un remordimiento;
y un placer amargo, con mezcla de dolor,
se deshacía en ansias de muerte y de tormento,
en frenesí morboso de angustias y de furor.

Faunesa, tus espasmos fueron una agonía.
¡Qué hermosa estabas ebria de deseo, y que mía
fue tu carne de mármol luminoso y sensual!

Después, sobre mi pecho, tranquila te dormiste
como una dulce niña, graciosamente triste,
que sueña ¡sobre el tibio regazo maternal!


  A HERMES CRIÓFORO

Para que de las Náyades el compañero amado 
haga el macho a la oveja agradable y propicio,
y el rebaño que pace, del campo entre el bullicio, 
a orillas del Galeso, quede multiplicado,

es fuerza que esté alegre, que del techo abrigado 
del pastor, en invierno, reciba el beneficio;
el familiar Demonio ve todo sacrificio,
sobre mesa de mármol o en tierra, con agrado.

Honremos, pues, a Hermes Inmortal. En su altura 
prefiere a templo o ara siempre la mano pura
que una impoluta víctima a los dioses ofrezca.

Amigo, un hilo alcemos al final de tu prado. 
y que sangre de un macho cabrío degollado 
ponga negra la arcilla y el césped enrojezca.

EPIGRAMA VOTIVO

A la Discordia bélica y al rudo Ares... Anciano 
ya soy; por eso ayúdame para colgar mi escudo
de este poste, y mis armas melladas y mi rudo 
casco roto, que en lides siempre llevé yo ufano.

Este arco también cuelga. Pues no querrás en vano
que el cáñamo en él tuerza, porque brazo membrudo
y fuerte, su madera jamás doblegar pudo.
¿O esperas que la cuerda logre templar mi mano?

También, para colgado, toma el carcaj de cuero 
donde tus ojos buscan las flechas del arquero
que el viento del combate con su furor dispersa.

Está vacío, es cierto, pero serán halladas: 
búscalas en el campo de Maratón. Del Persa 
en la garganta, un día, quedáronse clavadas.


  INMORTALIDAD

... all the boundless universo 
Is life — there are no dead


J.L. Mc.
Creery
                I
A la luz de la tarde moribunda 
Recorro el olvidado cementerio, 
Y una dulce piedad mi pecho inunda 
Al pensar de la muerte en el misterio. 

Del occidente a las postreras luces 
Mi errabunda mirada sólo advierte 
Los toscos leños de torcidas cruces, 
Despojos en la playa de la Muerte. 

De madreselvas que el Abril enflora, 
Cercado humilde en torno se levanta, 
Donde vierte sus lágrimas la aurora, 
Y donde el ave, por las tardes, canta. 

Corre cerca un arroyo en hondo cauce 
Que a trechos lama verdinegra viste, 
Y de la orilla se levanta un sauce, 
Cual de la Muerte centinela triste. 

Y al oír el rumor en la maleza, 
Mi mente inquiere, de la sombra esclava, 
Si es rumor de la vida que ya empieza, 
O rumor de la vida que se acaba. 

«¿Muere todo?» me digo. En el instante 
Alzarse veo de las verdes lomas, 
Para perderse en el azul radiante, 
Una blanca bandada de palomas. 

Y del bardo sajón el hondo verso, 
Verso consolador, mi oído hiere: 
No hay muerte porque es vida el universo; 
Los muertos no están muertos...  ¡Nada muere!


                II
¡No hay muerte! ¡todo es vida!...
                                                      El sol que ahora, 
Por entre nubes de encendida grana 
Va llegando al ocaso, ya es aurora 
Para otros mundos, en región lejana. 

Peregrina en la sombra, el alma yerra 
Cuando un perdido bien llora en su duelo. 
Los dones de los cielos a la tierra
No mueren... ¡Tornan de la tierra al cielo!


                III
Si ya llegaron a la eterna vida 
Los que a la sima del sepulcro ruedan, 
Con júbilo cantemos su partida, 
¡Y lloremos más bien por los que quedan! 

Sus ojos vieron, en la tierra, cardos, 
Y sangraron sus pies en los abrojos... 
¡Ya los abrojos son fragantes nardos, 
Y todo es fiesta y luz para sus ojos! 

Su pan fue duro, y largo su camino, 
Su dicha terrenal fue transitoria... 
Si ya la muerte a libertarlos vino, 
¿Porqué no alzarnos himnos de victoria?


                IV
La dulce faz en el hogar querida, 
Que fue en las sombras cual polar estrella: 
La dulce faz, ausente de la vida, 
¡Ya sonríe más fúlgida y más bella! 

La mano que posada en nuestra frente, 
En horas de dolor fue blanda pluma, 
Transfigurada, diáfana, fulgente, 
Ya como rosa de Sarón perfuma. 

Y los ojos queridos, siempre amados, 
Que alegraron los páramos desiertos, 
Aunque entre sombras los miréis cerrados, 
¡Sabed que están para la luz abiertos! 

Y el corazón que nos amó, santuario 
De todos nuestros sueños terrenales, 
Al surgir de la noche del osario, 
Es ya vaso de aromas edenales. 

Para la nave errante ya hay remanso; 
Para la mente humana, un mundo abierto; 
Para los pies heridos... ya hay descanso, 
Y para el pobre náufrago... ya hay puerto.


                V
No hay muerte, aunque se apague a nuestros ojos
Lo que dio a nuestra vida luz y encanto; 
¡Todo es vida, aunque en míseros despojos 
Caiga en raudal copioso nuestro llanto! 

No hay muerte, aunque a la tumba a los que amamos 
(La frente baja y de dolor cubiertos), 
Llevemos a dormir... y aunque creamos 
Que los muertos queridos están muertos. 

Ni fue su adiós eterna despedida... 
Como buscando un sol de primavera 
Dejaron las tinieblas de la vida 
Por nueva vida, en luminosa esfera. 

Padre, madre y hermanos, de fatigas 
En el mundo sufridos compañeros, 
Grermen fuisteis ayer... ¡hoy sois espigas, 
Espigas del Señor en los graneros! 

Dejaron su terrena vestidura 
Y ya lauro inmortal radia en sus frentes; 
Y aunque partieron para excelsa altura, 
Con nosotros están... no están ausentes!


                VI
Son luz para el humano pensamiento, 
Rayo en la estrella y música en la brisa. 
¿Canta el aura en las frondas?...  ¡Es su acento! 
¿Una estrella miráis?...  ¡Es su sonrisa! 

Por eso cuando en horas de amargura 
El horizonte ennegrecido vemos, 
Oímos como voces de dulzura 
Pero de dónde vienen... ¡no sabemos! 

¡Son ellos... cerca están!  Y aunque circuya 
Luz eterna a sus almas donde moran 
En el placer nuestra alegría es suya, 
Y en el dolor, con nuestro llanto lloran. 

A nuestro lado van.  Son luz y egida 
De nuestros pasos débiles e inciertos 
No hay muerte...  ¡Todo alienta, todo es vida! 
¡Y los muertos queridos no están muertos! 

Porque al caer el corazón inerte 
Un mundo se abre de infinitas galas,
¡Y como eterno galardón, la Muerte 
Cambia el sudario del sepulcro, en alas!

 A LA MANERA DE PETRARCA

Salíais de la iglesia, y con piadoso anhelo 
A los mendigos debáis limosna con largueza, 
Y en el pórtico oscuro vuestra clara belleza 
A los pobres mostraba todo el oro del cielo.

Y ante vos inclinado, pues quería en mi duelo 
Una dulce mirada de vuestra gentileza, 
Mi presencia esquivasteis, y airada y con presteza 
Os cubristeis los ojos recogiéndoos el velo.

Pero el amor que manda, aún al alma más dura, 
No quiso que en la sombra de mi callado abismo 
La piedad me negara su fuente de dulzura;

Porque tan lenta fuisteis al cubrir la faz bella, 
Que vi vuestras pestañas palpitando lo mismo 
Que las frondas que filtran el fulgor de una estrella.

 A LAS MONTAÑAS DIVINAS

Ventisqueros azules, duros cerros erguidos 
de mármol y pizarra; llanos donde furente
el viento arranca el trigo y el centeno; ¡torrente, 
riscos, lagos, y bosques llenos de sombra y nidos!

Antros y negros valles donde los perseguidos
y desterrados, antes que doblegar la frente 
buscaron lobos y águilas en un clima inclemente, 
¡sed benditos! ¡Y sedlo, barrancos escondidos!

Huyendo de la ergástula y duros opresores, 
dedicó el siervo Gémino esta columna un día
a los Montes de la áspera Libertad protectores.

Y en estas cimas, donde la calma hace que vibre 
el silencio, en la atmósfera, pura, inviolable y fría, 
parece oírse el grito que lanza un hombre libre.

 LOS GRANDES

A Eduardo Zuleta
A los Fuertes admiro, que en las frentes besados 
                                Por boca sobrehumana,
Soñaron horizontes bellos y dilatados
                                En cumbre soberana;
Que el resplandor del genio radiar fulgente vieron 
                                En sus noches sombrías;
Que supieron de lágrimas, pero también oyeron 
                                Todas las armonías;
Que en las almas nacidas para el dolor y el llanto 
                                Dejaron sacras huellas,
Y cayeron vencidos, entre un sueño y un canto, 
                                Circundados de estrellas.

A los Rebeldes amo, por el dolor mordidos, 
                                más que piedad no imploran,
y que con fuerte lazo de amor están unidos 
                                a todos los que lloran.
Amo a aquellos malditos que redimió el Calvario, 
                                y en senda de dolores
su lábaro llevaron, radiante y solitario, 
                                Del pueblo redentores;
Y dijeron el himno del porvenir del mundo 
                                en glorioso delirio,
y marcharon serenos al calabozo inmundo, 
                                y firmes al martirio.
Pero mi llanto es todo para aquellos vencidos 
                                Por la social sevicia,
Los Grandes de las Sombras, hambrientos y oprimidos, 
                               por la ciega Injusticia;
Que encorvados pasaron bajo rudas fatigas, 
                                Pero que nunca odiaron;
que vieron para otros florecer las espigas, 
                                y que nunca robaron;
Que del dolor esclavos, en su vivir errante, 
                                Hiel y llanto apuraron;
que sintieron el látigo cruzarles el semblante, 
                                pero que no mataron;

Que fueron por la vida sin consuelo, y de rudos 
                                trabajos siempre en pos,
sin sol, sin pan, sin aire, famélicos, desnudos... 
                                y creyeron en Dios;
Que un jergón en sus noches para dormir tuvieron 
                                infecto y miserando,
y en el rincón oscuro de un hospital murieron... 
                                ¡Y murieron amando!


  LA MARICHUELA

                I
              1755
La calle oscura y desierta
De «Las Béjares»... —«¿Quién va?»
Un galán llama a la puerta,
Y la puerta se abrirá.

Embozado: en ansia loca
Te esperan, soñado bien,
Un beso para tu boca
Y un hombro para tu sien.

Canto a compás de vihuela
De dulce y plácido són...
¡Marichuela, Marichuela!
Cuan alegre es tu canción!

En un beso confundidos
Dos anhelos de placer.
Embriagados los sentidos
En radioso amanecer...

Feliz eres! Ya tu dueño
A tus pies rendido está,
Y en visión de luz, tu sueño
El amor arrullará.
                II
      27 de Abril de 1770
La calle oscura y desierta
De «Las Béjares»... —«¿Quién va?»
Es el viento. Es que en la puerta
Sollozando el viento está.

Noche horrible, noche en vela,
Sin destello de ilusión...
¡Marichuela, Marichuela!
Ya murió tu corazón.

Con la mente, velo ahora
En ceniza... Yerto está!
Y un fulgor de eterna aurora
En su frente irradia ya.

Sola tú... Manos cual lirios,
Manos pálidas en cruz;
En el suelo, cuatro cirios,
Y los ojos ya sin luz.

¡Marichuela! ¡En tu amargura
Quién te habrá de consolar!
Allá está su sepultura...
¡Ya lo llevan a enterrar!


Ismael Enrique Arciniegas

Nota de autor: La bella María Lugarda de Ospina, llamada «La Marichuela», fue amada por el Virrey Solís. Esas relaciones, causa de escándalo, trascendieron a Madrid. El Rey Carlos III ordenó, por cédula, que María Lugarda fuera alejada de Santa Fe. Ei 27 de Enero de 1763 «La Marichuela» le escribió al Virrey Messía de la Cerda, sucesor de Solís, desde la población de Usme, pidiéndole que le levantara el confinamiento. Por esa carta, que se encuentra en el archivo colonial, se ve que la vida de María Lugarda, después de que Solís entró al noviciado de San Diego, el 28 de Febrero de 1761, fue vida de soledad, de tristeza y de arrepentimiento. El Virrey murió el 27 de Abril de 1770.

   EL TERMODONTE

A Temiscira en llamas que tembló con gemidos 
Todo el día, y con gritos, voces de lamento,
Arrastra entre las sombras el Termodonte lento
Armas, cascos, cadáveres y carros confundidos.

¿Dónde las Amazonas de músculos fornidos 
Y de certero dardo, que en ímpetu violento 
El escuadrón guiaron en él chocar sangriento? 
En polvo están sus pálidos cadáveres tendidos.

Cual floración de lirios que implacable cuchilla 
Segó ya, las guerreras reposan en la orilla, 
Donde se oyen relinchos entre carnal despojo;

Y el Euxino, a la aurora, del río por los flancos, 
Ve que huyendo a los valles, y teñidos de rojo
Con sangre de las vírgenes, van los corceles blancos.

 A UN FUNDADOR DE CIUDAD

Un Ofir imposible de perseguir cansado, 
De ese golfo risueño fundaste en la ribera, 
Donde plantó tu mano la española bandera, 
Una Cartago nueva en país ignorado.

Quisiste que tu nombre quedara cimentado 
Sobre el suelo en que alzaste tu ciudad, 
y que fuera eternamente gloria de tu raza guerrera, 
¡Mas tu anhelo escribiste sobre arena, oh soldado!

Cartagena abrasada bajo ardiente azul puro, 
Ve sus grises palacios derrumbarse y su muro, 
En el mar que la costa cavando se dilata;

Y hoy, Fundador, tan sólo brilla en tu alta cimera, 
Heráldico, testigo de tu ideal quimera, 
Bajo una palma de oro, blanca ciudad de plata.

AGUA DORMIDA

El agua del viejo canal, en la yerma
Orilla del puerto, parece agua enferma.

Es agua grisosa, de día octubreño,
Y va sin rumores en lánguido sueño.

Muy pálido el cielo semeja ceniza,
Y en cerros y valle la luz agoniza.

El puerto, en silencio. La vela plegada,
Ha tiempo una barca reposa amarrada.

El viento en el muelle se queja. Esqueletos
Dolientes semejan los troncos escuetos;

Y el gris del silencio que cubre la calma
Del campo, la tarde prolonga en el alma,

Un gris cual sonido de doble lejano,
Un gris, como ensueño de frente en la mano.

¡Tristeza de días sin luz, otoñales,
Tristeza de largos y fríos canales!

¡Tristeza en la sombra, callada y desierta,
Del agua en otoño, como agua ya muerta!

EL TESTAMENTO

Abstraído, en silencio, la frente pensativa,
Jesús con sus discípulos para Betania iba.

Seguían al Maestro, con absortas miradas,
Observando las leves huellas de sus pisadas;
Y como de sus plantas sangre al suelo caía,
Y sobre cada huella la sangre florecía,
Vieron de pronto el suelo todo lleno de rosas.
Y Juan entonces dijo:

                                —«¡Señor! En donde posas
Hoy los pies, por los clavos sobre la cruz abiertos,
Las yerbas y la arena florecen como huertos
Cerca de clara fuente».

                                —«Pues es verdad os digo,
Que de cosas no vistas será el mundo testigo.
Todo ha de renovarse. Lo que sin vida, inerte,
No germinaba nunca, vida será sin muerte».

Los bendijo, y al Cielo levantando la diestra,
—«La tierra en que he regado la sangre mía es vuestra;
Os la confío», díjoles «regad eterna vida,
Por virtud de la sangre sobre la cruz vertida».

Vuelto después a Pedro, que recordaba el canto
Del gallo, y sollozaba, le dijo: «¡enjuga el llanto:
Serénate! La carne siempre débil ha sido;
Y como el alma siempre vacila, te he escogido,
Cual pastor de rebaños en senda de dolores, 
Cual pastor de flaquezas y de humanos errores.
Cuida la grey que llevas; muéstrale el buen camino,
Pues te confía el cielo depósito divino
Oye: los elegidos, de los que ayuda imploran
Hermanos son, hermanos de todos los que lloran
Será dulce la vida cuando haya floraciones
De bien y amor en todos los tristes corazones»

Y prosiguió: «vosotros, que iréis por eriales,
Eternos desterrados de dichas terrenales,
Sabed que hay patria eterna que toda angustia calma;
Patria de amor, y a ella siempre tended el alma.
¡Amad, y sed consuelo! ¡Dad fuerza al que flaquea;
Y rico sea pobre, débil o fuerte sea,
Para que habrán sus almas los que en tinieblas moran,
El que tenga sonrisas, sonría a los que lloran!

»¡Amad! Y que la mano que pidiendo se os tienda.
Con la piedad del alma reciba vuestra ofrenda;
Socorres la miseria que en el tugurio vive,
Porque quien da una dicha, dicha también recibe;
¡Y dad!... para que el cielo vuestra labor bendiga;
Que el segador, a veces, caer de je una espiga:
¡Cuántos pálidos niños, en la árida llanura,
Con hambre y sollozando verán la ajena hartura!...
Y habrá en vuestros hogares, más dicha, amor y calma,
Si en el pan de los pobres ponéis también el alma»

Las manos desgarradas, entonces alzo al cielo.

«¡Piedad! ¡santa dulzura de amar al hombre en duelo!
¡Divina flor del alma que al borde del abismo
Te abres, donde se agitan en hondo paroxismo
—Al ver que es la esperanza, lumbre desvanecida
Todos los que cayeron vencidos por la vida!

»¡Oh, comunión del alma con el alma que llora!
¡Caridad que nos abres el cielo, y en la hora
Del dolor, si la sombra nuestro horizonte cierra,
Juntas con los dichosos, los tristes de la tierra!
¡Piedad! ¡alumbra siempre la senda bendecida
De los que al mundo llevan la mies de eterna vida!»

Callados, las rodillas doblaron temblorosas,
Y los pies del maestro sangraban siempre rosas…

«!Predicad lo que oísteis!... id, de almas pescadores,
Y que el mundo embalsamen del Gólgota las flores!»

Y tendiendo las manos al cielo les decía:
«¡Id, y que libres sean los que lloran esclavos!»
Y se alzaba en los aires… y el cielo se veía,
Al través de las palmas heridas por los clavos.

A UN MÁRMOL ROTO

Al cerrarle los ojos, piadoso el musgo ha sido,
Porque en el bosque inculto buscaría ya en vano
A la que leche y vino vertió con blanda mano 
En tierra que de vallas él mismo ha circuido.

A la yedra y las zarzas el lúpulo se ha unido,
Y a este divino escombro, con su verdor lozano 
Se enroscan, ignorando si fue Pan o Silvano, 
Y en la frente dos cuernos de hojas le han retorcido

¡Mira! Aún, alumbrándolo, resplandor vacilante, 
Dos órbitas de oro le han puesto en el semblante, 
Y la vida en él ríe como boca encendida;

Y parece que el viento que suspira y se queja, 
El follaje, la sombra y el sol que ya se aleja, 
De ése mútilo mármol han hecho un dios con vida.

BANICOS DE MUSEO

J'aime les éventails fanés
Dont le lointain passé chagrine.
Max Waller
Bajo cristales, en vitrinas,
reposando estáis olvidados,
abanicos de sedas finas
en lejanos tiempos bordados.

Y os abrís, en un sepulcral
silencio, en fondo carmesí,
a la luz de tarde otoñal,
en el Museo de Cluny.

Y al pensar en lo que no existe,
encanto ayer y hoy desengaño,
decir parece el alma triste:
«¿Dónde están las nieves de antaño?»

¿En cuáles manos marfilinas
lucirían vuestros encajes,
en dulces citas vespertinas
bajo los trémulos boscajes?

Corte de los Luises de Francia,
reverencias ante el estrado...
¡Abanicos! ¡Sois la fragancia
Que va surgiendo del pasado!...

Fragancia que se desvanece
en ideal mundo risueño,
mientras el alma se adormece
en una bruma azul de ensueño.

Al veros, llegan a la mente
ecos de fiestas cortesanas,
cuando os plegabais lentamente
como al compas de las pavanas.

«¡Delfín! ¡Callad, os lo suplico!»
decía la rubia Marquesa,
y en tanto, tras el abanico,
reía una boca de fresa.

Restos de antigua aristocracia
que llevó del tiempo el turbión.
¡Cómo os abriríais con gracia
en los jardines del Trianón!

¡Y qué encantadores secretos
guardareis de épocas remotas,
cuando en Versalles, los minuetos
alternaban con las gaviotas!

Abanicos de sedas finas
que durmiendo estáis olvidados,
desde el fondo de las vitrinas
¡cómo evocáis tiempos pasados!

FINAL

Adiós, pues. ¿Nada olvidas? Está bien. Puedes irte.
Ya nada más debemos decirnos... ¿Para qué?
Te dejo. Partir puedes. Pero aguarda un momento...
está lloviendo. Espera que deje de llover.
Abrígate. Está haciendo mucho frío en la calle.
Ponte capa de invierno. Y abrígate muy bien.
¿Todo te lo he devuelto? ¿Nada tuyo me queda?
¿Tu retrato te llevas y tus cartas también?
Por última vez mírame. Vamos a separarnos.
Óyeme. No lloremos, pues necedad sería...
¡Y qué esfuerzo debemos los dos hacer ahora
para ser lo que fuimos... lo que fuimos un día!
Se habían nuestras almas tan bien compenetrado,
y hoy de nuevo su vida cada cual ha tomado.
Con un distinto nombre por senda aparte iremos,
a errar, a vivir solos... Sin duda sufriremos.
Sufriremos un tiempo. Después vendrá el olvido,
lo solo que perdona. Tú, de mí desunida,
serás lo que antes fuiste. Yo, lo que antes he sido...
Dos distintas personas seremos en la vida.
Vas a entrar desde ahora por siempre en mi pasado;
tal vez nos encontremos en la calle algún día.
Te veré desde lejos con aire descuidado,
y llevarás un traje que no te conocía.
Después pasarán meses sin que te vea. En tanto,
habrán de hablarte amigos de mí. Yo bien lo sé;
y cuando en mi presencia te recuerden, encanto
que fuiste de mi vida, «¿Cómo está?» les diré.
Y qué grandes creímos nuestros dos corazones,
¡y qué pequeños! ¡Cómo nos quisimos tú y yo!
¿Recuerdas otros días? ¡Qué gratas ilusiones!
Y mira en lo que ahora nuestra pasión quedó.
Y nosotros, lo mismo que los demás mortales,
en promesas ardientes de eterno amor creyendo.
¡Verdad que humilla! ¿Todos somos acaso iguales?
¿Somos como los otros? Mira, sigue lloviendo.
Quédate. ¡Ven! No escampa. Y en la calle hace frío.
Quizá nos entendamos. Yo no sé de qué modo.
Aunque han cambiado tanto tu corazón y el mío,
tal vez al fin digamos: «¡No está perdido todo!»
Hagamos lo posible. Que acabe este desvío.
Vencer nuestras costumbres es inútil. ¿Verdad?
¡Ven, siéntate! A mi lado recobrarás tu hastío,
y volverá a tu lado mi triste soledad.



 LOS DOS POEMAS

Al estruendo del mar, sobre un peñasco, 
Hornero meditaba su poema, 
Y oyó una voz, la voz del Universo, 
Que le dijo al través de las tinieblas:

«Sólo serán palabras tus estrofas; 
No abarcarás, enano, mi grandeza: 
Son mis estrofas astros y montañas 
Y nota de mi arpa, la tormenta». 

Dilatando su alma en lo Infinito 
Al Universo replicó el poeta: 
«Convertiré los dioses en estrofas».

Y siguió meditando su poema.

ACUARELA

Surge un temblor luminoso 
Tras de la oscura montaña; 
Luego una franja de lumbre 
Que en el cielo se dilata;

Y después la aurora espléndida, 
cual virgen enamorada,
Su frente de nieve y rosa
Levanta en la bruma pálida,
Y lentamente se ocultan
Los astros en lontananza.
Naturaleza despierta,
y allá entre las nieblas vagas,
Que se extiende y se esfuman
Sobre riscos y hondonadas,
Se ven corno blandos rizos,
Se ven corno frentes blancas,
Corno pupilas azules,
Y mejillas sonrosadas.
Trae el viento olor a selva,
y ávido el pecho se ensancha
En esta embriaguez de vida
De la tierra americana
Los nidos están de fiesta,
Están de fiesta las ramas;
Hay ritmos en el ambiente,
El bosque se trueca en arpa,
y el fúlgido sol corona
La cima de la montaña.
«¡Buenos días! buenos días»,
Dice a las flores el aura,
y como amante saludo
A la festiva mañana,
Las campanillas azules
Repican sobre las tapias.

 LA RONDA DE NOCHE

Allá en la oscura hondonada, 
Del sol a la luz incierta, 
Se ve la casa desierta 
En donde vivió mi amada. 

En medio al maizal tupido, 
Que se extiende hasta la loma, 
Parece blanca paloma 
Que cubre amorosa un nido. 

Cuando es de noche en la honda 
Y rumorosa cañada, 
Voy a la casa olvidada, 
Como alma en pena que ronda.

En el largo corredor 
Sordo mi paso retumba... 
Aquello parece tumba 
Que no embalsama una flor! 

Y me encamino a su reja 
Y pongo el oído atento, 
Y tan sólo escucho el viento 
Que alza, al pasar, una queja. 

Bajo cortina de hiedra, 
Donde con voz de reproche 
El aura gime en la noche, 
Se encuentra un banco de piedra, 

Y en él me siento a traer 
A mi alma, que arropa el duelo, 
Aquellas horas de cielo 
Que nunca habrán de volver; 

Horas en que ya sin calma, 
Del amor en el exceso, 
Temblaba en su labio el beso 
Y en sus pupilas el alma; 

Y en que su voz celestial 
Mi corazón arrullaba, 
Mientras la noche cantaba 
En el frondoso maizal.

...¡Oh alma! en vano la nombras, 
En vano buscas sus rastros!...
Serenos brillan los astros, 
Y el perro ladra en las sombras.


CONQUISTADOR DE ORO

Don Hernando Mexia y Roxas, de Tudela,
1560. 2 de abril 1600.
Fundador.
(Entre un óvalo de la borrosa
tela dice el letrero, en góticos
Signos amarillentos)
Adusto, así, vendría del Opón por la trocha; 
Y el arma en sangre tinta hasta los gavilanes, 
Por los desfiladeros del turbio Chicamocha, 
Cerrando iría contra «macareguas» y «guanes».

La cota, acero; acero la voluntad y acero
La audacia en el peligro y en el feral palenque.
Sed de sangre y de oro por áspero sendero,
Mas también fuerte músculo para una raza enclenque.

En la azul lontananza, lo ignoto, lo imprevisto;
La emboscada en las sombras, o del jaguar el salto:
E] arco del flechero, bajo el boscaje listo;
La noche en vela, y siempre la lucha o el asalto.

Para vivir, raíces; para dormir, la pampa;
Y siempre hacia adelante, de su caballo al trote, 
Contra los aborígenes, en llano, bosque o rampa,
Del arcabuz la bala o de la lanza el bote.

Así pasó, y pasaron en fiera acometida; 
Por ríos y por selvas, hierro y firmeza estoica.
Tras el oro, la Muerte, pero dejando vida… 
¡De galera o presidio para la gesta heroica!

Erguido; rudo el ceño; cicatriz que le cruza
La frente estrecha: tajo quizá en Italia o Flandes;
Puñal en trapisonda de mesón con gentuza,
O flecha en un sombrío peñascal de los Andes.

En sus ojos, el alma fulge con vivos reflejos, 
Y frente al horizonte, que se abre dilatado, 
Parece que tuviera la mirada muy lejos, 
Absorta en el ensueño radioso de «El Dorado».



  MÁRMOL Y CARNE

Al comenzar la escalera 
Del castillo solariego, 
Se ve una estatua de mármol 
De hermoso y turgente seno, 
De líneas y formas puras, 
De ensortijado cabello, 
Y labios donde parece
Que están dormidos los besos. 

Tostado por los ardientes 
Soles del África, un negro, 
Cuando declina la tarde 
A la estatua llega trémulo, 
Y clava en ella los ojos, 
En donde hierve el deseo; 
Enajenado la abraza, 
Y los labios contrayendo 
Lleva las crispadas manos, 
Como en delirio a su pecho. 

¡Cuántas veces cuando a solas
Lloro en mis noches sin sueño, 
Tus desdenes, tus traiciones, 
Y arde en mi alma el infierno 
De un amor sin esperanza 
Y la fiebre de los celos, 
Viene a la memoria mía; 
Negro y trágico el recuerdo, 
De aquel corazón de mármol, 
De aquel corazón de fuego!


  ALMAS, MODAS, ETC.

Distinta tú serías a todas las mujeres,
Si hacerte y rehacerte, cada vez que lo quieres, 
El alma no supieras. Lo haces con una nada;
Y tu arte es tal, que cada 
Ocasión que te veo,
Me subyugas, y que eres otra mujer yo creo.

Tú sabes que en lo vida todo se va gastando,
Que nuestro amor es viejo, y es siempre entonces cuando 
Engaño e ingenio luces, que en ti son inherentes,
Y ante mí te presentas con ojos diferentes.
El brillo de tu rostro se ve más bello y vivo
Entre capa de pieles; con mayor atractivo
Renaces de la seda, de un bien cortado traje
y de rondas de encaje;
Y después... los sombreros. Algo más llamativo 
En ti siempre descubro. Y eso es, precisamente,
Por los grandes sombreros, lo que hace que los ojos 
Aparezcan más negros, pues ocultan la frente.
Porque muy bien comprendes, con tu sabiduría
E ingenio despejado,
Que debes, cuando observas mi amor ya fatigado, 
Confeccionarte un alma, que no te conocía.
Al verte en ese instante,
Los labios te saqueo con mis besos nerviosos, 
Y tomo tu semblante.
En mis manos febriles, y agito tus undosos 
Cabellos, y me río... más feliz, más amante. 
Pero cuando los rizos te deshago, y encuentro 
Tus verdaderos ojos, y el alma reconcentro, 
Veo que son los mismos. Y cuando febrilmente 
Agito con los dedos tu rubia cabellera
Y asoma tu cabeza revuelta de repente, 
Reveo con profundo desencanto tu frente, 
La de la vez primera.
¡Eres tú, la de siempre, pues no has cambiado nada!
Y aquella tu alma efímera con mis ósculos trato
De reanimar. Mas huye mi ilusión disipada,
Y entonces me pareces de tu madre el retrato.

ANHELO DE POETA

Quiero el poeta ser de almas heridas
que la piedad de la palabra imploran,
de tantas tristes, solitarias vidas,
de corazones que en silencio lloran.

Quiero dar ritmo a lo indeciso y vago,
que es cual bruma y recóndita belleza,
y ser voz del que sueña junto a un lago
sin que dar pueda voz a su tristeza.

Quiero en cadencias expresar lo ignoto
y en el azul dar alas a lo inerme,
juntar en ritmos un ensueño roto,
y canto ser de lo que oculto duerme.

Y quiero compartir el sufrimiento
de otros; y ser su confidente ansío...
¡Y dar no puedo vida a lo que siento,
ni forma puedo dar a lo que es mío!

SELVA TROPICAL

¡Alta selva, morada de la sombra!
Cual se solaza el alma en tu frescura,
Sobre tu muelle alfombra,
Bajo tu dombo inmenso de verdura.

En ti el génesis late, en ti se agita
La savia creadora;
Eres arpa salvaje, vibradora,
Donde la vida universal palpita.

Los árboles, pilastra de tu arcada,
Se retuercen leprosos,
En la inmensa hondonada;
Y muestran vigorosos
Sus blancas barbas, que remece el viento,
Cual guerreros pendones
De gigantes en ancho campamento.

Y el río entre los antros pavorosos
Donde ruedan las aguas turbulentas,
Al chocar en los altos pedrejones
Salta en recios turbiones,
Y ruge cual si fuera las Tormentas
Cabalgando en los negros Aquilones.

En la orilla, debajo de las frondas,
Se ve el plumaje de las garzas blancas
Y allá, del pasto entre las verdes ondas,
Los toros muestran sus lucientes ancas.

En la cálida hora del bochorno;
Abrasa el sol y enerva;
Se inclina mustia la naciente yerba,
Y arroja el suelo un hábito de horno.

Se ven del tigre en el fangal las marcas;
Y en la vaga penumbra, entre las quiebras,
Junto a las negras charcas
Yacen aletargadas las culebras.

Trasciende el aura a  vírgenes efluvios;
El humo de la roza, azul y blanco
Sube de la montaña por el flanco,
Y alzan las cañas sus airones rubios,
Del sol de los fulgores,

Como penachos de indios vencedores;
Y traen a la vega, bulliciosos,
Los vientos tropicales,
El ruido de los plátanos hojosos
Y el lejano rumor de los maizales.

Y en la playa desierta,
Sobre la seca arena, perezosos,
Cual negros troncos, con la jeta abierta,
Descansan los caimanes escamosos.

En la cercana loma, 
En un recodo del camino, asoma 
Feliz pareja de labriegos. 
                                                      Ella, 
Núbil, fornida y bella, 
De ojos negros y ardientes, y de roja 
Boca virgínea, y de apretado seno 
Que forma curva en la camisa floja; 
Y él, atlético y lleno 
De juventud y vida, musculoso, 
Con muñecas de recia contextura, 
Hechas como muñecas de coloso 
De alguna raza extraña, 
Para domar el potro en la llanura, 
Para tumbar el roble en la montaña. 

Y la feliz pareja al fin se pierde, 
Entre la selva enmarañada y verde. 

Pan jadea, de lúbricos ardores 
Henchido el pecho, bajo el cielo urente 
Y pasa un soplo sensual, ardiente, 
Fecundando los nidos y las flores.


EL ÚLTIMO CANTO

Al través de las brumas y la nieve, 
En el rostro el dolor, la vista inquieta, 
El pie cansado vacilante mueve... 
Allá va, ¿no lo veis? ¡Pobre poeta!
Sobre el herido corazón coloca 
La lira meliodosa, y macilento, 
Sentado al pie de la desnuda roca, 
Así prorrumpe en desmayado acento:
«Ved las hojas marchitas, ved el ave, 
Envueltas van en raudo torbellino... 
¿A dónde van? ¿A dónde voy? ¡Quién sabe! 
¡Yo también soy como ellas peregrino!
»Huyendo voy del tráfago mundano 
Con el rostro en las manos escondido. 
Mudable y débil corazón humano, 
¡Hasta dónde, hasta dónde has descendido!
»Ya a Dios los necios hombres escarnecen 
Y alzan al dios del interés loores. 
¡Sus almas sin amor ni fe parecen 
Nidos sin aves, fuentes sin rumores!
»Jamás la ola aunque con furia luche 
Conmoverá las rocas; ¡e imposible 
Que el triste grito del alción se escuche 
De la tormenta entre el fragor terrible!
»La Poesía morirá en la lucha, 
El destino cruel sus horas cuenta; 
¡Poetas! vuestros cantos nadie escucha, 
¡Sois el alción de la social tormenta!
»Yo vi en mis sueños de poeta un día 
De laurel en mi lira una corona; 
Hoy triste siento que en la frente mía 
Un gajo de ciprés se desmorona.
»Yo quise alzar el vuelo a las ignotas 
Fuentes de eterna luz, ¡al infinito! 
Y hoy en el mundo, con las alas rotas, 
Cual ave sola en su prisión me agito.
»Como una clara estrella vi en mi anhelo 
Sonreír en mi cielo la esperanza. 
Hoy cubren negras sombras ese cielo, 
¡Hoy la luz a mi alma ya no alcanza!
»Huyendo el mundo y su incesante ruido, 
Vengo a esta soledad sombría y honda. 
Ella por siempre mi último gemido, 
¡Mi último canto y mi vergüenza esconda!
»Tu muerte ¡oh Poesía! el siglo canta, 
Y del campo inmortal de las ideas 
El himno del trabajo se levanta 
Y dice al porvenir: ¡Bendito seas!
»¡La indiferencia con su ceño grave 
Me relega al silencio y al olvido! 
Pobre y triste poeta ¡Soy un ave 
Que al fin se muere sin hallar un nido!»
Dijo, y rompió la lira melodiosa 
Do entonaba sus cantos y querellas... 
Y al cielo levantó la faz llorosa, 
¡Y en el cielo brotaban las estrellas!

LA FLORESTA

Altas encinas de ondulante copa; 
Troncos que os inclináis sobre las aguas 
De los torrentes; pinos misteriosos
Que sois, al viento, cual silvestres arpas, 
¿En vuestro ensueño secular y altivo,
No soñáis con las épocas lejanas,
Cuando el eco fugaz de los desiertos
Del Canadá, tan sólo en la comarca 
Conocía  las voces de las tribus,
Que en su existencia nómade mezclaban 
Sus cánticos guerreros en la selva
Al rumor de las grandes cataratas?

Bajo el cielo, de estrellas tachonado, 
Cuando del polo tempestuosas ráfagas 
Sacuden vuestros gajos, que parecen,
Bajo la luz lunar, vagos fantasmas, 
(Soñáis tal vez con los lejanos días, 
Con los días gloriosos de la patria,
Cuando en vuestras guaridas, nuestros padres 
La barbarie de siglos dominaban;
Cuando llevando el ideal por guía
y de ensueños heroicos llena el alma, 
Se abrían paso entre la selva, al grito
De «Dios lo quiere»; el campo desbrozaban 
Para la vida, y en el yermo inculto 
Convertían los troncos en pilastras
De futuras metrópolis, y luego,
Pensando en las proezas del mañana,
Al amparo del bosque congregados
En las noches de invierno, como hosannas 
Hacían resonar en sus clarines,
Nuncios de redención y de esperanza,
El himno del futuro en el desierto,
Sobre la virgen tierra americana?

Sí, soñáis, de pretéritas edades
Testigos, que os erguís en las montañas, 
Mudos sobrevivientes de naufragios
En que fueron hundiéndose las razas...

y resistiendo el golpe de los siglos 
Vuestro ramaje que imponente se alza, 
A los vientos del cielo canadense
Con voz triunfal nuestra epopeya canta.


EL ORFEBRE

Amo las palabras sonoras 
Para hacer fúlgidos collares 
O sortijas deslumbradoras. 

No me he cuidado de pesares 
O dolores para con ellos 
Adornar rimas o cantares. 

Quisiera en fino metal, sellos 
Acuñar, o esculpir perfiles 
O de mujeres rostros bellos. 

¡Si los ritmos fueran buriles 
En la brillantez de oro o plata 
O en la palidez de marfiles! 

Sílabas con música grata, 
Palabras suaves, armoniosas, 
Con cadencia de serenata, 

Os busco, cual gemas preciosas 
En el socavón el minero 
Busca por vetas tortuosas. 

Y las escojo con esmero, 
Luego las manos hundo en ellas 
Como en las gemas el joyero; 

Y absorto miro las más bellas, 
Unas fingen perlas, corales, 
Otras, diamantes cual estrellas... 

Amo las voces musicales, 
La melodía leve y clara, 
Y así como la rima rara, 
La cadencia de los finales.



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