viernes, 9 de noviembre de 2018

poemas de László Kálnoky




Resultado de Imagen para László Kálnoky
(5 de septiembre de 1912, Eger, Hungría. -  30 de julio de 1985, Budakeszi, Hungría.)

El fiasco de la creación


Aletas, piernas, élitros, tentáculos,
brazos, pinzas, cabezas a granel,
troncos humanos, perfectos o feos,
en inmenso caldero se revuelven.


De pronto el agua turbia del caldero
por una vara tosca es removida,
y en un latir feroz los corazones
desnudos con dolor se contorsionan.


El bodrio empieza a enfriarse muy despacio.
Y el hacedor ahora ya no sabe
qué hacer con él, su cara se oscurece


y ante la creación, fiasco inconfeso,
quiere huir a través del laberinto
de su espacialidad bizca y curvada.



El reverso de la luz



Jirones azulosos de viento cansado,
monotonía de ademanes rígidos.
Roído de polillas, un rostro naufraga
en los grises enjuagues del ocaso.


Un ruido casi imperceptible:
la caída de un ramo en la memoria.


Una terraza; hierbas amarillas
Crecen sobre la gran mesa de piedra.
Se cenó aquí una vez, quien lo creyera,
se partieron los panes quejumbrosos.


Sombras enjutas, magras, aquí pasan,
imágenes de muertos ha mucho se deslizan
ignorando las manos que se tienden.


Si al fin llegara una de ellas,
y en sus cabellos, estrellas fugaces
y en su mirada ejércitos murieran,
lo oscuro de su huella
sería el reverso de la luz que escapa.



La casa vieja



Se enrojece un jardín otoñal enmalezado,
donde brillan opacos, a través de la niebla,
los fuegos de hojarascas ardiendo, y la espesura
cubre la estatua pétrea y tiene aspecto 
de una informe escultura enverdecida.
Ni para qué entrar en los cuartos,
donde en ventanas rotas y espejos herrumbrosos
bailan sombreas movidas por el viento,
y el color ha escapado del papel de los muros.
No puede absolver a nadie
al forastero a quien le concedieran 
un plazo más aún sobre la tierra;
tampoco adentro habría que romperse
el grillete que la aprieta la frente.


Mejor es huir lejos,
atravesar el puente sin barandas,
o ver abajo del agua color hierro,
donde su rostro es óvalo deforme,
y su boca un rectángulo crispado.



El encuentro que no será



En vernos más allá no creas.
Ni yo lo creo. En el tiempo infinito
dos veces no se da la misma cosa.
Nuestra oportunidad nula sería.
Todavía puedo sostener tu mano.
Te inclinas sobre mí por ver si duermo.
Pero al final lo oscuro va a tragarse
nuestros rasgos. Entonces ya seremos
el uno para el otro como aquellos
que vivieron en siglos diferentes.
Más ajenos que imágenes de hombre
y mujer, que se ignoran uno a otro
mientras cuelgan en vano de la misma 
pared, en el salón de algún castillo
antiguo, donde siempre más espesas
sombras se van colando en la ventana.

 Te encendiste de pronto


en azulada llama ardías,
en vano el viento trato de llevarte,
en vano hizo con polvo del camino
una casi figura convocándote,
tu nunca la seguiste.

Te detuvo tu brújula severa,
ineluctable.

Yo, desde ahora ¿Qué seré sin ti?
Ceniza que se escapa de un balde agujereado,
piltrafa de papel, colgada de una barra,
sombra animal perdiéndose en lo oscuro.

Vendrá un día en que tu y yo nos buscaremos.
Como una ciega, cruzaras el cuarto.
Palparas el sillón, el suelo, la pared.
Tocaras los contornos helados de mi ser,
no sabrás de mi abierta boca muda
que intenta darte un grito.
Luego renuncias. Estas sentada y sola.
Con el estruendo de una tonelada,
del cielo raso cae
un trocito de yeso…

Por darte gusto pretendo creerme
esa historia piadosa
de que hay un asidero en lo inseguro.


Memoria de mi carrera.


No imaginé que todos mis caminos
estuvieran trazados y medidos,
y que un querer ajeno resolviera
todo el temblor de líneas de mi rostro,
que tenga que saltar a cada latigazo
al ver los aros incendiados,
y sin pausa girar sobre la arena,
yo, un animal indomeñable.

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