Calor y ruido de máquinas
Un cierto horror o un asco diminuto,
aguzado: avispas
(las avispas) machacan un corazón de pollo,
frito, seco y con mordidas, pedacito de
corazón (que los gatos
dejaron en el suelo –
Cómo me maltrata el lenguaje
al describir/nombrar, cómo se me impone su
medida)
La ajada migaja se deshace, las avispas –
(o quizá sean moscas que parecen avispas,
¡me toca vengarme!)
zurean sobre la exhausta mesa de madera.
Al brillo del sol luce exhausta.
El despertar confianza, lo que alguna vez
fue su orgullo, pino,
apenas hay rastro de tal presencia.
Mas cómo entonces, al constante fluir de
hojarasca y de viento,
la miga de corazón se deshace, ya casi
polvo,
y abajo en mi corazón se machaca un agudo
horror diminuto, asco acaso.
El tono de las máquinas se mantuvo
impasible, taladraban…
Sutil
Una columna de fuego
semejante a aquella que paseaba
en el espacio entre signos, para indicar
que el espacio no era un sueño;
una columna de fuego proteica.
Una columna de fuego constante.
Que arde sempiterna.
Que no deja de estremecerse.
No deja que el fuego se apague.
Si ocurre, se enfría.
En tal quietud arde por siempre
el alma: columna de fuego,
patente y de manera sostenida,
es decir: en caso de que algo se malogre,
falle el blanco, sucumba, se vaya a pique,
sigue ardiendo a proporción y espíritu
constantes,
de forma discreta como acechan los miedos.
La excitación de costumbre.
Una columna de fuego constante.
Con toda claridad una sonrisa social.
Y cuando el oro se le desprende
llamean los pavores en orfandad.
Por ejemplo
Una pieza de azulejo de un verde como
estruendo. Era imposible cambiarla.
Era, es, así es. Si todavía es.
Es imposible cambiar nada de eso. Una vez
puesta queda fija.
No se le acepta lo suficiente. Apenas una
ojeada le tolera.
Requiere un ingrediente, cierta dosis de
renuncia,
no fijar en ella la mirada, tener la
certeza que ahí está.
Eso bien haría falta. Tolerancia tangible,
por así decirlo,
mientras no mengüe la atención que se le
pone.
Un estruendo es un fenómeno. Piensa:
estruendo.
Al llegar a Ahrenshoop
Oh, entonces fui a encontrarlo, al mar
Báltico,
al caer la noche, una visita por
compromiso.
Pero entonces, mientras estaba de pie
frente a él, en silencio,
vinieron las olas, no aquellas que veía,
vinieron a un tiempo olas, marejadas
se estrellaban en mi esternón,
inconfundibles
aquellas de hace seis décadas,
que yo —qué edad tenía yo, ¿trece? —
vi por vez primera
frente a ese mar plomizo
cuando tenía unos diez, más niña en el recuerdo.
Débiles, difusas, así las percibía
mas pude distinguir su sentimiento,
no eran repetición.
Conciencia en el pecho.
Marejadas, ellas me habían enseñado a nadar
pues entonces me volcaron por sorpresa
y luego me trajeron de vuelta a la
superficie…
Nada se extravía. Se puede hacer presente,
apenas manifiesto pero inconfundible, en
juventud.
Entonces, míralo. Luego muere contigo.
“Toma nota” 3 – 3/10/12
Tomado de:
https://periodicodepoesia.unam.mx/texto/las-mismas-maniobras-de-siempre/
EN VEINTE AÑOS
me pondré vieja, ¿eh? Es decir, achacosa,
debilucha, tendré lagunas de memoria,
de percepción, más que casuales, sí,
seguro:
sistemáticas, casi.
Los tales agujeros, como apolilladuras,
serán por otro lado, sin embargo,
concentraciones de tejido -pero sólo
agujeros para mí-
indisolubles,
impenetrables nudos. Y yo en medio.
Desde que puedo pensar, un vocerío siempre,
cuando consigo ir a alguna parte, de alguna
parte
(inesperadamente) a alguna parte.
Habré compuesto, hilado, este ir,
de por vida, en un texto,
pluscuamperfectamente.
Así percibiré, con todo, de modo duradero
también,
cada vez más agudo, más rápido que ahora
& de por vida,
lo que, espesado, permanece,
en tanto que yo amenguo.
Amenguo, me paro más y más, de pie, me
pasmo
y se acabó. Me doy la vuelta, ¿igual que
ante puertas cerradas?
Estar ausente, al fin, igual que siglas
de perspectivas que me rebasaron
estando ya en el mundo, de pasado
imperfecto.
Valor de soldado en campaña, resignado a su
sino.
Igual que comadreja, que sea, claramente,
lo mismo que el arroyo: agua
resplandeciente.
No escucharé las cosas indigestas
que se digan. Materia pura, cállate.
Agujeros semánticos, dura traba del ser
(inalcanzables bocados de contrarios).
Sirven,
unidos entre sí, como una jaula
(o sólo los enlaces, sin nudo), y allá
adentro,
metido en un rincón, el pollo intimidado
(y que revolotea, si alguien viene,
con alas recortadas.
Como acosado.)
Como aterrorizado.
Las miradas de la anciana, pequeñas, se
deslizan,
a menudo lo he visto. Así anda errante,
estupefacta,
pues no es ya la perdiz de las estepas.
La ira.
LAS NUBES POR ENCIMA. TAN SÓLO SÉ UNA COSA
Ando junto a la rueda.
La carreta es más alta que yo.
Transporta una elevada carga.
Quedan atrás
fachadas delicadas con el aire.
Rematan los tejados.
Todo se eleva aún más a mi derecha.
Termina entonces, pero a la derecha,
delante,
el castaño se yergue.
Un sendero, en la aldea, una
calle de aldea, nuestra.
La carreta se aleja.
¿El carretero en su pescante?
Mira alegre. Los bueyes miran como bueyes.
Yo miro grave.
Lo mira aquel que viene hacia nosotros.
Tengo ocho años.
El carretero, edad de carretero.
Los bueyes forman parte de los bueyes.
A la derecha, al lado de mis sienes,
el trapecio de tablas del carruaje.
Nada, el huerto, a la izquierda; y a lo
lejos,
donde el huerto termina, la casa familiar.
Voy con la carga.
Mira con picardía el carretero.
Debajo de la gorra con visera,
las pequeñas arrugas eternas de la risa.
Sigo junto a la rueda,
como si fuera yo la que agitara
cuidadosa las riendas.
Es cuanto existe ahora, bajo riendas
aladas. Un dulce vuelo.
Las mismas maniobras de siempre
Un cierto horror o un asco diminuto,
aguzado:
avispas/ (las avispas) machacan un corazón
de
pollo, / frito, seco y con mordidas,
pedacito de
corazón (que los gatos/ dejaron en el suelo
–/
Cómo me maltrata el lenguaje / al describir/
nombrar, cómo se me impone su medida)
La posibilidad verdadera
Uno y el mismo texto (a pesar de los muchos
de tal tipo).
Las mismas maniobras de siempre. Y
despertar emociones
para las mismas maniobras de siempre.
Decirle a la primavera: “la primavera”, al
aire “aire”.
Admirar la piedra (la que cuida una esquina
del muro),
la piedra protectora en el portal. La de
forma de cráneo, la que no tiene boca.
Cómo el ciervo padece en las pezuñas el
frío.
Saber de las orillas del hielo, musgo
eterno, uno por uno,
un diluvio en el violín. Duro cual piedra,
frío como el hielo.
Para ese propósito no, para eso yo no
habría servido.
Tomado de:
https://www.festivaldepoesiademedellin.org/es/Revista/ultimas_ediciones/77_78/erb.html
Sospecha de poema
Recostada en la cama, boca abajo, leo
(me recupero)
(de la disciplina mental).
Me duele un poco el sacro.
Cuando me doy cuenta,
se alza ante mí
alto el arco de un puente.
¿Por qué, pienso, ahora?
?a mi sacro le doy aire…
Debajo hay hierba en la orilla… agua…
Sospecha de poemas.
—cuando escribo poemas. —quizá en otros
casos también, soy la fuente, nada
más— y dado que amo el agua de fuente
ahora, que escribo esto, lo veo
emerger entre las rocas, ¡a su alrededor…! Las pequeñas particiones…, el fondo
oscuro, la claridad, pequeños espejos
circulares, las partecitas del remolino…
14/12/16
Tomado de:
https://opcitpoesia.com/tag/elke-erb/
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