La tumba del soldado
El vencedor ejército la cumbre
salvó de la
montaña,
y en el ya solitario campamento
que de lívida luz la tarde baña,
del negro
terranova,
compañero jovial del regimiento,
resuenan los
aullidos
por los ecos del valle repetidos.
Llora sobre la tumba del soldado,
y bajo aquella cruz de tosco leño
lame el césped aún ensangrentado
y aguarda el fin de tan profundo sueño.
Meses después, los buitres de la sierra
rondaban todavía
el valle, campo de batalla un día;
las cruces de las tumbas ya por tierra...
Ni un recuerdo, ni
un nombre...
¡Oh!, no: sobre la tumba del soldado,
del negro
terranova
cesaron los
aullidos,
mas del noble animal allí han quedado
los huesos sobre el césped esparcidos.
1874
El Cauca
Dedicado al señor J. M.ª Vergara Vergara
Rueda impasible, turbio, perezoso
el Cauca solitario, en su corriente
columpiando al pasar lánguidamente
el triste sauce y el guadual umbroso;
hiende su lomo terso y anchuroso
la frágil balsa de industriosa gente,
o el hijo de sus bosques del Oriente,
rey sibarita del desierto hermoso.
Es imagen de un pueblo que su nombre
lleva orgulloso, de su gloria ufano,
que por el ocio el bienestar desdeña.
Tal la historia será siempre del hombre,
desconocer el bien: ¡pobre el caucano,
sobre lecho de flores duerme y sueña!
Bien hace el hombre en llorar
luego que viene a la tierra,
si supiera dónde nace
nunca los ojos abriera.
No voy a tu granja ya
porque vives tan contenta
y voy a turbar tu dicha
con mis suspiros, Teresa.
Iba, porque junto a ti
olvidado de mis penas,
olvidaba mi humildad,
y olvidabas tu riqueza.
Gustábame verte huir
por la frondosa arboleda,
provocando mis caricias,
desdeñosa y halagüeña.
Vente conmigo a vivir
a las soledades nuestras.
¿Cómo triste viviría
viendo tus ojos de cerca,
pudiendo besar a solas
el ébano de tus trenzas?
¡Ah!, muéstrame siempre así
como entonces, placentera,
entre bruñidos corales
tus dientes de húmedas perlas.
Vuelve a esperarme en el río,
y dime esas cosas tiernas
que en secreto me decías
temblorosa de vergüenza
y a cantar no volveré
por las noches en tu huerta:
«Bien hace el hombre en llorar
luego que viene a la tierra».
Cuando del colegio vino
de figurín a la aldea
ese sobrino del Cura,
que ojalá nunca viniera,
en la granja recogida
estabas siempre y contenta;
pero después te gustaron
más que en antaño las fiestas.
Cubriste para mi mal
tus pies, que las azucenas
humillaban cuando sola
retozabas en las vegas;
en vez de rosas galanas
y perfumadas resedas
pones hoy en tus cabellos
flores falsas y extranjeras.
Yo pensé con azahares
tu frente ceñir, Teresa,
que aunque son menos valiosas
son las flores de mi tierra.
¿Serán mejores los chales
con que tu cintura velas
que el corpiño carmesí
bordado de lentejuelas,
con su falda vagarosa
que nieves y encajes muestra?
No tengo para que montes,
como tu novio, una yegua
blanca como las espumas,
como los vientos ligera;
pero tengo para ti
una cabaña en la sierra,
que formé cerca al raudal
do pasábamos las siestas.
Si en ella a habitar no vienes,
el fuego la hará pavesas
y siempre me oirás decir,
cantando al pie de tus rejas:
«Bien hace el hombre en llorar
luego que viene a la tierra».
Ya no va al puente tu perro
a avisarme que me esperas,
ni tu abuelo por las noches
nos cuenta cosas de guerras,
mientras tu mano en las mías
dejas estrechar risueña...
Ayer me oculté en el soto
de naranjos de tu huerta,
por mirarte así un momento
ya que ni verte me dejan.
¿Por qué estabas pensativa?
¿Por qué las flores no riegas
y dejas que se marchiten?
Así no eras tú con ellas.
¡Cuántas en mi corazón
crecieron con tus promesas!
Tantas, ¡ay!, como murieron
con el desdén que me muestras.
Cuando el último arrebol
bañó con luz macilenta
los movedizos follajes
de las lejanas florestas,
vi dos lágrimas rodar
por tus mejillas, y eran
exprimidas de tu alma
por el amor que desdeñas.
Vi en tu ventana esa noche,
tras de las enredaderas,
a tu lado el colegial
que así mi dicha se lleva,
las manos besar que un tiempo
me abandonabas risueña.
Un juramento mis labios
pronunciaron que si oyeras,
más lágrimas derramaras
que las que mis ojos dejan
vertidas en el follaje
con que tus amores velas,
cuando me alejo cantando
la trova que te atormenta:
«Bien hace el hombre en llorar
luego que viene a la tierra».
Esto cuentan que decía
en su delirio a Teresa
un montañés que la amaba
y que fue criado con ella.
¡Pobre Pedro! En una noche
que bajaba de la sierra,
vio iluminada la granja
y oyó rumor cual de fiesta;
salvó torrentes y abismos
descendiendo hasta la vega,
gemidos y maldiciones
dejando a la noche negra.
Llegó a la granja. En un grupo
de curiosos, en la puerta,
tomó a un hombre por el brazo
diciéndole: - ¿Qué es la fiesta?
-Es que el sobrino del Cura
se ha casado con Teresa.
No brillan así los ojos
del chacal en su caverna,
que sus entrañas heridas
siente por aguda flecha,
como brillaron los ojos
del montañés. Una idea
atravesando su mente
fue al fondo de su conciencia,
cual relámpago que el cielo
cruza en noche de tormenta
para hundirse en lontananza
del farallón tras las crestas.
Tres noches después, dos hombres
en la montuosa ribera
examinaban un cuerpo
cubierto por las arenas:
era un cadáver. Al rostro
le acercaron sus linternas,
y temblaron al mirar
al esposo de Teresa.
Años después, recorriendo
la comarca pintoresca,
patria y sepulcro de un héroe,
terror de huestes iberas,
en un hospital modesto
de la villa que fue aldea,
hallé un hombre encadenado
en una sala desierta.
En su rostro macilento,
sombreado por anchas cejas,
los estragos admiré
de aquellas fiebres intensas
que el corazón carbonizan
y las miradas revelan.
¡Desgraciado!, murmurome.
Sólo un nombre: Pedro era.
Al salir, le oí cantar
aquella estrofa siniestra
que escuchaban sus guardianes
sin comprender su elocuencia:
«Bien hace el hombre en llorar
luego que viene a la tierra.
Si supiera dónde nace,
nunca sus ojos abriera».
1860
día hará un año
Si publico yo letrillas
que aunque tengan siete pelos
en latas de bizcochuelos
andarán por las hornillas;
si tres Marisabidillas,
porque eróticas no son
las ponen de discusión
creyendo que me hacen daño,
tal día hará un año.
Ved qué pulcro y relamido
sale don Rufo a paseo.
¿Quién dirale chocho y feo
si vive tan persuadido?
Se cree brillante partido,
y si no ha pedido a Inés,
porque esta muy niña es;
si se la dan, no es extraño,
tal día hará un año.
¡Pobre Paula! ¿Quién creyera
que los seis lustros mortales
la hallarán en sus cabales
sin que esposo le lloviera?
Si no obstante persevera,
si aguarda por otros dos
en vez de servir a Dios
y la mata un desengaño,
tal día hará un año.
Siempre dice don Perico
cuando el dos pagar no quiero
«mi negocio es el dinero»
le matara y no replico;
mas si luego saca el pico
por cuenta del interés
que había de ganar al mes,
y trago y sudo el engaño,
tal día hará un año.
Al ver con su anciana esposa
al rozagante Camilo
al instante me horripilo
como si viera otra cosa:
ella tísica y celosa
y él tan sin Eva que Adán...
Si algún escándalo dan
en el tranquilo rebaño
tal día hará un año.
Viendo al fin que se rendía
tanto amante al matrimonio
quiso unirse pobre Antonio
a la espléndida María.
Por papá ya se tenía,
mas si luego resultó
que nones le disparó
de hiperbólico tamaño,
tal día hará un año.
Si Cervantes ver pudiera
¡cómo le plagian los hombres!
Diferencias en los nombres,
don Quijotes por doquiera,
sin duda le produjera
deliciosa hilaridad;
y si por esta verdad
me llaman gólgota hogaño,
tal día hará un año.
Si jugando lotería
sentado junto a Francisca
al descuido me pellizca
por alguna bobería,
callo el ambo3 que tenía
y apunto por once al diez;
si se incomoda otra vez
cuando el liso es el escaño,
tal día hará un año.
Me pondera Carolina
aquel pasaje más tierno
de la «Boca del infierno»
que se ha leído la indina.
Si luego a Pepe alucina
con ese aire de pudor
que en su rostro encantador
que en juego pone a su amaño,
tal día hará un año.
Si a Marceliano el tronera4
que parece una ascua de oro
fiole tienda don Teodoro
para ponerle en carrera;
si en el monte el calavera
apunta sin ley ni Dios
veinte cóndores5 a uno
como si fueran de estaño,
tal día hará un año.
Un lustro, ¡suerte tirana!
Cuento de dulce himeneo;
sin embargo, cuando veo
pasar de taco a Mariana
aún me hiere la inhumana
si por verle no sé qué
entre encajes, meto un pie
hasta el tobillo en el caño.
«Tal día hará un año».
1861
Tomado de:
Ricaurte
¡Vedle! Inmóvil, de pie; su frente baña
Resplandor inmortal. Un trono acecha...
Su mano empuña la encendida mecha;
Solo y de muerte herir quiere a la España.
Ellos son y se acercan... ¡Dios no engaña!
Gozosos pisan en tropel la brecha.
Llegan... ¡Y ya no son! Cenizas hecha,
Su hueste al cielo estremecido empaña.
Iberia, así vencida nunca fuiste.
¿Cuándo ofrenda mayor se hizo a la Gloria!
A ti llegó un fragor, un nombre oíste,
Un nombre... y a los héroes de tu historia
Viste cobardes y pequeños viste...
¡Ricaurte, torcedor de tu memoria!
1865
Un mundo por un soneto
– Siéntate junto a mí.
– ¿Más?
– Es preciso.
Pluma, tinta...
– Y papel.
– ¿Sabes qué gano?
– Pues un...
– Sí.
– ¿Quiere, un pie?
– Dame una mano.
– No doy a cuenta nada; se lo aviso.
– Mas siendo yo formal y tan sumiso...
– ¡Mucho, mucho!... Aquí está; todo lo allano.
– ¿Cuándo encerrar en un soneto enano
Tal poema de amor un vate quiso?
– Si en vez de concluir, ¡lelo me mira!
– ¿No son siempre tus ojos mi embeleso?
– ¿Y si sólo a usted ven, por qué suspira?
– Suspiro de placer.
– ¿Será por eso?
– Dame otro instante y...
– ¿Ya?
– ¿No ves, Elvira?
– ¿Concluyó?
– ¡Paga!
– Sí; mi alma...
– ¡Y un beso!
1870
En el album de Mercedes
Mercedes hacen los reyes,
Mercedes sueña el amor,
Mas mercedes como tú...
¡Sólo puede hacerlas Dios!
1880
En las orillas del Mar Caribe
Pequeña es tu grandeza
Ante el dolor eterno de mi alma;
¡Es dulce la amargura de tus ondas
Después de la amargura de mis lágrimas!
Enero 1882
Deméter
“¡Oh tú, Ceres, nodriza de mi alma!”
Esquilo
Envejecido en el dolor, ya quiero
Dormir en tu regazo, vega umbría,
Do el Cali en sus murmullos repetía
Cantos de mi niñez y amor primero.
Sobre la verde falda del otero
De naranjos cercad la tumba mía,
Do arrullos se oigan al morir el día
Y trisque y zumbe el colibrí pampero.
No pongáis los emblemas de la muerte
De mi vida futura en los umbrales;
Ni polvo fue ni en polvo se convierte.
La esencia de los seres inmortales:
Amar es ascender; odio es caída,
Y orbes sin fin, la escala de la vida.
Julio de 1889
Tomado de:
https://www.uexternado.edu.co/wp-content/uploads/2017/01/15-antologia-JorgeIsaacs-1.pdf
Amor eterno
Puso el Creador en tus esquivos ojos
Cuanto bello soñó mi loca mente;
Para saciar la sed de mi alma ardiente
Diole a un ángel mortal tus labios rojos.
El anhelante seno… Los sonrojos
Que el mármol tiñen de tu casta frente,
El blando arrullo de tu voz doliente
Si miras en mi faz sombras o enojos …
¡Amor! Amor ideal de mis delirios,
Eterno amor que el alma presentía,
Galardón de cruelísimos martirios,
Puso en tu virgen corazón el Cielo
Para hacerte en la tierra sólo mía,
En mi existencia luz, gloria y consuelo.
Ten piedad de mí
¡Señor!, si en sus miradas encendiste
Este fuego inmortal que me devora;
Y en su boca fragante y seductora
Sonrisas de tus ángeles pusiste;
Si de tez de azucena la vestiste
Y negros bucles; si su voz canora,
De los sueños de mi alma arrulladora,
Ni a las palomas de tu selva diste;
Perdona el gran dolor de mi agonía
Y déjame también buscar olvido
En las tinieblas de la tumba fría.
Olvidarla en la tierra no he podido.
¿Cómo esperar podré si ya no es mía?
¿Cómo vivir, Señor, si la he perdido?
En la noche callada
Ay! cuántas veces en las lentas horas
De la noche callada, antes que el sueño
Venga á cerrar mis párpados, recorre
Mi memoria tenaz los bellos días
De lloros y de risas infantiles
A que siguieron tan hermosos años!
Sus palabras de amor entonces oigo,
Sus votos de constancia…No cumplidos,
Y vuelvo á ver la luz de esa mirada
Que hundióse en el Ocaso de la vida
Para ya no lucir…Ay! para siempre!
Ay! cuántas veces los amigos caros
Al corazón desde la infancia unidos,
Que ya no existen…Mi memoria evoca,
Y hallo en torno de mí sólo sus tumbas,
A do bajaron, como al soplo frío
Del invierno, las hojas macilentas…
Imagínome entonces que recorro
Un salón de banquete ya desierto,
Do algunas luces oscilando mueren…
Donde se ven aquí y allá dispersas
Las guirnaldas marchitas… Lo han dejado
Todos, excepto yo; y así en la vida
Ay! cuántas veces me contemplo solo!
Las hadas
Soñé vagar por bosques de palmeras
cuyos blondos plumajes, al hundir
su disco el Sol en las lejanas sierras,
cruzaban resplandores de rubí.
Del terso lago se tiñó de rosa
la superficie límpida y azul,
y a sus orillas garzas y palomas
posábanse en los sauces y bambús.
Muda la tarde ante la noche muda
las gasas de su manto recogió;
del indo mar dormido en las espumas
la luna hallóla y a sus pies el sol.
Ven conmigo a vagar bajo las selvas
donde las Hadas templan mi laúd;
ellas me han dicho que conmigo sueñas,
que me harán inmortal si me amas tú.
Tomado de:
No hay comentarios.:
Publicar un comentario