viernes, 5 de febrero de 2016

POEMAS DE ANDRÉS ELOY BLANCO


Blanco
(Venezuela, 1896 - Ciudad de México,1955)

Angelitos negros

¡Ah, mundo! La negra Juana,
¡lo malo que le pasó!
Se le murió su negrito,sí, señor.

Ay, compadrito del alma,
ay, del alma, ¡tan sano que estaba el negro!
Como ella se consumía,
lo medía con su cuerpo.
Se le iba poniendo flaco
como ella se iba poniendo.

Se le murió su negrito,
ay, su negrito. Dios lo tendría dispuesto,
ya lo tendrá colocao
como angelito del cielo.
Desengáñese, compadre,
que no hay angelitos negros.

Pintor de santos de alcoba,
ay, de alcoba, si tienes sangre en el pecho, (1)
¿por qué al pintar en tus cuadros
no te acuerdas de los negros?
Entonces, ¿adónde van,
morenitos de mi pueblo?

Pintor nacido en mi tierra,
oye, en mi tierra, con el pincel extranjero, (2)
pintor que sigues el rumbo
de tantos pintores viejos,
aunque la Virgen sea blanca,
píntame angelitos negros.

No hay un pintor que pintara,
ay, que pintara angelitos de mi pueblo.
Yo quiero angelitos blancos
con angelitos morenos;
ángel de buena familia
no basta para mi cielo.

Si queda un pintor de santos,
oye, de santos, si queda un pintor de cielo, (3)
que haga el cielo de mi tierra
con los tonos de mi pueblo,
con su ángel de perla fina,
con su ángel de medio pelo,

con sus ángeles morenos,
ay, morenos, con sus angelitos blancos, (4)
con sus angelitos indios,
con sus angelitos negros
que vayan comiendo mango
por la barriada del cielo.

Si sabes pintar tu tierra,
oye, tu tierra, si has de pintar tu cielo
como el sol que tuesta blancos,
como el sol que suda negros,
aunque la Virgen sea blanca,
píntame angelitos negros.

INVOCACIÓN AL DIOS DE LAS AGUAS 


Dios submarino, Dios lacustre, Dios fluvial,
uno en el tritón y en la garza
y en la dulce corbeta y el áspero crucero,
Dios del agua, Señor de la Casa de Cristal,
Dios Marinero.
Expresión de agua de tus mil expresiones,
río tendido de Volturno a Cristo,
vuelo del ibis que cruza
del mascarón de Argos
al mastelero de la Santa María, Dios argonauta,
que tiendes a las manos de la Armonía
el río de tu música, largo, como una flauta.
Dios infuso en el lago blanco de la nube
alinderada de azul,
Dios de espuma en el crespo del corderillo,
Dios tormentoso en la melena del león,
Dios zahorí, estancado en la pupila del tigre,
Dios del río de estrellas que de Oriente a Occidente
cruza de noche el cielo, 
Dios del agua combatiente
en el crinado Niágara y el sospechoso Dardanelo:

Tiende la diestra, donde nace el Río
y la zurda, donde desemboca
-en un cristalino arco de Brahma-
tiende el ánfora de las manos,
Señor del Agua, Viejo Comandante,
hacia los manantiales sonoros,
hacia el tibio remanso
del Orinoco de agua beligerante
brotado de tus sienes, sudado de tus poros
en el sábado de tu primer descanso!


LA ÓRBITA DEL AGUA


Vamos a embarcar, amigos,
para el viaje de la gota de agua.
Es una gota, apenas, como el ojo de un pájaro.

Para nosotros no es sino un punto,
una semilla de luz,
una semilla da agua,
la mitad de lágrima de una sonrisa,
pero le cabe el cielo
y sería el naufragio de una hormiga.

Vamos a seguir, amigos,
la órbita de la gota de agua:
De la cresta de un ola
salta, con el vapor de la mañana;
sube a la costa de una nube
insular en el cielo, blanca, como una playa;
viaja hacia el Occidente,
llueve en el pico de una montaña,
abrillanta las hojas,
esmalta los retoños,
rueda en una quebrada,
se sazona en el jugo de las frutas caídas,
brinca en las cataratas,
desemboca en el Río, va corriendo hacia el Este,
corta en dos la sabana,
hace piruetas en los remolinos
y en los anchos remansos se dilata
como la pupila de un gato,
sigue hacia el Este en la marea baja,
llega al mar, a la cresta de su ola
y hemos llegado, amigos... Volveremos mañana


LA PARIMA Y LAS FUENTES 


La Parima es el sueño faraónico
y la piedra de Moisés,
el panal negro de la Hermana,
que el Hermano Francisco no vino a conocer.
Catedral del misterio, Sierra del Sur, ignota,
lengua escondida de la voz del agua,
párpado mal cerrado de Dios, que deja ver 
la hebra azul de una mirada.

Yo soñé para tu Gloria,
río de la Patria,
escribir una palabra esencial
en la hoja de la sabana,
mojando en tus fuentes oscuras
el aguijón celeste de una pluma de garza.
Pero, solo encontré mi sangre,
con su rojo tenuado por la mezcla de las lágrimas.

Sin embargo, te ofrecí venir
¡y en tu camino estoy!
Tu saldrás de tus fuentes: el Dios de la Parima,
el Dios Indio, te abrirá la puerta
de su gran casa oscura; el Viejo Dios
te dejará venir como todos los días
y en tu camino estaré yo...
Tú sales de las manos de tu montaña,
como sale un milagro de la mano de Dios,
como todas las noches, de la jaula del cielo
se escapa y va a los campos el pájaro del Sol.


CASIQUIARE 


Ciudadano venezolano,
Casiquiare es la mano abierta del Orinoco
y el Orinoco es el alma de Venezuela,
que le da al que no pide el agua que le sobra
y al que venga a pedirle, el agua que le queda.
Casiquiare es el símbolo
de ese hombre de mi pueblo
que lo fue dando todo, y al quedarse sin nada
desembocó en la Muerte, grande como el Océano.


ANGOSTURA


En Angostura, el río
se hace delgado y profundo como un secreto,
tiene la intensidad de una idea
que le pone la arruga a la Piedra del Medio.

En Angostura, el agua
tiene la hondura de un concepto
y acaso aquí es el río la sombra de Bolívar,
metáfora del alma que no cabe en el cuerpo.

Ved cómo viene, río abajo
pensad algo en el río sin vallas y sin puertos,
ancho hasta el horizonte,
caluroso como el Desierto.
La barca es un instante en la vida del agua,
una hoja en un árbol, una nota en un trueno,
y en la barca venía la esperanza de América,
un sorbo de hombre apenas, una pluma en un vuelo,
la gota primeriza donde nace
el Orinoco del Ensueño.
Y llegó aquí, a Angostura, en una playa primitiva
atracó la canoa; vedle hundir en el suelo
el tacón fino, con el pinchazo
de la avispa que quiere conocer su avispero;
seguidle, subiendo la cuesta
hacia la ciudad; un revuelo
de campanas anuncia su llegada, las casas 
se endomingaban de banderas y de letreros,
de Soledad arriban canoas con mujeres
como cestas con mangos y mereyes del tiempo.
Angostura gallea su jarifa prestancia
para gustarle al Héroe guapo que tenía los ojos negros.

Y cuando subió la escalera,
hacia la cumbre del Congreso,
y cuando volvió hacia la playa
con la República en el pecho,
¿qué fue, Orinoco, aquella luz
que te encrespó los músculos y te erizó los nervios
y sacudió tus hondas fibras
desde la planta de Maipures hasta el puño de Macareo?
¿No era la Patria acaso? ¿No era la Patria misma?
La patria secular que te nació en tu seno
y vivirá en los siglos, eterna como el Mundo,
porque si un día se nos muere te devolverás del Océano.



CORO DE LAS PROVINCIAS 


Violento de armonía, en el tono de la resaca,
llega el coro de las siete provincias,
siete rostros adolescentes
en las siete ventanas
de las estrellas de la Autonomía.
Cantan. Canta con ellas la niñez de la Patria,
que la primera leche de los labios destila,
baja de las estrellas el primer rubio
que cose en los maizales el botón de la espiga;
danza el coro de las provincias,
en el aula republicana.
Pero danzan sobre la yerba
azul de fantasía,
sobre el cielo de Miranda
horadado de mástiles mientras navega la escuadrilla.

La palabra Guayanesa
no está en el coro de las siete ninfas,
y en ellas invierten el camino del cielo
y hacia el Oriente navegan como las siete cabrillas;
y allí ven el milagro de la Tierra,
de un lado, el oro virgen da una franja amarilla,
hacia el Norte, del otro lado,
las Pampas de Oriente, rojas de Reconquista,
y en la mitad un río azul,
y allí se ven copiadas y en su centro se anidan.
Y así fue como el río su franja del cielo
que preside la danza de las siete provincias.


EVOCACIÓN INDÍGENA 


Subiendo hacia San Félix, donde el río enseña dos dientes,
donde el río enseña, bien cerrados,
los dos puños de Piar exprimiendo la Hazaña,
subiendo hacia San Félix vimos el arco iris
que hacía el arco indio sobre su cuerda de aguas,
Y entonces recordé, amigos,
aquella lección de Historia que leímos en la infancia,
la primera lección de Historia,
en que nuestra leyenda nos inaugura el alma:
Recordad la primera lección:
nos dice que Colón nos descubrió en su tercer viaje
y habla de las corrientes aquellas que detuvieron a Colón.

Simple clase de Historia, clara como una mañana
sencilla como el día de la primera novia,
sueño de las primeras madrugadas,
simple clase de Historia, como un día domingo,
con misa de ocho y ropa almidonada,
clase de Historia que nos cuenta el día
en que venían las carabelas de España,
mientras , ajeno a todo lo que del mar viniera,
para su novia, por los montes, buscaba flores Sorocaima.
Por el estrecho tempestuoso,
las tres carabelas avanzan,
otra vela se iza en las espumas
que abanican las piedras de la costa de Paria,
las tres carabelas vienen
pero del lado de los indios las veinte bocas las aguardan.

Y al enfilar hacia el Océano libre,
una sombra se levanta;
abiertas las piernas sobre el Delta,
aferrado al suelo que sus tesoros guarda,
el Orinoco de sus muslos mojados,
que tiene oro en los pies y el Sol en las espaldas
y la cabeza entre los cielos,
en una mano tiene un arco y con veinte flechas dispara,
y luchan las tres naves por avanzar y en vano
porque en el Delta le rechaza
el viejo indio autónomo
que nació en la Parima y creció en la Guayana,
y tiende el arco indígena, si, tiende el arco iris
y lanza veinte flechas si vuelan veinte garzas...


LA BARCA FUTURA 


Río de las Siete Estrellas,
camino del Libertador,
sangre del Corazón de América,
¡aorta que no sale del corazón!

Río delgado de las fuentes
río colérico de los saltos,
río de las siete estrellas,
que en la Fuente no llenas el hueco de las manos
y luego eres el sueño de un mar sin continencia!

Río brujo, que te pintas de todos los cielos,
Río de La Urbana, planicie pampera,
Río de San Félix, solución de gloria,
Río de Angostura, cauce de la guerra,
Río de Barrancas, Río de pensar
cómo puede haber tanta agua en la Tierra,
Río de nuestra Esperanza,
cuando la Esperanza sea!
Río de nosotros, nuestro espejo mismo,
espejo de esta alma nuestra,
por la cual, incansable como tú de horizontes,
trasudamos en vueltas y revueltas!,P> No he de poner mis manos sobre tu lomo,
no he de pintar tus riberas,
que si en la izquierda tienes el corazón de las ciudades,
en la derecha levantas el brazo de las selvas;
no he de tocar tus aguas, tus millones de gotas,
que son el diezmo de las cumbres para el culto de las praderas,
no he de caminar por tus ondas,
que ya vendrá el Maestro caminando por ellas.

Sólo quiero ensanchar los ojos
hacia el desfile futuro que por tus aguas navega
y hacia el desfile del pasado,
hacia la realidad y la promesa,
hacia la barca de Antonio Díaz
y hacia el hondo sueño en que sueñas
con la proa del acorazado,
como los niños campesinos con su vapor de cuerdas,
con el barco de acero
que avance hacia tus fuentes aureolado de velas
y parada en el tope la paloma del Iris,
abierto el pecho por tus Siete Estrellas...


LA BARCA DEL PASADO 


Y ahora, vuelvo los ojos
hacia la síntesis del Canto,
hacia la barca del Pretérito,
de parda vela y el bauprés sangrado,
tu propia barca, donde tú venías,
piloto de ti mismo, timonel de tu barco,
donde venía la Patria recién nacida,
como Moisés entre sus mimbres, por donde Dios quiso llevarlo.

Caracas fue la cuna
y Angostura la eternidad.
Por los montes andaba la Patria sin bautismo,
cuando llegó a los llanos, curva de caminar,
y entre tus aguas se fundió contigo
y fue contigo un solo llanto y un solo rugido tenaz.
Y bajaste con ella. Te cabalgó. Su trenza
era la espiga del escudo y tú eras el caballo sin paz.

Surcaste las tierras crucificadas
y en Angostura le diste tu agua lustral
y seguiste con ella: ¡allá va la República!
y en las bocas se hace veinte patrias más 
y se asoma a tus veinte labios
cuando se va acercando al mar
y el mar alza en hostias su mejor espuma
y en las veinte bocas te pone sal.

Padre del Agua, Orinoco de las Siete Estrellas:
cayó en tus aguas mi parábola
como un llanto en el fondo de una mano abierta.
Si el mar te bautiza con la sal del mundo,
Río de la Patria de las Siete Estrellas,
mi Parábola desnuda,
mi llanto manado de una herida nueva,
te caiga en el fondo y a la mar se vaya
y en el mar se espume y suba en la niebla
y en la nube viaje
y en la montaña llueva
y salte en la fuente y a tus aguas torne
y arda en el brasero de tus Siete Estrellas...
(Aguas del Orinoco, noviembre de 1927)



A Florinda en invierno

Al hombre mozo que te habló de amores
dijiste ayer, Florinda, que volviera,
porque en las manos te sobraban flores
para reírte de la Primavera.

Llegó el Otoño: cama y cobertores
te dio en su deshojar la enredadera
y vino el hombre que te habló de amores
y nuevamente le dijiste: -Espera.

Y ahora esperas tú, visión remota,
campiña gris, empalizada rota,
ya sin calor el póstumo retoño

que te dejó la enredadera trunca,
porque cuando el amor viene en Otoño,
si le dejamos ir no vuelve nunca.




A un año de tu luz

A un año de tu luz, e iluminado
hasta el final de su latir, por ella,
desanda el viaje el corazón cansado.

De tu voz, de tu mano y de tu huella
retorna a la niñez, donde palpita
sangres de luz tu corazón de estrella.

Vamos los dos a la esperada cita
y parece saltar de mi costado,
santa y clara, tu voz de agua bendita.
Y así al solar de la niñez llegado,
mi corazón, devuelto de tu muerte,
a un año de tu luz, e iluminado.

Luna de Cumaná, para encenderte
la lámpara de arrullo que me duerma
y el postigo de voz que me despierte.

Luna en el pan de la colina yerma,
en el río, en la sabana,
pavón lunar de mariposa enferma;

y luna en el cocal, junto a Chiclana,
donde el recuerdo azul de tus amores
se echa a dormir, como una caravana;

luna para los mapas de colores
que teje la nocturna confidencia
rumbo a la calle de Flor de las Flores

y luna que en tus uvas aquerencia
para miel de aquellas de tu parra
y el limón de las doce de tu ausencia.

Ancha la casa que el poema narra:
blancas mujeres, de azabache el pelo,
hechas al par de hormiga y de cigarra;

buenas para el bautizo y para el duelo,
parejas en el hambre o en la medra,
del sueño canto y del dolor pañuelo.

Galaica flor en castellana piedra:
vaciada al acueducto segoviano
la ría de cantor de Pontevedra

Así te halló el esposo y hortelano,
Doctor para saber cómo se tienta
el pulso al corazón desde la mano.

Así el hogar, señora y cenicienta,
nodriza y enfermera en el manejo
y en el combate al sol, lugartenienta.

Así la lucha y la prisión, espejo
de aquella tierra de recluta y canto,
panal del niño y retamal del viejo.

Y tu niño en la flor del camposanto
y el Esposo en el sol de los caminos
el exilio y el mar: cosas del llanto.

La isla de los lobos peregrinos,
de níspero el sabor, de perla el flanco,
de sal, de sol, de piedra los marinos.

Copia de espuma y ola en el barranco,
de noche y playa, médico y cochero,
el coche negro y el caballo blanco.

Y la Virgen del Valle y el vallero,
perla para los buzos hacia arriba,
madre del mar y de su marinero.

La Isla, como tú, del mar cautiva,
con eso de la sed y de la vela,
siempre llegando y siempre fugitiva.

Dormir allí, bajo tu cantinela
soñar domingos de color de playa
en la semana de color de escuela.

Dormir allí, pescado en la atarraya
de tu labor de estambre y mecedora,
mi sueño, entre las dunas de tu saya.

¡Ay, las hermanas de durazno y mora!
¡Ay, mi hermano de amor y de centella!
¡Ay, mi Padre de luz y tú de aurora!

¡Ay, el claro querer sin la querella!
Tu pan, tu sol, tus ojos, para el día;
para la noche, kerosén y estrella.

Para la noche de ponerte fría,
cuando oíste subir de tus hinojos
el llanto de mi verso que nacía.

Yo en tus rodillas, en la calle abrojos,
en la acera los dos, y una saeta
mi primer verso fue para tus ojos.

Me alzaste en brazos; trémula y coqueta,
fuiste y volviste de la risa al lloro
y empezaste a gritar:   -Tengo un Poeta!

tú quisiste decir: - Tengo un tesoro,
tengo un ovillo de torzal de plata
y una cocina de fogón de oro...

Así la Isla: calles de piñata,
amor de la muñeca y la gaviota,
cartas de sol con lunas de postdata.

Hasta el día en que el mar, gota por gota,
cayó desde las nubes de tu llanto
hasta los pies de tu muñeca rota;

y otro pedazo tuyo al camposanto:
niña del mar, que te prestó la tierra;
tanto te daba y te quitaba tanto.

Y al mar de nuevo, la balandra en guerra.
Y el cabo al tajamar y el salto al valle
del pequeño calvario y la alta sierra.

La ciudad linda, de guirnalda al talle,
el bronce amado y verdugo triste
y el silencio del hombre de la calle.

Y tus manos de bruja artesanía
en el punto cabal de la chaqueta
y en escarpines de juguetería.

(Por eso, tejedora en el poeta,
en la dantesca red de los tercetos
engarzo a ti lazada y cadeneta).

Y el regreso a los hijos y los nietos,
feliz de tus estancias favoritas
y enredada la lengua de alfabetos;

y la puntualidad de tus visitas
a misa de San Juan, por la mañana,
a la capilla de las hermanitas.

Morir, morir... La insustituible hermana
al reino de la nube y de la flecha,
luna descalza, huyó por la ventana.

No fue más que otra deuda satisfecha
en el trueque de savias y de flores
que había entre la tumba y tu cosecha.

Tu casa de San Luis de los Dolores
alzó al lacrimatorio de los pinos
la conciencia de ángel de las flores.

Y tú a sus pies; el odio en los caminos
y tú ofreciendo en el cruzar del fuego
aire de amor a todos los molinos.

Era molerte el alma; el mundo ciego
luchando, y tú, en el centro de la guerra,
sin queja, sin rencor y sin sosiego.

Y al ultimo dolor, tu vida cierra
balance de los hombres de tu entraña:
bajo la tierra, dos, y uno sin tierra.

Al mar de nuevo, a darme en tierra extraña
la valiente mirada que quería
luchar contra la gota en la pestaña.

Después, aquellos hombres de alma fría;
el inhóspito lecho hospitalario,
sobre la tela del cercano cielo,
el encaje final de tu rosario.

Y el regreso al hogar, el negro vuelo:
con las dos alas el avión cortaba
varas de noche para nuestro duelo.

Aldebarán, que nos acompañaba,
las Pléyades y el mar que las refleja
miraron una urna que volaba.

Al final del estambre en tu madeja
se cuajó en tu mirada nebulosa
la última uva de la noche vieja.

Así fue. Y al morir la dolorosa,
un ave negra le llevó al lucero
en el pico ladrón la mariposa.

Fue en un día tres veces agorero;
ese día de un mes, nos ha quedado
como el mejor para decir «Me muero».

Así fue, madre, el fin de tu bordado
como el mejor para decir «Me muero».

Así fue, madre, el fin de tu bordado.
De tus hijas y nietas el gemido
puso a temblar el pino abandonado.

En hombros te llevaba el pueblo herido,
la múltiple cabeza descubierta,
y al pasar por San Luis, tu viejo nido,

el mundo de tu amor salió a la puerta
y el silencio de un hijo que lloraba
metió el pinar en tu cajón de muerta.

Aquí conmigo estás; yo, que soñaba
viajar contigo, tengo en tu retrato
esa sonrisa que te iluminaba.

Y allá estarás, en el taller beato,
para vestir de blancos faldellines
a mi angelito negro y mulato,

para llenar de azules escarpines,
tejidos con celajes de destellos,
la canastilla de los serafines.

Estamos con los hijos y hasta ellos
vemos caer la luz de tu mirada,
peinando con tu nombre sus cabellos.

Tenemos tu sonrisa iluminada;
la voz de tu trisagio y de tu misa
le grita a mi dolor:  -¡No ha muerto nada!

Con bosque y mar, con huracán y brisa,
con esa misma muerte que te encierra,
de la gracia inmortal de tu sonrisa
llenos están los cielos y las tierras.




Ayer vino la paloma...

Ayer vino la paloma
que viene todos los días,
ayer se paró en la reja
y comió de mi comida,
ayer vino hasta mis hierros,
ayer me escuchó tranquila
y digo en el romancillo
las cosas que le decía:

-Paloma, vuelve a los cielos
y mira hacia los tejados;
cuando veas una casa
grande, que tiene tres patios;
el primero con palmeras,
el segundo con mosaicos,
el tercero, un patio grande
con azotea de un lado
y arboleda y gallinero
y olor de jabón pintado,
cuando veas esa casa
verás en el primer patio
cuatro mujeres cosiendo
cuatro mujeres bordando.
Allí llegarás, paloma
y allí bajarás al patio
y caerás en las rodillas
de la del pelo dorado;
después volarás de nuevo
y volverás a mi lado,
y entonces sabré, paloma,
si la del pelo dorado
tiene las manos cosiendo,
tiene los ojos llorando.

Ayer vino la paloma
que viene todos los días,
ayer se paró en mi reja
y comió de mi comida,
ayer vino hasta mis hierros,
ayer hablóme tranquila
y digo en el romancillo
las cosas que me decía:

-Prisionero, fui a los cielos
y miré hacia los tejados
hasta que encontré una casa
grande, que tiene tres patios;
el primero guarnecido
Con zócalo de mosaicos,
lleno de tiestos con flores
y sillas de junco blanco,
con un vitral en el fondo
de vidrios esmerilados;
el segundo, con columnas
y reja de alicatados
y con una enredadera
y unos rosales cargados;
y el tercero con gallinas
y una higuera y unos plátanos
y un hilo con ropa blanca
y olor de jabón pintado.

Allí llegué, prisionero,
y encontré en el primer patio
tres niños con las cabezas
como zagal de retablo.
Y en el segundo encontré
cinco mujeres bordando
cuatro con el pelo negro
y una con el pelo blanco.
Allí llegué, prisionero,
y allí me metí en el patio
y le caí en las rodillas
de aquella del pelo blanco.
Tiene las manos cosiendo,
tiene los ojos llorando.




¿Cuántas estrellas tiene el cielo?

La última noche que pasamos juntos,
lo preguntó:
-¿Cuántas estrellas tiene el cielo?
-Trescientas cincuenta mil.
-¿A que no?
-¿A que sí?

-Cállate. Esta noche
no quiero que preguntes esas cosas.
Esta noche, si quieres preguntar
cuántas estrellas tiene el cielo,
o cualquier otra cosa,
pregunta algo así como ¿me quieres?
¿tienes frío? ¿quién dice que tiene hambre?

Esta noche, pregunta algo que sea
contestado en el mundo sin palabras.
Interroga con toda tu sangre
algo en que toda la vida del mundo
esté preguntando,
algo así como ¿quién llora?
¿hace falta algo?

Y verás como todo hace falta
y sabrás cuántas estrellas tiene el cielo
cuando sepas que el cielo tiene una sola estrella
para cada momento,
porque con una que se pierda
dará un paso de sombra la luz del Universo.




El dulce mal

Vuelvo los ojos a mi propia historia.
Sueños, más sueños y más sueños... gloria,
más gloria... odio... un ruiseñor huyendo...
y asómbrame no ver en toda ella
ni un rasgo, ni un esbozo, ni una huella
del dulce mal con que me estoy muriendo.

Torno a mirar hacia el camino andado...
Mi marcha fue una marcha de soldado,
con paso vencedor, a todo estruendo;
mi alegría una bárbara alegría...
Y en nada está la sombra todavía
del dulce mal con que me estoy muriendo.

Surgió una cumbre frente a mí; quisieron
otros mil coronarla y no pudieron;
sólo yo quedé arriba, sonriendo,
y allí, suelta la voz, tendido el brazo,
nunca sentí ni el leve picotazo,
del dulce mal con que me estoy muriendo.

Volví la frente hacia el más bello ocaso...
Mil bravos se rindieron al fracaso
mas, yo fui vencedor del mal tremendo;
fui gloria empurpurada y vespertina,
sin presentir la marcha clandestina
del dulce mal con que me estoy muriendo.

Fuerzas y potestades me sitiaron
y, prueba sobre prueba, acorralaron
mi fe, que ni la cambio ni la vendo,
y yo les vi marchar con su despecho
feliz, sin presentir nada en mi pecho
del dulce mal con que me estoy muriendo.

Mujeres... por mi gloria y por mis luchas
en muchas partes se me dieron muchas
y en todas partes me dormí queriendo
y en la mañana hacia otro amor seguía,
pero en ninguno el dardo presentía
del dulce mal con que me estoy muriendo.

Y un día fue la torpe circunstancia
de quedarnos a solas en la estancia,
leyendo juntos, sin estar leyendo,
mirarnos en los ojos, sin malicia,
y quedarnos después con la delicia
del dulce mal con que me estoy muriendo.





La mujer de sal

¡Oh, blancura imposible de la Amada imposible!
¡Por todos mis desvelos cruza, como un fantasma,
como un jirón de invierno, su carne sin penumbras,
inverosímilmente blanca!

¡Oh, blancura imposible,
que integra mis delirios y va sobre mi alma,
con la apariencia leve de un sudario
y la verdad de mármol de una lápida!

Si alguna vez la viste, filósofo ambulante,
devanador de calles, enredador de plazas,
tejedor de monólogos, si alguna vez la viste,
di si es verdad que te espantó mirarla.

El resumen de todas las blancuras
en Ella se anidó como una garza,
y fue en sus manos un sopor de ovejas
y fue lienzo de altar en su garganta.

Vibrante, musical y suspendida
sobre la tierra, su blancura se alza
y va floreando sobre el alto cielo
como un arbusto bajo la nevada.

¡Blancura universal, ¡cómo te miro
resumida al mirarla!
¡El blancor de esos días tercamente lluviosos;
las estatuas de mármol recién inauguradas;
el estertor de la pechuga exangüe;
el ruedo que la mar prende a su falda;
la capa voladora del beduino
y sus tiendas errantes, palomar del Sahara;
los caminos ahogados en la arena;
al fondo de los árboles, la pared de una casa;
las tumbas escondidas en la noche;
el cirio iluminando la mortaja;
¡yacente livor del esqueleto
que el cincel del gusano cincelara;
esas frases inéditas, alargadas de aes,
con que los sordomudos desahogan su rabia;
las gotas de azahar sobre las bodas,
y en la Suprema hora de las ansias,
en el instante de aflojar los brazos,
aquel blanco en los ojos de la mujer cansada!

Blancura universal, ¡Cómo te miro
resumida, al mirarte!
El remoto dolor de los pañuelos
que aletean de adioses en la playa;
las velas de cien barcos bajo el sol,
que parece
que un gran lirio se hubiera deshojado
en la rada;
las nubecillas huérfanas que entristecen
los cielos
con la miseria de su buche de agua;
la alegría lustral del primer diente
que en la frescura del pezón se clava
y en la inquietud de una cabeza negra
la aguja cruel de la primera cana;
el alba, cuando bajo los rayos del ordeño
se amanece de leche la penumbra del ánfora;
el pan de trigo antes de entrar al horno;
el lecho albar que está estrenando sábanas
y la cuerda del patio con la ropa
que ponen a secar por la mañana!...

Mucho de amargo y mucho de imposible
tiene, en verdad, la carne de la Amada;
en Ella hay la amargura de esas drogas blanquísimas,
y es imposible como el Himalaya.

Su carne es la Primera Comunión de la Carne,
y tiene lo intocado de las páginas
donde no escribió nadie, porque esperan la mano
que escriba con su sangre la Primera Palabra.

¡Mujer de Nieve, inédita de los llanos polares!
¡Mujer de Sal, como la vieja Estatua!
Cuando duerme, su rostro
se debe confundir con la almohada,
y cuando muere la creerán dormida,
porque después de muerta no podrá ser más pálida.

¡Mujer de Nieve, efigie de la Muerte,
Mujer de Sal, Estatua!
Si has de venir a mí, ven por la senda
más nocturna o más blanca;
así te fundirás en el camino
y yo no te veré hasta la llegada.

Vendrás diciendo una palabra hueca,
con muchas aes y la voz muy baja;
tus dedos azulados palparán las tinieblas,
y un collar de corales, ciñendo tu garganta,
suspenderá hasta el vértice
de mis presentimientos
la evocación de las descabezadas.

Mujer de sal, mujer de nieve, siento
como un largo vacío tu blancura en el alma,
y voy a ti como al abismo el ciego,
aunque presienta que has de ser mañana,
Como la muerte, fría e imposible
y como la mujer de Lot, amarga...






La renuncia

He renunciado a ti. No era posible.
Fueron vapores de la fantasía;
son ficciones que a veces dan a lo inaccesible
una proximidad de lejanía.

Yo me quedé mirando cómo el río se iba
poniendo encinta de la estrella...
Hundí mis manos locas hacia ella
y supe que la estrella estaba arriba...

He renunciado a ti, serenamente,
como renuncia a Dios el delincuente;
he renunciado a ti como el mendigo
que no se deja ver del viejo amigo;
como el que ve partir grandes navíos
con rumbos hacia imposibles y ansiados continentes;
como el perro que apaga sus amorosos bríos
cuando hay un perro grande que le enseña los dientes;
como el marino que renuncia al puerto
y el buque errante que renuncia al faro
y como el ciego junto al libro abierto
y el niño pobre ante el juguete caro.

He renunciado a ti, como renuncia
el loco a la palabra que su boca pronuncia;
como esos granujillas otoñales,
con los ojos extáticos y las manos vacías,
que empañan su renuncia, soplando los cristales
en los escaparates de las confiterías...
He renunciado a ti, y a cada instante
renunciamos un poco de lo que antes quisimos
y al final, cuántas veces el anhelo menguante
pide un pedazo de lo que antes fuimos!

Yo voy hacia mi propio nivel. Ya estoy tranquilo.
Cuando renuncie a todo, seré mi propio dueño;
desbaratando encajes regresaré hasta el hilo.
La renuncia es el viaje de regreso del sueño...





La vaca blanca


De un amor que pasó, como un paisaje
visto del tren, cuando se va de viaje;
de un romance de un mes, en un cobijo
del llano, una mujer me dejó un hijo.

Ella murió, y abrieron una fosa,
y allí metieron el residuo humano,
y una cúpula azul sobre una losa
fue el mausoleo: el cielo sobre el llano.

Y me dejó un pequeño
así de grande y como flor de harina,
con unos ojos como para un sueño
y el laberinto de su lengua china.

Yo vine de muy lejos para verle. Tenía
las pestañas muy largas; me miró fijamente
y me mostró la lengua bajo la calva encía,
con una picardía
de granuja que dice: "Qué me verá esta gente?"

Tuvo hambre. Yo anduve de covacha en covacha
comprándole su leche al niño ajeno;
cada vez que encontraba una muchacha,
con cierta gula le miraba el seno.

Había seis mujeres:
eran cinco doncellas y una vieja arrugada;
eran diez pechos para los placeres
y dos que no servían para nada.

Pasé por el corral y hallé en la puerta
la vaca blanca y su ternera muerta.
Y se vino hacia mí la vaca blanca,
una estrella en la frente y una cruz en el anca...

Mi niño era de nieve; su ternera, de armiño;
por su ternera, yo le di mi niño.

Y era aquel despertar por la mañana,
cuando rompía el sueño
el mugir de la vaca en la ventana,
y el breve ordeñador iba al ordeño.

Y aquella boca en el pezón colgante,
y aquel mirar de vaca, mansamente,
y después, él delante
del testuz, y la vaca le lamía la frente.

Hoy le enterramos. Vino
la fiebre, y en dos días se me fue. En el camino
he encontrado la vaca; por la tierra albariza
se acercaba a lo lejos su dolor de nodriza...

Los dos nos arrimamos, y se puso a mirarme;
en la frente dolida se le avivó el lucero,
y sus remotos ojos parecían hablarme
del dolor que le daba de perder mi ternero.

Y la nodriza y todo
cuanto del llano tuve, se me quedó en el llano...
La vaca me miraba..., me miraba de un modo,
que yo sentí la angustia de tenderle la mano...

 LUNA DE ABRIL

Luna de abril, descotada,

con aguazal circunscrito,

desnuda, con desnudez

pura de pecho con niño.

Luna llena, ubre de vaca,

con lucero becerrillo;

¡qué puro se pone el pecho

cuando se le cuelga el niño!

Esta noche yo no siento

ni sombra de odio por nadie

ni pena de verme preso,

ni ganas de que me quiten

los grillos que me pusieron.

Nada hay más impuro, nada,

que el pecho de las mujeres,

pero no hay nada más puro

ni mejor para mirarlo

que un pecho fuera del pecho

y un niño al lado.


MIEDO

La sombra de una duda sobre mí se levanta

cuando llega el arrullo de tu voz a mi oído;

miedo de conocerte; pero en el miedo hay tanta

pasión, que me parece que ya te he conocido.
Yo adiviné el misterio cantor de tu garganta.

¿Será que lo he soñado? Tal vez lo he presentido:

mujer cuando promete y nido cuando canta;

mentira en la promesa y abandono en el nido.
Quizá no conocernos fuera mejor; yo siento

cerca de ti el asalto de un mal presentimiento

que me pone en los labios una emoción cobarde.
Y si asoma a mis ojos la sed de conocerte,

van a ti mis audacias, mujer extraña y fuerte,

pero el amor me grita: -¡si has llegado muy tarde!...


REGRESO AL MAR


Siempre es el mar donde mejor se quiere,

fue siempre el mar donde mejor te quise;

al amor, como al mar, no hay quien lo alise

ni al mar , como al amor, quien lo modere.

No hay quien como la mar familiarice

ni quien como la ola persevere,

ni el que más diga en lo que vive y muere

nos dice más de lo que el mar nos dice.

Vamos de nuevo al mar; quiero encontrarte

la hora más azul para besarte

y el lugar más allá para quererte,

donde el agua es al par agua y abismo,

en la alta mar, en donde el aire mismo

se da un aire al amor y otro a la muerte.

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