jueves, 18 de febrero de 2016

Poemas de Concha Urquiza


                                         (Morelia, 1910 - Baja California, 1945)



Del Ser Que Alienta Y Del Color Que Brilla 

Del ser que alienta y del color que brilla
me separa tu cálida presencia,
clausurando el sentido en la vehemencia.
de una noche sin fondo y sin orilla.
En ella mi tortuosa pesadilla
te confiere su trágica opulencia,
y tórnase inmortal como una esencia,
siendo que eres trivial como una arcilla.
Te he engendrado en mi lumbre y mi universo,
en tu forma plural he proyectado
la queja vaga y el afán disperso.
Dudando está el espíritu sitiado
si eres mi sangre disculpada en verso
o mi dolor en carne figurado.

 Canciones En El Bosque 

Variaciones de los Cantares
Yo cantaré mi amor contigo a solas
que escuchas en el viento sosegado
sobre los vastos campos de amapolas,
pasando por los montes y collado,
soplando en las corolas encendidas,
acariciando el brote malogrado;
contigo en las veredas escondidas
donde vagan arroyos silenciosos
y están las azucenas florecidas;
contigo en los parajes nemorosos,
donde el cansado corazón se entrega
por los espesos cedros rumorosos
y sombra de dolor el alma niega;
por los ardientes valles dilatados
que el sol calienta, que la lluvia riega,
donde suenan los vientos derramados;
en caminos que suben desde el suelo,
rodeando los montes levantados,
hasta la faz clarísima del cielo;
contigo, Amor, entre las hojas de oro
donde toda la luz detiene el vuelo.
Allí tendré mi canto, allí mi lloro,
allí podré contarte mi desvelo
donde todas las aves forman coro.
*
No más la soledad aborrecida
que el corazón henchía de amargura,
no más dolerse de la paz perdida,
no más el ruido de la turba impura;
ya no en las noches el gemido triste,
el falso amigo, la compaña oscura
El corazón do entero te vertiste
tu camino forzando entre despojos,
y el duro sello de tu amor pusiste,
¿qué puede ya buscar sino tus ojos?
¿qué desear, sino morir contigo
por los caminos de tu sangre rojos?
Si no en ti, ¿dónde gozará de abrigo?
¿ni en qué ricos manjares tendrá halagos
más que en la hartura de tu pan de trigo?
Él cruzará los ondeantes lagos,
y llevándote asido dulcemente
buscará el seno de los montes vagos:
allí estará contigo tiernamente;
allí sabrá decirte que te ama;
se abrazará de ti, como la fuente
por cuyo rostro el cielo se derrama,
se abraza de ese cielo transparente
sobre su asiento de flexible lama.
*
Volvámonos, Amor, y semejante
al cervato en los bosques esparcidos
sobre las altas cumbres, vaga errante
(como vagan los pájaros perdidos,
de sus tiernos hijuelos olvidados,
en tu vuelo suavísimo mecidos).
Huye, Amor, sobre montes y collados;
yo esperaré tu paso, y entre tanto
buscaré los parajes más callados,
en soledad, para ensayar mi canto.
y tendida en praderas deleitosas
donde brota el romero y amaranto,
veré los días de oro, las graciosas
tardes, donde ya brillan los luceros,
y el giro de las noches luminosas.
¡Que vuele la canción por los oteros
y escuchen a la siesta los pastores
los gritos del deseo lastimeros;
y el Austro, desatado entre las flores,
recoja el canto claro y armonía
que responde a la voz de los amores.
Yo desearé tus besos como el día
y diré que tus pechos son mejores
que el vino, dador nuestro de alegría.

 Cancioncillas 

¿A quién contaré mis quejas,
mi lindo amor,
a quién contaré mis quejas
si a voz non?…
Canción popular del s. XV
Amor, corriente escondida
que pechos adentro va,
como un manantial que está
alimentando mi vida;
en turbias aguas perdida
abreva el alma dolor:
si no te la cuento, Amor,
¿a quién contaré mi herida?
Flauta y risa, pan y abrigo,
levanten gritos de guerra;
lágrimas brota la tierra
que amargan la vid y el trigo;
zumo de dardo enemigo
la dulce vida envenena:
¿cómo lloraré mi pena
si no la lloro contigo?
Negras alas han manchado
el claro cielo de estío;
se encrespa el seno del río
de recias olas turbado:
cómo pasaré este vado
sino en tus brazos, amor?
¿Cómo beberé el dolor
si no lo bebo a tu lado?

Arrepentimiento


Por lo que te he ofendido, dulce cariño mío,
quiero ser a tu anhelo cual sería el rocío:
tierna, dócil y humilde como el agua que mana
y se ofrece a las llagas de la miseria humana.

Yo enseñaré a mis manos a ser mansas contigo,
tal como las entrañas sonrosadas del higo,
para que te acaricien con tan suave caricia
como la voz del ave de la blanca novicia.

Yo enseñaré a mis plantas a que pisen tan quedo
como el viento que mueve las hojas del viñedo,
ya mis claros cabellos a quebrarse en tus manos
como frágiles tallos de lirios franciscanos.

Apoyaré mis dedos sobre tu excelsa frente
y será mi caricia sosegada corriente
para que fertilice tu pensamiento bello
y haga brillar tus ojos con singular destello.

Seré quieta y humilde como la arena rubia
y rozaré tus labios como agua de la lluvia
para llenar las horas del dulzor de las vidas,
hasta que tú perdones y para siempre olvides.


Dicha


Mi corazón olvida
y asido de tus pechos se adormece:
eso que fue la vida
se anubla y oscurece
y en un vago horizonte desparece.

De estar tan descuidada
del mal de ayer y de la simple pena,
pienso que tu mirada
-llama pura y serena-
secó del llanto la escondida vena.

En su dicha perdido, 
abandonado a tu dulzura ardiente,
de sí mismo en olvido,
el corazón se siente
una cosa feliz y transparente.

La angustia miserable
batió las alas y torció la senda;
¡oh paz incomparable!
un día deleitable
nos espera a la sombra de tu tienda.

La más cruel amargura
con que quieras herirme soberano,
se henchirá de dulzura
como vino temprano
apurado en el hueco de tu mano.

hiere con saña fuerte
si sólo no desciñes este abrazo,
que aun la faz de la muerte
-con ser tan duro lazo-
pienso que ha de reír en tu regazo.



Invitación al amor


(Ensayo de rima interna)

                                                           Para María del Rosario Oyarzun

Amigo, ten el paso presuroso;
mira este valle umbroso, esta pradera
donde la primavera se derrama
y su sagrada llama va agitando,
el cáliz desatando de las flores
que escondidos amores enardecen.
Mira cómo se mecen en el viento
con leve movimiento rama y nido.
Pon atento el oído al son del agua
donde el paisaje fragua un espejismo,
amándose a sí mismo en ser ajeno.
Gusta el soplo sereno de la brisa,
y la tierna sonrisa de este cielo,
y el misterioso anhelo de las cosas.

Las formas portentosas adivina
que la noche divina engendra y brota,
la música remota de los mundos
los acordes profundos y distantes
que en voces consonantes se responden
allí donde se esconden en el seno
del infinito lleno de fulgores;
los oscuros temblores de la tierra
que la simiente encierra y torna a vida,
y acaso, enardecida con la muerte,
del mismo cuerpo inerte y miserable
el fruto deleitable en sí concibe.

El aullido percibe de la fiera
que de su madriguera en noche oscura
llama con hambre dura su pareja.
Oye cómo se queja la floresta,
y en la selva repuesta y misteriosa
el ave rumorosa, a par de viento,
el grado amarillento al pico lleva
con que la flor renueva, e hinche el tallo.

Y aun los amores callo de que el hombre,
eternizando el nombre del proscrito,
pobló el tiempo infinito de su nada.
Basta que la mirada desenvuelvas
y el ámbito revuelvas de la tierra,
y cuanto el mar encierra, y a ti mismo
-si a tan profundo abismo el pie se atreve-,
luego los ojos mueve a aquella altura
do brilla la hermosura de los astros,
verás de Amor los rastros por doquiera:
Amor es ley primera, suave y fuerte,
ley que vence la muerte, y como ella,
desde la blanca estrella hasta el gusano,
nos lleva de la mano por el mundo.

En esta ley me fundo, caro amigo;
cuando en verdad te digo que no aciertas
en antes querer muertas tus lozanas,
tus briosas, tus galanas primaveras,
y tus flores primeras destruidas,
que no al amor rendidas dulcemente.
No sea que, cruelmente derrocado,
vengas por tierra echado como hiedra
que del muro de piedra no se abraza.

Y si el amor que pasa presuroso
arguyes de engañoso y deleznable,
por otro no mudable Amor lo deja,
donde no tiene queja el tiempo aleve,
ni el olvido se atreve a la mudanza,
y que, firme esperanza y llama fuerte
traspasa las fronteras de la muerte.


Nostalgia de lo presente


Suspiro por las cosas presentísimas,
y no por las que están en lontananza:
por tu amor que me cerca,
tu vida que me abraza,
por la escondida esencia
que por todos mis átomos me embriaga.

Suspiro por el fuego que secreta-
mente consume mi alma,
por la sutil presencia
que el hondo abismo de mi ser alcanza,
sin que fuerza del cielo ni la tierra
pudiesen disiparla.

Nostalgia de lo más presente..., angustia
de no poder captar la luz cercana;
inmenso anhelo del abrazo mismo
que ya va taladrando las entrañas.

¡Oh miserable angustia de buscar lo presente
y morirse de sed mientras los labios
tocan la faz del agua!

Amor, la tierra dulce
ya me va pareciendo tan liviana,
que se desprende de los ojos mudos
desnuda de color y resonancia,
y no encuentra el sentido
línea donde posarse la mirada...
La tierra, amor, la tierra
se ha tornado hace mucho tan liviana,
que sola se desprende de los ojos
hacia un tedioso abismo en la distancia.

Ya los cambiantes lagos de mi pueblo,
las ágiles montañas,
los gloriosos crepúsculos ardientes,
la música olvidada,
el arrullo de aquellos senderillos,
no tienen resonancia,
ni hay dulce faz sobre la faz del mundo
que haga temblar el alma de mi alma.

Una sola presencia es la que anhelo,
y la poseo toda, enmimismada;
un solo amor, y es mío;
un abrazo, y en él estoy atada!
Y en el sentido frío
y el corazón de hielo, se dilata
un mundo desprovisto de sentido,
de luz, color y forma...; y en el alma,
otro desierto helado
donde estás tú..., bajo mi vida exhausta,
que sostienes y alientas,
que iluminas y abrazas,
y angustias con anhelos imposibles,
y que no te conoce... y que te ama!



Romance de la lluvia


                                      ¡Ay, corazón quexoso, cosa desaguisada!
                           ¿Por qué matas el cuerpo do tienes tu morada?
                                                                        Libro de buen amor, 786

Corazón, bajo la lluvia
herido de amor te llevo;
te cerca el campo mojado,
la lluvia te dice versos,
el agua gime al caer
en tus abismos de fuego.
La roja tierra del monte
entreabre el húmedo seno;
en el regazo del valle
ríen los pétalos tersos,
y hacen blanco en el río
las flechas de los luceros.

Bajo la lluvia liviana
herido de amor te llevo;
muchas aguas han llovido
sobre tu herida de fuego;
muchas noches te han cegado,
muchas albas te han envuelto*,
¡tengámonos a gustar*
el dulce llanto del cielo!

Corazón, corazón mío,
descansa bajo mi pecho;
mira cómo se deshojan
las nubes de lento vuelo;
¡cierra la sangrienta boca
y dame un trago de sueño!

Descansa, viajero ardiente,
descansa, ya llegaremos
-allá detrás de la lluvia-
al claro "allá" , de tu anhelo;
ya abrevarán en tu herida
aquellos labios sedientos,
ya templarán tus ardores
aquellos ojos sin tiempo,
ya bajarás al abismo
deleitoso de su pecho,
y anudarás tus latidos
a sus latidos eternos...!

Corazón, bajo la lluvia
herido de amor te llevo:
por los labios de tu herida
silban rimando los vientos,
y el agua gime al caer
en tus abismos de fuego.


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