jueves, 4 de febrero de 2016

POEMAS DE MANUEL MAPLES ARCE



  (México, 1898 - 1981)



PRISMA 



Yo soy un punto muerto en medio de la hora, 
equidistante al grito náufrago de una estrella. 
Un parque de manubrio se engarrota en la sombra, 
y la luna sin cuerda 
me oprime en las vidrieras. 

Margaritas de oro 
deshojadas al viento. 

La ciudad insurrecta de anuncios luminosos 
flota en los almanaques, 
y allá de tarde en tarde, 
por la calle planchada se desangra un eléctrico. 

El insomnio, lo mismo que una enredadera, 
se abraza a los andamios sinoples del telégrafo, 
y mientras que los ruidos descerrajan las puertas, 
la noche ha enflaquecido lamiendo su recuerdo. 

El silencio amarillo suena sobre mis ojos. 
Prismal, diáfana mía, para sentirlo todo! 

Yo departí sus manos, 
pero en aquella hora 
gris de las estaciones, 
sus palabras mojadas se me echaron al cuello, 
y una locomotora 
sedienta de kilómetros la arrancó de mis brazos. 

Hoy suenan sus palabras más heladas que nunca. 
Y la locura de Edison a manos de lluvia! 

El cielo es un obstáculo para el hotel inverso 
refractado en las lunas sombrías de los espejos; 
los violines se suben como la champaña, 
y mientras las orejas sondean la madrugada, 
el invierno huesoso tirita en los percheros. 

Mis nervios se derraman. 

La estrella del recuerdo 

naufragaba en el agua 
del silencio. 

Tú y yo 

Coincidimos 

en la noche terrible, 

meditación temática 
deshojada en jardines. 

Locomotoras, gritos, 
arsenales, telégrafos. 

El amor y la vida 
son hoy sindicalistas, 

y todo se dilata en círculos concéntricos. 




PUERTO 



Llegaron nuestros pasos hasta la borda de la tarde; 
el Atlántico canta debajo de los muelles 
y presiento un reflejo de mujeres 
que sonríen al comercio 
de los países nuevos. 

El humo de los barcos 
desmadeja el paisaje; 
brumosa a travesía 
florecida de pipas. 
¡Oh rubia transeúnte de las zonas marítimas, 
de pronto eres la imagen 
movible del acuario! 

Hay un tráfico ardiente de avenidas 
frente al hotel abanicado de palmeras. 

Te asomas por la celosía 
de las canciones 
al puerto palpitante de motores 
y los colores de la lejanía 
me miran en tus tiernos ojos. 

Entre las enredaderas venenosas 
que enmarañan el sueño 
recojo sus señales amorosas; 
la dicha nos espera 
en el alegre verano de sus besos; 
la arrodilla el océano de caricias, 
y el piano 
es una hamaca en la alameda. 

Se reúne la luna allá en los mástiles, 
y un viento de ceniza 
me arrebata tu nombre; 
la navegación agitada de pañuelos 
y los adioses surcan nuestros pechos, 
y en la débil memoria de todos estos goces 
sólo los pétalos de sus estremecimientos 
perfuman las orillas de la noche.


CANCIÓN DESDE UN AEROPLANO

Estoy a la intemperie
de todas las estéticas;
operador siniestro
de los grandes sistemas,
tengo las manos
llenas
de azules continentes.
Aquí, desde esta borda,
esperaré la caída de las hojas.
La aviación
anticipa sus despojos,
y un puñado de pájaros
defiende su memoria.
Canción
florecida
de las rosas aéreas,
propulsión
entusiasta
de las hélices nuevas,
metáfora inefable despejada de alas.
Cantar
Cantar.
Todo es desde arriba
equilibrado y superior,
y la vida
es el aplauso que resuena
en el hondo latido del avión.
Súbitamente
el corazón
voltea los panoramas inminentes;
todas las calles salen hacia la soledad de los horarios;
subversión
de las perspectivas evidentes;
looping the loop
en el trampolín romántico del cielo,
ejercicio moderno
en el ambiente ingenuo del poema;
la Naturaleza subiendo
el color del firmamento.
Al llegar te entregaré este viaje de sorpresas,
equilibrio perfecto de mi vuelo astronómico;
tú estarás esperándome en el manicomio de la tarde,
así, desvanecida de distancias,
acaso lloras sobre la palabra otoño.
Ciudades del norte
de la América nuestra,
tuya y mía;
New-York,
Chicago,
Baltimore.
Reglamenta el gobierno los colores del día,
puertos tropicales
del Atlántico,
azules litorales
del jardín oceanográfico,
donde se hacen señales
los vapores mercantes;
palmeras emigrantes,
río caníbal de la moda,
primavera, siempre tú, tan esbelta de flores.
País donde los pájaros hicieron sus columpios.
Hojeando tu perfume se marchitan las cosas,
y tú lejanamente sonríes y destellas,
¡oh novia electoral, carrusel de miradas!
lanzaré la candidatura de tu amor
hoy que todo se apoya en tu garganta,
la orquesta del viento y los colores desnudos.
Algo está aconteciendo allá en el corazón.
Las estaciones girando
mientras capitalizo tu nostalgia,
y todo equivocado de sueños y de imágenes;
la victoria alumbra mis sentidos
y laten los signos del zodíaco.
Soledad apretada contra el pecho infinito.
De este lado del tiempo,
sostengo el pulso de mi canto;
tu recuerdo se agranda como un remordimiento,
y el paisaje entreabierto se me cae de las manos.
Poemas interdictos, 1927.

ARS POÉTICA

Hay algo todavía que no debo callar.
Es siempre preferible solamente gustar
a unos cuantos selectos que a mil de lo vulgar.
No busques a la Plebe, no sigas las charangas.
No creas que la poesía es un juego de mangas.
Tampoco el espejo del tiempo en que te ves.
Es lo real absoluto como dijo un romántico.
¿El rosal, la mujer, la estrella de mi cántico
o la viva nostalgia de lo que pudo ser?
Poesía es lo que es.
Son Las flores del mal, de Carlos Baudelaire,
Rimbaud, Nerval, Stéphan Mallarmé,
maestro de la ausencia y el imposible ¿qué?
Cendrars, Apollinaire.
Incluyo a las Españas:
A Jorge Manrique, el de la muerte sentida,
Góngora, Quevedo, quien dijo del Osuna:
“Su tumba son de Flandes las campañas
y su epitafio la sangrienta luna”,
Juan Ramón, andaluz de universal medida,
García Lorca, el gitano, eterno asesinado,
Aleixandre, el Nobel de vendimias extrañas,
el segundo Machado, el del tiempo y la vida.
A México también con Ramón López Velarde,
el primero en Zozobra, sin desdén para tantos
de un afán infinito, cuyo corazón arde
bajo el cielo sediento de pájaros y hechizos
en las altas planicies, y los que nuevos cantos
trajimos de los ríos de viejos paraísos.
La poesía es lo que vive más que una sepultura.
Es la pura excepción. Un soplo de altura.
La flor invulnerable a la espada temida.
El último reducto que nos deja la vida.
Es angustia, horizonte, anhelo del confín.
En «Estrofas para un amigo», 1978, de «Poemas no coleccionados, 1919-1980», La semilla del tiempo, 1981.

EL POETA Y EL CIEGO

Una tarde que en Londres paseaba ociosamente
adosado a una esquina hallé un ciego cantor;
parecía una escultura por su mirar ausente.
Mi socorro en sus manos le puse con fervor.
En sus brazos brezaba un acordeón doliente
de voces quejumbrosas y dolor de arrabal.
Cantó algo parecido a mi vagar trausente,
por el tiempo y los muros de una edad ideal.
¡Cuánto me gustaría que los viejos juglares
cantaran las estrofas de mi viviente afán,
por calles trajinantes de mancillados lares!
Y que siempre se canten en las tardes de duelo,
polvorosas de gente, como en Portobelo,
entre harapos y huesos que al camposanto van.
En «El oro de los días», de «Poemas no coleccionados, 1919-1980», La semilla del tiempo, 1981.

                                       Paroxismo


Camino de otros sueños salimos con la tarde;
una extraña aventura
nos deshojó en la dicha de la carne,
y el corazón fluctúa
entre ella y la desolación del viaje.
En la aglomeración de los andenes
rompieron de pronto los sollozos;
después, toda la noche
debajo de mis sueños,
escucho sus lamentos
y sus ruegos.
El tren es una ráfaga de hierro
que azota el panorama y lo conmueve todo.
Apruo su recuerdo
hasta el fondo
del éxtasis,
y laten en el pecho
los colores lejanos de sus ojos.
Hoy pasaremos junto del otoño
y estarán amarillas las praderas.
¡Me estremezco por ella!
¡Horizontes deshabitados de la ausencia!
Mañana estará todo
nublado de sus lágrimas
y la vida que llega
es débil como un soplo.


                                      Saudade


Estoy solo en el último tramo de la ausencia
y el dolor hace horizonte en mi demencia.
Allá lejos,
el panorama maldito.
¡Yo abandoné la Confederación sonora de su carne!
Sore todo su voz,
hecha pedazos
entre los tubos de la música!
En el jardín interdicto
-azoro unánime-
el auditorio congelado de la luna.
Su recuerdo es sólo una resonancia
entre la arquitectura del insomnio.
¡Dios mío,
tengo las manos llenas de sangre!
Y los aviones,
pájaros de estos climas estéticos,
no escribirán su nombre
en el agua del cielo.

A los obreros de México


I
He aquí mi poema
brutal
y multánime
a la nueva ciudad.
Oh ciudad toda tensa
de cables y de esfuerzos,
sonora toda
de motores y de alas.
Explosión simultánea
de las nuevas teorías,
un poco más allá.
En el plano espacial
De Wirman y de Turner
y un poco más acá
de Maples Arce.
Los pulmones de Rusia
soplan hacia nosotros
el viento de la revolución social.
Los asalta braguetas literarios
nada comprenderán
de esta nueva belleza
sudorosa del siglo,
y las lunas
maduras
que cayeron,
son esta podredumbre
que nos llega
de las atarjeas intelectuales.
He aquí mi poema:
Oh ciudad fuerte
y múltiple,
hecha toda de hierro y de acero.
Los muelles. Las dársenas.
las grúas.
Y la fiebre sexual
de las fábricas.
Vrbe:
Escoltas de tranvías
que recorren las calles subversistas.
Los escaparates asaltan las aceras,
y el sol, saquea Ias avenidas.
Al márgen de los días
tarifados de postes telefónicos
desfilan paisajes momentáneos
por sistemas de tubos ascensores.
Súbitamente,
oh el fogonazo
verde de sus ojos.
Bajo las persianas ingenuas de la hora
pasan los barallones rojos.
El romanticismo caníbal de la música yanke
ha ido haciendo sus nidos en los mástiles.
Oh ciudad internacional.
¿hacia qué remoto meridiano
cortó aquel trasatlántico?
Yo siento que se aleja todo.
Los crepúsculos ajados
flotan entre la mampostería del panorama.
Trenes espectrales que van
hacia allá
lejos, jadeantes de civilizaciones.
La multitud desencajada
chapotea musicalmente en las calles.
Y ahora, los burgueses ladrones, se echarán a temblar
por los caudales
que robaron al pueblo,
pero alguien ocultó bajo sus sueños
el pentagrama espiritual del explosivo.
He aquí mi poema;
Gallardetes de hurras al viento,
cabelleras incendiadas
y mañanas cautivas en los ojos.
Oh ciudad
musical
hecha roda de ritmos mecánicos.
Mañana, quizás.
sólo la lumbre viva de mis versos
alumbrará los horizontes humillados.

II
Esta nueva profundidad del panorama
es una proyección hacia los espejismos interiores
La muchedumbre sonora
hoy rebasa las plazas comunales
y los hurras triunfales
del obregonismo
reverberan al sol de las fachadas.
Oh muchacha romántica
flamarazo de oro.
Tal vez entre mis manos
sólo quedaron los momentos vivos.
Los paisajes vestidos de amarillo
se durmieron detrás de los cristales,
y la ciudad arrebatada,
se ha quedado temblando en los cordajes.
Los aplausos son aquella muralla.
-Dios mío¡
-No temas, es la ola romántica de las multitudes.
Después, sobre los desbordes del silencio,
la noche tarahumara irá creciendo.
Apaga tus vidrieras
Entre la maquinaria del insomnio
La lujuria, son millones de ojos
que se untan en la carne.
Un pájaro de acero
ha emprorado su norte hacia una estrella
El puerto:
lejanías incendiadas.
el humo de las fábricas.
Sobre los tendederos de la música
se asolea su recuerdo.
Un adios trasatlántico saltó desde la borda
Los motores cantan
sobre el panorama muerto.
III

La tarde, acribillada de ventanas
flota sobre los hilos del teléfono,
y entre los atravesaños
inversos de la hora
se cuelgan los dioses de las máquinas.
Su juventud maravillosa
estalló una mañana
entre mis dedos.
y en el agua vacía
de los espejos,
naufragaron los rostros olvidados.
Oh la pobre ciudad sindicalista
andamiada
de hurras y de gritos.
Los obreros,
son rojos
y amarillos.
Hay un florecimiento de pistolas
después del trampolín de los discursos,
y mientras los pulmones
del viento
se supuran
perdida en los obscuros pasillos de la música
alguna novia blanca
se deshoja.

IV
Entre los matorrales del silencio
la obscuridad lame la sangre del crepúsculo .
Las estrellas caídas.
son pájaros muertos
en el agua sin sueño
del espejo
y las artillerías
sonoras del atlántico
se apagaron,
al fin,
en la distancia.
Sobre la arboladura del otoño.
sopla un viento nocturno:
es el viento de Rusia,
de las grandes tragedias;
y el jardín
amarillo,
se va a pique en la sombra.
Súbito, su recuerdo
chisporrotea en los interiores apagados.
Sus palabras de oro
criban en mi memoria.
Los ríos de blusas azules
desbordan las esclusas de las fábricas,
y los árboles agitadores
manotean sus discursos en la acera.
Los huelguistas se arrojan
pedradas y denuestos,
y la vida, es una tumultuosa
conversión hacia la izquierda.
Al margen de la almohada
la noche, es un despeñadero;
y el insomnio
se ha quedado escarbando en mi cerebro.
¿De quién son esas voces
que sobre nadan en la sombra?
Y estos trenes que aullan
hacia los horizontes devastados
Las soldados
dormirán esta noche en el infierno
Dios mío,
y de todo este desastre
sólo unos cuantos pedazos
blancos,
de su recuerdo,
se me han quedado entre las manos

V
Las hordas salvajes de la noche
se echaron sobre la ciudad amedrentada.
La bahía
florecida,
de mástiles y lunas,
se derrama
sobre la partitura.
ingenua de sus manos,
y el grito, lejano
de un vapor,
hacia los mares nórdicos.
Adiós
al continente naufragado.
Entre los hilos de su nombre
se quedaron las plumas de los pájaros.
Pobre Celia María Dolores;
el panorama está dentro de nosotros.
Bajo los hachazos del silencio
las arquitecturas de hierro se devastan.
Hay oleadas de sangre y nubarrones de odio.
Desolación
Los discursos marihuanos
de los diputados
salpicaron de mierda su recuerdo.
pero,
sobre las multitudes de mi alma
se ha despeñado su ternura.
Ocotlán
allá lejos.
Voces
Los impactos picotean sobre
las trincheras.
La lujuria, apedreó toda la noche,
los balcones a oscuras de una virginidad.
La metralla
hace saltar pedazos del silencio.
Las calles
sonoras y desiertas,
son ríos de sombra
que van a dar al mar,
y el cielo, deshilachado,
es la nueva
bandera,
que flamea.
sobre la ciudad.

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