viernes, 12 de febrero de 2016

POEMAS DE PHILIP LARKIN

                                             
                  (Inglaterra, 1922- 1985)

    Un estudio de hábitos de lectura

    Cuando meter la nariz en un libro
    curaba la mayoría de las cosas que no se dan en la escuela
    valía la pena arruinarme los ojos
    para saber que aún podía mantenerme calmo,
    e infligir el antiguo gancho de derecha
    a los tipos sucios el doble de mi tamaño.

    Más tarde, con anteojos del grosor de una pulgada
    el mal era precisamente mi diversión
    yo y mi capa y mis colmillos
    tuvimos tiempos desgarrantes en la oscuridad.
    ¡Las de mujeres que entretuve con el sexo!
    Las partía como merengues.

    No leo mucho ahora: el fulano
    que frustra a la chica antes
    de que llegue el héroe, el tipo
    cagón y dueño de la tienda
    parecen excesivamente familiares. Que se hagan hervir:
    los libros son un montón de bosta.


    Prestatyn soleado

    Vení a Prestatyn soleado
    reía la chica del póster,
    arrodillada en la arena
    en blanco y tieso satén.
    Detrás de ella, un buen pedazo
    de costa; un hotel con palmeras
    parecía expandirse desde sus muslos
    y brazos abiertos que alzaban sus pechos. 

    Fue golpeada un día de marzo.
    Hace unas semanas, y su cara
    quedó desdentada y bizca;
    enormes tetas y una entrepierna fisurada
    fueron buenos blancos, y el espacio
    entre sus piernas contuvo garabatos
    que la ponían limpiamente a horcajadas
    de una verga tuberosa y un par de huevos 

    autografiados Titch Thomas. mientras
    que alguien había usado un cuchillo
    o algo para tajear justo a través
    de los labios y los bigotes de su sonrisa.
    Era demasiado buena para esta vida.
    Muy pronto, un gran desgarro atravesado
    dejó sólo una mano y algo de azul.
    Ahora se lee: Luchemos contra el cáncer.


    Condolencia en blanco mayor


    Echo cuatro cubos de hielo
    que repican en el vaso,
    agrego tres chorritos de ginebra,
    una rodaja de limón
    y dejo que las diez onzas de tónica
    se mezclen espumosamente hasta el borde.
    Entonces alzo mi vaso en solitario brindis:
    Él dedicó su vida a los demás.

    Mientras otros usaron como ropas
    a los seres humanos en su vida,
    yo me avoqué a llevarles, a quienes pude,
    la extraviada...
    No funcionó para ellos, tampoco para mí,
    pero así, toda inquietud estuvo más próxima
    (o así lo creímos) al gran desvelo
    que de habernos equivocado separados.

    Un tipo decente, realmente de buena estirpe,
    muy recto, uno de los mejores,
    recio como un ladrillo, un as, buen compañero,
    cabeza y hombros por sobre los demás;
    ¿cuántas vidas habrían sido más insípidas
    de no haber estado él aquí entre nosotros?
    Salud por el hombre más blanco que conozco.

    Aunque el blanco no sea mi color favorito.

    Olvidar lo pasado


    Detener lo cotidiano
    era aturdir la memoria,
    partir desde la nada.

    Algo ya no cicatrizado
    por tales palabras, por tales acciones
    como un desolado despertar.

    Deseaba terminarlos,
    apuré el entierro
    y volví la vista

    como guerras e inviernos
    extraviados tras las ventanas
    de una opaca niñez.

    ¿Y las páginas vacías?
    Debería llenarlas
    con observaciones

    de celestes repeticiones,
    el día que brotan las flores
    el día que los pájaros se van.

    Los viejos tontos


    ¿Qué creerán que ha pasado, los viejos tontos,
    que los ha dejado así? ¿Acaso supondrán 
    que se es más maduro cuando la boca cuelga abierta y babea,
    y se anda uno meando solo y no se puede recordar 
    quién llamó esta mañana? ¿O que, si lo quisieran, 
    podrían alterar las cosas y volver a la época cuando bailaban la noche entera,
    o iban a sus bodas, o tiraban las manos algún septiembre?
    ¿o se imaginarán que realmente no ha habido cambio alguno,
    y que siempre se habrían manejado como si fueran tiesos y tullidos,
    o sentados a través de días de fina y continua ensoñación 
    mirando el movimiento de la luz? Y si no es así (y no pueden), es extraño:
    ¿Por qué no lloran?

    Cuando mueres, te rompes: los pedazos que eras
    comienzan a separarse velozmente los unos de los otros para siempre
    y nadie lo ve. Es sólo el olvido, es cierto:
    antes ya lo conocimos, pero entonces se estaba terminando,
    y se hallaba todo el tiempo unido a la empresa 
    de hacer brotar la flor de mil pétalos de estar aquí. La próxima vez no puede fingir
    que habrá algo. Y estos son los primeros signos:
    No saber cómo, no escuchar quién, el poder
    de elegir terminado. Su aspecto muestra que están para eso:
    pelo ceniciento, manos de batracio, caras de pasa...
    ¿Cómo pueden ignorarlo?

    Quizás ser viejo consiste en tener habitaciones iluminadas
    dentro de tu cabeza, y gente en ellas, actuando.
    Gente que conoces, sin poder nombrarla; apareciendo cada una
    desde puertas entornadas como una honda pérdida restaurada,
    depositando una lámpara, sonriendo desde una escalera,
    extrayendo un libro conocido desde el estante; o a veces
    sólo las habitaciones, las sillas y el fuego encendido,
    el aplastado arbusto en la ventana, o la tenue amistad del sol
    en el muro cierta solitaria tarde de mediados de verano
    después de la lluvia. Allí es donde viven:
    No aquí ni ahora, sino donde todo ocurrió alguna vez.
    Por eso es que tienen

    un aire de confusa ausencia, intentando estar allí
    aunque permaneciendo aquí. Extendiéndose por las habitaciones,
    dejando una incompetente frialdad, el constante esfuerzo de respirar
    y ellos inclinándose ante el monte de la extinción., los viejos tontos, no percibiendo nunca 
    cuán cerca está. Esto debe ser lo que los mantiene quietos:
    Aquel monte que nunca perdemos de vista dondequiera que vayamos
    ya es para ellos un elevada cuesta. Pueden acaso decir qué los está retrasando
    y cómo terminará. ¿No por la noche?

    ¿Ni cuando llegan extraños? 
    ¿Jamás, a lo largo de toda esta espantosa inversión de la infancia? 
    Pues bien, ya lo averiguaremos.


    Piel


    Obediente vestido de diario,
    no siempre eres capaz de mantener
    esa superficie joven e infalsificable.
    Debes memorizar tus arrugas:
    cólera, diversión, sueño;
    esas pocas y repelentes señales

    que delatan ese viento constante
    y cargado de arena: el tiempo;
    has de volverte gruesa, convertirte
    en una vieja bolsa
    que lleva un nombre gastado.
    Resécate entonces; sé áspera; pellejo;

    y perdóname por no haber
    encontrado, cuando eras nueva,
    ninguna hermosa fiesta
    en la que lucirte,
    tal como corresponde a la ropa
    hasta que la moda cambia.

    Los grandes almacenes


    Los grandes almacenes que venden ropas baratas
    ordenadas sencillamente por tallas
    (Punto, Ropa de Verano, Medias,
    en tostados y grises, marrones y azules)
    evocan el mundo de lunes a viernes de aquellos

    que salen al alba de sus casitas pareadas
    para fichar en fábrica, taller u obra.
    Pero más allá de las pilas de camisas y pantalones
    se extienden los puestos de Todo para la Noche:
    bodies y minisaltos de cama de nailon

    bordeados a máquina, finos como blusas,
    color limón, zafiro, verde musgo, rosa,
    se pavonean en grupo. Suponer
    que comparten ese otro mundo, pensar que en él
    hay algo comparable a esas prendas, demuestra

    lo distinto y lo enigmático que es el amor,
    o las mujeres, lo que hacen,
    o parecen ser en nuestros juveniles
    e irreales deseos: sintéticas, nuevas
    y artificiosas en sus éxtasis.

    ALBADA

    Trabajo todo el día, y por las noches me emborracho.
    Me despierto a las cuatro en una oscuridad callada, y miro.
    Los bordes de las cortinas no tardarán en iluminarse.
    Hasta entonces veo lo que siempre ha estado ahí:
    La muerte infatigable, ahora un día entero más cerca,
    Que borra todo pensamiento excepto
    Cómo y dónde y cuando moriré.
    Árida interrogación: no obstante el temor
    De morir, y estar muerto,
    Centellea de nuevo, te posee, te aterra.

    La mente se queda en blanco ante el resplandor. No
    Por remordimiento –el bien no hecho, el amor no dado,
    El tiempo desperciado- ni con tristeza porque
    Una vida pueda tardar tanto en superar
    Sus malos inicios, y quizá nunca lo consiga;
    Sino ante la total y perpetua vacuidad,
    La segura extinción hacia la que viajamos
    Y en la que nos perderemos para siempre. No estar
    Aquí, no estar en ninguna parte,
    Y pronto; nada más terrible, nada más cierto.

    Es un miedo concreto que ningún truco
    Disipa. Antes lo hacía la religión,
    Ese vasto brocado musical apolillado
    Creado para fingir que no morimos nunca.
    Y ese capcioso discurso que dice Ningún ser racional
    Puede temer lo que no sentirá, no ver
    Que eso es lo que tememos: ni vista, ni oído,
    Ni tacto ni sabor ni olor, nada con que pensar,
    Nada que amar ni a lo que estar ligado,
    El anestésico del que nadie despierta.

    Y así permanece al borde de la visión,
    Una pequeña mancha desenfocada, un escalofrío
    Permanente que deja todo impulso en indecisión.
    Hay muchas cosas que quizá nunca ocurran; esta sí,
    Y el comprenderlo es un rugido
    De miedo al creamtorio cuando nos pilla
    Sin nadie y sin bebida. El valor no sirve:
    Significa no asustar a los demás. Tener coraje
    No te salva del último viaje.
    Igual muere el llorón que el fanfarrón.

    Lentamente se hace de día, y la habitación cobra forma.
    Es evidente como un guardarropa, lo que sabemos,
    Lo que hemos sabido siempre, sabemos que no podemos escapar,
    Pero no lo aceptamos. Algo tendrá que desaparecer.
    Mientras tanto los teléfonos se agazapan, dispuestos a sonar
    En oficinas cerradas, y todo este mundo indiferente,
    Intrincado y de alquiler comienza a despertar.
    El cielo es blanco como arcilla, sin sol.
    Hay trabajo que hacer.
    Los carteros, como los médicos, van de casa en casa.

    LA VIDA CON UN AGUJERO

    Cuando echo la cabeza hacia atrás y aúllo
    La gente (sobre todo las mujeres) dice
    Pero siempre has hecho lo que has querido,
    Siempre has ido a la tuya:
    Una rematadamente vil y sucia
    Inversión de la realidad.
    Lo que quieren decir esos estúpidos
    Es que nunca he hecho lo que no he querido.

    Así que el capullo enclaustrado en el castillo
    Que escribe sus quinientas palabras y luego
    Divide el resto del día
    Entre la piscina, la botella y los pajaritos
    Me queda más lejos que nunca, pero también
    El maestrillo pelagatos con gafitas
    (seis críos y la mujer preñada,
    Y los padres de ella al caer)…

    La vida es una lucha inmóvil, trabada
    Y a tres bandas entre tus deseos,
    Lo que el mundo te desea a ti y (peor aún)
    La imbatible y lenta máquina
    Que te da lo que vas a conseguir. Neutralizados,
    Luchan alrededor de un punto muerto y hueco
    De obligaciones, miedos y caras.
    Los días se filtran sin tregua a través de él. Los años.

    EL CORTACÉSPED

    El cortacésped se atascó, dos veces, me arrodillé
    Y encontré un erizo entre las cuchillas,
    Muerto. Estaba entre las hierbas altas.

    Lo había visto antes, y hasta le había dado de comer,
    Una vez. Ahora había destrozado su discreta existencia
    Sin remedio. Enterrarlo no me ayudó:

    A la mañana siguiente yo me levanté y él no.
    El primer día después de una muerte, la nueva ausencia
    Es siempre lo mismo; deberíamos cuidar

    Unos de otros, deberíamos mostrar amabilidad
    Mientras aún haya posibilidad.

    QUERIDO CHARLES, MI MUSA, DORMIDA O MUERTA

    Querido Charles, Mi Musa, dormida o muerta,
    Te ofrece estos ripios desde mi puerta
    En el gélido norte del país, con saludos afectuosos
    Para el veinticuatro del afortunado agosto, el más gozoso
    Para todos de los meses del año
    Igual que lo fue para ese romano de antaño;
    Pues eres leo, igual que yo
    (¿Es que no te resulta confortador
    Ser tan altivo, egoísta, poderoso y vital?
    ¿O crees que lo han interpretado mal?)
    Y que sus horas doradas presagien
    Que durante muchos años te agasajen.

    Creo que pocas cosas me entristecen tanto
    Como el que nuestros cumpleaños se vayan olvidando.
    Los regalos y las fiestas desaparecen,
    Y años tras año las tarjetas decrecen,
    Hasta que al llegar a los sesenta y cinco,
    ¿a quién le importa si estás muerto o vivo?
    ¡Pero, CHARLES, tú tranquilo! Pues tu manera de ser
    Crea amistades que no han de perecer,
    Y todo lo que escribes también; con tu verdad y sensatez
    Contamos para pararles los pies
    A los modernos y a los chalados,
    A los estúpidos y a los directamente malvados.
    Espero que pases un día excepcional
    Aclamado por las gaviotas en su revolotear
    Y los gritos de las focas, ágiles y perezosas
    (mi idea de Cornualles es bastante borrosa),
    Y los humanos que no lo consideren pecado moral
    Que cojan una castaña monumental.

    Aunque hago un esfuerzo extraordinario
    Para que esto parezca una tarjeta de aniversario,
    Ya no doy para más: no eches a faltar
    Todo lo que te queremos comunicar:
    Admiración y también amistad
    Con la esperanza de que el futuro te traerá
    Cada vez más prosperidad.

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