viernes, 24 de marzo de 2017

6 POEMAS DE EMILE VERHAEREN

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(21 de mayo de 1855, Sint-Amands, Bélgica - 27 de noviembre de 1916, Ruan, Francia)

“El bello jardín de las llamas”

El jardín de las llamas
no es más que un doble espejo
que por la noche cristaliza
en oro, un silencio blanco que
desciende hacia el horizonte de
mármol, una inmensa sombra azul
bajo la arboleda, sin viento,
sin aliento, vive, como las
estrellas, a través del aire
translúcido, bajo el polvo
infinito que parece nieve, cerca
de la cobriza luna pálida, en
brillante quietud, es el tiempo de
Dios, donde la mente está embrujada
en pos de la eternidad pura e inmutable
que sucede a la miseria humana.


Tinieblas


La Luna, con su atento y glacial Ojo,
observa al crudo invierno entronizado,
vasto y pálido sobre la tierra yerma;
La Noche se agita en traslúcidos azules;
El Viento, con súbita presencia, nos apuñala.

A lo lejos, sobre el horizonte, danzan
los ondulantes senderos del hielo;
se los ve a la distancia, perforando el llano,
Y las Estrellas de Oro, suspendidas en el éter,
siempre más alto en la Oscuridad,
desgarran cruelmente el azul del cielo.

Los campesinos tiemblan en las planicies de Flandes,
cerca de los brezos, de los antiguos ríos,
y de los grandes Bosques;
entre dos lívidos infinitos, estremeciéndose de frío,
agrupándose junto a las viejas chimeneas,
removiendo las cansadas cenizas.



…Viento

Heather sobre infinitamente larga,
Aquí el viento toca la bocina de noviembre;
El brezo, mucho,
Aquí el viento
¿Cuál es roto y desmembrado,
Con respiraciones pesadas, superando a las ciudades;
Aquí el viento
El viento salvaje de noviembre.Pozos en las granjas,
Cubos de hierro y poleas
Squeak;
Los depósitos de almacenamiento.
Cubos y poleas
Squeak y llorar
Cualquier muerte de su melancolía.La primicia del viento, junto con el agua,
Las hojas de abedul,
El viento salvaje de noviembre;
Mordido viento en las ramas,
nidos de ave;
Viento rejas de hierro
Y un peine de distancia, avalanchas,
Enojado el invierno de edad
Con furia, el viento,
El viento salvaje de noviembre.Lamentable en graneros,
Tragaluces parcheado
Cuelgan los trapos de sus profesiones baratos
Vidrio y papel.
– El viento salvaje de noviembre! –
Cespitosas en su tez morena,
De abajo a arriba, a través del aire,
De arriba a abajo, golpes de rayo,
Cortar el molino negro, siniestro,
El molino negro cortar el viento
Viento,
El viento salvaje de noviembre.

Antiguo cañas en cropetons,
Alrededor de campanarios de la iglesia.
Se agitaron en sus palos;
Los rastrojos de edad y toldos
Ondeando al viento
Salvaje viento de noviembre.
Las cruces en el cementerio cercano,
Los brazos de los muertos son los que se cruzan
Otoño, como un gran vuelo
Plegadas negro contra el suelo.
El viento salvaje de noviembre,
Viento,
¿Se ha reunido el viento,
En el cruce de trescientos carreteras,
El llanto de frío, que sopla desde AHAN,
¿Se ha reunido el viento,
Teme y derrotas;
¿Has visto esa noche,
Cuando se tiró la luna,
Y eso no puede hacer frente,
Todos los pueblos podridos
Gritando como animales,
Bajo la tormenta?
El brezo, mucho,
Aquí el aullido del viento,
Aquí el viento toca la bocina de noviembre.


Los muertos de besos años muertos

Los muertos de besos años muertos
Han puesto su sello en la cara,
Y, bajo el viento sombrío y áspero de la edad,
Muchas rosas entre sus rasgos se desvanecieron.

No puedo ver la boca y los ojos
Brilla como una mañana festiva
Ni lentamente, apoyando la cabeza
En el jardín enorme, negro de su cabello.

Sus amadas manos que permanecen tan dulce
Ya no vienen como antes,
Con la luz a su alcance,
Acaricio la frente, como un amanecer espumas.

Ta carne joven y bella, su carne
Me parece que mis pensamientos,
Ha perdido su frescura de rocío puro,
Y sus brazos ya no son como para despejar las ramas.

Todo cae, ¡ay! y se desvanece cada vez;
Todo ha cambiado, incluso su voz,
Su cuerpo se desplomó como un baluarte,
Para dejar caer las victorias de la juventud.

Pero, sin embargo, mi firme y ferviente corazón te dice:
¿Qué me duelo aburrido y entumecido,
Como sé que nada en el mundo
Nunca moleste a nuestro ser exaltado
Y nuestra alma es demasiado profunda
Para la belleza depende amor Encor.



La edad ha llegado, paso a paso, día a día

La edad ha llegado, paso a paso, día a día,
Poner sus manos en la cara desnuda de nuestro amor
Y sus ojos menos alerta, lo miraron.

Y, en el hermoso jardín que arrugó julio
Flores, hojas vivas y arboledas
Han dejado caer algo de su fuerza ferviente
En el estanque pálido y caminos suaves.
A veces, la marca sol, amargo y celoso,
Una sombra dura alrededor de su luz.

Sin embargo, todavía aquí florece trémières
Que persisten en el dardo a su esplendor,
Y las hermosas estaciones influyen en nuestras vidas
Todas las raíces de nuestros dos corazones
Más que nunca se sumergen sin cumplirse,
Y tensa y se hundirá, en la felicidad.

Oh! estas horas de la tarde embarazada con las rosas
Que se entrelazan alrededor de la hora y el resto
La flor y la mejilla fuego contra su entumecida lado!

Y nada, nada es mejor que sentirse de esta manera,
Encor feliz y claro, después de cuántos años!
Pero si todo lo demás era el destino
Y que ambos, habríamos tenido que sufrir,
– Todavía! – Oh! Me gustaría vivir y morir,
Sin mí para quejarse de un amor obstinado.



La ciudad


Todos los caminos van hacia la ciudad.

Del fondo de las brumas,
Con todos sus pisos de viaje
Hasta el cielo, hacia los más altos pisos
Como de un sueño, ella se exhuma.

Allí,
Son los puentes musculosos de hierro,
Lanzados, a saltos, a través del aire;
Son los bloques y las columnas
Que decoran esfinges y gorgonas,
Son las torres sobre los suburbios,
Son los millones de tejados
Alzando al cielo sus ángulos rectos:
Es la ciudad tentacular,
De pie
Al pie de los llanos y las haciendas.

Las claridades rojas
Que se mueven
Bajo los postes y los grandes mástiles,
Incluso a mediodía, arden aún
Como huevos de púrpura y oro;
El alto sol no se ve:
Boca de luz, cerrada
Por el carbón y la humareda.

Un río de nafta y pez
Sacude los diques de piedra y los pontones de madera;
Los silbidos crudos de los navíos que pasan
Aúllan de miedo en la niebla;
Un farol verde es su mirada
Hacia el océano y los espacios.

Los muelles suenan con los choques de pesados furgones;
Las carretillas chirrían como goznes;
Las balanzas de hierro hacen caer cubos de sombra
Y los deslizan de repente en subsuelos de fuego;
Los puentes se abren por la mitad,
Entre los tupidos mástiles se erigen horcas sombrías
Y letras de cobre inscriben el universo,
Inmensamente, a través
De los tejados, las cornisas y las murallas,
Cara a cara, como en batalla.

Y por todos lados, pasan caballos y ruedas,
Corren los trenes, vuela el esfuerzo,
Hasta las estaciones, alzando, como proas
Inmóviles, de mil en mil, un frontón de oro.
Rieles ramificados ahí descienden bajo tierra
Como pozos y cráteres
Para reaparecer a lo lejos en redes claras de destellos
En el estrépito y la polvareda.
Es la ciudad tentacular.

La calle –y sus remolinos como cables
Anudados alrededor de monumentos–
Huye y regresa en largos enlazamientos;
Y sus masas inextricables,
Las manos locas, los pasos afiebrados,
El odio en los ojos,
Atrapan con los dientes los tiempos que las anticipan.
Al alba, a la tarde, a la noche,
En la prisa, el tumulto, el ruido,
Ellas lanzan hacia el azar la áspera semilla
De su trabajo que la hora se lleva.
Y los mostradores taciturnos y negros
Y los despachos turbios y falsos
Y los bancos golpean las puertas
Con los golpes de viento de la demencia.

A lo largo del río, una luz amortiguada,
Aproblemada y pesada, como un harapo que arde,
De farola en farola retrocede.
La vida con raudales de alcohol es fermentada.
Los bares abren sobre las aceras
Sus tabernáculos de espejos
Donde se contemplan la ebriedad y la batalla;
Un ciego se apoya en la muralla
Y vende luz, en cajas de un centavo,
El derroche y el robo se aparean en su agujero;
La bruma inmensa y rojiza
A veces hasta la mar retrocede y se arremanga
Y es entonces como un gran grito lanzado
Contra el sol y su claridad:
Plazas, bazares, estaciones, mercados,
Exasperan tanto su vasta turbulencia
Que los moribundos buscan en vano el momento de silencio
Que le hace falta a los ojos para cerrarse.

Tal el día –sin embargo, cuando las tardes
Esculpen el firmamento, con sus martillos de ébano,
La ciudad a lo lejos se extiende y domina la llanura
Como una nocturna y colosal esperanza;
Ella surge: deseo, esplendor, obsesión;
Su claridad se proyecta en resplandores hasta los cielos,
Su gas milenario en matorrales de oro se atiza,
Sus rieles son caminos audaces
Hacia la felicidad falaz
Que la fortuna y la fuerza acompañan;
Sus muros se dibujan semejantes a una armada
Y lo que aún viene de ella de bruma y de humo
Llega en llamadas claras a los campos.

Es la ciudad tentacular,
El pulpo ardiente y el osario
Y la carcasa solemne.

Y los caminos de aquí se van al infinito
Hacia ella.



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