martes, 7 de marzo de 2017

POEMAS DE EMILIO PRADOS

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Canción


No es lo que está roto, no, 
el agua que el vaso tiene: 
lo que está roto es el vaso 
y, el agua, al suelo se vierte. 

No es lo que está roto, no 
la luz que sujeta al día: 
lo que está roto es el tiempo 
y en la sombra se desliza. 

No es lo que está roto, no 
la sangre que te levanta: 
lo que está roto es tu cuerpo 
y en el sueño te derramas. 

No es lo que está roto, no, 
la caja del pensamiento: 
lo que está roto es la idea 
que la lleva a lo soberbio. 

No es lo que está roto Dios, 
ni el campo que Él ha creado: 
lo que está roto es el hombre 
que no ve a Dios en su campo.



Canción para los ojos

Lo que yo quiero saber
es dónde estoy...
Dónde estuve,
sé que nunca lo sabré.
Adónde voy ya lo sé...

Dónde estuve,
dónde voy,
dónde estoy
quiero saber,
pues abierto sobre el aire,
muerto, no sabré que, soy vivo,
lo que quise ser.

Hoy lo quisiera yo ver;
no mañana:
¡Hoy!

Cantar del dormido en la yerba

La muerte está conmigo;
mas la muerte es jardín
cerrado, espacio, coto,
silencio amurallado
por la piel de mi cuerpo
donde, inmóvil -almendra
viva, virgen,-, mi luz
contempla y da la imagen
redimida del fuego.

Si he de morir, ya es muerte:
la estrella, la avenida,
el silencio, la noche,
el agua y el amor.

Lo dice así la fuente
y el suspiro.
                             También
mi sangre cuando besa.

Si he de morir: mis labios
vencidos de misterio
ya nada buscan: cantan,
pues no ha de ser mi olvido
la tierra ni el silencio...

Y el jazmín no pregunta
desmayado en la sombra :
-¿Adónde irá el lucero
que mi nieve ha perdido?...

Si ha de morir: su aroma
es muerte; su flor muerte,
como la tierra húmeda
del cerrado jardín
de mi alma, es carne
de la muerte, también:
¡Luz! ¡Fúlgida memoria!
¡Eje de un universo
nuevo, que va a nacer
sin niebla, al fin, de olvidos!

Lo dice así la fuente
y el suspiro.
                           También
mi sangre cuando besa.

Cantar triste

Yo no quería,
no quería haber nacido.

Me senté junto a la fuente
mirando la tarde nueva...

El agua brotaba, lenta.
No quería haber nacido.

Me fui bajo la alameda
a ocultarme en su tristeza.

El viento lloraba en ella.
No quería haber nacido.

Me recliné en una piedra,
por ver la primera estrella...

¡Bella lágrima de estío!
No quería haber nacido.

Me dormí bajo la luna.
¡Qué fina luz de cuchillo!

Me levanté de mi pena...

(Ya estaba en el sueño hundido).

Yo no quería,
no quería haber nacido.


Cerré mi puerta al mundo...

Cerré mi puerta al mundo;
se me perdió la carne por el sueño...
Me quedé, interno, mágico, invisible,
desnudo como un ciego.
Lleno hasta el mismo borde de los ojos,
me iluminé por dentro.
Trémulo, transparente,
me quedé sobre el viento,
igual que un vaso limpio
de agua pura,
como un ángel de vidrio
en un espejo.

Dormido en la yerba


Todos vienen a darme consejo. 
Yo estoy dormido junto a un pozo. 

Todos se acercan y me dicen: 
-La vida se te va, 
y tú te tiendes en la yerba, 
bajo la luz más tenue del crepúsculo, 
atento solamente 
a mirar cómo nace 
el temblor del lucero 
o el pequeño rumor 
del agua, entre los árboles. 

Y tú te tiendes sobre la yerba: 
cuando ya tus cabellos 
comienzan a sentir 
más cerca y fríos que nunca, 
la caricia y el beso 
de la mano constante 
y sueño de la luna. 

Y tú te tiendes sobre la yerba: 
cuando apenas si puedes 
sentir en tu costado 
el húmedo calor 
del grano que germina 
y el amargo crujir 
de la rosa muerta. 

Y tú te tiendes sobre la yerba: 
cuando apenas si el viento 
contiene su rigor, 
al mirar en ruina 
los muros de tu espalda, 
y, el sol, ni se detiene 
a levantar tu sangre del silencio.- 

Todos se acercan y me dicen: 
-Tú duermes en la tierra 
y tu corazón sangra 
y sangra, gota a gota 
ya sin dolor, encima de tu sueño, 
como en lo más oscuro del jardín, en la noche, 
ya sin olor, se muere la violeta.- 
Todos vienen a darme consejo. 
Yo estoy dormido junto a un pozo. 

Sólo, si algún amigo mío 
se acerca, y, sin pregunta 
me da un abrazo entre las sombras: 
lo llevo hasta asomarnos 
al borde, juntos, del abismo, 
y, en sus profundas aguas, 
ver llorar a la luna y su reflejo, 
que más tarde ha de hundirse 
como piedra de oro, 
bajo el otoño frío de la muerte.


El cuerpo en el alba

Ahora sí que ya os miro
cielo, tierra, sol, piedra,
como si viera mi propia carne.

Ya sólo me faltábais en ella
para verme completo,
hombre entero en el mundo
y padre sin semilla 
de la presencia hermosa del futuro.

Antes, el alma vi nacer 
y acudí a salvarla, 
fiel tutor perseguido y doloroso,
pero siempre seguro
de mi mano y su aviso.

Ayudé a la hermosura
y a su felicidad,
aunque nunca dudé que traicionaba
al maestro, al discípulo,
más, si aquel daba forma 
en su libertad 
al pensamiento de lo bello.

Y así vistió su ropa
mi hueso madurado,
tan lleno de dolor y de negrura 
como noche nublada 
sin perfume de flor,
sin lluvia y sin silencio... 

Solo el cumplir mi paso,
aunque por suelo tan arisco,
me daba luz y fuerza en el vivir. 

Mas hoy me abrís los brazos,
cielo, tierra, sol, piedra,
igual que presentí de niño 
que iba a ser la verdad bajo lo eterno.

Hoy siento que mi lengua
confunde su saliva 
con la gota más tierna del rocío
y prolonga sus tactos
fuera de mí, en la yerba
o en la obscura raíz secreta y húmeda. 

Miro mi pensamiento 
llegarme lento como un agua,
no sé desde qué lluvia o lago
o profundas arenas
de fuentes que palpitan
bajo mi corazón ya sostenido por la roca del monte.

Hoy sí, mi piel existe,
mas no ya como límite 
que antes me perseguía, 
sino también como vosotros mismos, 
cielo hermoso y azul,
tierra tendida... 

Ya soy Todo: Unidad
de un cuerpo verdadero.
De ese cuerpo que Dios llamo su cuerpo
y hoy empieza a asentirse
a, sin muerte ni vida, como rosa en presencia constante 
De su verbo acabado y en olvido
De lo que antes pensó aun sin llamarlo
Y temió ser: Demonio de la Nada.

Junto al arroyo


                                          Amanecer.
Caudal del sueño,
lluvia del estío:
¿adónde va
la nube en que has nacido?

Eco del bosque,
corazón del viento:
¿dónde a voz
que te dejó en el cielo?

Rumor el agua
entre los tallos débiles:
¿adónde va
el frescor de tu corriente?

Cuerpo fugaz del hombre,
esbelto junco:
¿dónde olvidó tu sombra
su desnudo?

Belleza, soledad.
contemplación callada:
¿dónde el aroma fiel
de tu palabra?...

(La voz de Dios
resuena contra el tiempo...)
¿Dónde, el amor,
oculta su misterio?


La ciudad


Las numerosas aguas que tu frente circundan
hoy solamente mojan tu dolor y silencio;
ni un reflejo tan sólo la luz pone en tu orilla;
ni una lágrima brota de tu oculta tristeza.

Ciudad, yo he conocido la lumbre de tus barrios,
el fuego estremecido de tus amplios mercados,
el rumor de tus voces junto al sabor del vino,
el cotidiano drama de tus plazas redondas.

Junto con la fatiga que rinde en el trabajo
y atiranta las horas del sueño y de la angustia,
he pisado en tus calles la pasión de tu aurora
y el amor ya despierto por conocer su dicha.

Ahora que estoy lejano, quisiera conocerte,
como dentro del árbol ya conoce la savia
el fruto porque enciende la flor de su destino:
así quiere mi sangre conocer m victoria.

Cuando vine, dejando tan necesariamente
lo que nunca el olvido turbará con su sombra:
mi casa destruida, mi pan abandonado
y el ardor de la muerte ya abrasando tus venas,

¡ay! cómo recordaba los venturosos días
que aun cercanos me daban la bondad de otra suerte :
la hermandad de tus hombres y el calor de los campos
unidos ya en su vuelo con tus veloces máquinas.

La sombra de tus muelles abiertos a la luna
mostraban tus naranjas ya al borde del viaje,
mano a mano del plomo, con el dorado aceite,
el blanquísimo azúcar y la sal del pescado.

Tus más rápidos trenes, rodando por tus huertos,
te robaban las frutas maduras de los árboles;
desterrados, al viento los humos ascendían
de las triunfantes fábricas, a la luz, despeinados.

¡Qué batir en los élitros de tu vida profunda,
tu libertad, tan fácil, ciudad, al fin te abría!
En las fugaces horas que mis ojos te vieron,
aun dentro de la guerra, tu memoria cambiaba
y una nueva sonrisa tus labios encendían
al ajustarse al tiempo por pronunciar tu nombre.

Hoy yo sé que enmudeces sin tránsito perdida
bajo el dolor oscuro de tu triste abandono.
Desiertos tus hogares, arrancadas sus puertas,
al silencio te clavan con soledad de rumba.

Se aprietan en tus sienes tus altas chimeneas,
levantando su olvido por coronar tu muerte.
Desuncido el caballo junto al carro dormita.
Ni una voz se levanta, ni una brizna en el viento.

El motor ya no gira su fecundo engranaje
y la harina parada se ennegrece en la piedra.
En los atardeceres, el farol sin oficio,
paso a paso en la sombra busca refugio al tedio.

Ciudad, ¿qué mundo habitas? ¿En qué cielo padeces?
¿Sin pulsos y sin pájaros de tu suerte te olvidas?
Mira: yo bien conozco las alas del futuro
que sobre ti se cierne prometedor y hermoso,

No busques en tu espalda, que el haberle perdido
quizás más fuertemente haga nacer tu gloria:
roja flor da el granado y al perderse sus pétalos
crece el fruto jugoso que hace curvar la rama.

Pero acaso yo canto y en mi canto me olvido.
¿Sonámbula de angustia ni aun el llanto te mueve?
No, que el tiempo ha pasado y al pisar en tus ojos
levanta tu bandera rebelde de su entraña.

¡Gloria, gloria a ese fuego que en tu sangre se viste!
¡Ciudad, ciudad, espera, que mi canto se nubla!

 

Me asomé, lejos, a un abismo...


Me asomé, lejos, a un abismo... 
(Sobre el espejo que perdí he nacido.) 

Clavé mis manos en mis ojos... 
(Manando estoy en mí desde mi rostro.) 

Tiré mi cuerpo, hueco, al aire... 
(Abren su voz los ojos de mi sangre.) 

Rodé en el llanto de una herida... 
(Nazco en la misma luz que me ilumina.) 

Se coaguló mi llanto en sombra... 
Carne es la luz y el nácar de mi boca.) 

Dentro de mí se hundió mi lengua... 
(Siembro en mi cielo el cuerpo de una estrella.) 

Se pudrió el tiempo en que habitaba... 
(Brota en mi espejo un cielo de dos caras.) 

Huyó mi cuerpo por mi cuerpo... 
(Bebo en el agua limpia de mi espejo.) 

¡A mi existencia uno mi vida! 
(Espejo sin cristal es mi alegría.)


Nuevo amor

Este cuerpo que Dios pone en mis brazos
para enseñarme a andar por el olvido,
no sé ni de quién es.
                                
Al encontrarlo,
un ángel negro, una gigante sombra,
se me acercó a los ojos, y entró en ellos
silencioso y tenaz igual que un río.

Todo lo destruyó con su corriente.
Los íntimos lugares más ocultos
visitó, alborotó; fue levantado,
violento, dulce, atropellado y roto,
a otro mundo en los bordes de mi beso:
única flor aún viva en el espacio,
que en más fecundo ardor cambió la ausencia.
Luego en mi carne abrió sus amplias alas,
clavándome sus plumas bajo el pecho
todo temblor y anuncio de otras dudas...

No sé qué vida, así, podrá encenderme
la entrada de este ángel.
Soy un templo
arruinado, desde que vino a mí:
farol vacío;
como puerta cerrada de lo eterno...

Y lo que fui no sé: quizás lo sepa,
cuando este cuerpo vuelva a abandonarme
y yo vuelva a nacer desde mis labios
despegado al calor que los concibe...

Mas hoy, por fin, he detenido al día
le he destrozado el corazón al tiempo,
aunque dentro de mí como una daga,
siento al ángel crecer, que me atormenta.

Posesión luminosa


Igual que este viento, quiero figura 
de mi calor ser y, despacio, 
entrar donde descanse tu cuerpo del verano; 
irme acercando hasta él sin que me vea; 
llegar, como un pulso abierto latiendo en el aire; 
ser figura del pensamiento mío de ti, 
en su presencia; abierta carne de viento, 
estancia de amor en alma. 

Tú -blando marfil de sueño, nieve de carne, 
quietud de palma, luna en silencio-, 
sentada, dormida en medio de tu cuarto. 
Y yo ir entrando igual que un agua serena, 
inundarte todo el cuerpo hasta cubrirte, y, entero, 
quedarme ya así por dentro como el aire en un farol, 
viéndote temblar, luciendo, brillar en medio de mí, 
encendiéndote en mi cuerpo, 
iluminando mi carne toda ya carne de viento.


Primavera


Cuando era primavera en España:
frente al mar, los espejos
rompían sus barandillas
y el jazmín agrandaba
su diminuta estrella,
hasta cumplir el límite
de su aroma en la noche.

Cuando era primavera.

Cuando era primavera en España:
junto a la orilla de los ríos,
las grandes mariposas de la luna
fecundaban los cuerpos desnudos
de las muchachas
y los nardos crecían silencios
dentro del corazón
hasta taparnos la garganta.
Cuando era primavera.

Cuando era primavera en España:
todas las playas convergían en un anillo
y el mar sonaba entonces,
como el ojo de un pez sobre la arena,
frente a un cielo más limpio
que la paz de una nave, sin viento, en su pupila.
Cuando era primavera.

Cuando era primavera en España:
los olivos temblaban
adormecidos bajo la sangre azul del día,
mientras que el sol rodaba
desde la piel tan limpia de los toros,
al terrón en barbecho
recién movido por la lengua caliente de la azada
Cuando era primavera.

Cuando era primavera en España:
los cerezos en flor
se clavaban de un golpe contra el sueño
y los labios crecían
como la espuma en celo de una aurora,
hasta dejarse nuestro cuerpo a su espalda,
igual que el agua humilde
de un arroyo que empieza.
Cuando era primavera.

Cuando era primavera en España:
todos los hombres olvidaban su muerte
y se tendían confiados, juntos, sobre la tierra
hasta olvidarse el tiempo
y el corazón tan débil por el que ardían.

Cuando era primavera


Cuando era primavera en España:
yo buscaba en el cielo.
yo buscaba
las huellas tan antiguas
de mis primeras lágrimas
y todas las estrellas levantaban mi cuerpo
siempre tendido en una misma arena,
al igual que el perfume, tan lento,
nocturno, de las magnolias.
Cuando era primavera.

Pero, ¡ay!, tan sólo
cuando era primavera en España.
Solamente en España,
antes, cuando era primavera.


Rincón de la sangre


Tan chico el almoraduj
y... ¡cómo huele!
Tan chico.

De noche, bajo el lucero,
tan chico el almoraduj,
y ¡cómo huele!

Y cuando en la tarde llueve,
¡cómo huele !

Y cuando levanta el sol,
tan chico el almoraduj,
¡cómo huele !

Y ahora que del sueño vivo,
¡cómo huele,
tan chico, el almoraduj!
¡Cómo huele!...
Tan chico.

 

Rumor de espejos


El cuerpo en que yo vivía
nunca supo de mi cuerpo.
Nada preguntó por él
y de mí salió sin verlo.

Llegó a una fuente. En sus aguas
vio la flor azul del cielo:
-Di, ¿cómo te llamas, flor?...
-Nombre soy de tu silencio.

Nada entendió. Subió al monte
de la soledad. El viento,
se desnudaba en la cumbre
de Dios, todo su misterio.

-Di, viento: ¿cuál es tu nombre?...
-Nombre soy de tu silencio.
Y dos águilas volaron,
resbalando, hasta mi sueño.

Siguió mi cuerpo tras ellas,
olvidándose en su vuelo,
de sí mismo, y nuevamente
entró en mí, sin yo saberlo.

¿Y está en mí?...  (Busco su nombre;
pero al buscarlo, me pierdo
dentro del mundo que trajo
mi cuerpo hasta mi silencio.)

«¿Lleno de ti mismo estás
y buscas nombre a tu cuerpo?»,
siento que un rumor me canta,
quebrando, en mí, dos reflejos...

Llamo en él y en él estoy.
Salgo de mí y en él entro...

¡Aún no conozco mi nombre
pero sé que lo navego!


Soledad en el alba

¡Ay!, rosa, calla, calla:
ocultémonos juntos
bajo los pies del agua.

¡Ay!, calla, calla, viento :
bajo los pies del monte
dejemos nuestros cuerpos.
            -¿Qué ocurre?
                                            -El sol naciente,
-joya de primavera-
luce sobre lo verde.
             -¿Yel amor?...
                                                -En olvido.
(Como un rumor de sueños
rueda el agua en el río.)

Tránsitos

¡Qué bien te siento bajar!
¡Qué despacio vas entrando,
caliente, viva, en mi cuerpo,
desde ti misma manando
igual que una fuente, ardiendo!
Contigo por ti has llegado
escondida bajo el viento,
-desnuda en él-, y en mis párpados
terminas, doble tu vuelo.
¡Qué caliente estás! Tu brazo
temblando arde ya en mi pecho.
Entera te has derramado
por mis ojos. Ya estás dentro
de mi carne, bajo el árbol
de mis pulsos, en su sombra
bajo el sueño:
¡Entera dentro del sueño!
¡Qué certera en mi descanso
dominas al fin tu reino!
...Pero yo me salvo, salto,
libre fuera de mí, escapo
por mi sangre, me liberto,
y a ti filtrándome mágico,
vuelvo a dejarte en el viento
otra vez sola, buscando
nueva prisión a tu cuerpo.

Vega en calma

Cielo gris. 
suelo rojo... 
De un olivo a otro 
vuela el tordo.
En la tarde hay un sapo 
de ceniza y de oro.
Suelo gris. 
Cielo rojo...
Quedó la luna enredada 
en el olivar.
¡Quedó la luna olvidada!

Ven, méteme mano...

Ven, méteme mano 
por la honda vena oscura de mi carne. 
Dentro, se cuajará tu brazo 
con mi sombra; 
se hará piedra de noche, 
seca raíz de sangre... 

Coagulada la fuente de mi pecho, 
para pedir ayuda 
subirá a mi garganta. 

¡Niégasela si es vida! 
¡Clávame más tu brazo!... 
¡Crúzamelo! 
¡Atraviésame! 

Aunque me cueste el árbol de mi cuerpo, 
condúceme a ti, muerte.

¿Vivo del mar?...


¿Vivo del mar?...
                          (El mar por mí ha nacido
y al sol del mar mi soledad se acoge.)

Canto a la soledad:
Mar de la soledad ¿por qué no brillas?
Mar de tu soledad vive mi cuerpo.
Mi soledad sin piel también te busca.
¡Soledad soy del mar para cantarte!

Tendido en ti, mi soledad, espero
que al sol de ti mi soledad responda.
-Sobre la soledad del mar que vivo
desnudo en soledad, ¿qué mar se esconde?...

Un mar de angustia en soledad se niega
a darle nombre al mar que estoy cantando;
innominado mar que por mí siento
gemir en soledad de mar que ha sido.

Todo mi cuerpo en soledad abierto,
rindo por verle en soledad su nombre...
Barbecho al sol, mojado por la lluvia
de mi llanto, es el tiempo que le doy. 

Antes de ver, mi soledad, la espiga 
verde y granada sobre el mar que enciendes:
del mar que vivo al sol del mar que acoges
sé que debo arrancar el mar que espero.

Soledad: ¿de qué mar de ti ha venido
el mar sin nombre en mi que estoy cantando?:
«¡Soledad soy de ti: mar de tu vida!»,
sola en el mar mi soledad responde.

¿Mar de mi vida, el mar sin mí se llama?
¿Vive la soledad, mar de mi cuerpo,
y espera en mí su nombre inesperado?
¡Tan sólo aguardar fue lo que he vivido!

No soy mar, soledad, no soy tu nombre
y canto en ti mi nombre de esperanza.


NOCTURNO EN LA BAHÍA

(Algeciras, 7 de enero)
El cielo cierra sus conchas
(Tembloroso y sin estrellas
funde el mar toda la sombra...)

Soledad, despierta al hombre
antes que caiga su olvido
sobre el ensueño y lo ahogue...
(Tiempos, 1923-1925).

CERRÉ MI PUERTA AL MUNDO...

Cerré mi puerta al mundo;
se me perdio la carne por el sueño...
Me quedé, interno, mágico, invisible,
desnudo como un ciego.

Lleno hasta el mismo borde de los ojos,
me iluminé por dentro.

Trémulo, transparente,
me quedé sobre el viento,
igual que un vaso limpio
de agua pura,
como un ángel de vidrio
en un espejo.
(Cuerpo perseguido, 1927-1928)

MI CALOR Y TUS OJOS

Mi calor y tus ojos
vuelan ya confundidos.
Tu mano está en mi mano;
el aire ya no encuentra mi camino,
la voz de un niño puede
cambiarme por un pájaro...

¿Está todo cumplido?
(Cuerpo perseguido, 1927-1928)


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