(Panamá, República de la Nueva Granada, 1.° de septiembre de 1831 - Tabio, Cundinamarca, 6 de enero de 1899)
28 DE NOVIEMBRE
Yo no tengo del vate
afortunado
ni el estro, ni la voz,
ni la armonía,
para cantar tus glorias,
¡patria mía!
y tu nombre y tus héroes
bendecir.
Mas si no sé pulsar el
arpa de oro,
ni arde en mi sien el
numen soberano,
yo tengo un corazón
americano,
que sólo por tu amor sabe
latir.
Por esto, al recordar que
destrozaste
el yugo a que un tirano
unció tu frente,
tu mengua olvido en mí
entusiasmo ardiente,
para romper, de gozo, mi
laud,
pero, ¡ay! a mi pesar
viene a mis labios
un recuerdo que traigo en
la memoria,
de esa sangrienta,
criminal historia
de tu pasada, negra
esclavitud.
Aún me parece que te miro
esclava,
aherrojada entre grillos
y cadenas,
y que un eco no
encuentras a tus penas
sino del hierro en el
ingrato son;
que sueñas Libertad! en
tus ensueños;
que gritas ¡Libertad! en
tu agonía,
y que, al nacer, la luz
del claro día
disipa tu esperanza y tu
ilusión!...
Oh!, se eclipsaba el
horizonte hermoso
que el mundo de Colón
miró en su cuna,
y ya sólo, al fulgor de
opaca luna,
contemplaba horroroso el
porvenir,
cuando de pronto se tomó
el gigante,
irguió la frente y
proclamó la guerra,
tronó la tempestad, ardió
la tierra
y dio principio el fiero
combatir...
Larga, tenaz, sangrienta
fue la lucha
que sostuvieron con ardor
los bravos
que en héroes
convirtiéronse, de esclavos,
para legarnos libertad y
Honor;
pero un día ayudó su obra
de gloria
del mismo Dios la
poderosa mano,
y en la frente sañuda del
tirano
rompieron sus cadenas con
furor!
¡Fué una lucha de dioses!
Lucha santa,
do vindicaba un mundo sus
derechos,
que ultrajados miró,
rotos, deshechos
¡en el nombre de Dios y
de la Cruz!...
Mas huyan de mi mente
esos recuerdos
al recuerdo glorioso que
hoy me inflama,
hora que un sol de
libertad derrama
sobre este suelo su
brillante luz.
Y tú, Bolívar. ¡Dios de
la Victoria!
Tú cuyo aliento devolvió
la vida
a esta Patria otro tiempo
envilecida;
tú, que de un mundo
fuiste Redentor,
¿por qué no vienes a
animar tu sombra
y en sus pupilas a
encender el fuego,
hoy que este pueblo, de
entusiasmo ciego,
alza a la Patria cánticos
de amor?...
iAh!, te comprendo,
¡espíritu divino!
Duerme en tí pesaroso un
pensamiento;
cuando un ángel te alzaba
al firmamento,
viste al borde a Colombia
del no ser...
Colombia, la Colombia de
tus sueños,
la que llenara al mundo
con sus glorias,
ya sólo deja plácidas
memorias...
¡mas nunca llegarán a
perecer!...
¡No! Que si un tiempo la
Discordia impía
A pueblos dividió que
eran hermanos,
siempre esos pueblos
fueron colombianos
y a través de los siglos
lo serán.
¡Y si los vieras hoy! ...
¡Si tú los vieras!...
¡Otra vez por Colombia ya
se unieron,
y en su nombre querido se
ofrecieron
que juntos han de ser o
morirán!
Sí, ¡Padre de Colombia!
Ven y mira
las naciones que hiciste
con tu espada,
naciones que sacaste de
la nada
como sacara Dios su
Creación...
¡Ven y míralas hora!...
¡Sonreirías
de orgullo, al contemplar
cuál se engrandecen!
Ven y miralas cuán
gigantes crecen,
y dales otra vez tu
bendición.
Que si no van en busca de
laureles,
hora al campo inmortal de
la victoria,
otros laureles ciegan,
otra gloria,
a la sombra feliz de la
alma Paz.
Ya no hay aquí señores ni
tiranos
contra quienes erguir la
fuerte lanza...
A la horrísona voz de la
venganza
siguió un grito de unión
y de solaz.
Hoy abren estos pueblos a
los pueblos
el que Dios les donó,
suelo fecundo,
y el Mundo de Colón y el
Viejo Mundo
en breve un sólo pueblo
formarán.
Tú acabarás de redención
la obra,
lazo del Orbe, templo del
Océano!
En tí los hombres, Istmo
Americano,
juntos, a Dios adoración
darán.
Panamá,
28 de Noviembre de 1852.
El
Céfiro, No. 7,
Publicado
el 1º de diciembre de 1866.
EL CANTO DEL LLANERO
Nuestros hijos sabrán
nuestras acciones.
Espronceda.
Coro
¡Llaneros, a caballo!
¡Lanza en ristre,
venid al punto a
combatir!... ¡Volad!
¡El pecho ardiente en
fuego de venganza,
vamos a redimir la
Libertad!
¿No véis allí, de polvo
entre esa nube,
hirviente muchedumbre que
se agita?
Piérdese, de ella en la
espantosa grita,
de una mujer la dolorida
voz...
Es de una virgen, cual
ninguna, hermosa,
acosada de canes en
traílla,
que saltan y que hieren
su mejilla,
¡hartos de rabia, con
crueldad feroz!
¡Llaneros, a caballo!...
Rasgada está la túnica
que viste:
desordenado su cabello
ondea:
su pie desnudo, de dolor
flaquea;
requema el llanto su
abatida faz...
Ora logra escapar a las
rechiflas,
y sus lánguidos ojos
torna al cielo:
no halla paz en la
tierra, ni consuelo;
¡a nadie apiada su dolor
tenaz!
¡Llaneros, a caballo!...
Miradla, confundida,
despreciada,
su intensa pena devorando
sola,
cual se ve en el desierto
la amapola
que el viento ha
quebrantado en su furor...
¡Que! ¿nos os conmueven
su afligido rostro,
su dulce voz, sus ayes
lastimeros?...
Oídla demandando a los
Llaneros
¡que la presten su ayuda
y su favor!
¡Llaneros, a caballo!...
¡Vedla! Ya seco el
manantial del llanto,
y en su dolor más bella
todavía,
que no ha logrado la
infernal jauría
¡apagar en su frente el
arrebol!...
¡Esa es la Libertad! La
que bajara
al suelo de los Andes
entre nubes,
al celeste cantar de los
querubes,
¡en los rayos de luz del
almo sol!
¡Llaneros, a caballo!...
¡Oh! ¡Se encienden en ira
vuestros ojos!
Viéronlos, y se aprestan,
los Leones;
relinchan impacientes los
bridones,
¡que oyeron del clarín
bélico son!...
¡Montad, volad, llaneros
esforzados!
Después del triunfo, la
ración ligera:
el adalid de Libertad no
espera,
para lidiar por ella, su
ración.
¡Llaneros, a caballo!...
¿Qué mucho, si nos mira
allí la diosa
y nos tiende sus manos
suplicantes?...
Llaneros, conoció
Vuestros semblantes;
isus hijos vio, su
amparo, su sostén!....
Hincad los acicates!
Desbocados,
vuestros corceles
arremetan fieros;
que si sacais triunfantes
los aceros,
¡la misma diosa os orlará
la sien!
¡Llaneros, a caballo!...
¡Id! que así arrancaréis
nuestros derechos,
a rudos botes, del tirano
impío;
y rota su corona a
nuestro brío,
¡entre el cieno y su
sangre rodará!
Altivos la hallarán
nuestros caballos,
con abierta nariz, boca
espumante:
La Libertad de América,
triunfante,
¡en nuestros fuertes
hombros se alzará!
¡Llaneros, a caballo!...
Ella será la herencia a
nuestros hijos,
que no tendrán ni
sátrapas ni reyes:
sólo serán esclavos de
las leyes,
inspiradas por Dios y la
Razón.
Y en galardón a nuestro
esfuerzo raro,
y eterno en ellos nuestro
heroico ejemplo,
tendrá la Libertad de
amor un templo
¡en cada americano
corazón!
¡Llaneros, a caballo!
Lanza en ristre,
¡venid al punto a
combatir!... ¡Volad!
¡El pecho ardiendo en
fuego de venganza,
vamos a redimir la
Libertad!
Bogotá,
20 de Julio de 1853.
La Vida
y la Obra del Dr. Gil Colunje por,
Juan
Antonio Susto Lara y Simón Eliet.
AL
TEQUENDAMA
Héme ante ti, soberbio
Tequendama,
contemplándote altivo
frente a frente!
Aquí me trajo el eco de
tu fama,
que dilatada de Occidente
a Oriente
el orbe recorriendo, te
proclama,
con la voz de su trompeta
prepotente,
repercutida en los
inmensos Andes,
grande – de Dios entre
las obras grandes!
Y, -es cierto,
Tequendama-eres sublime!
Tú a mi espantada vista
eres un mundo;
su majestad mi
pensamiento oprime;
y al escuchar terrífico,
iracundo,
tu rudo acento, que en la
breña gime,
y al contemplar tu seno
furibundo,
lleno de admiración, con
santo miedo,
inerte, mudo en tu
presencia quedo.
Tú eres el ara inmensa,
solitaria,
do, lejos del mundano
torbellino,
a Dios su corazón y su
plegaria
se acerca a levantar el
peregrino;
que si una noche de
impiedad, nefaria,
ha sembrado de dudas su
camino,
tienes raudal de luz,
fulgente y pura
que habrá de iluminar su
mente oscura!
Sí Tequendama augusto y
solitario!
a gozarme en tu rústica
belleza
vine hasta aquí con paso
temerario,
y ora inclino mi frente a
tu grandeza;
pues miro en tí magnífico
el santuario
que en el bosque erigió
Naturaleza
para que vengan a adorar
las gentes
al poderoso Dios de los
torrentes!
¿Quién, al verte tan
grande, no se humilla?
¿Quién, al oír tu voz, no
teme y ora,
y dobla respetuoso la
rodilla?
Que el mismo Dios en tu
recinto mora:
el dintel de su alcázar
es tu orilla,
que el verde bosque en
derredor decora;
El en la tempestad su
trono asienta,
y esa es su voz, la voz
de la tormenta!
¿Hálito del que anima a
la Natura
no es, Tequendama regio,
tu neblina?
Tú ocultas el aljófar de
la altura:
la lumbre de los astros
diamantina;
tú robas a la luna su
hermosura;
tú oscureces del sol la
faz divina__
tú estremeces las bases
de los montes;
tú llenas con tu voz los
horizontes!
¡Salve, gigante, rey de
los torrentes!
Tu vida es un perpetuo
cataclismo__
tus bullidoras aguas,
imponentes,
arrebatadas siempre hacia
el abismo
y surgiendo en vapor,
verán las gentes:
serás eterno como el orbe
mismo;
que el tiempo, con sus
alas voladoras,
no deja en tí la huella
de sus horas!
Mas ¿dó me lleva mi
delirio insano?
¿Eres más, orgulloso
Tequendama,
que un átomo mortal?__La
misma mano
del que en tu seno con
amor derrama
la vida con su aliento
soberano,
apagará de tu vivir la
llama
y entre tus ruinas
ahogará tu grito;
que El solo es el eterno,
el infinito!
¿Oh, hermoso Tequendama!,
si un momento
parecióme escuchar de
Dios airada
la voz de trueno en tu
terrible acento;
si el dosel al mirar de
tu cascada,
en ella vi de Dios el
regio asiento,
fue ilusión de mi mente
entusiasmada. . .
Dios colma con su aliento
la Natura;
pero no habita
aquí___mora en la altura.
Tú no eres de Dios, belleza
indiana,
el refulgente alcázar de
diamante:
tu pompa tropical,
americana,
el rugir de tu voz, fiera
y tronante,
y tu niebla sutil, que en
la mañana
se eleva al cielo en
espiral gigante,
son la ovación magnífica,
esplendente,
que ofrenda al Creador un
continente!
Al levantar osado a las
alturas
Fantástico el vapor de
que las pueblas,
tú del sol las
espléndidas llanuras
oscurecer pretendes con
tus nieblas;
pero él, al desceñir sus
vestiduras;
deshace con su brillo tus
tinieblas;
que si audaz tu vapor se
eleva inmenso,
es delante del sol un
leve incienso.
Mas ah! nó, portentosa
maravilla!
Tú eres gigante como el
orbe mismo!
Yo otra vez detuviérame a
tu orilla,
si oprimiera mi frente el
esceptismo,
a contemplar tus nieblas
sin mancilla.
a penetrar en tu
horroroso abismo,
para mí manantial en luz
fecundo,
porque me llevo en tu
recuerdo un mundo!
La Vida y la Obra del Dr.
Gil Colunje por,
Juan Antonio Susto Lara y
Simón Eliet.
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