miércoles, 23 de mayo de 2018

POEMAS DE GUILLERMO LOMBARDIA


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(Avellaneda, 1952 - La Plata, 2007)

Secreta voz


      No hay cena o almuerzo o satisfacción en el mundo
      que valga una caminata sin fin por las calles pobres...
Pier Paolo Pasolini

Te veo caminar sin ansiedad,
parsimoniosamente,
por una calle de suburbio americano.
Alegre por el anonimato
apenas uno más en el mar de los sencillos.
Ese rostro tuyo
tallado en roca por un cincel del medioevo.
La frente como plaza en día feriado.
Tanto asombro en los ojos adiestrados
para reconstruir
las historias secretas que insinúan
los gestos de todas las criaturas.

Querido hermano,
¿qué tal si nos sentamos
en esta criolla tardecita,
compartimos un vino de roja transparencia,
y dejamos correr los pensamientos
como animales sabios
que giran alrededor del sueño
de esa cosa
que nos quema en el alma?

Quiero oírte narrar alguna de esas
despojadas parábolas
con las que iluminaste la noche decadente.
Desnuda con tu verbo el pecado
original de esta insolente hora.

¿Te distraes?
Comprendo.
Es ciertamente hermoso ese muchacho que nos mira.
Invita, promete, escandaliza.
Yo prefiero, confieso, ese vaivén moreno
de curvas aceitadas por el licor dulzón de la hendidura.
Pero, al cabo, ¿cuál es la diferencia?
Una misma y secreta
voz es la que nos convoca a la fiesta del mundo
y sólo los hipócritas pueden abrir un juicio
sobre tus elecciones (y las mías).
Ya ha sido dicho, pero jamás redunda:
cae como castigo celestial el rayo del poder sobre los libres.
La libertad, ésa es tu kryptonita.
La cruz que paraliza a los vampiros.
No te apures, hermano, por esta lluvia inesperada.
Son nubes de verano.
Nos están bautizando con sus lágrimas
los ángeles humildes
que viven en el exilio eterno.


Una suposición


  … la comuna es un lugar donde
  desaparecen los funcionarios.
Vladimir Maiakovski

Digamos que he fraguado la escena
y que este agujero negro en mi cabeza
es apenas un truco, un maquillaje.
Todo no ha sido más que un simulacro
para engañar a los verdugos,
supongamos, un bien urdido fraude.
Con otro nombre y otra fisonomía
–ah sueño recurrente
de todo blanco móvil,
del que expone el pellejo
en cada movimiento de sus músculos …–
me escabullo en un pueblo perdido en la montaña
y no soy otra cosa que uno más
de esos rudos paisanos
que sobreviven con mínimas preguntas.
Por supuesto, nada de escribir.
Ni siquiera una línea.
No hay más literatura que los negros relatos
que esos hombres de tierra desgranan en las noches
lluviosas alrededor del fuego.
Que otro perro lidie con el hueso
de encontrar la palabra apropiada para el verso perfecto.
Sólo comer, beber,
trabajar como bestia hasta agotar la fuerza de los brazos,
y después retozar
como un niño en el heno.
Supongamos, incluso, que me esfuerzo
por cerrar los oídos y los ojos
a todas las noticias que llegan como pájaros
exhaustos desde el mundo.
Todo me importa un rábano.
Aceptemos la hipótesis.
¿Crees, de todos modos,
que dudaría en disparar el arma nuevamente
sobre mi sien derecha
si escuchara a este coro de idiotas
modulando la melodía del ocaso?

El tren equivocado


    De todo esto yo soy el único que parte.
César Vallejo 
A través de este cristal que huye
a tantos kilómetros por hora,
con la frente apoyada sobre el fresco rocío matinal
para calmar la fiebre que me abruma,
desfilan los paisajes más extraños.
Una loca sombrilla boca arriba
que gira como un trompo sobre el verde.
Un insólito desfile de modelos
que lucen sus vestidos de campiña
con florcitas celestes y volados azules.
En una pasarela ornamentada por blancas siemprevivas
las muchachas caminan con el sexo apretado
y sus piernas dibujan una coreografía
definitivamente inalcanzable.
Un señor que parece despachante de aduana
con sombrero de copa y moño negro al cuello
increpa a un heladero en su triciclo.
En un cielo tan frágil
se asoma una bandada de helicópteros negros.
Cómo extraño la niebla que cubría a Helsinki
ocultando los coches de alquiler
yermos de pasajeros.
Una cabalgadura necesito
para poder atravesar el parque helado.

Si al menos estuvieran tus ojos esta tarde.
Recuérdame la lluvia sobre los dulces charcos
donde las ranas cantan.
Aspira la fragancia del jazmín del cielo
y tráela hasta aquí
donde manda el crepúsculo.

No me olvides.
Yo soy aquél que jugaba a despedirse
como un valiente Aníbal
pero después temblaba de frío en el destierro.
Esta carne maldita me condena.
Lávame las heridas con tus pequeñas manos.
Me perdí en la estación del mediodía
y me subí al tren equivocado.
Cuando quise bajarme, fue imposible,
y sólo pude ver
un baile de pañuelos que decían adiós.
Únicamente desde tu corazón
puede salir la orden
que cancele este viaje inexplicable. 


Estrategia criolla


¿Cómo puedes vivir tan descentrado?
Mira a tu alrededor.
Deja que esa corriente
que surge de la base de tu nuca
viaje por tus arterias y tus nervios.
Ése es tu pie.
Apóyate.
Mantente erguido.
Juega.
Ensaya los distintos equilibrios
distribuyendo el peso entre los miembros,
el plexo, la cabeza.
Concentra la energía en la raíz.
Expulsa esos parásitos
que se alimentan de la savia de tus tripas.
Respira hondo.
En la reserva profunda de tus bronquios
están guardados los sabores,
sonidos y fragancias,
que serían materia prima de tu canto.
Abreva de esa fuente, caballo,
come de esa alfalfa.
Y relincha.
Relincha en el silencio de la pradera verde.
Sigue el curso ascendente de esos ramos tupidos
de florecillas blancas.
No importa si en París o en Barcelona
se congela tu sangre mientras tu lengua lame
el corazón de las palabras.
Ese rayo argentino
te cerrará los ojos definitivamente. 



El Vampiro

Soy el vampiro.
La criatura insaciable
que reclama lo más rojo de tus aguas,
la leche milagrosa de tu cuerpo,
el abrir y cerrarse de tus poros,
la rendición sin condiciones
de cada plaza en armas
en toda la extensión de tu existencia.
Soy el vampiro.
El monstruo que quisiera esclavizarte,
hipnotizar tus células,
tocar en las cuerdas de tu pubis
el concierto inaudito,
inundar tu materia con el alcohol celeste
que mana de mis ojos:
promesa de la hoguera que te aguarda.
Soy el vampiro.
Ni pienses en soñar con otra cosa
que aquello que mi sueño te autorice.
No tendrás tregua:
el sitio que he ordenado será eterno.
Un rayo incandescente
caerá sobre ti cuando me olvides.

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