sábado, 22 de diciembre de 2018

PEDRO LEMEBEL TEXTOS


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(21 de noviembre de 1952, Santiago de Chile, Chile - 23 de enero de 2015, Santiago de Chile, Chile)

MANIFIESTO (Hablo por mi diferencia)

No soy Pasolini pidiendo explicaciones
No soy Ginsberg expulsado de Cuba
No soy un marica disfrazado de poeta
No necesito disfraz
Aquí está mi cara
Hablo por mi diferencia
Defiendo lo que soy
Y no soy tan raro
Me apesta la injusticia
Y sospecho de esta cueca democrática
Pero no me hable del proletariado
Porque ser pobre y maricón es peor
Hay que ser ácido para soportarlo
Es darle un rodeo a los machitos de la esquina
Es un padre que te odia
Porque al hijo se le dobla la patita
Es tener una madre de manos tajeadas por el cloro
Envejecidas de limpieza
Acunándote de enfermo
Por malas costumbres
Por mala suerte
Como la dictadura
Peor que la dictadura
Porque la dictadura pasa
Y viene la democracia
Y detrasito el socialismo
¿Y entonces?
¿Qué harán con nosotros compañero?
¿Nos amarrarán de las trenzas en fardos
con destino a un sidario cubano?
Nos meterán en algún tren de ninguna parte
Como en el barco del general Ibáñez
Donde aprendimos a nadar
Pero ninguno llegó a la costa
Por eso Valparaíso apagó sus luces rojas
Por eso las casas de caramba
Le brindaron una lágrima negra
A los colizas comidos por las jaibas
Ese año que la Comisión de Derechos Humanos
no recuerda
Por eso compañero le pregunto
¿Existe aún el tren siberiano
de la propaganda reaccionaria?
Ese tren que pasa por sus pupilas
Cuando mi voz se pone demasiado dulce
¿Y usted?
¿Qué hará con ese recuerdo de niños
Pajeándonos y otras cosas
En las vacaciones de Cartagena?
¿El futuro será en blanco y negro?
¿El tiempo en noche y día laboral
sin ambigüedades?
¿No habrá un maricón en alguna esquina
desequilibrando el futuro de su hombre nuevo?
¿Van a dejarnos bordar de pájaros
las banderas de la patria libre?
El fusil se lo dejo a usted
Que tiene la sangre fría
Y no es miedo
El miedo se me fue pasando
De atajar cuchillos
En los sótanos sexuales donde anduve
Y no se sienta agredido
Si le hablo de estas cosas
Y le miro el bulto
No soy hipócrita
¿Acaso las tetas de una mujer
no lo hacen bajar la vista?
¿No cree usted
que solos en la sierra
algo se nos iba a ocurrir?
Aunque después me odie
Por corromper su moral revolucionaria
¿Tiene miedo que se homosexualice la vida?
Y no hablo de meterlo y sacarlo
Y sacarlo y meterlo solamente
Hablo de ternura compañero
Usted no sabe
Cómo cuesta encontrar el amor
En estas condiciones
Usted no sabe
Qué es cargar con esta lepra
La gente guarda las distancias
La gente comprende y dice:
Es marica pero escribe bien
Es marica pero es buen amigo
Súper-buena-onda
Yo no soy buena onda
Yo acepto al mundo
Sin pedirle esa buena onda
Pero igual se ríen
Tengo cicatrices de risas en la espalda
Usted cree que pienso con el poto
Y que al primer parrillazo de la CNI
Lo iba a soltar todo
No sabe que la hombría
Nunca la aprendí en los cuarteles
Mi hombría me la enseñó la noche
Detrás de un poste
Esa hombría de la que usted se jacta
Se la metieron en el regimiento
Un milico asesino
De esos que aún están en el poder
Mi hombría no la recibí del partido
Porque me rechazaron con risitas
Muchas veces
Mi hombría la aprendí participando
En la dura de esos años
Y se rieron de mi voz amariconada
Gritando: Y va a caer, y va a caer
Y aunque usted grita como hombre
No ha conseguido que se vaya
Mi hombría fue la mordaza
No fue ir al estadio
Y agarrarme a combos por el Colo Colo
El fútbol es otra homosexualidad tapada
Como el box, la política y el vino
Mi hombría fue morderme las burlas
Comer rabia para no matar a todo el mundo
Mi hombría es aceptarme diferente
Ser cobarde es mucho más duro
Yo no pongo la otra mejilla
Pongo el culo compañero
Y ésa es mi venganza
Mi hombría espera paciente
Que los machos se hagan viejos
Porque a esta altura del partido
La izquierda tranza su culo lacio
En el parlamento
Mi hombría fue difícil
Por eso a este tren no me subo
Sin saber dónde va
Yo no voy a cambiar por el marxismo
Que me rechazó tantas veces
No necesito cambiar
Soy más subversivo que usted
No voy a cambiar solamente
Porque los pobres y los ricos
A otro perro con ese hueso
Tampoco porque el capitalismo es injusto
En Nueva York los maricas se besan en la calle
Pero esa parte se la dejo a usted
Que tanto le interesa
Que la revolución no se pudra del todo
A usted le doy este mensaje
Y no es por mí
Yo estoy viejo
Y su utopía es para las generaciones futuras
Hay tantos niños que van a nacer
Con una alíta rota
Y yo quiero que vuelen compañero
Que su revolución
Les dé un pedazo de cielo rojo
Para que puedan volar.

carta a un niño boliviano que nunca vio el mar


Y como te lo digo, y con qué humedad de letras te lo narro, chiquito llocalla, pelusita paceño que nunca estuvo frente al estruendo salado de la planicie oceánica. Como hacértelo ver niñita imilla en estas letras, si nunca fuíste testigo de esa música y sus olas crespas chasconeando el concierto de la bella mar. Como te lo cuento, niño boliviano, como alargo la palabra m-a-r, y que ahorita zumbe en tus oídos como mil abejas moluscas, como millones de susurros que salpican tu carita morocha con su aliento materno-mar-tierno-mari-maternal. Esta es una carta dirigida a tus ojitos oblícuos que de mil maneras intentan imaginar ese gran charco azul que, no es como te lo cuenta la profesora en el colegio comparando la parte mas extensa del Titicaca, esa zona donde el cielo se recuesta sobre las aguas verde musgo, donde no hay cerros y el horizonte desaparece en esa lama esmeralda que, de alguna manera, también semeja un ojo de mar. Tampoco es similar a esa caricatura Whalt Disney que te muestran en la escuela boliviana, con peces de colores saltando por todos lados, con bañistas y quitasoles eternamente en vacaciones de verano, con arenas doradas y olas turqueza en un exceso de pedagógica idealización. Como te lo explico chiquito llocalla, mejor te cuento mi experiencia de niño cuándo por primera vez me encontré con el milagro marino. Vivía con mi familia en Santiago, y como niño pobre tuve la experiencia recién a los cinco años. En mi población se organizaban paseos a la playa por el día en enero o febrero, íbamos en micros que contrataba la Junta de Vecinos o el Club deportivo y cada familia se preparaba días antes para el acontecimiento. Recuerdo que la noche anterior los niños no dormíamos excitados por las expectativas del paseo. Mi madre en la cocina preparaba un pollo, hervía huevos duros, y zurcía los trajes de baño pasados de moda, desteñidos, con los elásticos sueltos por el uso familiar. Salíamos de madrugada en la micro vieja que siempre quedaba en pana en mitad del viaje. Y allí en la carretera, eran horas que debíamos esperar al chofer que solucionara el desperfecto. Casi al medio día, recién cruzábamos la cordillera de la costa, y entonces, antes de verlo, el mar nos llegaba en la brisa fresca y en ese olor a yodo que anunciaba la salada presencia. Y en un recodo, al doblar una curva, el dios de las aguas nos anegaba los ojos con su azulada inmensidad. Era tan fuerte la impresión, que no podía compararse con mil lagos, ni con mil ríos, ni siquiera con las cataratas de la inundación invernal. Hasta ese momento, nunca antes tuve la sagrada conmoción de esa inquieta eternidad, solamente la visión del cielo podía asemejarse a ese momento. Era como tener el cielo derramado a mis infantiles pies. Era como ver el cielo al revés, un cielo vivo, bramando, aullando ecos de bestias submarinas, un cielo líquido que se extendía como una sábana espumosa mas allá, infinitamente lejos hasta donde mis ojillos de niño pobre no podían llegar. El resto del día playero, transcurría como una película vertiginosa; todo era correr, jugar, hacer castillos que desmoronaba la marea , mojarse el poto en el agua como témpano, comer pollo masticando arena, quemarse como jaibas para demostrar que fuimos a la costa.

Todo era así, rapido como película de Chaplín, y luego, cansados de tanto gueviar, regresabamos en la misma micro escuchando los quejidos de insolación que emitían los curados dormidos a pleno sol. En realidad ese paseo de pobres, era una tortura, un día agitado de maratónica playa. Aún así pequeño niño boliviano, te puedo contar como conocí la gigante mar, y daría todo para que esta experiencia no te fuera ajena. Incluso, te regalo el metro marino que quizás me pertenece de esta larga culebra oceánica. Tanta costa para que unos pocos y ociosos ricos se abaniquen con la propiedad de las aguas. Por eso , al escuchar el verso neo patriótico de algunos chilenos me dá vergüenza, sobre todo cuándo hablan del mar ganado por las armas. Sobre todo al oír la sobervia presidencial descalificando el sueño playero de un niño. Pero los presidentes pasan como las olas, y el dios de las aguas seguirá esperando en su eternidad tu mirada de llocalla triste para iluminarla un día con su relámpago azul.



Noche Payasa


Esto le ocurrió a una loca patinadora, incansable en su búsqueda de cumbia cachera, a quien no le importaba el terrorífico toque de queda en algún septiembre de la patria ochentera. Esos septiembres de dictadura con tantas fechas y conmemoraciones y barricadas y el resplandor de la protesta en el cielo tenso de la represión. Pero a la loca nunca la intimidaron estas turbulencias políticas. Menos ese día en que juntando sus ahorros, salió a comprarse su par de soñadas zapatillas de marca que le costaron un ojo de la cara. Pero ese lujo se lo podía dar caminando bien cuica por Estación Central abajo, al borde de la hora de paralización nacional.

Una hora precisa para atrapar un macho errante con quien tener un refregón en algún sitio eriazo. Y anduvo elástica en sus zapatillas Adidas nuevitas, mientras la gente corría tomando la última micro que, con cueva, agarraban para irse al hogar. Ella andaba fresca en sus aladas Adidas, mientras la gente neurótica pasaba de prisa mirando la hora. Santiago se ponía brígido cuando las calles quedaban desiertas y lo único que zumbaba en la noche era el aullido policial alterando el pulso cardiaco de la urbe. En ese tiempo, algunas mariquillas hambrientas de culeo express, peinaban la ciudad crispada del toque de queda en busca de semen fresco. Y ese era el desafío, agarrar algo justo al borde del peligroso callejeo. Entonces la loca en sus flamantes Adidas, flotaba por Alameda poniente viendo que no pasaba nada, ni un alma se distinguía en el peludo silencio nocturno. Sólo a lo lejos, cerca de General Velásquez, se veían brillar las guirnaldas de ampolletas que anunciaban la presencia de los grandes circos, que siempre en esas fechas levantan sus carpas en el baldío de esa concurrida esquina. Y hacia allá se dirigió la loca atraída por el fulgor de los carteles. Y nada más encontró la infinita soledad cuando solo faltaban cinco minutos para el toque. ¿Tiene un cigarro?, la sobresaltó la voz gruesa de un cuidador del circo que vigilaba las carpas. Ufff, por fin algo, suspiró la loca con alivio. Y luego a la luz del fósforo vio el destello lujurioso en la mirada del macho man, que sin mediar conversa, la hizo pasar a la pequeña cabina de lona donde dormía en un catre de campaña. Allí no había nada más que esa cama plegable, y para qué más, pensó la loca desatando sus preciosas Adidas que las dejó con delicadeza en el suelo. Luego, se entregó a los fragores orangutanes del cuidador que se la comió viva ensartándola una y otra vez en su mástil cirquero. Aquella agitada contorsión sexual dejó agotado al potente hombre que al instante se quedó dormido a raja suelta roncando el relajo de la evacuación. Eso sería todo, se dijo la loca, bajándose silenciosamente del catre para buscar en la oscuridad sus flamantes zapatillas. Y buscó y buscó a tientas bajo la cama sin encontrar ni rastros del calzado. Entonces se dio cuenta, que la carpa quedaba corta y no llegaba al suelo, y desde afuera alguien las vio y solo tuvo que estirar la mano para cogerlas, mientras ellos estaban en la combustión sodomita.
Sin duda, era una tragedia haber perdido sus incomparables Adidas, pero era más terrible tener que irse en plena madrugada a pata pelá caminando por la noche negra del toque de queda. Algo habrá por aquí, pensó hurgueteando bajo la cama, algo que ponerme aunque sean chancletas viejas, entonces palpó algo parecido a unos zapatos, pero tan grandes. Y al sacarlos se encontró con un par de enormes zapatos de payaso. Bueno, y qué voy a hacer, se dijo calzándose las puntudas lanchas en sus patitas de reina. Con mucho cuidado, salió de allí, y arrastrando los pies, llegó hasta la entrada del circo donde se escondió unos minutos detrás de un cartel al escuchar el motor de una patrulla.
Cuando hubo retornado el silencio, corrió atravesando la Alameda provocando estampidos con sus gualetazos de tony. Ahí se detuvo detrás de un árbol esperando que se callaran los ecos de su carrera. Y así se fue la loca en la noche payasa, de árbol en árbol, corriendo y zapateando, escondiéndose y temblando, mientras cruzaba la ciudad sitiada con el corazón en la mano y el culo sucio goteando las calles fúnebres de la dictadura.



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