lunes, 10 de diciembre de 2018

POEMAS DE EDUARDO CHIRINOS


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(4 de abril de 1960, Lima, Perú - 17 de febrero de 2016, Montana, Estados Unidos)

BIOGRAFÍA DE UNA NOCHE CUALQUIERA

Reviens-moi fanlôme de mes nuits,
revois-moi que je me trouve
César Moro


Atravesar un pasadizo a oscuras,
palpar la tibia humedad de sus paredes, su babosa suavidad
de recto laberinto. Hacia el fondo una luz Gritas 
pero nadie escucha tu grito. Tiemblas, 
pero nadie siente tu temblor. Tienes miedo. 
Tú que nunca lo tuviste, ahora tienes miedo. 
Has tropezado a ciegas con obstáculos, has encendido inútiles
antorchas, has maldecido y orado y vuelto a maldecir. 
Tus dedos se aferran al hilo conductor. Ese hilo 
es una larga vena en la que corre tu sangre; 
estás atado al punió de partida, 
pero algo más fuerte te impide volver.

('¡Ariadna!, tú que ideaste este ardid, dime ahora cómo salgo
de este laberinto, dime
cómo he de palpar estas paredes sin rasgarme las manos, 
cómo es que hay un afuera que me atrae como al suicida el
vacío. Ariadna, tú que alimentaste amargamente mis deseos, tú 
que me creaste para concebir contigo, dime 
qué horrenda verdad se oculta bajo esta ciega luz. qué palabras 
moverán las columnas de este palacio derruido, que voz 
arrullará mi sueño cuando retorne al sueño. 
No dejes, Ariadna, que se corle el hilo queme ata a tu vientre,
no permitas
que el negro dolor se apodere de tu cuerpo y me destruya.') 
Ya es de noche. 
El viento mueve con furia las copas de los árboles, escuchas
sonidos inútiles y un breve jadeo índica que todo está bien, 
no tienes de qué preocuparte.


Retorno de los profetas

Para Antonio Claros

El sol se hará oscuro para ellos 
pero pronto han de volver
Miqueas III, 6


Los profetas han muerto.
Cuernos de guerra anuncian la pronta llegada de la peste,
nuevos tiempos de miseria y escasez.
El campo de batalla está desierto, el cielo se oscurece, la infinita
rueda se ha quebrado.
Dicen que ángeles bellos y monstruosos nos vigilan
pero ya no tenemos ojos para verlos.
Los profetas han muerto.
Atrás los sucios velos que ocultaron la verdad de nuestros rostros,
las ramas que ocultaron la Serpiente cuando rogamos placer
y nos dieron a cambio la resignación.
Textos venerables son ahora pasto de las llamas,
sólo la lechuza mira con indiferencia la corona
que rueda a los pies del más miserable de los dioses.

Sólidas estatuas se arrodillan, gimen, se arrancan los cabellos,
los mástiles que antaño sujetarán los más bravos marinos
golpean la memoria de los dioses que quedan,
¿a quién debemos acudir cuando nos coja la peste?
Los mendigos del reino asaltan los jardines, desprecian los
oráculos, reparten por igual sus pertenencias. 
Los nobles del reino conservan sus arcas, sus vinos, sus mujeres, 
el miedo que gobierna la implacable voluntad de los presagios. 
Los profetas han muerto.
Nadie ahora nos engaña, nadie nos confunde, nadie 
nos dice la verdad, y estamos solos. 
Estamos solos esperando la señal que nos indique 
dónde hemos de ir para honrar con dolor a los profetas.



RARITAN BLUES

Para Margarita Sánchez


Aquí no hay bulla ni miseria,
sólo un bosque de árboles mojados y cientos de ardillas
correteando vivaces o escarbando una nuez.
A lo lejos un puente
una interminable fila de automóviles retorna a sus hogares
y nubes balando ante un perro pastor y amarillo.
¿Eres tú quien camina en las riberas del Raritan?
Recuerdo un río triste y marrón donde las ratas
disputan su presa con los perros
y aburridos gallinazos espulgándose las plumas bajo el sol.
Ni bulla ni miseria.
El río fluye educado como en una tarjeta postal
y nos habla igual que hace siglos, congelándose y
descongelándose,
viendo crecer a sus orillas cabañas, iglesias, burdeles, 
plantas refinadoras de petróleo. 
Escucho el vasto rumor del Raritan, el silencio de los patos,
de los enormes gansos salvajes. 
Han venido desde Ontario hasta New Brunswick, 
con las primeras nieves volarán al sur. 
Dicen que el río es la vida y el mar la muerte. 
He aquí mi elegía: 
un río es un río 
y la muerte un asunto que no nos debe importar.


Si la miras dormir y sonríe

Todo en el mundo debería ser sencillo. 
Sencillez no es simpleza, no es facilidad, 
es sombra cáustica, veneno que enturbia 
el vaso, clavo que lacera y lastima la carne.
Quienes niegan la sencillez aconsejan lo
oscuro, celebran lo complejo. Pero todo 
lo oscuro aspira a ser sencillo, lo complejo
se aclara si sabemos despejar la incógnita. 
La sencillez en cambio oscurece la noche,
se queda dormida y sueña. Sólo Dios sabe
qué sueña la sencillez. Si la miras dormir 
y sonríe adivinas caballos salvajes sobre
praderas azules. Si hace muecas la esfinge
se lanza al vacío con los ojos vendados 
y alza vuelo cuando está a punto de caer. 
La sencillez le presta alas, envuelve el 
mundo con una interrogante, le importan
poco las interpretaciones. La tormenta es
sencilla, el glaciar es sencillo, la primavera
es sencilla, hasta el amor es sencillo. Ojalá
este poema sea sencillo.


Sueño con piscinas


Anoche vi a Cristo en una piscina pública.
Nadaba largo tras largo en varios estilos 
y nunca se cansaba. Nadie lo advirtió al 
comienzo: parecía uno más entre los muchos
que entrenaban para una competencia de 
barrio. Cuestión de fijarse. Para empezar 
no usaba bañador, sólo un trapo viejo atado 
a la cintura, y no se hacía trenza ni cola 
de caballo: su melena ondulaba orgullosa 
como sierpes de Medusa. Lo mismo su barba, 
alborotada y partida en dos en el extremo. 
Malo para un nadador tan empeñoso y en-
tusiasta. Cualquiera podía verlo: la mirada 
enrojecida por el cloro, los dedos nudosos y
arrugados, la cara tristísima como si hubiera 
perdido la carrera. Pero Él igual nadaba, largo 
tras largo, sin parecer cansarse. Cuando los 
bañistas lo reconocieron se congregaron en 
una multitud. Algunos lo alentaban con fervor. 
Otros se preguntaban dónde habría dejado 
su túnica, su toalla, su corona de espinas.


Derrota del otoño


Aquí no es bienvenido el otoño.
  Nadie lo espera
a la orilla de ningún río melancólico
que esconda en su cauce los secretos del mundo.
El otoño reina en otras latitudes.
Allá lejos, donde los ciclos se cumplen, allá lejos
donde envejecen y renuevan las metáforas.

(El sol se hunde en un verdoso charco
donde flota, solitaria, una hoja de laurel).

Pero esta tarde no ha llovido. Las hojas
se aferran a sus ramas,
heroicamente luchan contra el viento
y en la noche celebran la derrota del otoño.

No saben que las hojas que caen son las escritas
y el árbol un seco y callado poema sin estrías.

--

Junto a la tumba de Salinas


Un pequeño saurio atraviesa la tumba de Salinas,
husmea el óxido que mancha la blancura del mármol
y se oculta rápidamente entre la hierba.
Entonces lo contemplo.
Qué de besos perdidos frente al mar,
qué de labios bebiendo sus gotas azules,
qué de cielos nunca hollados, fortalezas
donde el amor se rindió a los abrazos de nadie.
Nadie, Salinas, buscando entre sombras un cuerpo desnudo,
nadie en las palabras que alguna vez ardieron por nosotros.

Yo también me enamoré con tus poemas.
Ellos sabían lo que habría de ocurrirme, me leía en ellos,
pero tú plagiaste mi vida, la dignificaste, la hiciste del revés.
¿Mereces entonces el perdón?
Ahora que estás bajo un cielo verdadero,
devorado por los insectos de la tierra, pronombre
encadenado a la carne de unos besos que yo di por ti,
te ofrezco estas flores.
Acéptalas, Salinas, como un homenaje de quien quiso creer
y vivió feliz en el fecundo engaño.

--

Bisontes


Antaño los bisontes manchaban la llanura
de un claro y suave marrón.

Sus pezuñas hollaban sin miedo esta hierba.
Era su casa. Su vasto
dominio que nadie se atrevía a profanar.

Los veranos
migraban hacia el norte donde el sol se apaga.
Los inviernos hacia el sur
donde languidecen las estrellas.

Camino a Montana he visto bisontes.
Lejanos y míticos bisontes aguardando una
  estampida,
un estrépito de pájaros, un canto de guerra.

Si hubo algún Dios en estas tierras
debió tener cara de bisonte.

--

Okapi herido de muerte


Desde hace años me persigue ese título
«Okapi herido de muerte».

Debo haberlo leído de niño.
Hojeando las páginas de un álbum,
o las figuras de un libro de animales.

Guardo conmigo la escena.
El zarpazo felino
  un fondo de acacias
y el terror de la víctima
tratando de huir, inútilmente.

Raro animal el okapi.
Indeciso entre cebra y jirafa. Temeroso
y nocturno, en peligro de extinción.

Cuando fui a verlo al zoo de Berlín
se acercó desde la página remota
y me dijo en secreto:

«aún estoy herido de muerte».

--

El gato y la luna


When two close kindred meet,
What better than call a dance?
W. B. Yeats

El gato de mi vecina arquea su lomo
como el arco de la luna.
  La luna
relame sus bigotes como gato
y llora por un platito de leche.

Mi vecina ve televisión
(pero no llora)
y se desliza furtivamente por la hierba
inventando pasitos de baile.

Micifuz o Minnaloushe
  la luna
me tenderá esta noche su mano
y yo le diré (con los ojos cambiantes):

«Oh lo siento, no me gusta bailar».





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