VIII
no escorar, ahora que la tarde ahoga la luz y a nosotros el
aliento
moretones azules en la piel, tambor de guerra golpeado por
nuestro fracaso
la casa se reparte en cajones de bananas y pronombres
posesivos
la biblioteca, en derecha e izquierda
tuyos los mapas, los rusos y la obra completa de García
Márquez
a mí me tocan los diccionarios en todas las lenguas, las
biografías de dictadores
y claro, la poesía, que justo ahora calla testaruda, y me
preguntás:
¿cuál era el pájaro ese que se clavaba el pico en el pecho?
no logro recordar el pelícano
sé ahora que el duelo comienza con el golpe en el codo
y se extiende hasta las yemas de los dedos
para anticiparse a anestesiar los nuevos roces
VII
algo en la carne, horas después del disparo, todavía tendrá
pulso,
hasta que incluso eso acabe, el recuerdo de un latido
¿qué animal decíamos querer capturar?
desde siempre ya perseguimos al otro en nosotros
¿de verdad nos convertimos en eso? una porción de nuestros ideales
salada y puesta a secar, fotografía aérea del lugar de antaño
donde por fin nos perdonaríamos, ¿cuándo?
hasta la escritura está muriendo, mi letra se arrastra
hacia la izquierda, me arrastra hacia atrás, al pasado
en tu axila, un resquicio para pedirte un tiempo, allí donde
encontré el hueco
en que cupo toda mi incapacidad, entonces lo hice,
adrede, nos convertí a vos y a mí en piezas de un modelo para
armar
VI
un mago me corta en dos y me separa
delante del público, mi tronco vacío, al descubierto tras la
noche, tras la batalla
en que me convertí en comandante y mortal al mismo tiempo,
perdí órganos y el suelo
y te olvidé por las trompetas que anunciaban en mí la partida
ya al mirar atrás vi cómo podrías tomar el abrigo del perchero
un gesto breve, definitivo, el desengaño entre las escápulas
pero igual marchando hacia la profundidad, más allá del bajío
luego un deshacerse arrepentido ¿en qué más si no
en un sonido quejumbroso? me traiciona en el escenario
todos miran, y todavía digo “querido” y “negación”
y “perdoname”, pero el aplauso es infinito
al finalizar no me sutura nadie
V
Europa, un paisaje intercambiable tras la ventanilla del auto,
subordinado
al tema que suena en la radio, a lo que nos atraviesa
mientras miramos fijo la autopista, la cadencia de iglesias,
los checos, y a lo lejos
se repite, como nosotros año tras año ahora, sin quererlo,
pero testarudos, nos repetimos
Viena se convierte en el living, el Danubio, en un nervio
pinzado, incluso es tedioso
hacer el amor en este calor seco, trago mosquitos, siempre, y
luego
dos instantes apretando el cuello, ahora se iniciaron y son
evidentes
nosotros más que nunca el molde de nuestra felicidad y no la
felicidad misma, esa pasa de largo delante
de letreros de lugares, el hormigueo y la incertidumbre,
después
en el estacionamiento, el leve reposo de la sonrisa del otro
detrás, un grito implora que siempre sabremos
de nuestra alianza secreta, lo que nos atiza y el lazo
IV
afuera el temporal doblega las palmeras, una cabaña en
Lanzarote
se convierte durante siete días en el caparazón contra el frío
de febrero en casa
de día recuperamos el sueño para las noches en que nuestro
cuerpo agitado,
imprudente y veinte, imita los volcanes de la isla
nos proponemos una vida con los colores de Mondrian
rojo fuego el amor, la extensión de agua, el exceso de flores
amarillas
en la mesa de la cocina, nada más, un negativo de lo que será
la realidad:
todo es construcción, pérdida y tedio, pero escapamos
a los modos de detenerse, si es debido, elegimos nosotros el
reposo
pero nadie destrozará la ventana desde afuera y sí,
la lluvia nos enjaula, pero es menos real que la jaula de la
que leemos
en los libros en que gente –en todo más grandiosa que
nosotros– no alcanzan al otro
III
tu nombre entretanto de todo la anacrusa, de levantarse, de
hablar
y de moverse, soy la marioneta encendida de tu aliento, y vos
no estás
y el día se convierte en algo que tengo que tolerar, extrañar
una palabra con una correa, aguardo una piel más gruesa y un
dueño
¿qué biología le prescribe al individuo la simbiosis?
es insoportable, la mitad fría, el ojo de halcón que se hunde
en mí
buscando un opuesto, hasta que volvés a casa y seguís siendo
en todo
francotirador en un reino indefenso donde soportamos
que se arrastren los días de la semana sin coraza ni calambre
en la ventana abierta de la cocina un petirrojo yace
inmóvil en la corriente, me sentás en tu falda
todavía no pensamos la muerte
II
haber escrito todas esas cartas, mesas de luz repletas, y
comprobamos qué cosa
un suspiro en busca de sentido, una súplica en una lengua
atascada
seamos siempre así: dieciséis y diecisiete, y perdidos el uno
por el otro
conservemos las anteojeras y, en forma de cartas, la realidad
que en tantos modos se asemeja al calor de dormir
que alcanzamos durante el sueño, entretanto ya somos mayores
y despiertos e impedidos, y quién es de quién el desterrado
ahora que la distancia ya no es desencuentro, pero en el
desencuentro
tiene lo estrecho de algo que no va a cambiar
visto después es cruel querer medir la soledad y a nosotros
con la Vía Láctea, dije hasta la luna ida y vuelta
aún creo en cada kilómetro, pero igual
I
Un muchacho y una chica recostados en el campo me recuerdan el
pasado
intuyo que somos nosotros, hace ocho años, pero se parecen
tanto a extraños
que no me acerco a decirles que lo recordaron mal
ese día no hubo pájaros, ni hielo ni nieve en el campo,
todavía octubre,
junto al estanque aquel, el junco estaba crecido y seco, en el
fondo
a intervalos, el sonido de un auto lento sobre el asfalto,
nada más
no les digo que aquí entre los últimos mosquitos y los
primeros besos
ella pensará en nombres para los hijos, ni que el terreno
entretanto
se convirtió en una fábrica de silicona, o que él ya debería
soltarle la mano para habituarse
a más adelante, cuando sólo se rozarán sin querer e incómodos
no digo nada, porque exactamente así, como están recostados,
también fue:
la entrega, la luz ciega en la tarde y luego, los poemas
Tomado de:
https://circulodepoesia.com/2020/10/poesia-de-belgica-charlotte-van-den-broeck/
Bucarest
Algunos lugares son tan pequeños
que caben en la punta de un dedo.
Trato de señalar dónde fue todo
pero apenas yo misma me acuerdo.
Entre los cascotes del olvido se erige la estantería
de mi abuelo y la tarde del domingo
cuando juntos leíamos el atlas, su dedo
sobre la capital de Rumanía.
Allí tenían, dijo, «una espléndida colección de putillas»
y pensé que una puta sería algo así como la Torre Eiffel
y le eché en cara que nunca me trajera
una versión en miniatura de alguna de ellas.
Luego se vio que fronteras y abuelos son relativos
tan solo aquella tarde figura con letras en relieve
en las páginas del atlas, como la tarde del día
en que aún me pareció un excelente guía.
Tarta Charlota
Cuando te diste la vuelta y en vano intentamos
todavía hacer un postre con nuestras piernas de flan
supe que hacía tiempo que allí no me soportabas.
Y eso que me presento en multitud de sabores:
―Charlota con helado espumoso de frambuesa.
―Charlota con naranja y jalea de menta.
―Charlota navideña.
―Charlota de licor de huevo.
―Charlota de jamón a la borgoñesa.
¿Que no?
Entonces intenté bobamente romántica
contar las pecas en tu paletilla izquierda,
eran muchas y me perdí, cuando ya ni siquiera
nos dábamos los buenos días, luego dejaste
de decirme «hola», me llamaste comida basta
para consumir entre potaje y patatas, criada
y sacrificada en una granja McDonald’s que hace
de hermosas terneras hamburguesas baratas.
Soy tu big-and-tasty-quarter-pounder-bbq-bacon-
southern-style-crispy-chicken-
premium-grilled-double-cheeseburger.
¿Te gusto?, ¿quieres repetir?
Cuando me río,
cambia el contorno de mi cara,
míralo.
No sé qué encuentras más estético,
pero la felicidad es realizable
según determinadas secciones de las librerías
así que ponte a amasar mi cara
y dale la forma que sea
hasta que se parezca a la máscara de tu comedia.
Soy menos trágica de lo que piensas.
Vivienda social
Mi abuela se pone en la despensa
a escondidas la alianza de su primer matrimonio.
Si dejas algo sin verbalizar,
no tiene por qué haber sucedido.
A lo largo de los años aprendió a ajustarse
a la semántica del silencio, se calló
al ritmo de su incesante máquina de coser
acortar, alargar, entallar, anhelar
de vez en cuando meterse en la despensa
para ver si el pasado todavía aprieta el dedo.
«Nuestro» es únicamente un pronombre posesivo, una casa
construida con un lenguaje de un sinfín de nombres
alternativos.
Es difícil habitar en siete letras.
Te deja poco espacio.
Genealogía
Una lengua lame un dedo, el viento
solo lo roza por un lado
el dedo remueve la resina del regazo
punza las membranas
y yo me impongo al mundo.
Más tarde en los vestuarios señalo
acusaciones a los niños con ombligo hacia fuera
por llevar todavía un trocito de madre
y la madre es una piedra. Se hundirán
en la piscina, pero eso no lo voy a decir.
Así nos ensartamos unos con otros
con los residuos de ámbar gris de un cuerpo anterior.
Yo no estoy adherida a nada.
Tomado de:
https://www.zendalibros.com/poemas-de-charlotte-van-den-broeck/
La diosa mayor y la diosa menor de las serpientes
tercas y meciendo las caderas la noche entera
la Diosa Mayor y la Diosa Menor de las Serpientes rastrillaron
el desierto
noche tras noche, durante siglos
nosotros dormimos y ellas extraen con el peine las sombras de
la tierra
perseguidas por el rastrillo
sobre el lomo de la arena se apuran las oscuras arrugas
como si en el suelo preparado para la siembra
y desolado
algo se persiguiera siempre a sí mismo tiembla
bajo el alto sol le pide protección
a un amuleto
civilizaciones más tarde
cuando esas diosas, incrédulas y exhaustas
estén expuestas en un museo
les dejarás descubiertos los pechos
reducirás su oficio a la conjura de serpientes
y a la fecundidad
En un pliegue
en el nacimiento del cuello de la colina el recodo
en la cintura de la giganta de arena dormida
descansa en el paisaje, y el paisaje se oculta
en ella, las cosquillas
del viento juegan con su barba de acebo y plata
huele a esmeralda glauco verde
… de a poco más fresco un lugar de reposo y te ofrece
su vientre te ofrece su sueño y su vista
libre de pisadas
vetusta y mullida
extiende la cama el alba su cuerpo
el terreno de la ingle que te acoge, en el doblez
de las rocas te recostás fluyendo
en el pliegue
Calcita
empapada
la tierra expulsa sus piedras el suelo cae
en mil pedazos de calcita
paupérrimo esplendor, como devolver
el fulgor caído a las exhaustas estrellas
el cuerpo y la herida
por fin en concordancia, imposible, la luz
estalla en la estructura del cristal, y se partirá en dos
y en más
la creíste entera, clara, hacia dónde
conducen las arterias de color en las rocas circundantes
hay testigos
los minerales precipitados y restos fósiles, los tallos
calcificados del lirio de mar
Esbozo
caracol lirio nenúfar amarillo
libélula totora junco lacustre
rana bermeja focha peces chicos
elodea escarabajo platanaria
soromujo pato fligrana esfagno
lenguado spongilia peces grandes
glomerata nitellopsis llantén
Ilsebill
sueña*
el pescador está ausente
Ilsebill aprendió
a rogarle a un caracol vacío el eco del agua
—y ha alcanzado gran destreza—
logró ahogar la mirada
en el recuerdo de un sonido, blando
sin cuerpo cavernoso
junto a la puerta cuelga el par de botas altas
como la carcasa de un pez gancho
que hoy tampoco
le trae a casa, hambrienta, a la espera
Ilsebill se pintó de azul el pecho
* La serie Ilsebill es una reelaboración del cuento «El
pescador y su mujer» de los hermanos Grimm, de gran popularidad en la tierra de
la autora.
Ilsebill sueña
existe una posibilidad: el pescador regresa
y no de andar deambulado, le trae argumentos
incluso escupe una perla
en lo más profundo de su mano, en lo hondo
ella huele a sábanas revueltas a pan viejo y rancio
desordenada está la cama
en la que Ilsebill soñó con un hombre de ocho brazos
y tres corazones, por la mañana lo esconde
debajo de las arrugas del mar y se lava
las manchas de tinta de los muslos
no se olvidará en toda la jornada
porque luego, con la perla, con la fragancia familiar,
cuando el pescador regrese, se lamerá así el nombre
tentáculo, lengua, labios
Ilsebill, Ilsebill
Tomado de:
https://opcitpoesia.com/charlotte-van-den-broeck-poemas-versiones-de-micaela-van-muylem/
GRAND JETÉ
Un firme puntapié en la corva, a veces persiste esa sensación
cuando me inclino por encima de ti hacia atrás sin tener que
detener
ningún hueso de este blando cuerpo. Mi espina dorsal no se
quiebra,
vigoroso tallo de bambú que me induce a inclinarme tanto
que puedo continuar así hasta que vuelves a besar una
curvatura
de mis extremidades. Flanco con flanco viramos el uno en el
otro,
viramos más allá de nuestros mutuos confines y al final
confundo
dónde el cuerpo pasa a ser paisaje. Hasta donde alcanza la
vista
hay llanura y detrás de la vista cada uno se abisma en el otro
en la linde de esta elástica vivienda que se llama piel.
Extenso instante en una cajita a través de una mirilla.
Cuando le damos cuerda se reproduce de nuevo:
bailarina con un brazo en alto hace con el otro un cuenco
donde te vuelves líquido. Aquello que creías pasajero
lo mantendremos durante años hasta el punto en que tanto
nos inclinemos tanto nos inclinemos que el bambú se quiebre.
Tomado de:
https://aullidolit.com/poema-grand-jete-charlotte-van-den-broeck/
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