Curso de submarinismo
Como anticipo a la pérdida,
un corazón que flota y sobrevive
a la riada de sueños encerrados en burbujas.
Como coraza contra la victoria,
agendas que no abandonan su jaula de jabón,
muertas sobre la placa de la ducha.
Hoy es epílogo
las horas construyen su ataúd junto a mi almohada.
De "Vacaciones" 2004
Escribiré quinientas veces el nombre de mi madre...
Escribiré quinientas veces el nombre de mi madre.
Con un vestido blanco trazaré cada una de sus letras
por las
paredes
de mi dormitorio, por el suelo del patio del
colegio, por el pasillo de la casa más antigua. Para
recordar mi origen cada vez que yo viva.
En todos los lugares podré besar sus mejillas limpias
de
cristal,
aunque ella duerma lejos:
sus mejillas cercanas que me dolerán allá donde
acaricie
su
nombre escrito.
Tantos días, tantas noches habrá de alimentarme
amorosamente con su parábola descalza;
vendrá mi madre a arroparme, mujer de humo, con los
ojos
tiritando de suerte,
y en cada sueño mis apellidos dolerán como un cartel de
bienvenida a un hogar diferente.
Sobre mi cabello, rubio como el de mi madre, la corona
que
me ciño
como hija primogénita de Dinamarca.
Me llamaré Vacía, en honor a mis muertos; miraré cómo
retozan
de acrílico las palmas de mis manos, sangrará
mi
lengua a disposici6n de mis muertos.
Gritaré quinientas veces el nombre de mi madre para
quien
quiera
escucharlo, y escribiré que bendigo este medio
corazón
en huelga mío, pues no olvido:
nací para llorar la muerte de otros.
De "Tara" 2006
I will survive
Tengo una enorme colección de amantes.
Me consuelan y me aman y con ellos mi ego
se expande y extramuros alcanza la azotea.
Cuando estoy con cualquiera de ellos,
o con todos a la vez, siento la pesada carga
de millones de pupilas subidas a mi grupa,
y a mi oído lo acosan millones de improperios,
se habrá visto niña más desvergonzada / pobrecita,
Dios le libre del problema que suponen / habría
que encerrarlas a todas. Languidezco.
Quiero volar y volar y volar como Campanilla
-blanco y radiante cuerpo celestial,
pequeño cometa, pequeño cometa-
de la mano mis amantes, que dicen cosas bonitas
como estigma, princesa, miss cabello bonito, asteroide.
Todo sea por mis amantes, que no son dignos de elogio:
son minúsculos, y redondos, y azules,
azules o blancos, o azules y blancos,
y su boquita de piñón es invisible,
y para besarles introduzco a los pitufos
en mi boca, y para gozar de ellos
los trago, porque me sé mantis religiosa.
Quién soy, quién soy, ni siquiera sé quién soy.
Sólo los necesito cuando me desdoblo en dos,
cuando mi ego se encoge incomprensiblemente
e intramuros alcanza un punto mínimo,
cuando lloro demasiado o río demasiado,
y entonces los llamo y ellos, decidme vosotros
quién soy, mi pequeño y urgente consuelo,
se adentran en mi boca sin dudarlo, complacidos,
y me recorren por dentro, y al fin sonrío, soy,
sonrío tras sus cuatro, cinco, seis besos azules,
un balanceo en mi regazo, la sonrisa desencajada,
quién soy ahora, quién soy realmente ahora,
quizá sea una muñeca de trapo, me toman prestada,
sonrío con sus besos fríos color pitufo, color papá
pitufo,
besos de colores, ligero toque frío y plástico en mi
lengua,
quién soy ahora, quién soy realmente ahora.
Les comparto con muchas otras, Sylvia, Anne,
ay mis amantes pluriempleados, no lo he dicho,
mis amantes que son minúsculos, redondos y azules,
apuestos príncipes de un cuento de hadas,
cuando hago como que duermo
creen que soy la Bella Durmiente,
y entonces quiebran el relato y me besan,
y son como cualquier beso que lo es para dormirse,
buenas noches pequeñas plásticas azules y blancas,
quién soy, ya no quiero responder, no sé quién soy,
y contradigo el cuento y mi sueño es más profundo,
y no quiero despertar, no quiero, sólo quiero más
besos azules, quién, besos blancos,
besos porque mi ego tambalea en el centro de mi
estómago,
quién soy, besos redondos o cilíndricos,
no importa quién soy, quién soy realmente,
falo químico para mi sonrisa, quién soy ahora,
falo químico de colores para mi cabeza baja.
De "Mi primer bikini" 2001
Irène Némirovsky
Para Benjamín Prado
Yo soy Elisabeth Gille llorando tu marcha:
éstas son mis cartas de cumpleaños quemadas.
Yo soy tu hija pequeña sin regalos de Navidad.
Persiguiendo a los nazis, saltando la valla.
Yo soy David Golder arruinado tras tu muerte.
Yo soy un acorde de piano cualquiera
que, de repente, en Issy-L'Evêque suena.
Yo soy Danièle Darrieux tirándose a un ministro nazi.
Yo soy la familia Kampf en un baile malogrado.
Yo soy las lágrimas que derramaste
en una cámara de gas en Auschwitz.
Yo soy el espíritu de la mala suerte.
Yo soy, como tú, una judía atea.
Yo también me exilié por la guerra.
Y soy un susurro al oído y un cuento de Chejov
y las moscas del otoño en un suburbio de Moscú
y soy un perro y soy un lobo
y soy un trago de vino de soledad...
Y soy tu todo y soy tu nada.
Y soy el cabrón alemán que te mató.
Y el germen de la semilla de tu ser.
Yo también me marché de Kiev.
Yo soy tú y a la vez yo.
Yo soy un insecto que por noviembre
merodea en los crematorios.
Yo soy la elegancia, el clasicismo y la frescura
de la boca que Hitler mandó callar un día.
Yo soy Grasset quemando todos tus fonemas
cuando tus hijas aún duermen a tu sombra.
Soy tu mano que acaricia sus cabellos
y que, dedos traviesos, imagina un nuevo cuento.
Y digo que este poema es Irène Némirovsky
lo mismo que yo soy Finlandia en 1918
y tú eres un corazón más en un mundo vacío.
De "Mi primer bikini" 2001
Los niños que se mueren
Los niños que se mueren
pueden elegir entre saltar durante el día sobre camas
de
hormigón dulce, o comerse las sábanas muy lento, con
los
ojos cerrados y felices.
El privilegio de la franela. Dos centésimas de miedo
para
que
suelten su mano: por la avenida se agarran de la
punta
de mis dedos, mordiéndome, mamá.
Ya no tengo piernas y canto muy bajito, buscando en un
lugar
cerca
de mi padre, así que ellos me hacen compañía
antes
de llegar a casa.
Qué alegría en el vestíbulo: soy tan blandita que no
puedo
morir.
Tengo amigos sin sueño ni pijama. Huelen a víspera de
festivo,
y convierten los termómetros en un cuento de
buenas
noches, y han muerto y sin embargo
confían en enero igual que en las ventanas y la voz de
la
nieve.
Así es la vida de los niños que se mueren. Acolchada.
Muy
dulce.
Es tan bello extinguirse siendo niño...
De "Tara" 2006
Mi primer bikini
Sólo yo sé cuándo sobrevivimos.
Lo sé porque mis dedos
se transforman en lápices de colores.
Lo sé porque con ellos
dibujo en las paredes de tu casa
mujeres con rostro de epitafio.
Porque, a la caricia de la punta,
comienza el derrame de los cimientos
formando arco iris en la noche.
Porque, al escribir testamentos
en el suelo, se remueven las vísceras
de azúcar, y trepan tus raíces.
Grabo versos de colores fríos
en tu piel, de arquitrabe a basa,
y les llueve y los diluye, y compruebo
que la lluvia suena como hacen al caer
las canicas brillantes y naranjas
que cambiaba en el patio del recreo,
poco antes de calzar mi primer bikini.
Hoy guardo las canicas, como un apagado
tesoro, en los huecos de otras espaldas.
Pinto también en la terraza de enfrente
un jardín de lápidas cálidas y hermosas.
Trazo como una medusa de bronce,
un paraíso de cadenas hendiendo en mantillo
el valle diminuto que proclama que es frágil
y sin embargo, dirás tú, sobrevive.
De "Mi primer bikini " 2001
Punto de partida
Un poema condenado al ocio.
Sus dieciocho versos montan en autobús
y guardo en la cartera -dibujos animados-
dos pasajes con destino a la garganta.
Tu móvil, apenas unos céntimos, sonrisa:
ganarte así, renegando de Espronceda.
Tus besos son la excusa del verano.
De "Vacaciones" 2004
Sueño sucio #1
Con apenas un año de vida, mi hija se asoma al balcón:
sus
pulmones son una pecera.
Dentro del plástico le flota una piraña; bajo la
lengua, una
brújula
apunta al suelo:
el mecanismo de la vida de mi hija me vino por correo
aéreo,
desmontado.
Desde un segundo piso, mi hija disfruta con las cosas
brillantes, los estribillos de dos sílabas, las alturas. ¡Está
muy
mayor para su edad!
Asoma su cabeza entre las rejas del balcón: tiene su
mismo
aspecto.
Se lanza frente a Él.
Contra el suelo. Tiene su mismo aspecto.
Esta sensación me salpica los zapatos: como si me
atravesaran
el
esternón con un cuchillo y extrajesen una porción
que se
exhibiera, por los siglos de los siglos, en una
urna,
sobre un cojín púrpura;
como si nos inventásemos salmos
para recitar en el colegio, entre segundo plato y
postre, yendo
de
paseo, al irnos a dormir, al decirnos te quiero y
abrazarnos,
para limpiarte la conciencia cuando untes en tu
desayuno
tostadas con la miel de la vida de mi hija,
manual de instrucciones para amortiguar el golpe.
Igual
que tú, tiemblo.
Ya no
puedo llorar.
De "Tara" 2006
Sueño sucio #2
Me arranco la piel seca de los labios. Caen, de mis
dedos al
suelo, virutas antipáticas y grises. Permanezco unos
minutos
con los labios heridos. Tomo el cepillo de dientes
eléctrico,
enfrento su fuerza a mi silencio. El cepillo, de
inmediato,
se ha llenado de sangre. Las llagas crecen como esos
familiares
a los que sólo visitas de verano en verano. Incómodas;
heridas
como valles, un cadáver en la piel seca de mis labios.
De "Tara" 2006
Tara
I
La noche de tu muerte
Dios acribillaba a gargajos el cristal de mi ventana.
La lluvia
dolía igual
que duele el frío en un cuento navideño
con barrios
de cartón. El viento
golpeaba las paredes, se colaba por las rendijas de la
casa,
helaba los
armarios, componía con sus silbidos una
nana que
velase
por todas nosotras.
Escondida bajo la cama, me tapaba los oídos, negando la
presencia
del viento ante la puerta de mi cuarto.
Deberás superar doce pruebas para invadir mis dominios.
No lo pondré
tan fácil.
Me creía etimóloga de las condiciones atmosféricas,
experta
en
acepciones.
Al lado de los miedos de mis quince años, cantaban las
pelusas en
un sueño de Sófocles:
abre y verás
cómo el frío te espera con su rostro de miedo, para
decirte todo
lo que no quieres saber. Abre y verás; porque
el frío
aguarda con su rostro de miedo para leer la biografía
de tus
manos.
Diluviaba más allá de la puerta cerrada de mi cuarto.
El
agua invadía
las sábanas, traspasaba el somier, las pelusas
desfilaban
-pobres, densísimas- hacia la puerta.
Me tumbé, empapada, sobre el colchón.
(Fundido en negro)
Tumbada, temblorosa, sobre el colchón, colgué el
teléfono.
Las pelusas
-colmadas, orgullosas- reconquistaron
cuanto les
robé.
La luz empujaba sus partículas contra mis ojos:
punzantes
como el granizo, imitando en su choque a los aplausos.
La lámpara aprendía el gesto de las nubes, descargaba
contra
mí toda su
rabia. No lo impediré: basta con resistir para
apagarme.
Las pelusas ascendieron trepando por la mesilla de
noche,
hasta
invadir mi cama, y se colaron acampando en la
garganta.
Mi boca gris, el oráculo con toda la razón, negando
unos y
otros lo que
vendría después. Respiraba con dificultad.
No podía
pensar en otra cosa.
Sucia, desde luego, por meterme donde no me llaman.
Escucho
cómo, en la habitación contigua, Caravaggio
acapara todo
el protagonismo.
Apenas media hora. La llamada, la marcha de mis padres,
tu muerte.
Mi pecho topaba con la tela; en mi frente y mi nuca, el
sudor se
confundía con el agua.
II
(Soy Salomón. Pienso construir un altar secreto para
los
domingos. No
busco de vosotros una mano en la
espalda,
sino que la tendáis para ayudarme a escapar
de la marea.
El río al que caí multiplica su caudal conforme los
otros
lloran. Mi
corazón es una esponja, una caja negra que
recoge
todo cuanto
sucede.
El tanatorio, mientras, ejerce su función. Alquiler
igual a
frío.
Una mujer rubia, pálida, me da la bienvenida. Soy
Salomón.
Te mostraré
mi altar secreto
la si me guías hasta donde descansa)
Ofelia al otro lado del cristal, Angélica después de
cuatro
años,
respetada por las aguas,
mientras yo pataleo para no ahogarme. Pronuncio agua y
lloro por
aquello de lo que carezco. Como pulsar un
botón en lo
profundo de mi espalda. Lo conocido me
zarandea.
Dijiste dos días antes: cuando mejore, iré a la
peluquería a
arreglar
este desastre.
El cristal mostraba lo contrario: en tu pelo antes
gris,
revuelto,
brillarán los bucles durante cuarenta días y
cuarenta
noches.
Nunca vulnerable, nunca muerta: tan hermosa como la
última vez
en que nos vimos.
(Dios, entonces, posó sus manos sobre mis hombros
y me sentí sola.
III
La franela protege mi vida subterránea. El mundo, bajo
las
sábanas, se
percibe diferente:
su grosor iba a alejarme de colmillos y radiactividad,
iba a
librarme del
ataque de los monstruos.
Tulipanes amarillos sobre fondo azul. Prozac para las
horas
oscuras.
Costaba respirar bajo las sábanas. Las pesadillas
formaban
parte
de un estrato ajeno a mi dormitorio, por encima de las
nubes, allá
donde la asfixia ocurre con la misma frecuencia
que debajo de la manta. Justo cuando no podía respirar
me
rescatabas,
y yo dormía abrazada a ti, mis cuatro, cinco
años, y las
pesadillas se digerían con el desayuno.
Todo cuanto tengo
te lo debo. Aprendiste a leer con cinco años. Con
ochenta
escribiste,
en un cuaderno de hojas cuadriculadas, tu
vida.
Felicidad fue tu última palabra-
Ahora que has muerto, más allá de la puerta cerrada de
mi cuarto,
mientras las hermanas viejas corren a
refugiarse
bajo los soportales,
alguien que no soy yo, pero se me parece, escribe en
una
cabina
telefónica con rotulador negro permanente:
Dios, ven aquí,
atrévete a volver a hacerlo,
ahora
soy más grande que tú.
IV
La lluvia forma en su caída toboganes de barro, alumbra
arcenes
y calzadas para el tránsito nocturno,
expulsa de su reino a los habitantes más hermosos,
provoca
envidias, desmanes, firmas de tratados.
Transforma, también, sus caprichos en notas dispuestas
sobre un tablón de corcho: debo recoger la terraza,
ordenar
mis
papeles, resguardarme para cuando llegue la tormenta.
La lluvia consigue todo esto
Igual
que el viento decreta qué árboles no sirven, qué
hogares
deberán
pasar la noche en vela, y deshoja tendederos
y
periódicos,
e interrumpe el sueño de quienes se piensan a salvo,
golpeando contra los cristales de nuestras ventanas.
Y la muerte
no respeta tu puerta cerrada, derritiéndose aprovecha
los
resquicios translúcidos, y se arrastra y se cuela estancada
en el
lugar en el que duermes,
ensuciándote los pies al despertarte, impregnándote los
huesos
y la carne con su olor,
hasta que respiras muy hondo
y decides gritarle sin sábanas, incorporada en el
centro de
tu
dormitorio, acabando con todo,
aquello que en el fondo busca con su presencia:
ya no temo a la muerte, porque me reunirá con Ella.
De "Tara" 2006
Tomado de:
http://amediavoz.com/medel.htm
PEZ
Nuestro plato favorito requería cierta preparación. Mi
abuela abría el pescado en vertical,
leyendo mi
futuro.
Sobre la superficie herida distribuía su relleno, con
cuidado: las marcas de la muerte no deben
infectarse.
Mientras, ella me hablaba. Yo aún era pequeña; había
vuelto del colegio, preguntaba qué
había de almorzar, relamía mis gracias y decía:
peces como los del verano. Por entonces hacía frío. Y
al terminar de comer nos sentábamos
juntas, veíamos la televisión juntas, respirábamos
juntas cada noche.
Vivir era costumbre de las dos,
y en verano me enfadaba al verla caminar
orilla arriba
orilla abajo:
yo me enfadaba porque temía perderla en una ola, o que
se resfriase, o simplemente estar
lejos de ella unos minutos.
Al volver, me sentaba en su hamaca y me ayudaba a
limpiarme la arena de los pies, a buscar
mis ceras en la bolsa, a despegarme la sal y las
legañas.
El invierno es, ahora, amable en esta casa. Al entrar
he querido encontrarte tranquila,
repitiendo tus historias, sonriendo al recordar los
buenos tiempos, como siempre,
siguiendo las costumbres de mi infancia.
Pero no ahora no estás. Las dos ya no vivimos, y el
frío me agarra por la espalda y me golpea,
recuerda tantas cosas que vuelvo a tener miedo,
y mis ojos
resbalan en mis manos
húmedos
como el pez del invierno
De Tara (DVD, 2006)
ÁRBOL GENEALÓGICO
Yo pertenezco a una raza de mujeres con el corazón
biodegradable.
Cuando una de nosotras muere
exhiben su cadáver en los parques públicos, los niños
se acercan a curiosear en su
garganta de hojalata, se celebran festines con moscas y
gusanos, me cae mal porque me
hizo sonreír a mí, que soy tan triste.
A los treinta días exactos de su muerte el cuerpo de
esta extraordinaria raza
se autodestruye, y a las puertas de vuestras casas
llaman los restos del alma de las mujeres
sobrenaturales,
chocan contra vuestras paredes, sus empastes y sus uñas
agujerean vuestras ventanas
hasta que sangran nuestras aortas clavadas en la
tierra, igual que las raíces.
Al morir nos abren el estómago, examinan con los dedos
su interior, rebuscan entre las
vísceras el mapa del tesoro,
sacan sus dedos negros de todos los poemas que se nos
han quedado dentro con los años.
Un espectáculo.
Pertenezco a una raza desarrollada más allá de los
púlpitos. Soy una de ellas porque mi
corazón mancha al tomarlo entre las manos, porque
coincide en tamaño con el hueco
de un nicho;
fresco y dulce como el de un animal, chupad mi corazón
para que, al morir, sepan que
hemos estado juntos.
Soy una de ellas porque mi corazón será abono. Porque
mi sangre, que es la suya, sube y
baja por mi cadáver como por escaleras mecánicas;
porque el fundamento de mi carácter, al descomponerse,
se incorpora a una especie salvaje
que ladra y que hiere y que te lleva a su terreno, que
ignora las afrentas, que jamás se
extinguirá.
De Tara (DVD, 2006)
ESTAMOS REALIZANDO OBRAS EN EL EXTERIOR.
NO UTILIZAR ESTA PUERTA EXCEPTO EN CASO DE EMERGENCIA
Madurar
era esto:
no caer al suelo, chocar contra el suelo, contemplar el
pudrirse de la piel
igual que un fruto antiguo.
Colchón justo para los dos; años que chocan la lengua
contra los dientes una y otra vez que
se tambalean en la boca
años
del sentido incorrecto.
Con tres hilos de cabeza he tejido mi tiempo:
piensa en vosotros a mi edad, piensa en tres hilos de
cabeza, qué te falta, qué te queda;
piensa en tres hilos. Quizá
eso, madurar:
quizá Ulises boca abajo, quizá la orilla boca arriba,
eso que queréis me esperará diez años. Pensad en diez
caídas; pensad en
diez hilos de cabeza. ¿Aquello? ¿La madurez? ¿Márchate,
olor a lavavajillas, déjame con mi
sueño?
¿O quizá en la boca uvas para el postre del color
de la rodilla que cae al suelo,
de la rodilla que choca contra el suelo? Me tambaleo. Y
era yo el zumo en la garganta, y era
yo el frío, era yo
las uñas y el estómago, quién era yo en mis años
con tres, en mi tiempo con diez hilos de cabeza. Hasta
mi habitación
por la escalera de incendios un hombre
y su sentido contrario. Diez hilos de cabeza, veinte
hilos de su pecho atados a mi pecho,
juro que amé
los golpes de sus piernas. Digo que
madurar era esto: que no pude negarme, digo que mis
tres hilos de nada entre los dedos, y
juré chocar y el suelo
lo juré. Pensé al suelo la caída
y el choque contra el suelo. Pensé el aliento pensé
dije
tres hilos de cabeza: tambaleo.
Pensé en mi edad y pensé en vosotros y pensé
que nadie me avisó de madurar así, junto a la vida y el
frío en el cajón
de la fruta que se pudre.
De Chatterton (Visor, 2014)
UN CUERVO EN LA VENTANA DE RAYMOND CARVER
Para Erika
Nadie se posa en el alféizar –son veintiocho años
de espacio adolescente–,
pero qué ocurriría si el pájaro sobre el que he leído
en todos los poemas
se colara por el patio de luces y asomara
por el alféizar de mis veintiocho años,
un pájaro
mi habitación adolescente.
Y qué ocurriría si yo escribiese aún
–si me preguntan, respondo que ya no–
y un pájaro cualquiera, ninguno de los pájaros sobre
los que haya leído en todos los poemas,
un cuervo o una de las palomas negras que asoman en la oficina,
interrumpiese en la escritura
como el que se posó en la ventana de Carver.
¿Ganaría su lugar en el poema?
¿Dejaría de ser pájaro?
Alza el vuelo. Ya no hay
habitación en el alféizar.
De Chatterton
(Visor, 2014)
Tomado de:
https://revistaiman.es/poemas-de-elena-medel/
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