LISTA
Me paro en la calle para ver la vitrina del almacén
como si analizara a un poema. Chorizos y salchichas
se extienden como versos, costales de bacalao
arreglados como estrofas, botellas de aceite
que dan sabor a la sequedad de las rimas, el pan
que aún guarda la levadura de un ritmo
que se masca en boca – todo
está en su lugar, como si el tendero
supiera que existe una poética
propia para regular las compras. Luego,
entro en la tienda; y cuando me preguntan
lo que quiero se me queda la duda: ¿granadas
o el verso blanco de un paquete
de harina? ¿Un trozo de queso, o
la metáfora envuelta para un consumo
rápido? ¿Castañas al quilo, como si fueran
sílabas, que asar en el horno de la frase? Y acabo
saliendo sin tomar nada, pero con
un poema en la bolsa de las compras.
EVA
Cuando Eva iba desnuda por el paraíso,
disfrazaba el tedio a la sombra de los árboles, cogiendo
las flores, oliendo su aroma,
y pensando en cómo sería bonito tener un cielo
que mirar.
Un día, una de esas flores se transformó en
fruto; y Eva se lo llevó a la boca, lo mordió, probó
su pulpa. Por un extraño efecto
de causa y consecuencia, el sabor de la manzana
obligó Eva a cubrir su desnudez
con hojas y flores, que volvieron
a ser una metáfora del cuerpo
que escondemos.
Sucesivamente, el pecado se volvió una simple
figura retórica, y el sexo un ejercicio
de interpretación.
BIG BANG
Escribo en esta luz fluida lo que
el tiempo me deja ver: un eco de astros
en las bóvedas del infinito, con su
dibujo de sonido refinando los bordes
del silencio.
Y alguien me decía
que no era así: el espacio se arrastra
entre dioses sin servicio y
las inmensidades
vacías de una laguna
de galaxias.
Pero el astrónomo no gasta
su tiempo con la metafísica; y lo que sabe
sobre religión se limita a un registro de
nombres, entre
estrellas y planetas.
Entretanto, oye la música que viene
del estallido primordial, y atraviesa el universo
de una a otra punta. ¿Cuáles palabras se
perdieron en medio de los fragmentos de la eternidad,
tragada por el agujero negro del centro?
Es de noche, cuando no hay luna
ni nubes, que escribo en el cuaderno del cielo
la frase que me dictan las galaxias, como
si fuera un astrónomo, y oyera
el ruido de un motor que no se detiene.
DEMOCRACIA
Fui a ver la democracia embalsamada como
el cadáver de Lenin, oliendo a formol y aguarrás,
en un sótano de Europa. Le derramaban encima
ungüentos y colonias, la quemaban incienso
y hashish, le recitaban la obra completa de
Rousseau, de Saint-Just, de Víctor Hugo y
su cuerpo no se movía. Le gritaban libertad,
igualdad, hermandad y la pobre fallecida
olía a camposanto, como si esperara a
autopsias que no vinieron, partes, adeenes
que le dieran familia y descendencia. Esperé
que todos se quitaran de sus pies, escudriñé
uno de sus ojos y vi que se movía. Le tomé
una mano, le pedí que se despertara y vi temblar
sus labios para decir algo. ¿Un testamento?
¿La última verdad del mundo? “¿Qué quieres?”,
le pregunté. Y ella, casi viva: “¡Un cigarrillo!”.
EN LISBOA
Entra en el Café y siéntate a la mesa que
aún no fue limpiada, como si no tuvieras
elección alguna. Aleja de ti el cenicero, la taza aún
tibia, el vaso de aguardiente bebido hasta la última
gota, y sacude tu pelo para que las sombras
que allí estaban se dispersen. Tus ojos
quedan presos del techo, donde una tira mata-
moscas se queda allí desde un verano pasado
hace tiempo. Manchas de humedad y humo,
yeso a la vista, componen el cuadro
abstracto en donde buscas un sentido para
lo que te falta. Tus manos titubean, sobre
las piernas, como si no hubieras decidido
qué hacer. ¿Pero si volvieras a salir, por
donde irías, ahora que ha bajado la tarde y ya no
se ve quién pasa detrás del escaparate? ¿Y
si te quedaras, quién podría llegar a esta hora
para no dejarte sólo contigo, a la mesa que
el camarero tarda en venir a limpiar? Sin saber
por qué, he tenido tu imagen, y hablo con ella
en este poema que conoce tu nombre, sin nunca
decirlo, como si le hubieras intimado el secreto.
INFORME
Hago el inventario de los muebles en esta casa vacía,
con un cuaderno de escuela, lleno las rayas
con un dibujo minucioso de palabras:
un armario de almas, una mecedora,
una creencia de ecos, una mesa sin piernas,
un espejo de sombra, un rincón interrumpido
en la cesura del verso, un estante de imágenes.
Llevo esta lista al notario; y le pido que
borre los objetos inútiles para que el cuaderno
sirva de algo. Pero él me pide que
remplace las palabras con los objetos. Pues,
repongo el alma en el armario, balanceo el cuerpo sobre
la silla, grito en el abismo de la creencia, hago
caminar la mesa, me miro en el espejo del verso,
y saco del estante todas las imágenes.
“¿Pero qué casa es esta?”, me pregunta el
empleado. Le digo que los cuartos son
las estrofas, que los muros son hechos con
los ladrillos de los versos, que un yeso de rimas
llena los intersticios. Sólo no sé indicar
la calle, el número, el color de las paredes. Es una casa
que no existe, aunque sea mi casa.
Y la vació de
muebles, objetos, palabras,
hasta que sólo se queda la poesía que la construyó.
LA MATERIA DE LA POESÍA
Para
Salah Stétié
Hay una sustancia de las cosas que no
se pierde cuando las alas de la belleza
la tocan. La perdemos de vista, a veces,
entre los rincones de la vida; pero
ella nos sigue con su deseo
de permanencia, y viene a contaminarnos
con la infección divina de una fiebre de
eternidad. Los poetas trabajan
esta materia. Sus dedos extraen
el caso del interior de quien va
a su encuentro, y saben que lo improbable
se encuentra en el corazón del instante,
en el cruce de miradas que
la palabra de la poesía traduce. Leo
lo que escriben; y desde la llama
que sus versos alimentan se levanta
un humo que el cielo dispersa, entre
el azul, dejando apenas un
eco de lo que es esencial, y queda.
Tomado de:
ENCANTAMIENTO
Vi a las mujeres
azules del equinoccio
volar como pájaros ciegos; y sus cuerpos
sin alas sumergirse, lentamente, en los lagos
volcánicos. Sus labios vomitaban el fuego
que traían de una infancia de magma
calcinado. El agua quedaba negra, a su retorno;
y las ramas de las plantas sumergidas por las lluvias
primaverales las abrazaban, empujándolas en un
estertor de imágenes. Las tapé con un cobertor
de versos; las extendí en la gruesa arena
de la orilla, viendo a las cobras de agua huyendo
entre los cañaverales. Les observé
el sexo por donde escurría el líquido blanco
de un inicio. Les pude decir que las amaba,
abrazándolas, como si estuviesen vivas; y
oí un susurrar de niños por entre
los arbustos, repitiéndome las frases con una
entonación de risa. ¿Dónde están esas mujeres?
¿En qué lecho del río duermen sus cuerpos,
que mis dedos buscan con un gesto
vago de inquietud? Navego contra la corriente;
busco la fuente, el silencio frío de una génesis.
ME GUSTAN LAS MUJERES QUE ENVEJECEN
Me gustan las
mujeres que envejecen,
con la rapidez de sus arrugas, los cabellos
caídos por los hombros negros del vestido,
la mirada que se pierde en la tristeza
de los reposteros. Esas mujeres se sientan
en las esquinas de las salas, miran hacia fuera,
hacia el atrio que no veo, de donde estoy,
felizmente adiviné ahí la presencia de
otras mujeres, sentadas en los bancos
de madera, hojeando revistas
baratas. Las mujeres que envejecen
sienten que las miro, que admiro sus gestos
lentos, que amo el trabajo subterráneo
del tiempo en sus senos. Por eso esperan
que el día corra en esta sala sin luz,
evitan salir a la calle, y dicen bajo,
a veces, esa elegía que sólo sus labios
pueden cantar.
EL AMOR, UN DEBER DE PASO
Fui envenado por el dolor oscuro del Futuro.
Ya sabía yo que algo se preparaba contra mi cuerpo.
Ahora me retuerzo de agonía
en los versos de este poema.
Esta es la tierra antaño fértil que mis dedos desgarran.
Mis labios están hechos de esta tierra,
son lama caliente.
Voy a irme por tu rostro hacia lo lejano.
Mi hambre es haberte mirado
y estar ciego. Ahora sé que te abres para el fuego
del relámpago.
Tengo la convicción de los temporales.
Ya no sé ni lo que digo ni lo que eso importa. Guía
de mis cabellos rasos, de la melancolía,
de la efímera vida de los gestos.
en ese día fui mejor actos que mi sinceridad.
La cicatriz me enerva el estómago.
Corte de mañana las puntas de los dedos pero ya sé que
Ellas crecerán de nuevo para proteger las uñas.
Tal vez la vida sea extraña,
tal vez la vida sea sencilla,
tal vez la vida sea otra vida.
La línea blanca de la Belleza es mi actitud que se
transforma.
La violencia del sueño sube
sobre mi conocimiento.
Dondequiera fui un horizonte en la separación de los
párpados.
EMIGRACIÓN
Como una nieve antigua en las avenidas de la imagen,
desciendo
hasta el lago. Arrastro las memorias que ningún cielo me
dejó; y
las echo hacia el paseo, donde tal vez esperen que un
deshielo
primaveral las restituya a la vida presente.
A la orilla del lago, en un bar, frente a la explanada
de sillas apiladas, veo la otra orilla: montañas
de cumbres escondidas por las nubes, laderas blancas, de
donde a veces despuntan bosques y peñascos.
Batiendo el café con la cucharilla de plástico, oigo
la música en la sinfonola y pregunto a la empleada de
dónde viene:
una aldea del norte, - un lugar por donde pasé, en coche,
sin siquiera
preocuparme en visitar la iglesia.
Fue donde me casé, me dice, sin aclarar
donde se divorciara (de hecho, no vi que usase alianza
ni tenía el aire de quien mantiene hábitos conyugales).
Una iglesia
es siempre una buena referencia, le respondí.
Le dejé algún poco de propina, al salir
hasta la orilla del lago. Después, pisé la nieve que
resistía en las aceras: para
que las memorias que allí dejara desapareciesen. Tal vez
la empleada
me haya enseñado que el pasado es inútil o,
al menos, que a la música de una sinfonola puede,
perfectamente, sobrevivir un canto de iglesia, en una
aldea del centro,
cuando se descubre un punto común entre dos personas, más
allá de ese encuentro solitario con vistas al lago.
EL POETA
Trabaja ahora en la importación
y exportación. Importa
metáforas, exporta alegorías.
Podría ser un trabajador
por cuenta propia,
uno de esos que rellena
cuadernos de hoja azul con
números
de debe y haber. De hecho, lo que
debe son palabras; y lo que tiene
es ese vacío de frases que le
sucede cuando se apoya
a los cristales, en invierno, y la lluvia cae
del otro lado. Entonces, piensa
que podría importar el sol
y exportar las nubes.
Podría ser
un trabajador del tiempo. Pero,
en cierto modo, su
práctica se confunde con la de un
escultor del movimiento. Hiere,
con la piedra del instante, lo que
pasa camino
de la eternidad;
suspende el gesto que sueña el cielo;
y fija, en la dureza de la noche,
el batir de las alas, lo azul, la sabia
interrupción de la muerte.
ARTE POÉTICA
Con cita de Holderlin
El poema lírico
nació de un rosal. No
digo que fuese la rosa de arriba, aquella que todos
miran, primero que todo, pensando
en cortarla para llevársela consigo. Es
esa rosa ni blanca ni roja, la rosa pálida,
vestida con la sustancia de la tierra:
la que toma el color de los ojos de quien la sujeta, por
casualidad, y la agarra como si tuviese
manos abstraídas por dentro de sus hojas.
Cogí ese poema. Lo metí dentro del agua,
como la rosa, para que flotase a lo largo de un río
de versos. Y su cuerpo, desnudo como el de esa mujer
que amé en un sueño oscuro, bebió la savia
de los lagos, las venas subterráneas de las humedades
ancestrales, y se abrió como el vientre de la
propia flor. Llevó tras de sí mis ojos,
en un barco tan profundo como su propia
muerte.
Abracé ese poema. Lo extendí en la arena
de las orillas, cubriendo su desnudez con las ramas
de arbustos fluviales. Arranqué los capullos
que nacían de sus senos, bebiendo su color
verde como los charcos tupidos del otoño. Le pedí
que me hablase, como si sólo él supiese todavía
las últimas palabras del amor.
(Metáfora continua de un único sentimiento).
Tomado de:
LUCHA DE CLASES
No todos los que construyeron las catedrales vieron lo
mismo.
Unos irguieron torres y pináculos a la luz del sol
y llegaron al cielo; otros, hundidos en las criptas,
pintaron infiernos a la luz de las velas, dejando en el
suelo
el lugar para los más anónimos de los muertos. Los
que llegaron a la cima, recibieron la mirada divina y
vieron el júbilo de las madrugadas primaverales; los
que quedaron en el fondo, arrancando a la humedad de las
paredes
el gesto alucinado de los demonios, intercambiaron
obscenidades y enfermedades. No obstante, la catedral
es única, y quien la visita, apreciando la totalidad que,
dicen,
nació de una visión del absoluto, no piensa
en pormenores. ¿Qué importancia tienen para nosotros
los que trabajaron en la sombra, perdiendo la luz de los
ojos con el
minucioso dibujo, arrancando a lo oscuro, si lo que hoy
se ve
es ese contorno en que la piedra trabaja el cielo? Así,
se concluye, que es de la desigualdad que nace
la armonía, y es el desorden humano que hace brotar,
de la nada, todo lo que admiramos.
CANTO DE ORFEO
La poesía, que incendia el agua, no nace
de la inspiración. Voy a buscarla al infierno,
atravesando
esa puerta, más allá de la cual, los astros
se apagan. Sin embargo, sé que el camino del regreso
me está abierto: unos rastros de versos me indican la
salida, y te traigo conmigo, oh viva Eurídice, de
cabellos
desaliñados por el viento de la amnesia, y ropa
presa en el cuerpo por el sudor de los vendavales.
“Espérame”,
dices, con un cansancio de sombra. Y
te quedas atrás, esperando no sé qué,
para que te pierda de vista. Oh
amada: ¡presa en los túneles de una vaga
antigüedad! ¿Por qué demonios preguntas
dónde estoy? ¿Qué pan das de comer al guardia Cerbero,
para que cierre los ojos a tu paso? Pero
esa puerta no se abre dos veces. Me diste los versos
que me guiaron hasta vislumbrar de las estrellas, y te
quedaste –
para que otro vuelva a seguir ese camino, y
también regrese con manos vacías,
sin el amor que se secó en tu sexo.
CIENCIA
El agrónomo conoce el estado de los campos,
el mes cuando la helada amenaza las vides,
la inteligencia en los ojos del rebaño de cabras
que pastan la hierba abundante de primavera.
A veces se vuelve arqueólogo: debajo
de esta tierra sabemos el camino de las aguas,
y a cinco centímetros de la superficie, donde
hay arena y polvo de huesos, hubo un jardín.
Los muros de caliza y de basalto no le
son extraños, ni la dirección de los vientos,
que soplan del norte, y traen el hielo de las
montañas hacia dentro de los corrales.
Lo que él no sabe es para dónde corren
estas nubes, ni el peso de agua que ellas
llevan, ni lo que les pido que digan
a quien las mira, sin saber de dónde vienen.
EL INVENTOR DE HISTORIAS
En esta ciudad existía un bosque; en esta casa un
claro del bosque; y en ese claro un hombre murió, mirando
el fuego. En esa noche no se veía el cielo
entre las ramas, pero todos los ruidos de la noche
interrumpían
el pensamiento del hombre, y el crepitar de la leña
le iluminaba el rostro, mientras moría.
En ese tiempo, en que no había ni ciudad ni casa, y
apenas el bosque se extendía más allá de ríos y montes,
de valles y montañas, de rebaños y manadas, un hombre
miraba el fuego y moría. En su cabeza, sin embargo, se
habían
formado historias que atravesaron los tiempos
hasta que llegaron al cuarto que fue un claro del bosque,
en una ciudad sin árboles ni pájaros.
Lo que el hombre recuerda, frente al fuego, tiene el
brillo
de la llama que se va a volver ceniza al final de la
noche, y el mismo
viento, que barre las hojas del otoño y las cenizas
de la hoguera, ya no llevará las palabras del hombre a
quien la madrugada
no despertó. Pero las historias que inventó se
desprendieron
de él; y corrieron por el mundo y los tiempos, mientras
otros hombres arrasaron bosques, construyeron ciudades,
inventaron nuevas historias.
El hombre no supo lo que sucedió con esta historia. Pero
la inventó para que, un día, alguien la pudiera contar.
Tomado de:
https://circulodepoesia.com/2014/08/poesia-portuguesa-nuno-judice/
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