A los siete años nadie comprende los aviones
A los siete años
nadie comprende a los aviones.
A los siete pudo leerse una carta,
un manifiesto,
el testamento de Ibsen tras la puerta
y aun así
seguir siendo pequeña.
Ya sabía del mar,
de los juguetes serios,
del corsé y las mentiras.
Eran dos cifras de humo,
y las arañas jugaban a matarme.
Prendí una luz.
Póstuma luz para negar mi centro
–si es que el centro
memoriza la tristeza
y este hueco total,
confusa ebriedad.
Jamás hubiese hallado
aquel cielo
que cantabas.
Te despedías de mi sangre,
amparabas mi locura.
Ya sabía del mar,
de tu sobria trascendencia
de esas marcas andróginas y tristes.
Yo,
echada sobre el auto,
deshaciéndome al fondo
como si Flaubert
escribiera
mi cara en los cristales.
Historia extenuada del último deseo
Cada vez el murmullo,
la ventana como pista,
el hombro de Dios
sobre la sombra.
Cada vez los perros
ladrándote el milagro.
Cada vez la muerte,
el viejo testamento de los hijos.
Cada vez,
las lógicas pedradas
latiendo entre mis ojos,
este amanecer sin las rodillas.
Sin esa parte de mí
que se deshila, sorda, trashumante.
Cada vez la madera
y sus extraños.
Nocturno
La noche se tuerce
entre mis dedos
fumo
desaparezco.
Ella pregunta
pregunta
mientras
los camareros
reparten
sus uñas.
Hay un muerto
floreciendo
en la pared
o una muerta
de talones
y abrigos
no lo sé
nunca se sabe
cuando
los muertos
sueñan
o se abrazan.
La noche
danza
en la punta
de sus lenguas.
Desaparezco.
Todo poema es siempre una despedida [1]
Escapar del puente.
Escapar
aun si Dios escucha lo que digo.
Escapar,
aun si el cero demora
en la boca de los niños.
Escapar. Que
nadie se atreva a detener mi espanto,
esta mueca
de hilos flotando en el café.
Escapar.
Que nadie dignifique la postura: leve posición de
auroras.
Escapar,
para que nada detenga
mi caída.
[1] Francisco Ruiz Udiel, “Un hombre en la calle
clavel”, de Memorias del Agua (2011)
Tomado de:
https://circulodepoesia.com/2013/11/poetas-de-miami-lleny-diaz-valdivia/
Vértigo
Hay una bestia en mi jardín.
Aun cuando soplo bajo el agua
muestra sus dientes y me alcanza.
Destinada a mi herida
esa minúscula otredad
de orejas finas y saladas.
Entra, se hace hambre bajo el hueco de mis uñas.
Murmura.
¡Cómo murmura la bestia del jardín!
Aquí un mordisco
allá un soplido.
Excéntrica como es,
recta,
tan amarilla que casi no me alcanza.
Como si fuera un desbalance y no la noche
y no la aguja y no el hilo
y no la bestia escrita en los cartones
cubierta de vida
de vida.
La belleza como artificio de construcción
Seguían los dedos sin
escribir, pero escribiendo. Adoptando esa postura de niño o de azulejo roto en
medio de los bares. El trago era más corto cada vez y las puertas no se abrían,
sino que reían estrepitosamente contra el lóbulo, contra el codo infeliz y las
papadas. Para escribir hace falta alcohol y un gato negro. No hay pájaro en la
sangre que edifique la belleza. No hay cielo ni hay números. Hay gatos,
derrumbes. Hay puertas. Demasiadas puertas y los dedos se parten, oscurecen el
límite, se arrastran, piensan en la cabina de un avión, en la cocina de Anne
Sexton. Los dedos son viajeros sucios, ermitaños. Confunden las palabras, se
abrazan a la noche, escalan, se convierten en lagartos, en espátulas de dios que
escriben.
Un poco de nieve
Músculo hacia fuera.
Ludovico Einaudi
alza su mano
hay una cinta corriendo
por su boca.
Con migas de pan
se gana el cielo
pero Rusia ¡ah!
Qué país serio
qué blancas capitales
para cantar al odio.
Si tan solo las revoluciones fueran azules.
La zona
Acabo de abrir la puerta
Stalker.
Habían más de cien becerros
quemándose las frentes.
Puse mi bolsa entre la luz
y no hacían silencio
no hacían más
que soñar
con cada fueguecillo
puesto en su osamenta.
Acaricio el agua
tomo prestadas las paredes…
nada que no sea.
Mi zona
Stalker
es un avestruz inmenso
y parpadea tanto
y asesina casi sin pensarlo.
Acabo de mirar el cielo
ni una nube muchacho
ni un recuerdo
que nos salve.
Regresemos al camino
nadie pondrá
esas bombas
sino nuestras propias manos.
Las líneas de Pablo
Un toro podría explicar los huesos
sus pasos por el aire.
La tarde.
El animal piensa la tarde
como jamás alguien
lo haría.
El barro no es ahora
sustancia en sus patas
es tinta
acrílico blando
inundador de cielos.
Un toro podría decir
si quiere
si es un toro trazado
vivo.
Agujereado por la mano
absuelto
entre espátulas y brillos.
Podría hablar
del mar en su garganta
invertir los cuernos
paladear una luz
y otra
y otra.
Un toro parado
mortal.
Podría explicar su ojo y su penumbra.
Si quisiera.
Arte pop
En los aleros
Joplin
Picasso.
En la pantalla vulvas
relojes.
Tú abres los ojos
ya sabes que Pablo
teje un nido
es apenas una inclinación
corte de acrílico y mostaza.
Sabes
te convences.
Tú has sido el hijo
y la madre.
Hay un daño preciso
que no arde
y un tranvía
en nuestra multitud.
Desde que no se pueden ver los mapas
La calle tiene un toque
de queda.
Huesos.
Un cartel que dice nada.
Panecillos
máscaras
silencios.
La calle tiene a veces
unas ganas
enormes de llorar.
Caminar como si el mundo fuera
Gira en dirección opuesta.
La loca y sus dedos
se repatrian
buscan un estatus
una esquina.
¡Miami! grita la loca.
¡Fuck you! canta la loca.
Mugre, migajas
todo es redondo
en la forma de alejarse
en las maneras prolongadas
del cinismo.
Una ciudad
no ocupa el sitio.
Ella lo sabe.
Una ciudad es la noche
y la sal.
Ha comido de su mano
ha mordido su mano.
Ítaca,
escribe con las uñas
una y otra vez.
Tomado de:
https://www.revistaaltazor.cl/lleny-diaz-valdivia-2/
Tercer Mundo
Y ese temor a las cosas
que caen del cielo
águilas doradas
alfileres.
Pomarrosas con filo.
Verbos animales
rosados.
Días centauros.
Miedo contra el miedo
irreversible.
Como una foto clandestina
que nos borra de los siglos.
Hilillo destrozado.
Te revientan los aviones
con esos modos
de acariciar los pánicos
de romper la mansedumbre
con que aprietas el aire
para no romperte
para no romperlo todo.
Ese
temor
a las cosas
que caen.
Cuadrúpedos
La diferencia entre
el lomo de mi jefe y un cuadrúpedo
es mínima
tan mínima
que a veces prefiero silbar
o chasquear los dedos.
Lanzarle los huesos de mi tórax.
No es lo mismo
un sueño que un cuchillo.
¿O sí?
Tal vez mi jefe
mastica sin espíritu
y entra en las gargantas
sin permiso.
Hoy he traído a mi caballo
me preparo
con la misma precisión.
Canto.
Mujercita.
Eso dirá
eso espero que diga
y cuando su lomo
se ilumine
cerraré los ojos del caballo.
Porque hay muchas diferencias.
Porque el ojo sabe.
Procesos
Benditos los malditos
los que orinan despacio
los que fuman con Dios.
Benditos los infames
lustradores de lenguas
ciegos y dormidos.
Benditos estos
y esos
los que enseñan los dientes
y se matan.
Los malditos que florecen
los huérfanos con hijos.
Este golpe
sus destinos.
Animal o sombra
Los animales se miran
como si el esplendor fuera posible
como si cavar un hoyo
la única violencia.
Los animales, ¡ah!
Qué inmensa letanía
para abrazar lo bello.
Disienten de las sombras
tiemblan.
Quiero cavar
un hoyo
hasta la nuca.
Tomado de:
https://deinospoesia.com/2024/02/18/lleny-diaz-valdivia-cinco-poemas-five-poems/
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