Miseria de una poesía
Poesía enfermiza sin más huella
que la escoria que dejas en el alma;
sólo entre odios tu dolor se calma
y sólo con la vida es tu querella.
Al declarar la guerra a la ternura
ni una tierna sonrisa te detiene;
sólo veneno tu metal contiene,
sólo la podredumbre en ti perdura.
Te reconozco en ese recoveco
revuelto entre cenizas y gusanos
en este muladar de tu porfía.
Tu voz ya no es tu voz, sólo es un eco,
un rescoldo de fuegos inhumanos,
un cadáver que escribe todavía.
Al dolor del destierro condenados
Al dolor del destierro condenados
—la raíz en la tierra que perdimos—
con el dolor humano nos medimos,
que no hay mejor medida, desterrados.
Los metales por años trabajados,
las espigas que puras recogimos,
el amor y hasta el odio que sentimos,
los medimos de nuevo, desbordados.
Medimos el dolor que precipita
al olvido la sangre innecesaria
y que afirma la vida en su cimiento.
Por él nuestra verdad se delimita
contra toda carroña originaria
y el destierro se torna fundamento.
Yo sé esperar
Si para hallar la paz en esta guerra
he de enterrarlo todo en el olvido,
y arrancarme de cuajo mi sentido
y extirpar la raíz a que se aferra;
si para ver la luz de aquella tierra
y recobrar de pronto lo perdido,
he de olvidar el odio y lo sufrido
y cambiar la verdad por lo que yerra,
prefiero que el recuerdo me alimente,
conservar el sentido con paciencia
y no dar lo que busco por hallado,
que el pasado no pasa enteramente
y el que olvida su paso, su presencia,
desterrado no está, sino enterrado.
Elegía a una tarde de julio, II
Y ahora sí;
ahora que el silencio
ya no puede perdurar sobre el grito;
ahora que la muerte se pone un uniforme,
ávida de recoger su ansiada cosecha,
olvidad vuestras dudas,
vuestros pasos inciertos.
De las tinieblas más viejas de la historia
va a nacer un río de sangre
que arrasará los campos y jardines,
soberbias torres y humildes monumentos,
altivos árboles y pobres matorrales.
Todas las lágrimas del mundo,
todo el odio que empuja
a las fieras dentelladas
va a reunirse de pronto
en esta tersa piel de toro.
Gritad, llamad,
hombres del campo y las ciudades
antes de que los prados se calcinen
y las casas se desplomen en llamas.
Pronto, pronto,
antes de que el huracán del odio
derribe en las ciudades
las primeras paredes
y quiebre en el campo las primeras ramas
de los temblorosos árboles.
Tomado de:
https://circulodepoesia.com/2015/04/adolfo-sanchez-vazquez-poemas/
NÚMERO
35 MILLONES de gritos que nunca conocieron el descanso
35 millones de manos que se pudren como planta muerta
millones y millones de llantos enterrados
al lado de una rosa
millones de lamentos sorprendidos en tumba encarcelada.
Un número de hombres sumergidos
en un mar de vinagre y peces congelados.
Un número de nervios y brazos desprendidos
por canales de sangre y agua enfurecida.
Millones de lamentos que nadan arrancados
frente a un mundo de huesos insepultos.
Un número de gritos levanta espadas ya difuntas.
Un número de manos derriba muros de injusticia.
Y es que sabe que sólo ya la muerte se duerme
para todos
y que para todos no crecen por igual la miseria
y los gritos.
Que hay un mundo de muertes y violetas degolladas
de espaldas desoladas y viento ensangrentado,
un mundo en el que el hambre despierta nuestras manos
y por vidrios y brasas engañado
entrega para siempre sus uñas transparentes.
¡Oh, número de sangre, de espuma y de lamento!
Un mundo de ceniza, carbón y muertas amapolas
volando te persigue.
¡Oh, número de sangre, de espuma y de lamento!
Te quiero sin lamento sin gritos ni llantos de
escalera.
Te quiero sin lamento.
Que hay sangre y cárceles y suelo humedecido
y suicidios y espaldas congeladas y vientres
sublevados.
Te quiero sin lamento y con sangre de espiga
que hay venas hinchadas y muros entreabiertos
presiones de estertores y ríos encadenados
mineros que agonizan y mueren muerto el aire
y gritos desgarrados de un cuerpo sobre el agua.
Te quiero sin lamento.
Te quiero en el incendio
mordiendo dormitorios y viejos candelabros
clavado tu madero con trigo y con arena.
Te quiero en los caminos de vidrio y voz sedienta
en noches derretidas por ansia interminable
cerrando ya la cárcel con tierra ensangrentada,
llevando por los aires el trigo y la amapola
a cuerpos perseguidos por nubes y puñales.
¡Oh, número de sangre y de lamento!
Los llantos enterrados y tumbas de otros días
despiertan los párpados caídos con odios no olvidados.
(Málaga,
octubre de 1935)
ESTA VOZ QUE NOS CONVOCA
OIGO esta voz que nos convoca
por hondos precipicios de gangrena
mientras nadan los peces homicidas
y la espuma se vuelve cómplice del crimen.
Sólo el viento que se bebe esa espuma,
sólo aires que congelan los trigos,
sólo estepas que calcinan las plantas,
sólo nieblas que aniquilan los sueños,
sólo tumbas que impacientes esperan
no escuchan esa voz
que entre presagios de espanto
insistentemente nos convoca.
(Madrid, junio de 1936)
ENTRE SER O NO SER
¡AMOR, amor! Desventurado y loco
acabo de matar mi primavera.
Lleno de sangre en esta sementera
persigo tu raíz, tu cielo invoco.
Ya todo fuego me parece poco
para encender mi pulso de madera.
Nieve por dentro soy porque por fuera
en nieve se convierte cuanto toco.
¡Amor, amor! Mi estrella desolada
quiere minar el mundo para verte.
Si te duele el color de mi llamada
no le duele a mi ser su propia muerte.
¡Antes morir sentándome en la nada
que acabar por no hallarte o por perderte!
MILICIANO MUERTO
MORTAL contradicción, nudo implacable:
la vida por la muerte se sostiene.
No mures tú, semilla que retiene
el árbol de la sangre perdurable.
Tu cuerpo se nos muestra vulnerable
por la delgada piel que lo contiene
y el corazón, de pronto, se detiene
al faltarle la sangre inevitable.
Tus humanas paredes se desploman
y una mano rabiosa en tu costado
te borra ya la linde de la vida.
Pero otras vidas con tu muerte asoman
y el toro, con tu muerte encarcelado,
nuevamente recobra la salida.
(Frente del Ebro,
octubre de 1938)
GUERRILLERO EN LA NOCHE
CUANDO a la muerte tiendes tu celada
con toda tu pasión, fuerte y sonora,
y eres el cuerpo de la humana aurora
en la noche del hombre derramada;
cuando en la flor transida no adivinas
más que el cauce mortal de tu existencia
y eres la vida misma, su presencia,
la norma de la luz donde caminas,
arde el ciprés al roce de tu mano
y su rama más débil se sustenta
teniendo tu pasión por alimento.
Los campos toman tu color humano;
el agua su tristeza transparenta,
y hasta el aire ya tiene sentimiento.
(Barcelona, diciembre de 1938)
ELEGÍA A UNA TARDE DE JULIO
I
DETRÁS de cada piedra verdinegra,
detrás de los arados solitarios,
detrás de los martillos más tenaces,
detrás de los bautizos y las bodas,
la verdad y el rumor entremezclados
se precipitan tenaces
como un río de crueles presagios,
de dolorosa lluvia de ácidos y llamas.
Ya es tarde para cerrar los ojos,
para la ilusión de un plácido verano,
tarde para atar los temores
con el cordel del sueño,
tarde para hundir la zozobra
en las aguas serenas del olvido.
Las madreselvas se alzan denunciando
la amenaza de un crepúsculo violeta;
las tiernas ramas de los viejos árboles
piden socorro contra el viento airado.
Y ahora ¿qué?
Tristes pétalos de prematuras rosas,
temblorosas corolas aturdidas,
blandos tallos de tréboles cansados,
sorprendidos zarzales junto al río,
aferraos a vuestras raíces,
no desprenderos de ellas
antes de que os arrase sin consuelo
el torrente de odio que se acerca.
Llega el momento de repudiar el silencio,
de competir con el fuego en la mañana fría,
de poner un dique al agua envenenada.
Llega el momento de tocar a rebato las campanas,
de alzarse iracundos los tranquilos arados,
de clamar, de gritar, de encresparse
para que los ciegos vean
y los sordos oigan.
II
Y ahora sí;
ahora que el silencio
ya no puede perdurar sobre el grito;
ahora que la muerte se pone un uniforme,
ávida de recoger su ansiada cosecha,
olvidad vuestras dudas,
vuestros pasos inciertos.
De las tinieblas más viejas de la historia
va a nacer un río de sangre
que arrasará los campos y jardines,
soberbias torres y humildes monumentos,
altivos árboles y pobres matorrales.
Todas las lágrimas del mundo,
todo el odio que empuja
a las fieras dentelladas
va a reunirse de pronto
en esta tersa piel de toro.
Gritad, llamad,
hombres del campo y las ciudades
antes de que los prados se calcinen
y las casas se desplomen en llamas.
Pronto, pronto,
antes de que el huracán del odio
derribe en las ciudades
las primeras paredes
y quiebre en el campo las primeras ramas
de los temblorosos árboles.
III
Y en las silenciosas calles
de las ciudades dormidas
donde el tiempo pasado se detiene
y se hermanan las cruces y los sables,
las mentiras se alargan,
se cierran los ojos,
se tapan los oídos
y un turbio remolino de aguas muertas
asciende por el aire.
Se apagan ya de noche los últimos faroles
y la verdad vencida y acosada
se refugia en los oscuros sótanos de las casas,
en las cañerías de las viejas calles.
IV
Si la verdad en muertes sucesivas
allí donde el tiempo se detiene
y al amor, la alegría y la ternura
se le cavan ya sus tempraneras tumbas;
si voces incansables ya vienen denunciando
esa turbia hermanada de la cruz y la espada
y hasta los ciegos pueden ver
los mapas de sangre
que en los cuarteles se levantan;
si ya hay ojos que en la lenta madrugada
clavan impacientes sus miradas
en el reloj que marcará la hora
del asalto a la vida,
del rejón de la muerte
y si un sueño se puebla de sanguinarias aves
de picos y garras insaciables;
si el tambor del crimen redobla tenazmente
y la planta del dolor ya está madura
para ofrecer su indeseable fruto,
¿quién detendrá esa orgía de sangre,
quién apagará el incendio de este bosque
de lutos, de penas y de llantos
que entre rezos y arengas,
ya está plantado?
V
Sólo tú,
puente de luz en la amargura,
a través de ese túnel y esa niebla
y al tacto matinal de los zarzales
recoges esta voz dispersa y derrotada,
esta verdad en trance de agonía
y llamas al combate venciendo soledades
y en círculos de vida desciendes presuroso
a los ojos cerrados,
a las gargantas cerradas,
golpeando el desierto con esta letanía:
¡Que la muerte se acerca a la amapola!
¡No dormid!
¡Que los banqueros echan ceniza en nuestros sueños!
¡No dormid!
Los generales olvidan el color de la inocencia
y abren en los cuarteles un mapa de España
lleno de ríos de sangre, de valles de ceniza,
de ciudades donde llueven la muerte y las lágrimas;
para Madrid, para su cuello virgen
tejen guirnaldas de sangre.
¡No dormid!
Hacia el amor navegan los barcos silenciosos
cargados de odio eterno y almendras minerales
¡No dormid!
Hacia los verdes campos un millón de ataúdes
y hacia las calles inocentes
la inundación de las cloacas.
¡No dormid!
Para los brazos tiernos se inventan terribles
quemaduras
para los niños tumbas y sólo tumbas.
Para los enamorados
copas de ceniza y sueños machacados,
para los jóvenes muchachos de cutis trasparente
espejos que devuelven espantosa
la imagen de la muerte.
Para todos
la muerte, sólo la muerte
reina del mar, del campo y las ciudades.
VI
Llega julio
con su cosecha de espigas tenebrosas.
Llega julio
asesinando la luz en los trigales.
Llega julio
con un saco de sangre en su costado.
Llega julio
trasportando la muerte a las heridas.
¡Llega julio!
VII
Millones de corazones inocentes
nadando van hacia la muerte.
Piélagos de rosas,
horizontes de trigo limpio,
aguas trasparentes
se mancharán de sangre, de barro y de ceniza.
Las casas indefensas,
los tiernos dormitorios se encaminan
hacia un tremendo valle polvoriento;
las blandas manos de las madres,
las tiernas manos de los niños
desprendidas del cuerpo
se mojarán de un agua inesperada.
Millones de camisas enlutadas
esperan ya sus cuerpos.
Millones de metros de tierra viva
esperan ya las tumbas.
Y hay millones de brazos esperando
la inmensa embestida de la muerte,
vísceras silenciosas, nervios ardiendo
que esperan el último latido
y hospitales, algodones y lamentos,
millones de cabellos encendidos,
de cubos de sangre, de gusanos
y de platos de carne desgarrada.
Millones de seres con los ojos tapados,
con un inmenso pañuelo sobre sus ojos inocentes
andando
andando van hacia este precipicio.
VIII
¡Parad!
¡Ataos los pies a las duras rocas
y los puños cerradlos!
Pero los pies se mueven todavía.
¡Abrid sin desmayo los ojos
y ved a los que se esconden temblorosos
detrás de la cómplice arboleda!
¡Miradlos con desprecio y con pena!
¡Qué relámpago de luz,
qué tinieblas lentamente desgarradas!
Pero ya todo va rodando hacia la muerte;
ya están dispuestos los últimos ataúdes;
ya está la muerte mandando en los cuarteles
y engrasados los últimos fusiles;
ya están los ojos atados,
las manos atadas,
los cuerpos atados
y a sus pies, tendido sin confines,
el negro precipicio.
IX
Era julio.
Ardían el agua, la tierra y el aire.
También mi pulso estaba ardiendo.
Aún se escuchaban los cansinos presagios
y la triste letanía de sus palabras
golpeando los cansados oídos
y, de pronto, un nuevo ardor abrasa
ventanas y puertas, jardines y plazas,
y se enturbian las aguas de los ríos,
se encogen de dolor los ruiseñores
y un torrente de gritos, lamentos y blasfemias
fluye sin diques ni compuertas.
Los dedos del dolor crecen tanto
que ya tocan los altos campanarios.
Los ataúdes se miran sorprendidos
ante tanta demanda inesperada.
Hasta ellos cabalgan los negros corceles
que arrastran por las calles a los muertos.
Y se doblan desolados los rosales más bellos
y todos los claveles de julio
con este ardor del aire se marchitan.
X
¿Y ahora?
Excelentísimos ministros
levemente asombrados,
ligeramente sorprendidos,
confiados guardianes
de las leyes escritas,
de la palabra empeñada
y de los huecos juramentos,
no poneros más vendas en los ojos
ni más algodones en los oídos.
Desde los campos en llamas
y las ciudades lamidas por el fuego
se abre paso esta verdad desnuda:
nuestra tierra se ha vuelto una plaza de toros
donde se va a lidiar, se lidia ya,
este bravo toro de España.
Ya no hay presagios,
ni gritos ni lamentos
que detengan la lidia.
Desde este triste momento
y en este ruedo ibérico
tantas veces hollado,
sólo flores machacadas,
sólo espigas destrozadas,
sólo la nieve que ahoga
el ardor del verano,
sólo pirámides de huesos,
manchas de sangre
en las blancas paredes,
torrentes de llantos y de lágrimas
y ríos desbordados
entre ensangrentadas orillas.
XI
Venid, venid, abrid los ojos,
los que os habéis negado
a quitaros las vendas;
los que os ponías hielo en las manos
para no sentir la fiebre
de un pulso ardiendo.
Venid con vuestros ojos
ligeramente sorprendidos
y vuestras manos heladas.
¿Acaso no os sorprende
esta lidia feroz
de este toro de España,
con sus caños de sangre
y sus sesos saltando
contra las duras tablas?
¿Acaso no véis todavía
este río de dolor
que fluye incontenible
de la piel de este toro?
XII
Mi pulso estaba ardiendo
como el del toro en la plaza.
Mi voz se descargaba
de sus tiernos acentos
y mi cuerpo como una hiedra
se pegaba al muro
que tenazmente resistía.
Ya todo era un gigantesco ruedo,
un inmenso tapiz de ensangrentados hilos,
un redondel de arena
donde una lluvia de espadas cae
sobre un toro indomable
que embiste
como un Miura de fuego,
pero sangrando;
que corta el paño y el aire
como un cuchillo incansable,
pero sangrando;
que derriba furioso
las engañosas tablas,
pero sangrando;
y que abre en esta tarde oscura
una ventana de luz,
pero sangrando.
Tomado de:
https://omegalfa.es/downloadfile.php?file=libros/poesia.pdf
Sentencia
Si el árbol de la sangre se secara
y el corazón, ya seco y sin latido,
fuera polvo total, norte abolido
que nadie en este mundo recordara;
si el alma sin soporte se quedara
y la tierra, materia del olvido,
de muertos se cubriera y lo podrido
en un bosque de heridas germinara;
si el crimen no tuviera más oficio
que escarbar en la tierra desolada
para dejar al mundo su simiente,
la dulce brisa, el leve precipicio
tornaríanse, al fin, en cuchillada
o en abismo mortal para tu frente.
Tomado de:
https://www.laotrarevista.com/2011/08/adolfo-sanchez-vazquez/
No hay comentarios.:
Publicar un comentario