miércoles, 29 de enero de 2025

POEMAS DE ADOLFO SÁNCHEZ VÁZQUEZPOEMAS DE ADOLFO SÁNCHEZ VÁZQUEZ


Miseria de una poesía

 

Poesía enfermiza sin más huella

que la escoria que dejas en el alma;

sólo entre odios tu dolor se calma

y sólo con la vida es tu querella.

Al declarar la guerra a la ternura

ni una tierna sonrisa te detiene;

sólo veneno tu metal contiene,

sólo la podredumbre en ti perdura.

Te reconozco en ese recoveco

revuelto entre cenizas y gusanos

en este muladar de tu porfía.

Tu voz ya no es tu voz, sólo es un eco,

un rescoldo de fuegos inhumanos,

un cadáver que escribe todavía.

 

 

Al dolor del destierro condenados

 

Al dolor del destierro condenados

—la raíz en la tierra que perdimos—

con el dolor humano nos medimos,

que no hay mejor medida, desterrados.

Los metales por años trabajados,

las espigas que puras recogimos,

el amor y hasta el odio que sentimos,

los medimos de nuevo, desbordados.

Medimos el dolor que precipita

al olvido la sangre innecesaria

y que afirma la vida en su cimiento.

Por él nuestra verdad se delimita

contra toda carroña originaria

y el destierro se torna fundamento.

 

 

Yo sé esperar

 

Si para hallar la paz en esta guerra

he de enterrarlo todo en el olvido,

y arrancarme de cuajo mi sentido

y extirpar la raíz a que se aferra;

si para ver la luz de aquella tierra

y recobrar de pronto lo perdido,

he de olvidar el odio y lo sufrido

y cambiar la verdad por lo que yerra,

prefiero que el recuerdo me alimente,

conservar el sentido con paciencia

y no dar lo que busco por hallado,

que el pasado no pasa enteramente

y el que olvida su paso, su presencia,

desterrado no está, sino enterrado.

 

 

Elegía a una tarde de julio, II

 

Y ahora sí;

ahora que el silencio

ya no puede perdurar sobre el grito;

ahora que la muerte se pone un uniforme,

ávida de recoger su ansiada cosecha,

olvidad vuestras dudas,

vuestros pasos inciertos.

De las tinieblas más viejas de la historia

va a nacer un río de sangre

que arrasará los campos y jardines,

soberbias torres y humildes monumentos,

altivos árboles y pobres matorrales.

Todas las lágrimas del mundo,

todo el odio que empuja

a las fieras dentelladas

va a reunirse de pronto

en esta tersa piel de toro.

Gritad, llamad,

hombres del campo y las ciudades

antes de que los prados se calcinen

y las casas se desplomen en llamas.

Pronto, pronto,

antes de que el huracán del odio

derribe en las ciudades

las primeras paredes

y quiebre en el campo las primeras ramas

de los temblorosos árboles.

Tomado de:

https://circulodepoesia.com/2015/04/adolfo-sanchez-vazquez-poemas/

 

 

NÚMERO

35 MILLONES de gritos que nunca conocieron el descanso

35 millones de manos que se pudren como planta muerta

millones y millones de llantos enterrados

al lado de una rosa

millones de lamentos sorprendidos en tumba encarcelada.

Un número de hombres sumergidos

en un mar de vinagre y peces congelados.

Un número de nervios y brazos desprendidos

por canales de sangre y agua enfurecida.

Millones de lamentos que nadan arrancados

frente a un mundo de huesos insepultos.

Un número de gritos levanta espadas ya difuntas.

Un número de manos derriba muros de injusticia.

Y es que sabe que sólo ya la muerte se duerme

para todos

y que para todos no crecen por igual la miseria

y los gritos.

Que hay un mundo de muertes y violetas degolladas

de espaldas desoladas y viento ensangrentado,

un mundo en el que el hambre despierta nuestras manos

y por vidrios y brasas engañado

entrega para siempre sus uñas transparentes.

¡Oh, número de sangre, de espuma y de lamento!

Un mundo de ceniza, carbón y muertas amapolas

volando te persigue.

¡Oh, número de sangre, de espuma y de lamento!

Te quiero sin lamento sin gritos ni llantos de escalera.

Te quiero sin lamento.

Que hay sangre y cárceles y suelo humedecido

y suicidios y espaldas congeladas y vientres sublevados.

Te quiero sin lamento y con sangre de espiga

que hay venas hinchadas y muros entreabiertos

presiones de estertores y ríos encadenados

mineros que agonizan y mueren muerto el aire

y gritos desgarrados de un cuerpo sobre el agua.

Te quiero sin lamento.

Te quiero en el incendio

mordiendo dormitorios y viejos candelabros

clavado tu madero con trigo y con arena.

Te quiero en los caminos de vidrio y voz sedienta

en noches derretidas por ansia interminable

cerrando ya la cárcel con tierra ensangrentada,

llevando por los aires el trigo y la amapola

a cuerpos perseguidos por nubes y puñales.

¡Oh, número de sangre y de lamento!

Los llantos enterrados y tumbas de otros días

despiertan los párpados caídos con odios no olvidados.

(Málaga, octubre de 1935)

 

 

ESTA VOZ QUE NOS CONVOCA

OIGO esta voz que nos convoca

por hondos precipicios de gangrena

mientras nadan los peces homicidas

y la espuma se vuelve cómplice del crimen.

Sólo el viento que se bebe esa espuma,

sólo aires que congelan los trigos,

sólo estepas que calcinan las plantas,

sólo nieblas que aniquilan los sueños,

sólo tumbas que impacientes esperan

no escuchan esa voz

que entre presagios de espanto

insistentemente nos convoca.

(Madrid, junio de 1936)

 

 

ENTRE SER O NO SER

¡AMOR, amor! Desventurado y loco

acabo de matar mi primavera.

Lleno de sangre en esta sementera

persigo tu raíz, tu cielo invoco.

Ya todo fuego me parece poco

para encender mi pulso de madera.

Nieve por dentro soy porque por fuera

en nieve se convierte cuanto toco.

¡Amor, amor! Mi estrella desolada

quiere minar el mundo para verte.

Si te duele el color de mi llamada

no le duele a mi ser su propia muerte.

¡Antes morir sentándome en la nada

que acabar por no hallarte o por perderte!

 

 

MILICIANO MUERTO

MORTAL contradicción, nudo implacable:

la vida por la muerte se sostiene.

No mures tú, semilla que retiene

el árbol de la sangre perdurable.

Tu cuerpo se nos muestra vulnerable

por la delgada piel que lo contiene

y el corazón, de pronto, se detiene

al faltarle la sangre inevitable.

Tus humanas paredes se desploman

y una mano rabiosa en tu costado

te borra ya la linde de la vida.

Pero otras vidas con tu muerte asoman

y el toro, con tu muerte encarcelado,

nuevamente recobra la salida.

(Frente del Ebro, octubre de 1938)

 

 

 

GUERRILLERO EN LA NOCHE

CUANDO a la muerte tiendes tu celada

con toda tu pasión, fuerte y sonora,

y eres el cuerpo de la humana aurora

en la noche del hombre derramada;

cuando en la flor transida no adivinas

más que el cauce mortal de tu existencia

y eres la vida misma, su presencia,

la norma de la luz donde caminas,

arde el ciprés al roce de tu mano

y su rama más débil se sustenta

teniendo tu pasión por alimento.

Los campos toman tu color humano;

el agua su tristeza transparenta,

y hasta el aire ya tiene sentimiento.

(Barcelona, diciembre de 1938)

 

 

ELEGÍA A UNA TARDE DE JULIO

I

DETRÁS de cada piedra verdinegra,

detrás de los arados solitarios,

detrás de los martillos más tenaces,

detrás de los bautizos y las bodas,

la verdad y el rumor entremezclados

se precipitan tenaces

como un río de crueles presagios,

de dolorosa lluvia de ácidos y llamas.

Ya es tarde para cerrar los ojos,

para la ilusión de un plácido verano,

tarde para atar los temores

con el cordel del sueño,

tarde para hundir la zozobra

en las aguas serenas del olvido.

Las madreselvas se alzan denunciando

la amenaza de un crepúsculo violeta;

las tiernas ramas de los viejos árboles

piden socorro contra el viento airado.

Y ahora ¿qué?

Tristes pétalos de prematuras rosas,

temblorosas corolas aturdidas,

blandos tallos de tréboles cansados,

sorprendidos zarzales junto al río,

aferraos a vuestras raíces,

no desprenderos de ellas

antes de que os arrase sin consuelo

el torrente de odio que se acerca.

Llega el momento de repudiar el silencio,

de competir con el fuego en la mañana fría,

de poner un dique al agua envenenada.

Llega el momento de tocar a rebato las campanas,

de alzarse iracundos los tranquilos arados,

de clamar, de gritar, de encresparse

para que los ciegos vean

y los sordos oigan.

 

II

Y ahora sí;

ahora que el silencio

ya no puede perdurar sobre el grito;

ahora que la muerte se pone un uniforme,

ávida de recoger su ansiada cosecha,

olvidad vuestras dudas,

vuestros pasos inciertos.

De las tinieblas más viejas de la historia

va a nacer un río de sangre

que arrasará los campos y jardines,

soberbias torres y humildes monumentos,

altivos árboles y pobres matorrales.

Todas las lágrimas del mundo,

todo el odio que empuja

a las fieras dentelladas

va a reunirse de pronto

en esta tersa piel de toro.

Gritad, llamad,

hombres del campo y las ciudades

antes de que los prados se calcinen

y las casas se desplomen en llamas.

Pronto, pronto,

antes de que el huracán del odio

derribe en las ciudades

las primeras paredes

y quiebre en el campo las primeras ramas

de los temblorosos árboles.

 

III

Y en las silenciosas calles

de las ciudades dormidas

donde el tiempo pasado se detiene

y se hermanan las cruces y los sables,

las mentiras se alargan,

se cierran los ojos,

se tapan los oídos

y un turbio remolino de aguas muertas

asciende por el aire.

Se apagan ya de noche los últimos faroles

y la verdad vencida y acosada

se refugia en los oscuros sótanos de las casas,

en las cañerías de las viejas calles.

 

IV

Si la verdad en muertes sucesivas

allí donde el tiempo se detiene

y al amor, la alegría y la ternura

se le cavan ya sus tempraneras tumbas;

si voces incansables ya vienen denunciando

esa turbia hermanada de la cruz y la espada

y hasta los ciegos pueden ver

los mapas de sangre

que en los cuarteles se levantan;

si ya hay ojos que en la lenta madrugada

clavan impacientes sus miradas

en el reloj que marcará la hora

del asalto a la vida,

del rejón de la muerte

y si un sueño se puebla de sanguinarias aves

de picos y garras insaciables;

si el tambor del crimen redobla tenazmente

y la planta del dolor ya está madura

para ofrecer su indeseable fruto,

¿quién detendrá esa orgía de sangre,

quién apagará el incendio de este bosque

de lutos, de penas y de llantos

que entre rezos y arengas,

ya está plantado?


V

Sólo tú,

puente de luz en la amargura,

a través de ese túnel y esa niebla

y al tacto matinal de los zarzales

recoges esta voz dispersa y derrotada,

esta verdad en trance de agonía

y llamas al combate venciendo soledades

y en círculos de vida desciendes presuroso

a los ojos cerrados,

a las gargantas cerradas,

golpeando el desierto con esta letanía:

¡Que la muerte se acerca a la amapola!

¡No dormid!

¡Que los banqueros echan ceniza en nuestros sueños!

¡No dormid!

Los generales olvidan el color de la inocencia

y abren en los cuarteles un mapa de España

lleno de ríos de sangre, de valles de ceniza,

de ciudades donde llueven la muerte y las lágrimas;

para Madrid, para su cuello virgen

tejen guirnaldas de sangre.

¡No dormid!

Hacia el amor navegan los barcos silenciosos

cargados de odio eterno y almendras minerales

¡No dormid!

Hacia los verdes campos un millón de ataúdes

y hacia las calles inocentes

la inundación de las cloacas.

¡No dormid!

Para los brazos tiernos se inventan terribles quemaduras

para los niños tumbas y sólo tumbas.

Para los enamorados

copas de ceniza y sueños machacados,

para los jóvenes muchachos de cutis trasparente

espejos que devuelven espantosa

la imagen de la muerte.

Para todos

la muerte, sólo la muerte

reina del mar, del campo y las ciudades.

 

VI

Llega julio

con su cosecha de espigas tenebrosas.

Llega julio

asesinando la luz en los trigales.

Llega julio

con un saco de sangre en su costado.

Llega julio

trasportando la muerte a las heridas.

¡Llega julio!

 

VII

Millones de corazones inocentes

nadando van hacia la muerte.

Piélagos de rosas,

horizontes de trigo limpio,

aguas trasparentes

se mancharán de sangre, de barro y de ceniza.

Las casas indefensas,

los tiernos dormitorios se encaminan

hacia un tremendo valle polvoriento;

las blandas manos de las madres,

las tiernas manos de los niños

desprendidas del cuerpo

se mojarán de un agua inesperada.

Millones de camisas enlutadas

esperan ya sus cuerpos.

Millones de metros de tierra viva

esperan ya las tumbas.

Y hay millones de brazos esperando

la inmensa embestida de la muerte,

vísceras silenciosas, nervios ardiendo

que esperan el último latido

y hospitales, algodones y lamentos,

millones de cabellos encendidos,

de cubos de sangre, de gusanos

y de platos de carne desgarrada.

Millones de seres con los ojos tapados,

con un inmenso pañuelo sobre sus ojos inocentes

andando

andando van hacia este precipicio.

 

VIII

¡Parad!

¡Ataos los pies a las duras rocas

y los puños cerradlos!

Pero los pies se mueven todavía.

¡Abrid sin desmayo los ojos

y ved a los que se esconden temblorosos

detrás de la cómplice arboleda!

¡Miradlos con desprecio y con pena!

¡Qué relámpago de luz,

qué tinieblas lentamente desgarradas!

Pero ya todo va rodando hacia la muerte;

ya están dispuestos los últimos ataúdes;

ya está la muerte mandando en los cuarteles

y engrasados los últimos fusiles;

ya están los ojos atados,

las manos atadas,

los cuerpos atados

y a sus pies, tendido sin confines,

el negro precipicio.

 

IX

Era julio.

Ardían el agua, la tierra y el aire.

También mi pulso estaba ardiendo.

Aún se escuchaban los cansinos presagios

y la triste letanía de sus palabras

golpeando los cansados oídos

y, de pronto, un nuevo ardor abrasa

ventanas y puertas, jardines y plazas,

y se enturbian las aguas de los ríos,

se encogen de dolor los ruiseñores

y un torrente de gritos, lamentos y blasfemias

fluye sin diques ni compuertas.

Los dedos del dolor crecen tanto

que ya tocan los altos campanarios.

Los ataúdes se miran sorprendidos

ante tanta demanda inesperada.

Hasta ellos cabalgan los negros corceles

que arrastran por las calles a los muertos.

Y se doblan desolados los rosales más bellos

y todos los claveles de julio

con este ardor del aire se marchitan.

 

X

¿Y ahora?

Excelentísimos ministros

levemente asombrados,

ligeramente sorprendidos,

confiados guardianes

de las leyes escritas,

de la palabra empeñada

y de los huecos juramentos,

no poneros más vendas en los ojos

ni más algodones en los oídos.

Desde los campos en llamas

y las ciudades lamidas por el fuego

se abre paso esta verdad desnuda:

nuestra tierra se ha vuelto una plaza de toros

donde se va a lidiar, se lidia ya,

este bravo toro de España.

Ya no hay presagios,

ni gritos ni lamentos

que detengan la lidia.

Desde este triste momento

y en este ruedo ibérico

tantas veces hollado,

sólo flores machacadas,

sólo espigas destrozadas,

sólo la nieve que ahoga

el ardor del verano,

sólo pirámides de huesos,

manchas de sangre

en las blancas paredes,

torrentes de llantos y de lágrimas

y ríos desbordados

entre ensangrentadas orillas.


XI

Venid, venid, abrid los ojos,

los que os habéis negado

a quitaros las vendas;

los que os ponías hielo en las manos

para no sentir la fiebre

de un pulso ardiendo.

Venid con vuestros ojos

ligeramente sorprendidos

y vuestras manos heladas.

¿Acaso no os sorprende

esta lidia feroz

de este toro de España,

con sus caños de sangre

y sus sesos saltando

contra las duras tablas?

¿Acaso no véis todavía

este río de dolor

que fluye incontenible

de la piel de este toro?

 

XII

Mi pulso estaba ardiendo

como el del toro en la plaza.

Mi voz se descargaba

de sus tiernos acentos

y mi cuerpo como una hiedra

se pegaba al muro

que tenazmente resistía.

Ya todo era un gigantesco ruedo,

un inmenso tapiz de ensangrentados hilos,

un redondel de arena

donde una lluvia de espadas cae

sobre un toro indomable

que embiste

como un Miura de fuego,

pero sangrando;

que corta el paño y el aire

como un cuchillo incansable,

pero sangrando;

que derriba furioso

las engañosas tablas,

pero sangrando;

y que abre en esta tarde oscura

una ventana de luz,

pero sangrando.

Tomado de:

https://omegalfa.es/downloadfile.php?file=libros/poesia.pdf

 

 

Sentencia

 

Si el árbol de la sangre se secara

y el corazón, ya seco y sin latido,

fuera polvo total, norte abolido

que nadie en este mundo recordara;

 

si el alma sin soporte se quedara

y la tierra, materia del olvido,

de muertos se cubriera y lo podrido

en un bosque de heridas germinara;

 

si el crimen no tuviera más oficio

que escarbar en la tierra desolada

para dejar al mundo su simiente,

 

la dulce brisa, el leve precipicio

tornaríanse, al fin, en cuchillada

o en abismo mortal para tu frente.

Tomado de:

https://www.laotrarevista.com/2011/08/adolfo-sanchez-vazquez/

 

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