Al entreabrirse la flor de coyol
Siento una vaga ternura infantil
cuando al frescor de las húmedas huertas
sus indecibles plegarias inciertas
lloran las dulces cigarras de abril.
Trémulos llantos que el aura sutil
lleva en sus alas, igual que a hojas muertas
hacia las blandas llanuras, abiertas
bajo los cielos de rosa y de añil…
¡Oh!, las cantoras del riente bohío,
que con sus ternezas aduermen al río
al entreabrirse la flor del coyol…
Y en sus cantares suspiran y lloran
entre los claros boscajes que doran
las melancólicas puestas de sol…
Ropa blanca
En el umbral del rancho está María;
las sombras de sus ojos son rivales
de esas sombras que dan los cafetales
cuando se empieza a adormecer el día…
Es muchacha que sueña y desvaría,
si se le habla del mozo de los chales,
y desgrana el maíz en delantales
y aroma con amor la cercanía…
Cuando en el río tiende ropa blanca
—junto a la poza que la linfa estanca—
al amor de la luna del bohío,
finge la ropa blanca, desde lomas
vecinas, una banda de palomas
picoteando luceros en el río...
Quezaltepec
La noche fue dantesca… En medio del mutismo
rompió de pronto el retumbar de un trueno…
Tropel de potros que rompiera el freno
y se lanzara, indómito, al abismo…
Un pálido fulgor de cataclismo,
al cielo que antes se mostró sereno,
siniestramente iluminó de lleno,
como si el cielo se incendiara él mismo…
Entre mil convulsiones de montaña
se abrió la roja y palpitante entraña
en esa amarga noche de penuria…
Y desde el cráter en la abierta herida
brotó la ardiente lava enfurecida
como un boa incendiando de lujuria.
Cantemos lo nuestro
¡Qué encanto el de la vida, silos natales vientos
en sus ligeras alas traen ecos perdidos
de músicas de arroyos y música de nidos,
como mansos preludios de blandos instrumentos!
¡Qué encanto el de la vida, si al amor del bohío,
y entre un intenso aroma de lirios y albahacas,
miramos los corrales donde mugen las vacas
y oímos las estrofas del murmurante río!..
El terruño es la fuente de las inspiraciones:
¡A qué buscar la dicha por suelos extranjeros,
si tenemos diciembres cuajados de luceros,
si tenemos octubres preñados de ilusiones!
No del Pagano Monte la musa inspiradora
desciende a las estancias de pálidos poetas:
en nuestra musa autóctona que habita en las glorietas
de púrpura y de nácar, donde muere la aurora.
Es nuestra indiana musa que, desde su cabaña,
desciende coronada de plumas de quetzales
a inspirarnos sencillos y tiernos madrigales,
olorosos a selva y a flores de montaña.
Vamos, pues, a soñar bajo tibios aleros
de naranjos en flor..., cabe los manantiales:
octubre nos regala sus rosas y vesperales;
diciembre las miríadas de todos sus luceros.
Huertos nativos
Bajo toldos de rubios naranjales
serpentea el camino polvoriento
todo lleno de aromas y de viento,
lleno de músicas primaverales.
A las primeras luces matinales
pasa el ganado con su paso lento…
y va el gañán detrás, sucio y mugriento
cabalgando en su potro a los corrales.
Junto a la vieja puerta la ubre ordeña
y la leche, aromada, y espumante,
burbujea en la jarra rebosante.
Y el sol, a su caricia lugareña
enciende el naranjal, fresco y sonoro
cual si puñadas le arrojase, de oro…
De entre el verde follaje, la cabaña
destaca el techo rústico, pajizo.
A un lado está el bambú de áureo carrizo
crujiendo entre el verdor de la maraña.
Mece a lo lejos la flexible caña
su alto penacho, por el viento rizo
y al ondular, su cálamo macizo
alza el rumor de una canción extraña.
Entre belleza tanta no hay, empero,
una que al alma inspire más dulzura
que aquella lejanía de esmeralda,
recamada de virgen espesura…
surge de ahí una loma y en su falda
ondea su abanico un cocotero…
Árbol de fuego
Son tan vivos los rubores
de tus flores, raro amigo,
que yo a tus flores les digo:
“Corazones hechos flores”.
Y a pensar a veces llego:
Si este árbol labios se hiciera…
¡ah, cuánto beso naciera
de tantos labios de fuego…!
Amigo: qué lindos trajes
te ha regalado el Señor;
te prefirió con su amor
vistiendo de celajes…
Qué bueno el cielo contigo,
árbol de la tierra mía…
Con el alma te bendigo,
porque me das tu poesía…
Bajo un jardín de celajes,
al verte estuve creyendo
que ya el sol se estaba hundiendo
adentro de tus ramajes.
Los ojos de la criolla
Unas veces es clara, y otras veces trigueña
cual la tierra quemada por el fuego del sol…
La criolla que en los labios lleva un tenue arrebol
y en los ojos oscuros lleva un alma que sueña…
Cuando lloran las cuerdas de una triste guitarra,
se le tiñen los ojos de un color de ilusión
y del cálido pecho se le va el corazón,
cuando lloran las cuerdas de una triste guitarra…
En las pálidas horas de las noches de luna,
bajo el toldo discreto del amate sombrío,
le reflejan los ojos cual las ondas de un río
en las pálidas horas de las noches de luna…
Cuando va los domingos a la iglesia cercana,
con sus ojos oscuros de color de aceituna,
los piropos la siguen y el amor la importuna,
cuando va los domingos a la iglesia cercana…
Cuando lloran las cuerdas de una dulce guitarra,
en las pálidas horas de las noches de luna,
se entristecen sus ojos de color de aceituna,
cuando lloran las cuerdas de una dulce guitarra.
Los ojos de los bueyes
¡Los he visto tan tristes, que me cuesta pensar
cómo siendo tan tristes, nunca puedan llorar!…
Y siempre son así: ya sea que la tarde
los bese con sus besos de suaves arreboles,
o que la noche clara los mire con sus soles,
o que la fronda alegre con su sombra los guarde…
Ya ascendiendo la cuesta que lleva al caserío,
entre glaucas hileras de cafetos en flor…
o mirando las aguas de algún murmurador
arroyuelo que corre bajo un bosque sombrío…
¿Qué tendrán esos ojos que siempre están soñando
y siempre están abiertos?…
¡Siempre húmedos y vagos y sombríos e inciertos,
cual si siempre estuviesen en silencio implorando!
Una vez, en la senda de una gruta florida
yo vi un buey solitario que miraba los suelos
con insistencia larga, como si en sus anhelos
fuera buscando, ansioso, la libertad perdida…
Y otra vez bajo un árbol y junto a la carreta
cargada de manojos, y más tarde en la hondura
de una limpia quebrada, y en la inmensa llanura,
y a la luz de un ocaso de púrpura y violeta…
¡Siempre tristes y vagos los ojos de esos reyes
que ahora son esclavos! Yo no puedo pensar
cómo, siendo tan tristes, nunca puedan llorar
los ojos de los bueyes…
Los pericos pasan
La tarde despierta de su sueño,
cuando la alígera nube despunta cantando…
Una nube de alas… una alegre nube que baja, que sube…
Son ellos. Se alejan entre llano y cielo.
Son las esmeraldas de un collar en vuelo…
Bulliciosamente trazan una verde curva en el ambiente,
¿Van a los palmares de ondeante abanico?
Ellos van a donde les apunta el pico.
Se alejan, se alejan …pero van tan juntos,
que más bien parecen renglones de puntos…
Y en un llano caen,
así como cuando un árbol se está deshojando.
Los potros
Ya se acercan los potros; raudamente precisa
el grupo sus contornos de estética salvaje;
entre el pálido rosa del lánguido paisaje
corren desenfrenados, a la par de la brisa.
Los potros ya se acercan: mas lo hacen tan aprisa,
que parece volaran sobre el quieto paraje;
desplázanse los cascos en fantástico viaje
atrás dejando chozas de silueta imprecisa.
Huracanadamente por los llanos nativos,
van devorando leguas los potros fugitivos,
por burlar los afanes de inútil seguimiento;
como una sombra alada pasan ante nosotros,
y los recios gañanes, en fuga tras los potros,
describen con los lazos rúbricas en el viento…
Tomado de:
https://ciudadseva.com/autor/alfredo-espino/poemas/
Alma cándida
A la memoria de la
señorita
María Teresa
Dueñas.
El alma limpia es gota de un agua luminosa
que en cálices de rosas halla inviolada cuna.
Yo sé de un alma de esas: era un claro de luna
temblando en el rocío que lloraba una rosa…
Pero una mañanita de cálidos fulgores
volvió de nuevo al cielo la limpia gota aquella,
que bien fuera por clara la hermana de una estrella,
o bien, por leve, fuera la hermana de las flores…
No hay que buscarla ahora por reinos de dolores,
el alma limpia es gota de un agua milagrosa,
que si bien se evapora, vuelve en formas mejores
a iluminar el sueño de nieve de otras rosas…
Febrero, 1924.
Las manos de mi madre
Manos las de mi madre, tan acariciadoras,
tan de seda, tan de ella, blancas y bienhechoras…
¡Sólo ellas son las santas, sólo ellas son las que
aman,
las que todo prodigan y nada me reclaman!
¡Las que por aliviarme de dudas y querellas,
me sacan las espinas y se las clavan ellas!
Para el ardor ingrato de recónditas penas,
no hay como la frescura de esas dos azucenas,
¡Ellas, cuando la vida deja mis flores mustias,
son dos milagros blancos apaciguando angustias!
Y cuando del destino me acosan las maldades,
son dos alas de paz sobre mis tempestades…
Ellas son las celestes; las milagrosas, ellas,
porque hacen que en mi sombra me florezcan estrellas!
Para el dolor, caricias; para el pesar, unción,
¡son las únicas manos que tienen corazón!
(Rosal de rosas blancas de tersuras eternas:
aprended de blancuras en las manos eternas).
Yo que llevo en el alma las dudas escondidas,
cuando tengo las alas de la ilusión caídas,
¡las manos maternales aquí en mi pecho son
como dos alas quietas sobre mi corazón!
¡Las manos de mi madre saben borrar tristezas!
¡Las manos de mi madre perfuman con ternezas!
Viento en popa
Para Jorge A.
Paredes
Lucha, que es de los fuertes la victoria.
Rompe la valla que opusiera fría
la suerte adversa, la fortuna impía.
¡Vuela y alcanza la lejana gloria!
¡Sé la chispa que fulge entre la escoria!
¡Aborrece la noche y ama el día!
Y no temas jamás de la jauría
de los necios la sátira irrisoria…
Asciende hasta la cumbre a golpes de ala,
a la cumbre que el cóndor sólo escala.
Da vida al ideal que tu alma arropa…
Y parte… Que a tu buque peregrino
empuje siempre buen soplo marino,
para que bogue siempre, ¡viento en popa!
Lámpara de oro
Tú vives en un íntimo santuario,
donde te adoro yo. Resaltas pura,
lámpara de oro en la celeste altura,
y alumbras mi cerebro visionario…
Y, ¿sabes?, a pesar que el tiempo es vario,
allá en el fondo de mi vida oscura
tú persistes aún, como perdura
un nombre sobre mármol cinerario…
Y aunque en pos de las dudas y los años
vienen sombras y vienen desengaños,
y se extinguen encantos e ilusiones…
Tú brillas en las noches de mis duelos,
¡cual fulge en el enigma de los cielos
el palpitar de las constelaciones!
Al joven bardo José
Luis Silva.
La poesía, siempre.
Tomado de:
https://lazebra.net/2022/05/24/alfredo-espino-ascension-poesia/
MAÑANITAS EN LOS CERROS
Es el mes de las lluvias, y por este
motivo, la tierra viste un traje
de tupido verdor, y entre el ramaje
se ve un poquito menos lo celeste.
La casuca de campo está más blanca
bajo la blanca lumbre mañanera.
Ha crujido un bambú. La enredadera
está besando cielo en la barranca.
“Besando cielo”, dije, y no he mentido,
porque en toda hondonada silenciosa,
un poco de agua azul no es otra cosa
que un cielito entre flores escondido…
Se hace frescura el viento campesino
en el sendero angosto
¡Cómo se ve que Agosto
acaba de pasar por el camino!
Hemos andado mucho, y todavía
no se acaba el sendero;
¡pero gracias al último aguacero
ha amanecido tan amable el día!
De la paz de los ranchos unos perros
me salen a mirar…
Se me recoge el alma al penetrar
al silencio oloroso de los cerros.
¡Olor, olor a monte, a valle, a loma!
¡Cuánta canción de amor me trae el viento!
¡Ya en mi oído no cabe tanto acento!
¡Ya no cabe en mi pecho tanto aroma!
LA FIESTA DEL BARRIO
Chispean los tizones. En torno a los comales
alegres cuchichean las flamantes parejas,
y hay gritos infantiles, y hay regaños de viejas
y en las hojas cocidas hay humosos tamales.
Al soplo de las brisas ondulan sueltos chales
y esparcen los cabellos sus dóciles madejas
y los faroles rojos envían en las rejas
de los altos balcones, lumínicos raudales…
Las banderolas fingen bandadas de pañuelos,
y los pañuelos fingen bandadas de palomas,
y las chispas, que vuelan, fingen puntos y comas.
El agudo cohete rasga los infinitos
e intensamente alumbra noctívagos desvelos,
como rosas de fuego que reventara en gritos.
Tomado de:
https://valentinazoetv.com/20-poemas-de-jicaras-tristes-alfredo-espino-poesia/
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