miércoles, 8 de enero de 2025

POEMAS DE ALFREDO ESPINO


Al entreabrirse la flor de coyol

 

Siento una vaga ternura infantil

cuando al frescor de las húmedas huertas

sus indecibles plegarias inciertas

lloran las dulces cigarras de abril.

 

Trémulos llantos que el aura sutil

lleva en sus alas, igual que a hojas muertas

hacia las blandas llanuras, abiertas

bajo los cielos de rosa y de añil…

 

¡Oh!, las cantoras del riente bohío,

que con sus ternezas aduermen al río

al entreabrirse la flor del coyol…

 

Y en sus cantares suspiran y lloran

entre los claros boscajes que doran

las melancólicas puestas de sol…

 

 

Ropa blanca

 

En el umbral del rancho está María;

las sombras de sus ojos son rivales

de esas sombras que dan los cafetales

cuando se empieza a adormecer el día…

 

Es muchacha que sueña y desvaría,

si se le habla del mozo de los chales,

y desgrana el maíz en delantales

y aroma con amor la cercanía…

 

Cuando en el río tiende ropa blanca

—junto a la poza que la linfa estanca—

al amor de la luna del bohío,

 

finge la ropa blanca, desde lomas

vecinas, una banda de palomas

picoteando luceros en el río...

 

 

Quezaltepec

 

La noche fue dantesca… En medio del mutismo

rompió de pronto el retumbar de un trueno…

Tropel de potros que rompiera el freno

y se lanzara, indómito, al abismo…

 

Un pálido fulgor de cataclismo,

al cielo que antes se mostró sereno,

siniestramente iluminó de lleno,

como si el cielo se incendiara él mismo…

 

Entre mil convulsiones de montaña

se abrió la roja y palpitante entraña

en esa amarga noche de penuria…

 

Y desde el cráter en la abierta herida

brotó la ardiente lava enfurecida

como un boa incendiando de lujuria.

 

 

Cantemos lo nuestro

 

¡Qué encanto el de la vida, silos natales vientos

en sus ligeras alas traen ecos perdidos

de músicas de arroyos y música de nidos,

como mansos preludios de blandos instrumentos!

 

¡Qué encanto el de la vida, si al amor del bohío,

y entre un intenso aroma de lirios y albahacas,

miramos los corrales donde mugen las vacas

y oímos las estrofas del murmurante río!..

 

El terruño es la fuente de las inspiraciones:

¡A qué buscar la dicha por suelos extranjeros,

si tenemos diciembres cuajados de luceros,

si tenemos octubres preñados de ilusiones!

 

No del Pagano Monte la musa inspiradora

desciende a las estancias de pálidos poetas:

en nuestra musa autóctona que habita en las glorietas

de púrpura y de nácar, donde muere la aurora.

 

Es nuestra indiana musa que, desde su cabaña,

desciende coronada de plumas de quetzales

a inspirarnos sencillos y tiernos madrigales,

olorosos a selva y a flores de montaña.

 

Vamos, pues, a soñar bajo tibios aleros

de naranjos en flor..., cabe los manantiales:

octubre nos regala sus rosas y vesperales;

diciembre las miríadas de todos sus luceros.

 

 

Huertos nativos

 

Bajo toldos de rubios naranjales

serpentea el camino polvoriento

todo lleno de aromas y de viento,

lleno de músicas primaverales.

 

A las primeras luces matinales

pasa el ganado con su paso lento…

y va el gañán detrás, sucio y mugriento

cabalgando en su potro a los corrales.

 

Junto a la vieja puerta la ubre ordeña

y la leche, aromada, y espumante,

burbujea en la jarra rebosante.

Y el sol, a su caricia lugareña

enciende el naranjal, fresco y sonoro

cual si puñadas le arrojase, de oro…

 

De entre el verde follaje, la cabaña

destaca el techo rústico, pajizo.

A un lado está el bambú de áureo carrizo

crujiendo entre el verdor de la maraña.

 

Mece a lo lejos la flexible caña

su alto penacho, por el viento rizo

y al ondular, su cálamo macizo

alza el rumor de una canción extraña.

 

Entre belleza tanta no hay, empero,

una que al alma inspire más dulzura

que aquella lejanía de esmeralda,

recamada de virgen espesura…

surge de ahí una loma y en su falda

ondea su abanico un cocotero…

 

 

Árbol de fuego

 

Son tan vivos los rubores

de tus flores, raro amigo,

que yo a tus flores les digo:

“Corazones hechos flores”.

 

Y a pensar a veces llego:

Si este árbol labios se hiciera…

¡ah, cuánto beso naciera

de tantos labios de fuego…!

 

Amigo: qué lindos trajes

te ha regalado el Señor;

te prefirió con su amor

vistiendo de celajes…

 

Qué bueno el cielo contigo,

árbol de la tierra mía…

Con el alma te bendigo,

porque me das tu poesía…

 

Bajo un jardín de celajes,

al verte estuve creyendo

que ya el sol se estaba hundiendo

adentro de tus ramajes.

 

 

Los ojos de la criolla

 

Unas veces es clara, y otras veces trigueña

cual la tierra quemada por el fuego del sol…

La criolla que en los labios lleva un tenue arrebol

y en los ojos oscuros lleva un alma que sueña…

 

Cuando lloran las cuerdas de una triste guitarra,

se le tiñen los ojos de un color de ilusión

y del cálido pecho se le va el corazón,

cuando lloran las cuerdas de una triste guitarra…

 

En las pálidas horas de las noches de luna,

bajo el toldo discreto del amate sombrío,

le reflejan los ojos cual las ondas de un río

en las pálidas horas de las noches de luna…

 

Cuando va los domingos a la iglesia cercana,

con sus ojos oscuros de color de aceituna,

los piropos la siguen y el amor la importuna,

cuando va los domingos a la iglesia cercana…

 

Cuando lloran las cuerdas de una dulce guitarra,

en las pálidas horas de las noches de luna,

se entristecen sus ojos de color de aceituna,

cuando lloran las cuerdas de una dulce guitarra.

 

 

Los ojos de los bueyes

 

¡Los he visto tan tristes, que me cuesta pensar

cómo siendo tan tristes, nunca puedan llorar!…

 

Y siempre son así: ya sea que la tarde

los bese con sus besos de suaves arreboles,

o que la noche clara los mire con sus soles,

o que la fronda alegre con su sombra los guarde…

 

Ya ascendiendo la cuesta que lleva al caserío,

entre glaucas hileras de cafetos en flor…

o mirando las aguas de algún murmurador

arroyuelo que corre bajo un bosque sombrío…

 

¿Qué tendrán esos ojos que siempre están soñando

y siempre están abiertos?…

¡Siempre húmedos y vagos y sombríos e inciertos,

cual si siempre estuviesen en silencio implorando!

 

Una vez, en la senda de una gruta florida

yo vi un buey solitario que miraba los suelos

con insistencia larga, como si en sus anhelos

fuera buscando, ansioso, la libertad perdida…

 

Y otra vez bajo un árbol y junto a la carreta

cargada de manojos, y más tarde en la hondura

de una limpia quebrada, y en la inmensa llanura,

y a la luz de un ocaso de púrpura y violeta…

 

¡Siempre tristes y vagos los ojos de esos reyes

que ahora son esclavos! Yo no puedo pensar

cómo, siendo tan tristes, nunca puedan llorar

los ojos de los bueyes…

 

 

Los pericos pasan

 

La tarde despierta de su sueño,

cuando la alígera nube despunta cantando…

Una nube de alas… una alegre nube que baja, que sube…

 

Son ellos. Se alejan entre llano y cielo.

Son las esmeraldas de un collar en vuelo…

 

Bulliciosamente trazan una verde curva en el ambiente,

¿Van a los palmares de ondeante abanico?

Ellos van a donde les apunta el pico.

Se alejan, se alejan …pero van tan juntos,

que más bien parecen renglones de puntos…

 

Y en un llano caen,

así como cuando un árbol se está deshojando.

 

 

Los potros

 

Ya se acercan los potros; raudamente precisa

el grupo sus contornos de estética salvaje;

entre el pálido rosa del lánguido paisaje

corren desenfrenados, a la par de la brisa.

 

Los potros ya se acercan: mas lo hacen tan aprisa,

que parece volaran sobre el quieto paraje;

desplázanse los cascos en fantástico viaje

atrás dejando chozas de silueta imprecisa.

 

Huracanadamente por los llanos nativos,

van devorando leguas los potros fugitivos,

por burlar los afanes de inútil seguimiento;

 

como una sombra alada pasan ante nosotros,

y los recios gañanes, en fuga tras los potros,

describen con los lazos rúbricas en el viento…

Tomado de:

https://ciudadseva.com/autor/alfredo-espino/poemas/

 

 

Alma cándida

A la memoria de la señorita

María Teresa Dueñas.

 

El alma limpia es gota de un agua luminosa

que en cálices de rosas halla inviolada cuna.

Yo sé de un alma de esas: era un claro de luna

temblando en el rocío que lloraba una rosa…

 

Pero una mañanita de cálidos fulgores

volvió de nuevo al cielo la limpia gota aquella,

que bien fuera por clara la hermana de una estrella,

o bien, por leve, fuera la hermana de las flores…

 

No hay que buscarla ahora por reinos de dolores,

el alma limpia es gota de un agua milagrosa,

que si bien se evapora, vuelve en formas mejores

a iluminar el sueño de nieve de otras rosas…

 

Febrero, 1924.

 

Las manos de mi madre


Manos las de mi madre, tan acariciadoras,

tan de seda, tan de ella, blancas y bienhechoras…

¡Sólo ellas son las santas, sólo ellas son las que aman,

las que todo prodigan y nada me reclaman!

¡Las que por aliviarme de dudas y querellas,

me sacan las espinas y se las clavan ellas!

 

Para el ardor ingrato de recónditas penas,

no hay como la frescura de esas dos azucenas,

¡Ellas, cuando la vida deja mis flores mustias,

son dos milagros blancos apaciguando angustias!

Y cuando del destino me acosan las maldades,

son dos alas de paz sobre mis tempestades…

 

Ellas son las celestes; las milagrosas, ellas,

porque hacen que en mi sombra me florezcan estrellas!

Para el dolor, caricias; para el pesar, unción,

¡son las únicas manos que tienen corazón!

(Rosal de rosas blancas de tersuras eternas:

aprended de blancuras en las manos eternas).

 

Yo que llevo en el alma las dudas escondidas,

cuando tengo las alas de la ilusión caídas,

¡las manos maternales aquí en mi pecho son

como dos alas quietas sobre mi corazón!

¡Las manos de mi madre saben borrar tristezas!

¡Las manos de mi madre perfuman con ternezas!

 

Viento en popa

Para Jorge A. Paredes

 

Lucha, que es de los fuertes la victoria.

Rompe la valla que opusiera fría

la suerte adversa, la fortuna impía.

¡Vuela y alcanza la lejana gloria!

 

¡Sé la chispa que fulge entre la escoria!

¡Aborrece la noche y ama el día!

Y no temas jamás de la jauría

de los necios la sátira irrisoria…

 

Asciende hasta la cumbre a golpes de ala,

a la cumbre que el cóndor sólo escala.

Da vida al ideal que tu alma arropa…

 

Y parte… Que a tu buque peregrino

empuje siempre buen soplo marino,

para que bogue siempre, ¡viento en popa!

 

 

Lámpara de oro


Tú vives en un íntimo santuario,

donde te adoro yo. Resaltas pura,

lámpara de oro en la celeste altura,

y alumbras mi cerebro visionario…

 

Y, ¿sabes?, a pesar que el tiempo es vario,

allá en el fondo de mi vida oscura

tú persistes aún, como perdura

un nombre sobre mármol cinerario…

 

Y aunque en pos de las dudas y los años

vienen sombras y vienen desengaños,

y se extinguen encantos e ilusiones…

 

Tú brillas en las noches de mis duelos,

¡cual fulge en el enigma de los cielos

el palpitar de las constelaciones!

 

Al joven bardo José Luis Silva.

 

La poesía, siempre.

Tomado de:

https://lazebra.net/2022/05/24/alfredo-espino-ascension-poesia/

 

 

MAÑANITAS EN LOS CERROS

 

Es el mes de las lluvias, y por este

motivo, la tierra viste un traje

de tupido verdor, y entre el ramaje

se ve un poquito menos lo celeste.

 

La casuca de campo está más blanca

bajo la blanca lumbre mañanera.

Ha crujido un bambú. La enredadera

está besando cielo en la barranca.

 

“Besando cielo”, dije, y no he mentido,

porque en toda hondonada silenciosa,

un poco de agua azul no es otra cosa

que un cielito entre flores escondido…

 

Se hace frescura el viento campesino

en el sendero angosto

¡Cómo se ve que Agosto

acaba de pasar por el camino!

 

Hemos andado mucho, y todavía

no se acaba el sendero;

¡pero gracias al último aguacero

ha amanecido tan amable el día!

 

De la paz de los ranchos unos perros

me salen a mirar…

Se me recoge el alma al penetrar

al silencio oloroso de los cerros.

 

¡Olor, olor a monte, a valle, a loma!

¡Cuánta canción de amor me trae el viento!

¡Ya en mi oído no cabe tanto acento!

¡Ya no cabe en mi pecho tanto aroma!

 

 

LA FIESTA DEL BARRIO

 

Chispean los tizones. En torno a los comales

alegres cuchichean las flamantes parejas,

y hay gritos infantiles, y hay regaños de viejas

y en las hojas cocidas hay humosos tamales.

 

Al soplo de las brisas ondulan sueltos chales

y esparcen los cabellos sus dóciles madejas

y los faroles rojos envían en las rejas

de los altos balcones, lumínicos raudales…

 

Las banderolas fingen bandadas de pañuelos,

y los pañuelos fingen bandadas de palomas,

y las chispas, que vuelan, fingen puntos y comas.

 

El agudo cohete rasga los infinitos

e intensamente alumbra noctívagos desvelos,

como rosas de fuego que reventara en gritos.

Tomado de:

https://valentinazoetv.com/20-poemas-de-jicaras-tristes-alfredo-espino-poesia/

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