jueves, 30 de enero de 2025

POEMAS DE ALFREDO R. PLACENCIA


LUCHA DIVINA

¿Tú sostienes el orbe con un dedo…?

Eso, a decir verdad, no es maravilla.

Puedo yo más que Tú. Yo soy de arcilla

y, ya lo has visto en el altar: ¡Te puedo!

¿Piensas poder más Tú…? Te desafío;

y si es así que tu potencia es mucha,

lucha conmigo, vénceme en la lucha

y a Ti no más te ame, Jesús mío.

 

 

CIEGO DIOS

Así te ves mejor, crucificado.

Bien quisieras herir, pero no puedes.

Quien acertó a ponerte en ese estado

no hizo cosa mejor. Que así te quedes.

Dices que quien tal hizo estaba ciego.

No lo digas; eso es un desatino.

¿Cómo es que dio con el camino luego,

si los ciegos no dan con el camino...?

Convén mejor en que ni ciego era,

ni fue la causa de tu afrenta suya.

¡Qué maldad, ni qué error, ni qué ceguera…!

Tu amor lo quiso y la ceguera es tuya.

¡Cuánto tiempo hace ya, Ciego adorado,

que me llamas, y corro y nunca llego…!

Si es tan sólo el amor quien te ha cegado,

ciégueme a mi también, quiero estar ciego.

 

 

MI CRISTO DE COBRE

Quiero un lecho raído, burdo, austero

del hospital más pobre; quiero una

alondra que me cante en el alero;

y si es tal mi fortuna

que sea noche lunar en la que me muero,

entonces, oíd bien qué es lo que quiero:

quiero un rayo de luna

pálido, sutilísimo, ligero…

De esa luz quiero yo; de otra, ninguna.

Como el último pobre vergonzante,

quiero un lecho raído

en algún hospital desconocido

y algún Cristo de cobre agonizante

y una tremenda inmensidad de olvido

que, al tiempo de sentir que me he partido,

cojan la luz y vayan por delante.

Con eso soy feliz, nada más pido.

¿Para qué más fortuna

que mi lecho de pobre,

y mi rayo de luna,

y mi alondra y mi alero,

y mi Cristo de cobre,

que ha de ser lo primero…?

Con toda esa fortuna

y con mi atroz inmensidad de olvido,

contento moriré; nada más pido.

 

 

LLAMADA A LOS POETAS

Dad la mano a este pobre que se pierde

sin un rayo de sol.

Dadle a beber dolor los que aprendisteis

donde vive el dolor.

Para escribir la estrofa, necesita

sangre del corazón.

Decid, los que nacisteis soñadores,

¿dónde hay tinta mejor…?

Guiadlo, por piedad.

Es de la casta

de que vosotros sois.

Su nombre, como el vuestro, va en la lista

que ha empezado por Job.

Yo descendí hasta el alma de la noche

y en sus abismos me senté; aquí estoy.

Subid a ver si hay algo en la montaña

de la lumbre del sol.

Algo debió quedar allí perdido.

Pienso que algo quedó.

Registrad las espigas y las hojas,

hijos mansos de Job.

Dad la mano a este pobre que se pierde

sin un rayo de sol.

Dadle a beber dolor los que aprendisteis

donde vive el dolor.

 

 

LAS ESTRELLAS

Llaman islas de luz a las estrellas

y no sé la razón por qué las llaman.

Dicen que hay un beleño misterioso

en su tibio fulgor para las almas;

y hay quien diga que ellas, muchas veces,

sus pupilas encienden la esperanza.

¡Qué mentira tan triste…!

Yo jamás he pensado en contemplarlas.

Cuando buscan mis ojos las estrellas,

las estrellas se esconden o se apagan…

Dicen que sus fulgores, simulando

blanca lluvia de lágrimas,

tristemente descienden por las noches

y visitan las ruinas solitarias

de retoños silvestres

o de fúnebres musgos coronadas.

Tal vez lo hagan así. Suele el viandante

de tiempo en tiempo suspender la marcha,

y sentarse a leer en cada piedra

que el tiempo azota o la intemperie labra,

la memoria inextinta y dolorosa

de las cosas pasadas.

Tal vez lo hagan así; mas hace tanto

que inútilmente el corazón lo aguarda…

Muchas veces, de noche,

me he sentado a las puertas de mi casa;

y en mis largos insomnios,

y en mis continuas y mortales ansias,

¿qué han hallado en el cielo mis pupilas…?

Abismo, soledad, tinieblas... ¡nada…!

que aunque alumbran las ruinas, las estrellas,

no hay que esperar que alumbren para el alma.

Dicen que los poetas, esos seres

que adivinan lamentos y palabras,

sollozos, anatemas,

gritos, imprecaciones o amenazas,

las han visto llorar sobre las tumbas,

cuando el silencio de la noche avanza,

a envolver las gavetas y las cruces

en el triste vapor de sus miradas.

¿Para qué mentirán…? Si fuera cierto

que de las tumbas y el dolor se apiadan,

yo lo supiera bien. ¡Ay, cuántas veces,

huyendo del dolor que me acompaña,

me he sentado a las márgenes del río,

por sentir a mis pies quejarse el agua

y en la arena ensayar la última estrofa

que en rumores traducen las montañas…!

¿Para qué mentirán…? Huérfano y solo,

sin luz la frente: y sin calor el alma,

¿qué otra cosa es mi vida que una tumba

de mortales recuerdos coronada...?

Muchas veces, de noche,

me he sentado a las puertas de mi casa;

y en el ir y tornar de mis recuerdos,

y en mis continuas y mortales ansias,

se han hundido en el cielo mis pupilas,

mas no logra encenderse mi esperanza.

Cuando buscan mis ojos las estrellas,

las estrellas se esconden o se apagan.

 

 

MIS TRISTEZAS

Mi dolor es un mar; en él se pierden

el fúnebre cortejo, mis tristezas,

silentes, majestuosas y sombrías,

como góndolas negras.

Allí buscando la tranquila playa

naufragaron mis tímidas quimeras,

y como pobres pájaros heridos

mis sueños aletean.

Y el hastío, el pesar y el desengaño

surgen siniestros de sus brumas densas

y sus olas se encrespan y se agitan,

cuando pasan mis fúnebres tristezas

silentes, majestuosas y sombrías,

como góndolas negras.

Tomado de:

https://materialdelectura.unam.mx/images/stories/pdf5/alfredo-r-placencia-54.pdf

 

 

Cosas

       Tiene Dios unas cosas…

¿Tal como siembra Él, habrá quien siembre?

La colina era estéril y está llena de rosas,

está llena de rosas en el mes de diciembre.

 

       Tiene el indio unas cosas…

Tal como el indio huye, ¿habrá quien huya

de una Virgen que sale con un puño de rosas

a su encuentro y le dice: “Yo te amo, soy tuya”?

 

Tengo unas cosas yo, tengo unas cosas

de inspirar compasión. ¿No habrá quien siembre

sobre mis huesos áridos algunas cuantas rosas?

Oh, qué frío está haciendo. Está helando diciembre.

 

       Tiene unas cosas Ella… Por Dios santo,

qué cosas…

Yo me vuelvo desdén. Ella, entretanto,

sin cesar me persigue con su puño de rosas.

 

       Por Dios santo,

qué cosas…

Él y Ella, ¿qué harán con esas rosas?

Y yo, sin esas rosas, ¿cómo aguanto?

Tomado de:

https://poemas.nexos.com.mx/cosas/

 

 

ABRE BIEN LAS COMPUERTAS

 

 

El hilillo de agua, rompedizo y ligero

abre la entrada oscura

de la peña, de suyo, tan tenaz y tan dura,

y da en la peña misma con algún lloradero.

 

Señor: entra en mi alma y alza Tú las compuertas

que imposible es que dejen que fluya mi amargura.

Quiero que estén abiertas

las compuertas

de mi alma de roca, tan rebelde y tan dura.

 

Soy Tomás; Necesito registrar tu costado.

Soy Simón Pedro, y debo desbaratarme en lloro.

Dimas soy, y es mi ansia morir crucificado.

Soy Zaqueo, que anda todo desazonado,

viendo, por si pasares, dónde habrá un sicómoro.

 

"Tocad, que si tocareis, se os abrirá", dijiste.

Por eso llego y toco

y tus misericordias seculares invoco.

Señor: cúmpleme ahora lo que me prometiste.

 

Alza bien las compuertas, Señor; lo necesito.

Deben estar abiertas

las compuertas del llanto que purgará el delito.

Abre bien las compuertas.

 

El hilillo de agua, rompedizo y ligero,

¿cuándo no dio en la peña con algún lloradero...?

 

 

EL CRISTO DE TEMACA

 

 

I

 

Hay en la peña de Temaca un Cristo.

Yo, que su rara perfección he visto,

jurar puedo

que lo pintó Dios mismo con su dedo.

 

En vano corre la impiedad maldita

y ante el portento la contienda entabla.

El Cristo aquel parece que medita

y parece que habla.

 

Oh…! ¡Qué Cristo

éste que amándome en la peña he visto...!

Cuando se ve, sin ser un visionario,

¿por qué luego se piensa en el Calvario...?

 

Se le advierte la sangre que destila,

se le pueden contar todas las venas

y en la apagada luz de su pupila

se traduce lo enorme de sus penas.

 

En la espinada frente,

en el costado abierto

y en sus heridas todas, ¿quién no siente

que allí está un Dios agonizante o muerto

 

¡Oh, qué Cristo, Dios santo! Sus pupilas

miran con tal piedad y de tal modo,

que las horas más negras son tranquilas

y es mentira el dolor. Se puede todo.

 

 

II

 

Mira al norte la peña en que hemos visto

que la bendita imagen se destaca.

Si al norte de la peña está Temaca,

¿qué le mira a Temaca tanto el Cristo?

 

Sus ojos tienen la expresión sublime

de esa piedad tan dulce como inmensa

con que a los muertos bulle y los redime.

¿Qué tendrá en esos ojos? ¿En qué piensa?

 

Cuando el último rayo del crepúsculo

la roca apenas acaricia y dora,

retuerce el Cristo músculo por músculo

y parece que llora.

 

Para que así cansado se turbe o se conmueva,

¿verá, acaso, algún crimen no llorado

con que Temaca lleva

tibia la fe y el corazón?

 

¿O será el poco pan de sus cabañas

o el llanto y el dolor con que lo moja

lo que así le conturba las entrañas

y le sacude el alma de congoja…?

 

Quien sabe, yo no sé. Lo que sí he visto,

y hasta jurarle con mi sangre puedo,

es que Dios mismo, con su propio dedo,

pintó su amor por dibujar su Cristo.

 

 

III

 

¡Oh mi roca…!

la que me pone con la mente inquieta,

la que alumbró mis sueños de poeta,

la que, al tocar mi Cristo, el cielo toca!

 

Si tantas veces te canté de bruces,

premia mi fe de soñador, que has visto,

alumbrándome el alma con las luces

que salen de las llagas de tu Cristo.

 

Oh dulces ojos, ojos celestiales

que amor provocan y piedad respiran;

ojos que, muertos y sin luz, son cuentos

que hacen beber el cielo cuando miran.

 

Como desde la roca en que os he visto,

de esa suerte,

en la suprema angustia de la muerte

sobre el bardo alumbrad, Ojos de Cristo.

 

 

LA ENMIENDA

 

 

Díjele a la peña muda, estoica y fría,

que el mar golpeaba: "¿No sabes odiar?

Yo, en el caso tuyo, juro que odiaría.

¿Por qué el mar te azota? ¿no más por ser mar?"

 

Y dijo la peña que el mar golpeaba:

"Cállate boca, no vuelvas a hablar.

Deja que me azote, ¿no ves que me lava?

El mar que no azota, no sabe lavar".

 

Y dije a la peña: "Gracias, peña mía,

que a pensar me pones lo que ya sabía.

Si el dolor me tiene que purificar,

voy a ser un alma muda, estoica y fría.

No volveré a hablar".

 

 

LAS ESTRELLAS

 

 

Llaman islas de luz a las estrellas

y no sé la razón por qué las llaman.

Dicen que hay un beleño misterioso

en su tibio fulgor para las almas;

y hay quien dice que ellas, muchas veces,

sus pupilas encienden la esperanza.

 

¡Qué mentira tan triste…!

Yo jamás he pensado en contemplarlas.

Cuando buscan mis ojos las estrellas,

las estrellas se esconden o se apagan...

 

Dicen que sus fulgores, simulando

blanca lluvia de lágrimas,

tristemente descienden por las noches

y visitan las ruinas solitarias

de retoños silvestres

o de fúnebres musgos coronadas.

 

Tal vez lo hagan así. Suele el viandante

de tiempo en tiempo suspender la marcha,

y sentarse a leer en cada piedra

que el tiempo azota o la intemperie labra,

la memoria inextinta y dolorosa

de las cosas pasadas.

 

Tal vez lo hagan así; mas hace tanto

que inútilmente el corazón lo guarda…

 

Muchas veces, de noche,

me he sentado a las puertas de mi casa;

y en mis largos insomnios,

y en mis continuos y mortales ansias,

¿qué han hallado en el cielo mis pupilas…?

Abismo, soledad, tinieblas… ¡nada…!

que aunque alumbran las ruinas, las estrellas,

no hay que esperar que alumbren para el alma.

 

Dicen que los poetas, esos seres

que adivinan lamentos y palabras,

sollozos, anatemas,

gritos, imprecaciones o amenazas,

las han visto llorar sobre las tumbas,

cuando el silencio de la noche avanza,

a envolver las gavetas y las cruces

en el triste vapor. de sus miradas.

 

¿Para qué mentirán…? Si fuera cierto

que de las tumbas y el dolor se apiadan,

yo lo supiera bien. ¡Ay, cuantas veces,

huyendo del dolor que me acompaña,

me he sentado a las márgenes del río,

por sentir a mis pies quejarse el agua

y en la arena ensayar la última estrofa

que en rumores traducen las montañas…!

 

¿Para qué mentirán…? Huérfano y solo,

sin luz la frente: y sin calor el alma,

¿qué otra cosa es mi vida que una tumba

de mortales recuerdos coronada...?

 

Muchas veces, de noche,

me he sentado a las puertas de mi casa;

y en el ir y tornar de mis recuerdos,

y en mis continuas y mortales ansias,

se han hundido en el cielo mis pupilas,

mas no logra encenderse mi esperanza.

Cuando buscan mis ojos las estrellas,

las estrellas se esconden o se apagan.

 

 

MIS TRISTEZAS

 

 

Mi dolor es un mar; en él se pierden

el fúnebre cortejo, mis tristezas,

silentes, majestuosas y sombrías,

como góndolas negras.

 

Allí buscando la tranquila playa

naufragaron mis tímidas quimeras,

y como pobres pájaros heridos

mis sueños aletean.

 

Y el hastío, el pesar y el desengaño

surgen siniestros de sus brumas densas

y sus olas se encrespan y se agitan,

 

cuando pasan mis fúnebres tristezas

silenciosas, majestuosas y sombrías,

como góndolas negras.

Tomado de:

https://materialdelectura.unam.mx/poesia-moderna/16-poesia-moderna-cat/124-054-alfredo-r-placencia?showall=1

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