Nieva en la cumbre
Para mi madre
No me deja caer.
Cuando tropiezo busca velozmente
mantas, cojines de seda, colchones
que amortiguan el golpe.
¿Sus consejos?
Canciones.
¿Su experiencia?
Relatos.
Valiosas herramientas
que cincelan mis miedos de madera.
En sus abrazos cabe un diccionario,
un diente de león, una esmeralda,
la copia de la llave de mi pecho.
No sé cómo decirlo
Sé decir que no verte
alimentando el fuego
es sentir que la nieve atraviesa el tejado,
que el canto de la alondra ha bajado dos tonos.
Ese silencio idéntico al estruendo
que provocan tus peces al nadar
me deja sin saber cómo nombrarte ahora.
Sé decir que el tranvía es una víbora
suelta por la ciudad desde que no lo tomas
y que las ambulancias aparecen en sueños.
Sé decir que tus manos
han soltado la espada
y no regalan céntimos manchados a la sombra
que te desea suerte en el amor
a la salida del supermercado.
Sin respuestas
Para Margarita
Vitoria
Quién ríe cuando llora, quién ayuda,
quién se sabe el final cuando otros mueren,
quién salta cuando nieva, quién perdona,
quién trata de cuidar todo lo que ama,
quién baja a los infiernos por amor,
quién desaloja a ninfas de los bosques,
quién parte en dirección contraria al tiempo,
quién se atraganta con envidia y celos,
quién sopla cuando ve su casa arder,
quién le cede al segundo la victoria.
¿Quién pondrá dos monedas en mis ojos?
Tomado de:
https://circulodepoesia.com/2025/01/poesia-espanola-omar-fonollosa/
LOS NIÑOS NO VEN FÉRETROS
No tienen que decir:
Mi más sentido pésame.
Comparto tu dolor.
Siempre es triste perder a quien se quiere.
Los niños se divierten; quieren tener un perro;
ven a los Reyes Magos; no perdonan un postre.
Quien ha crecido
no entiende –pero acepta–
que todo es pasajero:
los ataúdes, nuevos dormitorios
que viajan al espacio,
a un cielo, a la nada.
Para ellos toda muerte
no es más que vida nueva que se ignora.
Los niños no ven féretros.
Seamos niños.
RAYUELA
No soy tan diferente a mi imagen pasada.
El Tiempo, ese incendio
que arrasa con violencia,
no ha podido conmigo:
solamente he cambiado la rayuela
del suelo por los libros de Cortázar.
NO SÉ CÓMO DECIRLO
Sé decir que no verte alimentando el fuego
es sentir que la nieve atraviesa el tejado,
que el canto de la alondra ha bajado dos tonos.
Ese silencio idéntico al estruendo
que provocan tus peces al nadar
me deja sin saber cómo nombrarte ahora.
Sé decir que el tranvía es una víbora
suelta por la ciudad desde que no lo tomas
y que las ambulancias aparecen en sueños.
Sé decir que tus manos han soltado la espada
y no regalan céntimos manchados a la sombra
que te desea suerte en el amor
a la salida del supermercado.
FECHA DE CADUCIDAD
Te has marchado hace apenas diez minutos
a un aeropuerto extraño para ti.
Has dejado colgadas mis palabras
en la liana caída de mis labios.
Desde la cama veo en el estante
un verano con marco
donde sonríes, quieta
como si el tiempo no dejara huella.
Un minuto se añade: las dos y diecisiete.
Te extraño digo en alto
pero nadie me escucha.
Tomado de:
https://www.zendalibros.com/5-poemas-de-omar-fonollosa/
Llevando la contraria a Neruda
Me gustas cuando hablas
porque te sientes libre
y la libertad te hace guerrera
como un pájaro herido
que surca horizontes
con un ala rota.
Me gustas cuando no te callas
y cierras de un portazo la boca
de quien te juzga
porque tu voz
tiene color y forma
y sabe que hace bien con existir.
Me gustas cuando rompes límites
y me miras para que los rompa contigo
porque te pareces a la palabra alegría,
mariposa de rizos azabaches.
Me gustas cuando hablas
porque te sientes viva
y haces comprender
a todo aquel que te escuche
el sentido
de seguir viviendo.
Promesas
Prometería no volver a defraudarme;
pero me defraudaría
rompiendo
mi promesa.
No dudo que las golondrinas
terminen con canas en el canto;
con menos ganas
de volar
que un piloto de avión.
Llámame egocéntrico si quieres
pero mi ombligo necesitaba una caricia.
Esto es lo único que me calma en noches de
ansiedad;
soledad;
rabia
y desconsuelo.
Menos mal que los atardeceres son eternos;
el sol arropándose en la cama
mientras la Luna
gobierna la oscuridad,
a veces incluso
apoyada en mi balcón
con la cabeza en un corazón
que la parte por la mitad.
No discuto porque nunca tengo la razón,
y es que a golpe de canción
escribo el verso,
doy el beso
y me quito todo el peso
que unas alas fingidas pueden soportar.
Si te grito de viva voz
estando en silencio
nunca sabré si me dejas mudo.
Aunque tenga motivos para destrozarte el mundo que
mata
y muere,
que roba y entrega,
que sale y espera,
sé saber estar
a pesar del frío,
de la ansiedad
y de los monstruos que llegan a caber en mi
cabeza.
Me siento cobarde.
Tal vez porque lo haya sido en algún momento.
Tal vez porque lo sea siempre.
Me he engañado más veces de las que merecía,
necesitaba y
pretendía,
ahora es cuando no hay remedio.
Yendo a ninguna parte
termino llegando a donde menos me espero.
Llamo a cualquier rincón
palacio
si estás al otro lado de la mirilla.
Rompo filas,
columnas
y pilastras para que te quedes.
Aquí.
A mi izquierda,
derecha
o donde quieras,
pero cerca.
No suelo esperar mucho de nadie.
Ni de cualquiera,
ni siquiera de mí.
Echo de menos
como echan de menos los perros
a sus dueños.
Y aún así
tienden a morderme la trayectoria
del verbo “echar”.
Y lo siento.
No de disculpa;
sí de sentir.
Quiere convencerme de que me abre los ojos
la misma persona que me pone delante una pared.
Falta mucho por hacer.
Mucho por decir.
Mucho por demostrar.
Y lo siento.
No de disculpa.
Guerra
Para ganar la batalla,
debes sudar en el combate,
recoger cien veces la toalla,
no posar ante un escaparate.
Hacer frenar a los raíles,
rascar la tripa de las envidias,
olvidar el vientre de los fusiles,
no besar frutas prohibidas.
Para ganar la batalla,
debes perder cien veces la guerra,
aprender que quien no corre, vuela;
y quien no llora, estalla.
Tomado de:
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