Voy a dormir
Dientes de flores, cofia de rocío,
manos de hierbas, tú, nodriza fina,
tenme prestas las sábanas terrosas
y el edredón de musgos escardados.
Voy a dormir, nodriza mía, aéstame.
Ponme una lámpara a la cabecera;
una constelación; la que te guste;
todas son buenas; bájala un poquito.
Déjame sola: oyes romper los brotes...
te acuna un pie celeste desde arriba
y un pájaro te traza unos compases
para que olvides... Gracias. Ah, un encargo:
si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido...
Humildad
Yo he sido aquella que paseó orgullosa
El oro falso de unas cuantas rimas
Sobre su espalda, y se creyó gloriosa,
De cosechas opimas.
Ten paciencia, mujer que eres oscura:
Algún día, la Forma Destructora
Que todo lo devora,
Borrará mi figura.
Se bajará a mis libros, ya amarillos,
Y alzándola en sus dedos, los carrillos
Ligeramente inflados, con un modo
De gran señor a quien lo aburre todo,
De un cansado soplido
Me aventará al olvido.
Peso ancestral
Tú me dijiste: no lloró mi padre;
Tú me dijiste: no lloró mi abuelo;
No han llorado los hombres de mi raza,
Eran de acero.
Así diciendo te brotó una lágrima
Y me cayó en la boca... más veneno:
Yo no he bebido nunca en otro vaso
Así pequeño.
Débil mujer, pobre mujer que entiende,
Dolor de siglos conocí al beberlo:
Oh, el alma mía soportar no puede
Todo su peso.
Versos a la tristeza de Buenos Aires
Tristes calles derechas, agrisadas e iguales,
Por donde asoma, a veces, un pedazo de cielo,
Sus fachadas oscuras y el asfalto del suelo
Me apagaron los tibios sueños primaverales.
Cuánto vagué por ellas, distraída, empapada
En el vaho grisáceo, lento, que las decora.
De su monotonía mi alma padece ahora.
—¡Alfonsina! — No llames. Ya no respondo a nada.
Si en una de tus casas, Buenos Aires, me muero
Viendo en días de otoño tu ciclo prisionero
No me será sorpresa la lápida pesada.
Que entre tus calles rectas, untadas de su río
Apagado, brumoso, desolante y sombrío,
Cuando vagué por ellas, ya estaba yo enterrada.
¿Qué diría?
¿Qué diría la gente, recortada y vacía,
Si en un día fortuito, por ultrafantasía,
Me tiñera el cabello de plateado y violeta,
Usara peplo griego, cambiara la peineta
Por cintillo de flores: miosotis o jazmines,
Cantara por las calles al compás de violines,
O dijera mis versos recorriendo las plazas,
Libertado mi gusto de vulgares mordazas?
¿Irían a mirarme cubriendo las aceras?
¿Me quemarían como quemaron hechiceras?
¿Campanas tocarían para llamar a misa?
En verdad que pensarlo me da un poco de risa.
Hombre pequeñito
Hombre pequeñito, hombre pequeñito,
Suelta a tu canario que quiere volar...
Yo soy el canario, hombre pequeñito,
Déjame saltar.
Estuve en tu jaula, hombre pequeñito,
Hombre pequeñito que jaula me das.
Digo pequeñito porque no me entiendes,
Ni me entenderás.
Tampoco te entiendo, pero mientras tanto
Ábreme la jaula que quiero escapar;
Hombre pequeñito, te amé media hora,
No me pidas más.
Bien pudiera ser
Pudiera ser que todo lo que en verso he sentido
No fuera más que aquello que nunca pudo ser,
No fuera más que algo vedado y reprimido
De familia en familia, de mujer en mujer.
Dicen que en los solares de mi gente, medido
Estaba todo aquello que se debía hacer...
Dicen que silenciosas las mujeres han sido
De mi casa materna... Ah, bien pudiera ser...
A veces a mi madre apuntaron antojos
De liberarse, pero se le subió a los ojos
Una honda amargura, y en la sombra lloró.
Y todo eso mordiente, vencido, mutilado
Todo eso que se hallaba en su alma encerrado,
Pienso que sin quererlo lo he libertado yo.
Tomado de:
https://www.cultura.gob.ar/9-poemas-imprescindibles-de-alfonsina-storni-8463/
CUADRADOS Y ÁNGULOS
Casas enfiladas, casas enfiladas,
casas enfiladas.
Cuadrados, cuadrados, cuadrados.
Casas enfiladas.
Las gentes ya tienen el alma cuadrada,
ideas en fila
y ángulo en la espalda.
Yo misma he vertido ayer una lágrima,
Dios mío, cuadrada.
AGRIO ESTÁ EL MUNDO
Agrio está el mundo,
inmaduro,
detenido;
sus bosques
florecen puntas de acero;
suben las viejas tumbas
a la superficie;
el agua de los mares
acuna
casas de espanto.
Agrio está el sol
sobre el mundo,
ahogado en los vahos
que de él ascienden,
inmaduro,
detenido.
Agria está la luna
sobre el mundo;
verde,
desteñida;
caza fantasmas
con sus patines
húmedos.
Agrio está el viento
sobre el mundo;
alza nubes de insectos muertos,
se ata, roto,
a las torres,
se anuda a los crespones
de llanto;
pesa sobre los techos.
Agrio está el hombre
sobre el mundo,
balanceándose
sobre sus piernas:
A sus espaldas,
todo,
desierto de piedras;
a su frente,
todo,
desierto de soles,
ciego…
A EROS
He aquí que te cacé por el pescuezo
a la orilla del mar, mientras movías
las flechas de tu aljaba para herirme
y vi en el suelo tu floreal corona.
Como a un muñeco destripé tu vientre
y examiné sus ruedas engañosas
y muy envuelta en sus poleas de oro
hallé una trampa que decía: sexo.
Sobre la playa, ya un guiñapo triste,
te mostré al sol, buscón de tus hazañas,
ante un corro asustado de sirenas.
Iba subiendo por la cuesta albina
tu madrina de engaños, Doña Luna,
y te arrojé a la boca de las olas.
ANIMAL CANSADO
Quiero un amor feroz de garra ardiente y diente
que me asalte a traición en pleno día
y que sofoque esta soberbia mía,
este orgullo de ser todo pudiente.
Quiero un amor feroz de garra y diente
que en carne viva inicie mi sangría,
a ver si acaba esta melancolía
que me corrompe el alma lentamente.
Quiero un amor que sea una tormenta
que todo rompe y lo renueva todo
porque vigor profundo lo alimenta.
Que pueda reanimarse allí mi lodo,
mi pobre lodo de animal cansado
por viejas sendas de rodar hastiado.
SOÑAR
Las mujeres solteras sueñan de varios modos.
Unas sueñan con joyas, otras sueñan con flores,
otras sueñan con vagos y tímidos amores.
¡Son mis ardientes sueños tan distintos de todos!
Porque son mis deseos rebeldes a la brida
—como potros— yo sueño con músculos de atleta
repujados en bronce; con la fecunda veta
de una vena que arrastra, en tumulto, la Vida;
con caricias audaces; y con el beso acre,
mordaz y calcinante de una boca de lacre.
Transfigúrome entonces y, en pasional derroche,
soy lingote de plomo. Me enciendo al rojosombra.
Me fundo en el aliento de aquel que no se nombra.
Renazco entre sus brazos. ¡Y así toda la noche!
Tomado de:
https://www.elcopoylarueca.com/alfonsina-storni-poemas/
Dolor
Quisiera esta tarde divina de octubre
pasear por la orilla lejana del mar;
que la arena de oro, y las aguas verdes,
y los cielos puros me vieran pasar.
Ser alta, soberbia, perfecta, quisiera,
como una romana, para concordar
con las grandes olas, y las rocas muertas
y las anchas playas que ciñen el mar.
Con el paso lento, y los ojos fríos
y la boca muda, dejarme llevar;
ver cómo se rompen las olas azules
contra los granitos y no parpadear;
ver cómo las aves rapaces se comen
los peces pequeños y no despertar;
pensar que pudieran las frágiles barcas
hundirse en las aguas y no suspirar;
ver que se adelanta, la garganta al aire,
el hombre más bello, no desear amar…
Perder la mirada, distraídamente,
perderla y que nunca la vuelva a encontrar:
y, figura erguida, entre cielo y playa,
sentirme el olvido perenne del mar.
La caricia perdida
Se me va de los dedos la caricia sin causa,
se me va de los dedos… En el viento, al pasar,
la caricia que vaga sin destino ni objeto,
la caricia perdida ¿quién la recogerá?
Pude amar esta noche con piedad infinita,
pude amar al primero que acertara a llegar.
Nadie llega. Están solos los floridos senderos.
La caricia perdida, rodará… rodará…
Si en los ojos te besan esta noche, viajero,
si estremece las ramas un dulce suspirar,
si te oprime los dedos una mano pequeña
que te toma y te deja, que te logra y se va.
Si no ves esa mano, ni esa boca que besa,
si es el aire quien teje la ilusión de besar,
oh, viajero, que tienes como el cielo los ojos,
en el viento fundida, ¿me reconocerás?
¿Qué diría?
¿Qué diría la gente, recortada y vacía,
si un día fortuito, por ultra fantasía,
me tiñera el cabello de plateado y violeta,
usara pelo griego, cambiara la peineta
por cintillo de flores: miosotis o jazmines,
cantara por las calles al compás de violines,
o dijera mi verso recorriendo las plazas
libertado mi gusto de mortales mordazas?
¿Irían a mirarme temblando en las aceras?
¿Me quemarían como quemaron hechiceras?
¿Rogarían en coro, escuchando la misa?
En verdad que pensarlo me da un poco de risa.
Yo en el fondo del mar
En el fondo del mar
hay una casa
de cristal.
A una avenida
de madréporas
da.
Un gran pez de oro,
a las cinco,
me viene a saludar.
Me trae
un rojo ramo
de flores de coral.
Duermo en una cama
un poco más azul
que el mar.
Un pulpo
me hace guiños
a través del cristal.
En el bosque verde
que me circunda
–din don… din dan–
se balancean y cantan
las sirenas
de nácar verdemar.
Y sobre mi cabeza
arden, en el crepúsculo,
las erizadas puntas del mar.
Tomado de:
https://www.otroparamo.com/web/articulo.php?ed=49&ar=132
Y la cabeza comenzó a arder
Sobre la pared
negra
se abría
un cuadrado
que daba
al más allá.
Y rodó la luna
hasta la ventana;
se paró
y me dijo:
‘De aquí no me muevo;
te miro.
No quiero crecer
ni adelgazarme.
Soy la flor
infinita
que se abre
en el agujero
de tu casa.
No quiero ya
rodar
detrás de
las tierras
que no conoces,
mariposa,
libadora
de sombras.
Ni alzar fantasmas
sobre las cúpulas
lejanas
que me beben.
Me fijo.
Te miro’.
Y yo no contestaba.
Una cabeza
dormía bajo
mis manos.
Blanca
como tú,
luna.
Los pozos de sus ojos
fluían un agua
parda
estriada
de víboras luminosas.
Y de pronto
la cabeza
comenzó arder
como las estrellas
en el crespúsculo.
Y mis manos
se tiñieron
de una substancia
fosforescente.
E incendió
con ella
las casas
de los hombres,
los bosques
de las bestias.
Fiesta
Junto a la playa, núbiles criaturas,
Dulces y bellas, danzan, las cinturas
Abandonadas en el brazo amigo.
Y las estrellas sirven de testigo.
Visten de azul, de blanco, plata, verde...
Y la mano pequeña, que se pierde
Entre la grande, espera. Y la fingida,
Vaga frase amorosa, ya es creída.
Hay quien dice feliz: -La vida es bella.
Hay quien tiende su mano hacia una estrella
Y la espera con dulce arrobamiento.
Yo me vuelvo de espaldas. Desde un quiosco
Contemplo el mar lejano, negro y fosco,
Irónica la boca. Ruge el viento.
Calle
Un callejón abierto
entre altos paredones grises.
A cada momento
la boca oscura de las puertas,
los tubos de los zaguanes,
trampas conductoras
a las catacumbas humanas.
¿No hay un calosfrío
en los zaguanes?
¿Un poco de terror
en la blancura ascendente
de una escalera?
Paso con premura.
Todo ojo que me mira
me multiplica y dispersa.
Un bosque de piernas,
un torbellino de círculos
rodantes,
una nube de gritos y ruidos,
me separan la cabeza del tronco,
las manos de los brazos,
el corazón del pecho,
los pies del cuerpo,
la voluntad de su engarce.
Arriba;
el cielo azul
aquieta su agua transparente;
Ciudades de oro
lo navegan.
Tomado de:

No hay comentarios.:
Publicar un comentario