lunes, 6 de octubre de 2025

POEMAS DE ALFRED TENNYSON - DESDE INGLATERRA RECORDAMOS SU MUERTE Y OBRA -

 

Bien está y algo es: podemos detenernos...

 

Bien está y algo es: podemos detenernos

aquí, donde en la tierra inglesa lo sepultan,

y tal vez de su polvo se labre la violeta

de su tierra nativa.

 

Poco es, más parece, en verdad, que benditos

son sus tranquilos huesos,

al descansar, en medio de nombres familiares,

y en el mismo lugar que habitó siendo joven.

 

Venid, pues, manos puras: sostened la cabeza

que duerme o que se puso la máscara del sueño:

y vengan cuantos gusten de llorar, y aquí el rito

de los muertos escuchen.

 

¡Ah! Pero, si pudiera,

sobre el fiel corazón me arrojaría, y junto

a sus labios, le diera, con mi aliento, la vida

que en mí casi se apaga;

 

mas no muere del todo y, sufriendo, persiste

y lentamente forma ese temple más duro,

y guarda la mirada que ya no encontraría,

las palabras que nunca ha de escuchar de nuevo.

 

Versión de Màrie Manent

 

 

Circunstancias

 

En vecinas aldeas, dos chiquillos, jugando

como locos, en medio de los brezos; en una

fiesta dos forasteros que se encuentran; bajito,

junto al muro de un huerto, dos amantes hablando;

dos vidas enlazadas con dorada ventura;

junto a la torre gris, dos tumbas, con el césped

que limpian mansas lluvias y donde margaritas

florecen; dos chiquillos en una misma aldea.

Así va, de hora en hora, la ronda de la vida.

 

Versión de Màrie Manent

 

 

 

 

 

Cuando baña mi lecho luz de luna...

 

Cuando baña mi lecho luz de luna,

bien sé que en el lugar de tu reposo,

junto al agua anchurosa de poniente,

derrámase una gloria en las murallas:

 

entre las sombras surge tu mármol reluciente,

al deslizarse, lenta, una llama de plata,

aclarando las letras de tu nombre,

la cifra de tus años.

 

El místico esplendor flota y se aleja:

en mi lecho se apagan las luces de la luna

y, cerrando los ojos fatigados,

duermo hasta que el crepúsculo se sumerge en sus grises;

 

y entonces sé que ya la bruma flota,

como velo traslúcido, de ribera a ribera,

y en el oscuro templo, al modo de un espíritu,

centellea tu lápida a la aurora.

 

Versión de Màrie Manent

 

 

De «La princesa»

 

Ven al valle, ¡oh doncella!, desde lejanas cumbres:

¿qué gozo hay en la altura -el pastor le cantaba-,

en la altura y el frío, esplendor de los montes?

Deja ya de moverte tan cerca de los cielos

y no resbale el sol en castigado pino,

ni se pose una estrella en la torre brillante;

y ven, pues el Amor es del valle, es del valle

el Amor: ya tus cumbres abandonan y, llegándote,

lo hallarás junto a umbrales venturosos, él mismo,

o bien con la Abundancia, de la mano, en maizales,

o rojo de la púrpura que en los lagares surte,

o como una raposa en las viñas; no gusta

de andar sobre los cuernos de plata con la Muerte

y el Día, ni podrías apresarlo en el blanco

barranco, ni encontrarlo en bahías de hielo,

que, apretadas, se inclinan en surcados declives,

desviando al torrente de las puertas oscuras.

Ven conmigo. El torrente te deslice, bailando,

para hallarlo en el valle; deja que las salvajes

águilas, de delgada cabeza, chillen solas,

y deja que se inclinen los monstruosos riscos,

esparciendo mil trémulas guirnaldas de agua y humo,

que, cual roto designio, por el aire se pierden.

No quieras tú perderte. Ven conmigo. Los valles

te esperan. Los azules pilares de la lumbre

para ti se levantan; gritan niños y tañe

tu pastor la zampoña y todo son es dulce

y más dulce tu voz y dulces los rumores:

mil arroyos, corriendo hacia los verdes prados,

el gemir de palomas en los olmos añosos

y aquel leve murmullo de innúmeras abejas.

 

Versión de Màrie Manent

 

 

Doblando la escollera

 

El poniente, el lucero de la tarde

y para mí una clara llamada. Acaso la escollera

no haga gemir al agua, cuando emprenda

mar adentro mi ruta,

 

y haya sólo el reflujo que parece dormido,

demasiado turgente para rumor o espuma,

cuando lo que sorbía del fondo ilimitado

regresa ya a su centro.

 

Crepúsculo y campana vespertina

y luego, ya la noche.

y acaso no haya adioses doloridos

el día en que me embarque,

 

pues, si de nuestros hitos del Lugar y del Tiempo

la marea me aparta,

confío, cara a cara, mirar a mi Piloto,

doblada la escollera.

 

Versión de Màrie Manent

 

 

 

 

In memoriam

 

Cuando rosadas plumas al alerce coronan,

y gorjea primores el tordo en una cima,

o bajo el matorral estéril se desliza

y vuela, azul marino, el pájaro de marzo,

 

ven, toma aquella forma por la cual reconozco

a tu espíritu a tiempo, entre tus pares:

y brille la esperanza de los años futuros,

anchurosos en tu frente.

 

Cuando va madurando, de hora en hora, el verano

y en muchas rosas de dulzura alienta,

y sobre las mil ondas de los trigos

que en torno a la alquería solitaria murmuran:

 

ven entonces, no cuando velamos en la noche,

sino con luz de sol, que cálida se tiende :

vente con la hermosura de esa tu nueva forma,

y dentro de la luz, como una luz más clara.

 

Versión de Màrie Manent

 

 

 

 

 

 

 

La dama de Shalott

 

I

En las orillas del río, durmiendo,

grandes campos de cebada y centeno

visten colinas y encuentran al cielo;

a través del campo, marcha el sendero

hacia las mil torres de Camelot;

y arriba, y abajo, la gente viene,

mirando a donde los lirios florecen,

en la isla que río abajo aparece:

es la isla de Shalott.

 

Tiembla el álamo, palidece el sauce,

grises brisas estremecen los aires

y la ola, que por siempre llena el cauce,

por el río y desde la isla distante

fluye que fluye, hasta Camelot.

Cuatro muros grises: sus grises torres

dominan un espacio entre las flores,

y en el silencio de la isla se esconde

la dama de Shalott.

 

Tras un velo de sauces, por la orilla,

a las pesadas barcas las deslizan

unos lentos caballos; y furtiva,

una vela de seda traza huidiza,

surcos de espuma, hacia Camelot.

Pero ¿ quién la vio nunca saludando?

¿o en la ventana de su estudio estando?

¿o acaso es conocida en el condado

la dama de Shalott?

 

Sólo los segadores muy temprano,

cuando siegan ya maduros los granos,

escuchan ecos de un alegre canto

que desde el río llega, alto y claro

hasta las mil torres de Camelot:

Bajo la luna el segador trabaja,

apilando haces en las eras altas.

Escucha y murmura: “es ella, el hada,

la dama de Shalott”.

 

II

Ella teje una tela día y noche,

tela mágica de hermosos colores.

Ha oído murmurar un rumor, sobre

una maldición: ay como se asome

y mire lejos, hacia Camelot.

No sabe que maldición pueda ser,

ella teje y no deja de tejer,

y otra cosa no hay que pueda temer,

la dama de Shalott.

 

Moviéndose sobre un espejo claro

que cuelga frente a ella todo el año,

sombras del mundo aparecen. Cercano

ve ella el camino que serpenteando

conduce a las torres de Camelot;

Allí el remolino del río gira,

y descortés el aldeano grita,

y de las mozas las capas rojizas

se alejan de Shalott.

 

A veces un tropel de alegres damas,

un abate, al que portan con calma,

o es un pastor de cabeza rizada,

o de largo pelo y carmesí capa,

un paje se dirige a Camelot;

y a veces cruzan el azul espejo

caballeros de dos en dos viniendo:

no tiene un buen y leal caballero

la dama de Shalott.

 

Pero en su tela disfruta y recoge

del espejo las mágicas visiones,

y a menudo en las silenciosas noches

un funeral con plumas y faroles

y música, iba hacia Camelot:

O venían, la luna en su camino,

amantes casados de ahora mismo;

“Estoy enferma de tanta sombra”, dijo

la dama de Shalott.

 

III

A tiro de arco del alero de ella,

él cabalgaba entre la mies de la era;

deslumbraba el sol entre hojas nuevas,

y ardía sobre las broncíneas grebas

del valiente y audaz Sir Lancelot.

Un cruzado al que arrodillado puso

con la dama por siempre en el escudo,

brillaba en el campo amarillo, junto

la lejana Shalott.

 

Brillaba libre enjoyada la brida:

una rama de estrellas imprevistas

colgadas de una Galaxia amarilla.

Sonaban alegres las campanillas

mientras cabalgaba hacia Camelot:

y en bandolera, plata entre blasones,

colgaba un potente clarín. Al trote,

su armadura tintineaba, sobre

la lejana Shalott.

 

Bajo el azul despejado del cielo

refulgía la silla de oro y cuero,

ardía el yelmo y la pluma del yelmo,

juntas como una sola llama al viento,

mientras cabalgaba hacia Camelot:

Así en la noche púrpura se viera,

bajo cúmulos sembrados de estrellas,

un cometa, cola de luz, que llega,

a la quieta Shalott.

 

Su frente alta y clara, al sol brillaba;

sobre los pulidos cascos trotaba;

por debajo de su yelmo flotaban

los bucles negros, mientras cabalgaba,

cabalgaba directo a Camelot.

Desde la orilla, y desde el río,

brilló en el espejo de cristal,

“tralarí lará” cantando en el río

iba Sir Lancelot.

 

Dejó la tela, y dejó el telar,

tres pasos en su cuarto ella fue a dar,

ella vio el lirio de agua reventar,

el yelmo y la pluma ella fue a mirar,

y posó su mirada en Camelot.

Voló la tela, y se quedó aparte;

se rompió el espejo de parte a parte;

“la maldición vino a mí”, gritó suave

la dama de Shalott.

 

IV

En la tormenta que de este soplaba,

los bosques de oro pálido menguaban,

y el río ancho en su orilla los lloraba.

Un cielo negro y bajo diluviaba

encima las torres de Camelot.

Ella bajó hasta el río, y encontróse

bajo un sauce, una barca aún a flote,

y escribió, justo en la proa del bote,

“La Dama de Shalott”.

 

Del río a través del pequeño espacio

como un audaz adivino extasiado

y en trance, viendo ante sí su trágico

destino, y con el semblante impávido,

ella miró lejos, a Camelot.

Y cuando el día por fin se acababa,

ella se tendió, y soltando amarras,

dejó que la corriente la arrastrara,

la dama de Shalott.

 

Tendida, vestida de un blanco nieve

desbordando por los lados del bote

las hojas cayendo sobre ella, leves,

a través del sonido de la noche,

ella flotaba hacia Camelot.

Y mientras la afilada proa hería

los campos y las esbeltas colinas,

se oyó un cantar, su última melodía,

la dama de Shalott.

 

Se oyó un cantar, un cantar triste y santo

cantado con fuerza y luego muy bajo,

hasta helarse su sangre muy despacio,

por completo sus ojos se cerraron

fijos en las torres de Camelot.

Porque hasta allí llegó con la marea,

de las primeras casas a la puerta,

y cantando su canción quedó muerta,

la dama de Shalott.

 

Debajo la torre y la balconada

entre las galerías y las tapias

hermosa y resplandeciente flotaba,

pálida de muerte, entre las casas,

entrando silenciosa en Camelot.

Al embarcadero juntos salieron:

dama y señor, burgués y caballero,

su nombre junto a la proa leyeron,

la dama de Shalott.

 

¿Qué tenemos aquí? ¿Y qué es todo esto?

Y en el palacio de luces y juegos

el jolgorio real tornó silencio;

Se santiguaron todos con miedo,

los caballeros, allí en Camelot:

Pero Lancelot, meditando un poco,

fue y dijo, “Ella tiene el rostro hermoso,

por gracia de Dios misericordioso,

la dama de Shalott.”

 

Versión de Pedro Calafat

 

 

 

 

La hija del molinero

 

Esa es la chica del molino

y tan linda, tan linda se hizo,

que quisiera yo ser el pendiente

que en la oreja le tiembla:

pues, oculto en sus bucles noche y día,

rozaría su cuello tibio y blanco.

 

Ser el cinto quisiera

de su talle tan fino, tan fino:

su corazón daría contra mí sus latidos,

dolorido o alegre;

si late como debe yo sabría,

abrazando su talle, muy apretado siempre.

Ser un collar quisiera

y así mecerme todo el día

en su seno aromado,

a una con su risa y sus suspiros:

y tan leve, tan leve allí estuviera,

que por la noche apenas me desabrocharía.

 

Versión de Màrie Manent

 

 

La mañana está en calma, sin rumores; en calma...

 

La mañana está en calma, sin rumores; en calma,

como para ofrecerse a un dolor más tranquilo;

y tan sólo, chocando con las hojas marchitas,

el fruto del castaño se desliza hasta el suelo.

 

Calma y profunda paz en estas altas lomas

y en gotas de rocío que inundan las aliagas,

y en esas telarañas de plata, que entre el oro

y el verde centellean.

 

Calma y tranquila paz en la llanura vasta

que a lo lejos se tiende, con boscajes de otoño,

y en las granjas pobladas y en torres que se tornan

menudas y se mezclan con el mar murmurante.

 

Calma y profunda paz en el aire anchuroso,

en las hojas que torna rojizas la otoñada,

y si en mi corazón hubiere alguna calma,

será desesperanza tranquila, solamente.

 

Calma sobre los mares y plateado sueño

y correr de las ondas, que van a su reposo;

y calma de la muerte en aquel noble pecho,

que alienta, pero sólo con las aguas profundas.

 

Versión de Màrie Manent

Tomado de:

http://amediavoz.com/tennyson.htm

 

 

Cada día tiene su noche.

 

Cada día tiene su noche,

Cada noche su mañana:

Resplandecientes y oscuras,

las horas aladas son llevadas

bien, bien lejos.

 

Las estaciones florecen y decaen;

La dorada calma y la tormenta,

Día a día, se frecuentan.

No hay una sola brillante forma

Que no arroje sombra,

Bien, bien lejos.

 

Cuando reímos, y nuestra alegría

Simula la veta feliz de la piedra,

Somos tan parecidos a la tierra

Como al dolor del padre,

Bien, bien lejos.

 

La locura se ríe a carcajadas,

La risa trae lágrimas,

Los ojos se desgastan,

Hasta que los miedos

Llegan con la mortaja,

Bien, bien lejos.

 

Todo es cambio,

Aflicción o riqueza,

La alegría es hermana de la tristeza;

La pena y el regocijo

Se roban los símbolos;

Bien, bien lejos.

 

Las alondras en el paraíso cantan,

Las palomas se lamentan

Día a día, sin tardanza;

Pero no te desanimes;

Lloremos juntos en la esperanza.

Bien, bien lejos.

 

 

El Kraken.

 

Bajo los truenos de las superficies,

en las grietas del mar abismal,

el Kraken duerme su antiguo sueño sin sueños.

Pálidos reflejos se agitan alrededor

de su oscura forma;

vastas esponjas de milenario crecimiento y altura

se inflan sobre él, y en lo profundo de la luz enfermiza,

pulpos innumerables y desmedidos baten

con brazos gigantescos

la verdosa inmovilidad,

desde secretas celdas y grutas maravillosas.

Yace ahí desde siglos, y yacerá,

cebándose dormido de inmensos gusanos marinos

hasta que el fuego del Juicio Final consuma la hondura.

Entonces, para ser visto una sola vez por hombres y por ángeles,

rugiendo surgirá y morirá en la superficie.

 

La sirena.

 

Pero por la noche erraría lejos, lejos,

dejaría que cayera mi cascada de rizos,

saltaría aérea sobre el trono y jugaría

con los tritones entre las rocas;

Correríamos de aquí para allá, escondiéndonos y buscándonos

sobre los altos y ondulados terrenos marinos en los lechos carmesí,

cuyos plateados riscos se asoman al mar.

Pero si alguien se acerca gritaré

y como una ola saltaré desde las cornisas plateadas

que sobresalen de lo profundo.

Porque a mí no me besaría cualquiera de los atrevidos y

alegres tritones del fondo del mar;

ellos me seguirían y me cortejarían y me halagarían

en el ocaso púrpura del fondo del mar.

Pero el rey de todos ellos sí podría raptarme

y cortarme, ganarme y casarse conmigo,

entre las ramas de jaspe del fondo marino.

Entonces todos los seres que están en los traslúcidos musgos

del fondo oceánico, se enroscarán silenciosamente

a mis pies de plata, mirando hacia arriba, buscando mi amor.

Y cuando yo cantara alegremente desde lo alto,

todos los seres blandos, ahorquillados y con cuernos

se asomarían a la honda esfera del mar

y mirarían abajo buscando mi amor.

 

 

El cómo y el por qué.

 

Soy el pretendiente de cualquier hombre,

si es que alguno pretende enseñarme:

algunos dicen que esta vida es agradable,

otros piensan que se acelera:

en el tiempo no hay presente,

en la eternidad no hay futuro,

en la eternidad no hay pasado.

Nos reímos, lloramos, nacemos, morimos,

¿quién me dirá el cómo y el por qué?

 

La espadaña saluda con la cabeza a su hermano,

las flores se susurran unas a otras:

¿Qué es lo que dicen? ¿Qué hacen allí?

¿Por qué dos y dos hacen cuatro? ¿Por qué lo redondo no es cuadrado?

¿Por qué las rocas se obstaculizan y las ligeras nubes vuelan?

¿Por qué el pesado roble gime y los sauces blancos suspiran?

¿Por qué lo profundo no es alto, y lo alto no es profundo?

¿Nos despertamos, o nos dormimos?

¿Dormimos o morimos?

¿Cómo estás tú? ¿Por qué soy yo?

¿Quién me explicará el cómo y el por qué?

 

El mundo es algo; continúa de alguna manera;

pero ¿cuál es el significado de entonces y ahora?

Siento que hay algo; ¿Pero ¿cómo y qué?

Sé que hay algo; ¿Pero ¿qué y por qué?

No puedo decir si eso es algo soy yo.

 

El pichón pío: ¿por qué?, ¿por qué?

en los bosques estivales, cuando el sol cae

y el gran pájaro se sienta en la rama opuesta,

y mira su rostro y grita: ¿cómo?, ¿cómo?

Y el búho negro se desliza por el suave crepúsculo

y canta: ¿cómo?, ¿cómo?, toda la noche.

 

¿Por qué se va la vida cuando la sangre se derrama?

¿Qué es la vida? ¿Dónde está el alma?

¿Por qué una iglesia se construye con un campanario

y una casa con una chimenea?

¿Quién me explicará el cómo y el qué?

¿Quién me explicará el qué y el por qué?

Tomado de:

https://elespejogotico.blogspot.com/2017/10/alfred-tennyson-poemas-destacados.html

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