martes, 7 de octubre de 2025

POEMAS DE DARÍO LEMOS - UN POETA PARA NO OLVIDAR DESDE COLOMBIA -


El recluso perpetuo

 

Como si me hubiera fugado

sin cumplir la condena del vientre de mi madre.

He pasado la mitad de mi vida recluido,

he conocido cárceles menores.

Patios de leprocomios,

ciudadelas de Dios,

esas casas de locos de solo corredores

por donde se pierde la conciencia más lúcida.

Evoco:

Tildado del epiléptico

por los tics de mi prosa,

tenía que regresar a la celda 360 para comprender,

bajo un verano de acero y algodones nubecitas,

que la vida no es ningún caballito pony,

y yo de jinete no tengo una espuela.

 

Antes existía solo el cuerpo de psiquiatras y enfermeras

[blancas,

en agosto para mí,

en septiembre para puma,

en agosto para ella y en marzo nuevamente la insulina.

 

Y las pequeñas avionetas,

salidas reparadas de los eternos hangares,

de nuevo a la ciudad donde la sangre es lux y la mujer es

[hombre,

He terminado con la carne traspasándola a mi hijo,

quedando solo huesos,

quedando solo flor.

 

Estuve muchos años esperando que Boris patinara

equilibrando en la cáscara del cielo,

pero cuando los pies son rojos, por más sabios

permanecen ligados a la tierra.

¿Cuándo terminaré de parir ese cachorro?

 

Bastará que mis párpados drogados de dromedario y droga

alarguen un poco mis testículos de mica reventada

bajando a los tobillos.

Bastara un solo juez para toda la vida,

repetir el ritual de los hongos.

 

 

Rey del infierno

 

Yo no salgo a la calle cuando hay luz.

Quiero solamente mi luminosidad.

Aquí.

Como las tortugas duermo.

Soy mi templo.

Me elevo como un globo.

Tengo un gusano propio y el cabello que no quiere peinar.

Estos son los muros donde se pudren mis ojos,

se agrietan las costillas,

reboto como un balón

y voy perdiendo la vida,

desviviendo,

flagelándome.

 

Pero soy el dueño de mi infierno,

el rey de mi reino.

Aunque todas esas culebras suben a lamer la úlcera,

la gangrena también es solo mía.

 

En estas murallas se cae mi piel

todas las flores me colorean.

y son negras.

 

 

Yo soy Darío Lemos

 

Yo soy de nombre y apellido Dariolemos. Todo el mundo cree que dice una gran verdad cuando declara que existe. Yo digo para contrariar la verdad que yo no existo. Mido 1,76 en verano y 1,78 en invierno. Soy la dimensión de las estaciones. A veces, cuando no tengo que pensar, mido por kilómetros la angustia y la inutilidad de vivir.

 

Visto simplemente, sin exageraciones, con un formidable desdén por la moda. Tengo chaqueta de aviador que nunca estuvo en la guerra.

 

Vivo de la poesía, o mejor, la poesía vive de mí. Nunca tengo dinero, ni me interesa. Tengo en cambio abundantes amigos que pagan por mí en tributo a mi genio y a la amistad que les concedo por minutos, pues nadie es digno de mi compañía.

 

Las mujeres se derriten de deseos bajo este sol tropical, porque yo cobro las miradas y lo besos a precios muy altos y generalmente en dólares.

 

¿Qué más puedo decir de un poeta excepcional como yo?

 

Bailo rock and roll cuando la marihuana relaja mis músculos…

De noche, cuando la ciudad duerme, me provoca asaltar a los ciudadanos, abofetearlos y gritarles que van a morir que desocupen la soledad, esos dominios de la poesía en los que me paseo como un emperador.

 

En síntesis, soy un poeta sin antecedentes, y no dejaré sucesores. Conmigo nace y muere la poesía. No diré otras cosas porque no duermo esta noche.

 

¡Ah, se me olvidaba decir que no amo a nadie, y que nada me interesa!

 

1960

Tomado de:

https://www.universocentro.com/NUMERO88/Unacriaturaextrana.aspx

 

 

El sol en el hangar

Comienzo a escribir este diario porque siempre me gusta el hoy,

el tiempo estancado en el instante mismo.

Y aunque el hoy sea este negro caparazón de angustia,

y aunque la cárcel me haya saciado hasta el hastío y la desolación,

aquí estaré levantado como mil elefantes,

y saldré solamente hasta la puerta de hierro de este taller tipográfico,

porque me acerqué a las letras;

sabiendo que tendría que pasar largos días en este cielo de mierda

era preferible estar aquí frente a mi pequeña maquinita de 200 grados.

Afuera está el sol en el hangar de la sexta,

vuelan las palomas del pabellón 2,

voltean sobre mi cabeza de olvidado

y se van como aviones brillantes sobre la ciudad

que está allí abajo, muy cerca.

Y si los guardias no apretaran el gatillo

y me dejaran salir tranquilamente,

bastaría caminar un poco hacia ese parquecito verde

y doblando mis pasos a la izquierda

llegaría a los brazos de mi hijo dorado,

lapicito nuevo,

toallitas húmedas,

solecito blanco.

 

 

Lluvia en la cárcel

Boris, voy a tragarme la montaña,

voy a beberme la lluvia,

voy a comerme la ciudad. No puedo más.

Ven porque muero de la cintura hacia abajo,

la cabeza está viva para recordarte,

y en esta época de los satélites todavía lloro.

Cae la lluvia sobre la cárcel olorosa a orín

y no tengo nada que me detenga en este viaje definitivo a la soledad.

Me quedaré aquí si no vienes rápido con tus

pantaloncitos tibios

a salvarme de la pena de muerte.

Ven, reconoce mi rostro de Cristo que condenaron a un aislamiento;

frío y desolado corro, alcánzame,

duplica los pasos con tus pequeños pies y sube a esta montaña donde me estoy ahogando.

Ríete en la casa para oírte desde aquí,

sácame los dientes,

mira con tus ojitos chocolates iguales a los míos

que sólo miran los muros de la celda.

Recuerda a tu padre, Boris, y no llores

la tarde que yo muera.

 

 

«Nuestra señora de la tristeza»

Hoy me pertenezco. Hablaré de mí.

Diré cosas que tú sabes pero que no «entiendes» aunque siempre «comprendiste».

28 de vida. Veinte de «reclusión»,

contando los 9 meses que estuve abultando el pequeño cuerpo desdichado de mi madre.

Me encerraron en todas partes,

a mis espaldas siempre había una llave en movimiento.

¡Ay, sólo me faltan los alambres eléctricos en un campo de concentración!

Luego me recluí en tu vida, e hijo tuvimos,

seis añitos, gratos, desafortunados,

pero era una reclusión que me autoimpuse,

y las caricias y pesares fueron hondos pero dulces o casi iluminados.

¡Boris canta como un foco rojo de la Navidad!

Por eso esa última reclusión impuesta fue mi liberación,

mi olfato, olía colores,

mis dedos olían tibieza y pellizco en el saloncito donde llegaban los «caminantes del Sur»,

o bien gritos en la cocina que no permitían llegar al sabor de lo que iba verticalmente a la boca.

Fui tan honesto que me sacrifiqué

y fui fraile de la comunidad de 2 + 1,

trilogía complicada con el resultado de tú, hembra, y yo caballo padre;

¡Oh, Boris!, ¿cuándo alcanzaremos con tu madre el verdadero «estar»?

 

 

«He quemado todos mis poemas»

Medellín, diciembre 20/82

 

Sólo dolor, Jota, sólo dolor. He quemado todos mis poemas. ¿De qué sirve la poesía? Ni siquiera de apoyo cuando te falta un pie. En el hospital leí a Rimbaud y se me volvió noche la luz que me daba. Nada me quita el dolor. La poesía debía servir para algo. Trataré de no escribir nada bello.

….Me cortaron la mitad de un pie y en 15 días regreso al hospital para ver qué hacen conmigo. ¿Qué hay de bello en esta revoltura? Háblate con Eduardo y con Elmo para que recojan dinero para una silla de ruedas. Espérate yo lloro un poco (…..)

….Ven, Jota, ven y mira al poeta la última vez. Un fin de semana, hazlo por nuestra amistad. Eso me calmaría el dolor, te espero. Tú que eres mi mejor amigo, yo que soy un poeta que te gusta mucho, tú y yo que juntos somos habitantes eternos de la poesía, no debemos separarnos ahora porque me falta un pie.

….Tú eres un poco cuerdo, dime, ¿qué hay de bello, las mujeres, el Sol, los caballitos? Nada … nada. Sólo la muerte. Estoy preparado. Me voy a vivir con Gonzalo y con María de las Estrellas al lado de Dios que es la última posibilidad.

….Recibe un beso.

 

Dariolemos

Tomado de:

https://www.abisiniareview.com/sinfonias-para-maquina-de-escribir/

 

 

El ahogado en la memoria

Boris, amarillo mío,

caballito para montar huyendo de los calabozos,

ven porque han tomado mi alma los jueces para cubrirse del sol

y el verano en esta cárcel rasca las vísceras;

y aunque salgo de la celda en las mañanas encontrando que la luz no ha terminado para el hombre,

revuelco mis costados en fricción con costillas de otras cicatrices;

los pequeños carros donde llevan la sopa para tres mil digestiones

trituraron los dedos de mis pies,

estoy caminando en la cabeza,

soy el ciego que no tiene brazos.

Hoy me deslumbra la alegría cuando pienso que tienes cinco años

y no puedes comprender cómo tengo la mierda hundida hasta los ojos.

Y sin embargo miro el cielo y las palomas volando en el huevo dorado de verano sobre la capilla

como hojas blancas que se escapan del sumario

que lanzará, hijo mío, mis cosas a la luz,

a tu lado,

y los domingos nuevamente iremos a ese parque del concierto

donde las palomas son distintas a estas palomas de la cárcel.

(Mi barba creció, muñequito amarillo, y estoy muy parecido a Dios).

Todo el día acarician mi cuerpo los guardias requisando

y en cada bolsillo sólo encuentran pedazos del alma

y el recuerdo que tenía de ti, hijo, antes de tu nacimiento.

Siento miedo cuando la celda está oscura

y a través de la reja observo la ciudad abajo donde existe aire

y el hombre no se asfixia.

Olvidado tu rostro no puedo dibujarte en la memoria.

Sólo sé que tu boca es mi boca,

tus cosas son mis cosas cuando yo era un nene que azotaban,

y el mar que hay en tus ojos gredosos es el mar que siempre he llevado como sal que se queda en las axilas.

En la noche, hijo, los prisioneros cantan y sus cicatrices brillan,

como estrellas largas que perdieron su control en el espacio.

Acostado está el ciego que imagina que esto es un campo de flores,

sólo escucha el gemido de los hombres que agonizan en los calabozos.

Niño de carne de mamoncillo y mamey perfumado

sálvame porque estoy en la tierra y no tengo alas;

ábreme las esposas que necesito fumar con las dos manos.

Alimenta tu cuerpo tibio de helicóptero que gira eternamente

para que la leche y las legumbres suban a esta montaña donde queda la cárcel

y fortalezcan mi cuerpo de aguja.

El tiempo se quedó atravesado en el verano

donde los minutos han sentado sus nalguitas minuteras.

Hace un siglo que no escucho hijo tus cuentos rojos y tristes,

negros y felices.

He muerto mil veces ahogado en la memoria,

la época de los escarpines y los escorpiones,

los primeros sonidos de muñeco que levanta el pecho,

tus deditos sabios como pájaros pequeños sobre la baldosa,

el olor a lana que dejaste en la litera de ese tren que terminó en el mar

para que tus cosas se purificaran y tus ojos se abrieran como campos de golf.

Bajo el musculoso bosque de bocas que mastican sin dientes

camino en las manos que antes limpiaban tu ombliguito hongo,

y en la soledad de la cárcel a veces soy feliz.

En mi celda hay un hombre sin brazos que estalló una bomba

y un ciego que estaba introduciendo su mano en un bolsillo;

pero sus espíritus gigantes subliman la carne ya perdida.

Yo tengo brazos para orinar tranquilamente

pero mi espíritu está extraviado en una selva muy oscura del África.

Mi hijo está vivo como Dios olvidado.

Tomado de:

https://elgranpoetanadaista.blogspot.com/

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