El recluso perpetuo
Como si me hubiera fugado
sin cumplir la condena del vientre de mi madre.
He pasado la mitad de mi vida recluido,
he conocido cárceles menores.
Patios de leprocomios,
ciudadelas de Dios,
esas casas de locos de solo corredores
por donde se pierde la conciencia más lúcida.
Evoco:
Tildado del epiléptico
por los tics de mi prosa,
tenía que regresar a la celda 360 para comprender,
bajo un verano de acero y algodones nubecitas,
que la vida no es ningún caballito pony,
y yo de jinete no tengo una espuela.
Antes existía solo el cuerpo de psiquiatras y
enfermeras
[blancas,
en agosto para mí,
en septiembre para puma,
en agosto para ella y en marzo nuevamente la insulina.
Y las pequeñas avionetas,
salidas reparadas de los eternos hangares,
de nuevo a la ciudad donde la sangre es lux y la mujer
es
[hombre,
He terminado con la carne traspasándola a mi hijo,
quedando solo huesos,
quedando solo flor.
Estuve muchos años esperando que Boris patinara
equilibrando en la cáscara del cielo,
pero cuando los pies son rojos, por más sabios
permanecen ligados a la tierra.
¿Cuándo terminaré de parir ese cachorro?
Bastará que mis párpados drogados de dromedario y droga
alarguen un poco mis testículos de mica reventada
bajando a los tobillos.
Bastara un solo juez para toda la vida,
repetir el ritual de los hongos.
Rey del infierno
Yo no salgo a la calle cuando hay luz.
Quiero solamente mi luminosidad.
Aquí.
Como las tortugas duermo.
Soy mi templo.
Me elevo como un globo.
Tengo un gusano propio y el cabello que no quiere
peinar.
Estos son los muros donde se pudren mis ojos,
se agrietan las costillas,
reboto como un balón
y voy perdiendo la vida,
desviviendo,
flagelándome.
Pero soy el dueño de mi infierno,
el rey de mi reino.
Aunque todas esas culebras suben a lamer la úlcera,
la gangrena también es solo mía.
En estas murallas se cae mi piel
todas las flores me colorean.
y son negras.
Yo soy Darío Lemos
Yo soy de nombre y apellido Dariolemos. Todo el mundo
cree que dice una gran verdad cuando declara que existe. Yo digo para
contrariar la verdad que yo no existo. Mido 1,76 en verano y 1,78 en invierno.
Soy la dimensión de las estaciones. A veces, cuando no tengo que pensar, mido
por kilómetros la angustia y la inutilidad de vivir.
Visto simplemente, sin exageraciones, con un formidable
desdén por la moda. Tengo chaqueta de aviador que nunca estuvo en la guerra.
Vivo de la poesía, o mejor, la poesía vive de mí. Nunca
tengo dinero, ni me interesa. Tengo en cambio abundantes amigos que pagan por
mí en tributo a mi genio y a la amistad que les concedo por minutos, pues nadie
es digno de mi compañía.
Las mujeres se derriten de deseos bajo este sol
tropical, porque yo cobro las miradas y lo besos a precios muy altos y
generalmente en dólares.
¿Qué más puedo decir de un poeta excepcional como yo?
Bailo rock and roll cuando la marihuana relaja mis
músculos…
De noche, cuando la ciudad duerme, me provoca asaltar a
los ciudadanos, abofetearlos y gritarles que van a morir que desocupen la
soledad, esos dominios de la poesía en los que me paseo como un emperador.
En síntesis, soy un poeta sin antecedentes, y no dejaré
sucesores. Conmigo nace y muere la poesía. No diré otras cosas porque no duermo
esta noche.
¡Ah, se me olvidaba decir que no amo a nadie, y que
nada me interesa!
1960
Tomado de:
https://www.universocentro.com/NUMERO88/Unacriaturaextrana.aspx
El sol en el hangar
Comienzo a escribir este diario porque siempre me gusta
el hoy,
el tiempo estancado en el instante mismo.
Y aunque el hoy sea este negro caparazón de angustia,
y aunque la cárcel me haya saciado hasta el hastío y la
desolación,
aquí estaré levantado como mil elefantes,
y saldré solamente hasta la puerta de hierro de este
taller tipográfico,
porque me acerqué a las letras;
sabiendo que tendría que pasar largos días en este
cielo de mierda
era preferible estar aquí frente a mi pequeña maquinita
de 200 grados.
Afuera está el sol en el hangar de la sexta,
vuelan las palomas del pabellón 2,
voltean sobre mi cabeza de olvidado
y se van como aviones brillantes sobre la ciudad
que está allí abajo, muy cerca.
Y si los guardias no apretaran el gatillo
y me dejaran salir tranquilamente,
bastaría caminar un poco hacia ese parquecito verde
y doblando mis pasos a la izquierda
llegaría a los brazos de mi hijo dorado,
lapicito nuevo,
toallitas húmedas,
solecito blanco.
Lluvia en la cárcel
Boris, voy a tragarme la montaña,
voy a beberme la lluvia,
voy a comerme la ciudad. No puedo más.
Ven porque muero de la cintura hacia abajo,
la cabeza está viva para recordarte,
y en esta época de los satélites todavía lloro.
Cae la lluvia sobre la cárcel olorosa a orín
y no tengo nada que me detenga en este viaje definitivo
a la soledad.
Me quedaré aquí si no vienes rápido con tus
pantaloncitos tibios
a salvarme de la pena de muerte.
Ven, reconoce mi rostro de Cristo que condenaron a un
aislamiento;
frío y desolado corro, alcánzame,
duplica los pasos con tus pequeños pies y sube a esta
montaña donde me estoy ahogando.
Ríete en la casa para oírte desde aquí,
sácame los dientes,
mira con tus ojitos chocolates iguales a los míos
que sólo miran los muros de la celda.
Recuerda a tu padre, Boris, y no llores
la tarde que yo muera.
«Nuestra señora de la tristeza»
Hoy me pertenezco. Hablaré de mí.
Diré cosas que tú sabes pero que no «entiendes» aunque
siempre «comprendiste».
28 de vida. Veinte de «reclusión»,
contando los 9 meses que estuve abultando el pequeño
cuerpo desdichado de mi madre.
Me encerraron en todas partes,
a mis espaldas siempre había una llave en movimiento.
¡Ay, sólo me faltan los alambres eléctricos en un campo
de concentración!
Luego me recluí en tu vida, e hijo tuvimos,
seis añitos, gratos, desafortunados,
pero era una reclusión que me autoimpuse,
y las caricias y pesares fueron hondos pero dulces o
casi iluminados.
¡Boris canta como un foco rojo de la Navidad!
Por eso esa última reclusión impuesta fue mi
liberación,
mi olfato, olía colores,
mis dedos olían tibieza y pellizco en el saloncito
donde llegaban los «caminantes del Sur»,
o bien gritos en la cocina que no permitían llegar al
sabor de lo que iba verticalmente a la boca.
Fui tan honesto que me sacrifiqué
y fui fraile de la comunidad de 2 + 1,
trilogía complicada con el resultado de tú, hembra, y
yo caballo padre;
¡Oh, Boris!, ¿cuándo alcanzaremos con tu madre el
verdadero «estar»?
«He quemado todos mis poemas»
Medellín, diciembre 20/82
Sólo dolor, Jota, sólo dolor. He quemado todos mis
poemas. ¿De qué sirve la poesía? Ni siquiera de apoyo cuando te falta un pie.
En el hospital leí a Rimbaud y se me volvió noche la luz que me daba. Nada me
quita el dolor. La poesía debía servir para algo. Trataré de no escribir nada
bello.
….Me cortaron la mitad de un pie y en 15 días regreso
al hospital para ver qué hacen conmigo. ¿Qué hay de bello en esta revoltura?
Háblate con Eduardo y con Elmo para que recojan dinero para una silla de
ruedas. Espérate yo lloro un poco (…..)
….Ven, Jota, ven y mira al poeta la última vez. Un fin
de semana, hazlo por nuestra amistad. Eso me calmaría el dolor, te espero. Tú
que eres mi mejor amigo, yo que soy un poeta que te gusta mucho, tú y yo que
juntos somos habitantes eternos de la poesía, no debemos separarnos ahora
porque me falta un pie.
….Tú eres un poco cuerdo, dime, ¿qué hay de bello, las
mujeres, el Sol, los caballitos? Nada … nada. Sólo la muerte. Estoy preparado.
Me voy a vivir con Gonzalo y con María de las Estrellas al lado de Dios que es
la última posibilidad.
….Recibe un beso.
Dariolemos
Tomado de:
https://www.abisiniareview.com/sinfonias-para-maquina-de-escribir/
El ahogado en la memoria
Boris, amarillo mío,
caballito para montar huyendo de los calabozos,
ven porque han tomado mi alma los jueces para cubrirse
del sol
y el verano en esta cárcel rasca las vísceras;
y aunque salgo de la celda en las mañanas encontrando
que la luz no ha terminado para el hombre,
revuelco mis costados en fricción con costillas de
otras cicatrices;
los pequeños carros donde llevan la sopa para tres mil
digestiones
trituraron los dedos de mis pies,
estoy caminando en la cabeza,
soy el ciego que no tiene brazos.
Hoy me deslumbra la alegría cuando pienso que tienes
cinco años
y no puedes comprender cómo tengo la mierda hundida
hasta los ojos.
Y sin embargo miro el cielo y las palomas volando en el
huevo dorado de verano sobre la capilla
como hojas blancas que se escapan del sumario
que lanzará, hijo mío, mis cosas a la luz,
a tu lado,
y los domingos nuevamente iremos a ese parque del
concierto
donde las palomas son distintas a estas palomas de la
cárcel.
(Mi barba creció, muñequito amarillo, y estoy muy
parecido a Dios).
Todo el día acarician mi cuerpo los guardias requisando
y en cada bolsillo sólo encuentran pedazos del alma
y el recuerdo que tenía de ti, hijo, antes de tu
nacimiento.
Siento miedo cuando la celda está oscura
y a través de la reja observo la ciudad abajo donde
existe aire
y el hombre no se asfixia.
Olvidado tu rostro no puedo dibujarte en la memoria.
Sólo sé que tu boca es mi boca,
tus cosas son mis cosas cuando yo era un nene que
azotaban,
y el mar que hay en tus ojos gredosos es el mar que
siempre he llevado como sal que se queda en las axilas.
En la noche, hijo, los prisioneros cantan y sus
cicatrices brillan,
como estrellas largas que perdieron su control en el
espacio.
Acostado está el ciego que imagina que esto es un campo
de flores,
sólo escucha el gemido de los hombres que agonizan en
los calabozos.
Niño de carne de mamoncillo y mamey perfumado
sálvame porque estoy en la tierra y no tengo alas;
ábreme las esposas que necesito fumar con las dos
manos.
Alimenta tu cuerpo tibio de helicóptero que gira
eternamente
para que la leche y las legumbres suban a esta montaña
donde queda la cárcel
y fortalezcan mi cuerpo de aguja.
El tiempo se quedó atravesado en el verano
donde los minutos han sentado sus nalguitas minuteras.
Hace un siglo que no escucho hijo tus cuentos rojos y
tristes,
negros y felices.
He muerto mil veces ahogado en la memoria,
la época de los escarpines y los escorpiones,
los primeros sonidos de muñeco que levanta el pecho,
tus deditos sabios como pájaros pequeños sobre la
baldosa,
el olor a lana que dejaste en la litera de ese tren que
terminó en el mar
para que tus cosas se purificaran y tus ojos se
abrieran como campos de golf.
Bajo el musculoso bosque de bocas que mastican sin
dientes
camino en las manos que antes limpiaban tu ombliguito
hongo,
y en la soledad de la cárcel a veces soy feliz.
En mi celda hay un hombre sin brazos que estalló una
bomba
y un ciego que estaba introduciendo su mano en un
bolsillo;
pero sus espíritus gigantes subliman la carne ya
perdida.
Yo tengo brazos para orinar tranquilamente
pero mi espíritu está extraviado en una selva muy
oscura del África.
Mi hijo está vivo como Dios olvidado.
Tomado de:

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