viernes, 3 de octubre de 2025

POEMAS DE PAOLO DE LIMA - DESDE PERÚ -


De nada la flojera y las ganas de dejarlo todo

 

Como por un desfiladero de nieve, abrazados al rápido vaivén que nos destila

Calculando de antemano la hora más calurosa del que duda

Una clara decisión de fuga apareció en nuestros rostros, una intención

De vida: Nunca nos propusimos hablar, nunca escucharlos.

 

Avisa, ve, y salta. Los edificios te dicen ven, ven por aquí; y para comenzar

No está mal: La ciudad comienza a interesarse por ti (aunque también

Te trague). "He lavado sobre las aceras mis huellas. No sabía de caricias,

Ni de bullas almacenadas en los parques, en los desagües más ruines."

 

De nada la flojera y las ganas de dejarlo todo

De nada ese desdén que nos acompaña.

Has de ver también adolescentes con fusiles, cucharas sin platos:

Tus placeres tuvieron nuevos dueños cuando te ofrecieron callar.

 

Recuerda conmigo esa larga aspereza en la piel

La cálida seducción de los traidores y si quieres

Ten esta nostalgia amordazada por el día?

Un nuevo entretenimiento te sostiene.

 

¿Y si el miedo nos atropella, nos conduce con nuestras mejores intenciones

Al abrevadero del planeta? Mitómana curiosidad de aprender:

El que sabe vendrá a cocinar o será cena, vendrá con su tos hoy mismo:

Como esta neblina instalada aquí con nosotros por siempre jamás.

 

Jamás como una mordiente cólera que recorre

La virtual señal del camino donde se trafican los deseos

Que vienen hacia ti o hacia cualquier parte.

Por no saber zafarnos de esta gran estafa la cólera.

 

 

Locura estrellada contra un manantial de cobras

 

Recuerdas al caminar entre rostros sudorosos el humo expandiéndose

Como fúnebre abanico y esas risas fuera de lugar

Despertando tu sueño andante

-Gotas de sudor impregnan tu polo

Como el polvo de la biblioteca el vacío del momento-

Y ahora orinas largamente entre el alivio que vas sintiendo:

Nuevamente tus inquietudes pusieron la pausa

Que dio sagrada emoción

A un andar tan equidistante del sopor; y

Aquellas extrañas fuerzas

Propias de tu locura estrellada contra un manantial de cobras

¿Obtendrán de la duda un traje de oficio, cortas satisfacciones

Que la patria defraudó?

¿Habré preguntado bien?

Subes, subes, y caes: plop. Hay un dolor en tu cabeza y esas

Ganas de dejarlo todo.

A que no adivinan hacia qué sabor de hastío conducen estas líneas.

?"No."

Nadie ignora que de morados caen los pezones ni de batallar

Contra bestias las ideas.

Hay labios sobre esta mesa que esperan ser besados:

Varias secuencias arremeten por tu cerebro al caer

Toda insegura angustia dentro de alocado grito.

Y dices: "Ésta es la poesía y no la pollería de la CIA

La poesía que posa sus pies en tu cuerpo

Mientras un botón salta de su blusa

La blusa que desabrochas para cerrar el poema."

 

 

Un poema sobre la ciudad

 

Escribir rápido un poema sobre la ciudad.

Escribir lento un poema sobre la ciudad.

Escribir desinteresado un poema sobre la ciudad.

Escribir desapasionado un poema sobre la ciudad.

 

No escribir un poema sobre la ciudad.

Escribir un poema desde la ciudad.

 

Escribir inteligente un poema sobre la ciudad.

Escribir rabioso un poema sobre la ciudad.

Escribir desesperado un poema sobre la ciudad.

Escribir ilusionado un poema sobre la ciudad.

 

Fingir escribir un poema sobre la ciudad.

Escribir fingiendo un poema sobre la ciudad.

 

Escribir irónico un poema sobre la ciudad.

Escribir sutil un poema sobre la ciudad.

Escribir grave un poema sobre la ciudad.

Escribir grandilocuente un poema sobre la ciudad.

 

Borrar lo escrito en el poema sobre la ciudad.

No borrar lo escrito en el poema sobre la ciudad.

 

Escribir alegre un poema sobre la ciudad.

Escribir triste un poema sobre la ciudad.

Escribir galante un poema sobre la ciudad.

Escribir violento un poema sobre la ciudad.

 

Éste es un poema sobre la ciudad.

¿Éste es un poema sobre la ciudad?

 

 

Es el invierno

 

Es el invierno. Y el calor se mete por todas

Partes. Debemos huir a los edificios públicos

Y privados, a los establecimientos de comida

Rápida para obtener un poco del aire

Acondicionado por el sistema.

Es esto el desierto. O, mejor dicho, una

Ciudad en medio del desierto. (O, mejor dicho aún,

El texto en el cual se habla del invierno

En la ciudad en medio del desierto.) Una fría ciudad

Muerta, con carros de claxon silenciosos

Y avenidas por las que los peatones no sueñan

Ni divagan ni molestan

A los cautos conductores que no los agreden.

Una fría ciudad en medio del desierto

Donde el sudor que te recorre por la frente

No es producto del terror

Que toda ciudad respetable debiera producirte

Sino por su invierno, su inexistente invierno.

 

 

Escucha el silencio del poema

 

Escucha el silencio del poema

Escucha en silencio el poema

La ciudad es invisible

La ciudad está en ti

Shhh!

Calla

Nada hay

Sólo este silencio

En este silencio estás

La ciudad está en ti

La ciudad calla

Mientras escuchas

El silencio del poema

La ciudad calla

Mientras escuchas

En silencio

El poema.

Tomado de:

https://lainsignia.org/2002/mayo/cul_033.htm

 

 

Soliloquio de la floresta

 

Hay una cruz natural incrustada en las ramas del parque

se muestra como la ciencia en la grieta que por ellas recuerda.

Su desbordada poesía en el pozo de los cambios

como si debajo de las creencias llamasen las aguas quietas. Pero anotar

el humo que recubre las ramas es una señal que en palabras no basta

después de a) haber tocado y dejado acariciar el humo y las ramas,

b) anotar: no hay una cruz incrustada en las ramas, c)

ahora no nace la oración, d) dijo: “pero si tú no estabas ahí”, él: “¿y eso

qué tiene que ver?”, e) se siente frío, después de conducir la mano a esto,

f) Leo este poema de Lezama: “El muchacho vendedor de estalactitas, saltamontes,

antes de dormir repasa su castillo de cuello de cristal,

la botella llena de cocuyos donde guarda los diez céntimos,

los metales antiguos, las vacías columnas,

que ahora son serpentinas que rodean a los cocuyos,

a los cien cocuyos que tiran sus frentes

contra los vidrios oscuros, desdeñosos de la corrupción”.

Una parte, arriba, a la izquierda, Parque Roosevelt, horada sus pretextos

y los tachos de basura observan como hombrecitos verdes la garúa en paralaje.

Una escritura volvió para sacudirse, levantó sus cejas

y se marchó de inmediato.

La luz de los postes juega con los insectos en el silencio de la garúa

y el vendedor de estalactitas se coló fuera de las comillas porque,

Milán, “el poema no tiene biografía / hay que hacerla”,

y ahora el precepto y la progresión y lo que el carácter arrastra

se acrecienta como si uno secundara un desfile de muertas palabras

que nacen para ser leídas.

 

Para ser leídas. Hay unas nubes viajeras dentro de las botellas abandonadas

ante los hombrecitos verdes, unas nubes que no saben que son un nombre

que les da una palabra. Hay ay hay ay hay unos charcos de puras gotas alrededor

de mi centro de palabras, ellas me dan su fría presencia, me dan

una reposada energía desenchufada.

En la hora cuarta, solo los árboles como gentes en su mundo paralelo

me dejan adivinarlos para conocer sus figuras.

Las lavándulas al mar de violeta pasaron manojo de las savias

debajo de la cabalgata del viento

arriba de nosotros callados paralelos brecha irreductible

palabra crítica radical puro antagonismo irracional gramática

la madre va de hecho a la puerta para pensar en un afuera

que alcanza para zurcirla en la corteza

o para hundir su sesera en el humo de los árboles.

Para no cometer bulla, vestido en la nueva temporalidad por fuera

del que ignora cantar en la madrugada

para no hacer que no sepa la hoja ante los charcos sobre el imaginado:

la acera indebida después de las estrellas.

Para no alimentar la boca nacida, palmo a palmo, en sus carnes,

cerca de las gotas necesarias de humo que me observan

después que nuestros ya no somos, pero algo

imperceptiblemente se mueve en el comienzo del habla.

 

La pura diferencia es una distancia al otro lado de mi voz

ya que esa diferencia mínima se hace objeto de mi pensar

o de lo que no tiene sonoridad al caer en la acera.

Las lavándulas presentan hojas opuestas, simples, enteras, dentadas, pinnatífidas

poseen fosforescencias verticilastrales

dispuestas están en pisos separados a lo largo del eje florífero

compacta estructura axilados por brácteas florales

y unas flores pequeñas cáliz tubular casi actinomorfo

acostillado con cinco dientecillos y un apéndice oblongo.

 

Su fruto poseía un ojo protuberante del tamaño de una caja de galletas

un ojo de color siniestro, amarillo en el centro, ardiente,

que late con un brillo que destella. El fruto se desplaza, pero no sé de dónde vino,

pero puedo verlo cerca de sus ojos, puedo verlo con mis ojos, puedo entender

el carácter irreductible la brecha irreductible de los intersticios—

una llama es rojo es azul es amarilla es fría y quema como cuando irrita

lanza un mordiscón y le muerde la cabeza a las palabras: la p es ahora una copa

la a un inodoro con la tapa levantada, la l una paloma dormida, la b una o con

un bulto en su cabeza la s un imán cuya energía mantiene con vida a los sintagmas.

Sus ojos, como aquella ave que se introduce en el hueco del árbol,

incineran las miradas.

 

Aquel ojo mueve las hojas opuestas y toca su textura dentada,

toca tus yemas y ellas se tocan presentando su vida

y está tu dínamo imitando poliedros y pirámides como por ejemplo

la que está por Choquehuanca—

su oído, saliva de los augurios, atraviesa la garúa

sin esfuerzo con la mínima diferencia entre la fuerza

de unas palabras escritas y el peso de estas gotas sin gotas

donde un paseante garboso esconde su predisposición con tacitas

que registran su hastío.

 

Pero yo no debería estar aquí.

Pero yo no debería no yo no pero

estos paseantes ya pasaron escondidos detrás de los árboles elaboran

el día que irremediablemente llega y ellos, los árboles, los veo, son árboles

y no las personas que veía conversar con sus extrañas figuras

y se hizo la ciudadanía de serenos smithizados y cierro estas palabras

 

y ya no están— ya se fueron... ya volvieron.

 

 

             Soliloquio del río

 

El día rejuveneció tarde en el calendario, tarde un lunes

logró colocar sus minutos sobre el velador

cerca a la lámpara amarilla.

Las horas llegan con sus zapatos de lodo, como casi siempre,

de los ríos sus huellas retienen lo natural en el tiempo

con sus hojas rojas naranjas verdes color tierra

y, entonces, la lámpara expulsa el sueño del amanecer,

así es, un sueño como del tamaño del universo

firme como unos troncos fluyendo entre las aguas

firme entre las aguas del río

en su fluctuante sereno dormitar.

Las horas escuchan las imágenes del sueño

dan al silencio tonos de abandono, una imagen

voltea, como casi siempre; sus elementos

caen como la arena en el reloj, caen y en el caer

se recomponen hasta ser otra imagen como unas manos

son otras manos al otro lado de una oración, un ruego

en la capa muda de la corteza de las aguas

cuando debajo discurren su realidad

y solo queda ver entre las capas del sueño

y los ríos corren con sus troncos y sus hojas multicolores

de otoño de Ottawa y Montreal, una lágrima

va de capa en capa, una tenue palabra

en el gorgoteo de los labios, y va empujada por el aire

va en el día hasta que es pronto y es todavía.

 

A los instantes se los reconoce cada vez con una cara nueva:

los puertos gozan con los alaridos del mar al norte

y el día recupera sus fuerzas en esas aguas

para luego regresar a nuestras vidas.

¿Los puertos gozan con los alaridos del mar al norte

y el día recupera sus fuerzas en esas aguas

para luego regresar a nuestras vidas?

El agua fluye en esta carne

que ahora palpo caminándola entre mis dedos

llevándola a mis huellas dactilares.

 

A veces llega sudando un fragmento del día,

una respuesta mal escuchada, un saludo inevitable,

una comida de mantel largo entre los murmullos del río.

Descansa como cuando se recibe un vaso de agua

como quien usa la sed para saberse en la vida.

Y llega como una mala señal cuya entraña apesta

llega y no sabe y no dice, como nunca siempre,

en su lugar ya el sueño pensó lo que adivina

aquel día. ¿Es natural escribir, es natural

el agujero que aparece donde no habita la escritura,

natural una herramienta hecha palabra,

callar para decir, pretender para alcanzar

la exacta huella de la idea entre los troncos del río

entre el sonido que no reconoce las palabras del mar

cuando en el norte enloquece?

 

Ya vimos, al remover la risa que no viene

de la intensidad de la escritura, vimos

en algún punto de tu retina siendo leída

por estas palabras, en las puertas de los labios

vimos cuando prolongadas

las piedras corrieron a la orilla,

vimos saltar las líneas en su gozo nacido.

Mientras tanto, que entierren estas palabras

las palabras que aparecen con la voz

que no se prestan ni se arrancan

y que me llamen sin mi sujeto, que ni me digan nada

hablo con la sangre del viento

la ventanilla de un tren recompone la imagen

cuando solo deseo solo observo.

 

 

Soliloquio marino del Callao

 

(Genio de las boyas litorales, rumoroso sol, bronceado el canto

              conocedor de los remos que rompen

              hasta las islas, triste es tu afán: no

              quiso llamarte la mar, sube

              ya solo queda ahora el susurro del viento en la pequeña lancha

              aunque nada hubiera: de todo lo que deshecha

                             al desaconsejar la cortada

              marea en la línea de los sargazos)

Una historia de franjas suaves, de húmedos atardeceres

de infiltradas piedras onduladas

como al voltear mi rostro hacia la orilla, a la noche

en la que la hierba cuece

la garúa

como cuando ni la pleamar

los caminos de la fontana

hará brotar el día

 

Si tuviera que escuchar este decir

con el susurro de los gaviotines

de la capucha gris

Si el ostrero no moviera el canto

                                  lao, Figueredo,

y ella no se zambullera, al regreso de una bruma, en los 19°:

                       en el encarne suave, como un piquero entre las Cavinzas

aparece con tejidos de chuitas y vasos retratos

 

(Si me hubieras dicho qué fue

en esa tarde de Pitipiti, el Carpallo

el océano de los puertos: la herida

con el agua ya llevada en tus brazos)

 

El reflejo del archipiélago

de la Iglesia Matriz al Canottieri

Coro de acrotera: los kokenmodingos

las xerofíticas

el arctocephalus

 

Esas piedras cercenadas deslizando el espumajo por el barboquejo

 

Así es, queridas amigas, Panarello, muelles entre las glorietas

gemas verdes, cuarcíticas palabras

sinfín de cantos rodados en que las úvulas imaginativas

enlardan

                 Granulometría de los tamices

                 de los tiros al arco de las puertas

Porque

 

de haber usado ese bandeaukini de licra estampada de corazones

esto es lo que parecía no ensartarse y balancear cómodamente en las

playeras, en el margen (en el canto): así iban embarulladas en el

cerco del cielo, en la energía del remo que nos apoya

 

Oh amigas

llenando baldes con los cantos

y gotas desprendidas de las rompientes

 

 

Olas oscilatorias

Estado del mar

 

Estela

 

como el escollo a través de la escena aciaga de tus hombros:

el fluir lamido de las algas, el espacio entre la resaca

gror tisss en el regreso vibrante del mar

                                       desprevenido sol

gotas de sudor en el vaivén del momento

               algo conocido, algo que conozco

 

 

Rociando mi frente a esas voces sentidas

 

Uno no sabe si está afuera pero la noche

murmura espontánea en los lagos

en la hora que regresa

ella se observa tatuada

“This music crept by me upon the waters”

la transparencia ambulatoria y fortuita

aún consigo mover un brazo, apenas uno

 

Susurrando por los pechos del viento

                           con las costumbres

acostadas en el cielo, almacenando graves rencores

            despejados por nosotros. Los días, a ver,

los días y sus caminares buscones, entreverados

 

Todo marcha en la brisa, de esa brisa

que nos regala su obstinación

               y que sin embargo buscamos interpretar

               solo por la locura de enternecer la memoria

 

Una mirada por las huellas yuxtapuestas de la tarde,

miel de los árboles, nos han robado las huellas junto al sonido del río

repetidamente me golpeo los dedos contra mi pecho

                                   como un tecleo desesperado hacia adentro

para hablarme en los pensamientos y sus palabras

y sí, claro, qué quieres como respuesta

mi mente /

siento mío mí / algún nombre / alguna asociación

expresada con belleza limpia por ti

 

La persona se hace de otros, las sumas de otros, corpus otro

con la mirada aurora arando

no arrulla esta noche mi temblor corrompido

no arrulla la aurora su color de ceniza

su sombra de nada hacía mis fuegos internos

densos, calmos, puros

oleaje en uno

rociando mi frente a esas voces sentidas

 

 

Huella descaminada

 

Una historia de sequías, de arrieros

de roquedales con mañanas de ceniza y de zurda arteria

como puesta en una cama, junto a un cielo

errada en la carretera de Paita

por una huella rápida, anunciado

tropiezo, observando las líneas

junto al miedo de los gendarmes

que al buscar la puerta truncan a Hölderlin

 

Si su transpiración alejara las carnes de la huella del bosque,

                        de los pájaros

y ellos se arremolinaran, a la vuelta de unas manos, en la escalera

                    de los pliegues de terciopelo, como una libélula entre los vidrios

con soplidos de arsénico y esencia de sogas carniceras

 

Marqués de Armas,

una oscilación atendiendo las rodillas en las playas

               Una catedral que estira los periódicos

               y se va al otro lado, resoplando los marsupiales

               una catedral, un arriero de ceniza

 

Tu nombre por esa huella descaminada se revolvía

en el espanto, esa mancha que supura arrastrada junto al eco

de ese descarrío, de esa corteza

esa anemia desgajada descolocando la voz por el cerquillo de esta letra

y sí, querida Letra, ornada, saliendo en cuclillas

con una vela, haciendo largo el antifaz

El laberinto de caracoles donde patinan los pájaros de las ostras,

esos peces claros de los arrecifes

 

Si supiera reaparecer con esa tela desorbitada de espejos

tan cóncavos que anochecían hasta largarse y burbujear malamente

en los bosques, en los enredos arenosos del estío,

Huenún / Schettini, con esa aurora tenue de las playas

esa subida de los cerros / esos caminos de pieles, arrecifes y

bordas de centellas, brincar del fácil desprendimiento

 

de las ostras en el arrecife

natural, entre los árboles

 

Y Johnston dice:

A expensas del calor perdidas rocas sucumben al deseo

El viento no regresa

El día intenta atomizar / La noche recupera fuerzas

Y la tierra regresa del sueño

En un pedazo de papel: Líneas inconexas

 

Entre tus pasos ingresa la locura

Atisbos de la sonrisa

Al lado del jardín juegan las lluvias

                   Recorren la fuga gratuita del cielo

 

En la cama enferma muerde las sábanas

 

El sol arrima una silla muda en la nieve

unas cuerdas atravesadas que los puentes van despojando

en su férrea incertidumbre el río en las cuerdas del sol

fija en el cielo la tarde resolviendo los alfileres del frío—

Y no sabes esta mañana si en la intemperie los bloques del río

detenido sus palabras escriban con las sogas del sol

Tus manos son copos de nieve, rezagos de la lluvia

debajo de los árboles cuando las hormigas te dibujan

El resto viene lento y subterráneo como las aguas del río

todo aquello que separa al sol de su silla de paja

cuando borbotea un resplandor en las veredas de sal

Y estamos en la tarde al ritmo de los insectos y los peces

cuando nadie los contempla

La tarde empequeñecida en sus deberes Y sopla una duda

crece el optimismo de la pena y una nueva iluminación

rompe los hielos bajo el puente entre sus pasos y los días

que son uno mientras siga sentado resolviendo

contigo la hora del frío entre las manos de hormigas

que como dedos de miel doran la vegetación a lo largo del río

plateado como un trazo firme tenaz a dos brochazos

en el taller de tu esposa cuando te sientas con un trago

a lo largo de la calle en un collage de palabras y fantasía

palabras mudas y negras como un flaco presentimiento

cuando el sonido viene de un piano en el cd de la tarde

Y no es el sol, no hay aquí La mentira de las cosas

naufraga en un pozo abierto entre los puentes

y sus nidos de patos y otras performances

en las miradas de unos niños gatinenses tras la ventana

 

A los niños nadie los olvida si no es como una forma suave

como el lejano andar entre los gatos

el avión sobrevuela detenido para la foto

en su garganta la preocupación del vuelo realizado

y a veces finge sonriendo un amanecer

en el que nadie olvida ni a niños ni a aviones

entre los gatos del vuelo en tu garganta

 

No olvidar que se sale, Zaindenwerg,

que tenía la ventana de las carreteras

en las pastillas de estos ojos y la luminosidad de las venas

          Nada de aromas, Folch, no hay tiempo

          dentro del tiempo, nada más que apuntar

          cuando la pierna se hunde en el río del hielo

Y los toros convergen desde tres direcciones

sus patas sobre los pastos de estos ojos, nadie,

el centro del rebote uno igual a una fila de muertes

tropel apretado en los despojos—

¿Sabes quiénes necesitan las claves a cambio de los cuchillos

                 de la aurora, de los toros en los centros?

Ni las paredes ni las puertas, sutil su desmoronamiento

tal vez Sanhueza ponga el pecho

como un silencio blanco sus días no contados

ese río que desde la ventana fluye bajo los hielos—

Y nada es imposible ante la furia de las maderas indias

ante las orillas escarbadas en su lecho

los cantos rodados—

                solo ellos la luminosidad de las venas.

                                              CUARTETO POR TRES:

                      Una historia de tropiezo, observando las líneas

                      junto al miedo de los gendarmes

                     que al buscar la puerta truncan a Hölderlin

                     descolocando la voz por el cerquillo de esta letra.

                      Una historia junto al miedo, que al buscar

                      esta letra por el cerquillo de la puerta

                     descolocando la voz de tropiezo truncan a Hölderlin

                     observando las líneas de los gendarmes.

 

                     Una historia descolocando la voz, que al buscar

                     por el cerquillo de esta letra junto al miedo

                     observando la puerta de los gendarmes

                     de tropiezo truncan las líneas a Hölderlin.

 

 

Y si hablo del desierto es de mí de quien hablo

y no tomo al desierto porque sí, es del lenguaje

de su cumplimiento en el tránsito de las arenas

de lo que hablo. Recobrarme dentro de su forma

rastrear sus límites y deficiencias –esas

son mis búsquedas, las señas que reconstruyo

para esbozar una definición, reconstruir una extraviada

imagen vista en la infancia. Y en su forma no

recobrada sigo, precisamente como si cruzara

un desierto, debajo del sol agobiante que por siempre

aborta. Pero debes seguir y encontrar

una señal que te dé la ruta, las palabras

que te definan aunque ese mismo sol las difumine

y destruya en mil pedazos dejando entre

tus pasos solamente fragmentos de ti, fragmentos

que te recuerdan esa imagen observada de niño

y de la que con nostalgia rememoras

sin recordar con claridad.

 

Porque esa imagen que pretendes recobrar es un documento

de la plenitud de que fuiste un ser, cuando niño,

absorto y completo en tus fascinaciones; te aferras

ahora al instante de la remembranza

mas es imposible en este tránsito bajo el sol ardiente

y tus pasos ahondando en las arenas, imposible

recobrar la imagen, y te detienes como ante una línea

en el siguiente renglón, fascinado con la ausencia del tiempo,

y esa es, lo intuyes, una recompensa que agradeces

no sabes si a las infinitas arenas, al remoto sol

o al lenguaje que tu memoria rescata.

 

Pero ya no hay tiempo para más, y eso lo sabes.

Nunca hay tiempo cuando recorres el desierto

y ya no sabes si descansar en el fondo de algo

o demorar las palabras en el instante de la precisión.

 

¿Quién de veras habla?, ¿dónde de veras existe

un desierto?, ¿en qué momento dices algo y ese algo

se instala? ¿No es de la nada que nacen las cosas?

Todo indica que sí, pero igual te cuestionas, escuchando

una voz que acaso sea la tuya. Y es que tu voz quizá

no sea tuya, pero esa es la que opera en ti

y acaba siendo tuya / para los otros. Los otros

que no están cuando te ves atravesando nuevamente

el desierto y te percatas de que al sol lo confundías

con el vacío que tu voz construye.

 

Y ahí tienes a la violencia, aquella que a tantos

espanta. Querer suplantar tu voz no es

una pretensión que te hayas propuesto, pero aún así

sientes esa fuerza que te vence, que más allá

de ti regresa a golpear no sabes si a ti

o a tus certezas. Las arremetidas son fuertes,

constantes, el sol se ha ocultado con la llegada

de las tormentas, y un enjambre de miedo rodea

el vacío de tu voz y dispersa los fragmentos

de esa imagen de niño que no pudiste observar de nuevo.

Tomado de:

https://migliaro.lamula.pe/2019/02/19/poemas-de-paolo-de-lima/migliarowilly/

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