De nada la flojera y las ganas de dejarlo todo
Como por un desfiladero de nieve, abrazados al rápido
vaivén que nos destila
Calculando de antemano la hora más calurosa del que
duda
Una clara decisión de fuga apareció en nuestros
rostros, una intención
De vida: Nunca nos propusimos hablar, nunca
escucharlos.
Avisa, ve, y salta. Los edificios te dicen ven, ven por
aquí; y para comenzar
No está mal: La ciudad comienza a interesarse por ti
(aunque también
Te trague). "He lavado sobre las aceras mis
huellas. No sabía de caricias,
Ni de bullas almacenadas en los parques, en los
desagües más ruines."
De nada la flojera y las ganas de dejarlo todo
De nada ese desdén que nos acompaña.
Has de ver también adolescentes con fusiles, cucharas
sin platos:
Tus placeres tuvieron nuevos dueños cuando te
ofrecieron callar.
Recuerda conmigo esa larga aspereza en la piel
La cálida seducción de los traidores y si quieres
Ten esta nostalgia amordazada por el día?
Un nuevo entretenimiento te sostiene.
¿Y si el miedo nos atropella, nos conduce con nuestras
mejores intenciones
Al abrevadero del planeta? Mitómana curiosidad de
aprender:
El que sabe vendrá a cocinar o será cena, vendrá con su
tos hoy mismo:
Como esta neblina instalada aquí con nosotros por
siempre jamás.
Jamás como una mordiente cólera que recorre
La virtual señal del camino donde se trafican los
deseos
Que vienen hacia ti o hacia cualquier parte.
Por no saber zafarnos de esta gran estafa la cólera.
Locura estrellada contra un manantial de cobras
Recuerdas al caminar entre rostros sudorosos el humo
expandiéndose
Como fúnebre abanico y esas risas fuera de lugar
Despertando tu sueño andante
-Gotas de sudor impregnan tu polo
Como el polvo de la biblioteca el vacío del momento-
Y ahora orinas largamente entre el alivio que vas
sintiendo:
Nuevamente tus inquietudes pusieron la pausa
Que dio sagrada emoción
A un andar tan equidistante del sopor; y
Aquellas extrañas fuerzas
Propias de tu locura estrellada contra un manantial de
cobras
¿Obtendrán de la duda un traje de oficio, cortas
satisfacciones
Que la patria defraudó?
¿Habré preguntado bien?
Subes, subes, y caes: plop. Hay un dolor en tu cabeza y
esas
Ganas de dejarlo todo.
A que no adivinan hacia qué sabor de hastío conducen
estas líneas.
?"No."
Nadie ignora que de morados caen los pezones ni de
batallar
Contra bestias las ideas.
Hay labios sobre esta mesa que esperan ser besados:
Varias secuencias arremeten por tu cerebro al caer
Toda insegura angustia dentro de alocado grito.
Y dices: "Ésta es la poesía y no la pollería de la
CIA
La poesía que posa sus pies en tu cuerpo
Mientras un botón salta de su blusa
La blusa que desabrochas para cerrar el poema."
Un poema sobre la ciudad
Escribir rápido un poema sobre la ciudad.
Escribir lento un poema sobre la ciudad.
Escribir desinteresado un poema sobre la ciudad.
Escribir desapasionado un poema sobre la ciudad.
No escribir un poema sobre la ciudad.
Escribir un poema desde la ciudad.
Escribir inteligente un poema sobre la ciudad.
Escribir rabioso un poema sobre la ciudad.
Escribir desesperado un poema sobre la ciudad.
Escribir ilusionado un poema sobre la ciudad.
Fingir escribir un poema sobre la ciudad.
Escribir fingiendo un poema sobre la ciudad.
Escribir irónico un poema sobre la ciudad.
Escribir sutil un poema sobre la ciudad.
Escribir grave un poema sobre la ciudad.
Escribir grandilocuente un poema sobre la ciudad.
Borrar lo escrito en el poema sobre la ciudad.
No borrar lo escrito en el poema sobre la ciudad.
Escribir alegre un poema sobre la ciudad.
Escribir triste un poema sobre la ciudad.
Escribir galante un poema sobre la ciudad.
Escribir violento un poema sobre la ciudad.
Éste es un poema sobre la ciudad.
¿Éste es un poema sobre la ciudad?
Es el invierno
Es el invierno. Y el calor se mete por todas
Partes. Debemos huir a los edificios públicos
Y privados, a los establecimientos de comida
Rápida para obtener un poco del aire
Acondicionado por el sistema.
Es esto el desierto. O, mejor dicho, una
Ciudad en medio del desierto. (O, mejor dicho aún,
El texto en el cual se habla del invierno
En la ciudad en medio del desierto.) Una fría ciudad
Muerta, con carros de claxon silenciosos
Y avenidas por las que los peatones no sueñan
Ni divagan ni molestan
A los cautos conductores que no los agreden.
Una fría ciudad en medio del desierto
Donde el sudor que te recorre por la frente
No es producto del terror
Que toda ciudad respetable debiera producirte
Sino por su invierno, su inexistente invierno.
Escucha el silencio del poema
Escucha el silencio del poema
Escucha en silencio el poema
La ciudad es invisible
La ciudad está en ti
Shhh!
Calla
Nada hay
Sólo este silencio
En este silencio estás
La ciudad está en ti
La ciudad calla
Mientras escuchas
El silencio del poema
La ciudad calla
Mientras escuchas
En silencio
El poema.
Tomado de:
https://lainsignia.org/2002/mayo/cul_033.htm
Soliloquio de la floresta
Hay una cruz natural incrustada en las ramas del parque
se muestra como la ciencia en la grieta que por ellas
recuerda.
Su desbordada poesía en el pozo de los cambios
como si debajo de las creencias llamasen las aguas
quietas. Pero anotar
el humo que recubre las ramas es una señal que en
palabras no basta
después de a) haber tocado y dejado acariciar el humo y
las ramas,
b) anotar: no hay una cruz incrustada en las ramas, c)
ahora no nace la oración, d) dijo: “pero si tú no
estabas ahí”, él: “¿y eso
qué tiene que ver?”, e) se siente frío, después de
conducir la mano a esto,
f) Leo este poema de Lezama: “El muchacho vendedor de
estalactitas, saltamontes,
antes de dormir repasa su castillo de cuello de
cristal,
la botella llena de cocuyos donde guarda los diez
céntimos,
los metales antiguos, las vacías columnas,
que ahora son serpentinas que rodean a los cocuyos,
a los cien cocuyos que tiran sus frentes
contra los vidrios oscuros, desdeñosos de la
corrupción”.
Una parte, arriba, a la izquierda, Parque Roosevelt,
horada sus pretextos
y los tachos de basura observan como hombrecitos verdes
la garúa en paralaje.
Una escritura volvió para sacudirse, levantó sus cejas
y se marchó de inmediato.
La luz de los postes juega con los insectos en el
silencio de la garúa
y el vendedor de estalactitas se coló fuera de las
comillas porque,
Milán, “el poema no tiene biografía / hay que hacerla”,
y ahora el precepto y la progresión y lo que el
carácter arrastra
se acrecienta como si uno secundara un desfile de
muertas palabras
que nacen para ser leídas.
Para ser leídas. Hay unas nubes viajeras dentro de las
botellas abandonadas
ante los hombrecitos verdes, unas nubes que no saben
que son un nombre
que les da una palabra. Hay ay hay ay hay unos charcos
de puras gotas alrededor
de mi centro de palabras, ellas me dan su fría
presencia, me dan
una reposada energía desenchufada.
En la hora cuarta, solo los árboles como gentes en su
mundo paralelo
me dejan adivinarlos para conocer sus figuras.
Las lavándulas al mar de violeta pasaron manojo de las
savias
debajo de la cabalgata del viento
arriba de nosotros callados paralelos brecha
irreductible
palabra crítica radical puro antagonismo irracional
gramática
la madre va de hecho a la puerta para pensar en un
afuera
que alcanza para zurcirla en la corteza
o para hundir su sesera en el humo de los árboles.
Para no cometer bulla, vestido en la nueva temporalidad
por fuera
del que ignora cantar en la madrugada
para no hacer que no sepa la hoja ante los charcos
sobre el imaginado:
la acera indebida después de las estrellas.
Para no alimentar la boca nacida, palmo a palmo, en sus
carnes,
cerca de las gotas necesarias de humo que me observan
después que nuestros ya no somos, pero algo
imperceptiblemente se mueve en el comienzo del habla.
La pura diferencia es una distancia al otro lado de mi
voz
ya que esa diferencia mínima se hace objeto de mi
pensar
o de lo que no tiene sonoridad al caer en la acera.
Las lavándulas presentan hojas opuestas, simples,
enteras, dentadas, pinnatífidas
poseen fosforescencias verticilastrales
dispuestas están en pisos separados a lo largo del eje
florífero
compacta estructura axilados por brácteas florales
y unas flores pequeñas cáliz tubular casi actinomorfo
acostillado con cinco dientecillos y un apéndice
oblongo.
Su fruto poseía un ojo protuberante del tamaño de una
caja de galletas
un ojo de color siniestro, amarillo en el centro,
ardiente,
que late con un brillo que destella. El fruto se
desplaza, pero no sé de dónde vino,
pero puedo verlo cerca de sus ojos, puedo verlo con mis
ojos, puedo entender
el carácter irreductible la brecha irreductible de los
intersticios—
una llama es rojo es azul es amarilla es fría y quema
como cuando irrita
lanza un mordiscón y le muerde la cabeza a las
palabras: la p es ahora una copa
la a un inodoro con la tapa levantada, la l una paloma
dormida, la b una o con
un bulto en su cabeza la s un imán cuya energía
mantiene con vida a los sintagmas.
Sus ojos, como aquella ave que se introduce en el hueco
del árbol,
incineran las miradas.
Aquel ojo mueve las hojas opuestas y toca su textura
dentada,
toca tus yemas y ellas se tocan presentando su vida
y está tu dínamo imitando poliedros y pirámides como
por ejemplo
la que está por Choquehuanca—
su oído, saliva de los augurios, atraviesa la garúa
sin esfuerzo con la mínima diferencia entre la fuerza
de unas palabras escritas y el peso de estas gotas sin
gotas
donde un paseante garboso esconde su predisposición con
tacitas
que registran su hastío.
Pero yo no debería estar aquí.
Pero yo no debería no yo no pero
estos paseantes ya pasaron escondidos detrás de los
árboles elaboran
el día que irremediablemente llega y ellos, los
árboles, los veo, son árboles
y no las personas que veía conversar con sus extrañas
figuras
y se hizo la ciudadanía de serenos smithizados y cierro
estas palabras
y ya no están— ya se fueron... ya volvieron.
Soliloquio del río
El día rejuveneció tarde en el calendario, tarde un
lunes
logró colocar sus minutos sobre el velador
cerca a la lámpara amarilla.
Las horas llegan con sus zapatos de lodo, como casi
siempre,
de los ríos sus huellas retienen lo natural en el
tiempo
con sus hojas rojas naranjas verdes color tierra
y, entonces, la lámpara expulsa el sueño del amanecer,
así es, un sueño como del tamaño del universo
firme como unos troncos fluyendo entre las aguas
firme entre las aguas del río
en su fluctuante sereno dormitar.
Las horas escuchan las imágenes del sueño
dan al silencio tonos de abandono, una imagen
voltea, como casi siempre; sus elementos
caen como la arena en el reloj, caen y en el caer
se recomponen hasta ser otra imagen como unas manos
son otras manos al otro lado de una oración, un ruego
en la capa muda de la corteza de las aguas
cuando debajo discurren su realidad
y solo queda ver entre las capas del sueño
y los ríos corren con sus troncos y sus hojas
multicolores
de otoño de Ottawa y Montreal, una lágrima
va de capa en capa, una tenue palabra
en el gorgoteo de los labios, y va empujada por el aire
va en el día hasta que es pronto y es todavía.
A los instantes se los reconoce cada vez con una cara
nueva:
los puertos gozan con los alaridos del mar al norte
y el día recupera sus fuerzas en esas aguas
para luego regresar a nuestras vidas.
¿Los puertos gozan con los alaridos del mar al norte
y el día recupera sus fuerzas en esas aguas
para luego regresar a nuestras vidas?
El agua fluye en esta carne
que ahora palpo caminándola entre mis dedos
llevándola a mis huellas dactilares.
A veces llega sudando un fragmento del día,
una respuesta mal escuchada, un saludo inevitable,
una comida de mantel largo entre los murmullos del río.
Descansa como cuando se recibe un vaso de agua
como quien usa la sed para saberse en la vida.
Y llega como una mala señal cuya entraña apesta
llega y no sabe y no dice, como nunca siempre,
en su lugar ya el sueño pensó lo que adivina
aquel día. ¿Es natural escribir, es natural
el agujero que aparece donde no habita la escritura,
natural una herramienta hecha palabra,
callar para decir, pretender para alcanzar
la exacta huella de la idea entre los troncos del río
entre el sonido que no reconoce las palabras del mar
cuando en el norte enloquece?
Ya vimos, al remover la risa que no viene
de la intensidad de la escritura, vimos
en algún punto de tu retina siendo leída
por estas palabras, en las puertas de los labios
vimos cuando prolongadas
las piedras corrieron a la orilla,
vimos saltar las líneas en su gozo nacido.
Mientras tanto, que entierren estas palabras
las palabras que aparecen con la voz
que no se prestan ni se arrancan
y que me llamen sin mi sujeto, que ni me digan nada
hablo con la sangre del viento
la ventanilla de un tren recompone la imagen
cuando solo deseo solo observo.
Soliloquio marino del Callao
(Genio de las boyas litorales, rumoroso sol, bronceado
el canto
conocedor de los remos que rompen
hasta las islas, triste es tu afán: no
quiso llamarte la mar, sube
ya
solo queda ahora el susurro del viento en la pequeña lancha
aunque nada hubiera: de todo lo que deshecha
al desaconsejar la
cortada
marea en la línea de los sargazos)
Una historia de franjas suaves, de húmedos atardeceres
de infiltradas piedras onduladas
como al voltear mi rostro hacia la orilla, a la noche
en la que la hierba cuece
la garúa
como cuando ni la pleamar
los caminos de la fontana
hará brotar el día
Si tuviera que escuchar este decir
con el susurro de los gaviotines
de la capucha gris
Si el ostrero no moviera el canto
lao,
Figueredo,
y ella no se zambullera, al regreso de una bruma, en
los 19°:
en el encarne suave, como un piquero entre las Cavinzas
aparece con tejidos de chuitas y vasos retratos
(Si me hubieras dicho qué fue
en esa tarde de Pitipiti, el Carpallo
el océano de los puertos: la herida
con el agua ya llevada en tus brazos)
El reflejo del archipiélago
de la Iglesia Matriz al Canottieri
Coro de acrotera: los kokenmodingos
las xerofíticas
el arctocephalus
Esas piedras cercenadas deslizando el espumajo por el
barboquejo
Así es, queridas amigas, Panarello, muelles entre las
glorietas
gemas verdes, cuarcíticas palabras
sinfín de cantos rodados en que las úvulas imaginativas
enlardan
Granulometría de los tamices
de los tiros al arco de las puertas
Porque
de haber usado ese bandeaukini de licra estampada de
corazones
esto es lo que parecía no ensartarse y balancear
cómodamente en las
playeras, en el margen (en el canto): así iban
embarulladas en el
cerco del cielo, en la energía del remo que nos apoya
Oh amigas
llenando baldes con los cantos
y gotas desprendidas de las rompientes
Olas oscilatorias
Estado del mar
Estela
como el escollo a través de la escena aciaga de tus
hombros:
el fluir lamido de las algas, el espacio entre la
resaca
gror tisss en el regreso vibrante del mar
desprevenido sol
gotas de sudor en el vaivén del momento
algo conocido, algo que conozco
Rociando mi frente a esas voces sentidas
Uno no sabe si está afuera pero la noche
murmura espontánea en los lagos
en la hora que regresa
ella se observa
tatuada
“This music crept
by me upon the waters”
la transparencia ambulatoria y fortuita
aún consigo mover un brazo, apenas uno
Susurrando por los pechos del viento
con las costumbres
acostadas en el cielo, almacenando graves rencores
despejados por nosotros. Los días, a ver,
los días y sus caminares buscones, entreverados
Todo marcha en la brisa, de esa brisa
que nos regala su obstinación
y
que sin embargo buscamos interpretar
solo por la locura de enternecer la memoria
Una mirada por las huellas yuxtapuestas de la tarde,
miel de los árboles, nos han robado las huellas junto
al sonido del río
repetidamente me golpeo los dedos contra mi pecho
como un
tecleo desesperado hacia adentro
para hablarme en los pensamientos y sus palabras
y sí, claro, qué quieres como respuesta
mi mente /
siento mío mí / algún nombre / alguna asociación
expresada con belleza limpia por ti
La persona se hace de otros, las sumas de otros, corpus
otro
con la mirada aurora arando
no arrulla esta noche mi temblor corrompido
no arrulla la aurora su color de ceniza
su sombra de nada hacía mis fuegos internos
densos, calmos, puros
oleaje en uno
rociando mi frente a esas voces sentidas
Huella descaminada
Una historia de sequías, de arrieros
de roquedales con mañanas de ceniza y de zurda arteria
como puesta en una cama, junto a un cielo
errada en la carretera de Paita
por una huella rápida, anunciado
tropiezo, observando las líneas
junto al miedo de los gendarmes
que al buscar la puerta truncan a Hölderlin
Si su transpiración alejara las carnes de la huella del
bosque,
de los pájaros
y ellos se arremolinaran, a la vuelta de unas manos, en
la escalera
de los pliegues de terciopelo, como una libélula entre los vidrios
con soplidos de arsénico y esencia de sogas carniceras
Marqués de Armas,
una oscilación atendiendo las rodillas en las playas
Una catedral que estira los periódicos
y
se va al otro lado, resoplando los marsupiales
una catedral, un arriero de ceniza
Tu nombre por esa huella descaminada se revolvía
en el espanto, esa mancha que supura arrastrada junto
al eco
de ese descarrío, de esa corteza
esa anemia desgajada descolocando la voz por el
cerquillo de esta letra
y sí, querida Letra, ornada, saliendo en cuclillas
con una vela, haciendo largo el antifaz
El laberinto de caracoles donde patinan los pájaros de
las ostras,
esos peces claros de los arrecifes
Si supiera reaparecer con esa tela desorbitada de
espejos
tan cóncavos que anochecían hasta largarse y burbujear
malamente
en los bosques, en los enredos arenosos del estío,
Huenún / Schettini, con esa aurora tenue de las playas
esa subida de los cerros / esos caminos de pieles,
arrecifes y
bordas de centellas, brincar del fácil desprendimiento
de las ostras en el arrecife
natural, entre los árboles
Y Johnston dice:
A expensas del calor perdidas rocas sucumben al deseo
El viento no regresa
El día intenta atomizar / La noche recupera fuerzas
Y la tierra regresa del sueño
En un pedazo de papel: Líneas inconexas
Entre tus pasos ingresa la locura
Atisbos de la sonrisa
Al lado del jardín juegan las lluvias
Recorren la fuga gratuita del cielo
En la cama enferma muerde las sábanas
El sol arrima una silla muda en la nieve
unas cuerdas atravesadas que los puentes van despojando
en su férrea incertidumbre el río en las cuerdas del
sol
fija en el cielo la tarde resolviendo los alfileres del
frío—
Y no sabes esta mañana si en la intemperie los bloques
del río
detenido sus palabras escriban con las sogas del sol
Tus manos son copos de nieve, rezagos de la lluvia
debajo de los árboles cuando las hormigas te dibujan
El resto viene lento y subterráneo como las aguas del
río
todo aquello que separa al sol de su silla de paja
cuando borbotea un resplandor en las veredas de sal
Y estamos en la tarde al ritmo de los insectos y los
peces
cuando nadie los contempla
La tarde empequeñecida en sus deberes Y sopla una duda
crece el optimismo de la pena y una nueva iluminación
rompe los hielos bajo el puente entre sus pasos y los
días
que son uno mientras siga sentado resolviendo
contigo la hora del frío entre las manos de hormigas
que como dedos de miel doran la vegetación a lo largo
del río
plateado como un trazo firme tenaz a dos brochazos
en el taller de tu esposa cuando te sientas con un
trago
a lo largo de la calle en un collage de palabras y
fantasía
palabras mudas y negras como un flaco presentimiento
cuando el sonido viene de un piano en el cd de la tarde
Y no es el sol, no hay aquí La mentira de las cosas
naufraga en un pozo abierto entre los puentes
y sus nidos de patos y otras performances
en las miradas de unos niños gatinenses tras la ventana
A los niños nadie los olvida si no es como una forma
suave
como el lejano andar entre los gatos
el avión sobrevuela detenido para la foto
en su garganta la preocupación del vuelo realizado
y a veces finge sonriendo un amanecer
en el que nadie olvida ni a niños ni a aviones
entre los gatos del vuelo en tu garganta
No olvidar que se sale, Zaindenwerg,
que tenía la ventana de las carreteras
en las pastillas de estos ojos y la luminosidad de las
venas
Nada de
aromas, Folch, no hay tiempo
dentro
del tiempo, nada más que apuntar
cuando
la pierna se hunde en el río del hielo
Y los toros convergen desde tres direcciones
sus patas sobre los pastos de estos ojos, nadie,
el centro del rebote uno igual a una fila de muertes
tropel apretado en los despojos—
¿Sabes quiénes necesitan las claves a cambio de los
cuchillos
de la aurora, de los toros en los centros?
Ni las paredes ni las puertas, sutil su desmoronamiento
tal vez Sanhueza ponga el pecho
como un silencio blanco sus días no contados
ese río que desde la ventana fluye bajo los hielos—
Y nada es imposible ante la furia de las maderas indias
ante las orillas escarbadas en su lecho
los cantos rodados—
solo ellos la luminosidad de las venas.
CUARTETO POR TRES:
Una historia de tropiezo, observando las líneas
junto al miedo de los gendarmes
que al buscar la puerta truncan a Hölderlin
descolocando la voz por el cerquillo de esta letra.
Una historia junto al miedo, que al buscar
esta letra por el cerquillo de la puerta
descolocando la voz de tropiezo truncan a Hölderlin
observando las líneas de los gendarmes.
Una historia descolocando la voz, que al buscar
por el cerquillo de esta letra junto al miedo
observando la puerta de los gendarmes
de tropiezo truncan las líneas a Hölderlin.
Y si hablo del desierto es de mí de quien hablo
y no tomo al desierto porque sí, es del lenguaje
de su cumplimiento en el tránsito de las arenas
de lo que hablo. Recobrarme dentro de su forma
rastrear sus límites y deficiencias –esas
son mis búsquedas, las señas que reconstruyo
para esbozar una definición, reconstruir una extraviada
imagen vista en la infancia. Y en su forma no
recobrada sigo, precisamente como si cruzara
un desierto, debajo del sol agobiante que por siempre
aborta. Pero debes seguir y encontrar
una señal que te dé la ruta, las palabras
que te definan aunque ese mismo sol las difumine
y destruya en mil pedazos dejando entre
tus pasos solamente fragmentos de ti, fragmentos
que te recuerdan esa imagen observada de niño
y de la que con nostalgia rememoras
sin recordar con claridad.
Porque esa imagen que pretendes recobrar es un
documento
de la plenitud de que fuiste un ser, cuando niño,
absorto y completo en tus fascinaciones; te aferras
ahora al instante de la remembranza
mas es imposible en este tránsito bajo el sol ardiente
y tus pasos ahondando en las arenas, imposible
recobrar la imagen, y te detienes como ante una línea
en el siguiente renglón, fascinado con la ausencia del
tiempo,
y esa es, lo intuyes, una recompensa que agradeces
no sabes si a las infinitas arenas, al remoto sol
o al lenguaje que tu memoria rescata.
Pero ya no hay tiempo para más, y eso lo sabes.
Nunca hay tiempo cuando recorres el desierto
y ya no sabes si descansar en el fondo de algo
o demorar las palabras en el instante de la precisión.
¿Quién de veras habla?, ¿dónde de veras existe
un desierto?, ¿en qué momento dices algo y ese algo
se instala? ¿No es de la nada que nacen las cosas?
Todo indica que sí, pero igual te cuestionas,
escuchando
una voz que acaso sea la tuya. Y es que tu voz quizá
no sea tuya, pero esa es la que opera en ti
y acaba siendo tuya / para los otros. Los otros
que no están cuando te ves atravesando nuevamente
el desierto y te percatas de que al sol lo confundías
con el vacío que tu voz construye.
Y ahí tienes a la violencia, aquella que a tantos
espanta. Querer suplantar tu voz no es
una pretensión que te hayas propuesto, pero aún así
sientes esa fuerza que te vence, que más allá
de ti regresa a golpear no sabes si a ti
o a tus certezas. Las arremetidas son fuertes,
constantes, el sol se ha ocultado con la llegada
de las tormentas, y un enjambre de miedo rodea
el vacío de tu voz y dispersa los fragmentos
de esa imagen de niño que no pudiste observar de nuevo.
Tomado de:
https://migliaro.lamula.pe/2019/02/19/poemas-de-paolo-de-lima/migliarowilly/

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