martes, 28 de octubre de 2025

POEMAS DE CINTIO VITIER - DESDE CUBA -


Algo le falta a la tarde...

 

Algo le falta a la tarde,

no están completos los pinos,

y yo mirando a las nubes

siento lo que no he sentido.

 

A cada instante pregunto

por el tesoro perdido

cuya sombra se desplaza

con melancólico frío.

 

Mirándome está el deseo,

nocturno, solo, infinito;

callada va la nostalgia

llameando eternos vestigios.

 

No llega nunca mi gesto

a la tierra del destino;

la vida acaba inconclusa,

quedan los sueños en vilo.

 

 

Calendario

 

entra dice la ene de la nieve

que sólo existe para el calendario

si entre eros y héroe no se atreve

a prescindir del año imaginario

 

sigue la fe que nos sopló el primero

al segundo del canto gregoriano

miniatura del sol feble y ligero

que todavía el frío hace lejano

 

las lomas de su M dan a un mar

rizándose con oes jubilosas

anunciando entretiempos de soñar

zigzagueos de amor entre las cosas

 

abre la i lo que la ele lanza

con lucidez que a la mirada inunda

“oh luna cuánto abril” es su semblanza

la primavera en sí su reino funda

 

llega la lluvia sacudiendo el rayo

como una forma natural del arte

la tarde azul deja de ser ensayo

la flor toma el poder y lo reparte

 

ah junio amigo de la poesía

con tus letras no he de jugar ("perdona

llamas al viento, nieve a la memoria")

y si pudiera "clámide" diría

 

el ser solar avanza a los umbrales

de la maduración de los colores

en las umbrías úes coloniales

como en la plaza de los resplandores

 

agosto al gusto ya lo agosta intacto

en la encendida miel del fruto abierto

fosco el mirar de tan radiante tacto

dormido el corazón de tan despierto

 

empieza a dispersarse la dulzura

en las sierpes nubosas del ocaso

secreto tinte vagamente dura

la noche extiende de rocío el brazo

 

"escalando sereno las ventanas"

octubre encubre del ciclón el rosa

que lo circunda con extrañas ganas

de ser halo fatal o faz furiosa

 

no vi su nombre no sentí su sombra

sino de vuelo en tránsito en andenes

como aquél de mi infancia que se asombra

porque siguen silbando aquellos trenes

 

sensación de llegar -honda familia

callada eternidad cada momento

sabores del hogar en la vigilia-–

ya 2todo el tiempo" un solo nacimiento.

 

27 de marzo 1999

 

 

Canción

 

¡Oh dulcísimo callar

del ángel de mi sigilo!

 

¡Oh dulcísimo callar

del mundo en mi corazón!

 

¡Oh dulcísima miseria

de mis ojos en la flor,

 

de mi soñar en el ro,

de mi tacto por el cielo!

 

 

Donde la brisa...

 

Porque tal es el rostro del fracaso

que el espejo devuelve ciegamente

aun antes de llegar, dulce y demente,

el último rescoldo del ocaso:

 

frente de la obsesión y del rechazo,

ojos que sólo vieron lo renuente,

nariz que impide el aire, boca ausente

en su amargo sabor: extraño vaso

 

a punto de volverse puro hueso:

porque tal es el fin, tal la ceniza

cuyo suave huracán todo lo arrasa,

 

dejar de letras quise un ramo grueso

que ardiera un poco más donde la brisa

orea la aridez, sonríe y pasa.

 

 

El aire

 

Estoy despierto, sí, estoy mirando

fríamente algunas cosas

que van dejando ya de ser secretas.

Están ahí, como los árboles

en el desnudo aire. Sí, estoy despierto.

Hasta la casa de mi infancia es de los otros:

la han pintado de un color chillón,

entran y salen por los cuartos de mi alma,

hablando de otro asunto. La luz invade el patio

de mis ocultas nadas. También miro

con deseo ese rostro que es ninguno

y que viene como un ave malherida

de los que sufren y sonríen.

¡Oh pueblo innumerable! Estoy despierto.

Estoy mirando el polvo bañado por la luz,

las tinieblas disueltas en el aire

cuando empieza a dibujarse la verdad:

el árbol, la alegría, el sacrificio.

Y sé que aún tengo más recuerdos en la sangre

de los que puedo recordar, y más olvido

del que puede olvidarse en este mundo.

Pero qué importa, al fin, si la mitad

de aquella vida se me desprende y cae,

si tanto sueño, al fin, ha despertado,

si no hay sitio que no me esté mirando

ni instante en que el azar no me visite.

Quiero ser como tú, ¡oh rostro de los pobres!,

misterio del dolor y la sonrisa, porque el aire,

el simple aire límpido y vacío,

llenará nuestras voces y esperanzas.

 

 

El desposeído

 

No son mías las palabras ni las cosas.

Ellas tienen sus fiestas, sus asuntos

que a mí no me conciernen,

espero sus señales como el fuego

que está en mis ojos con oscura indiferencia.

 

No son míos el tiempo ni el espacio

(ni mucho menos la materia).

 

Ellos entran y salen como pájaros

por las ventanas sin puertas de mi casa.

 

Alguien habla detrás de esta pared.

 

Si cruzara, sería en la otra estancia:

el que habla soy yo, pero no entiendo.

 

Tal vez mi vida es una hipótesis

que alguno se cansó de imaginar,

un cuento interrumpido para siempre.

 

Estoy solo escuchando esos fantasmas

que en el crepúsculo vienen a mirarme

con ansia de que yo los incorpore:

¿querría usted negar, sufrir, envanecerse?

No es mía, les respondo, la mirada,

negar sería espléndido, sufrir, interminable,

esas hazañas no me pertenecen.

 

Pero de pronto no puedo disuadirlos,

porque no oigo ya mi soledad

y estoy lleno, saciado, como el aire,

de mi propio vacío resonante.

 

Y continúo diciéndome lo mismo, que no tengo

ninguna idea de quién soy,

dónde vivo, ni cuándo, ni por qué.

 

Alguien habla sin fin en la otra estancia.

Nada me sirve entonces. No estoy solo.

Estas palabras quedan afuera, incomprensibles,

como los guijarros de la playa.

 

 

Estamos

 

Estás

haciendo

cosas:

música,

chirimbolos de repuesto,

libros,

hospitales

pan,

días llenos de propósitos,

flotas,

vida,

con tan pocos materiales.

A veces

se diría

que no puedes llegar hasta mañana,

y de pronto

uno pregunta y sí,

hay cine,

apagones,

lámparas que resucitan,

calle mojada por la maravilla,

ojo del alba,

Juan

y cielo de regreso.

Hay cielo hacia delante.

Todo va saliendo más o menos

bien o mal o peor,

pero se llena el hueco,

se salta,

sigues,

estás haciendo

un esfuerzo conmovedor en tu pobreza,

pueblo mío,

y hasta horribles carnavales, y hasta

feas vidrieras, y hasta luna.

Repiten los programas,

no hay perfumes

(adoro esa repetición, ese perfume):

no hay, no hay, pero resulta que

hay.

Estás, quiero decir,

Estamos.

 

 

Examen del maniqueo

 

Cuántas veces ha sido humillada tu soberbia:

la soberbia del maniqueo.

Cuántas veces has tenido que beberte las lágrimas de hiel

de no ser puro como un ángel.

 

¿De qué vale sutilizar los argumentos?

-Sí, has colaborado con todo lo que odias,

con la múltiple, infinita cara del mal.

¿En mínima medida? ¿Sólo por omisión? ¿Sólo para ganar el pan?

Nada puede consolarte.

-Nada: porque mientras menor o más irrechazable haya sido tu

               complicidad,

más esencial es tu miseria,

y mientras creías estar amparando en tu casa a los dioses siempre

               derrotados,

no eras más que un oscuro obrero de la monstruosa construcción.

 

Y así, cuando llegues a la presencia de tu Señor, no podrás decirle:

fui puro, no pacté, no mezclé mi alma con las tinieblas,

sino tendrás que confesarle: soy

esta mezcla deleznable,

me fue impuesto el insulto de la promiscuidad,

tuve que dar al César lo que es del César

y al cuerpo lo que es del cuerpo,

soy uno más, perdido y manchado, en el rebaño,

-quise salvar la luz, pero no pude.

 

18 de septiembre de 1961

 

 

Faltabas tú, poeta. La injusticia...

 

                                                                     Para Antonio Guerrero

 

Faltabas tú, poeta. La injusticia

no podía omitirte en su venganza:

ella sabe con lúcida impudicia

lo que el amor a la belleza alcanza.

 

Mas no le importa. Su misión inicia

creyendo que encadena la esperanza,

que prostituye el verbo a la avaricia,

que entrega a mercaderes la balanza.

 

Tú en cambio tienes la risa de tu hijo,

la fuerza de tu madre, la palabra

del que por siempre a los cubanos dijo:

 

Solo será posible lo imposible.

Salud, Antonio. Tu alegato labra

la estrofa de los cinco, ya invencible.

 

28 de diciembre del 2001

 

 

La hoja

 

Quedará

lo que ella afirma no lo dice

su decir es no decir y no decir y no decir

no infinitamente sino

Tres Veces

tres infinitas veces

En su rostro escribo y es un rostro sin más rasgos

que mi escritura

que ella tornará blancor de mente, jeroglífico

de espuma,

nada

Una hoja tras otra no hacen un árbol

sino un libro un libro tras otro

no hacen un árbol sino una colección

de libros Una colección tras otra hacen

una biblioteca En la biblioteca dice

que no hay pájaros pero yo los he visto

Lo que no he visto es libros en el bosque

Claro que el bosque mismo puede considerarse un libro etc.

Etcétera es la única palabra que la hoja abomina.

 

 

La luz del cayo

 

Una luz arrasada de ciclón,

aquella misma luz que vi de niño

en las mañanas nupciales del miedo,

estaba esperándome aquí, pero aún más pobre,

más secreta y huraña todavía,

como si no hubiera lámpara capaz

de agrupar nuestras sombras dispersadas,

ni pudiera la abuela regresar con aquel vaso

de espumoso chocolate hasta mi cama

para decir: la dicha existe, la inminencia

es un tren que estremece las maderas

cargado de luces y dulzura.

 

Por las calles oculto yo corría

gritando como un pino indominable,

destellando la honda piedra de presagios,

discutiendo silencioso con las nubes,

a comprar un martillo y unos clavos

para clavar la casa contra el miedo,

y al fin huíamos del mar, en orden, por los campos,

buscando el ojo del ciclón que nos miraba

como un animal remoto y triste.

 

Esa luz está aquí, ya sin peligro,

toda exterior y plana, establecida

en la absoluta soledad del Cayo,

pura intemperie de mi ser, diciéndome:

no queda nada, no era nada,

no tengas miedo ni esperes otras nupcias,

arde tranquilo como yo, árida y sola,

no esperes nada más, ésta es la gloria

que aguardaba y merece (único amparo)

tu flor desierta.

 

(De Testimonios)

 

 

La obra...

 

Mientras más guardo en mis despensas, soy más menesteroso,

siempre ante el mismo muro, de nada me han servido

las lámparas que encendí. Es de noche. Estoy solo.

Las estancias aun tibias del festejo desiertas,

ni un gesto, ni una sílaba, ni un aroma, podrían ayudarme.

Tengo que hacerlo todo otra vez, de la raíz

para encontrar al cabo que no poseo nada,

que el pabellón oscuro se inclina a la intemperie.

 

 

La voz arrasadora

 

Esta es la voz de un contemplativo, no de un hombre de acción.

Ambas razas, las únicas que realmente existen, se miran con

            recelo.

Es verdad que ha habido gloriosas excepciones, aunque bien

mirarlos los rostros, bien oídas las voces,

la sagrada diferencia se mantiene se mantiene, y aún se torna

            trágica.

Pero el contemplativo entiende y muchas veces ama el rayo de la

            acción. Casi nunca lo contrario ocurre.

 

Esta es la voz absorta de un oscuro, de un oculto, que ha tenido

            peregrinas ambiciones.

 

Enumerarlas seria realizar un inventario del delirio.

 

Baste decir que ha querido romper los límites del fuego en las

            palabras

 

y ha vuelto al círculo del hogar con un puñado de cenizas.

 

No, sin dudas no lo comprenderéis, salvo los que sois del

            indecible oficio.

 

Estos hombres se alimentan de lo que hacen; hasta sus sueños y

            sus fantasmagorias son quehaceres, hechos.

 

¿Como entender a uno que no ha poseído nunca nada; que no ha

            tocado una cosa desnuda de alusión;

 

que sólo vive y muere en el mundo de lo otro, en el inalcansable

            reino de las transposiciones:

 

a uno que, de pronto, necesita escribir, cómo se necesita la

            comida o la mujer?

 

Su Suerte es dura, extraña, también irrenunciable. Y sin embargo

o por lo mismo, ya no me preguntéis,

 

cada vez que oye la voz arrasadora de la vida, arroja su

            fantástico tesoro

 

y sale cantando y llorando y resplandeciendo, y va silencioso a

ocupar el puesto que le asignan.

 

Marzo de 1960

 

 

Lejos

 

Lejos, lejos nací,

lejos de mi alma:

separada la vida

de la mirada.

 

Lejanía que fue

toda la patria,

como una cicatriz

que no cerrara.

 

No pude atravesar

la tarde rara:

lejos, lejos de mí,

no me abarcaba.

 

He visto, comprendiendo,

la mar morada,

el confín misterioso,

la doble playa.

 

 

Los límites futuros

 

                                                          A José María Valverde

 

He tocado estos límites, los he masticado,

los he digerido (mal, desde luego),

los he trasmutado en días enormes y pequeños,

los he mandado a la luna de ida y vuelta,

los he dejado en Venus una tarde,

me he vestido con ellos para festejar mis bodas,

los he visto arder en la ceniza,

los he llenado de flores e improperios,

los he confundido con el patio de mi casa,

me han atendido como sirvientes,

médicos, psicólogos y sepultureros,

los he oído recitar sus poesías,

los he llevado como bastón, como amuleto,

como título de propiedad, como esperanza,

se han puesto a discutir con los vecinos

y desde luego con las nubes y los gatos,

los he sacado a puntapiés y me han abierto

las puertas del crepúsculo llorando,

se han llenado de rabia y de deseo,

se han puesto a recordar en la azotea,

juntos oímos música y leemos,

juntos sufrimos, nacemos y cantamos,

sus ojos borrarán estas palabras.

 

 

Más rápido que el tiburón lejano

 

Lejos están las chozas de los pescadores con las mujeres grandes y pálidas

 

oyendo el chasquido de las olas como un ángel enmascarado.

 

Sus conversaciones se mezclan a los alimentos de cocción clara y sumisa,

 

los niños juegan en las rocas, junto a las aves salvajes y el firmamento vacío.

 

Más rápido que el tiburón lejano, más dulce que la luz en las islas felices,

 

un desconocido como el cuerpo abre su idioma para ver

 

el paso de la mañana ondeante sobre las piedras rojas y oscuras.

 

 

 

Nada serán mis palabras...

 

Nada serán mis palabras

si no encuentran otra boca

que las cante y las olvide

y las devuelva a la sombra.

 

Allí quizás amanezcan,

vagas ciudades ruinosas,

y a otros solos lleve el aire

la nostalgia de su aroma.

 

Nada será lo que soy

si en los otros no se apoya:

mi presencia en otro hombro,

mi esperanza en su congoja.

 

¡No me dejes amarrado,

demente, al ánima sola!

¡Mira que voy a mi infierno

si no hay pecho que me acoja!

 

El que pasa me sostenga,

la voz pueril sea mi roca,

en ellos soy, y con ellos

pediré misericordia.

 

 

Noche de Rosario

 

Intentemos

lo inaudito, la derrota,

la arrebatadora, serenísima

catástrofe

de lo que no puede ser.

 

El ser de aquella noche

más allá de las imágenes,

en la carne viva de si misma,

añora equivalencias

que no están ni en mis poderes más recónditos.

 

No están, pero no estar es algo

semejante a los ojos más vehementes,

como los de aquella delicada,

con realeza joven,

grave judía en qué espinares.

 

Atacar por una

de las figuras de la noche

con la precipitación del mar, alivia

el desértico fuego de que no

hay senda para llegar a ello.

 

¿Qué es ello, le pregunto al humo

a la candela, al sabio

sabor que se me va amargando

a la par que crece la ceniza,

marea en sí vistosa de algún oro?

 

Es sólo así, juntando puntas

de una incandescencia que sonríe

indescifrables bordes, como alcanzo

a divisar lo que no fue,

por las fervientes calles de Rosario.

 

Decir ¿qué es? Allí nacía

lo que conozco a borbotones

cuando la sed despierta su bebida,

el hambre su alimento,

la luz su fuego.

 

Eran jóvenes, sí, con el murmullo

de una conversación americana

en la noche del Sur, cosa que brilla

como la plata al fondo de la pena,

y ofrece copas, risas.

 

Risas, si esta palabra

pudiera deletrearse como estrellas

y masticarse como el pan

de la menesterosidad de aquellos

sentados a la mesa de las bodas.

 

Mesa, banquete, lujo

del ser cuando se reconoce

incapaz de conocerse, a punto

de lo saciado eterno en el efímero

resplandor de los comunicantes.

 

¿Efímeros, aquéllos? Las miradas

llegaron a ordenarse en una esquina

de una alta madrugada. Pocos

quedamos, fuimos, solos. Éramos

todos. No hubo ausentes.

 

Y ardía la promesa del pobre ser,

casi innombrable.

Tomado de:

http://amediavoz.com/vitier.htm

 

 

Otro

 

Nunca estoy conmigo. Otro.

 

El otro, por dentro, afuera,

entre, despertando olvido.

 

Voy y vengo, descompuesto,

juguete de imán profundo, niño.

 

Otro. Nunca estamos juntos.

 

 

LA HOJA

 

Cómo suenas y resuenas

hoja callada

 

Cómo vuelas y viajas hoja inmóvil

Cómo vives -inerte

 

Hoja Delfos

Hoja oreja

Hoja iris

Hoja gnomon

Hoja lira

Hoja noche

Hoja rehén

Hoja ardiendo

Hoja helada

Hoja pacto

Hoja puente

Hoja rehén

Hoja indivisa

Hoja fragmento

Hoja rendida

Hoja invencible

Hoja de espada

Hoja de sed

Hoja luto

Hoja sol

Hoja extinta

 

Cómo atormentas

Tomado de:

https://elestablodepegaso.blogspot.com/2009/10/tres-poemas-de-cintio-vitier.html

 

 

La jerigonza

              

Queríamos vivir ocultos,

ser harapientos héroes,

usar el idioma como un trapo tenebroso

que esconde la joya más ardiente.

 

Queríamos arroparnos en la nada

de nuestra creación y calentarnos

con un orgullo que se perdía en risa

por el túnel giboso de la jerigonza,

frente al todo compacto de los otros.

 

Queríamos andar a oscuras

debajo de los muebles prehistóricos,

estrujar las semanas oficiales,

llenarnos los bolsillos de mentiras.

 

Queríamos ser puros, deformarnos,

ser nadies invisibles, ser enormes,

aparecer entre los juegos como espectros

que contemplaban desdeñosos el ocaso,

pisar la raya para unirnos

con el que espra enla inaudita costa.

 

Queríamos el cojo en la gramática,

el verbo mendigando entre los números,

el trece de mudez, fingir que todo junta

las manos para implorar clemencia,

más rápidos que oscuros, enfundarnos

en un gabán de interminable burla.

 

Queríamos vivir, ser otros.

Tomado de:

https://www.poetaspoemas.com/cintio-vitier/la-jerigonza

 

 

SEDIENTA CITA

 

Cito textualmente las estrellas

y el hogar complejo de la naranja herida.

Diminuta es la luz en que el buey se esconde

lejos del ave, asoleando eternamente

las estudiosas manos del guajiro,

sus diez uñas sonoras de cavar el viento.

 

Dónde estuve, qué es esto, qué era tanto,

por qué laúd de sufrir o cal o estiércol frío

se me propaga en piedras la voracidad del corazón.

¡Ay, los dorados mulos de su costa difunta!

Veo mi rostro en el soez cristal partido,

en la espuela rota, en la leve nieve del sillón de mimbre.

 

Cito el insólito fieltro de las nubes idas.

Qué flora vuestra, qué dolor, qué tacto aherrojado y libre

desciende, estricto juez de oro, y canta.

Sí, desciende, paño de la luna, sobre un sucio mendigo,

y descarnándolo hasta sus flores o risas o planetas canta:

grácil noche de todos, alas de todos, vago perro.

 

 

DOBLE HERIDA

 

Este ir de la vida a la escritura

y volver de la letra a tanta vida,

ha sido larga, redoblada herida

que se ha tragado el tiempo en su abertura.

 

Abierto como res por la lectura,

le entregué las entrañas, y la vida,

queriendo rehacerlas, conmovida,

en ellas imprimió su quemadura.

 

Doble traición, porque la una resta

lo que la otra necesita entero:

el ser de carne y sueño, la respuesta

 

que deje al fin saciado al heredero

de tanta boda rota y tanta fiesta

partida por cuchillo doble y fiero.

Tomado de:

https://www.poesi.as/Cintio_Vitier.htm

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