Algo le falta a la tarde...
Algo le falta a la tarde,
no están completos los pinos,
y yo mirando a las nubes
siento lo que no he sentido.
A cada instante pregunto
por el tesoro perdido
cuya sombra se desplaza
con melancólico frío.
Mirándome está el deseo,
nocturno, solo, infinito;
callada va la nostalgia
llameando eternos vestigios.
No llega nunca mi gesto
a la tierra del destino;
la vida acaba inconclusa,
quedan los sueños en vilo.
Calendario
entra dice la ene de la nieve
que sólo existe para el calendario
si entre eros y héroe no se atreve
a prescindir del año imaginario
sigue la fe que nos sopló el primero
al segundo del canto gregoriano
miniatura del sol feble y ligero
que todavía el frío hace lejano
las lomas de su M dan a un mar
rizándose con oes jubilosas
anunciando entretiempos de soñar
zigzagueos de amor entre las cosas
abre la i lo que la ele lanza
con lucidez que a la mirada inunda
“oh luna cuánto abril” es su semblanza
la primavera en sí su reino funda
llega la lluvia sacudiendo el rayo
como una forma natural del arte
la tarde azul deja de ser ensayo
la flor toma el poder y lo reparte
ah junio amigo de la poesía
con tus letras no he de jugar ("perdona
llamas al viento, nieve a la memoria")
y si pudiera "clámide" diría
el ser solar avanza a los umbrales
de la maduración de los colores
en las umbrías úes coloniales
como en la plaza de los resplandores
agosto al gusto ya lo agosta intacto
en la encendida miel del fruto abierto
fosco el mirar de tan radiante tacto
dormido el corazón de tan despierto
empieza a dispersarse la dulzura
en las sierpes nubosas del ocaso
secreto tinte vagamente dura
la noche extiende de rocío el brazo
"escalando sereno las ventanas"
octubre encubre del ciclón el rosa
que lo circunda con extrañas ganas
de ser halo fatal o faz furiosa
no vi su nombre no sentí su sombra
sino de vuelo en tránsito en andenes
como aquél de mi infancia que se asombra
porque siguen silbando aquellos trenes
sensación de llegar -honda familia
callada eternidad cada momento
sabores del hogar en la vigilia-–
ya 2todo el tiempo" un solo nacimiento.
27 de marzo 1999
Canción
¡Oh dulcísimo callar
del ángel de mi sigilo!
¡Oh dulcísimo callar
del mundo en mi corazón!
¡Oh dulcísima miseria
de mis ojos en la flor,
de mi soñar en el ro,
de mi tacto por el cielo!
Donde la brisa...
Porque tal es el rostro del fracaso
que el espejo devuelve ciegamente
aun antes de llegar, dulce y demente,
el último rescoldo del ocaso:
frente de la obsesión y del rechazo,
ojos que sólo vieron lo renuente,
nariz que impide el aire, boca ausente
en su amargo sabor: extraño vaso
a punto de volverse puro hueso:
porque tal es el fin, tal la ceniza
cuyo suave huracán todo lo arrasa,
dejar de letras quise un ramo grueso
que ardiera un poco más donde la brisa
orea la aridez, sonríe y pasa.
El aire
Estoy despierto, sí, estoy mirando
fríamente algunas cosas
que van dejando ya de ser secretas.
Están ahí, como los árboles
en el desnudo aire. Sí, estoy despierto.
Hasta la casa de mi infancia es de los otros:
la han pintado de un color chillón,
entran y salen por los cuartos de mi alma,
hablando de otro asunto. La luz invade el patio
de mis ocultas nadas. También miro
con deseo ese rostro que es ninguno
y que viene como un ave malherida
de los que sufren y sonríen.
¡Oh pueblo innumerable! Estoy despierto.
Estoy mirando el polvo bañado por la luz,
las tinieblas disueltas en el aire
cuando empieza a dibujarse la verdad:
el árbol, la alegría, el sacrificio.
Y sé que aún tengo más recuerdos en la sangre
de los que puedo recordar, y más olvido
del que puede olvidarse en este mundo.
Pero qué importa, al fin, si la mitad
de aquella vida se me desprende y cae,
si tanto sueño, al fin, ha despertado,
si no hay sitio que no me esté mirando
ni instante en que el azar no me visite.
Quiero ser como tú, ¡oh rostro de los pobres!,
misterio del dolor y la sonrisa, porque el aire,
el simple aire límpido y vacío,
llenará nuestras voces y esperanzas.
El desposeído
No son mías las palabras ni las cosas.
Ellas tienen sus fiestas, sus asuntos
que a mí no me conciernen,
espero sus señales como el fuego
que está en mis ojos con oscura indiferencia.
No son míos el tiempo ni el espacio
(ni mucho menos la materia).
Ellos entran y salen como pájaros
por las ventanas sin puertas de mi casa.
Alguien habla detrás de esta pared.
Si cruzara, sería en la otra estancia:
el que habla soy yo, pero no entiendo.
Tal vez mi vida es una hipótesis
que alguno se cansó de imaginar,
un cuento interrumpido para siempre.
Estoy solo escuchando esos fantasmas
que en el crepúsculo vienen a mirarme
con ansia de que yo los incorpore:
¿querría usted negar, sufrir, envanecerse?
No es mía, les respondo, la mirada,
negar sería espléndido, sufrir, interminable,
esas hazañas no me pertenecen.
Pero de pronto no puedo disuadirlos,
porque no oigo ya mi soledad
y estoy lleno, saciado, como el aire,
de mi propio vacío resonante.
Y continúo diciéndome lo mismo, que no tengo
ninguna idea de quién soy,
dónde vivo, ni cuándo, ni por qué.
Alguien habla sin fin en la otra estancia.
Nada me sirve entonces. No estoy solo.
Estas palabras quedan afuera, incomprensibles,
como los guijarros de la playa.
Estamos
Estás
haciendo
cosas:
música,
chirimbolos de repuesto,
libros,
hospitales
pan,
días llenos de propósitos,
flotas,
vida,
con tan pocos materiales.
A veces
se diría
que no puedes llegar hasta mañana,
y de pronto
uno pregunta y sí,
hay cine,
apagones,
lámparas que resucitan,
calle mojada por la maravilla,
ojo del alba,
Juan
y cielo de regreso.
Hay cielo hacia delante.
Todo va saliendo más o menos
bien o mal o peor,
pero se llena el hueco,
se salta,
sigues,
estás haciendo
un esfuerzo conmovedor en tu pobreza,
pueblo mío,
y hasta horribles carnavales, y hasta
feas vidrieras, y hasta luna.
Repiten los programas,
no hay perfumes
(adoro esa repetición, ese perfume):
no hay, no hay, pero resulta que
hay.
Estás, quiero decir,
Estamos.
Examen del maniqueo
Cuántas veces ha sido humillada tu soberbia:
la soberbia del maniqueo.
Cuántas veces has tenido que beberte las lágrimas de
hiel
de no ser puro como un ángel.
¿De qué vale sutilizar los argumentos?
-Sí, has colaborado con todo lo que odias,
con la múltiple, infinita cara del mal.
¿En mínima medida? ¿Sólo por omisión? ¿Sólo para ganar
el pan?
Nada puede consolarte.
-Nada: porque mientras menor o más irrechazable haya
sido tu
complicidad,
más esencial es tu miseria,
y mientras creías estar amparando en tu casa a los
dioses siempre
derrotados,
no eras más que un oscuro obrero de la monstruosa
construcción.
Y así, cuando llegues a la presencia de tu Señor, no
podrás decirle:
fui puro, no pacté, no mezclé mi alma con las
tinieblas,
sino tendrás que confesarle: soy
esta mezcla deleznable,
me fue impuesto el insulto de la promiscuidad,
tuve que dar al César lo que es del César
y al cuerpo lo que es del cuerpo,
soy uno más, perdido y manchado, en el rebaño,
-quise salvar la luz, pero no pude.
18 de septiembre de
1961
Faltabas tú, poeta. La injusticia...
Para Antonio Guerrero
Faltabas tú, poeta. La injusticia
no podía omitirte en su venganza:
ella sabe con lúcida impudicia
lo que el amor a la belleza alcanza.
Mas no le importa. Su misión inicia
creyendo que encadena la esperanza,
que prostituye el verbo a la avaricia,
que entrega a mercaderes la balanza.
Tú en cambio tienes la risa de tu hijo,
la fuerza de tu madre, la palabra
del que por siempre a los cubanos dijo:
Solo será posible lo imposible.
Salud, Antonio. Tu alegato labra
la estrofa de los cinco, ya invencible.
28 de diciembre del
2001
La hoja
Quedará
lo que ella afirma no lo dice
su decir es no decir y no decir y no decir
no infinitamente sino
Tres Veces
tres infinitas veces
En su rostro escribo y es un rostro sin más rasgos
que mi escritura
que ella tornará blancor de mente, jeroglífico
de espuma,
nada
Una hoja tras otra no hacen un árbol
sino un libro un libro tras otro
no hacen un árbol sino una colección
de libros Una colección tras otra hacen
una biblioteca En la biblioteca dice
que no hay pájaros pero yo los he visto
Lo que no he visto es libros en el bosque
Claro que el bosque mismo puede considerarse un libro
etc.
Etcétera es la única palabra que la hoja abomina.
La luz del cayo
Una luz arrasada de ciclón,
aquella misma luz que vi de niño
en las mañanas nupciales del miedo,
estaba esperándome aquí, pero aún más pobre,
más secreta y huraña todavía,
como si no hubiera lámpara capaz
de agrupar nuestras sombras dispersadas,
ni pudiera la abuela regresar con aquel vaso
de espumoso chocolate hasta mi cama
para decir: la dicha existe, la inminencia
es un tren que estremece las maderas
cargado de luces y dulzura.
Por las calles oculto yo corría
gritando como un pino indominable,
destellando la honda piedra de presagios,
discutiendo silencioso con las nubes,
a comprar un martillo y unos clavos
para clavar la casa contra el miedo,
y al fin huíamos del mar, en orden, por los campos,
buscando el ojo del ciclón que nos miraba
como un animal remoto y triste.
Esa luz está aquí, ya sin peligro,
toda exterior y plana, establecida
en la absoluta soledad del Cayo,
pura intemperie de mi ser, diciéndome:
no queda nada, no era nada,
no tengas miedo ni esperes otras nupcias,
arde tranquilo como yo, árida y sola,
no esperes nada más, ésta es la gloria
que aguardaba y merece (único amparo)
tu flor desierta.
(De Testimonios)
La obra...
Mientras más guardo en mis despensas, soy más
menesteroso,
siempre ante el mismo muro, de nada me han servido
las lámparas que encendí. Es de noche. Estoy solo.
Las estancias aun tibias del festejo desiertas,
ni un gesto, ni una sílaba, ni un aroma, podrían
ayudarme.
Tengo que hacerlo todo otra vez, de la raíz
para encontrar al cabo que no poseo nada,
que el pabellón oscuro se inclina a la intemperie.
La voz arrasadora
Esta es la voz de un contemplativo, no de un hombre de
acción.
Ambas razas, las únicas que realmente existen, se miran
con
recelo.
Es verdad que ha habido gloriosas excepciones, aunque
bien
mirarlos los rostros, bien oídas las voces,
la sagrada diferencia se mantiene se mantiene, y aún se
torna
trágica.
Pero el contemplativo entiende y muchas veces ama el
rayo de la
acción. Casi nunca lo contrario ocurre.
Esta es la voz absorta de un oscuro, de un oculto, que
ha tenido
peregrinas ambiciones.
Enumerarlas seria realizar un inventario del delirio.
Baste decir que ha querido romper los límites del fuego
en las
palabras
y ha vuelto al círculo del hogar con un puñado de
cenizas.
No, sin dudas no lo comprenderéis, salvo los que sois
del
indecible oficio.
Estos hombres se alimentan de lo que hacen; hasta sus
sueños y
sus
fantasmagorias son quehaceres, hechos.
¿Como entender a uno que no ha poseído nunca nada; que
no ha
tocado una cosa desnuda de alusión;
que sólo vive y muere en el mundo de lo otro, en el
inalcansable
reino
de las transposiciones:
a uno que, de pronto, necesita escribir, cómo se
necesita la
comida o la mujer?
Su Suerte es dura, extraña, también irrenunciable. Y
sin embargo
o por lo mismo, ya no me preguntéis,
cada vez que oye la voz arrasadora de la vida, arroja
su
fantástico tesoro
y sale cantando y llorando y resplandeciendo, y va
silencioso a
ocupar el puesto que le asignan.
Marzo de 1960
Lejos
Lejos, lejos nací,
lejos de mi alma:
separada la vida
de la mirada.
Lejanía que fue
toda la patria,
como una cicatriz
que no cerrara.
No pude atravesar
la tarde rara:
lejos, lejos de mí,
no me abarcaba.
He visto, comprendiendo,
la mar morada,
el confín misterioso,
la doble playa.
Los límites futuros
A José María Valverde
He tocado estos límites, los he masticado,
los he digerido (mal, desde luego),
los he trasmutado en días enormes y pequeños,
los he mandado a la luna de ida y vuelta,
los he dejado en Venus una tarde,
me he vestido con ellos para festejar mis bodas,
los he visto arder en la ceniza,
los he llenado de flores e improperios,
los he confundido con el patio de mi casa,
me han atendido como sirvientes,
médicos, psicólogos y sepultureros,
los he oído recitar sus poesías,
los he llevado como bastón, como amuleto,
como título de propiedad, como esperanza,
se han puesto a discutir con los vecinos
y desde luego con las nubes y los gatos,
los he sacado a puntapiés y me han abierto
las puertas del crepúsculo llorando,
se han llenado de rabia y de deseo,
se han puesto a recordar en la azotea,
juntos oímos música y leemos,
juntos sufrimos, nacemos y cantamos,
sus ojos borrarán estas palabras.
Más rápido que el tiburón lejano
Lejos están las chozas de los pescadores con las
mujeres grandes y pálidas
oyendo el chasquido de las olas como un ángel
enmascarado.
Sus conversaciones se mezclan a los alimentos de
cocción clara y sumisa,
los niños juegan en las rocas, junto a las aves
salvajes y el firmamento vacío.
Más rápido que el tiburón lejano, más dulce que la luz
en las islas felices,
un desconocido como el cuerpo abre su idioma para ver
el paso de la mañana ondeante sobre las piedras rojas y
oscuras.
Nada serán mis palabras...
Nada serán mis palabras
si no encuentran otra boca
que las cante y las olvide
y las devuelva a la sombra.
Allí quizás amanezcan,
vagas ciudades ruinosas,
y a otros solos lleve el aire
la nostalgia de su aroma.
Nada será lo que soy
si en los otros no se apoya:
mi presencia en otro hombro,
mi esperanza en su congoja.
¡No me dejes amarrado,
demente, al ánima sola!
¡Mira que voy a mi infierno
si no hay pecho que me acoja!
El que pasa me sostenga,
la voz pueril sea mi roca,
en ellos soy, y con ellos
pediré misericordia.
Noche de Rosario
Intentemos
lo inaudito, la derrota,
la arrebatadora, serenísima
catástrofe
de lo que no puede ser.
El ser de aquella noche
más allá de las imágenes,
en la carne viva de si misma,
añora equivalencias
que no están ni en mis poderes más recónditos.
No están, pero no estar es algo
semejante a los ojos más vehementes,
como los de aquella delicada,
con realeza joven,
grave judía en qué espinares.
Atacar por una
de las figuras de la noche
con la precipitación del mar, alivia
el desértico fuego de que no
hay senda para llegar a ello.
¿Qué es ello, le pregunto al humo
a la candela, al sabio
sabor que se me va amargando
a la par que crece la ceniza,
marea en sí vistosa de algún oro?
Es sólo así, juntando puntas
de una incandescencia que sonríe
indescifrables bordes, como alcanzo
a divisar lo que no fue,
por las fervientes calles de Rosario.
Decir ¿qué es? Allí nacía
lo que conozco a borbotones
cuando la sed despierta su bebida,
el hambre su alimento,
la luz su fuego.
Eran jóvenes, sí, con el murmullo
de una conversación americana
en la noche del Sur, cosa que brilla
como la plata al fondo de la pena,
y ofrece copas, risas.
Risas, si esta palabra
pudiera deletrearse como estrellas
y masticarse como el pan
de la menesterosidad de aquellos
sentados a la mesa de las bodas.
Mesa, banquete, lujo
del ser cuando se reconoce
incapaz de conocerse, a punto
de lo saciado eterno en el efímero
resplandor de los comunicantes.
¿Efímeros, aquéllos? Las miradas
llegaron a ordenarse en una esquina
de una alta madrugada. Pocos
quedamos, fuimos, solos. Éramos
todos. No hubo ausentes.
Y ardía la promesa del pobre ser,
casi innombrable.
Tomado de:
http://amediavoz.com/vitier.htm
Otro
Nunca estoy conmigo. Otro.
El otro, por dentro, afuera,
entre, despertando olvido.
Voy y vengo, descompuesto,
juguete de imán profundo, niño.
Otro. Nunca estamos juntos.
LA HOJA
Cómo suenas y resuenas
hoja callada
Cómo vuelas y viajas hoja inmóvil
Cómo vives -inerte
Hoja Delfos
Hoja oreja
Hoja iris
Hoja gnomon
Hoja lira
Hoja noche
Hoja rehén
Hoja ardiendo
Hoja helada
Hoja pacto
Hoja puente
Hoja rehén
Hoja indivisa
Hoja fragmento
Hoja rendida
Hoja invencible
Hoja de espada
Hoja de sed
Hoja luto
Hoja sol
Hoja extinta
Cómo atormentas
Tomado de:
https://elestablodepegaso.blogspot.com/2009/10/tres-poemas-de-cintio-vitier.html
La jerigonza
Queríamos vivir ocultos,
ser harapientos héroes,
usar el idioma como un trapo tenebroso
que esconde la joya más ardiente.
Queríamos arroparnos en la nada
de nuestra creación y calentarnos
con un orgullo que se perdía en risa
por el túnel giboso de la jerigonza,
frente al todo compacto de los otros.
Queríamos andar a oscuras
debajo de los muebles prehistóricos,
estrujar las semanas oficiales,
llenarnos los bolsillos de mentiras.
Queríamos ser puros, deformarnos,
ser nadies invisibles, ser enormes,
aparecer entre los juegos como espectros
que contemplaban desdeñosos el ocaso,
pisar la raya para unirnos
con el que espra enla inaudita costa.
Queríamos el cojo en la gramática,
el verbo mendigando entre los números,
el trece de mudez, fingir que todo junta
las manos para implorar clemencia,
más rápidos que oscuros, enfundarnos
en un gabán de interminable burla.
Queríamos vivir, ser otros.
Tomado de:
https://www.poetaspoemas.com/cintio-vitier/la-jerigonza
SEDIENTA CITA
Cito textualmente las estrellas
y el hogar complejo de la naranja herida.
Diminuta es la luz en que el buey se esconde
lejos del ave, asoleando eternamente
las estudiosas manos del guajiro,
sus diez uñas sonoras de cavar el viento.
Dónde estuve, qué es esto, qué era tanto,
por qué laúd de sufrir o cal o estiércol frío
se me propaga en piedras la voracidad del corazón.
¡Ay, los dorados mulos de su costa difunta!
Veo mi rostro en el soez cristal partido,
en la espuela rota, en la leve nieve del sillón de
mimbre.
Cito el insólito fieltro de las nubes idas.
Qué flora vuestra, qué dolor, qué tacto aherrojado y
libre
desciende, estricto juez de oro, y canta.
Sí, desciende, paño de la luna, sobre un sucio mendigo,
y descarnándolo hasta sus flores o risas o planetas
canta:
grácil noche de todos, alas de todos, vago perro.
DOBLE HERIDA
Este ir de la vida a la escritura
y volver de la letra a tanta vida,
ha sido larga, redoblada herida
que se ha tragado el tiempo en su abertura.
Abierto como res por la lectura,
le entregué las entrañas, y la vida,
queriendo rehacerlas, conmovida,
en ellas imprimió su quemadura.
Doble traición, porque la una resta
lo que la otra necesita entero:
el ser de carne y sueño, la respuesta
que deje al fin saciado al heredero
de tanta boda rota y tanta fiesta
partida por cuchillo doble y fiero.
Tomado de:

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