jueves, 10 de agosto de 2017

POEMAS DE ADAM ZAGAJEWSKI

El poeta polaco Adam Zagajewski
(21 de junio de 1945, Leópolis, Ucrania)

Autorretrato


Entre ordenador, lápiz y máquina de escribir
se me pasa la mitad del día. Algún día se convertirá en medio siglo.
Vivo en ciudades ajenas y a veces converso
con gente ajena sobre cosas que me son ajenas.
Escucho mucha música: Bach, Mahler, Chopin, Shostakovich.
En la música encuentro la fuerza, la debilidad y el dolor, los tres elementos.
El cuarto no tiene nombre.
Leo a poetas vivos y muertos, aprendo de ellos
tenacidad, fe y orgullo. Intento comprender
a los grandes filósofos -la mayoría de las veces consigo
captar tan sólo jirones de sus valiosos pensamientos.
Me gusta dar largos paseos por las calles de París
y mirar a mis prójimos, animados por la envidia,
la ira o el deseo; observar la moneda de plata
que pasa de mano en mano y lentamente pierde
su forma redonda (se borra el perfil del emperador).
A mi lado crecen árboles que no expresan nada,
salvo su verde perfección indiferente.
Aves negras caminan por los campos
siempre esperando algo, pacientes como viudas españolas.
Ya no soy joven, mas sigue habiendo gente mayor que yo.
Me gusta el sueño profundo, cuando no estoy,
y correr en bici por caminos rurales, cuando álamos y casas
se difuminan como nubes con el buen tiempo.
A veces me dicen algo los cuadros en los museos
y la ironía se esfuma de repente.
Me encanta contemplar el rostro de mi mujer.
Cada semana, el domingo, llamo a mi padre.
Cada dos semanas me reúno con mis amigos,
de esta forma seguimos siendo fieles.
Mi país se liberó de un mal. Quisiera
que le siguiera aún otra liberación.
¿Puedo aportar algo para ello? No lo sé.
No soy hijo de la mar,
como escribió sobre sí mismo Antonio Machado,
sino del aire, la menta y el violonchelo,
y no todos los caminos del alto mundo
se cruzan con los senderos de la vida que, de momento,
a mí me pertenece.

Versión de Elzbieta Bortkiewicz

Canción del emigrado


En ciudades ajenas venimos al mundo
y las llamamos patria, mas breve es
el tiempo concedido para admirar sus muros y sus torres.
Caminamos de este a oeste, ante nosotros rueda
el gran aro del sol
ardiente, a través del cual, como en el circo,
salta ágilmente un león domado. En ciudades extrañas
contemplamos las obras de viejos maestros
y, sin asombro, en añejos cuadros vemos
nuestros propios rostros. Habíamos existido
antes, e incluso conocíamos el sufrimiento,
nos faltaban tan sólo las palabras. En la iglesia
ortodoxa de París los últimos rusos blancos,
encanecidos, rezan a Dios, varios lustros
más joven que ellos y, como ellos,
impotente. En ciudades ajenas
permaneceremos, como los árboles, como las piedras.

Versión de Elzbieta Bortkiewicz

Habla más suave

Habla más suave: eres mayor que aquel
que fuiste tanto tiempo; eres mayor
que tú mismo y sigues sin saber
qué es la ausencia, el oro, la poesía.

El agua sucia anegó la calle; una tormenta breve
sacudió esta ciudad plana, adormecida.
Cada tormenta es un adiós, cientos de fotógrafos
parecen sobrevolarnos, inmortalizar con flash
segundos de miedo y pánico.

Sabes qué es el duelo, la desesperación
violenta que ahoga el ritmo cardiaco y el futuro.
Entre extraños llorabas, en un moderno almacén
donde el dinero, ágil, sin cesar, circulaba.

Has visto Venecia, y Siena, y en los lienzos, en la calle,
jovencísimas, tristes Madonnas que ansiaban ser
muchachas normales y bailar en carnaval.

Has visto incluso pequeñas urbes, nada bonitas,
gente vieja extenuada por el sufrimiento y el tiempo.
Ojos de santos morenos brillando en iconos
medievales, ojos ardientes de bestias salvajes.
Entre los dedos cogías guijarros de la playa La Galere,
y de pronto sentías por ellos una inmensa ternura,
por ellos y por el pino frágil, por todos los que allí
estuvieron contigo y por el mar,
que aunque potente, es tan solitario.
Una ternura inmensa, como si fuésemos huérfanos
de la misma casa, para siempre apartados los unos de los otros,
condenados a breves momentos de visitas
en las frías cárceles de la actualidad.

Habla más suave: ya no eres joven,
el éxtasis ha de pactar con semanas de ayuno,
has de elegir y abandonar, dar largas

y hablar extensamente con embajadores de secos países
y labios cuarteados, has de esperar,
escribir cartas, leer libros de quinientas páginas.
Habla más suave. No abandones la poesía.
Versión de Elzbieta Bortkiewicz


Intenta alabar al mundo herido


Intenta alabar al mundo herido.
Recuerda los largos días de junio,
fresas silvestres, gotas rosadas de vino.
Los hierbajos que metódicamente invadían
las casas abandonadas de los desterrados.
Debes alabar al mundo herido.
Mirabas yates y barcos,
uno de ellos tenía que emprender un largo viaje,
al otro le aguardaba sólo la salobre nada.
Veías refugiados caminar hacia ninguna parte,
oías a los verdugos cantar
alegremente.
Deberías alabar al mundo herido.
Recuerda aquellos momentos, en la habitación blanca,
cuando estabais juntos y el visillo se movía.
Vuelve con la mente al concierto, cuando estalló
la música,
Recogías bellotas en el parque en otoño
y las hojas sobrevolaban girando las cicatrices de la tierra.
Alaba al mundo herido
y la pluma gris perdida por un mirlo,
y la luz delicada que vaga y desaparece
y regresa.

Versión de Elzbieta Bortkiewicz

Lienzo 


De pie, callado ante el cuadro sombrío,
ante el lienzo que hubiera podido tornarse
abrigo, camisa, bandera,
pero en cosmos se había convertido.

Permanecí en silencio,
colmado de encanto y rebelión, pensando
en el arte de pintar y el arte de vivir,
en tantos días fríos y vacíos,

en los momentos de impotencia
de mi imaginación,
que como el corazón de la campana
vive tan sólo en el balanceo,

golpeando lo que ama
y amando lo que golpea,
y pensé que este lienzo
también hubiera podido ser mortaja.

Versión de Elzbieta Bortkiewicz


Oda a la suavidad


Los amaneceres son ciegos como gatitos.
Las uñas crecen confiadamente, aún
saben qué tocarán. Suaves
son los sueños y la ternura como niebla
suspendida sobre nosotros, igual que la campana de Sigismundo
antes que el frío la abrazase.

Versión de Elzbieta Bortkiewicz


Senza Flash


Senza flash!  «Sin flash!»
(exclamación que se oye a menudo en las galerías italianas)

Sin llama, sin noches de insomnio, sin ardor,
sin lágrimas, sin grandes pasiones, sin convencimiento.
Viviremos así: senza flash.

Queda y pausadamente, dócilmente, entre sueños,
las manos manchadas con la tinta negra de los diarios,
las caras grasientas de crema: senza flash.

Turistas sonrientes, camisas impecables,
Herr Lange y Miss Fee, Monsieur et Madame Rien
entrarán en el museo: senza flash.

Se detendrán ante el cuadro de Piero della Francesca, donde
Cristo, casi enajenado, surge de la tumba,
resucitado, libre: senza flash.

Quizás ocurra entonces algún hecho imprevisto:
se agite el corazón bajo el tejido suave,
se haga el silencio, destelle el flash.

Versión de Elzbieta Bortkiewicz

Una mañana en Vicenza


                                        (En memoria de Josif Brodski y Krzysztof Kieslowski)

El sol era tan tierno, tan delicado,
que hasta temíamos por él; un ademán incauto
podía rayarlo, incluso un grito -si alguien hubiera
querido gritar- lo habría puesto en peligro; tan sólo a las veloces golondrinas
de alas duras, como de hierro fundido,
se les permitía silbar en alta voz, porque vivieron
     su infancia
breve, en la inquietud de sus nidos de barro,
junto a sus hermanos, pequeños planetas locos,
negros como bayas silvestres.

En un pequeño café un mozo soñoliento -bajo sus ojos
las últimas sombras de la noche acumuladas- buscaba calderilla
en su bolsillo sin fondo, y el café olía a solemnidad
de tinta de impresión, a dulzura y a Arabia. El azul del cielo prometía
una larga tarde, un infinito día.
Te estaba mirando como si te viera por primera vez.
Y hasta las columnas de Palladio tenían aspecto
de recién nacidas, de recién surgidas de las olas del alba
como Venus, tu compañera mayor.

Empezar de nuevo, contar las pérdidas, contar a los caídos,
empezar el nuevo día, aunque ya no estéis, tú,
a quien dos veces enterramos y lloramos dos veces,
-viviste una vida dos veces más intensa que otros, en dos continentes,
dos idiomas, en la realidad y en la imaginación- y tú, de cara afilada
y una mirada que hacía crecer los objetos y los corazones
     (siempre demasiado pequeños).
No estáis, y por eso llevaremos a partir de ahora una doble vida,
en la luz y en la sombra a la vez, en el sol estridente del día,
en la frescura de los pasillos de piedra, en el duelo, en la alegría.

Versión de Elzbieta Bortkiewicz


Vaporetto


En el bolsillo de la cazadora encuentras
un pasaje azul para el vaporetto
(il biglietto, non cedibile).

El billete azul, poco mayor
que un sello de la República de Togo,
te promete un cambio, un viaje.

Se derrite la laca en el recuerdo,
se deshiela la almendra de la nieve alpina.
Ahora puede empezar la expedición.

Estás en Texas, en la tierra llana,
entre los robles eternamente verdes,
que no recuerdan nada.

Por canales estrechos navegarás
con !"alemas, a contracorriente;
y hallarás glaciares y grisura.

El billete reza: corsa semplice,
pero no menciona el desierto,
la monotonía del gravoso mar,

el deseo, el aduanero malicioso,
que no te espera sólo a ti,
islas de indiferencia y de cenizas.

Navegarás largamente. Quizás llegues
allí donde descansa el erizo de Venecia,
agua, encajes y oro.

Quizás llegues allí donde se alzan
las rojas torres de Venecia, torres fieles,
agujas de un compás perdido en el océano.
Versión de Elzbieta Bortkiewicz



Filósofos


Dejen de engañarnos, filósofos
el trabajo no es una dicha el hombre no es la meta más alta
el trabajo es sudor que mata Señor cuando llego a casa
quisiera dormir pero dormir es sólo un cinturón en movimiento
que me transporta al día siguiente  y el sol es una falsa
moneda la mañana desgarra mis párpados cerrados como antes
de nacer mis manos son un par de gastarbeiter y ni siquiera
mis lágrimas me pertenecen participan en la vida pública
como oradores como los labios partidos y un corazón que está
creciendo en el cerebro.
El trabajo no es una dicha es un dolor incurable
como una enfermedad de la conciencia abierta como un proyecto habitacional
a través del cuál sopla el viento de la ciudadanía
en sus botas altas de cuero.

Tratado sobre el vacío


En una librería accidentalmente terminé en la sección sobre el Tao o –más precisamente– junto al Tratado sobre el vacío.
Me regocijé, porque ese día yo estaba perfectamente vacío.
Qué reunión tan inesperada: el paciente encuentra al doctor y el doctor guarda silencio.

Tu llamada telefónica

Tu llamada telefónica entró
mientras estaba escribiéndote una carta.
No me molestes mientras
hablo contigo, que nuestras dos
ausencias se cruzan
y uno de los amores se desgarra
como una venda.

Trad de Isabel Zapata


En las enciclopedias no hay sitio para Osip Mandelstam

En las enciclopedias una vez más no hay sitio para
Osip Mandelstam otra vez está
sin hogar aun así es tan difícil encontrar un piso
Como registrarse en Moscú es casi imposible
El Cáucaso todavía le llama el bosque de las tierras bajas de
Asia
ruge estos días no han llegado todavía
Otra persona recoge guijarros en las playas del mar Negro
Esta investigación cambiante sigue aunque el uniforme
es de un nuevo corte y su sastre de cabeza de madera
casi se cayó haciendo una reverencia
Cierras un libro suena como un disparo
Polvo blanco del papel te hace cosquillas en la nariz una
tarde latina está aquí nieva nadie vendrá esta noche
es la hora de acostarse pero si llama a tu delgada puerta
déjale entrar

(De Temblor, 1985)




En la belleza creada por otros

Sólo en la belleza creada
por otros hay consuelo,
en la música de otros y en los poemas de otros.
Sólo otros nos salvan,
aunque la soledad sepa a
opio. Los otros no son el infierno,
si se les ve temprano, con sus
frentes puras, lavadas por sueños.
Por eso me pregunto qué
palabra debería utilizarse, "él" o "tú". Cada "él"
es una traición a un cierto "tú" pero
a cambio el poema de alguien
ofrece la fidelidad de un grave diálogo.

(De Temblor, 1985)



De las vidas de las cosas

La piel perfecta de las cosas se extiende sobre ellas
tan cómodamente como una carpa de circo.
La noche se acerca.
Bienvenida, oscuridad.
Adiós, luz.
Somos como párpados, afirmamos cosas,
tocamos ojos, pelo, oscuridad,
luz, India, Europa.
De repente me encuentro preguntando: "Cosas,
¿conocéis el sufrimiento?
¿Habéis estado alguna vez hambrientas, en la miseria?
¿Habéis llorado? ¿Conocéis el miedo,
la vergüenza? ¿Habéis conocido los celos, la envidia,
pequeños pecados, no de comisión,
pero tampoco curados por la absolución?
¿Habéis amado, y muerto,
de noche, con el viento abriendo las ventanas, absorbiendo
el frío corazón? ¿Habéis probado
la edad, el tiempo, el duelo?".
Silencio.
En la pared, baila la aguja de un barómetro.

(De Lienzo, 1991)


La poesía es búsqueda del resplandor

La poesía es búsqueda de resplandor.
La poesía es un camino real
que nos lleva hasta lo más lejos.
Buscamos resplandor en la hora gris,
al mediodía o en las chimeneas del alba,
incluso en el autobús, en noviembre,
cuando al lado dormita un viejo cura.
El camarero en el restaurante chino
estalla en llanto y nadie imagina por qué.
Quién sabe, quizás esto también es una búsqueda
que se parece a un instante a la orilla del mar,
cuando en el horizonte aparece un barco rapaz
y se detiene, paralizado largo tiempo.
Pero también, momentos de profunda alegría
e incontables momentos de angustia.
Déjame ver, por favor.
Déjame persistir, por favor.
Al atardecer cae una fría lluvia.
En las calles y avenidas de mi ciudad
en silencio y con fervor trabaja la oscuridad.
La poesía es búsqueda de resplandor.
(De De Regreso, 2003)



Zurbarán

Zurbarán pintó
santos españoles
y naturalezas muertas,
los alternaba,
y por eso los objetos
que yacen en las pesadas mesas
de sus naturalezas muertas
son, también, santos.
(De Antenas, 2005)

 Santiago de Compostela
Una fina llovizna, como si el Atlántico
hiciera examen de conciencia
Noviembre ya ha dejado de fingir
La lluvia ha apagado las hogueras y las chispas
Santiago es la capital secreta de España
De día y de noche patrullas van hacia ella
Por las calles deambulan los peregrinos, cansados
o muy vivaces, como cualquier turista
Junto a la catedral vi a una mujer
que se había reclinado en su mochila y lloraba
La peregrinación había acabado
Adónde iba a ir ella ahora
La catedral son solo piedras
Las piedras no conocen el movimiento
Se aproxima la noche
y el invierno
Maleta
Cracovia nublada por la mañana, las colinas humeaban.
En Múnich llovía, los Alpes, invisibles
y pesados, descansaban en los valles como piedras.
Hasta Atenas no vimos el sol que
provocó que el aire, todo el aire,
toda una inmensa flota de aire
se transformara en oro tembloroso.
Como dicen los escritores religiosos: de repente
me convertí en otra persona.
Soy tan sólo un turista en el mundo visible,
una de entre esas miles de sombras que
deambulan por las salas inmensas de los aeropuertos-
y detrás de mí como un perro fiel con sus pequeñas ruedas
tengo a mi maleta verde.
Soy tan sólo un turista distraído,
pero amo la luz.


Misticismo para principiantes


El día era suave, la luz era generosa.
El alemán en la terraza del café
sostenía un pequeño libro en su regazo.
Dí un vistazo al título:
Misticismo para principiantes.
De repente comprendí que las golondrinas
patrullando las calles de Montepulciano
con sus silbidos agudos,
y la plática apresurada de tímidos viajeros
del Este, de la llamada Europa Central,
y las garzas blancas de pie —¿ayer? ¿el día anterior?—
como monjas en campos de arroz,
y el crepúsculo, lento y sistemático,
borrando los contornos de casas medievales,
y los olivos en pequeñas colinas,
abandonados al viento y calor,
y la cabeza de la Princesa Desconocida
Que vi y admiré en el Louvre,
y vitrales como alas de mariposa
rociadas por el polen,
y el pequeño ruiseñor practicando
su discurso al lado de la carretera,
y cualquier viaje, cualquier tipo de ruta,
son sólo misticismo para principiantes,
el curso elemental, preludio
para una prueba que ha sido
pospuesta.

 Trata de alabar el mundo mutilado


Trata de alabar el mundo mutilado.
Recuerda los largos días de junio,
y las fresas silvestres, gotas de rosado vino.
Las ortigas que metódicamente proliferan
en las casas abandonadas de exiliados.
Debes alabar el mundo mutilado.
Tú observaste los estilizados yates y los barcos;
uno de ellos tenía un largo viaje por delante,
mientras que el salado olvido aguardaba a otros.
Tú has visto a los refugiados yendo a ningún sitio,
tú has oído a los verdugos cantar alegremente.
Debes alabar el mundo mutilado.
Recuerda los momentos cuando estábamos juntos
en una habitación blanca y la cortina ondeaba.
Regresa en el pensamiento al concierto donde la música se encendía.
Tu recogías bellotas en el parque en otoño
y las hojas se marchitaban sobre las cicatrices de la tierra.
Alaba al mundo mutilado
y a la pluma gris que un zorzal perdió,
y la suave luz que se desvía y desaparece
y regresa.

No permitas que el lúcido momento se disuelva


No permitas que el lúcido momento se disuelva
Deja que el pensamiento radiante dure quietamente
aunque la página esté casi llena y la llama parpadee
Aún no nos hemos elevado al nivel de nosotros mismos
El conocimiento crece lentamente como una muela del juicio
La marca de la estatura de un hombre aún persiste
en lo alto de una puerta blanca
Desde lejos, la alegre voz de una trompeta
y de una canción enroscada como un gato
Aquello que pasa no cae en un vacío
Un fogonero aún alimenta con carbón el fuego
No permitas que el momento lúcido se disuelva
Sobre una sustancia dura y seca
debes burilar la verdad


Ciudad sumergida


Esa ciudad ya no habrá más, no habrá halos    
De las mañanas de primavera cuando las colinas verdes    
Tiembla en medio y se levanta    
Como globos de barrage-    

Y mayo no cruzará sus calles    
Con pájaros chillones y promesas de verano.    
No hay hechizos sin aliento,    
No hay éxtasis fríos de agua de manantial.    

Las torres de la iglesia descansan en el piso del océano,    
Y vistas impecables de las avenidas frondosas    
Arreglar los ojos de nadie.    

Y todavía vivimos en calma,    
Humildemente -de maletas,    
En salas de espera, en aviones, trenes,    

Y aún, obstinadamente, ciegamente, buscamos la imagen,    
La forma final de las cosas    
Entre arreglos inexplicables    
De muda desesperación-    

Como si recordara vagamente    
Algo que no puede ser recordado,    
Como si esa ciudad sumergida estuviera viajando con nosotros,    
Siempre haciendo preguntas,    

Y siempre descontentos con nuestras respuestas-    
Exigente y perfecta en su camino.

Tierra del Fuego


Tú que ves nuestras casas por la noche
Y las frágiles paredes de nuestra conciencia,   
Tú que escuchas nuestras conversaciones   
Zumbando sobre máquinas de coser semejantes   
-válvame, límpiame del sueño,   
Desde la amnesia.

¿Por qué la infancia-oh, los tesoros de papel de aluminio,

Oh, el crujir de plomo, encantador y presentimiento,   
Nuestro único origen, nuestro único anhelo?
¿Por qué la masculinidad, que toma el lugar de la madurez,   
Una carretera sin fin,
¿Sáhara amarillo?

Después de todo, sabes que hay días   
Cuando incluso la sed se seca   
Y los labios de la oración endurecen.

A veces la moneda del sol oscurece   
Y la vida se reduce tan pequeña
Que se podía meter
En los guantes azules del gitano   
Quien predice el futuro
Por siete generaciones atrás

Y luego en otra pequeña ciudad   
En el sur un charlatán
Decide destruirte,
Yo y él mismo.

Tú que ves los blancos de nuestros ojos,   
Usted que se esconde como un bullfinch
En el rowans,
Como un halcon
En las medias calientes de las nubes

-Abre las cajas llenas de canciones,
Abrir la sangre que pulsa en aortas   
De animales y piedras,
Linternas ligeras en jardines negros.

Sin nombre, sin ser visto, silencioso,   
Sálvame de la anestesia,   
Llévame a Tierra del Fuego,   
Llévame donde están los ríos
Flujo hacia arriba, rios horizontales   
Fluyendo hacia arriba y hacia abajo.

Traducido por clare cavanagh

Otoño


El otoño es siempre demasiado pronto.
Las peonías siguen floreciendo, las abejas   
Siguen elaborando estados ideales,
Y las bayonetas frías del otoño   
Repentinamente brillan en los campos y el viento
Rabia

¿Cuál es su origen? ¿Por qué debería destruir   
Sueños, arboles, recuerdos?
El extranjero entra en los bosques silenciosos,   
Ira avanzando, insinuando la peste;   
Woodsmoke, los aullidos ruidosos
De los tártaros.

El otoño rasga lejos las hojas, los nombres,   
Fruta, cubre las fronteras y caminos,   
Extingue las lámparas y las cónicas; joven   
Otoño, labios púrpura, abrazos   
Criaturas mortales, robar
Su existencia.

La savia fluye, sacrifica sangre,
Vino, aceite, ríos salvajes,
Ríos amarillos hinchados de cadáveres,
La maldición fluyendo sobre: ​​barro, lava, avalancha,   
chorro.

Otoño sin aliento, carreras, azul
Cuchillos brillando en su mirada.
Ella adivina nombres como hierbas con su afilado   
Hoz, despiadada en su resplandor
Y su aliento. Carta anónima, terror,   
Ejército Rojo.

Ir a Lvov


Para ir a Lvov. Cual estación
Para Lvov, si no en un sueño, al amanecer, cuando el rocío   
Refleja en una maleta, cuando expresa
Los trenes y los trenes de la bala están naciendo. Dejar   
En la prisa para Lvov, noche o día, en septiembre   
O en marzo. Pero sólo si Lvov existe,
Si se encuentra dentro de las fronteras y no sólo   
En mi nuevo pasaporte, si lances de árboles
-de álamo y ceniza- todavía respiran en voz alta   
Como los indios, y si los arroyos murmuran
Su oscuro Esperanto, y serpientes de hierba como signos suaves   
En el idioma ruso desaparecen
En matorrales. Empaquetar y partir, salir   
Sin dejar rastro, al mediodía, para desaparecer
Como las doncellas desmayadas. Y burdocks, verde   
Ejércitos de bardanas, y por debajo, bajo el lienzo   
De una cafetería veneciana, los caracoles conversan
Acerca de la eternidad. Pero la catedral se levanta,
Recuerdas tan recto como recto
Como domingo y servilletas blancas y un cubo   
Lleno de frambuesas de pie en el suelo, y   
Mi deseo que no nació todavía,
Sólo jardines y malezas y el ámbar
De las cerezas de la reina Ana, y el indecente Fredro.   
Siempre había demasiado de Lvov, nadie podía   
Comprender sus ciudades, escuchar
El murmullo de cada piedra quemada
Por el sol, por la noche el silencio de la iglesia ortodoxa era diferente
El de la catedral, los jesuitas
Bautizaron las plantas, hoja por hoja, pero crecieron,
Creció tan sin sentido, y la alegría flotó   
Por todas partes, en pasillos y en molinos de café   
Girando por sí mismos, en azul   
Teteras, en el almidón, que fue el primer   
Formalista, en gotas de lluvia y en las espinas
De rosas. Forsítia congelada amarillada por la ventana.   
Las campanas despegaron y el aire vibró, los cornets   
De monjas navegaban como goletas cerca   
El teatro, había tanta parte del mundo que
Tenía que hacer encores una y otra vez,
La audiencia estaba frenética y no quería
Para dejar la casa. Mis tías no podrían haber sabido   
Pero que los resucitaría,   
Y vivió con tanta confianza; Tan solo   
Sirvientes, limpios y planchados, corrieron   
Crema fresca, dentro de las casas   
Un poco de rabia y gran expectación, Brzozowski   
Vino como conferenciante visitante, uno de mis   
Los tíos siguieron escribiendo un poema titulado Why ,
Dedicado al Todopoderoso, y había demasiado   
De Lvov, rebosaba el contenedor,   
Estalló los cristales, desbordó   
Cada estanque, lago, fumado a través de cada   
Chimenea, convertido en fuego, tormenta,   
Rió con un relámpago, se hizo manso,   
Volvió a casa, leyó el Nuevo Testamento,
Dormía en un sofá junto a la alfombra de los Cárpatos,
Había demasiado de Lvov, y ahora   
No hay ninguno, creció implacablemente
Y las tijeras lo cortan, jardineros fríos   
Como siempre en mayo, sin piedad,   
Sin amor, ah, espera hasta el caluroso junio
Viene con helechos suaves, sin límites
Campos de verano, es decir, la realidad.
Pero las tijeras lo cortan, a lo largo de la línea ya través de   
La fibra, sastres, jardineros, censores
Cortar el cuerpo y las coronas, podar cizallas trabajadas   
Diligentemente, como en el recorte de un niño
A lo largo de la línea punteada de un ciervo o un cisne.   
Las tijeras, las navajas y las hojas de afeitar rasguñaron,   
Cortar y acortar los vestidos voluptuosos
De prelados, de plazas y casas, y de árboles
Cayó silenciosamente, como en una selva,
Y la catedral temblaba, la gente se despidió   
Sin pañuelos, sin lágrimas, tan seca
Boca, no te veré más, tanta muerte   
Te espera, ¿por qué cada ciudad
Convertido en Jerusalén y cada hombre un judío,
Y ahora con mucha prisa
Paquete, siempre, cada día,
Y vaya sin aliento, vaya a Lvov, después de todo
Existe, tranquilo y puro como
un melocotón. Está en todas partes.

 Traducido por renata gorczynski


 Lectura Milosz

Leo tu poesía una vez más,
poemas escritos por un hombre rico, sabiendo todo,
y por un mendigo, sin hogar,
un emigrante, solo.

Siempre quiso ir
más allá de la poesía, por encima de ella, en alza,
pero también más baja, hacia donde
comienza nuestra región , modesta y tímida.

A veces tu tono
nos transforma por un momento,
creemos-verdaderamente-
que cada día es sagrado,

esa poesía ... ¿cómo decirlo? -
hace la vida más redonda,
más completa, más orgullosa, sin vergüenza
de la formulación perfecta.

Pero al llegar la noche,
pongo mi libro a un lado,
y el ruido normal de la ciudad se reanuda;
alguien tose, alguien llora y maldice. 

Mis tías


Siempre atrapados en lo que llamaban 
el lado práctico de la vida 
(la teoría era para Platón), 
hasta los codos en los muebles, en la ropa de cama, 
en armarios y huertas, 
nunca descuidaban las bolsitas de lavanda 
que convertían un armario de lino en un prado. 

El lado práctico de la vida, 
como el rostro sin luz de la Luna, 
no carecía de misterios; 
Cuando la Navidad se acercaba, la 
vida se convertía en pura praxis 
y residía temporalmente en los pasillos, 
se refugiaba en maletas y carteras. 

Y cuando alguien murió - sucedió 
incluso en nuestra familia, por desgracia - 
mis tías, preocupadas 
por el lado práctico de la muerte, se 
olvidaron por fin de la lavanda, 
Cuyo olor frenético floreció desinteresadamente 
bajo una pesada nieve de sábanas. 
No hagas algo, siéntate allí. 
Y así tengo, así que tengo, 
las estaciones que se enrollan alrededor de mí como el humo, 
Ido al extremo de la tierra y de nuevo sin sonido. 



Traducido por Clare Cavanagh 

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