(5 de abril de 1929, Brujas, Bélgica - 19 de marzo de 2008, Amberes, Bélgica)
DIEZ MANERAS DE MIRAR A P.B. SHELLEY
1
Su cuerpo lavado en las arenas.
Yace ahí donde el oro retrocedió
sobre las montañas.
En sus faldas-pantalón de algodón, en sus medias blancas
en los versos de Keats en su bolsillo interno
sólo los gusanos se movían.
Ah salvaje viento oeste,
tu aliento es el ser del otoño.
2
Su cara comida
por las criaturas del mar.
Su espíritu que tenía ojos
labios y fosas nasales
vieron a la soñante tierra
la lamieron,
olieron sus olores que destruyen
y preservan al mismo tiempo.
3
Fino como un hueso, espástico.
(En pantomima él era
la primera opción para jugar de bruja).
Una voz estridente. Callos en los pies.
Hasta la nuca en chicas.
Y todo el tiempo, burlas
acerca de los ángeles de la lluvia,
los ángeles del relámpago
que se suponía iban a descender esta noche
sobre el planeta azul.
4
Odiaba la carne picada de cerdo,
los santos, la veneración, el Rey.
Pero sobre todas las cosas odiaba
un marido y una esposa
en su monógamo abrazo.
Lluvia negra, bravo granizo
descendieron
sobre el raudal
de sus tiaras ménades.
5
Había espinas en cantidad, zarzas en cantidad
entre las cuales cayó y sangró.
Pero conservaba arsénico en el bolsillo.
ya que ¿quién sabe
si quieres sobrevivir
a la belleza de las agachadas?
¿Quién sabe si no preferirías,
sin partir del todo, hundirte
en las algas marinas, indómito?
6
Una vez le prendió fuego al mayordomo familiar,
el Señor Laker. En Italia
bailó frente a un arbusto llameante.
Más tarde, en la sombra, gris de
frío, luego de horas como carámbanos,
suspiró: "Atención, oh, escuchen
las ramas del cielo y del océano
enroscadas unas en otras".
7
Salió corriendo a los gritos de su cuarto,
había, ¡oh! visto
gordas mujeres de Sussex
con ojos donde debían estar los pezones.
Muchas veces en su cama de invierno vio
una criatura desnuda
surgir de un mar púrpura.
Oh, álzame como una ola,
una hoja, una nube.
8
Para el desayuno y la merienda comíamos bombones.
Entrañas secadas por el opio.
Los riñones y la vejiga dañados.
Sus acentos y ritmos
son soplados sobre la tierra helada.
Ecos de los dioses y de los mirlos
blasfemias también.
9
Se rehusaba a ponerse medias de lana.
La manteca lo hacía tener arcadas.
Con Harriet, Mary, Claire, y otras
insertaba una esponja embebida en vino,
para bloquear niños.
Determinado a exilarse a los bordes
de un círculo tras otro,
se fue hundiendo entre grandes señales,
rechazos.
10
Cuando sus fragmentos murieron
y él fue sepultado como oda y panfleto,
el Courier escribió: El infiel se ha ahogado.
Ahora él sabrá si hay un dios o no.
El meneaba a la puta de la elocuencia
en su rodilla.
Su infidelidad: un antídoto
a la venida del invierno
en el viento del oeste.
*Ménades: en la antigua Grecia, las seguidoras femeninas
de Dioniso (Baco en el Panteón Romano).
Calígula
Donde más
tarde florezcan las resedas y los rábanos
Esto es en mayo y en un huerto al borde de una vía
De tren provinciano
Estaba ahorita
Al viento frío y en diciembre
A un viento sin luz sin pastores sin pájaros
Sin ninguna esperanza un potro helado
Me lo he llevado y lo he puesto en una urna
Y contemplo los días y las horas
(Que me marchan de largo en la ancha senda
De esta existencia que naturalmente
En pecado y sin un acto de razón transcurre)
Y espero que agradecido y deshelado
El potro me diga su primera palabra.
Esto es en mayo y en un huerto al borde de una vía
De tren provinciano
Estaba ahorita
Al viento frío y en diciembre
A un viento sin luz sin pastores sin pájaros
Sin ninguna esperanza un potro helado
Me lo he llevado y lo he puesto en una urna
Y contemplo los días y las horas
(Que me marchan de largo en la ancha senda
De esta existencia que naturalmente
En pecado y sin un acto de razón transcurre)
Y espero que agradecido y deshelado
El potro me diga su primera palabra.
AÚN HOY
I
Aún hoy, con la soga al cuello, un trapo metido en la boca,
ella, que despierta con los labios hinchados, ojos cerrados,
que era algo que yo sabía y que entonces perdí, y cómo,
mas ¿cómo ya no la tengo, cómo ladra un perro borracho?
II
Aún hoy su rostro como la luna y su cuerpo como la luna
joven, amargamente joven, con esos pechos y nalgas y esas costillas.
Antes había flechas de amor, las sentías de verdad,
creías que azotaban aquella blanca luna llena suya.
III
Aún hoy sus uñas mordidas, sus pezones magullados,
sus tersas nalgas entre las que me sonreía en forma vertical
y aunque desdeñaba la metafísica decía: «Ay, cariño,
en cada una de las células de tu simiente están Dios y su madre».
IV
Aún hoy las marcas arañazos manchas tatuajes,
todos ellos lesiones de amor bajo su vestido claro,
y me temo que seguirá perdurando este cínico y disimulado
arañar y agarrar su diminuta tierra de nadie.
V
Aún hoy, del todo quieta tumbada estaba excesivamente sola,
abandonada en cruz y con el paladar paralizado,
y yo, igualmente inmóvil dentro de mi celda, las oí,
las tintineantes cadenas alrededor de su tobillo izquierdo.
VI
Aún hoy recuerdo cómo, cansada y atontada después de un lánguido
acto de amor, inclinó por la mañana con cierta vacilación la cabeza hacia
delante:
una pata que se desliza por el lago y bebe un pequeño sorbo de agua
y que luego se sumerge hacia mí y me picotea y después nunca más..
VII
Aún hoy anudo su pelo de color azabache formando crestas
de gallo y antenas y espinas y la idolatro como
a un tótem y a una cruz en mi casa que torpemente y de prisa
se convierte en un templo de Venus, la diosa furtiva.
VIII
Aún hoy todos esos cuartos esas noches esos desnudos color crema
y todo ese sueño después y antes y el aroma de todo ello.
Sus ronquidos en el momento de preguntarle si era feliz
y su modo de acariciar la almohada a mi lado como si tal cosa.
IX
Aún hoy sus cuatro extremidades, todas ocupadas, exhaustas,
y su pelo recién lavado cubriéndole las mejillas aún calientes,
cuando me cogió la nuca con los tobillos, verduga risueña,
decapitado me ofreció su herida fría y refulgente.
X
Aún hoy levanto una bandera y con los brazos en alto
exclamo: «¡Camarada!». Pero fue ella quien se entregó.
Porque en el campo de batalla oí sus bramidos entrecortados
con el acento de su madre, sílabas obscenas.
XI
Aún hoy, ahora que estoy a punto de pasarme
a esa otra vida, ella me guía como por negras aguas
y me espía y bizquea por entre sus pestañas peligrosas
y ríe cuando empapado escalo su arcén dorado.
XII
Aún hoy, todo su cuerpo es de color carmín y resplandece de sudor
y con aceite de bebé lubricadas están sus aberturas.
Sin embargo, lo que de ella sé sigue siendo un gesto singular,
algo sin eco, lleno de amargor, casualidad y arrepentimiento.
XIII
Aún hoy olvido de nuevo a los dioses y a sus ministros,
es ella la que me astilla, me condena y me olvida,
la de todas las estaciones pero sobre todo el invierno
porque se vuelve más bella, más fría según sigo muriendo.
XIV
Aún hoy entre todas las mujeres no hay ninguna como ella,
ninguna cuya boca salvaje me haya sorprendido tanto.
mi necia alma informaría sobre ella si pudiera
pero ha quedado aniquilado todo lo que tenía en su haber.
XV
Aún hoy cómo ella temblaba de cansancio y cómo susurró:
«¿Por qué lo haces? Ya nunca permitiré que te vayas,
mi rey.» No había monarca más frío que yo y temerario
le enseñé cómo a ese Rey le lagrimeaba uno de sus ojos.
XVI
Aún hoy cuando me atrevo a pensar en mi novia perdida
me tiemblan las piernas si pienso en quien recoge ahora su fruto,
mi adelfa errante de una novia que una y otra vez
arranca de su jardín de delicias la mala hierba que soy yo.
XVII
Aún hoy mientras me rodea un enjambre de abejas de la muerte
pruebo la miel de su vientre y oigo el zumbido
de su orgasmo y me detengo a mirar las hojas rosadas
mojadas de su flor movediza y carnívora.
XVIII
Aún hoy nuestra ancha cama con olor a ella y a sus axilas,
nuestra pálida cama cagada por los pájaros del mundo.
En el mercado de pájaros dijo: «Quiero el pájaro salvaje aquel
que con el pico no deja de golpearle la teta a esa mujer».
XIX
Aún hoy, cómo se me resistía y rechazaba mi boca, y sólo cuando logré
derribarla con mis uñas clavadas en su pecho, tumbada paralizada
y entonces, mientras yo dormía embriagado de su opulencia, volvió
a atizarme como a un fuego que se pensaba extinguido hace tiempo.
XX
Aún hoy su pecho movedizo posado en mis manos
y sus labios hinchados por las mordeduras de mis dientes
y sus uñas mordidas sus pezones magullados,
y su mirada bizca en la cruda luz de la mañana.
XXI
Aún hoy me imagino que en el estrecho tiempo que me
separa de la noche polar ella ha sido las estrellas,
la hierba, las cucarachas, los frutos y los gusanos
y que yo lo acepté y aún me sigue alegrando.
XXII
Aún hoy, ¿cómo describirla?, ¿con qué compararla?
Hasta que no descanse en mi tumba la ordenaré y la pintaré
y la consentiré y sin aliento l volveré a insuflar la vida
con mis irritantes lamentaciones, mis quejidos exasperantes.
XXIII
Aún hoy sus ojos con el rímel y la sombra de ojos
y los lóbulos escarlata de sus orejas perforadas.
«Tengo fiebre –dijo–, no puedo más, te mataré, esos
dedos tuyos, nunca nadie más, nunca, jamás.»
XXIV
Aún hoy sigue teniendo diecinueve años, independientemente
de cuánto beba, y demasiadas lágrimas han trazado arrugas
en sus mejillas, pintura de guerra y camuflaje,
el moho y lo ultracongelado de su vida sin mí.
XXV
Aún hoy si volviera a encontrarla como un cuento de hadas
de la luna después de llover y volviera a lamer los dedos de sus pies,
otra vez en pie con mi corazón de piedra temo que se engendraría
otra vez una horripilante y endeble canción al estilo de Cole Porter.
XXVI
Aún hoy, ella más que el agua en su cuerpo de maravilla
un lago de agua salada en el que flotara un pato que perdurara
y ese pato con un pico era yo –¡escuchad mis graznidos!– y ella
al ser lago me mecía sobre las olas o hacía como si así fuera.
XXVII
Aún hoy si la volviera a ver con su mirada miope
con las caderas más acentuadas y el culo más redondo,
creo que volvería a abrazarla, volvería a beber de ella,
nunca se ha visto abejorro más febril más contento más dúctil.
XXVIII
Aún hoy mientras estoy entrelazado y anudado dentro de ella
el Destructor va a lo suyo y calcina a los humanos.
Las personas de cierta posición se han extraviado
como después de un combate sin armas ni vencedores.
XXIX
Aún hoy atado a sus esposas y con la nariz sangrante
de los amantes digo, embebido de su primavera en flor:
«¡Muerte, no tortures más la tierra, no esperes, muerte armada,
hasta que yo me haya corrido, sino que haz como ella y ataca!»
TE FORJO EN MIS ESCRITOS
Mi mujer, mi altar pagano,
que con dedos de luz toco y acaricio,
mi joven bosque al que hiberno,
mi signo neurótico, impúdico y tierno,
forjo tu aliento y tu cuerpo en mis escritos
en papel de música pautado.
Y al oído te prometo novísimos horóscopos
y te preparo otra vez para viajar alrededor del mundo
y para una estancia en algún imperio austriaco.
Pero entre dioses y en los signos del zodíaco
la dicha eterna también se cansa mortalmente,
y no tengo casa, ni tengo cama,
ni para regalarte flores en tu cumpleaños.
Te forjo en papel en mis escritos
mientras tú como un huerto en julio creces y floreces.
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