sábado, 5 de agosto de 2017

POEMAS DE JOHN MONTAGUE

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(28 de febrero de 1929, Brooklyn, Nueva York, Estados Unidos - 10 de diciembre de 2016, Niza, Francia)

 La pelea


Cuando hallé el nido de las golondrinas
bajo el puente
—hundido hasta el tobillo en el pantano
y el tráfico zumbando encima mío—,
me puse tan alegre que corrí
a avisarle a un compañero de la escuela
para que compartiésemos la desnuda endeblez
de los cascarones, pintados delicadamente
con lunares de color allí en su cuna
de plumas, de ramas y de tierra.
Cuando metí la mano
para contar los huevos,
sentí el calor materno todavía;
entonces, uno a uno,
como trofeos u ofrendas,
los puse en su fría mano. Y al volverme
para coger los últimos le oí correr
por el sonoro hueco bajo el arco.
Lo perseguí entre el agua
pero quedé enredado en el alambre
que cubría la boca de aquel puente
y lo observe tomarlos
y estrellarlos uno a uno
contra una piedra bajo el sol.
Peleamos por minutos,
cayendo y levantándonos
entre las aguas pardas del arroyo;
y aunque ahora puedo perdonarlo,
también pelearía hoy.
Adorar la belleza y destruirla:
tal es, según lo veo, el doble filo
de nuestros impulsos, por los que vivimos.
Pero también la amarga paradoja
de entregar eso que amamos al peligro
y luego abalanzarnos, ya muy tarde
y con puños cerrados, a su defensa.

La despedida de Don Juan


Acostado con mujeres
             en cuartos oscuros
dulce escalofrío carnal
             tras la persiana sombría
largos haces de luz
             sobre pechos recostados
cálidos montes
             de dulzura que respira
piel joven con aroma
             a rosas mallugadas
o el ansia tierna
             de la mediana edad
una vela ondulante
             que oculta azules venas;
un cansancio elocuente
             mientras la luz se agota
tu exhausta compañera
             se tambalea a los tibios
muelles del sueño
              y tú despiertas de a poco
para enfrentar de nuevo
              la atractiva quimera:
buscar eso que falta
              en tu propio individuo
en el cuerpo entregado
               de alguien más
mientras la noche honda
               como un cisne negro
pasa nadando altiva.

Una pequeña muerte


Mi hijita, Úna, se va
a jugar en el bosque
sin miedo, con su nueva muñeca
de trapo bajo un brazo:
una pequeña reina de las hadas
seguida de su viejo caballero.
La hallo adentrada
bajo cicutas negras, cedros rojos,
inmóvil sobre una alfombra
de hojas caídas, escaramujos,
bayas de nieve y castañas nudosas:
la decadencia en un tapiz de otoño.
Encontró un ave muerta
que tiene en su otra mano:
los ojos son cuentas brillantes,
pero el pico puntiagudo y frío,
las patas de ramita hechas nudo hacia adentro.
‘¿Po’ qué no vuela?’, ella me implora.
Y mientras me hinco a dar la explicación
(le quito entonces el cadáver laxo)
ella repite, confundida, ‘Muerto’.
Y damos sepultura al cuerpo ínfimo
bajo un montón de hojas mojadas:
la tumba para un duende, diminuto túmulo.
Su primer funeral.
‘Vamos a casa ahora’, digo gentilmente,
y pasamos las ramas golpeteantes
y los charcos de lluvia del Pacífico
donde ella tanto adora chapotear
con sus minúsculas botas de hule.
Más allá de los altos pinos, las luces
de Victoria siguen titilando:
fulgores de sodio amarillos
bajo las nubes turbias de la costa
que cruzan la isla de Vancouver
cual bestias ilusorias de camino a casa.

Un poema es una ciudad


CUAL DÓLMENES en torno a mi niñez, los viejos.

Jamie MacCrystal canturreaba para sí
Una canción chapurreada y desafinada sin letra;
Me daba un centavo de propina en su día de paga,
Les daba migajas bondadosas a los pájaros en invierno.
Cuando murió, saquearon su cabaña,
Hicieron pedazos su colchón y le vaciaron su alcancía.
Lo único que no perturbaron fue el cadáver.

Maggie Owens estaba rodeada de animales,
Una perra callejera y sus temblorosos cachorros,
En su recámara, incluso, balaba una cabra.
Era un pozo de chismes profanado,
Colmilluda cronista de toda una provincia;
Pese a su fama de bruja, lo único que me llamaba
La atención era su solitaria necesidad de burla.

Los Niall vivían en un camino montañoso
Donde florecían campánulas de brezo, montones de dedalera.
Todos ciegos, con pensión de ciegos y radio.
Sus ojos muertos chisporroteaban serpentinos si uno entraba
A guarecerse de un aguacero de lluvia montañosa.
Los grillos cantaban bajo la solera del hogar
Hasta que el sol lodoso volvía a brillar.

Mary Moore vivía en una caseta de ferrocarril en ruinas,
Tan famosa como Pisa por su reja inclinada.
Trotaba por los campos con sus botas y su delantal de cuero,
Conduciendo su escuálido ganado desde el establo fangoso.
Prototipo de la fiereza, se quedaba dormida
Con las historias de amor, La estrella roja y El círculo rojo,
Soñando con rituales de amor gitano, sellados por la luz de una fogata.

El locuaz Billy Eagleson se casó con una sirvienta católica
Al morir el último de sus parientes leales a la corona británica:
Bailamos en torno suyo gritando «Al diablo con el Rey Billy»
Esquivando las ramas en arco de su endrino.
Habiendo abjurado de ambos credos, tal cosa le importó un bledo
Hasta que los Tambores Naranja pasaron retumbando en verano,
Los bombines y la cintas relumbrando agresivamente. 

Tanto el cura como el doctor llegaron a asistirlos a todos,
A trompicones por entre la nieve o bajo el calor del verano,
De la avenida principal a la calle y hasta el callejón,
Aspirando el aire de montaña entre jadeo y jadeo.
A veces algún vecino con ellos se topaba,

Silenciosos vigilantes del hogar sin fogón,
Hechos, de pronto, a la medida exacta de la muerte.

¡La antigua Irlanda, sin duda! Yo crecí al pie de su cama,
Entre runas y cantos, mal de ojo y pensamientos apartados,
Fiereza fomoria de familia y feudo local.
Representantes macilentos del miedo y la amabilidad,
Durante años y años transgredieron mis sueños,
Hasta que una vez, al centro de un círculo de piedras erguidas,
Sentí pasar sus sombras

Rumbo a la oscura permanencia de antiguas formas.

VERSIÓN DE PURA LÓPEZ COLOMÉ

  

11 Rue Daguerre



De noche, a veces, cuando no puedo dormirme

voy hasta la puerta del atelier
y huelo la tierra del jardín.

Emana suavemente,

en especial ahora cuando se acerca la primavera
y los zarcillos están rizados

sobre el humus, desesperadamente frágiles

en su pasaje por los oscuros,
irredentas parcelas de tierra.

Hay una luz blanca en los guijarros

y en el departamento de enfrente
- de cuatro pisos - silencio.

En esa quietud -delicada pero luminosamente exacta,

una luz escogida - advierto que
las puntas del cerezo injertado hace poco

son de un firme y laqueado negro.




Con el arco adecuado: TRUCHA


boca abajo en el banco sacó 
las cañas, para dejar que sus manos 
van en el agua sin arrugar 
y para reducir la velocidad de inclinación hacia la corriente de 
lo que a ella, la luz zarcillo 
En su líquido sueño sensual. 

Señor creación sin cuerpo 
me incliné por un momento en su 
toma el sabor de mi propia ausencia, 
la expansión de los sentidos en la cámara 
lentamente pausa fotográfica 
Lo que precede a la acción, 

mientras que la curva de mis manos 
Ia rizar sobre su cuerpo 
Ella estalló, Con visible placer. 
Era tan poco realista cerrar 
Lo que podría decir a cada pinta 
, pero sin la cubierta de sombra, 

hasta las palmas de las manos se han convertido en la trampa 
debajo de las branquias que palpitaban levemente. 
Después de (el revestimiento de mi manera 
ampliada, el caballo en agua) 
me agarró. Y hoy me 
saboreo su terror en mis manos. 


UNA JAULA


Mi padre, los menos felices 
los hombres que he conocido. Su rostro 
conservaba la palidez 
de los que trabajan bajo la tierra: 
los años perdidos en Brooklyn 
audiencia el metropolitano 
sacudir la tierra. 

Sin embargo, un tradicional irlandesa 
que (lanzado bares 
estación Clark Street) 
bebieron whisky ordenada para 
lograr el único elemento 
que todavía se sentía 
a gusto: la gruesa olvido. 

E incluso entonces compuesta a sí mismo, 
casi toda la mañana 
a marchar por la calle 
que da hacia fuera sonrisas 
en todas las direcciones 
del barrio blanco decente 
apascentado la iglesia de Santa Teresa. 

Cuando volvió 
nos dimos paseos juntos 
por campos Garvaghey 
buscan espinas en los arbustos 
de té, como si 
nunca se fue; 
una curva de la carretera 

que todavía albergaba 
caléndulas. Pero nosotros 
no sorríamos la 
complicidad compartida 
de un sueño, porque cuando, 
agotado, Odiseo regresa a casa 
Telémaco debe salir. 

A menudo, al bajar 
al metro o el profundo, 
veo su cabeza calva, 
detrás de las rejas de la entrada; 
la marca de un viejo accidente de 
coche que late 
la frente fantasma. 



una IDIOMA injertado


(Muda, 
en la sangre, que es la cabeza 
cortada de asfixia 
a hablar otro idioma - 

Como un 
sueño largamente reprimido 
el tartamudeo calvario y 
confundido que me adapte a) 

Un niño 
grito de Irlanda en la escuela 
cuando se tienen que decorar tu Inglés. 
Cada vez que se pierde 

el profesor 
le escribe otra señal 
en el collar de madera 
que lleva al cuello 

Como el ruido 
de una vaca, la correa 
de una cabra perdida. 
Tartamuda, 

tropieza completa de la vergüenza 
en las sílabas modificados 
de su nombre: 
vuelve tristes a casa 

para encontrar 
la piedra ennegrecida 
del hogar paterno 
cada vez más extraño: 

En las cabañas 
y en el campo, todavía 
hablan la lengua antigua. 
Es imposible saludarlos. 

Aprender 
un segundo idioma, 
como la humillación dura 
nacer dos veces. 

Décadas después 
del discurso del nieto del niño 
todavía tropieza con sílabas 
perdidas de una orden de antigüedad. regresa a casa tristes para encontrar la piedra ennegrecida del hogar paterno cada vez más extraño: En las cabañas y en el campo, todavía hablan la lengua antigua. Es imposible saludarlos. Aprender un segundo idioma, como la humillación dura nacer dos veces. Décadas después del discurso del nieto del niño todavía tropieza con sílabas perdidas de una orden de antigüedad. regresa a casa tristes para encontrar la piedra ennegrecida del hogar paterno cada vez más extraño: En las cabañas y en el campo, todavía hablan la lengua antigua. Es imposible saludarlos. Aprender un segundo idioma, como la humillación dura nacer dos veces. Décadas después del discurso del nieto del niño todavía tropieza con sílabas perdidas de una orden de antigüedad.

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