(28 de febrero de 1929, Brooklyn, Nueva York, Estados Unidos - 10 de diciembre de 2016, Niza, Francia)
La pelea
Cuando hallé el nido de las
golondrinas
bajo el puente
—hundido hasta el tobillo en el pantano
y el tráfico zumbando encima mío—,
me puse tan alegre que corrí
a avisarle a un compañero de la escuela
para que compartiésemos la desnuda endeblez
de los cascarones, pintados delicadamente
con lunares de color allí en su cuna
de plumas, de ramas y de tierra.
bajo el puente
—hundido hasta el tobillo en el pantano
y el tráfico zumbando encima mío—,
me puse tan alegre que corrí
a avisarle a un compañero de la escuela
para que compartiésemos la desnuda endeblez
de los cascarones, pintados delicadamente
con lunares de color allí en su cuna
de plumas, de ramas y de tierra.
Cuando metí la mano
para contar los huevos,
sentí el calor materno todavía;
entonces, uno a uno,
como trofeos u ofrendas,
los puse en su fría mano. Y al volverme
para coger los últimos le oí correr
por el sonoro hueco bajo el arco.
Lo perseguí entre el agua
pero quedé enredado en el alambre
que cubría la boca de aquel puente
y lo observe tomarlos
y estrellarlos uno a uno
contra una piedra bajo el sol.
para contar los huevos,
sentí el calor materno todavía;
entonces, uno a uno,
como trofeos u ofrendas,
los puse en su fría mano. Y al volverme
para coger los últimos le oí correr
por el sonoro hueco bajo el arco.
Lo perseguí entre el agua
pero quedé enredado en el alambre
que cubría la boca de aquel puente
y lo observe tomarlos
y estrellarlos uno a uno
contra una piedra bajo el sol.
Peleamos por minutos,
cayendo y levantándonos
entre las aguas pardas del arroyo;
y aunque ahora puedo perdonarlo,
también pelearía hoy.
cayendo y levantándonos
entre las aguas pardas del arroyo;
y aunque ahora puedo perdonarlo,
también pelearía hoy.
Adorar la belleza y
destruirla:
tal es, según lo veo, el doble filo
de nuestros impulsos, por los que vivimos.
Pero también la amarga paradoja
de entregar eso que amamos al peligro
y luego abalanzarnos, ya muy tarde
y con puños cerrados, a su defensa.
tal es, según lo veo, el doble filo
de nuestros impulsos, por los que vivimos.
Pero también la amarga paradoja
de entregar eso que amamos al peligro
y luego abalanzarnos, ya muy tarde
y con puños cerrados, a su defensa.
La despedida de Don Juan
Acostado con mujeres
en cuartos oscuros
dulce escalofrío carnal
tras la persiana sombría
largos haces de luz
sobre pechos recostados
cálidos montes
de dulzura que respira
piel joven con aroma
a rosas mallugadas
o el ansia tierna
de la mediana edad
una vela ondulante
que oculta azules venas;
un cansancio elocuente
mientras la luz se agota
tu exhausta compañera
se tambalea a los tibios
muelles del sueño
y tú despiertas de a poco
para enfrentar de nuevo
la atractiva quimera:
buscar eso que falta
en tu propio individuo
en el cuerpo entregado
de alguien más
mientras la noche honda
como un cisne negro
pasa nadando altiva.
en cuartos oscuros
dulce escalofrío carnal
tras la persiana sombría
largos haces de luz
sobre pechos recostados
cálidos montes
de dulzura que respira
piel joven con aroma
a rosas mallugadas
o el ansia tierna
de la mediana edad
una vela ondulante
que oculta azules venas;
un cansancio elocuente
mientras la luz se agota
tu exhausta compañera
se tambalea a los tibios
muelles del sueño
y tú despiertas de a poco
para enfrentar de nuevo
la atractiva quimera:
buscar eso que falta
en tu propio individuo
en el cuerpo entregado
de alguien más
mientras la noche honda
como un cisne negro
pasa nadando altiva.
Una pequeña muerte
Mi hijita, Úna, se va
a jugar en el bosque
sin miedo, con su nueva muñeca
de trapo bajo un brazo:
una pequeña reina de las hadas
seguida de su viejo caballero.
a jugar en el bosque
sin miedo, con su nueva muñeca
de trapo bajo un brazo:
una pequeña reina de las hadas
seguida de su viejo caballero.
La hallo adentrada
bajo cicutas negras, cedros rojos,
inmóvil sobre una alfombra
de hojas caídas, escaramujos,
bayas de nieve y castañas nudosas:
la decadencia en un tapiz de otoño.
bajo cicutas negras, cedros rojos,
inmóvil sobre una alfombra
de hojas caídas, escaramujos,
bayas de nieve y castañas nudosas:
la decadencia en un tapiz de otoño.
Encontró un ave muerta
que tiene en su otra mano:
los ojos son cuentas brillantes,
pero el pico puntiagudo y frío,
las patas de ramita hechas nudo hacia adentro.
‘¿Po’ qué no vuela?’, ella me implora.
que tiene en su otra mano:
los ojos son cuentas brillantes,
pero el pico puntiagudo y frío,
las patas de ramita hechas nudo hacia adentro.
‘¿Po’ qué no vuela?’, ella me implora.
Y mientras me hinco a dar la
explicación
(le quito entonces el cadáver laxo)
ella repite, confundida, ‘Muerto’.
Y damos sepultura al cuerpo ínfimo
bajo un montón de hojas mojadas:
la tumba para un duende, diminuto túmulo.
(le quito entonces el cadáver laxo)
ella repite, confundida, ‘Muerto’.
Y damos sepultura al cuerpo ínfimo
bajo un montón de hojas mojadas:
la tumba para un duende, diminuto túmulo.
Su primer funeral.
‘Vamos a casa ahora’, digo gentilmente,
y pasamos las ramas golpeteantes
y los charcos de lluvia del Pacífico
donde ella tanto adora chapotear
con sus minúsculas botas de hule.
‘Vamos a casa ahora’, digo gentilmente,
y pasamos las ramas golpeteantes
y los charcos de lluvia del Pacífico
donde ella tanto adora chapotear
con sus minúsculas botas de hule.
Más allá de los altos pinos,
las luces
de Victoria siguen titilando:
fulgores de sodio amarillos
bajo las nubes turbias de la costa
que cruzan la isla de Vancouver
cual bestias ilusorias de camino a casa.
de Victoria siguen titilando:
fulgores de sodio amarillos
bajo las nubes turbias de la costa
que cruzan la isla de Vancouver
cual bestias ilusorias de camino a casa.
Un poema es una ciudad
CUAL DÓLMENES en torno a mi
niñez, los viejos.
Jamie MacCrystal canturreaba para sí
Una canción chapurreada y desafinada sin letra;
Me daba un centavo de propina en su día de paga,
Les daba migajas bondadosas a los pájaros en invierno.
Cuando murió, saquearon su cabaña,
Hicieron pedazos su colchón y le vaciaron su alcancía.
Lo único que no perturbaron fue el cadáver.
Maggie Owens estaba rodeada de animales,
Una perra callejera y sus temblorosos cachorros,
En su recámara, incluso, balaba una cabra.
Era un pozo de chismes profanado,
Colmilluda cronista de toda una provincia;
Pese a su fama de bruja, lo único que me llamaba
La atención era su solitaria necesidad de burla.
Los Niall vivían en un camino montañoso
Donde florecían campánulas de brezo, montones de dedalera.
Todos ciegos, con pensión de ciegos y radio.
Sus ojos muertos chisporroteaban serpentinos si uno entraba
A guarecerse de un aguacero de lluvia montañosa.
Los grillos cantaban bajo la solera del hogar
Hasta que el sol lodoso volvía a brillar.
Mary Moore vivía en una caseta de ferrocarril en ruinas,
Tan famosa como Pisa por su reja inclinada.
Trotaba por los campos con sus botas y su delantal de cuero,
Conduciendo su escuálido ganado desde el establo fangoso.
Prototipo de la fiereza, se quedaba dormida
Con las historias de amor, La estrella roja y El círculo rojo,
Soñando con rituales de amor gitano, sellados por la luz de una fogata.
El locuaz Billy Eagleson se casó con una sirvienta católica
Al morir el último de sus parientes leales a la corona británica:
Bailamos en torno suyo gritando «Al diablo con el Rey Billy»
Esquivando las ramas en arco de su endrino.
Habiendo abjurado de ambos credos, tal cosa le importó un bledo
Hasta que los Tambores Naranja pasaron retumbando en verano,
Los bombines y la cintas relumbrando agresivamente.
Tanto el cura como el doctor llegaron a asistirlos a todos,
A trompicones por entre la nieve o bajo el calor del verano,
De la avenida principal a la calle y hasta el callejón,
Aspirando el aire de montaña entre jadeo y jadeo.
A veces algún vecino con ellos se topaba,
Silenciosos vigilantes del hogar sin fogón,
Hechos, de pronto, a la medida exacta de la muerte.
¡La antigua Irlanda, sin duda! Yo crecí al pie de su cama,
Entre runas y cantos, mal de ojo y pensamientos apartados,
Fiereza fomoria de familia y feudo local.
Representantes macilentos del miedo y la amabilidad,
Durante años y años transgredieron mis sueños,
Hasta que una vez, al centro de un círculo de piedras erguidas,
Sentí pasar sus sombras
Rumbo a la oscura permanencia de antiguas formas.
Jamie MacCrystal canturreaba para sí
Una canción chapurreada y desafinada sin letra;
Me daba un centavo de propina en su día de paga,
Les daba migajas bondadosas a los pájaros en invierno.
Cuando murió, saquearon su cabaña,
Hicieron pedazos su colchón y le vaciaron su alcancía.
Lo único que no perturbaron fue el cadáver.
Maggie Owens estaba rodeada de animales,
Una perra callejera y sus temblorosos cachorros,
En su recámara, incluso, balaba una cabra.
Era un pozo de chismes profanado,
Colmilluda cronista de toda una provincia;
Pese a su fama de bruja, lo único que me llamaba
La atención era su solitaria necesidad de burla.
Los Niall vivían en un camino montañoso
Donde florecían campánulas de brezo, montones de dedalera.
Todos ciegos, con pensión de ciegos y radio.
Sus ojos muertos chisporroteaban serpentinos si uno entraba
A guarecerse de un aguacero de lluvia montañosa.
Los grillos cantaban bajo la solera del hogar
Hasta que el sol lodoso volvía a brillar.
Mary Moore vivía en una caseta de ferrocarril en ruinas,
Tan famosa como Pisa por su reja inclinada.
Trotaba por los campos con sus botas y su delantal de cuero,
Conduciendo su escuálido ganado desde el establo fangoso.
Prototipo de la fiereza, se quedaba dormida
Con las historias de amor, La estrella roja y El círculo rojo,
Soñando con rituales de amor gitano, sellados por la luz de una fogata.
El locuaz Billy Eagleson se casó con una sirvienta católica
Al morir el último de sus parientes leales a la corona británica:
Bailamos en torno suyo gritando «Al diablo con el Rey Billy»
Esquivando las ramas en arco de su endrino.
Habiendo abjurado de ambos credos, tal cosa le importó un bledo
Hasta que los Tambores Naranja pasaron retumbando en verano,
Los bombines y la cintas relumbrando agresivamente.
Tanto el cura como el doctor llegaron a asistirlos a todos,
A trompicones por entre la nieve o bajo el calor del verano,
De la avenida principal a la calle y hasta el callejón,
Aspirando el aire de montaña entre jadeo y jadeo.
A veces algún vecino con ellos se topaba,
Silenciosos vigilantes del hogar sin fogón,
Hechos, de pronto, a la medida exacta de la muerte.
¡La antigua Irlanda, sin duda! Yo crecí al pie de su cama,
Entre runas y cantos, mal de ojo y pensamientos apartados,
Fiereza fomoria de familia y feudo local.
Representantes macilentos del miedo y la amabilidad,
Durante años y años transgredieron mis sueños,
Hasta que una vez, al centro de un círculo de piedras erguidas,
Sentí pasar sus sombras
Rumbo a la oscura permanencia de antiguas formas.
VERSIÓN DE PURA LÓPEZ COLOMÉ
11 Rue Daguerre
De noche, a veces, cuando no puedo dormirme
voy hasta la puerta del atelier
y huelo la tierra del jardín.
Emana suavemente,
en especial ahora cuando se acerca la primavera
y los zarcillos están rizados
sobre el humus, desesperadamente frágiles
en su pasaje por los oscuros,
irredentas parcelas de tierra.
Hay una luz blanca en los guijarros
y en el departamento de enfrente
- de cuatro pisos - silencio.
En esa quietud -delicada pero luminosamente exacta,
una luz escogida - advierto que
las puntas del cerezo injertado hace poco
son de un firme y laqueado negro.
Con el arco adecuado: TRUCHA
boca abajo en el banco sacó
las cañas, para dejar que sus manos
van en el agua sin arrugar
y para reducir la velocidad de inclinación hacia la corriente de
lo que a ella, la luz zarcillo
En su líquido sueño sensual.
Señor creación sin cuerpo
me incliné por un momento en su
toma el sabor de mi propia ausencia,
la expansión de los sentidos en la cámara
lentamente pausa fotográfica
Lo que precede a la acción,
mientras que la curva de mis manos
Ia rizar sobre su cuerpo
Ella estalló, Con visible placer.
Era tan poco realista cerrar
Lo que podría decir a cada pinta
, pero sin la cubierta de sombra,
hasta las palmas de las manos se han convertido en la trampa
debajo de las branquias que palpitaban levemente.
Después de (el revestimiento de mi manera
ampliada, el caballo en agua)
me agarró. Y hoy me
saboreo su terror en mis manos.
UNA JAULA
Mi padre, los menos felices
los hombres que he conocido. Su rostro
conservaba la palidez
de los que trabajan bajo la tierra:
los años perdidos en Brooklyn
audiencia el metropolitano
sacudir la tierra.
Sin embargo, un tradicional irlandesa
que (lanzado bares
estación Clark Street)
bebieron whisky ordenada para
lograr el único elemento
que todavía se sentía
a gusto: la gruesa olvido.
E incluso entonces compuesta a sí mismo,
casi toda la mañana
a marchar por la calle
que da hacia fuera sonrisas
en todas las direcciones
del barrio blanco decente
apascentado la iglesia de Santa Teresa.
Cuando volvió
nos dimos paseos juntos
por campos Garvaghey
buscan espinas en los arbustos
de té, como si
nunca se fue;
una curva de la carretera
que todavía albergaba
caléndulas. Pero nosotros
no sorríamos la
complicidad compartida
de un sueño, porque cuando,
agotado, Odiseo regresa a casa
Telémaco debe salir.
A menudo, al bajar
al metro o el profundo,
veo su cabeza calva,
detrás de las rejas de la entrada;
la marca de un viejo accidente de
coche que late
la frente fantasma.
una IDIOMA injertado
(Muda,
en la sangre, que es la cabeza
cortada de asfixia
a hablar otro idioma -
Como un
sueño largamente reprimido
el tartamudeo calvario y
confundido que me adapte a)
Un niño
grito de Irlanda en la escuela
cuando se tienen que decorar tu Inglés.
Cada vez que se pierde
el profesor
le escribe otra señal
en el collar de madera
que lleva al cuello
Como el ruido
de una vaca, la correa
de una cabra perdida.
Tartamuda,
tropieza completa de la vergüenza
en las sílabas modificados
de su nombre:
vuelve tristes a casa
para encontrar
la piedra ennegrecida
del hogar paterno
cada vez más extraño:
En las cabañas
y en el campo, todavía
hablan la lengua antigua.
Es imposible saludarlos.
Aprender
un segundo idioma,
como la humillación dura
nacer dos veces.
Décadas después
del discurso del nieto del niño
todavía tropieza con sílabas
perdidas de una orden de antigüedad. regresa a casa tristes para encontrar la piedra ennegrecida del hogar paterno cada vez más extraño: En las cabañas y en el campo, todavía hablan la lengua antigua. Es imposible saludarlos. Aprender un segundo idioma, como la humillación dura nacer dos veces. Décadas después del discurso del nieto del niño todavía tropieza con sílabas perdidas de una orden de antigüedad. regresa a casa tristes para encontrar la piedra ennegrecida del hogar paterno cada vez más extraño: En las cabañas y en el campo, todavía hablan la lengua antigua. Es imposible saludarlos. Aprender un segundo idioma, como la humillación dura nacer dos veces. Décadas después del discurso del nieto del niño todavía tropieza con sílabas perdidas de una orden de antigüedad.
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