A LA NIÑA QUE HUÍA EN EL BOSQUE
Yo te iba siguiendo,
silueta clara y fina,
en tu carrera loca, en tu
fuga hacia el viento.
El viento en tu camino y
en tu falda azulina,
yo te iba siguiendo, yo
seguía tu huella,
yo seguía tus pasos de
pluma, yo seguía
tu caprichoso y grácil
huir de golondrina.
Por bosques y por montes
yo te seguía, estrella,
oh mariposa rosa, junco de
mis orillas;
yo te seguía, clara fuente
de maravilla
y era blanca tu sombra y
era de oro tu huella
por los siete caminos
donde seguí tu estrella.
Qué amapola más roja
llevada por el viento.
Oh qué caña más fina, que
columpio más fácil.
Ibas tú como el humo
voluble del incienso
e ibas como los hilos
finos de la glicina
engarzando tu nimbo
matinal en el viento.
Y con qué vivo empeño yo
seguía tus pasos,
catarata de luces,
volantín en el cielo.
La hojarasca mezquina me
negaba tu rastro,
y tú huyendo, huyendo, por
rutas de colores,
huyendo, huyendo, huyendo
por las rutas más altas
sin que te aprisionaran
los garfios de las flores
ni la oscura cisterna te
albergara en su vaso.
ÁRBOL DEL PARAÍSO
No me dejes caer en la
tentacion, Margarita,
apártame de tus dedos
sabios como alfileres;
apártame de la cáscara de
tu tronco con flores,
del caballo más dulce,
apártame tú que puedes.
Líbrame de los viajes de
miel al otro mundo
si debajo de un árbol el
caballo me espera,
líbrame de los grafios de
la montura blanca
de los lomos de nardo de
la yegua canela.
Que no corran unidas la
carrera preciosa,
la manzana del cielo y el
puñal de la tierra.
No me dejes correr en tus
canchas de flores,
que no pise tus hierbas
fatales, Margarita,
en tus aguas ocultas que
no derrame espumas,
en tus piedras azules que
no levante chispas.
Desvíame de tus aguas
–alcohol en racimo–
de las violentas aguas de
tu amapola roja,
de la zarza envolvente y
del surco en camino,
de la culebra de oro que
en el árbol se enrosca.
Desvíame de la flecha de
la curva y la línea,
y del alto y florido
columpio de la hoja.
Eres árbol de leche,
paraiso e higuera,
y estos fuegos alertas
quieren quemar tu casa
explorar tus jardines y
pisar en tus sedas,
Margarita levanta tu
varilla de gracia
y defiéndeme del avance de
la tenaz culebra.
CANTO AL AGUA
El agua azul y limpia y
cristalina
nace desde las lindes de
tu pelo
y baja, libre, hasta tus
uñas finas.
Al agua canto y sobrellevo
en vilo,
al agua azul que desvelada
crece
desde tus plantas en
delgado hilo.
Al agua, al agua limpia
canto y digo:
desde mi oscuro abismo te
presiento,
aguacopa, aguacielo y
agualirio.
Bebe, María, bebe al agua
fría,
pon tu boca en su boca,
pon tu vida
sobre el deleite de esa
resalía.
Desde tu pie dormido hasta
tu pelo
súmate al agua en flor
–lágrimas viva–
dilúyete en cristalino
terciopelo.
Baja tu frente hasta tocar
la piedra,
busca llorando la raíz del
agua,
búscala de rodillas en la
tierra.
DESTINO
Emoción sin raíz y sin
espiga
que hincha el corazón de
los botones
y desangra en aromas.
Pestañita de lumbre de mis
antros
por donde va mi tosca
melodía
y revienta en estrellas mi
palabra.
Pecado que desgrana su
lujuria…
¡con mis manos de barro lo
recojo
y me parecen rosas sus
espinas!
Polen de luz dormido sobre
el alma,
¡Viene ebria la abeja de
la vida
y aparecen los besos como
estambres!
FAUNA LÍRICA
Hembra firme, sin macho,
virgen bajo la selva,
y rítmicamente fina,
voluptuosamente,
caminando lasciva con paso
de culebra:
hecha del barro blanco con
que se hacen los dientes,
con concurso de elásticos
de apretadas almendras
y florido tamaño de árbol
adolescente.
Hembra de azul guarida,
faunesa de la selva
(Todos te ignoran, pero
¿yo necesito pruebas?
¿He de buscar el libro que
no sabe de sueños?
¿He de poner en duda la
palabra del trébol?
¿Han de importarme acaso
las protestas de Octavio
si colgado en mis barbas
me rezonga ¡mentira!
Y me busca querella por
mis ochavos nuevos?)
Hembra de azul guarida,
faunesa de la selva,
nadie te ha visto, pero
aquí alumbran tus señas,
aquí queman y muerden como
brasas tus huellas,
aquí está la hojarasca como
revuelto lecho
y aquí está la ceniza
donde ardieron tus piernas.
Ninfas que nadie ha visto,
pero que sin embargo
(¿He de tener en cuenta
las razones de Braulio
si me aturde la oreja
porque lo que yo digo
no figura en los libros ni
lo dicen los sabios?)
Ninfas que nadie ha visto,
pero que sin embargo
en las lunas crecientes
abren como corolas,
blanca la indefinible
cucharada de sales
y dislocado el tenue talle
como una soga.
LUZ UNITARIA
Quieta y firme en su fondo
de dulce índice blanco
y vale decir de hueso puro
o de metal sonoro,
o vale decir ruiseñor de
piedra santa,
sal descubierta a golpes
de herramienta
o campana cantando a golpe
vivo.
Y vale decir de hermosa
piedra congelada
o de dulce corazón y de
lámpara.
Cincelada en celeste como
una espada fría
y mas verde que el delgado
corazón de alambre,
ni el agua limpia que pesa
mas que un río
ni el sueño espeso que le
sirve de alimento,
ni aun el esfuerzo de los
elementos primarios
que establecen su cuerpo
ideal en el aire,
ni la raíz, ni el hueso,
ni la lámpara:
sólo su pura y dulce luz
de adentro.
Su brasa inmóvil de duro y
seco hielo
mas que una imperial
estrella de hierro azul,
mas que un agua mineral de
agrios filos;
toda encendida debajo de
su pollera fría,
hecha hoguera y pan
blanco, vuelta unísona leña,
toda retoñando por sus
natales substancias,
labrando una sortija
antigua con los dientes,
haciéndose una cavidad
obscura con las uñas,
o un aire propicio para su
naturaleza.
Crece su nuez adentro como
un órgano nuevo,
crece como un sol
solitario en un vientre,
como el diente del niño en
la leche blanda;
crece el lento gusano
transformándose en hueso,
crece el blanco carbón,
crece hacia adentro.
Luminosa materia, en su
gran consistencia
hay un gusto a pecado,
existe un ciego beso,
una apretada lágrima de
sal viva que quema;
hay un crimen violeta en
este anillo espeso,
en este unido corazón que
suena fuerte.
MARINA
Cuán triste te espera mi
playa de arena.
Tu mar de belleza se
acerca cantando,
me muerde y me deja su
sabor de pena.
Cuando ya rendida te tengo
a mi vera,
te yergues de nuevo,
dejándome sólo
tu beso mordiente de
angustia y salmuera.
Mi playa te espera
doliente y serena,
pero en esa danza que
cimbra tu vida
tú rompes mi pobre corazón
de arena.
Mi playa te sigue tendida
al ocaso…
Tu cuerpo de fruta, lejano
y esquivo,
¡cómo lo tuviera ceñido a
mis brazos!
ROBLE
¡Cómo le nacen hojas a mi
roble,
cómo revientan flores en
mis ganchos!
He sido, apenas, la raíz
oscura
y hoy el amor me da su
linfa grande.
¡Cómo me abrasa un hálito
de surco,
y cómo tremolan mis
anillos verdes!
La primavera me besó las
manos
y entre los dedos me cuajó
esmeraldas.
Gloria de un pobre gajo
carcomido:
¡hoy también puedo
perfumar el aire!
¡Decir que tengo suavidad
de nido
y lengua de seda que se
apaga y arde!
Aves del cielo cobijó mi
copa
y se han vuelto cantos
todas mis palabras.
¡Germinal de ensueños me
besó la boca
y en hojas y flores
reventó el milagro!
BOSQUE
¿Con qué llave de cábala
han de abrirse tus arcas?
¿Con qué piedra de gracia
he de golpearme el pecho
para que al fin se me
abran como flores tus puertas?
¡Oh majestuoso duende de
la barba florida!
Aquí estoy de aventuras,
pero nada he resuelto.
Tantos signos me mienten.
La centella, la aurora;
mis pasiones tan vivas, el
diablo del Laberinto
y esta duda de afuera como
piedra y esfinge.
Aquí estoy de aventuras,
pero nada poseo.
Ni el caballo que tiene la
herradura de vidrio,
ni la cota de mallas para
cambiar de cara,
ni la espada que canta
como un lirio en el aire.
¿Cuál será la medida de tu
sésamo ábrete?
¿Cuál la cisterna húmeda,
pura como una polca?
Ya, comadre cigueña, baje
del campanario,
eche su cuello al viento,
baraje como una mula.
Calzado con mis virtuosas espuelitas
de cobre,
corta se nos haría la
estación de la luna.
Y, linda princesa mía,
cómo estarás llorando
porque tu estrella triste
se tumbó a la deriva.
Mas yo seré el que
conquiste tu castillo de naipes,
el que te signe el pecho
con su rama de olivo.
Y pobre del dragón verde
que está echado en el césped
gozándose en la doliente
procesión de tus lágrimas.
Yo le haré que se oville
como un perro de lana
hasta lamer el polvo de
oro de tus sandalias.
Aquí estoy, de aventuras,
y está todo resuelto.
Yo seguiré mi norte,
camino de la leyenda,
hasta que un sabio golpe
de mi hacha de viaje
me haga llegar a siete
estados bajo la tierra.
Tomado de:
https://www.isliada.org/poetas/juvencio-valle/
ME MUERO IRREMEDIABLEMENTE
Me estoy muriendo en una
Biblioteca
entre libros en fila,
testigos filósofos del
hecho;
libros que desde lejos me
contemplan,
mudos por fuera,
pero por dentro llenos de
elocuencia,
y a quienes digo:
un momento Jorge Manrique,
San Juan de la Cruz,
espérame,
perdóname, Quevedo.
Pidió mi muerte a plazos
el director del
establecimiento,
la decretó el Ministro a
ciegas,
y las paredes frías
quedaron silenciosas;
el techo de cemento
todavía no se viene abajo,
los mármoles del piso
parecen lápidas.
Oídlo por mi boca:
me muero día a día.
Que lo digan
simultáneamente
mi compañero Alfonso
Montenegro,
mi amigo Juan Cavada, la
señora Emma,
las tres Marías de la
Biblioteca
las dos Zulemas.
Y también los más jóvenes,
desde hoy sentenciados
a morir con el libro en la
mano.
El alma se me cae en los
tinteros,
nado en un mar de fichas y
papeles,
archivadores, cartas,
máquinas de escribir,
feroces máquinas
de sumar y multiplicar
congojas,
timbres eléctricos,
gritos del emperador
doméstico,
números, oficios:
me falta el aire azul,
me ahogo
irremediablemente.
Soliciten una junta de
médicos,
traigan sus instrumentales
los doctores,
alargadme una rama,
llamad a los bomberos.
Aquí se necesitan
brujas en una escoba,
exorcismos violentos,
uñas de la gran bestia,
amuletos o cruces
para espantar el diablo en
esta casa.
Píldoras para la libertad
perdida,
cuerdas de salvataje,
una ventana abierta al
sur,
un caballo ensillado,
una ráfaga.
Venid con yerbas frescas
para mi mal de adentro;
necesito con urgencia una
botica,
yo todo me lo tragaré de
golpe:
mis días están contados
pero aún pudiera ser
tiempo.
Poned un radiograma a los
poetas,
que los colegas sepan la
noticia,
que nadie ignore cómo me
encarnecen,
un cable que escuetamente
diga:
«por disposición del jefe
de Servicio
—un malo de la cabeza—
a esta hora se está
muriendo,
irremediablemente,
Juvencio Valle
en la Biblioteca Nacional
de Chile».
BOTÁNICO
Parezco todo un sabio
—de larguísima barba—
cuando
alguna tarde suelo
—por ver y por saber o por
capricho—
examinar a fondo el
heliotropo,
y cojo la flor y la
levanto
como a una mariposa
entre el pulgar y el
índice.
A contraluz, atento, la
contemplo,
desde abajo la miro,
y ya un pequeño vaivén, un
soplo de aire,
me echa sobre la cara
algún pétalo suelto
o el polvillo dorado
de su escondida luna.
La llevo hasta mi mesa
y sobre un libro abierto
la deposito;
allí, mi mínima víctima,
se me queda dispuesta y
silenciosa:
cabellera cortada,
puñado de perfume.
Fruncido el entrecejo,
amurallado entre gruesos
tratados,
vidrios de aumentos,
lupas,
estudio a mi prisionera;
pero ella, como única
defensa
—oh, poder de la gracia—,
perfumándome los ojos
me invalida.
EL LIBRO PRIMERO DE MARGARITA
VIII
Margarita no tiene oficio
aparente; no tiene siquiera figura de flor o mariposa; se mueve con trancos de
joven duquesa. Es lo extranjero en un país de repente descubierto y sin embargo
todo ello tan a tono con la casa. Como quien recopila perfumes o palabras
donosas, ella va levantando a medio cielo una larga red de luces que le
pertenecen íntegramente. Son sus estrellas menores. Cada vez que se inclina
caen al agua en mayor número y el agua interna se ilumina y se hace santa como
agua de bautizo.
Y todo esto a través de
cierta espesura, de cierto cristal continente que cuida de su porvenir. ¿Qué
mayor abundancia si ella se desnuda y aparece a lo vivo con su sol de
vergüenza? En su dormitorio la vida cobra aspecto de diluvio: rosas,
golondrinas y corderos aparecen con el olivo en el pico. El agua rebulle y se
ilumina a contraluz. Se mantiene en completo desasosiego, iniciando embestidas
nuevas, tratando de subir con pie de vidrio al retablo de la niña. ¿Qué
instantáneo sobresalto le comunica este apetito al agua? ¿Será que allí anda la
luna navegando entre chinelas y bombachas chinas? ¿Será que el jazmín en polvo,
el arroz y las violetas trémulas del pecho le electrizan la piel de holanda?
Es aquí ciertamente cuando
nos damos cuenta de que el agua tiene una legua plural y unas inclinaciones de
abierta impudicia . El agua lleva siempre una dirección voluntariosa, vive para
sus instintos primarios: se relame la trompa incisiva y conspira por costumbre.
Es libertina y sigilosa. Para su gobierno se requerirían las duras corrientes
del mar, los broncos caballos marinos que le galoparan a base de huracanes la
barriga constante. O bien el verbo espacioso, de largo acento abstracto, que le
sacara de su ausencia para hacerla vivir en positivo.
--¡Basta de hacer espuma
en el vacío; levantemos ahora chispa en el tenebroso! Con aspereza, porque los
elementos van declinando en su travesía acompasada, van perdiendo relieve al
extraviarse en obscuras inmersiones. Ceño, voluntad, relente, forman como una
nube encima de los cuerpos moribundos. Los pozos se llenan de algas, las
lagartijas pierden sus colas, los relojes se detienen y escuchan. Y andando más
aún ¿nos olvidaremos de esos universos redondos cuyas montañas se han
desvanecido al roce continuo de la oscuridad? ¿nos olvidaremos de las piedras
del mar demolidas poco a poco por el agua uniforme? Animales y objetos van
quedándose en la sombra, huesos y maderos van pudriéndose en la humedad. Las
cosas adquieren forma de largas cañas, de pitos prolongados que al pasar sonando
débilmente y al escabullirse por entre túneles y anillos son como elásticos
alimentados con vinagre. Tamaño, color, forma, movimiento, caben en una misma
débil canal, sin escalas, sin saltos, sin piedras preciosas. Parece como si una
espesa masa gris caminara hacia una alta garganta; o como si la ceniza y el
polvo de la muerte se treparan al pecho de las cosas vivas. La materia no tiene
consonancia, manifestaciones libres, potencia interior. En su larga angostura
carece de motor y de medida. Se vacía, se reúne y cobra aspecto de serpiente;
pero no se eleva, no echa chispas, no ofrece frutos amarillos.
Tomado de:
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