domingo, 26 de marzo de 2023

POEMAS DE SUSANA MARCH

 


Apenas ayer mismo

 

¿Me reconocéis?

Hace poco, apenas ayer mismo,

yo era una muchacha

con una grave voz de adolescente,

un cándido amor por la vida,

una crédula fe.

 

¿Me reconocéis?

 

Apenas ayer mismo,

yo llevaba un traje de colegiala,

un lazo azul celeste sobre el pecho,

una cartera de cuero bajo el brazo,

me sabía de memoria todos los cuentos de hadas,

tenía amigas

con calcetines blancos...

 

¿Me reconocéis?

 

Apenas ayer mismo,

yo acunaba a un niño pequeño entre mis brazos,

besaba a un hombre por primera vez,

obedecía las órdenes de mi madre,

dibujaba anagramas en las sábanas de boda.

 

¿Me reconocéis?

Apenas ayer mismo, yo era una mujer joven...

 

 

Cada vez que levante los ojos...

 

Cada vez que levante los ojos

beberé toda el agua del cielo.

Su agua azul, temblorosa de pájaros,

se me irá derramando por dentro.

 

Y allá donde las sombras mezquinas

me despierten un mal pensamiento,

allá donde se agiten las alas

nocturnas y vagas de tristes deseos,

 

formará el claro río una charca

de profundo y tersísimo espejo,

zodiacales los signos en torno,

y la estrella de Sur en el centro.

 

Y si un día me siento agobiada

de tener tanto cielo en el pecho

me hundiré en una charca clarísima

con un rayo de sol en el cuello.

 

Suicida de azules riberas,

yaceré sobre un lodo arcangélico.

Un reposo de miles de años

me estará acariciando los huesos...

 

 

Compañeros

 

                                                       "...Mal vestido y triste,

                                voy caminando por la calle vieja".

                                                                            A. Machado

                             

 

Y yo te acompaño. Voy contigo. Hablamos.

No nos separa nada: ni distancia, ni sexos.

Vamos del brazo juntos, caminando

como dos compañeros.

A veces te detienes. Levantas la cabeza.

Miras, sin ver, el cielo.

Y es como una cascada

de luz sobre mis hombros tu silencio.

Sonríes contemplando

la inmensa soledad del campo abierto,

y dices algo hermoso

sobre el río, los álamos, el pueblo...

 

 

Desdén

 

Después de todo, tú no me haces falta.

Al fin, ¿quién eres tú? Nervios y sangre,

carne que ha de podrirse en el sepulcro;

un puñado de polvo solamente.

 

Si he de morir después de haberte amado

¿la muerte me será más llevadera?

¿Qué haré en la tumba con tus dulces besos

temblándome en la boca descarnada?

 

¿Podré seguir soñando? ¿Habrás de darme

nueva vida quizá? ¡Eres tan poco!

Nada importa que alientes si algún día

has de dejar de ser. Hoy eres fuerte.

 

Mañana jugará un niño en el campo

con tus huesos antiguos, destruidos.

¿Para qué un alma que no tienes,

que no tendrás jamás? ¡No me haces falta!

 

Voy recogiendo pálidas estrellas,

hierba estelar con que formar mi tumba.

Allá, en las sombras, tú estarás inmóvil.

¡Mas yo me agitaré en las margaritas!

 

 

Deseo

 

Ayúdame.

Estoy

ciega.

Mi sed

me ciega.

Cúbreme.

Estoy desnuda.

Abre

las puertas

de mi reino.

Esclavo mío,

asume

tu importancia,

dame

tu ley.

 

Exijo

tu fuerza.

¡Ámame!

 

La tierra,

el viento,

el fuego,

el mar

con su oleaje....

¿Qué importa,

di,

qué importa?

Me bebo el Universo

en tus labios,

amante.

 

 

De ti y de mí

 

Si tú eres la montaña,

yo soy la flor, el aire, la llanura,

la fuente limpia y pura,

el río que te baña,

la hondonada,

la cubre y el paisaje;

el zafiro del cielo y la nube de encaje.

Todo y nada.

 

Tú eres lo duradero,

lo que persiste y queda, la verdad de las cosas.

Yo soy como las rosas.

Doy mi perfume y muero.

Tú eres el titán

que a fuerza de constancia perforaste las rocas.

Yo soy una de esas vírgenes locas

que nunca saben donde van.

 

Inconstante y alada,

tan pronto rozo estrellas como me mancha el lodo.

Lo quiero siempre todo,

y nunca tengo nada.

Sí; tú eres el más fuerte

y el más bueno quizás.

Tú sabes dónde vas.

Yo sólo voy donde quiere la suerte.

 

Nos encontramos un extraño día.

Tú el hierro; y la luz.

y nos unimos en una misma cruz

de poesía.

 

Si tú eres la montaña

que aguarda sin temor el vendaval,

yo soy la fuente de cristal

que florece en su extraña.

 

Y no puedes conmigo,

valeroso y profundo monte del Himalaya.

Para no sucumbir, necesitas que vaya

a sembrar en ti mi trigo.

 

 

Diciembre

 

Si un día rompo a cantar,

todo cantará conmigo.

 

Esta mudez de los campos

se rasgará con mi grito.

 

Las nubes vagan sin prisa

desnudándome el camino.

 

¡Qué desolado horizonte

en este mes de los fríos!

 

Hay un revuelo de escarcha

sobre los jóvenes pinos.

 

Diciembre levanta un cáliz

de pájaros en exilio.

 

Yo dormida, voy soñando

dulces lares encendidos...

 

 

El hijo

 

¿Quién eras antes, dime?

¿Un ángel? ¿Un príncipe de cuento?

¿Tal vez un dios? ¿O un pájaro?

¿O un álamo esbelto?

¿Quién eras? ¿Un claro arroyo

cruzando un verde bosque de abetos?

¿El capullo de un jardín? ¿Un pedazo

de viento?

¿Quién eras antes, dime? ¿Por qué

diste a mi vida tanto deslumbramiento?

Me basta con tocarte

para que se me apacigüe el pensamiento.

Y me basta con verte

para sentirme a gusto con mi cuerpo.

¿Quién eras, dime?¡Oh mago

de mi ser descontento!

Con tu varita mágica

me vas cambiando los sueños,

me vas cambiando la vida...

¡Ya no me quejo!

 

 

El viento

 

Todo ha vuelto a quedarse quieto

todo en su sitio y en reposo.

Va navegando por los días

la barca triste del otoño.

 

Fue allá, por la primavera...

Era un mundo maravilloso.

Tú llevabas el Universo

metido dentro de los ojos.

 

Te vi llegar como se mira

todo lo extraño y misterioso.

Sentí lo mismo que si un viento

me sacudiera por los hombros.

 

Luego partiste... Fue un segundo.

Mi corazón se quedó solo.

Ahora miro pasar la vida

como un reguero sobre el polvo.

 

 

Enamorada

 

Hiéreme. No me importa.

Duéleme en todo lo mío;

en mi sangre y mi alma,

en mi corazón y en mis pensamientos.

Dame un hondo dolor

si no puedes darme un perdurable gozo.

¡Está en mí como sea!

Mi vida va bordeando tus orillas

como un río profundo, como un río

sin nacimiento y sin muerte,

dilatado en tus márgenes, sujeto

al cauce que le des...

 

 

Eternidad

 

Yo sé que estaba entonces cuando nada existía...

Estaba allí, en las sombras de un valle solitario

donde aún no fluía la música del agua.

Mi desnudez se alzaba sobre el vago paisaje

como un grito de auxilio en el mortal vacío.

Fueron mis senos las primeras flores,

y mi vientre la almohada de la vida;

nacieron de mis ojos las estrellas

y mi mano encendió la viva antorcha

de la continuidad. Bestias y plantas

latían a la vez en mis arterias.

Avanzaba insegura entre las sombras

y a mi paso las tierras florecían....

 

¡Ya ves si es vieja el alma que te busca!

¡Qué corte de milenios la acompaña!

Presencié la erupción de los volcanes,

el duro nacimiento de los montes;

vi marchitarse inmensos vegetales

que ya no conocieron los humanos.

Y hundida en las tinieblas inauditas,

escuché los aullidos de los monstruos

que mataban la luz a cuchilladas.

 

Heme aquí, tan antigua como el mundo,

con este amor nacido de mi frente,

con esta enorme sed que no he saciado.

No me exijas virginidad alguna.

Allá, en aquel silencio pavoroso,

la Vida me violó bárbaramente...

Manchada estoy por la humedad del musgo,

por la tierra y el fuego y la lascivia

milagrosa del aire. Si me quieres,

tómame fecundada por los sueños,

preñada por la gracia de los siglos.

 

 

Hace mucho tiempo...

 

                                                                     A Carmen Conde

 

Hace mucho tiempo: ayer.

-¡Qué palabra, ayer, más lejana!-

Ayer había pájaros por todos los rincones del cielo,

era primavera en las calles,

y también era primavera aquí, en mi piel,

debajo del vestido,

debajo de los encajes

de mi enagua.

Sí, yo sentía la primavera

como se siente el primer dolor del parto,

el primer beso en la boca,

la primera deserción de un amigo.

Pero luego todo eso pasó.

Me acostumbré a ser dañada y poseída,

a renunciar y a equivocarme.

Me acostumbré a ser una mujer indiferente

y discreta,

que apenas permite que le suban a los labios

los tumultos del corazón.

Digo: «Buenos días», sonrío al vecino,

tengo amigos plácidos que no me comprenden,

y envejezco un poco

todas las mañanas...

Me miro al espejo,

me encojo de hombros.

¿Soy yo? ¡Qué me importa! Va la primavera

lejana

por valles,

por montes azules...

Va la primavera -¡quién lo sabe!- lejos.

Yo ya no la siento.

Yo estoy como muerta.

 

 

He cambiado todas mis rosas por un lugar cerca del fuego...

 

He cambiado todas mis rosas por un lugar cerca del fuego,

por el sosiego de mi alma la negra seda de mi pelo,

he vendido mis esperanzas por un puñado de recuerdos,

mi corazón por un reloj que sólo cuenta el tiempo muerto,

mi última moneda de oro se la di de limosna al viento,

ahora ya no me queda nada, desnuda estoy como el desierto,

un oasis de mansedumbre está brotándome en el pecho.

 

 

He soñado contigo...

 

He soñado contigo

sin saber que soñaba...

 

En la gran chimenea

crepitaban las llamas,

la tarde se moría

detrás de la ventana.

 

Te he visto en mis ensueños

como un blanco fantasma,

alto junco ceñido

al aire de mi alma.

 

Te he visto ennoblecido

por estrellas lejanas,

turbado por la fiebre

de mi propia nostalgia.

 

Sobre la alfombra, quieta,

te sueño arrodillada.

Te sueño como a un Príncipe

de los cuentos de Hadas,

como a un vikingo rubio

con escudo de plata.

 

¡Qué bien quererte mucho

hasta quedar exhausta!

¡Qué bien sentirme siempre,

--¡Dios mío! -- enamorada!

Me da miedo el vacío

que me queda en el alma,

el frío que me hiela

cuando el hechizo pasa.

 

Yo quiero amarte mucho,

con un amor sin pausa,

con un amor sin término,

como los dioses aman,

como los astros, como

las bestias y las plantas.

 

Siento celos del leño

que acaricia la llama...

¡Igual me abrasaría

si tu me acariciaras!

 

 

Indolencia

 

¡No me digáis que sigo siendo

una pobre mujer

equivocada!

Lo sé.

y sé más cosas todavía.

Sé que he soñado tanto

que convertí en inútiles

las más puras verdades;

sé que inventé yo misma

los más altos obstáculos;

sé que la vida era otra cosa,

¡y entonces ya lo sabía!

Pero una nace a veces así, torpe

y desmesuradamente triste,

y todo cuanto toca

se le va convirtiendo en cenizas.

Porque yo tuve dieciséis años

y aspiré a ser como un dios en la tierra.

Aspiré a dignificar a los hombres,

a enorgullecerme de mí misma.

Pero, ¡ya pasó!

Todo cuanto vosotros podáis echarme en cara,

hace mucho que yo me lo vengo repitiendo.

Extranjera en el mundo,

he contemplado la dicha de los otros

con una desesperada indiferencia.

Pero ya nada importa nada.

Aquí sigo en mi puesto,

con mi adolescente actitud de ávido hastío,

con mi lamentable corazón de muchacha

apasionadamente muerto.

¿Qué más da sentirse desdichada

si apenas queda tiempo de llorarse?

Es tarde para rectificar toda una vida

y, además,

ya lo sabéis,

soy indolente...

 

 

La campesina

 

Venías de la fuente,

en la cadera el cántaro apoyado

sembrando su líquido tesoro

sobre el mísero polvo de los campos.

 

Venías de la fuente,

sucia de labor y besos de muchacho.

El seno te latía

dulcemente, como un pequeño pájaro.

 

Venías de la fuente,

el pelo hirsuto al aire, despeinado,

llena de risa aún y desbordante

lo mismo que tu cántaro.

 

Allí quedaba el mozo,

amante de un minuto, bajo el álamo.

Y volvías los ojos gozadores

una vez y otra vez, a cada paso.

 

Te vi venir sin prisa

desde el zaguán oscuro y sosegado....

-Como un corcel de fuego

sacudía sus crines el verano-.

 

Cruzaste lentamente,

sin verme, por mi lado.

Dejabas un perfume

a joven gozo, a besos, a tu paso.

 

Te siguieron mis ojos

calle arriba -cargada con tu cántaro,

cargada con tu cuerpo jubiloso-,

con unos celos lánguidos....

 

 

La meta

 

He cambiado todas mis rosas

por un lugar cerca del fuego.

 

Por el sosiego de mi alma,

la negra seda de mi pelo.

 

He vendido mis esperanzas

por un puñado de recuerdos.

 

Mi corazón por un reloj

que sólo cuenta el tiempo muerto.

 

Mi última moneda de oro

se la di de limosna al viento.

 

Ahora ya no me queda nada.

Desnuda estoy como el desierto.

 

Un oasis de mansedumbre

está brotándome en el pecho.

 

 

La pasión desvelada

 

Dame tu voz antigua en cuyo acento escucho

el rumor de los bosques primitivos,

el canto misterioso de los seres selváticos,

el grito  de agonía

de la primera virgen violada.

Dame tu voz antigua donde yo reconozco

mi propia voz extinguida,

aquella que cantaba hace milenios

en las frondosas selvas sin historia,

aquella que sonaba en el murmullo

de las límpidas fuentes intocadas.

 

Yo fui una gota de agua,

o un pájaro aturdido cruzando el aire nuevo

de la aurora del mundo;

acaso un pez de oro sobre cuyas escamas

probó el sol la dorada destreza de sus rayos.

Mas era ya la misma doliente criatura

que ahora soy, consumida de sueños y tristezas,

en el ardiente caos del Paraíso,

con los ojos abiertos al secreto de Dios.

 

Es tu voz el puente por donde regreso,

milenios y milenios traspasando,

a mi libre existencia de agua fresca,

de verde candidez. Mi carne gime

escuchando tu voz como si oyera

la llamada lejana y misteriosa

de las tribus sin nombre. Rituales

de sangre y fuego en el brutal nocturno,

aullidos fugitivos y, en la hierba,

mi cuerpo -¿de mujer?, ¿de reptil?, ¿de insecto?-

hollado por la bárbara dulzura

de la pasión del mundo.

 

 

La tristeza

 

No es el dolor de los amores incumplidos

ni los ideales deshechos.

No es tan siquiera la melancolía

de envejecer.

Es algo más tremendo y más grande,

algo que crece dentro de mÍ,

tal vez en el tuétano de los huesos

y que, acaso, se llame vida.

Porque vivir es triste:

vivir es una daga que se lleva clavada en la sangre.

Me duele abrir los ojos todas las mañanas

y encararme con las cosas que conozco y no entiendo.

 

Me duele dormirme todas las noches

y no haberme respondido a nada.

¡Porque nada tiene respuesta!

He dado un hijo al mundo

y este hijo me pesa en la conciencia,

porque lo he creado para la muerte y el dolor.

Sus jóvenes miembros perecerán un día,

se secará su risa

como las viejas fuentes de la montaña.

¡Un cuerpo tan hermoso, un corazón tan puro!

 

No puedo sentir conformidad.

Hay en mi corazón un rebelde brote que me aflige.

¡Llámense dichosos ellos! Yo no.

Cuando hundo el rostro entre las manos,

no lloro por un dolor concreto.

La voz humana no podrá consolarme jamás

porque ignora la palabra justa.

Tal vez Dios la pronunciará algún día. Dirá:

                                                   "Levántate".

Y yo ascenderé hasta el límite del hombre,

más allá de sus pasiones sencillas y bárbaras.

Ascenderé hasta el ángel y la estrella,

hasta la celeste sandalia del Creador.

Y sentiré en mi pecho la resurrección

de los antiguos privilegios humanos;

el privilegio de la ternura y de la paz,

de la piedad y de la alegría.

Porque yo sólo he contemplado en torno mío

odios y guerras fratricidas,

hipócritas mendigos que cubren sus harapos

con regios mantos de virtud,

niños hambrientos y descalzos,

prostitutas;

hombres enriquecidos en criminal comercio,

¡miseria en todas partes!

siglo amargo mi siglo para gozar del mundo,

amar la primavera,

vestir los blancos ropajes de la felicidad.

¡Un luto eterno bajo la piel!

Un luto eterno

para los que murieron torturados

en las guerras,

para los que perdieron sus hijos y su hogar,

para los desterrados y los tristes

que todavía no han hallado el camino del regreso.

 

 

Oscuro amor... Tu muerte es ya mi muerte...

 

Oscuro amor... Tu muerte es ya mi muerte.

Más allá de este mar, ¿qué extraña orilla

cobijará mi náufraga tristeza?

Me evadiré del viento

que transita en mi sangre,

sacudiré mis lágrimas

como las largas crines de un caballo salvaje.

Quiero partir contigo,

sin mí, por los senderos

extraños y remotos

por donde vas a ciegas, tropezando.

Te seguiré sin lástima y sin gloria,

mendiga de unos ojos,

de una voz, de una mano cercenada

en el umbral del sueño...

 

Te seguiré hasta allí donde tú acabas

para acabar contigo.

Tomado de:

http://amediavoz.com/march.htm

 

 

Eternidad

 

Yo sé que estaba entonces cuando nada existía...

Estaba allí, en las sombras de un valle solitario

donde aún no fluía la música del agua.

Mi desnudez se alzaba sobre el vago paisaje

como un grito de auxilio en el mortal vacío.

Fueron mis senos las primeras flores,

y mi vientre la almohada de la vida;

nacieron de mis ojos las estrellas

y mi mano encendió la viva antorcha

de la continuidad. Bestias y plantas

latían a la vez en mis arterias.

Avanzaba insegura entre las sombras

y a mi paso las tierras florecían....

 

¡Ya ves si es vieja el alma que te busca!

¡Qué corte de milenios la acompaña!

Presencié la erupción de los volcanes,

el duro nacimiento de los montes;

vi marchitarse inmensos vegetales

que ya no conocieron los humanos.

Y hundida en las tinieblas inauditas,

escuché los aullidos de los monstruos

que mataban la luz a cuchilladas.

 

Heme aquí, tan antigua como el mundo,

con este amor nacido de mi frente,

con esta enorme sed que no he saciado.

No me exijas virginidad alguna.

Allá, en aquel silencio pavoroso,

la Vida me violó bárbaramente...

Manchada estoy por la humedad del musgo,

por la tierra y el fuego y la lascivia

milagrosa del aire. Si me quieres,

tómame fecundada por los sueños,

preñada por la gracia de los siglos.

 

 

Primavera

 

¡Ay, qué desconcierto

estar aquí, sin amor!

Tiembla la primavera

en cada miembro mío;

el aire engarza pájaros,

las nubes se desposan

como un príncipe rubio que las viste de oro;

un vegetal desmayo

desnuda a las doncellas, desnuda a las acacias…

¡Yo aquí, sin amor! Mar de alhelíes,

de fresca y limpia yerba; mar de jóvenes cosas:

pájaros, niños, árboles…

¡Qué oleaje de flores

sobre los claros días!

Y yo aquí, sin amor. Los ojos llenos

de verdes resplandores,

el corazón latiéndome

dulce, tibio, asequible, claudicante,

los labios entreabiertos

para beber el aire, para beber las flores, para beber la vida.

 

¡Amor! ¡Qué bien se dice! ¡Qué nombre más hermoso!

Decirlo dulcemente,

clavarlo como un dardo

finísimo al oído:

¡Amor…! -Mejor que el beso, la palabra caliente,

mejor que la caricia: Amor… -tan delicada

que, al decirla, la lengua se desnuda,

se perfuman los labios

y el corazón estalla

como un botón de rosa.

 

Amor, ¡tú gobernando; tú creando la vida¡

Amor, ¡Y yo aquí, tan sola como un pozo de agua!

Tomado de:

https://audiolibrosencastellano.com/susana-march

 

 

LA PASIÓN DESVELADA

Dame tu voz antigua en cuyo acento escucho

el rumor de los bosques primitivos,

el canto misterioso de los seres selváticos,

el grito de agonía

de la primera virgen violada.

Dame tu voz antigua donde yo reconozco

mi propia voz extinguida,

aquella que cantaba hace milenios

en las frondosas selvas sin historia,

aquella que sonaba en el murmullo

de las límpidas fuentes intocadas.

 

Yo fui una gota de agua,

o un pájaro aturdido cruzando el aire nuevo

de la aurora del mundo;

acaso un pez de oro sobre cuyas escamas

probó el sol la dorada destreza de sus rayos.

Mas era ya la misma doliente criatura

que ahora soy, consumida de sueños y tristezas,

en el ardiente caos del Paraíso,

con los ojos abiertos al secreto de Dios.

 

Es tu voz el puente por donde regreso,

milenios y milenios traspasando,

a mi libre existencia de agua fresca,

de verde candidez. Mi carne gime

escuchando tu voz como si oyera

la llamada lejana y misteriosa

de las tribus sin nombre. Rituales

de sangre y fuego en el brutal nocturno,

aullidos fugitivos y, en la hierba,

mi cuerpo -¿de mujer?, ¿de reptil?, ¿de insecto?-

hollado por la bárbara dulzura

de la pasión del mundo.

 

 

AMOR II

¡Porque yo sé que tengo tanto amor en los brazos!

Así me pesan, hondos, graves como la vida,

un hijo o un amante, o un ramo de jazmines,

o un retazo de viento, o el talle de una amiga.

 

Aquí, en los brazos, siento gravitar las estrellas,

el pecho de Dios mismo, la dorada gavilla,

el vuelo de los pájaros, el corazón del mundo,

el peso inagotable de mi melancolía.

 

Aquí, en los brazos, todo. Los hombres y los astros,

el fuego de la tierra quemándose a sí misma,

las ilusiones rotas, los sueños consumados,

y las generaciones que arrancan de mi vida.

 

Aquí, en los brazos, todo. El peso de los años,

el peso misterioso de mi propia semilla,

la sinrazón del mundo pesando su mortaja

¡y el peso obsesionante, mortal, de la ceniza!

Tomado de:

https://poesiauniversalblog.com/category/susana-march/page/2/

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