Apenas ayer mismo
¿Me reconocéis?
Hace poco, apenas ayer mismo,
yo era una muchacha
con una grave voz de adolescente,
un cándido amor por la vida,
una crédula fe.
¿Me reconocéis?
Apenas ayer mismo,
yo llevaba un traje de colegiala,
un lazo azul celeste sobre el pecho,
una cartera de cuero bajo el brazo,
me sabía de memoria todos los cuentos de hadas,
tenía amigas
con calcetines blancos...
¿Me reconocéis?
Apenas ayer mismo,
yo acunaba a un niño pequeño entre mis brazos,
besaba a un hombre por primera vez,
obedecía las órdenes de mi madre,
dibujaba anagramas en las sábanas de boda.
¿Me reconocéis?
Apenas ayer mismo, yo era una mujer joven...
Cada vez que levante los ojos...
Cada vez que levante los ojos
beberé toda el agua del cielo.
Su agua azul, temblorosa de pájaros,
se me irá derramando por dentro.
Y allá donde las sombras mezquinas
me despierten un mal pensamiento,
allá donde se agiten las alas
nocturnas y vagas de tristes deseos,
formará el claro río una charca
de profundo y tersísimo espejo,
zodiacales los signos en torno,
y la estrella de Sur en el centro.
Y si un día me siento agobiada
de tener tanto cielo en el pecho
me hundiré en una charca clarísima
con un rayo de sol en el cuello.
Suicida de azules riberas,
yaceré sobre un lodo arcangélico.
Un reposo de miles de años
me estará acariciando los huesos...
Compañeros
"...Mal vestido y triste,
voy caminando
por la calle vieja".
A. Machado
Y yo te acompaño. Voy contigo. Hablamos.
No nos separa nada: ni distancia, ni sexos.
Vamos del brazo juntos, caminando
como dos compañeros.
A veces te detienes. Levantas la cabeza.
Miras, sin ver, el cielo.
Y es como una cascada
de luz sobre mis hombros tu silencio.
Sonríes contemplando
la inmensa soledad del campo abierto,
y dices algo hermoso
sobre el río, los álamos, el pueblo...
Desdén
Después de todo, tú no me haces falta.
Al fin, ¿quién eres tú? Nervios y sangre,
carne que ha de podrirse en el sepulcro;
un puñado de polvo solamente.
Si he de morir después de haberte amado
¿la muerte me será más llevadera?
¿Qué haré en la tumba con tus dulces besos
temblándome en la boca descarnada?
¿Podré seguir soñando? ¿Habrás de darme
nueva vida quizá? ¡Eres tan poco!
Nada importa que alientes si algún día
has de dejar de ser. Hoy eres fuerte.
Mañana jugará un niño en el campo
con tus huesos antiguos, destruidos.
¿Para qué un alma que no tienes,
que no tendrás jamás? ¡No me haces falta!
Voy recogiendo pálidas estrellas,
hierba estelar con que formar mi tumba.
Allá, en las sombras, tú estarás inmóvil.
¡Mas yo me agitaré en las margaritas!
Deseo
Ayúdame.
Estoy
ciega.
Mi sed
me ciega.
Cúbreme.
Estoy desnuda.
Abre
las puertas
de mi reino.
Esclavo mío,
asume
tu importancia,
dame
tu ley.
Exijo
tu fuerza.
¡Ámame!
La tierra,
el viento,
el fuego,
el mar
con su oleaje....
¿Qué importa,
di,
qué importa?
Me bebo el Universo
en tus labios,
amante.
De ti y de mí
Si tú eres la montaña,
yo soy la flor, el aire, la llanura,
la fuente limpia y pura,
el río que te baña,
la hondonada,
la cubre y el paisaje;
el zafiro del cielo y la nube de encaje.
Todo y nada.
Tú eres lo duradero,
lo que persiste y queda, la verdad de las cosas.
Yo soy como las rosas.
Doy mi perfume y muero.
Tú eres el titán
que a fuerza de constancia perforaste las rocas.
Yo soy una de esas vírgenes locas
que nunca saben donde van.
Inconstante y alada,
tan pronto rozo estrellas como me mancha el lodo.
Lo quiero siempre todo,
y nunca tengo nada.
Sí; tú eres el más fuerte
y el más bueno quizás.
Tú sabes dónde vas.
Yo sólo voy donde quiere la suerte.
Nos encontramos un extraño día.
Tú el hierro; y la luz.
y nos unimos en una misma cruz
de poesía.
Si tú eres la montaña
que aguarda sin temor el vendaval,
yo soy la fuente de cristal
que florece en su extraña.
Y no puedes conmigo,
valeroso y profundo monte del Himalaya.
Para no sucumbir, necesitas que vaya
a sembrar en ti mi trigo.
Diciembre
Si un día rompo a cantar,
todo cantará conmigo.
Esta mudez de los campos
se rasgará con mi grito.
Las nubes vagan sin prisa
desnudándome el camino.
¡Qué desolado horizonte
en este mes de los fríos!
Hay un revuelo de escarcha
sobre los jóvenes pinos.
Diciembre levanta un cáliz
de pájaros en exilio.
Yo dormida, voy soñando
dulces lares encendidos...
El hijo
¿Quién eras antes, dime?
¿Un ángel? ¿Un príncipe de cuento?
¿Tal vez un dios? ¿O un pájaro?
¿O un álamo esbelto?
¿Quién eras? ¿Un claro arroyo
cruzando un verde bosque de abetos?
¿El capullo de un jardín? ¿Un pedazo
de viento?
¿Quién eras antes, dime? ¿Por qué
diste a mi vida tanto deslumbramiento?
Me basta con tocarte
para que se me apacigüe el pensamiento.
Y me basta con verte
para sentirme a gusto con mi cuerpo.
¿Quién eras, dime?¡Oh mago
de mi ser descontento!
Con tu varita mágica
me vas cambiando los sueños,
me vas cambiando la vida...
¡Ya no me quejo!
El viento
Todo ha vuelto a quedarse quieto
todo en su sitio y en reposo.
Va navegando por los días
la barca triste del otoño.
Fue allá, por la primavera...
Era un mundo maravilloso.
Tú llevabas el Universo
metido dentro de los ojos.
Te vi llegar como se mira
todo lo extraño y misterioso.
Sentí lo mismo que si un viento
me sacudiera por los hombros.
Luego partiste... Fue un segundo.
Mi corazón se quedó solo.
Ahora miro pasar la vida
como un reguero sobre el polvo.
Enamorada
Hiéreme. No me importa.
Duéleme en todo lo mío;
en mi sangre y mi alma,
en mi corazón y en mis pensamientos.
Dame un hondo dolor
si no puedes darme un perdurable gozo.
¡Está en mí como sea!
Mi vida va bordeando tus orillas
como un río profundo, como un río
sin nacimiento y sin muerte,
dilatado en tus márgenes, sujeto
al cauce que le des...
Eternidad
Yo sé que estaba entonces cuando nada existía...
Estaba allí, en las sombras de un valle solitario
donde aún no fluía la música del agua.
Mi desnudez se alzaba sobre el vago paisaje
como un grito de auxilio en el mortal vacío.
Fueron mis senos las primeras flores,
y mi vientre la almohada de la vida;
nacieron de mis ojos las estrellas
y mi mano encendió la viva antorcha
de la continuidad. Bestias y plantas
latían a la vez en mis arterias.
Avanzaba insegura entre las sombras
y a mi paso las tierras florecían....
¡Ya ves si es vieja el alma que te busca!
¡Qué corte de milenios la acompaña!
Presencié la erupción de los volcanes,
el duro nacimiento de los montes;
vi marchitarse inmensos vegetales
que ya no conocieron los humanos.
Y hundida en las tinieblas inauditas,
escuché los aullidos de los monstruos
que mataban la luz a cuchilladas.
Heme aquí, tan antigua como el mundo,
con este amor nacido de mi frente,
con esta enorme sed que no he saciado.
No me exijas virginidad alguna.
Allá, en aquel silencio pavoroso,
la Vida me violó bárbaramente...
Manchada estoy por la humedad del musgo,
por la tierra y el fuego y la lascivia
milagrosa del aire. Si me quieres,
tómame fecundada por los sueños,
preñada por la gracia de los siglos.
Hace mucho tiempo...
A Carmen Conde
Hace mucho tiempo: ayer.
-¡Qué palabra, ayer, más lejana!-
Ayer había pájaros por todos los rincones del cielo,
era primavera en las calles,
y también era primavera aquí, en mi piel,
debajo del vestido,
debajo de los encajes
de mi enagua.
Sí, yo sentía la primavera
como se siente el primer dolor del parto,
el primer beso en la boca,
la primera deserción de un amigo.
Pero luego todo eso pasó.
Me acostumbré a ser dañada y poseída,
a renunciar y a equivocarme.
Me acostumbré a ser una mujer indiferente
y discreta,
que apenas permite que le suban a los labios
los tumultos del corazón.
Digo: «Buenos días», sonrío al vecino,
tengo amigos plácidos que no me comprenden,
y envejezco un poco
todas las mañanas...
Me miro al espejo,
me encojo de hombros.
¿Soy yo? ¡Qué me importa! Va la primavera
lejana
por valles,
por montes azules...
Va la primavera -¡quién lo sabe!- lejos.
Yo ya no la siento.
Yo estoy como muerta.
He cambiado todas mis rosas por un lugar cerca del fuego...
He cambiado todas mis rosas por un lugar cerca del fuego,
por el sosiego de mi alma la negra seda de mi pelo,
he vendido mis esperanzas por un puñado de recuerdos,
mi corazón por un reloj que sólo cuenta el tiempo muerto,
mi última moneda de oro se la di de limosna al viento,
ahora ya no me queda nada, desnuda estoy como el desierto,
un oasis de mansedumbre está brotándome en el pecho.
He soñado contigo...
He soñado contigo
sin saber que soñaba...
En la gran chimenea
crepitaban las llamas,
la tarde se moría
detrás de la ventana.
Te he visto en mis ensueños
como un blanco fantasma,
alto junco ceñido
al aire de mi alma.
Te he visto ennoblecido
por estrellas lejanas,
turbado por la fiebre
de mi propia nostalgia.
Sobre la alfombra, quieta,
te sueño arrodillada.
Te sueño como a un Príncipe
de los cuentos de Hadas,
como a un vikingo rubio
con escudo de plata.
¡Qué bien quererte mucho
hasta quedar exhausta!
¡Qué bien sentirme siempre,
--¡Dios mío! -- enamorada!
Me da miedo el vacío
que me queda en el alma,
el frío que me hiela
cuando el hechizo pasa.
Yo quiero amarte mucho,
con un amor sin pausa,
con un amor sin término,
como los dioses aman,
como los astros, como
las bestias y las plantas.
Siento celos del leño
que acaricia la llama...
¡Igual me abrasaría
si tu me acariciaras!
Indolencia
¡No me digáis que sigo siendo
una pobre mujer
equivocada!
Lo sé.
y sé más cosas todavía.
Sé que he soñado tanto
que convertí en inútiles
las más puras verdades;
sé que inventé yo misma
los más altos obstáculos;
sé que la vida era otra cosa,
¡y entonces ya lo sabía!
Pero una nace a veces así, torpe
y desmesuradamente triste,
y todo cuanto toca
se le va convirtiendo en cenizas.
Porque yo tuve dieciséis años
y aspiré a ser como un dios en la tierra.
Aspiré a dignificar a los hombres,
a enorgullecerme de mí misma.
Pero, ¡ya pasó!
Todo cuanto vosotros podáis echarme en cara,
hace mucho que yo me lo vengo repitiendo.
Extranjera en el mundo,
he contemplado la dicha de los otros
con una desesperada indiferencia.
Pero ya nada importa nada.
Aquí sigo en mi puesto,
con mi adolescente actitud de ávido hastío,
con mi lamentable corazón de muchacha
apasionadamente muerto.
¿Qué más da sentirse desdichada
si apenas queda tiempo de llorarse?
Es tarde para rectificar toda una vida
y, además,
ya lo sabéis,
soy indolente...
La campesina
Venías de la fuente,
en la cadera el cántaro apoyado
sembrando su líquido tesoro
sobre el mísero polvo de los campos.
Venías de la fuente,
sucia de labor y besos de muchacho.
El seno te latía
dulcemente, como un pequeño pájaro.
Venías de la fuente,
el pelo hirsuto al aire, despeinado,
llena de risa aún y desbordante
lo mismo que tu cántaro.
Allí quedaba el mozo,
amante de un minuto, bajo el álamo.
Y volvías los ojos gozadores
una vez y otra vez, a cada paso.
Te vi venir sin prisa
desde el zaguán oscuro y sosegado....
-Como un corcel de fuego
sacudía sus crines el verano-.
Cruzaste lentamente,
sin verme, por mi lado.
Dejabas un perfume
a joven gozo, a besos, a tu paso.
Te siguieron mis ojos
calle arriba -cargada con tu cántaro,
cargada con tu cuerpo jubiloso-,
con unos celos lánguidos....
La meta
He cambiado todas mis rosas
por un lugar cerca del fuego.
Por el sosiego de mi alma,
la negra seda de mi pelo.
He vendido mis esperanzas
por un puñado de recuerdos.
Mi corazón por un reloj
que sólo cuenta el tiempo muerto.
Mi última moneda de oro
se la di de limosna al viento.
Ahora ya no me queda nada.
Desnuda estoy como el desierto.
Un oasis de mansedumbre
está brotándome en el pecho.
La pasión desvelada
Dame tu voz antigua en cuyo acento escucho
el rumor de los bosques primitivos,
el canto misterioso de los seres selváticos,
el grito de agonía
de la primera virgen violada.
Dame tu voz antigua donde yo reconozco
mi propia voz extinguida,
aquella que cantaba hace milenios
en las frondosas selvas sin historia,
aquella que sonaba en el murmullo
de las límpidas fuentes intocadas.
Yo fui una gota de agua,
o un pájaro aturdido cruzando el aire nuevo
de la aurora del mundo;
acaso un pez de oro sobre cuyas escamas
probó el sol la dorada destreza de sus rayos.
Mas era ya la misma doliente criatura
que ahora soy, consumida de sueños y tristezas,
en el ardiente caos del Paraíso,
con los ojos abiertos al secreto de Dios.
Es tu voz el puente por donde regreso,
milenios y milenios traspasando,
a mi libre existencia de agua fresca,
de verde candidez. Mi carne gime
escuchando tu voz como si oyera
la llamada lejana y misteriosa
de las tribus sin nombre. Rituales
de sangre y fuego en el brutal nocturno,
aullidos fugitivos y, en la hierba,
mi cuerpo -¿de mujer?, ¿de reptil?, ¿de insecto?-
hollado por la bárbara dulzura
de la pasión del mundo.
La tristeza
No es el dolor de los amores incumplidos
ni los ideales deshechos.
No es tan siquiera la melancolía
de envejecer.
Es algo más tremendo y más grande,
algo que crece dentro de mÍ,
tal vez en el tuétano de los huesos
y que, acaso, se llame vida.
Porque vivir es triste:
vivir es una daga que se lleva clavada en la sangre.
Me duele abrir los ojos todas las mañanas
y encararme con las cosas que conozco y no entiendo.
Me duele dormirme todas las noches
y no haberme respondido a nada.
¡Porque nada tiene respuesta!
He dado un hijo al mundo
y este hijo me pesa en la conciencia,
porque lo he creado para la muerte y el dolor.
Sus jóvenes miembros perecerán un día,
se secará su risa
como las viejas fuentes de la montaña.
¡Un cuerpo tan hermoso, un corazón tan puro!
No puedo sentir conformidad.
Hay en mi corazón un rebelde brote que me aflige.
¡Llámense dichosos ellos! Yo no.
Cuando hundo el rostro entre las manos,
no lloro por un dolor concreto.
La voz humana no podrá consolarme jamás
porque ignora la palabra justa.
Tal vez Dios la pronunciará algún día. Dirá:
"Levántate".
Y yo ascenderé hasta el límite del hombre,
más allá de sus pasiones sencillas y bárbaras.
Ascenderé hasta el ángel y la estrella,
hasta la celeste sandalia del Creador.
Y sentiré en mi pecho la resurrección
de los antiguos privilegios humanos;
el privilegio de la ternura y de la paz,
de la piedad y de la alegría.
Porque yo sólo he contemplado en torno mío
odios y guerras fratricidas,
hipócritas mendigos que cubren sus harapos
con regios mantos de virtud,
niños hambrientos y descalzos,
prostitutas;
hombres enriquecidos en criminal comercio,
¡miseria en todas partes!
siglo amargo mi siglo para gozar del mundo,
amar la primavera,
vestir los blancos ropajes de la felicidad.
¡Un luto eterno bajo la piel!
Un luto eterno
para los que murieron torturados
en las guerras,
para los que perdieron sus hijos y su hogar,
para los desterrados y los tristes
que todavía no han hallado el camino del regreso.
Oscuro amor... Tu muerte es ya mi muerte...
Oscuro amor... Tu muerte es ya mi muerte.
Más allá de este mar, ¿qué extraña orilla
cobijará mi náufraga tristeza?
Me evadiré del viento
que transita en mi sangre,
sacudiré mis lágrimas
como las largas crines de un caballo salvaje.
Quiero partir contigo,
sin mí, por los senderos
extraños y remotos
por donde vas a ciegas, tropezando.
Te seguiré sin lástima y sin gloria,
mendiga de unos ojos,
de una voz, de una mano cercenada
en el umbral del sueño...
Te seguiré hasta allí donde tú acabas
para acabar contigo.
Tomado de:
http://amediavoz.com/march.htm
Eternidad
Yo sé que estaba entonces cuando nada existía...
Estaba allí, en las sombras de un valle solitario
donde aún no fluía la música del agua.
Mi desnudez se alzaba sobre el vago paisaje
como un grito de auxilio en el mortal vacío.
Fueron mis senos las primeras flores,
y mi vientre la almohada de la vida;
nacieron de mis ojos las estrellas
y mi mano encendió la viva antorcha
de la continuidad. Bestias y plantas
latían a la vez en mis arterias.
Avanzaba insegura entre las sombras
y a mi paso las tierras florecían....
¡Ya ves si es vieja el alma que te busca!
¡Qué corte de milenios la acompaña!
Presencié la erupción de los volcanes,
el duro nacimiento de los montes;
vi marchitarse inmensos vegetales
que ya no conocieron los humanos.
Y hundida en las tinieblas inauditas,
escuché los aullidos de los monstruos
que mataban la luz a cuchilladas.
Heme aquí, tan antigua como el mundo,
con este amor nacido de mi frente,
con esta enorme sed que no he saciado.
No me exijas virginidad alguna.
Allá, en aquel silencio pavoroso,
la Vida me violó bárbaramente...
Manchada estoy por la humedad del musgo,
por la tierra y el fuego y la lascivia
milagrosa del aire. Si me quieres,
tómame fecundada por los sueños,
preñada por la gracia de los siglos.
Primavera
¡Ay, qué desconcierto
estar aquí, sin amor!
Tiembla la primavera
en cada miembro mío;
el aire engarza pájaros,
las nubes se desposan
como un príncipe rubio que las viste de oro;
un vegetal desmayo
desnuda a las doncellas, desnuda a las acacias…
¡Yo aquí, sin amor! Mar de alhelíes,
de fresca y limpia yerba; mar de jóvenes cosas:
pájaros, niños, árboles…
¡Qué oleaje de flores
sobre los claros días!
Y yo aquí, sin amor. Los ojos llenos
de verdes resplandores,
el corazón latiéndome
dulce, tibio, asequible, claudicante,
los labios entreabiertos
para beber el aire, para beber las flores, para beber la vida.
¡Amor! ¡Qué bien se dice! ¡Qué nombre más hermoso!
Decirlo dulcemente,
clavarlo como un dardo
finísimo al oído:
¡Amor…! -Mejor que el beso, la palabra caliente,
mejor que la caricia: Amor… -tan delicada
que, al decirla, la lengua se desnuda,
se perfuman los labios
y el corazón estalla
como un botón de rosa.
Amor, ¡tú gobernando; tú creando la vida¡
Amor, ¡Y yo aquí, tan sola como un pozo de agua!
Tomado de:
https://audiolibrosencastellano.com/susana-march
LA PASIÓN DESVELADA
Dame tu voz antigua en cuyo acento escucho
el rumor de los bosques primitivos,
el canto misterioso de los seres selváticos,
el grito de agonía
de la primera virgen violada.
Dame tu voz antigua donde yo reconozco
mi propia voz extinguida,
aquella que cantaba hace milenios
en las frondosas selvas sin historia,
aquella que sonaba en el murmullo
de las límpidas fuentes intocadas.
Yo fui una gota de agua,
o un pájaro aturdido cruzando el aire nuevo
de la aurora del mundo;
acaso un pez de oro sobre cuyas escamas
probó el sol la dorada destreza de sus rayos.
Mas era ya la misma doliente criatura
que ahora soy, consumida de sueños y tristezas,
en el ardiente caos del Paraíso,
con los ojos abiertos al secreto de Dios.
Es tu voz el puente por donde regreso,
milenios y milenios traspasando,
a mi libre existencia de agua fresca,
de verde candidez. Mi carne gime
escuchando tu voz como si oyera
la llamada lejana y misteriosa
de las tribus sin nombre. Rituales
de sangre y fuego en el brutal nocturno,
aullidos fugitivos y, en la hierba,
mi cuerpo -¿de mujer?, ¿de reptil?, ¿de insecto?-
hollado por la bárbara dulzura
de la pasión del mundo.
AMOR II
¡Porque yo sé que tengo tanto amor en los brazos!
Así me pesan, hondos, graves como la vida,
un hijo o un amante, o un ramo de jazmines,
o un retazo de viento, o el talle de una amiga.
Aquí, en los brazos, siento gravitar las estrellas,
el pecho de Dios mismo, la dorada gavilla,
el vuelo de los pájaros, el corazón del mundo,
el peso inagotable de mi melancolía.
Aquí, en los brazos, todo. Los hombres y los astros,
el fuego de la tierra quemándose a sí misma,
las ilusiones rotas, los sueños consumados,
y las generaciones que arrancan de mi vida.
Aquí, en los brazos, todo. El peso de los años,
el peso misterioso de mi propia semilla,
la sinrazón del mundo pesando su mortaja
¡y el peso obsesionante, mortal, de la ceniza!
Tomado de:
https://poesiauniversalblog.com/category/susana-march/page/2/
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