(9 de enero de 1875, Montevideo, Uruguay - 18 de marzo de 1910, Montevideo, Uruguay)
Bromuro
Burlando con frecuencia el vasallaje
de la tutela familiar en juego,
nos dimos citas, a favor del ciego
azar, en el jardín, tras el follaje...
Frufrutó de aventura tu aéreo traje,
sugestivo de aromas y de espliego...
y evaporada entre mis brazos, luego,
soñaste mundos de arrebol y encaje...
Libres de la zozobra momentánea
-sin recelarnos de emergencia alguna-
en los breves silencios, oportuna
te abandonabas a mi fe espontánea;
y sobre un muro, al trascender, la luna
nos denunciaba en frágil instantánea.
Consagración
Surgió tu blanca majestad de raso,
toda sueño y fulgor, en la espesura;
y era en vez de mi mano -atenta al caso-
mi alma quien oprimía tu cintura...
De procaces sulfatos, una impura
fragancia conspiraba a nuestro paso,
en tanto que propicio a tu aventura
llenóse de amapolas el ocaso.
Pálida de inquietud y casto asombro,
tu frente declinó sobre mi hombro...
Uniéndome a tu ser, con suave impulso,
al fin de mi especioso simulacro,
de un largo beso te apuré convulso
¡hasta las heces, como un vino sacro!
Decoración heráldica
Señora de mis pobres homenajes.
Débote siempre amar aunque me ultrajes.
Góngora
Soñé que te encontrabas junto al muro
glacial donde termina la existencia,
paseando tu magnífica opulencia
de doloroso terciopelo oscuro.
Tu7 pie, decoro del marfil más puro,
hería, con satánica inclemencia,
las pobres almas, llenas de paciencia,
que aún se brindaban a tu amor perjuro.
Mi dulce amor que sigue sin sosiego,
igual que un triste corderito ciego,
la huella perfumada de tu sombra,
buscó el suplicio de tu regio yugo,
y bajo el raso de tu pie verdugo
puse mi esclavo corazón de alfombra.
Desolación absurda
A Paul Minelly, francesamente.
Je serai ton cercueil,
aimable pestilence!...
Noche de tenues suspiros
platónicamente ilesos:
vuelan bandadas de besos
y parejas de suspiros;
ebrios de amor los cefiros
hinchan su leve plumón,
y los sauces en montón
obseden los camalotes
como torvos hugonotes
de una muda emigración.
Es la divina hora azul
en que cruza el meteoro,
como metáfora de oro
por un gran cerebro azul.
Una encantada Estambul
surge de tu guardapelo,
y llevan su desconsuelo
hacia vagos ostracismos
floridos sonambulismos
y adioses de terciopelo.
En este instante de esplín,
mi cerebro es como un piano
donde un aire wagneriano
toca el loco del esplín.
En el lírico festín
de la ontológica altura,
muestra la luna su dura
calavera torva y seca,
y hace una rígida mueca
con su mandíbula oscura.
El mar, como gran anciano,
lleno de arrugas y canas,
junto a las playas lejanas
tiene rezongos de anciano.
Hay en acecho una mano
dentro del tembladeral;
y la supersustancial
vía láctéa se me finge
la osamenta de una Esfinge
dispersada en un erial.
Cantando la tartamuda
frase de oro de una flauta,
recorre el eco su pauta
de música tartamuda.
El entrecejo de Buda
hinca el barranco sombrío,
abre un bostezo de hastío
la perezosa campaña,
y el molino es una araña
que se agita en el vacío.
¡Deja que incline mi frente
en tu frente subjetiva,
en la enferma, sensitiva
media luna de tu frente,
que en la copa decadente
de tu pupila profunda,
beba el alma vagabunda
que me da ciencias astrales
en las horas espectrales
de mi vida moribunda!
¡Deja que rime unos sueños
en tu rostro de gardenia,
Hada de la neurastenia,
trágica luz de mis sueños!
Mercadera de beleños
llévame al mundo que encanta;
¡soy el genio de Atalanta
que en sus delirios evoca
el ecuador de tu boca
y el polo de tu garganta!
Con el alma hecha pedazos,
tengo un Calvario en el mundo;
amo y soy un moribundo,
tengo el alma hecha pedazos:
¡cruz me deparan tus brazos;
hiel tus lágrimas salinas;
tus diestras uñas, espinas
y dos clavos luminosos
los aleonados y briosos
ojos con que me fascinas!
¡Oh mariposa nocturna
de mi lámpara suicida,
alma caduca y torcida,
evanescencia nocturna;
linfática taciturna
de mi Nirvana opioso,
en tu mirar sigiloso
me espeluzna tu erotismo,
que es la pasión del abismo
por el Angel Tenebroso!
(Es medianoche). Las ranas
torturan en su acordeón
un «piano» de Mendelssohn
que es un gemido de ranas;
habla de cosas lejanas,
un clamoreo sutil;
y con aire acrobatil
bajo la inquieta laguna,
hace piruetas la luna
sobre una red de marfil.
Juega el viento perfumado
con los pétalos que arranca,
una partida muy blanca
de un ajedrez perfumado;
pliega el arroyo en el prado
su abanico de cristal,
y genialmente anormal
finge el monte a la distancia
una gran protuberancia
del cerebro universal.
¡Vengo a ti, serpiente de ojos
que hunden crímenes amenos,
la de los siete venenos
en el iris de sus ojos;
beberán tus llantos rojos
mis estertores acerbos,
mientras los fúnebres cuervos,
reyes de las sepulturas,
velan como almas oscuras
de atormentados protervos!
¡Tú eres póstuma y marchita,
misteriosa flor erótica,
miliunanochesca, hipnótica,
flor de Estigia acre y marchita;
tú eres absurda y maldita,
desterrada del Placer,
la paradoja del ser
en el borrón de la Nada,
una hurí desesperada
del harem de Baudelaire!
¡Ven, declina tu cabeza
de honda noche delincuente
sobre mi tétrica frente,
sobre mi aciaga cabeza;
deje su indócil rareza
tu numen desolador,
que en el drama inmolador
de nuestros mudos abrazos
yo te abriré con mis brazos
un paréntesis de amor!
El abrazo pitagórico
Bajo la madreselva que en la reja
filtró su encaje de verdor maduro,
me perturbaba en el claroscuro
de la ilusión, en la glorieta añeja...
Cristalizaba un pájaro su queja...
Y entre el húmedo incienso de sulfuro
la luna de ámbar destacó al bromuro
el caserío de rosada teja...
¡Oh, Sumo Genio de las cosas! Todo
tenía un canto, una sonrisa, un modo...
Un rapto azul de amor, o Dios, quién sabe,
nos sumó a modo de una doble ola,
y en forma de «uno», en una sombra sola,
los dos crecimos en la noche grave...
El alba
Humean en la vieja cocina hospitalaria
los rústicos candiles... Madrugadora leña
infunden una sabrosa fragancia lugareña;
y el desayuno mima la vocación agraria...
Rebota en los collados la grita rutinaria
del boyero que a ratos deja la yunta y sueña...
Filis prepara el huso. Tetis, mientras ordeña,
ofrece a Dios la leche blanca de su plegaria.
Acongojando el valle con sus beatos nocturnos,
salen de los establos, lentos y taciturnos,
los ganados. La joven brisa se despereza...
Y como una pastora en piadoso desvelo,
con sus ojos de bruma, de la dulce pereza,
el Alla mira en éxtasis las estrellas del cielo.
El ama
Erudita en lejías, doctora en la compota,
y loro en los esdrújulos latines de la misa,
tal ágil viste un santo, que zurce una camisa,
en medio de una impávida circunspección devota...
Por cuanto el señor cura es más que un hombre, flota
en el naufragio unánime su continencia lisa...
y un tanto regañona, es a la vez sumisa,
con los cincuenta inviernos largos de su derrota.
Hada del gallinero. Genio de la despensa.
Ella en el paraíso fía la recompensa...
Cuando alegran sus vinos, el vicario la engríe
ajustándole en chanza las pomposas casullas...
y en sus manos canónicas, golondrinas y grullas
comulgan los recortes de las hostias que fríe.
El baño
Entre sauces que velan una anciana casuca,
donde se desvistieron devorando la risa,
hacia el lago, Foloe, Safo y Cores, deprisa
se adelantan en medio de la tarde caduca.
Atreve un pie Foloe, bautízase la nuca
y ante el espejo de ámbar arróbase indecisa;
meneando el talle, Safo respinga su camisa
y corre, mientras Ceres gatea y se acurruca...
Después de agrias posturas y esperezos felinos,
gimiendo un ¡ay! glorioso se abrazan a las ondas,
que críspanse con lúbricos espasmos masculinos...
Mientras, ante el misterio de sus gracias redondas,
Loth, Febo y David, púdicos tanto como ladinos,
las contemplan y pálidos huyen entre las frondas.
El despertar
Alisia y Cloris abren de par en par la puerta
y torpes, con el dorso de la mano haragana,
restréganse los húmedos ojos de lumbre incierta,
por donde huyen los últimos sueños de la mañana. ..
La inocencia del día se lava en la fontana,
el arado en el surco vagaroso despierta,
y en torno de la casa rectoral, la sotana
del cura se pasea gravemente en la huerta...
Todo suspira y ríe. La placidez remota
de la montaña sueña celestiales rutinas.
El esquilón repite siempre su misma nota
de grillo de las cándidas églogas matutinas.
Y hacia la aurora sesgan agudas golondrinas
como flechas perdidas de la noche en la derrota.
Epitalamio ancestral
Con la pompa de brahmánicas unciones,
abrióse el lecho de sus primaveras,
ante un lúbrico rito de panteras,
y una erección de símbolos varones...
Al trágico fulgor de los hachones,
ondeó la danza de las bayaderas
por entre una apoteosis de banderas
y de un siniestro trueno de leones.
Ardió al epitalamio de tu paso,
un himno de trompetas fulgurantes...
Sobre mi corazón, los hierofantes
ungieron tu sandalia, urna de raso,
a tiempo que cien blancos elefantes,
enroscaron su trompa hacia el ocaso.
Éxtasis
Bion y Lucina, émulos en fervoroso alarde,
permútanse fragantes uvas, de boca a boca;
y cuando Bion ladino la ebria fruta emboca
finge para que el juego lánguido se retarde...
Luego ante el oportuno carillón de la tarde,
que en sus almas, perdidas inocencias evoca,
como una corza tímida tiembla el amor cobarde,
y una paz de los cielos el instinto sofoca...
Después de un tiempo inerte de silencioso arrimo,
en que los dos ensayan la insinuación de un mimo,
ella lo invade todo con un suspiro blando;
¡Y él, que como una esencia gusta el sabroso fuego,
raya un beso delgado sobre su nuca, y ciego
en divinos transportes la disfruta soñando!
Fecundidad
«¡Adán, Adán, un beso!», dijo, y era
que en una dolorosa sacudida,
el absurdo nervioso de la vida
le hizo temblar el dorso y la cadera...
El iris floreció como una ojera
exótica. Y el «¡ay!» de una caída
fue el más dulce dolor. Y fue una herida.
La más roja y eterna primavera...
«¡Adán, Adán, procúrame un veneno!»,
dijo, y en una crispación flagrante
la eternidad atravesóle el seno...
Entonces comenzó a latir el mundo.
Y el sol colgaba del cenit, triunfante
como un ígneo testículo fecundo.
Fiat lux
Sobre el rojo diván de seda intacta,
con dibujos de exótica graminea,
jadeaba entre mis brazos tu virgínea
y exangüe humanidad de curva abstracta...
Miró el felino con sinuosa línea
de opalo; y en la noche estupefacta,
desde el jardín, la Venus curvilínea
manifestaba su esbeltez compacta.
Ante el alba, que izó nimbos grosellas,
ajáronse las últimas estrellas...
El Cristo de tu lecho estaba mudo.
Y como un huevo, entre el plumón de armiño
que un cisne fecundara, tu desnudo
seno brotó del virginal corpiño...
Génesis
Los astros tienen las mejillas tiernas...
La Luna trunca es una paradoja
espectro humana. Proserpina arroja
su sangre al mar. Las horas son eternas.
Júpiter en la orgía desenoja
su ceño absurdo; y junto a las cisternas,
las Ménades, al sol que las sonroja,
arman la columnata de sus piernas.
Juno duerme cien noches. ..Vorazmente,
Hércules niño, con precoz desvelo,
en un lúbrico rapto de serpiente,
le muerde el seno. Brama el Helesponto...
Surge un lampo de leche. Y en el cielo
la Vía Láctea escintiló de pronto.
Idealidad exótica
Tal la exangüe cabeza, trunca y viva,
de un mandarín decapitado, en una
macábrica ficción, rodó la luna
sobre el absurdo de la perspectiva...
Bajo del velo, tu mirada bruna
te dio el prestigio de una hunrí cautiva;
y el cocodrilo, a flor de la moruna
fuente, cantó su soledad esquiva.
Susceptible quién sabe a qué difuntas
dichas, plegada y con las manos juntas,
te idealizaste en gesto sibilino,,,
Y a modo de espectrales obsesiones,
la torva cornamenta de un molino
amenazaba las constelaciones...
Idilio espectral
Pasó en un mundo saturnal; yacía
bajo cien noches pavorosas, y era
mi féretro el Olvido... Ya la cera
de tus ojos sin lágrimas no ardía.
Se adelantó el enterrador con fría
desolación. Bramaba en la ribera
de la morosa eternidad, la austera
Muerte hacia la infeliz Melancolía.
Sentí en los labios el dolor de un beso.
No pude hablar. En mi ataúd de yeso
se deslizó tu forma transparente...
Y en la sorda ebriedad de nuestros mimos,
anocheció la tapa y nos dormimos
espiritualizadísimamente.
Julio
¡Frío, frío, frío!
Pieles, nostalgias y dolores mudos.
Flota sobre el esplín de la campaña
una jaqueca sudorosa y fría,
y las ramas celebran en la umbría
una función de ventriloquia extraña.
La Neurastenia gris de la montaña
piensa, por singular telepatía,
con la adusta y claustral monomanía
del convento senil de la Bretaña.
Resolviendo una suma de ilusiones,
como un Jordán de cándidos vellones,
la majada eucarística se integra;
y a lo lejos el cuervo pensativo
sueña acaso en un Cosmos abstractivo
como una luna pavorosa y negra.
La iglesia
En un beato silencio el recinto vegeta.
Las vírgenes de cera duermen en su decoro
de terciopelo lívido y de esmalte incoloro;
y San Gabriel se hastía de soplar la trompeta...
Sedienta, abre su boca de mármol la pileta.
Una vieja estornuda desde el altar al coro...
Y una legión de átomos sube un camino de oro
aéreo, que una escala de Jacob interpreta.
Inicia sus labores el alma reverente.
Para saber si anda de Buenas San Vicente
con tímidos arrobos repica la alcacía...
Acá y allá maniobra después con su plumero,
mientras, por una puerta que da a la cacristía,
irrumpe la gloriosa turba del gallinero.
La noche
La noche en la montaña mira con ojos viudos
de cierva sin amparo que vela ante su cría;
y como si asumiera un don de profecía,
en un sueño inspirado hablan los campos rudos.
Rayan el panorama, como espectros agudos,
tres álamos en éxtasis... Un gallo desvaría,
reloj de media noche. La grave luna amplía
las cosas, que se llenan de encantamientos mudos.
El lago azul de sueño, que ni una sombra empaña,
es como la conciencia pura de la montaña...
A ras del agua tersa, que riza con su aliento,
Albino, el pastor loco, quiere besar la luna.
En la huerta sonámbula vibra un canto de cuna. ..
Aúllan a los diablos los perros del convento.
La sombra dolorosa
Gemían los rebaños. Los caminos
llenábanse de lúgubres cortejos;
una congoja de holocaustos viejos
ahogaba los silencios campesinos.
Bajo el misterio de los velos finos,
evocabas los símbolos perplejos,
hierática, perdiéndote a lo lejos
con tus húmedos ojos mortecinos.
Mientras unidos por un mal hermano
me hablaban con suprema confidencia
los mudos apretones de tu mano,
manchó la soñadora transparencia
de la tarde infinita el tren lejano,
aullando de dolor hacia la ausencia.
La vuelta de los campos
La tarde paga en oro divino las faenas...
Se ven limpias mujeres vestidas de percales,
trenzando su cabellos con tilos y azucenas
o haciendo sus labores de aguja en los umbrales.
Zapatos claveteados y báculos y chales...
Dos mozas con sus cántaros se deslizan apenas.
Huye el vuelo sonámbulo de las horas serenas.
Un suspiro de Arcadia peina los matorrales...
Cae un silencio austero... Del charco que se nuimba
estalla una gangosa balada de marimba.
Los lagos se amortiguan con espectrales lampos,
Las cumbres, ya quiméricas, corónanse de rosas...
Y humean a lo lejos las rutas polvorosas
por donde los labriegos regresan de los campos.
Neurastenia
Le spectre de la realité traverse ma pensée
Víctor Hugo
Huraño el bosque muge su rezongo,
y los ecos, llevando algún reproche,
hacen rodar su carrasqueño coche
y hablan la lengua de un extraño Congo.
Con la expresión estúpida de un hongo,
clavado en la ignorancia de la noche,
muere la Luna. El humo hace un fantoche
de pies de sátiro y sombrero oblongo.
¡Híncate! Voy a celebrar la misa.
Bajo la azul genuflexión de Urano
adoraré cual hostia tu camisa:
«¡Oh, tus botas, los guantes, el corpiño...!»
Tu seno expresará sobre mi mano
la metempsícosis de un astro niño.
Nirvana crepuscular
Con su veste en color de serpentina,
reía la voluble Primavera...
Un billón de luciérnagas de fina
esmeralda, rayaba la pradera.
Bajo un aire fugaz de muselina,
todo se idealizaba, cual si fuera
el vago panorama, la divina
materialización de una quimera...
En consustaciación con aquel bello
nirvana gris de la Naturaleza,
te inanimaste... Una ideal pereza
mimó tu rostro de incitante vello,
y al son de mis suspiros, tu cabeza
durmióse como un pájaro en mi cuello!...
Numen
Mefistófela divina,
miasma de fulguración,
aromática infección
de una fístula divina...
¡Fedra, Molocha, Caína,
cómo tu filtro me supo!
¡A ti - ¡Santo Dios! - te cupo
ser astro de mi desdoro;
yo te abomino y te adoro
y de rodillas te escupo!
Acude a mi desventura
con tu electrosis de té,
en la luna de Astarté
que auspicia tu desventura...
Vértigo de asambladura
y amapola de sadismo:
¡yo sumaré a tu guarismo
unitario de Gusana
la equis de mi Nirvana
y el cero de mi ostracismo!
Carie sórdida y uremia,
felina de blando arrimo,
intoxícame en tu mimo
entre dulzuras de uremia...
Blande tu invicta blasfemia
que es una garra pulida,
y sórbeme por la herida
sediciosa del pecado,
como un pulpo delicado,
"¡muerte a muerte y vida a vida!"
Clávame en tus fulgurantes
y fieros ojos de elipsis
y bruña el Apocalipsis
sus músicas fulgurantes...
¡Nunca! ¡Jamás! ¡Siempre! ¡Y Antes!
¡Ven, antropófaga y diestra,
Escorpiona y Clitemnestra!
¡Pasa sobre mis arrobos
como un huracán de lobos
en una noche siniestra!
¡Yo te excomulgo, Ananké!
Tu sombra de Melisendra
irrita la escolopendra
sinuosa de mi ananké...
eres hidra en Salomé,
en Brenda panteón de bruma,
tempestad blanca en Satzuma,
en Semíramis carcoma,
danza de vientre en Sodoma
y páramo en Olaluma!
Por tu amable y circunspecta
perfidia y tu desparpajo,
hielo mi cuello en el tajo
de tu traición circunspecta...
¡Y juro, por la selecta
ciencia de tus artimañas,
que irá con tus risas hurañas
hacia tu esplín cuando muera,
mi galante calavera
a morderte las entrañas!
Tertulia lunática V
¡Oh negra flor de Idealismo!
¡Oh hiena de diplomacia
con bilis de aristocracia
y lepra azul de idealismo!...
Es un cáncer tu erotismo
de absurdidad taciturna,
y florece en mi saturna
fiebre de virus madrastros,
como un cultivo de astros
en la gangrena nocturna.
Te llevo en el corazón,
nimbada de mi sofisma,
como un siniestro aneurisma
que rompe mi corazón...
¡Oh Monstrua! Mi ulceración
en tu lirismo retoña,
y tu idílica zampoña
no es más que parasitaria
bordona patibularia
de mi celeste carroña!
¡Oh musical y suicida
tarántula abracadabra
de mi fanfarria macabra
y de mi parche suicida!...
¡Infame! En tu desabrida
rapacidad de perjura,
tu sugestión me sulfura
con el horrendo apetito
que aboca por el Delito
la tenebrosa locura!
Tertulia lunática VI
En un bostezo de horror,
tuerce el estero holgazán
su boca de Leviatán
tornasolada de horror...
Dicta el Sumo Redactor
a la gran Sombra Profeta,
y obsediendo la glorieta,
como una insana clavija,
rechina su idea fija
la turbadora veleta.
Ríe el viento confidente
con el vaivén de su cola
tersa de gato de Angola,
perfumada y confidente...
El mar inauditamente
se encoge de sumisión
y el faro vidente, en son
de taumaturgas hombrías,
traduce al torvo Isaías
hipnotizando un león.
Estira aplausos de ascua
la hoguera por los establos:
rabiosa erección de diablos
con tenedores en ascua...
Un brujo espanto de Pascua
de Marisápalo asedia,
y una espectral Edad Media
danza epilepsias abstrusas,
como un horror de Medusas
de la divina Comedia.
En una burla espantosa,
el túnel del terraplén
bosteza como Gwynplaine
su carcajada espantosa...
Hincha su giba la unciosa
cúpula, y con sus protervos
maleficios de hicocervos,
conjetura el santuario
el mito de un dromedario
carcomido por los cuervos.
Las cosas se hacen facsímiles
de mis alucinaciones
y son como asociaciones
simbólicas de facsímiles...
Entre humos inverosímiles
alinea el cañaveral,
con su apostura marcial
y sus penachos de gloria,
las armas de la victoria
en un vivac imperial.
Un arlequín tarambana
con un toc-toc insensato
el tonel de Fortunato
bate en mi sien tarambana...
Siento sorda la campana
que en mi pensamiento intuye;
en el eco que refluye
mi voz otra voz me nombra;
¡y hosco persigo en mi sombra
mi propia entidad que huye!
La realidad espectral
pasa a través de la trágica
y turbia linterna mágica
de mi razón espectral...
Saturno infunde el fatal
humor bizco de su influjo
y la luna en el reflujo
se rompe, fuga y se integra
como por la magia negra
de un escamoteo brujo.
En la cantera fantasma,
estampa Doré su mueca
fosca, saturniana y hueca,
de pesadilla fantasma...
En el cementerio pasma
la Muerte un zurdo can-can;
ladra en un perro Satán,
y un profesor rascahuesos
trabuca en hipos aviesos
El banco del suplicio
... et puis je suis parti, pleurant comme un enfant!
Musset
A punto de dormirte bajo el ledo
suspiro del arcángel que te guía,
hirióme el corazón tu analogía
con una ingrata que olvidar no puedo.
Reclinada en el banco del viñedo,
junto al tilo de exánime apatía,
al iluso terror de que eras mía
me arrodillé con tembloroso miedo.
Partido por antiguo sufrimiento,
sobre tu frente agonicé un momento...
y cuando el sueño te aquietó en el blando
tul irreal de los deliquios suyos,
uniéronse mis labios a los tuyos,
y como un niño me alejé llorando.
La estrella del destino
La tumba, que ensañáse con mi suerte,
me vio acercar a vacilante paso,
como un ebrio de horrores, que al acaso
gustase la ilusión de sustraerte.
En una larga extenuación inerte,
pude medir la infinidad del caso,
mientras que se pintaba en el ocaso
la dulce primavera de tu muerte.
La estrella que amparónos tantas veces,
y que arrojara, en medio de las preces,
un puñado de luz en tus despojos,
hablóme al alma, saboreando llanto:
«¡Oh hermano, cuánta vida en esos ojos
que se apagaron de alumbrarnos tanto!»
El camino de las lágrimas
Citándonos, después de oscura ausencia,
tu alma se derretía en largo lloro,
a causa de quién sabe qué tesoro
perdido para siempre en tu existencia.
Junto a los surtidores, la presencia
semidormida de la tarde de oro,
decíate lo mucho que te adoro
y cómo era de sorda mi dolencia.
Pesando nuestra angustia y tu reproche,
toda mi alma se pobló de noche...
Y al estrecharte murmurando aquellas
remembranzas de dicha a que me amparo,
hallé un sendero matinal de estrellas,
en tu falda ilusión de rosa claro.
La gota amarga
Soñaban con la Escocia de tus ojos
verdes, los grandes lagos amarillos;
y engarzó un nimbo de esplendores rojos
la sangre de la tarde en tus anillos.
En la bíblica paz de los rastrojos
gorjearon los ingenuos caramillos,
un cántico de arpegios tan sencillos
que hablaban de romeros y de hinojos.
¡Y dimos en sufrir! Ante aquel canto
crepuscular, escintiló tu llanto...
Viendo nacer una ilusión remota,
callaron nuestras almas hasta el fondo...
y como un cáliz angustioso y hondo
mi boca recogió la última gota.
La sombra dolorosa
Gemían los rebaños. Los caminos
llenábanse de lúgubres cortejos;
una congoja de holocaustos viejos
ahogaba los silencios campesinos.
Bajo el misterio de los velos finos,
evocabas los símbolos perplejos,
hierática, perdiéndote a lo lejos
con tus húmedos ojos mortecinos.
Mientras unidos por un mal hermano,
me hablaban con suprema confidencia
los mudos apretones de tu mano,
manchó la soñadora transparencia
de la tarde infinita el tren lejano,
aullando de dolor hacia la ausencia.
Luna de miel
Huyó, bajo sus velos soñadores,
la tarde. Y en los torvos carrizales
zumbaba con dulzuras patriarcales
el cuerno de los últimos pastores.
Entre columnas, ánforas y flores
y cúpulas de vivas catedrales,
gemí en tu casta desnudez rituales
artísticos de eróticos fervores.
Luego de aquella voluptuosa angustia
que dio a tu faz una belleza mustia,
surgiendo entre la gasa cristalina
tu seno apareció como la luna
de nuestra dicha y su reflejo en una
linfa sutil de suavidad felina.
La reconciliación
Alucinando los silencios míos,
al asombro de un cielo de extrañeza;
la flébil devoción de tu cabeza
aletargó los últimos desvíos.
Con violetas antiguas, los tardíos
perdones de tus ojos mi aspereza
mitigaron. Y entonces la tristeza
se alegró como un llanto de rocíos.
Una profética efluxión de miedos,
entre el menudo aprisco de tus dedos,
como un David, el piano interpretaba.
En tanto, desde el místico occidente,
la media luna, al ver que te besaba,
entró al jardín y se durmió en tu frente.
Decoración heráldica
Señora de mis pobres homenajes,
débote amar aunque me ultrajes.
Góngora
Soñé que te encontrabas junto al muro
glacial donde termina la existencia,
paseando tu magnífica opulencia
de doloroso terciopelo oscuro.
Tu pie, decoro del marfil más puro,
hería, con satánica inclemencia,
las pobres almas, llenas de paciencia,
que aún se brindaban a tu amor perjuro.
Mi dulce amor que sigue sin sosiego,
igual que un triste corderito ciego,
la huella perfumada de tu sombra,
buscó el suplicio de tu regio yugo,
y bajo el raso de tu pie verdugo
puse mi esclavo corazón de alfombra.
La violeta
Y una violeta llenó
el alma de la tarde.
Morían llenos de clamor los sotos,
y érase en aquel rincón exiguo,
un misterioso malestar ambiguo
de dichas y de ayes muy remotos.
¡Oh, cartas!..., en el cenador contiguo
las dalias recordaron nuestros votos
cual si se condolieran de los rotos
castillos blancos de papel antiguo...
La tarde saturóse en la glorieta,
de tu pañuelo suave de violeta;
al par que sugiriendo tus agravios,
veló el cielo, como alma de reproche,
la violeta cordial que aquella noche
suspendí de la gracia de tus labios.
La novicia
Surgiste, emperatriz de los altares,
esposa de tu dulce Nazareno,
con tu atavío vaporoso, lleno
de piedras, brazaletes y collares.
Celoso de tus júbilos albares,
el ataúd te recogió en su seno,
y hubo en tu místico perfil un pleno
desmayo de crepúsculos lunares.
Al contemplar tu cabellera muerta,
avivóse en tu espíritu una incierta
huella de amor. Y mientras que los bronces
se alegraban, brotaron tus pupilas
lágrimas que ignoraran hasta entonces
la senda en flor de tus ojeras lilas.
El suspiro
Quimérico a mi vera concertaba
tu busto albar su delgadez de ondina,
con mística quietud de ave marina
en una acuñación escandinava...
Era mi pena de tu dicha esclava;
y en una loca nervazón divina,
el tropel de una justa bizantina
en nuestro corazón tamborilaba...
Strauss soñó desde el atril del piano
con la sabia epilepsia de tu mano...
¡Mendigo del azul que me avasalla
-en el hosco trasluz de aquel retiro-
de la noche oriental de tu pantalla
bajó en silencio mi primer suspiro!...
Consagración
Surgió tu blanca majestad de raso,
toda sueño y fulgor, en la espesura;
y era en vez de mi mano -atenta al caso
mi alma quien oprimía tu cintura...
De procaces sulfatos, una impura
fragancia conspiraba a nuestro paso,
en tanto que propicio a tu aventura
llenóse de amapolas el ocaso.
Pálida de inquietud y casto asombro,
tu frente declinó sobre mi hombro...
Uniéndome a tu ser, con suave impulso,
al fin de mi especioso simulacro,
de un largo beso te apuré convulso,
¡hasta las heces, como un vino sacro!
El enojo
Todo fue así: Sahumábase de lilas
y de heliotropo el viento en tu ventana;
la noche sonreía a tus pupilas,
como si fuera su mejor hermana...
Mi labio trémulo y tu rostro grana
tomaban apariencias intranquilas,
fingiendo tú mirar por la persiana,
y yo, soñar al son de las esquilas.
¡Vibró el chasquido de un adiós violento!...
Cimbraste a modo de una espada al viento;
y al punto en que iba a desflorar mi tema,
gallardamente, en ritmo soberano,
desenvainada de su guante crema,
como una daga, me afrentó tu mano.
La última carta
Con la quietud de un sincope furtivo,
desangróse la tarde en la vertiente,
cual si la hiriera repentinamente
un aneurisma determinativo...
Hurló en el bosque un pájaro cautivo
de la fascinación de una serpiente;
y una cabra enigmática, en la fuente,
describió como un signo negativo.
En su vuelo espectral de alas hurañas,
la noche se acordó de tus pestañas...
¡Y en tanto que atiplaban mi vahído
las gracias de un billete perfumado,
ofició la veleta del tejado
el áspero responso de tu olvido!
Rendición
Evidenciaban en moderna gracia
tu fina adolescencia de capullo,
el corpiño y la falda con orgullo
ceñidos a tu esbelta aristocracia.
Henchíase tu alma de la audacia
de la Naturaleza y del murmullo
erótico del mar, y era un arrullo
el vago encanto de tu idiosincracia...
Lució la tarde, ufana de tu moño,
ojeras lilas, en toilette de otoño...
Ante el crespo Neptuno de la fuente,
en el cielo y tu faz brotaron rosas
mientras, como dos palmas fervorosas,
rindiéronse tus manos, dulcemente...
Anima clemens
Palomas lilas entre los alcores,
gemían tus nostalgias inspiradas;
y en las ciénagas, de astro ensangrentadas,
corearon su maitín roncos tenores.
En los castillos y en los miradores,
encendía el ocaso cuentos de hadas;
y aparecía, al son de agrias tonadas,
el gesto oscuro de los leñadores.
Como una buena muerte, sin angustia
durmióse el día, violeta mustia...
En tan propicia media luz de olvido,
naufragaron tus últimos lamentos,
mientras, en los cortijos soñolientos,
rebotaba de pronto algún ladrido...
El sauce
A mitad de mi fausto galanteo,
su paraguas de sedas cautelosas
la noche desplegó, y un lagrimeo
de estrellas, hizo hablar todas las cosas...
Erraban las Walkirias vaporosas
de la bruma, y en cósmico mareo
parecían bajar las nebulosas
al cercano redil del pastoreo...
En un abrazo de postrero arranque,
caímos en el ángulo del bote...
Y luego que llorando ante el estanque
tu invicta castidad se arrepentía,
¡el sauce, como un viejo sacerdote,
gravemente inclinado nos unía...
La fuga
Temblábamos al par... En el austero
desorden que realzaba tu hermosura,
acentuó tu peinado su negrura
inquietante de pájaro agorero...
¡Nadie en tus ojos vio el enigma, empero
calló hasta el mar en su presencia oscura!
Inaccesible y ebria de aventura,
entre mis brazos te besó el lucero.
Apenas subrayó el esquife vago
su escuálida silueta sobre el lago,
te sublimaron trágicos sonrojos...
Sacramentó dos lágrimas postreras
mi beso al consagrar sobre tus ojos.
¡Y se durmió la tarde en tus ojeras!...
Expiación
Errando en la heredad yerma y desnuda,
donde añoramos horas tan distintas,
bajo el ciprés, nos remordió una aguda
crisis de cosas para siempre extintas...
Vistió la tarde soñadoras tintas,
a modo de romántica viuda;
¡y al grito de un -piano entre las quintas,
rompimos a llorar, ebrios de duda!
Llorábamos los íntimos y aciagos
muertos, que han sido nuestros sueños vagos...
Por fin, a trueque de glacial reproche,
sembramos de ilusión aquel retiro;
¡y graves, con el último suspiro,
salimos de la noche, hacia la noche!...
Sepelio
Mirándote en lectura sugerente,
llegué al epílogo de mis quimeras;
tus ojos de palomas mensajeras
volvían de los astros, dulcemente...
Tenía que decirte las postreras
palabras, y callé espantosamente;
tenía que llorar mis primaveras,
y sonreí, feroz... indiferente...
La luna, que también calla su pena,
me comprendió como una hermana buena...
Ni una inquietud, ni un ademán, ni un modo;
un beso helado... una palabra helada.
Un beso, una palabra, eso fue todo:
¡todo pasó sin que pasase nada!...
Claroscuro
En el dintel del cielo llamó por fin la esquila.
Tumban las carrasqueñas voces de los arrieros
que el eco multiplica por cien riscos y oteros,
donde laten bandadas de pañuelos en fila...
El humo de las chozas sube en el aire lila;
las vacas maternales ganan por los senderos;
y al hombro sus alforjas, leñadores austeros,
tornan su gesto opaco a la tarde tranquila...
Cerca del Cementerio -más allá de las granjas-,
el crepúsculo ha puesto largos toques naranjas.
Almizclan una abuela paz de las Escrituras
los vahos que trascienden a vacunos y cerdos...
Y palomas violetas salen como recuerdos
de las viejas paredes arrugadas y oscuras.
La iglesia
En un beato silencio el recinto vegeta.
Las vírgenes de cera duermen en su decoro
de terciopelo lívido y de esmalte incoloro;
y San Gabriel se hastía de soplar la trompeta...
Sedienta, abre su boca de mármol la pileta.
Una vieja estornuda desde el altar al coro...
Y una legión de átomos sube un camino de oro
aéreo, que una escala de Jacob interpreta.
Inicia sus labores el ama reverente.
Para saber si anda de buenas San Vicente
con tímidos arrobos repica la alcancía...
Acá y allá maniobra después con un plumero,
mientras, por una puerta que da a la sacristía,
irrumpe la gloriosa turba del gallinero.
El cura
Es el cura... Lo han visto las crestas silenciarías,
luchando de rodillas con todos los reveses,
salvar en pleno invierno los riesgos montañeses
o trasponer de noche las rutas solitarias.
De su mano propicia, que hace crecer las mieses,
saltan como sortijas gracias involuntarias;
y en su asno taumaturgo de indulgencias plenarias,
hasta el umbral del cielo lleva a sus feligreses...
El pase del hisopo al zueco y la guadaña;
él ordeña la pródiga ubre de su montaña
para encender con oros el pobre altar de pino;
de sus sermones fluyen suspiros de albahaca;
el único pecado que tiene es un sobrino...
Y su piedad humilde lame como una vaca.
La llavera
Viste el hábito rancio y habla ronco en voz densa;
sigue un perro la angustia de su sombra benigna;
mascullando sus votos, reverente, consigna
un espectro achacoso de rutina suspensa...
Al repique doméstico de sus llaves, se piensa
en las brujas de Rembrandt... sin embargo, es tan digna
que Luzbel la chamusca, por lo cual se persigna
y con aguas benditas neutraliza su ofensa...
Ella sabe la historia de los Santos Patrones,
de Syllabus, de ritos y de Kirieleysones...
Ella sufre nostalgias sordas del Santo Oficio.
En la gloria del Padre será libre de expurgo.
Y se tiene por cierto que en la Noche del Juicio
dará fe de los buenos moradores del burgo...
El consejo
El astrónomo, el vate y el mentor se han reunido...
La montaña recoge la polémica agreste;
y en el aire sonoro de campana celeste,
las tres voces retumban como un solo latido.
Conjeturan fiebrosos del principio escondido...
Luego el mago predice la miseria y la peste;
el poeta improvisa, mientras, vuelto al Oeste,
el astrónomo anuncia que en Hispania ha llovido.
Ebrios de la divina majestad del tramonto,
los discursos se agravan.,. Es ya noche. De pronto,
arde en fuga una estrella... interrogan sus rastros
cual mil ojos abiertos al Enigma Infinito:
se hace triple el silencio del consejo erudito...
Dedos entre la sombra se alzan hacia los astros.
La noche
La noche en la montaña mira con ojos viudos
de cierva sin amparo que vela ante su cría;
y como si asumieran un don de profecía,
en un sueño inspirado hablan los campos rudos.
Rayan el panorama, como espectros agudos,
tres álamos en éxtasis... Un gallo desvaría,
reloj de medianoche. La grave luna amplía
las cosas, que se llenan de encantamientos mudos.
El lago azul de sueño, que ni una sombra empaña,
es como la conciencia pura de la montaña...
A ras del agua tersa, que riza con su aliento,
Albino, el pastor loco, quiere besar la luna.
En la huerta sonámbula vibra un canto de cuna...
Aúllan a los diablos los perros del convento.
El ángelus
Salpica, se abre, humea, como la carne herida,
bajo el fecundo tajo, la palpitante gleba;
al ritmo de la yunta tiembla la corva esteva,
y el vientre del terruño se despedaza en vida.
Ímproba y larga ha sido como nunca la prueba...
La mujer, que afanosa preparó la comida,
en procura del amo viene como abstraída,
dando al pequeño el tibio, dulce licor que nieva.
De pronto, a la campana, todo el valle responde:
la madre de rodillas su casto seno esconde;
detiénese el labriego y se descubre, y arde
su mirada en la súplica de piadosos consejos...
Tórnanse al campanario los bueyes. A lo lejos
el estruendo del río emociona la tarde.
Las horas graves
Sahúmase el villaje de olores a guisados;
el párroco en su mula pasa entre reverencias;
laten en todas partes monótonas urgencias,
al par que una gran calma inunda los sembrados.
Niñas en las veredas cantan... En los porfiados
cascotes de la vía gritan las diligencias,
mientras en los contornos zumba hacia las querencias,
el cuerno de los viejos pastores rezagados.
Lilas, violadas, lóbregas, mudables como ojeras,
las rutas, poco a poco, aparecen distintas;
cuaja un silencio oscuro, allá por las praderas
donde cantando el día se adormeció en sus tintas...
Y adioses familiares de gritas lastimeras
se cambian al cerrarse las puertas de las quintas.
La flauta
Tirita entre algodones húmedos la arboleda...
La cumbre está en un blanco éxtasis idealista;
y en brutos sobresaltos, como ante una imprevista
emboscada, el torrente relinchando rueda.
Todo es grave... En las cañas sopla el viento flautista.
Mas súbito, rompiendo la invernal humareda,
el sol, tras de los montes, abre un telón de seda,
y ríe la mañana de mirada amatista.
Cien iluminaciones, en fluidos estambres,
perlan de rama en rama, lloran de los alambres...
Descuidando el rebaño, junto al cauce parlero,
Upilio se confía dulcemente a su flauta,
sin saber que de amores, tras un álamo, incauta,
contemplándole Filida muere como un cordero.
Los perros
El olivo y el pozo... Dormida una aldeana
en el brocal... A un lado la senda viajadora,
y un hombre paso a paso: todo lo que a la hora
suspira una evangélica gracia samaritana...
El sol es, miel, la brisa pluma y el cielo pana...
Y el monte, que una eterna candidez atesora,
ríe como un abuelo a la joven mañana,
con los mil pliegues rústicos de su cara pastora.
Pan y frutas: ingenuos desayunos frugales.
Mientras que los pastores huelgan de sus pradiales
fatigas o se lavan en los remansos tersos,
maniobran hacia el valle de tímpanos agudos
los celosos instintos de los perros lanudos,
de voz ancha, que integran los ganados dispersos.
Idilio
La sombra de una nube sobre el césped recula...
Aclara entre montañas rosas la carretera
por donde un coche antiguo, de tintinante mula,
llena de ritornelos la tarde placentera.
Hundidos en la hierba gorda de la ribera,
los vacunos solemnes satisfacen su gula;
y en lácteas vibraciones de ópalo, gesticula
allá, bajo una encina, la mancha de una hoguera.
Edipo y Diana, jóvenes libres de la campiña,
hacen testigo al fuego de sus amores sabios;
con gestos y pellizcos recélanse de agravios;
mientras él finge un largo mordisco, ella le guiña:
y así las horas pasan en su inocente riña,
como una suave pluma por unos bellos labios.
Ebriedad
Apurando la cena de aceitunas y nueces,
Luth y Cloe se cambian una tersa caricia;
beben luego en el hoyo de la mano, tres veces,
el agua azul que el cielo dio a la estación propicia.
Del corpiño indiscreto, con ingenua malicia,
ella deja que alumbren púberas redondeces.
Y mientras Luth en éxtasis gusta sus embriagueces,
Cloe los bucles pálidos del amante acaricia.
Anochece. Una bruma violeta hace vagos
el aprisco y la torre, la montaña y los lagos...
Sofocados de dicha, de fragancias y trinos,
ella calla y apenas él suspírala: ¡Oh Cloe!
¡Mas de pronto se abrazan al sentir que un oboe
interpreta fielmente sus silencios divinos!
Las madres
Verde luz y heliotropo en los amplios confines...
El cielo, paso a paso, deviénese incoloro;
en la fuente decrépita iza un iris canoro
la escultura musgosa de los cuatro delfines.
Suena, de roca en roca, sus cándidos trintrines
la vagabunda esquila del rebaño, y en coro,
ante Dios que retumba en la tarde, urna de oro,
los charcos panteístas entonan sus maitines.
Y a grave paso acuden, por los senderos todos,
gentes que rememoran los antiguos éxodos:
mujeres matronales de perfiles oscuros,
cuyas carnes a trébol y a tomillo trascienden,
ostentando el pletórico seno de donde penden
sonrosados infantes, como frutos maduros.
Los carros
Mucho antes que el agrio gallinero, acostumbra
a cantar el oficio de la negra herrería,
husmea el boticario, abre la barbería...
En la plaza hay tan sólo un farol (que no alumbra).
A través de la sórdida nieve que apesadumbra,
los bueyes del cortijo aran la cercanía,
y en gesto de implacable mala estación, el guía
salpica de improperios rurales la penumbra.
Mientras, duerme la villa señorial... Los amores
de la fuente se lavan en su mármol antiguo;
y bajo el candoroso astro de los pastores,
ungiendo de añoranzas el sendero contiguo,
pasan silbidos lentos y aires de tiempo ambiguo,
en tintinambulantes carros madrugadores.
La dicha
Todas -blancas ovejas fieles a su pastora-
recogidas en torno del modesto santuario,
agrúpanse las pobres casas del vecindario,
en medio de una dulce paz embelesadora.
La buena grey asiste a la misa de aurora...
Entran gentes oscuras, en la mano el rosario;
bendiciendo a los niños, pasa el pulcro vicario
y detrás la llavera, siempre murmuradora...
Se come el santuario musgoso la borrica
del doctor, que indignado un sochantre aporrea.
Transparente, en la calle principal, la botica
sugestiona a las moscas la última panacea.
Y a «ras» de su cuchillo cirujano, platica
el barbero intrigante: folletín de la aldea.
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