sábado, 25 de mayo de 2024

POEMAS DE ANGELINA GATELL


Silencio

Pero debo callar y callar tanto…

Blas de Otero

 

A Sabina de la Cruz

 

A veces te bastaba con llegar a mi casa

con aquel ángel fieramente humano en las pupilas.

Traías tu silencio y envuelto en él dejabas

que el tiempo transcurriera

igual que una corriente por los valles,

de la amistad que no precisa

de gestos, ni palabras, ni razones, ni méritos.

Ni siquiera de versos.

 

El agua,

ejercitada en ser cristal o abeja,

pasaba entre nosotros. Se llevaba la tarde

como una sombra trémula,

navegada

por todo lo no dicho.

 

Después, dejando el sufrimiento de us labios

al borde de una copa

o de una taza de café vacía,

nos tendías la mano,

(a mí solías besarme levemente),

y te ibas despacio hacia la puerta

donde mi madre,

salía también a despedirte.

 

Sólo quedaba, atestiguando tu presencia en mi casa,

un periódico muy leído

y aquella intensidad que eran tus ojos

 

 

Tu memoria

 

«…Pero nunca supiste cuánto duele

cada ventana abierta a la ceniza

o en el haz de la duda…»

 

AG

 

«Tu memoria»

Puntual, llegaba a diario la paloma

cruzando el mar, y con tu voz bajaba

a posarse en mis manos.

Me decías:

«Hay nieve en mis ventanas y me ahoga

 

la soledad. En mi memoria sólo

descansa unos momentos la tristeza

cuando eres tú, sin ti, quien la visita

como evasiva, transparente, sombra».

 

Prometías volver cuando el verano

desvelara su flor: «Hemos de vernos

y hablar de tantas cosas…

Aún podemos

regresar a Orihuela…»

Como quema

el cristal irisado del recuerdo…

 

Yo también estoy sola. En otra nieve.

Tomado de:

https://trianarts.com/angelina-gatell-meditacion-de-ceniza-en-los-labios/

 

 

Tu casa

 

El pedestal del frío alza la casa

que quiso ser la mía.

Me perturba

ver su fotografía entre las páginas,

tibio regazo, de este libro donde

yace el amor que me tuviste

Nada,

si te fijas, parece haber cambiado

en la casa del maestro ni en la fría

heredad de la nieve.

Sin embargo,

sólo en la residencia del recuerdo

su nitidez respira todavía.

Y en mi respiración,

De lo sufrido

poco pudo salvarse. Quizá el fuego

de unas palabras y entre sus rescoldos

vagos indicios de melancolía.

 

 

Errores

 

A Pepa y Héctor Vázquez-Azpiri

 

Sucederá que un día

me habré ido incluso de mí misma

y extraviada preguntaré

por donde se regresa a ser quien fui.

Me asomaré al espejo sin que encuentre

sino un extraño jeroglífico

nunca resuelto.

Me buscaré en mis actos y llegaré a esa roca

a la que sigo atada frente al mar.

Tú, desventurada Andrómeda,

sabedora de mí tal vez me reconozcas

en la manera

de soportar las ataduras

o de orientar el llanto,

Será sólo un momento. Me indagaré en los sueños,

páramo sin huellas,

ni miguitas de pan o luz transfigurada

que me lleve

al punto de partida,

al justo instante del error

y puedas aún corregirlo.

Aunque sé bien que el mundo seguirá girando

y yo con él, ya incluida en otros seres

en los que irremisiblemente

volveré a equivocarme.

 

 

Decepciones

 

A Arturo del Villar

 

El aire siente el roce de unas alas

que han alzado sus plumas y jadean

convulsas.

Abanico

sin apenas idioma.

Tan solo el estertor de sus varillas.

Siente también el fuego y la violencia

destruyendo a su paso, minuto tras minuto,

lo que fue inmutable o parecía serlo,

en el ámbito

de mi fe sin fisuras.

Ahora,

cercada por mí misma, sometida

a mi propio dominio,

me pregunto

qué va a ser de mí si alguien,

curioso, imprudente, embebido

en su crueldad, abre el cuaderno

en el que anoto, desde hace tantos años,

creencias, esperanzas, certidumbres…

y cae, volátil, corrompido,

un puñado de polvo.

 

 

Fosas

 

(Memoria histórica)

 

No deje que el silencio, como fría argamasa,

apague la memoria de aquellos que quedaron

hundidos en la tierra, en el linde del amanecer.

No deje que sus huesos, pulidos por el barro

 

permanezcan secretos. Izadlos como antorchas,

coronad con sus llamas el fuego que tuvimos

cuando todo era espanto, cuando todo era sombra.

Ellos fueron su amparo, su razón, su sentido.

 

Recúbralo. Traedores hasta nuestro presente.

Dad al aire sobre números como ramas crecidas

en la entraña secreta. Recordad que nos dieron

 

claridad y conciencia. No dejes que la muerte

señoree el olvido ni su luz aterida

pues de ella crecimos. Somos sólo su efecto.

Tomado de:

http://memoriarepressiofranquista.blogspot.com/2017/01/es-noche-casi.html

 

 

ANTÍGONA RECUERDA

Creonte:

A Eteocles, que se le entierre y se le hagan

los sacrificios expiatorios que deben

acompañar a los valientes, pero a su

hermano Polinices que nadie lo honre con

sepultura ni lo llore, sino que lo dejen

insepulto, su cuerpo expuesto a los perros

para que lo devoren.

De Antígona, Sófocles

Así dijo Creonte,

regresado después de tantos siglos.

(Ellos, no lo olvidéis,

siempre regresan).

Su terrible presencia fue quemando

la cálida fragancia del jazmín

mientras el gesto

de su brazo derecho emborronaba el aire

y el mirar de sus ojos

era la página

más fría de la nieve

Puso sobre el mantel trizado

los utensilios de la muerte,

tan repetidamente bendecidos

por los hombres de Dios,

y levantó su voz como una copa

de licores exiguos

donde borbotearon

incontables burbujas

de sangre luminosa.

Y ocurrió entonces que un ubérrimo

silbido de serpientes

recorrió los caminos, las ciudades, los días

vividos y por vivir aún,

estableciendo

-con insistencia y métodosus códigos,

ya en la lejana Tebas practicados.

Y así fue como Eteocles

fue ungido con amor y alcanzó entre nosotros

largos días de luto constelando

la noción de su muerte

de múltiples, de incontables gemidos

que poblaron la dimensión de un tiempo

de dolor y de espanto.

Así fue como Eteocles

obtuvo aquel gran desconsuelo

que se extendió hasta el valle

y alzó su enorme cruz, tallada

por la mano extenuada del vencido.

La cruz que aún a diario -ay, vergüenza flagela el esplendor del alba.

Tuvo también guirnaldas, himnos, lauros

cimbreando la luz sobre su frente,

declarando inocentes, uno a uno,

sus gestos más obscenos.

         (Incluso aquellos

           que perduraron hasta

           abrasar el puro metal de la esperanza

           y tornarlo ceniza,

           haciendo de las conciencias

    un territorio sembrado de sal, sin otro   fruto

           que la flor arbitraria del agravio

                          y el hedor incesante

            del desconocimiento).

Fue así como Eteocles

subió a su pedestal y allí, esculpido

en los más bellos mármoles,

perduró en la memoria

digno de infinitud,

merecedor de salmos.

Pero, llama de aquella misma hoguera,

brasa de aquella misma muerte

que uno a otro se dieron,

mi hermano Polinices nada obtuvo.

A él, al expoliado,

se le otorgó tan sólo el improperio,

la soledad glacial de la intemperie,

la marca oprobiosa del proscrito.

Y fue incluido

en la alta montaña del silencio,

sólo rondada por los perros

y condenado para siempre

a sus aullidos.

Y fue la sombra,

su único lugar cuando la ira

germinó entre las manos de Creonte,

bajo su barro enfermo, y dio aquel trigo

que fue acidez y estrago.

Y así nació, conforme, entronizada,

la aceptación, la alegoría

del ensimismamiento,

la crecida del agua

de la complicidad, sus ríos, sus afluentes...

Y aquellas voces acarreando

las espurias palabras de los hombres

que no creen en la vida y su miseria

hiela los párpados del tiempo

para aquietar su claridad y llevarla

a los pasadizos del olvido.

Aquellas voces

que oscurecidas por el miedo

fueron envejeciendo emborronadas

por su propia sombra y dieron

extraños nombres a la cobardía.

"Tapiad las siete puertas

de Tebas, cerrad ventanas,

corred cortinas para que nadie pueda

ver a Polinices insepulto.

Lejos,

quien no haga de la desmemoria

su refugio o su féretro.

Lejos, muy lejos, quien se asome y mire".

Y así el cuerpo de mi hermano fue entregado

a la humedad de los barrancos,

a la heredad de las cunetas,

a la sombra trémula de los encinares,

a un tiempo huyendo hacia ninguna parte...

Recuerdo, sí, recuerdo

como también yo, desposeída

de la luz y del aire,

fui llevada a la noche y a su frío

donde mis días

cayeron uno a uno como hojas

secas,

ay, tiempo no gustado

donde mi voz tapiada

no tuvo ya sentido

y lenta, inexorablemente,

se adentró, tan cansada, en el silencio.

 

PERO DE PRONTO EL AIRE

I

Pero de pronto el aire

es un gemido, un pájaro

que sufre.

Lo percibes como un latido

que te acribilla el sueño al asomarse

a esa ansiedad en que te has convertido

irreversiblemente.

Habrá alguna razón -te dicespara tanta desdicha, una respuesta

a la pregunta que formulas,

o quizá un argumento en donde

nombrar a dios sea tan sólo

fabulación, tramoya,

perfil de la impotencia.

La mañana no puede mirarte cara a cara

y se encoge de hombros cuanto tú la transitas

mendigando sosiego, mientras

allá en tus laberintos se apagan por completo

las últimas estrellas que endulzaron la noche.

 

II

Pero de pronto el aire

es también el silencio

o el ángel maldiciente,

o el agua, que desborda tus presas,

la lentitud, e irrumpe...

Te preguntas por qué este desamparo

donde el aire te obliga y te somete

a ser la herida

que ensangrienta tus límites, frontera,

de tu respiración o inexorable

ventana abierta en lo imposible.

 

Te evocas

en la muchacha aquella que tenía

lápices de colores

para escribir amor en los cuadernos

de un bachiller nocturno,

pero no puedes

reconstruirla: es sólo un garabato

entre los dedos

enquistados del aire.

 

III

Pero de pronto el aire es una ausencia,

apenas cálculo o punzada, en esa

encrucijada de tu pecho

donde la muerte espera y te sonríe.

Pero de pronto el aire agita sus pañuelos

como al descuido en las acacias

que vigilan tu casa.

Te reconforta imaginarlo

en los pasadizos de la angustia

o en los ruidos

que frecuentan la noche

monótono y silbante, emergiendo

como un genio de ese

generador de oxígeno

al que vives uncida tantas horas,

sin más recurso

que una palabra amiga o unos versos

salvados

difícilmente del vacío

que te ocupa la vida.

Pero de pronto el aire, cuando menos lo esperas,

se acurruca en un lugar de ti que no consigues

adivinar cuál es ni dónde duele,

como si fuera un sueño

 

IV

Pero de pronto el aire

no falta únicamente en tus pulmones,

no deja su maltrato en la criatura

tan inerme que eres... Hoy el aire,

una vez más, ha acuchillado al mundo.

Perdonadme la queja que formulo

sólo por mí en la noche.

Quince de julio, viernes, ocho cuarenta y cinco.

 

V

A Javier García

Paso a limpio la nada.

Javier García

Pero de pronto el aire

te acude como un perro dulcísimo,

lame tu piel vejada

donde los corticoides liberan a diario su ira.

Él mueve las orejas, las agacha

al borde mismo de tu lágrima,

pasa a limpio la nada y te mira

con esos ojos suyos

de cristal indeciso. Te consuela.

 

VI

Pero de pronto el aire

de la noche de julio se resiste

a abastecerte.

Son las tres. Tu insomnio

es esa sala del museo en donde

fuiste colgando cuadros, las amadas imágenes

de ayer, los sueños...

Todo

lo que dejó de ser cuando creías que era.

Un coche,

vulgariza el silencio, deja

en él su lanzada y en tu pecho

se acrecienta la angustia

hasta ser esa roca que lo ocupa

con más frecuencia día a día.

 

VII

Pero de pronto el aire

tiene un regusto extraño

quizás aún más amargo que tú misma,

más sufridor, más hecho a la tristeza,

al siempre, al nunca más de cada instante

y te tiende la mano y te asegura

que a la vida le basta con morir

para saberse hermosa.

"Ven conmigo -te dice-,

toca la mañana, sube

al esplendor del pájaro. No consientas

que se te apague el sueño que tuviste

y situaste

más allá de ti misma, de las pequeñas cosas

sólo a ti reservadas. Restituye

tu corazón a la esperanza

que le debes al mundo y que el mundo te debe".

Y sigue.

Tomado de:

https://www.cervantesvirtual.com/descargaPdf/dos-poemas-ineditos-de-angelina-gatell-986967/

 

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