Bermellón
Pierre Bonnard hubiera entrado
al museo con un pomo de pintura
en el bolsillo y un pincel de
pelo de marta.
Después, violando la santidad
de uno de sus propios cuadros,
le hubiera agregado una pincelada
bermellón
a la piel de una flor.
Justo así te detuve
en la puerta esta mañana
y chupándome el índice, limpié
una miga invisible
de tu boca bermellón. Como si
en el momento ritual de la
despedida
tuviera que demostrar que todavía
sos mío.
Como si la revisión fuera
la forma más pura del amor.
Después de una ausencia
Después de una ausencia que no
fue culpa de ninguno
estamos tímidos el uno con el
otro,
y las palabras parecen más
jóvenes de lo que somos,
como si tuviéramos que volver al
tiempo en que nos conocimos
y traernos hasta el presente con
esfuerzo,
del mismo modo en que nunca leés
una historia
desde donde la dejaste
sino que siempre retomás el libro
desde el principio.
Tal vez tendríamos que estar
atados como alpinistas
con el cable de seguridad del
teléfono,
y el dial, nuestra propia ruedita
de plegarias,
con nuestras voces menos
fantasmas en kilómetros,
menos incómodas de lo que son
ahora.
Me olvidé del gris de tus rulos,
del toque de invierno en tu cara,
y me acordé del hombre joven
que fuiste.
Y sentí que me volvía vieja y
común,
obligada a pensar de nuevo en la
cena,
en los animales que hay que
atender, en la correntada
de la vida diaria escondida pero
peligrosa,
que tan pronto nos tira para
abajo a los dos.
Soñé que nuestra cama era
una costa en la que nos bañábamos,
y no este colchón a rayas
que hay que tapar con las
sábanas. Me olvidé
de todos los asuntos viejos entre
nosotros,
como el correo sin contestar por
tanto tiempo que el silencio
se vuelve elocuente, un mensaje
en sí mismo.
Hasta me había olvidado de que el
amor de los casados
es un territorio más misterioso
cuanto más se lo explora, como
uno de esos terrenos
sobre los que leés, un jardín en
el desierto
donde parás a beber, sin saber
nunca
si vas a llenarte la boca de agua
o de arena.
Sensación térmica
La puerta del invierno
está cerrada y helada,
y, como cadáveres de animales
que se extinguieron hace mucho,
los autos
quedaron abandonados por ahí,
se los apropia la ruta fría.
Qué ceremoniosa es la nieve,
con qué seriedad muda
hasta a la muerte convierte en un
arreglo formal.
Sola, en mi ventana, escucho
el viento,
el crujido de las hojitas
en sus ataúdes de hielo.
Meditación al lado de la cocina
Amontoné los fuegos
de mi cuerpo
en un fogón chiquito pero
constante
acá, en la cocina,
donde la masa tiene vida propia
y respira bajo su repasador
húmedo
como un hijo que duerme;
donde la hija verdadera juega
abajo de la mesa,
a que el mantel es una carpa,
practicando despedidas; donde un
pajarito
marrón y débil voló contra la
ventana
enceguecido por la luz
y ahora está atontado sobre el
asfalto
—nunca fue sencillo, ni siquiera
para los pájaros,
este asunto de los nidos.
El ojo inocente no ve nada, dice
Auden,
repitiendo lo que la serpiente le
dijo a Eva,
lo que Eva le dijo a Adán,
cansada de jardines,
deseosa de una vida bien vivida.
Pero la pasión ocurre por
accidente
puedo dejar que la masa rebalse
del bol,
descuidarla y no amasarla para
que baje,
descuidar a la hija que espera
debajo de la mesa,
ya con lagrimitas nublándole los
ojos.
Crecemos de maneras tan azarosas.
Hoy me siento más inteligente que
el pájaro.
Sé que la ventana me cierra el
paso,
que cuando la abra
los olores del jardín van a
ponerme impaciente.
Y amontoné los fuegos de mi
cuerpo
en una fogata chiquita y
doméstica para que los demás
se calienten las manos por un
rato.
Perales en espalderas
Clavás los perales a la pared
en un simulacro de crucifixión
—con los miembros aplastados
y la espalda cubierta de hojas
mirando hacia nosotros—
y los regás con la manguera.
La semana pasada le dijiste haiku
viviente
al bonsái, y le cortaste
sin piedad
las ramas tiernas
como si te cortaras las uñas,
mientras yo no podía dejar de
pensar
en las mujeres chinas
trastabillando
sobre los pies vendados.
Acá en el jardín,
donde el precio de la belleza
es en parte el dolor, nos
arrodillamos
sobre el suelo resiliente
en un intento de fraternizar con
la tierra
en la que nos vamos a convertir.
Mucho después del Edén,
la imaginación florece
con toda su maleza indómita.
Sueño con el sabor
efímero de las peras.
Estoy aprendiendo a abandonar el mundo
Estoy aprendiendo a abandonar el
mundo
antes de que él me abandone a mí.
Ya renuncié a la luna
y a la nieve, cerrando las
persianas
a las demandas de lo blanco.
Y el mundo se llevó
a mi padre, a mis amigos.
Sacrifiqué las líneas melódicas
de las colinas,
mudándome a un paisaje monótono y
llano.
Y todas las noches entrego mi
cuerpo
miembro a miembro, de abajo hacia
arriba
a través de mis huesos, hacia el
corazón.
Pero llega la mañana con los
pequeños
indultos del café y el canto de
los pájaros.
Un árbol atrás de la ventana que
hasta hace
unos segundos era nada más que
una sombra
recupera sus ramas
hoja por hoja.
Y mientras yo recupero el cuerpo,
el sol recuesta su hocico
caliente en mi regazo
como para hacer las paces.
Tomado de:
https://www.revistaaltazor.cl/linda-pastan-2/
ENTRA DÓCILMENTE
Te han crecido alas de dolor
y te agitas en la cama como una
gaviota herida
pidiendo agua, pidiendo té, uvas
cuyas pieles no puedes mascar.
¿Recuerdas cuando me enseñaste
a nadar? Suelta, dijiste,
el lago te sostendrá.
Ansío decir, suelta Padre
que la muerte te sostendrá.
Afuera, el otoño prosigue sin
nosotros.
Con qué facilidad ceden las hojas,
las oigo en el último soplo de
aire,
dejando atrás este lugar que
desaparece.
VOCES
Juana oyó voces.
y por ello ardió.
Mientras conduzco en la oscuridad
escribo poemas.
Anoche pensando
en cómo espaciar los versos
me pasé una señal de stop.
Cuando me justifiqué
el policía asintió,
y me puso
una multa.
Un entendido me dijo
que los escritores tienen un
plazo de quince años:
luego llega la repetición,
incluso la locura.
Como Midas, supongo que
todo lo que tocamos se convierte
en un poema-
cuando el hechizo existe.
Pero piensa en el poeta después
de ese plazo
tocando los árboles que
siempre ha tocado,
pero esta vez no ocurre nada.
Imagínatelo yendo de un tronco
a otro, magullándose
las manos con la áspera corteza.
Solo quedan cinco años.
A veces entierro
mis poemas en el jardín,
reservándolos
para los fríos días venideros.
De todos modos
te quemas por ello.
UNA PEQUEÑA HISTORIA DEL
PENSAMIENTO
JUDIO EN EL SIGLO VEINTE
Los rabinos escribieron:
aunque está prohibido
tocar a un moribundo,
sin embargo, si su casa
se incendia
debe ser sacado
de ella.
¡Bárbaro!
digo,
¿a quién podría tocar yo
entonces,
no estamos todos
moribundos?
Sonríes
con tu vieja sonrisa de
conciliador
y preguntas:
pero ¿no están nuestras casas
quemándose?
SUEÑOS
Los sueños son el único
más allá que conocemos;
el lugar donde los niños
que éramos
se mecen en los brazos de los
niños
en que nos hemos convertido.
Son tantos como hojas
en sus migraciones,
como pájaros de cuya muerte nos
enteramos
por la única pluma
que dejan atrás: un indicio,
una partícula de sueño
captada por la vista.
Son tan irrecuperables como la
arena.
HAY POEMAS
Hay poemas
que nunca se escriben,
que solo se agitan de un lado a
otro
de la mente
como escritura aérea
en un día tranquilo:
lentamente la primera palabra
se deja llevar hacia el oeste,
las últimas letras se disuelven
en la lengua,
y lo que se deja
es el azul puro
de la intuición, sin nubes
ni consuelo.
A UNA HIJA QUE SE VA DE CASA
Cuando a los ocho años
te enseñaba a andar
en bicicleta, arrastrando los
pies
a tu lado
y te alejaste tambaleándote
sobre las dos ruedas, tan
redondas
como mi boca abierta por la
sorpresa cuando tomaste
la curva del sendero del parque,
esperando el ruido
qué harías al chocar
corrí para alcanzarte
mientras tú te volvías
cada vez más pequeña, más frágil
en la distancia,
pedaleando, pedaleando
por tu vida, gritando
y riendo
el pelo aleteando
detrás de ti
como un pañuelo que dice
adiós.
LA FORMA EN QUE LAS HOJAS
SIGUEN CAYENDO
Es noviembre
y temprano -hora de ir al
trabajo.
Siento el pequeño látigo
de mi conciencia chasquear
mientras miro por mi ventana
la gran cosecha de hojas.
Al otro lado de la calle mi
vecino,
con su soplador de hojas
rugiendo,
intenta poner orden
desde el caos de la pérdida de
color.
Parece valiente y algo necio.
Es casi una marea, la forma
en que las hojas siguen cayendo
ola tras ola a la tierra.
En el Edén no había
estaciones, y a veces
creo que fue la pulcritud
de ese jardín
que Eva detestaba, las etiquetas
de madera
con los nuevos nombres de plantas
y árboles.
Sin embargo, también soy hija de
Adán
y me gusta el orden, aunque
los márgenes de mis poemas
sean desiguales, y aquí estoy
toda la mañana mirando las hojas.
LOS COSACOS
Para los judíos, los cosacos
siempre están viniendo.
Por consiguiente, pienso que la
mancha que tengo en el brazo
es un melanoma. Por eso celebro
el Año Nuevo calculando
mi muerte anual.
Mi madre, cuando se estaba
muriendo,
hablaba con quienes la visitan de
libros
y viajes, mostrándose serena
como una forma de educación,
aunque
yo podía distinguir la
diferencia.
Pero cuando te veía planear
una vida que sabías
que nunca tendrías, no podía
explicarme
tu sonrisa sincera ante
la catástrofe. ¿Estaba la
negación
relacionada con la aceptación? O
se trataba
de generaciones de ser ingleses
al modo de la Lucy de Brontë en
Villette
viviendo como si ningún fuego
rugiera
bajo su vestido pardo.
Yo quería vivir de la manera en
que tú lo hiciste
preparándome para la hambruna del
próximo año con vino
y música y un banquete de diez
platos.
Pero escucha: eso es ruido de
cascos
en el helado aire del otoño.
CONVERSACIÓN IMAGINARIA
Me dices que viva cada día
como si fuese el último. Es en la
cocina
donde antes del café lamento
el día que me espera: esa carrera
de obstáculos
de minutos y horas
tiendas de alimentos y médicos.
Pero ¿por qué el último?,
pregunto. ¿Por qué no
vivir cada día como si fuese el
primero,
todo él sorpresas intensas. Eva
restregándose
los ojos al despertar esa primera
mañana,
el sol asomando
como un ingenuo por el este?
Mueles el café
con el pequeño estruendo de una mente
que intenta aclararse. Pongo
la mesa, echo un vistazo tras la
ventana
donde el rocío ha bautizado
toda superficie viviente.
Tomado de:
https://laparadapoetica.blogspot.com/2022/09/
¿POR QUÉ SON TAN OSCUROS TUS POEMAS?
¿No es oscura también la luna,
casi siempre?
Y la página en blanco
¿no parece incompleta
sin las manchas oscuras
de las letras?
Cuando Dios pidió luz,
no desterró la oscuridad.
Inventó en cambio
el ébano y los cuervos
y el lunarcito
de tu pómulo izquierdo.
Pero tal vez querías preguntarme:
“¿Por qué estás triste tan
seguido?”.
Preguntale a la luna.
Preguntale qué ha visto.
MI OBITUARIO
¿Logrará una columna en el Post o
el Times
o solo una mención de un familiar
apurado?
¿Mencionará los premios que no
gané
y los poemas no del todo buenos,
o cuando un estudiante preguntó
si “A una hija que se va de casa”
era mi penitencia por alejarla?
Seguramente diga que nací en el
Bronx
y pasé mis primeras semanas de
vida
sola, en la guardería del
hospital. Lo que
tal vez explique mi melancolía
crónica
o por qué sigo culpando a mi
padre cirujano
que hizo todo lo que pudo por mí
pero cuyo enojo siempre espejó al
mío.
Algunos obituarios escritos de
antemano
esperan años en el sótano del
diario,
como aves de rapiña dormidas en
sus nidos,
esperando que la muerte alcance a
la vida.
Ojalá que los diarios con mi
obituario se usen
para mantener limpio el piso bajo
el plato del perro.
Y que los hijos que me
“sobreviven” me recuerden
no por una lista de hechos
ambiguos reunidos
como datos matemáticos, sino por
mis obsesiones
habituales: el pan que sube y las
hojas que caen.
Tomado de:
https://hablardepoesia.com.ar/2023/02/13/linda-pastan-el-pan-que-sube-y-las-hojas-que-caen/
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