viernes, 17 de mayo de 2024

POEMAS DE LINDA PASTAN

 



Bermellón

 

Pierre Bonnard hubiera entrado

al museo con un pomo de pintura

en el bolsillo y un pincel de pelo de marta.

Después, violando la santidad

de uno de sus propios cuadros,

le hubiera agregado una pincelada bermellón

a la piel de una flor.

Justo así te detuve

en la puerta esta mañana

y chupándome el índice, limpié

una miga invisible

de tu boca bermellón. Como si

en el momento ritual de la despedida

tuviera que demostrar que todavía sos mío.

Como si la revisión fuera

la forma más pura del amor.

 

 

Después de una ausencia

 

Después de una ausencia que no fue culpa de ninguno

estamos tímidos el uno con el otro,

y las palabras parecen más jóvenes de lo que somos,

como si tuviéramos que volver al tiempo en que nos conocimos

y traernos hasta el presente con esfuerzo,

del mismo modo en que nunca leés una historia

desde donde la dejaste

sino que siempre retomás el libro desde el principio.

Tal vez tendríamos que estar

atados como alpinistas

con el cable de seguridad del teléfono,

y el dial, nuestra propia ruedita de plegarias,

con nuestras voces menos fantasmas en kilómetros,

menos incómodas de lo que son ahora.

Me olvidé del gris de tus rulos,

del toque de invierno en tu cara,

y me acordé del hombre joven

que fuiste.

 

Y sentí que me volvía vieja y común,

obligada a pensar de nuevo en la cena,

en los animales que hay que atender, en la correntada

de la vida diaria escondida pero peligrosa,

que tan pronto nos tira para abajo a los dos.

Soñé que nuestra cama era

una costa en la que nos bañábamos,

y no este colchón a rayas

que hay que tapar con las sábanas. Me olvidé

de todos los asuntos viejos entre nosotros,

como el correo sin contestar por tanto tiempo que el silencio

se vuelve elocuente, un mensaje en sí mismo.

Hasta me había olvidado de que el amor de los casados

es un territorio más misterioso

cuanto más se lo explora, como uno de esos terrenos

sobre los que leés, un jardín en el desierto

donde parás a beber, sin saber nunca

si vas a llenarte la boca de agua o de arena.

 

 

Sensación térmica

 

La puerta del invierno

está cerrada y helada,

 

y, como cadáveres de animales

que se extinguieron hace mucho, los autos

 

quedaron abandonados por ahí,

se los apropia la ruta fría.

 

Qué ceremoniosa es la nieve,

con qué seriedad muda

 

hasta a la muerte convierte en un

arreglo formal.

 

Sola, en mi ventana, escucho

el viento,

 

el crujido de las hojitas

en sus ataúdes de hielo.

 

 

Meditación al lado de la cocina

 

Amontoné los fuegos

de mi cuerpo

en un fogón chiquito pero constante

acá, en la cocina,

donde la masa tiene vida propia

y respira bajo su repasador húmedo

como un hijo que duerme;

donde la hija verdadera juega abajo de la mesa,

a que el mantel es una carpa,

practicando despedidas; donde un pajarito

marrón y débil voló contra la ventana

enceguecido por la luz

y ahora está atontado sobre el asfalto

—nunca fue sencillo, ni siquiera para los pájaros,

este asunto de los nidos.

El ojo inocente no ve nada, dice Auden,

repitiendo lo que la serpiente le dijo a Eva,

lo que Eva le dijo a Adán, cansada de jardines,

deseosa de una vida bien vivida.

Pero la pasión ocurre por accidente

puedo dejar que la masa rebalse del bol,

descuidarla y no amasarla para que baje,

descuidar a la hija que espera debajo de la mesa,

ya con lagrimitas nublándole los ojos.

Crecemos de maneras tan azarosas.

Hoy me siento más inteligente que el pájaro.

Sé que la ventana me cierra el paso,

que cuando la abra

los olores del jardín van a ponerme impaciente.

Y amontoné los fuegos de mi cuerpo

en una fogata chiquita y doméstica para que los demás

se calienten las manos por un rato.

 

 

Perales en espalderas

 

Clavás los perales a la pared

en un simulacro de crucifixión

—con los miembros aplastados

y la espalda cubierta de hojas mirando hacia nosotros—

y los regás con la manguera.

 

La semana pasada le dijiste haiku viviente

al bonsái, y le cortaste

sin piedad

las ramas tiernas

como si te cortaras las uñas,

 

mientras yo no podía dejar de pensar

en las mujeres chinas

trastabillando

sobre los pies vendados.

Acá en el jardín,

 

donde el precio de la belleza

es en parte el dolor, nos arrodillamos

sobre el suelo resiliente

en un intento de fraternizar con la tierra

en la que nos vamos a convertir.

 

Mucho después del Edén,

la imaginación florece

con toda su maleza indómita.

Sueño con el sabor

efímero de las peras.

 

 

Estoy aprendiendo a abandonar el mundo

 

Estoy aprendiendo a abandonar el mundo

antes de que él me abandone a mí.

Ya renuncié a la luna

y a la nieve, cerrando las persianas

a las demandas de lo blanco.

Y el mundo se llevó

a mi padre, a mis amigos.

Sacrifiqué las líneas melódicas de las colinas,

mudándome a un paisaje monótono y llano.

Y todas las noches entrego mi cuerpo

miembro a miembro, de abajo hacia arriba

a través de mis huesos, hacia el corazón.

Pero llega la mañana con los pequeños

indultos del café y el canto de los pájaros.

Un árbol atrás de la ventana que hasta hace

unos segundos era nada más que una sombra

recupera sus ramas

hoja por hoja.

Y mientras yo recupero el cuerpo,

el sol recuesta su hocico caliente en mi regazo

como para hacer las paces.

Tomado de:

https://www.revistaaltazor.cl/linda-pastan-2/

 

 

ENTRA DÓCILMENTE

 

 

 

Te han crecido alas de dolor

 

y te agitas en la cama como una gaviota herida

 

pidiendo agua, pidiendo té, uvas

 

cuyas pieles no puedes mascar.

 

¿Recuerdas cuando me enseñaste

 

a nadar? Suelta, dijiste,

 

el lago te sostendrá.

 

Ansío decir, suelta Padre

 

que la muerte te sostendrá.

 

Afuera, el otoño prosigue sin nosotros.

 

Con qué facilidad ceden las hojas,

 

las oigo en el último soplo de aire,

 

dejando atrás este lugar que desaparece.

 

 

VOCES

 

Juana oyó voces.

 

y por ello ardió.

 

Mientras conduzco en la oscuridad

 

escribo poemas.

 

Anoche pensando

 

en cómo espaciar los versos

 

me pasé una señal de stop.

 

Cuando me justifiqué

 

el policía asintió,

 

y me puso

 

una multa.

 

Un entendido me dijo

 

que los escritores tienen un plazo de quince años:

 

luego llega la repetición,

 

incluso la locura.

 

Como Midas, supongo que

 

todo lo que tocamos se convierte

 

en un poema-

 

cuando el hechizo existe.

 

Pero piensa en el poeta después de ese plazo

 

tocando los árboles que

 

siempre ha tocado,

 

pero esta vez no ocurre nada.

 

Imagínatelo yendo de un tronco

 

a otro, magullándose

 

las manos con la áspera corteza.

 

Solo quedan cinco años.

 

A veces entierro

 

mis poemas en el jardín,

 

reservándolos

 

para los fríos días venideros.

 

De todos modos

 

te quemas por ello.

 

 

UNA PEQUEÑA HISTORIA DEL PENSAMIENTO
JUDIO EN EL SIGLO VEINTE

 

 

 

Los rabinos escribieron:

 

aunque está prohibido

 

tocar a un moribundo,

 

sin embargo, si su casa

 

se incendia

 

debe ser sacado

 

de ella.

 

 

 

¡Bárbaro!

 

digo,

 

¿a quién podría tocar yo entonces,

 

no estamos todos

 

moribundos?

 

 

 

Sonríes

 

con tu vieja sonrisa de conciliador

 

y preguntas:

 

pero ¿no están nuestras casas

 

quemándose?

 

 

SUEÑOS

 

 

 

Los sueños son el único

 

más allá que conocemos;

 

el lugar donde los niños

 

que éramos

 

se mecen en los brazos de los niños

 

en que nos hemos convertido.

 

 

 

Son tantos como hojas

 

en sus migraciones,

 

como pájaros de cuya muerte nos enteramos

 

por la única pluma

 

que dejan atrás: un indicio,

 

una partícula de sueño

 

 

 

captada por la vista.

 

Son tan irrecuperables como la arena.

 

 

HAY POEMAS

 

Hay poemas

 

que nunca se escriben,

 

que solo se agitan de un lado a otro

 

de la mente

 

como escritura aérea

 

en un día tranquilo:

 

lentamente la primera palabra

 

se deja llevar hacia el oeste,

 

las últimas letras se disuelven

 

en la lengua,

 

y lo que se deja

 

es el azul puro

 

de la intuición, sin nubes

 

ni consuelo.

 

 

A UNA HIJA QUE SE VA DE CASA

 

Cuando a los ocho años

 

te enseñaba a andar

 

en bicicleta, arrastrando los pies

 

a tu lado

 

y te alejaste tambaleándote

 

sobre las dos ruedas, tan redondas

 

como mi boca abierta por la

 

sorpresa cuando tomaste

 

la curva del sendero del parque,

 

esperando el ruido

 

qué harías al chocar

 

corrí para alcanzarte

 

mientras tú te volvías

 

cada vez más pequeña, más frágil

 

en la distancia,

 

pedaleando, pedaleando

 

por tu vida, gritando

 

y riendo

 

el pelo aleteando

 

detrás de ti

 

como un pañuelo que dice

 

adiós.

 

 

LA FORMA EN QUE LAS HOJAS
SIGUEN CAYENDO

 

Es noviembre

 

y temprano -hora de ir al trabajo.

 

Siento el pequeño látigo

 

de mi conciencia chasquear

 

mientras miro por mi ventana

 

la gran cosecha de hojas.

 

Al otro lado de la calle mi vecino,

 

con su soplador de hojas rugiendo,

 

intenta poner orden

 

desde el caos de la pérdida de color.

 

Parece valiente y algo necio.

 

Es casi una marea, la forma

 

en que las hojas siguen cayendo

 

ola tras ola a la tierra.

 

 

 

En el Edén no había

 

estaciones, y a veces

 

creo que fue la pulcritud

 

de ese jardín

 

que Eva detestaba, las etiquetas de madera

 

con los nuevos nombres de plantas y árboles.

 

Sin embargo, también soy hija de Adán

 

y me gusta el orden, aunque

 

los márgenes de mis poemas

 

sean desiguales, y aquí estoy

 

toda la mañana mirando las hojas.

 

 

LOS COSACOS

 

 

Para los judíos, los cosacos siempre están viniendo.

 

Por consiguiente, pienso que la mancha que tengo en el brazo

 

es un melanoma. Por eso celebro

 

el Año Nuevo calculando

 

mi muerte anual.

 

 

 

Mi madre, cuando se estaba muriendo,

 

hablaba con quienes la visitan de libros

 

y viajes, mostrándose serena

 

como una forma de educación, aunque

 

yo podía distinguir la diferencia.

 

 

 

Pero cuando te veía planear

 

una vida que sabías

 

que nunca tendrías, no podía explicarme

 

tu sonrisa sincera ante

 

la catástrofe. ¿Estaba la negación

 

relacionada con la aceptación? O se trataba

 

de generaciones de ser ingleses

 

al modo de la Lucy de Brontë en Villette

 

viviendo como si ningún fuego rugiera

 

bajo su vestido pardo.

 

 

 

Yo quería vivir de la manera en que tú lo hiciste

 

preparándome para la hambruna del próximo año con vino

 

y música y un banquete de diez platos.

 

Pero escucha: eso es ruido de cascos

 

en el helado aire del otoño.

 

 

CONVERSACIÓN IMAGINARIA

 

 

 

Me dices que viva cada día

 

como si fuese el último. Es en la cocina

 

donde antes del café lamento

 

el día que me espera: esa carrera de obstáculos

 

de minutos y horas

 

tiendas de alimentos y médicos.

 

 

 

Pero ¿por qué el último?, pregunto. ¿Por qué no

 

vivir cada día como si fuese el primero,

 

todo él sorpresas intensas. Eva restregándose

 

los ojos al despertar esa primera mañana,

 

el sol asomando

 

como un ingenuo por el este?

 

 

 

Mueles el café

 

con el pequeño estruendo de una mente

 

que intenta aclararse. Pongo

 

la mesa, echo un vistazo tras la ventana

 

donde el rocío ha bautizado

 

toda superficie viviente.

Tomado de:

https://laparadapoetica.blogspot.com/2022/09/

 

 

¿POR QUÉ SON TAN OSCUROS TUS POEMAS?

 

¿No es oscura también la luna,

casi siempre?

 

Y la página en blanco

¿no parece incompleta

 

sin las manchas oscuras

de las letras?

 

Cuando Dios pidió luz,

no desterró la oscuridad.

 

Inventó en cambio

el ébano y los cuervos

 

y el lunarcito

de tu pómulo izquierdo.

 

Pero tal vez querías preguntarme:

“¿Por qué estás triste tan seguido?”.

 

Preguntale a la luna.

Preguntale qué ha visto.

 

 

MI OBITUARIO

 

¿Logrará una columna en el Post o el Times

o solo una mención de un familiar apurado?

¿Mencionará los premios que no gané

y los poemas no del todo buenos,

o cuando un estudiante preguntó

si “A una hija que se va de casa”

era mi penitencia por alejarla?

Seguramente diga que nací en el Bronx

y pasé mis primeras semanas de vida

sola, en la guardería del hospital. Lo que

tal vez explique mi melancolía crónica

o por qué sigo culpando a mi padre cirujano

que hizo todo lo que pudo por mí

pero cuyo enojo siempre espejó al mío.

Algunos obituarios escritos de antemano

esperan años en el sótano del diario,

como aves de rapiña dormidas en sus nidos,

esperando que la muerte alcance a la vida.

Ojalá que los diarios con mi obituario se usen

para mantener limpio el piso bajo el plato del perro.

Y que los hijos que me “sobreviven” me recuerden

no por una lista de hechos ambiguos reunidos

como datos matemáticos, sino por mis obsesiones

habituales: el pan que sube y las hojas que caen.

Tomado de:

https://hablardepoesia.com.ar/2023/02/13/linda-pastan-el-pan-que-sube-y-las-hojas-que-caen/

 

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