jueves, 17 de marzo de 2016

POEMAS DE CZESLAW MILOSZ




(Szetejnic, 1911 - Cracovia, 2004)


Elegía para  N. N.



Si es demasiado lejos para ti, dilo.
Habrías podido correr sobre las pequeñas olas del Báltico,
atravesar el campo de Dinamarca, la floresta de hayas,
virar hacia el océano, y ya está, cerca,
el Labrador, blanco en esta estación del año.
Tú, que soñabas una isla solitaria,
si temes las ciudades, el parpadeo de los fuegos sobre las autorrutas,
habrías podido tomar el camino de los bosques sordos,
sobre torrentes revueltos y azules, y rastros del ciervo y del reno,
hasta las Sierras, hasta las minas de oro abandonadas.
El Río Sacramento te habría llevado entonces,
por entre las colinas recubiertas de encinas espinosas. 
Todavía un bosque de eucaliptos, y estarás en mi casa.

Es cierto, cuando la manzanita florece, 
y la bahía es azul en las mañanas de primavera,
yo pienso a mi pesar en la casa entre lagos
y en las redes recogidas bajo el cielo Lituano.
La cabaña donde te despojabas de tu traje antes del baño
se cambió para siempre en un cristal abstracto.
Y en él está la oscura miel de la tarde, junto al balcón,
y las pequeñas lechuzas, graciosas, y el olor de los arneses.

Cómo podíamos vivir entonces, yo no puedo decirlo.
Las costumbres, los trajes, vibran imprecisos,
inconsistentes, tensos hacia el final.
Es tal vez que pensábamos en las cosas tal como son?
El saber de los años fogosos ha enrojecido los caballos ante la forja,
y las pequeñas columnas en el mercado de la aldea,
y los peldaños de madera y la peluca de Mamá Fliegeltaub.

Mucho hemos aprendido, tú bien lo sabes:
cómo nos es quitado, cosa por cosa, todo aquello que no podía ser, 
la gente, las comarcas.
Y el corazón no muere cuando uno creyó que debería,
pero sonreímos, el té y el pan sobre la mesa.
Sólo el remordimiento de no haber amado como se debe
esa pálida ceniza de Sachsenhausen
con un amor absoluto, que no está a la medida del hombre.

Tú te has acostumbrado a nuevos inviernos, húmedos,
a la ciudad donde la sangre del propietario alemán 
fue raspada de los muros, y a donde él jamás regresó.
Tampoco yo he llevado más de lo que podía, ciudades y país.
No se puede entrar dos veces en el mismo lago,
sobre hojas descompuestas de abedul,
y quebrando una estrecha estría de sol.

Tus faltas y las mías, no fueron grandes faltas,
tus secretos y los míos, no eran grandes secretos.
Cuando te anudan la mandíbula con un pañuelo,
cuando te ponen una cruz entre los dedos,
y a lo lejos un perro ladra, brilla una estrella.

No, no es porque estés tan lejos
que no has venido el otro día, la otra noche.
De año en año madura en nosotros y nos invadirá,
yo, como tú, lo he comprendido: la indiferencia.

                                                                        Berkeley, 1963

Versión de William Ospina





Encuentro


Estuvimos paseando a través de los campos 
en un vagón al amanecer.
Una herida rosa roja en la oscuridad.

Y de pronto una liebre atravesó la carretera.
Uno de nosotros la señaló con la mano.
Eso fue hace tiempos. Hoy ninguno de ellos está vivo,
Ni la liebre, ni el hombre que hizo el ademán.

Oh, amor mío, dónde están ellos, a dónde han ido?
El destello de una mano, la línea de un movimiento, 
el susurro de los guijarros.
Pregunto no con tristeza, sino con asombro.

Versión de Rafael Díaz Borbón




Eso



Ojalá por fin pudiera decir qué está en mí. 
Gritar: gente, les mentí 
diciendo que eso no estaba en mí, 
cuando eso está ahí siempre, días y noches. 
Aunque gracias a eso supe describir sus ciudades inflamables, 
sus cortos amores y juegos desmembrándose en humus, 
aretes, espejos, el deslizar de un tirante, 
escenas de alcoba y de campos de batalla. 
Escribir fue para mí estrategia de protección, 
de borrar las huellas. Porque a la gente no puede gustarle 
aquél que alcanza lo prohibido. 

Llamo en mi ayuda a los ríos en los que nadé,  lagos 
con puentecillos entre cedazos, valle 
en cuyo eco la canción duplica la luz del anochecer, 
y confieso que mis extáticos halagos a la existencia 
sólo pudieron ser entrenamientos de alto estilo, 
Pero abajo estaba eso, que no me atrevo nombrar. 

Eso se parece al pensamiento de alguien sin hogar, cuando 
atraviesa la ciudad ajena, congelada. 

Se asemeja al momento cuando un judío cercado ve aproximarse 
los pesados cascos de los gendarmes alemanes. 

Eso es cuando el hijo del rey se dirige a la ciudad y ve el mundo 
real: pobreza, enfermedad, vejez y muerte. 

Eso puede ser comparado con el inmóvil rostro de alguien 
que entendió que fue abandonado para siempre. 

O con las palabras del médico sobre la sentencia inevitable. 

Porque eso significa enfrentar un muro de piedra 
y entender que ese muro no cederá ante ninguna de nuestras súplicas.

Versión de Agnieszka Kawecka






Estudio de la soledad


Un guardián de conductos de larga-distancia en el desierto?
Un equipo de un solo hombre para una fortaleza en la arena?
Quienquiera que él fuera. Al alba vio las surcadas montañas
El color de las cenizas, encima la fundida oscuridad,
Saturada de violeta, irrumpiendo en un fluido carmín,
Aún permanecerían, inmensos, en la luz naranja.
Día tras día. Y, antes que lo notara, año tras año.
Para quién, pensó, ese esplendor? Para mí, solitari0?
Aún permanecerá aquí por mucho tiempo después que yo perezca.
Qué es eso en el ojo de una lagartija? O cuándo fue visto 
                                                                  por un pájaro migratorio?
Y si yo soy toda la humanidad, existe ella a si misma sin mí?
Y sabía que no se acostumbraba pregonarlo, por ninguno de ellos
se salvaría.

Versión de Rafael Díaz Borbón






Isla




Piense como quiera acerca de esta isla, la blancura de su 
                                                                                         océano, grutas
cubiertas de viñedos, violetas, manantiales.
Estoy atemorizado, para poder recordarme difícilmente 
                                                                                 allá, en una de esas
mediterráneas civilizaciones desde las cuales uno debe 
                                                                    navegar lejos, a través de
la lobreguez y el susurro de los icebergs.
Aquí un dedo señala los campos en filas, los perales, una
                                                                        brida, la yunta de un
cargador de agua, cada cosa encerrada en cristal y,
                                                                               entonces, yo creo que,
sí, una vez viví allá, instruido en esas costumbres y maneras.

Me acomodo el abrigo escuchando la marea cómo asciende,
                                                                                                balanceo
y lamento mis necios caminos, pero aún si hubiera sido
                                                                              sabio habría fracasado
al cambiar mi destino.

Lamento mis necedades entonces y más tarde y ahora, por
                                                                                            lo cual mucho
me gustaría ser perdonado.


Versión de Rafael Díaz Borbón




 



La caída


La muerte de un hombre es como la caída de una poderosa nación
Que tuvo valientes ejércitos, capitanes y profetas,
Y ricos puertos y barcos en todos los mares,
Pero ahora no socorrerá ninguna sitiada ciudad,
No entrará en ninguna alianza,
Porque sus ciudades están vacías, su población dispersa,
Su tierra que una vez proveyó de cosechas está saturada de cardos,
Su misión olvidada, su lengua perdida,
El dialecto de un pueblo puesto sobre inaccesibles montañas.

Versión de Rafael Díaz Borbón



 
Madurez tardía 


Tarde, ya en el umbral de mis noventa años 
se abrió la puerta en mí y entré 
en la claridad de la mañana. 
Sentía cómo se alejaban de mí, como naves, 
una tras otra, mis existencias anteriores con sus congojas. 
Aparecían, otorgados a mi buril, 
países, ciudades, jardines, bahías, para que los describiera 
mejor que antaño. 
No vivía separado de la gente, el pesar y la piedad 
nos unieron y dije: olvidamos que todos somos 
hijos del Rey. 
Porque venimos de allí donde aún no hay 
división entre el Sí y el No, no hay división entre el es, 
el será y el ha sido. 
Somos infelices porque hacemos uso de menos de 
una centésima parte del don que habíamos recibido 
para nuestro largo viaje. 
Momentos de ayer y de hace siglos: un corte de espada, 
un maquillaje de pestañas delante de un espejo de metal 
bruñido, un disparo mortal de mosquete, una colisión 
de una carabela con un arrecife, se mezclan en nosotros 
y esperan su cumplimiento. 
Siempre he sabido que seré obrero en la viña, 
al igual que todos mis contemporáneos, 
conscientes de ello, o inconscientes. 


Versión de Elzbieta Bortkiewicz





No este camino



Perdóname. Yo fui un intrigante como muchos de esos que se deslizan
furtivamente por las humanas habitaciones de la noche.

Yo calculé la posición de los guardias antes de arriesgarme a acercarme 
                                                                                        a las fronteras cerradas.

Conociendo más, pretendí satisfacer menos, a diferencia de
                                                                       esos que dan testimonio.

Indiferente al cañoneo, al clamor en la maleza y a la burla.

Deja a los sabios y a los santos, pensé, trae un don a toda
                                                    la Tierra, no meramente al lenguaje.

Yo protejo mi buen nombre para que el lenguaje sea mi medida.

Un bucólico, un lenguaje pueril que transforma lo sublime en cordial.

Y el ritmo o el salmo de maestro de coros cae aparte, únicamente 
                                                                                  un cántico permanece.

Mi voz siempre careció de plenitud, me gustaría dar una acción
                                                                                    de gracias diferente.

Y generosamente, sin la ironía que es la gloria de los esclavos.

Más allá de siete fronteras, bajo la estrella de la mañana.

En el lenguaje del fuego, del agua y de todos los elementos.

Versión de Rafael Díaz Borbón


Lecturas


Me preguntas qué utilidad tiene leer los Evangelios en griego.
Te contesto que conviene que dirijamos nuestro dedo
A través de letras más perdurables que las grabadas en la piedra
Y que también, pronunciando lentamente los sonidos,
Conozcamos la verdadera dignidad del lenguaje.
Al forzarnos la atención, aquellos tiempos no nos parecen
Más lejanos que ayer aunque las caras de los emperadores
Sean hoy otras en las monedas. Sigue durando ese eón,
El temor y el deseo son los mismos, el aceite, el vino
Y el pan significan lo mismo. También la inestabilidad de las
masas,
Ávidas como otrora de milagros. Incluso las costumbres,
Los festines de boda, los remedios, el llanto por los muertos
Se diferencian sólo aparentemente. Por ejemplo, también
Entonces estaba lleno de los que en el texto llaman
Daimonizomenoi, es decir, endiablados
O endemoniados (nuestra lengua los llama “poseídos”,
Pero no es más que una fantasía del diccionario).
Convulsiones, espuma en la boca, rechinar de dientes,
En aquella época no eran rasgos distintivos del talento.
Los endemoniados no tenían escritos ni pantallas,
Apenas tenían contacto con el arte o la literatura.
Pero una parábola sobre ellos se mantiene con fuerza:
Que el espíritu que los domina puede entrar en unos cerdos
éstos, desesperados por un embate tan repentino
De dos naturalezas, la suya propia y la luciferina,
Saltan al agua y se ahogan. Y no para de repetirse.
así a cada nueva página el lector perseverante
Ve veinte siglos como veinte días
De un eón que alguna vez tendrá su fin.

Berkeley, 1973


Regreso a Cracovia en 1880.


Conque estoy de regreso de las grandes urbes,

A mi pueblo, con su catedral en lo alto, que aloja tumbas reales,
Su plaza tan simple, con una torre desde donde una trompeta estridente
Suena a mediodía, rompiendo en dos la nota porque el trompetista
Fue tocado de nuevo por una flecha tártara.
Palomas. Mujeres cubiertas con velos chillantes vendiendo sus flores.
Y gente charlando bajo el portal gótico de la iglesia.
Ya trajo un camión mis libros, esta vez para siempre.
Qué les puedo decir de mi vida laboriosa, aparte de que fue vivida.
Los rostros aparecen más pálidos en la memoria que en las fotografías.
No necesito escribir memos ni cartas cada mañana.
Ya habrá quien me reemplace, siempre con la misma esperanza.
Porque dedicamos nuestra vida a lo que no tiene sentido.
Mi país continuará siendo lo que es, el traspatio de los imperios.
Nutriendo su humillación con ensoñaciones de provincia.
Hago una caminata matutina golpeando la vereda con mi bastón.
Y descubro que nueva gente ocupa ya las casas de la gente de antes.
Y allí donde las muchachas paseaban con faldas rumorosas
Hay otras más, orgullosas de su belleza.
Niños en trineos improvisados, los mismos que hace más de medio siglo.
En algún sótano un zapatero mira desde su banquillo.
Pasa un jorobado ocultando su lamento.
Y una mujer vestida a la moda me parece la viva imagen de los pecados mortales.
La tierra, pues, sigue girando y lo hace en cada detalle insignificante
Pero irreversible para la vida de los hombres.
Y ello no deja de darnos alivio. Ganar o perder?
Para qué, si el mundo nos mandará de todas maneras al olvido.

Czeslaw Milosz, 1986. Collected Poems, Harper Collins. Versión a partir del inglés de José Barojas.



Honesta descripción de mí mismo




Tomándome un whisky en un aeropuerto,

digamos que en Mineápolis 



Mis oídos captan cada vez menos las conversaciones,
mis ojos se debilitan, pero siguen siendo insaciables.

Veo sus piernas en minifalda, en pantalones o envueltas
en telas ligeras.

A cada una la observo por separado, sus traseros y
sus muslos, pensativo, arrullado por sueños porno.

Viejo verde, ya sería tiempo de que te fueras a la tumba
en lugar de entretenerte con juegos y diversiones de jóvenes.

No es verdad, hago solamente lo que siempre he hecho,
ordenando las escenas de esta tierra bajo el dictado
de la imaginación erótica.

No deseo a esas criaturas en particular, lo deseo todo,
y ellas son como el signo de una relación extática.

No es mi culpa que así estemos constituidos: la mitad
de contemplación desinteresada y la mitad de apetito.

Si después de morir me voy al cielo, tendrá que ser
como aquí, sólo que liberado de estos torpes sentidos,
de estos pesados huesos.

Transformado en mirar puro, seguiré devorando las
proporciones del cuerpo humano, el color de los lirios,
esa calle parisina en un amanecer de junio, y toda la
extraordinaria, inconcebible multiplicidad de las cosas visibles.



UNA CANCIÓN SOBRE EL FÍN DEL MUNDO.



El día del fin del mundo
Una abeja circunvuela un trébol,
Un pescador repara una red resplandeciente.
Marsopas felices saltan en el mar,
Por las canaletas gorriones jóvenes juegan
Y a la serpiente es arrancada la piel dorada como debe ser siempre.


El día del fin del mundo
Las mujeres caminan a través de los campos bajo sus sombrillas,
Un borracho se amodorra en el borde de un prado,
Vendedores ambulantes de hortalizas gritan en la calle
Y un bote de color amarillo que navega se acerca a la isla,
La voz de un violín persiste en el aire
Y se insinúa en una noche estrellada. 


Y los que esperaban rayos y truenos
Están decepcionados.
Y los que esperaban señales y triunfos de los arcángeles
No creen que está sucediendo ahora.
Mientras el sol y la luna están por encima,
Mientras el abejorro visita una rosa,
Mientras los niños sonrosados nacen
Nadie cree que está sucediendo ahora. 

Sólo un hombre viejo de pelo blanco, que sería un profeta
Sin embargo, no es un profeta, porque él está muy ocupado,
Repite mientras envuelve sus tomates:
No habrá otro fin del mundo,
No habrá otro fin del mundo. 



UN SALÓN.


El camino conducía directamente al templo.
Notre Dame, aunque no gótica del todo.
Las enormes puertas se cerraron. Elegí una lateral,
No la del edificio principal la de su ala izquierda,
La que está en verde cobrizo, usada en los espacios de abajo.
Empujé. Luego se reveló:
Una increíble gran sala, en luz cálida.
Grandes estatuas de mujeres-diosas sentadas, 
En túnicas que las cubrían, marcándolas con un ritmo.
El color me abrazó como el interior de una flor de color púrpura-marrón
De inaudito tamaño. Caminé, liberado
A partir de preocupaciones, dolores de conciencia y temores.
Yo sabía que estaba allí como un día iba a ser.
Me desperté sereno, pensando que este sueño
Responde a mi pregunta, que a menudo preguntó:
¿Cómo es que si uno pasa el último umbral? 



DESPEDIDA


Te hablo después de los años del silencio,
Mi hijo. No existe Verona.
Trituré el polvo de ladrillo entre mis dedos. He aquí lo
que queda
Del gran amor a las ciudades natales.

Oigo tu risa en el jardín. Y el olor
De la primavera loca corre por las hojas mojadas hacia mí,
Hacia mí, que sin creer en alguna fuerza salvadora
Sobreviví a otros y a mí mismo.

Si tú supieras cómo es cuando de noche
Uno despierta de repente y pregunta
Al oír el corazón palpitando: ¿Y tú qué quieres más,
Oh insaciable? Es la primavera, canta el ruiseñor.

La risa infantil en el jardín. Primera estrella pura
Se abre encima de la espuma de las colinas cerradas
Y a mis labios de nuevo regresa el canto ligero,
Y de nuevo soy joven como antes, en Verona.

Rechazar. Rechazar todo. No, es eso.
No voy a resucitar nada ni regresar a lo pasado.
Dormid, Romeo y Julieta, en la cabecera de las plumas
rotas,
No levantaré de la ceniza vuestras manos unidas.
Que el gato visite las catedrales abandonadas
Luciendo con su pupila sobre los altares. El búho
En la bóveda muerta que construya su nido.

En el mediodía caluroso y blanco la serpiente entre los
escombros
Que se asolee sobre las hojas de tusilago y en el silencio
Con un círculo resplandeciente que ciña el oro inútil.
No volveré. Yo quiero saber qué es lo que queda
Al rechazar la primavera y la juventud,
Al rechazar la boca carmesí
De la que fluye en la noche bochornosa
Una ola de calor.

Al rechazar el canto y el olor de vino,
Los juramentos y las quejas y la noche de diamante,
Y el grito de las gaviotas detrás del que sigue corriendo
el brillo
Del sol negro.

De la vida, de la manzana rebanada por un cuchillo de
fuego,
¿Qué semilla se salvará?

Créeme, hijo mío, no queda nada.
Sólo la pena de la edad viril,
El surco del destino sobre la palma de la mano.
Sólo la pena,
Nada más.
1945, Cracovia

ECONOMÍA DIVINA


No pensé que viviera en un momento tan particular.
Cuando Dios de las alturas rocosas y de los truenos,
Señor de los Ejércitos, kyrios Sabaoth,
humillara tan dolorosamente a los hombres
permitiéndoles actuar como ellos quieran,
dejándoles conclusiones y no diciendo nada.
Fue un espectáculo que de verdad no se parecía
a un ciclo secular de las tragedias reales.
A los caminos sobre los pilares de concreto, a las ciudades
de vidrio y hierro,
a los aeropuertos más extensos que los estados tribales
de repente les faltó el principio y se desmoronaron.
No en un sueño sino en desvelo, porque sustraídos a sí
mismos
duraban como dura solamente lo que no debe durar.
De los árboles, de las piedras en el campo, hasta de los
limones en la mesa
Huyó la materialidad y su espectro
Resultó un vacío, un humo en la película.
Hormigueaba el espacio desheredado de sus objetos.
En todas partes era en ningún lugar y en ningún lugar en
todas partes.
Las letras de los libros se volvían plateadas, vacilaban y
desaparecían.
La mano no podía trazar un signo de la palmera, ni un
signo del río, ni un signo del ibis.
Con la algarabía de muchas lenguas se anunció la
mortalidad del habla.
Fue prohibida la queja porque se quejaba a sí misma.
Los hombres, tocados por un tormento incomprensible,
Se desvestían en las plazas para que su desnudez llamara
el juicio.
Pero en vano añoraban el horror, la piedad y la ira.
Demasiado poco motivados
eran el trabajo y el descanso
y la cara y el pelo y la cadera

y cualquier existencia. 

Versiones de Jan Zych

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